Relato: Causalidad



Relato: Causalidad

Causalidad



Autor: Incestuosa



POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO




"...Hombres necios que acus�is


a la mujer sin raz�n,


sin ver que sois la ocasi�n


de lo mismo que culp�is...."


Juana In�s de la Cruz




Cap. I.


Ella no sab�a cu�l era en realidad la causa, pero era notorio
que desde hac�a tiempo la total indiferencia de su marido la atormentaba. Tal
indiferencia pod�a comprobarla en su conducta, ya que hac�a varios meses que �l
no la tocaba para nada. Y para colmo, el calor del est�o y la ardorosa
voluptuosidad de su propia juventud no la dejaban tranquila. Los sudores de su
cuerpo, provocados por el extremo calor y la caliente temperatura del ambiente
la abrasaban, caus�ndole extra�as humedades interiores que le robaban la paz.
Debido al manifiesto olvido de su esposo, Marissa, de apenas 25 a�os, se hab�a
visto obligada a refugiarse en los tocamientos furtivos de su propio cuerpo, que
a la postre la llevaron de un modo irremediable a hacer de la masturbaci�n su
pr�ctica favorita. De manera que cuando el calor del medio d�a la sofocaba,
Marissa no ten�a m�s remedio que encerrarse en su habitaci�n para tocarse
furiosamente su entrepierna con los dedos y entregarse con lujuria a esa pasi�n
que internamente la consum�a. En ocasiones, y a fin de paliar de alg�n modo esas
extra�as sensaciones que la llevaban al paroxismo de la lascivia, ten�a que
buscar anhelosa alg�n objeto que le fuera propicio y que pudiera ayudarla en sus
largas e intensas sesiones onan�sticas, dando rienda suelta a sus m�s
placenteros deseos y a sus m�s caras e imaginativas fantas�as. Todo aquello se
hab�a ido convirtiendo poco a poco en algo secreto y escondido, y por lo mismo
procuraba hacerlo cuando su marido sal�a a trabajar; cuando se quedaba sola en
casa. Pasaban las semanas, y aunque ella buscaba la forma de llamar la atenci�n
de su marido, procurando vestirse provocativamente por las noches a fin de darle
una motivaci�n adicional, �ste ni siquiera se dignaba mirarla. Estaba claro que
�l no la deseaba, o algo raro estaba ocurriendo con su masculinidad. Llegaba del
trabajo, com�a y en seguida se quedaba dormido. Y esa era la rutina de siempre.
As� que despu�s de meditarlo mucho, ella s�lo pod�a atribuir su desinter�s por
el sexo a un probable cansancio prematuro. En el fondo, Marissa se arrepent�a de
haberse casado con un hombre mayor. Se daba cuenta que su madre hab�a tenido
raz�n, cuando le dec�a que no se uniera a �l, porque era un tipo demasiado
grande para ella. Y en efecto, Eugenio ya pasaba de los cincuenta, y ella se
preguntaba c�mo era posible que �l se comportara de esa forma. Pero a lo hecho,
pecho, se dec�a ella misma. As� que todos esos pensamientos de frustraci�n cada
vez la conduc�an con mayor fuerza hacia los intrincados laberintos del placer de
la masturbaci�n; hacia el para�so de esas ocultas pr�cticas, exploraciones y
jugueteos con su propio cuerpo, que por otra parte le proporcionaban el
relajamiento natural que una joven mujer de su edad requer�a.


Pasaron los meses sin que nada cambiara en absoluto. Su
marido segu�a trabajando, comiendo y durmiendo; mientras ella, perdida en la
vor�gine del olvido, se entregaba cada vez m�s al placer carnal de la
autosatisfacci�n aprovechando sus largas ausencias, hasta que todo se convirti�
irremediablemente en una aceptada rutina, que a Marissa lleg� a parecerle con el
tiempo de lo m�s normal. Y as� transcurr�an las semanas y los meses en medio de
los calores del ambiente, los sudores y ardores de su cuerpo en plenitud, y las
exhaustas sesiones masturbatorias que al menos ten�an la virtud de calmarla,
hasta que cierto d�a su marido le dio la noticia. Esa tarde regres� mucho m�s
temprano que de costumbre y le dijo:


-Marissa, te tengo una noticia que tal vez no te agrade.


-�Qu� es, Eugenio?


-Tendr� que salir de viaje por motivos de trabajo. Estar� fuera una semana.


