Sus narices deberían entonces
respirar el fétido olor a sudor reseco de días y días
de su eventual amante y bajo ella el cuerpo iría dibujando a su
vez una mancha de sudor que se secaría a los pocos minutos de que
aquel bestia se hubiera marchado después de haber regado sus entrañas
con aquel viscoso líquido que tanto deseaba y despreciaba al mismo
tiempo.
El olor a sudor reseco, a suciedad
y a mugre llenaba aquel cuchitril haciendo su aire casi irrespirable.
Algunas veces, mientras permanecía
asomada al ventanuco reconocía a algún hombre de los que
pasaba por la plaza pero siempre, siempre, el hombre fingía no conocerla
y evitaba su saludo.
Poco tardó en empezar la
subasta y con ella los consabidos discursos de los subastadores y los gritos
y llantos de las hembras al ser separadas de sus hijos, de sus negros o
de sus amos.
Gritos y llantos que no impresionaban
a nadie pero que no por eso dejaban de repetirse de una forma machacona
y molesta.
No podrían hacer los negros
como el resto de los animales ?, se preguntó mientras pensaba que
ningún otro animal chilla por cambiar de dueño.
Estaba a punto de retirarse de su
observatorio cuando de pronto hizo una observación que siempre la
había pasado desapercibida pero que en esos momentos consideró
extremadamente importante. Los negros se sucedían en el estrado
uno tras otro pero el nombre de su dueño se repetía continuamente.
- .... perteneciente al señor
Benson. Decía el subastador una y otra vez después de contar
las excelencias del macho o de la hembra que en esos momentos ocupaba el
estrado. Por cierto que las excelencias pocas veces hacían honor
a la verdad. La recua que se estaba vendiendo en aquellos momentos no parecía
contar con ningún ejemplar ni siquiera mediano, todos ellos parecían
perros famélicos e incluso entre ellos los había deformes,
mutilados e incluso viejos, pero ninguno que mereciera atraer la mirada
de Blanche.
Realmente a ella la importaban muy
poco las condiciones de los negros del señor Benson porque lo que
realmente la importaba era el propio señor Benson.
Desde su puesto de observación
Blanche fue llevando la cuenta exacta de los esclavos vendidos y pasado
el tiempo, cuando el subastador cambió la coletilla de ... perteneciente
al señor Benson, por otra comprobó que el anciano que respondía
a ese nombre había vendido treinta y seis esclavos.
Cierto que los esclavos habían
sido de muy baja calidad pero aun así habían obtenido un
precio rondando los doscientos dólares cada uno. Tardó un
rato en echar la cuenta pero llegó a la conclusión de que
en aquellos momentos en la faltriquera del viejo debían haber unos
siete mil dólares.
Casi se mareó al darse cuenta
de la suma de dinero tan enorme de que en esos momentos era portador el
llamado señor Benson. Blanche se sentó en el jergón
tratando de serenarse y empezando a maquinar un plan para apoderarse del
dinero.
Cuando bajó a la taberna
donde prestaba sus servicios desde hacía tres años ya tenía
decidido que fuera como fuera debía apoderarse de ese dinero, ese
dinero debía marcar el comienzo de una nueva vida de prosperidad,
estaba dispuesta a hacer lo que fuera preciso para obtenerlo. Tan solo
la faltaba encontrar la forma de entrar en contacto con el anciano.
Sentada en una rústica silla
de madera en la penumbra de la taberna Blanche comenzó a hacer c
balas imaginando mil formas de encontrarse con él pero todas presentaban
algún inconveniente. No sería hasta media tarde cuando un
inesperado golpe de suerte la iba a dar la clave de como debía actuar.
Continuara...
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