-Oh, �De verdad? �A d�nde ir�s?


-Tengo que hacer un largo recorrido para visitar a algunos
clientes morosos. Pero no te preocupes, mujer; te dejar� dinero para que no te
falte nada. As� que ser� mejor que me ayudes a hacer mi maleta porque me voy en
una hora.


Marissa no sab�a si alegrarse o re�rse por la noticia. Aunque
lo cierto es que en el fondo poco le importaba que �l se fuera o se quedara. Al
fin y al cabo todo seguir�a igual. Siempre estaba sola. Era como si no tuviese
marido; como si nunca estuviese con ella. De modo que se puso a ayudarle a
preparar el malet�n, y Eugenio se despidi� sin siquiera darle un beso. Pas� la
noche masturb�ndose con locura, disfrutando de todas las cosas que su propio
marido jam�s le daba, qued�ndose dormida, abrumada por el cansancio, al filo de
la madrugada. Cuando despert� a media ma�ana, sus lascivos y ardientes deseos
volvieron a encenderse y ni siquiera se baj� de la cama, sino que como si fuese
una aut�mata que s�lo obedece sus propios impulsos, volvi� a auto prodigarse
intensas caricias en su cuquita como si fuera una adolescente. Una y otra vez
estuvo entregada a los placeres del deseo; a las exquisiteces de la carne; a la
satisfacci�n de sus urgencias m�s escondidas, abandon�ndose como una colegiala
en extra�as autoexploraciones que la llevaban al para�so. Debi� acabar al
atardecer, sudorosa y cansada, hasta que el hambre le oblig� a salir de su
rec�mara. Se visti� y sali� de su cuarto para hacerse algo de comer. Se prepar�
un par de s�ndwiches, encendi� el televisor y se sent� en un sill�n mientras
com�a. All� se entretuvo degustando los emparedados y viendo las im�genes hasta
que se sinti� con deseos de salir a dar un paseo. Necesitaba estirar las
piernas, temblorosas por tanta masturbaci�n. Necesitaba relajarse. Se cambi� de
ropa y sali� a dar una vuelta. Cuando abri� la puerta, el viento caliente le dio
en la cara. El calor del atardecer era insoportable. Camin� varias cuadras
sintiendo que el sudor empezaba a empaparla, hasta que lleg� al parquecillo del
pueblo. Se sent� en una banca y se puso a ver distra�damente a la gente que
pasaba. Vio algunas personas que llevaban a sus ni�os y los montaban sobre los
columpios. Contempl� algunas parejas que se abrazaban en las bancas del frente.
Vio algunos j�venes correteando. Otros jugando y corriendo. Pens� en lo mon�tona
que hab�a sido su vida hasta ahora. �Una vida sin sentido! S�. Sin sentido.


Al cabo de un par de horas se aburri� y decidi� regresar a
casa, pasando antes a comprar un par de bisquets que se le antojaron, y los fue
comiendo por el camino. Recorri� las calles a paso lento, pensando en lo rico
que ser�a volver a masajear su c�lida entrepierna en la soledad de su cuarto.
Pens� igualmente en los gruesos y apetitosos pepinos que hab�a visto en el
frutero, y una intensa sensaci�n de furor la invadi� por dentro. S�, ser�a
delicioso probar algunos para follarse ella misma hasta destruirlos con la
fuerza incontenible de la succi�n de su ardiente vagina. Fue entonces cuando lo
vio. Era un animal grande y peludo. Uno de esos perros callejeros, sucios y
espigados, parado indolentemente en la esquina. Vio que el animal la miraba
fijamente. Atribuy� su mirada al oloroso bisquet que a�n llevaba en la mano.
Marissa se condoli� del hambriento can, de modo que mordiendo un trozo del
bocadillo, se lo tir� cerca. El perro se la qued� mirando y despu�s se abalanz�
ansioso sobre el pedazo de comida. La engull� de un solo bocado. �Pobre animal!
�pens� Marissa-; debe tener un hambre terrible. La joven, apiad�ndose de �l, le
tir� otro pedazo mientras continuaba caminando. El perro iba tras ella, animado
por las d�divas que sal�an de la mano de la mujer. Entre bocado y bocado
llegaron a la puerta de su casa. All� le avent� Marissa lo �ltimo que le
quedaba. El perro se lo comi� con avidez y levant� la cabeza mir�ndola con
agradecimiento. La chica se dio cuenta que el animal chasqueaba la lengua como
deseando comer m�s. Pero ya no ten�a nada. Abri� la puerta con la intenci�n de
meterse. Mas el can profiri� un gemido como implorando que le diera m�s comida.


-Ya no tengo nada, perrito -le dijo-


�Como si el perro le entendiera! El chucho alz� la cola y la
movi� con inquietud de un lado a otro, acerc�ndose a ella. La reacci�n del
animal movi� a conmiseraci�n a Marissa, quien dijo:


-Bien�.bien�veamos si hay algo en la cocina para darte.


Entr� en la casa y el animal se meti� tras ella. Cerr� la
puerta y se dirigi� hacia la cocina para hurgar en el congelador. Encontrando
algunos trozos de carne, los sac� de la nevera, los puso en el fregadero, abri�
el grifo del agua y los roci� por algunos minutos. Cuando consider� que estaban
listos, se acerc� al perro y le puso el primer trozo en la boca. El inteligente
animal sac� su larga lengua y lo engull� de un jal�n. Se mantuvo chasqueando por
algunos minutos hasta que se lo trag� todo. Enseguida y con movimientos
ansiosos, el can le inst� a que le diera m�s. Ella repiti� la operaci�n una y
otra vez hasta que acab� con la provisi�n.


-Ya no hay m�s �volvi� a decirle-


El animal, por toda contestaci�n, sac� su lengua y comenz� a
lamerle la mano. Marissa, en un movimiento instintivo, la alej� del hocico. Pero
el perro, por lo visto, estaba realmente contento con ella, pues ahora le
manifestaba su agradecimiento prodig�ndole leng�etazas sobre sus piernas.


-�Nooo, quieto!�-le dijo ella - �No me hagas eso que me
ensucias!


El animal, como si realmente entendiera, se ech�
inmediatamente sobre el suelo moviendo la cola. Fue all� y en esa posici�n
cuando Marissa not� lo que antes no hab�a descubierto. En medio de su
entrepierna, como si fuese un esp�a, se asomaba sigilosamente la puntita
colorada de su filoso estilete. De inmediato la visi�n le llam� la atenci�n.


-Oh, ya veo �le dijo en tono comprensivo- Se nota que hoy no te has
encontrado con alguna perrita que te guste, �No es cierto?


El perro la miraba fijamente. Hab�a en sus ojos un rastro de
nobleza; de inteligencia. Ella volvi� a echar un vistazo al centro de sus patas
traseras y observ� que ahora el animal met�a la cabeza sobre su bajo vientre,
mientras se daba a lamer aquel pedacito de carne rojiza que apenas asomaba, y
del cual s�lo alcanzaba a ver la puntilla, muy parecida por cierto a la punta de
un l�piz labial.


-Ah, perro cochino �le grit�- Anda, ya deja de lamerte all�.


El animal no se dio por enterado, sino que prosigui� en su
natural accionar, como deleit�ndose con la maniobra lingual. Marissa se qued�
parada vi�ndole hacer. El perro continuaba animoso con sus continuos leng�eteos
sobre su pene. La chica no supo si fue a causa de las caricias de su lengua o si
se hallaba en celo; pero lo cierto es que pronto aquel ariete coloreteado
comenz� a crecer. Ve�a salir de su funda afelpada el pedazo de estilete cada vez
m�s largo. Aquella visi�n la encendi�. Admir�ndola m�s de cerca, reconoci� que
era realmente una hermosa verga animal. Fugazmente pens� en su marido. Si.
Ciertamente hac�a meses que no le ve�a el pene endurecido. Y ahora, hall�ndose
frente a aquel perro callejero que circunstancialmente hab�a llegado hasta su
casa, no pudo evitar sentir los t�picos estremecimientos en su pelvis, que le
anunciaban el feroz deseo de tocarse su vulva encendida. Una intensa oleada de
calor invadi� todo su cuerpo. De pronto le vinieron a la mente las im�genes de
los pepinillos y dirigi� su mirada hacia el frutero. All� estaban, verdes como a
ella le gustaban, y tan duros y largos como el pito del perro.


Marissa no dud� m�s. Se acerc� a la mesa, tom� un par de
vainas alargadas y se fue a su rec�mara. Dejando los pepinos sobre el bur� y con
la rapidez que produce la lascivia, se despoj� r�pidamente de sus vestiduras
hasta quedar desnuda. Se recost� sobre la cama, se abri� de piernas e inici� el
tierno ritual de acariciarse su hendidura, frotando sus dedos a lo largo de la
abierta raja de su conchita. Sinti� la humedad abundante y comenz� a jugar con
ella. �Qu� delicia! Por largo rato se estuvo auto explorando con los ojos
cerrados, disfrutando del tallamiento, al tiempo que apretaba y pellizcaba sus
tetas endurecidas, hasta que la urgencia del primer orgasmo le hizo estremecerse
de lujuria. Y lleg�. Lleg� con una intensidad abrumadora. Se mantuvo tensa por
largos instantes mientras se regodeaba con los intens�simos estertores de la
venida. �Oh, cu�n delicioso era masturbarse! Al cesar los impulsos del cl�max,
relaj� sus piernas y pronto se incorpor� para buscar el primer pepino que ser�a
protagonista de la primer faena nocturna. Escupiendo sobre el liso vegetal,
comenz� a embadurnarlo de saliva y coloc� la punta en la entrada de su chochito
humectado. Adoptando su posici�n favorita, se hinc� sobre el colch�n manteniendo
agarrado el verde basti�n bajo su cuca, para despu�s comenzar a sentarse sobre
�l. La gruesa punta choc� contra sus mojados pliegues labiales y se fue
acomodando en su abertura. Marissa exhal� un largo suspiro de placer y cerrando
los ojos, se fue dejando caer sobre el improvisado artificio verdoso hasta que
se sinti� penetrada hasta la mitad. �Cu�n hermoso es sentir un grueso y largo
pepinillo dentro de la cuca! Comenz� a moverse lentamente, haciendo c�rculos con
su culo, mientras la herramienta se perd�a en las profundidades de sus entra�as.
Cuando desapareci� el descomunal aparato del placer, hundido hasta lo �ltimo de
su cavidad frontal, Marissa experiment� el segundo orgasmo, que arrib� como
torbellino y la arrebat� al dulce reino de los deseos. Ya atravesada hasta el
fondo, ech� su cuerpo hacia atr�s con la intenci�n de disfrutar con mayor
amplitud de los estertores y latidos de su vulva, ahora ah�ta y llena con el
verde pene artificial, que aprisionaba con feroz succi�n el delicioso fruto
prohibido.



Pero siendo Marissa una mujer de largo metraje para esas
lides, a�n no estaba llena, por supuesto. As� que con aquel pepino del delirio
perdido dentro de su cuerpo, pronto busc� el segundo, y volviendo a ensalivarlo
con toda parsimonia, lo acomod� esta vez bajo el breve y apretado hoyito de su
culo. Quer�a sentir las delicias de una doble penetraci�n, tan salvaje como
intensa. Poco a poco fue bajando su grupa sobre la gruesa punta del regio
vegetal, ahora completamente humedecido, al tiempo que se distend�a ella misma
para coadyuvar en la ansiada penetraci�n anal. Y esta vez s� que batall� la
chica. Pero por lo visto Marissa era una mujer arrojada. No cab�a duda que era
una chica de metas. Y su meta ahora era meterse dos pepinos al mismo tiempo. No
era m�s que el tama�o y la medida de sus ansias. Con toda calma se dedic� a
llevar a cabo su objetivo, moviendo las nalgas suavemente, en tanto la fruta
ingresaba lentamente en su conducto trasero. Ni duda cabe que su esf�nter tuvo
que ser sometido a una presi�n tan violenta, que Marissa acus� cierto efecto de
dolor, mas no por eso cej� en su empe�o. Estaba decidida a lograrlo. Haciendo un
esfuerzo supremo se fue sentando valerosamente sobre el pepinillo al tiempo
manten�a su grupa en movimiento. Ante semejante actitud, la fruta ingres� por
completo en su apretado culo, haciendo las delicias de la chica, quien ya
acusaba los impactos del placer que sent�a, gritando y aullando como una posesa.



Por largo rato estuvo Marissa disfrutando de aquel
inigualable sentir con los dos enormes pepinos en el interior de su fr�gil
humanidad, hasta que la naturaleza, acudiendo en su auxilio, le regal� una
generosa cadena de extremos orgasmos que la hundieron en la m�s salvaje y
lujuriosa pasi�n. A�n se mantuvo tendida sobre el lecho con los dos largos y
gruesos consoladores dentro de sus dos canales �ntimos por largos minutos, hasta
que al fin se incorpor� con la intenci�n de sacarlos. Primero hizo un esfuerzo
para jalar con sus dedos el que estaba perdido dentro de su vulva. Con alguna
dificultad pudo extraerlo, completamente lleno de efluvios vaginales y de leche.
Mas cuando quiso sacarse el que ten�a perdido dentro del canal de su culo, fue
donde se dio cuenta de que �ste se hab�a hundido m�s a causa de los estertores
de sus orgasmos m�ltiples. No hab�a duda que las contracciones producidas por la
venida tan intensa hab�an impulsado el objeto hasta el interior de sus
intestinos. Al darse cuenta de ello, Marissa palideci� presa del miedo. De
manera que baj�ndose de la cama se dirigi� al cuarto de ba�o con la intenci�n de
sacarse esa cosa. Un temor paralizante la manten�a a la expectativa. �Qu�
pasar�a si el vegetal se le quedaba adentro? �Acaso le producir�a dolores? �Le
impedir�a defecar con normalidad? Todas esas preguntas se agolpaban en su mente
y por lo mismo no alcanzaba a procesar sus pensamientos con la calma debida. Se
sent� en el toilet y comenz� a pujar con fuerza. Marissa esperaba que tal vez de
esa forma pudiera salir el pepino perdido. Se mantuvo en ese tenor por varios
minutos hasta que por fin le vinieron las ganas de defecar. A pesar del tremendo
dolor que sent�a, pues al parecer aquella cosa ven�a atravesada, la chica
continu� forzando la salida hasta que finalmente pudo sentir lo grueso del
objeto, que ya buscaba por gravedad el natural conducto. R�pidamente baj� su
mano hasta el hoyo de su culo y palp� la punta del objeto. Tom�ndolo con tres
dedos inici� el jaloneo hacia fuera mientras segu�a pujando con fuerza. Por fin
la gruesa herramienta comenz� a deslizarse, no sin poco dolor, hacia fuera. Mas
la chica soport� con estoicismo los estragos que el objeto le produc�a hasta que
oy� que cay� con fuerza sobre el agua de la taza. Un sentimiento de alivio la
fue calmando al saberse liberada. Sudorosa como estaba se incorpor�, tom� el
vegetal entre sus manos y volvi� a su estancia. Una vez all� agarr� el otro
pepinillo, se puso una bata de dormir y se dirigi� a la cocina. Al atravesar la
sala divis� la figura del perro, que dormitaba echado tranquilamente sobre el
piso. Ni siquiera volte� a verlo. Sus intenciones eran claras. Deb�a desaparecer
la evidencia. De modo que deposit� ambos vegetales sobre el lavabo, comenz� a
limpiarlos con agua y despu�s, tomando la tabla de picar, se hizo de un cuchillo
y los hizo picadillo. Acto seguido busc� una bolsa de pl�stico, los ech� dentro
y sali� al patio. Quit� la tapa del bote de basura y tir� la bolsa dentro. Entr�
en la casa. El perro se hab�a incorporado y se acerc� a ella moviendo
alegremente la cola. Marissa se lo qued� mirando, observ�ndolo con curiosidad.
Por estar entregada al placer, se hab�a olvidado del animalito. Despu�s de una
minuciosa inspecci�n ocular, se daba cuenta que el can, a pesar de ser
callejero, deb�a ser una cruza interesante. Su estampa no era definitivamente la
de un perro cualquiera, sino m�s bien denotaba cierto pedigr� que no se
alcanzaba a distinguir plenamente por lo sucio que se hallaba.



-�Y si te damos un ba�o, amiguito? �le dijo cari�osamente-



El animal, por toda respuesta, roz� su peludo cuerpo contra
las piernas de la chica, como infundi�ndole confianza. S�, -pens� Marissa-, sin
duda que le vendr� bien un buen ba�o. M�s relajada despu�s de saberse libre de
aquel intruso dentro de sus intestinos, era l�gico que la mujer deseara alguna
compa��a. Y despu�s de todo se daba cuenta de que, ante el evidente alejamiento
de Eugenio, no era una idea tan mala adoptar al perrito para que le hiciera
compa��a. Por lo dem�s �se dijo-, ya convencer�a a su marido de que la dejara
quedarse con �l. Haci�ndole una se�al, la chica inst� al animal para que la
siguiera. Entr� al cuarto de ba�o seguida del perro. Se quit� la bata pero al
darse cuenta de que no llevaba nada debajo, decidi� ir a ponerse algo m�s
adecuado para poder mojarse. Ya en su cuarto se puso encima un pantaloncillo y
regres� nuevamente a la ba�era. All� encontr� al animal, que se hab�a echado de
nuevo sobre el piso. Marissa abri� el grifo de la regadera y el chorro de agua
salpic� sus piernas y alcanz� a rociar el peludo cuerpo del perro. �ste se
enderez� e instintivamente se alej� del suave aguacero. La chica hizo por �l y
casi le oblig� a entrar bajo el fr�o chorro de agua. Tomando jab�n comenz� a
embadurnarlo hasta lograr hacer una abundante espuma sobre todo su cuerpo. All�
se dio Marissa a lavarlo con meticulosidad, hasta que consider� que hab�a
logrado su objetivo. El can se estir� sacudi�ndose el agua como suelen hacerlo
cuando se mojan. La chica cerr� al grifo y tomando una toalla lo sec� por
completo, comentando:



-Vaya, ahora s� quedaste como nuevo. Y ahora a dormir, que ya
es tarde.



El inteligente animal, como si realmente comprendiera las
palabras de la mujer, se alej� rumbo a la sala y se tendi� en el piso. Marissa
lo contempl� sonriendo, le puso un balde de agua cerca del hocico y se retir� a
su habitaci�n. Ciertamente despu�s de lo sucedido con los vegetales, ya no le
quedaban ganas de pajearse m�s. De modo que se tendi� sobre su cama qued�ndose
pronto dormida.




Cap. II



Al d�a siguiente Marissa se despert� con un molesto
dolorcillo en el culo. Abandonando el lecho se puso bragas limpias, se visti�
con falda corta y blusa sisada y se fue hacia la cocina. All� vio al animal al
pasar, completamente dormido, quien al advertir su presencia levant� la cabeza
somnoliento.



-Hola, amiguito, �c�mo amaneciste hoy?



El can, comprendiendo que le hablaba a �l, se enderez� y fue
a restregarse contra sus piernas. Esta vez Marissa lo dej� hacer. Inclin�ndose
le hizo algunas caricias sobre el lomo. El perro cerr� los ojos al sentir las
manos suaves de la mujer sobre su piel peluda.



-Bien, amigo, veamos que hay para comer�.�Tienes hambre, no?



Se meti� en la cocina y se puso a preparar huevos con jam�n.
Debido al delicioso olor que se esparc�a por la estancia, el animal husmeaba muy
cerca de Marissa, con los ojos abiertos y meneando la cola.



-No tengo otra cosa que darte, as� que tendr�s que comer lo
que yo coma��Entendido?



Por toda respuesta, el perro levant� la cabeza y la mir�
ansioso. Al terminar el guisado, ella sirvi� en dos platos y le puso el suyo al
perro sobre el piso, al tiempo que se iba a sentar en el comedor. Pronto el
hambriento can dio cuenta de su raci�n. Marissa continuaba comiendo mientras lo
observaba. Pod�a comprobar lo que ya hab�a supuesto la noche anterior. El
animalito no era de mala estampa. �Andar�a perdido? �Tendr�a due�o? �Y de ser
as�, qu� nombre le pondr�an? �Y si alguien lo reclamaba? Bueno �pens�-, si lo
buscan pues ni modo, tendr� que entregarlo. No obstante concluy� que mientras
tanto ser�a necesario darle un nombre. �Pero y si ya ten�a nombre? �C�mo
reaccionar�a? En fin. Con esos pensamientos sinti� sed. Se levant� de la silla y
fue hacia el congelador. Sac� una soda, la destap� y regres� a su lugar para
continuar su desayuno.



-En caso de que tengas nombre �le dijo- creo que ser� mejor
que yo no te ponga ninguno. As� que s�lo te llamar� Perro. Si, Perro. Ese ser�
tu nombre de aqu� en adelante.



El chucho la segu�a atento, con la vista clavada en ella. La
chica acab� de comer y llev� los platos al fregadero. Regres� y levant� el que
hab�a utilizado el perro. En seguida se puso a lavarlos mientras Perro se
manten�a junto a ella.



-Te est�s acostumbrando a m�, �No es cierto?....Ya veo que
seremos buenos amigos.


Por toda respuesta Perro comenz� a lamerle la pierna. Marissa
ni se inmut�, sino que continu� en su labor contenta de tener a alguien con
quien hablar.



-Es curioso �le dijo- pero hablo m�s contigo que con mi
propio marido.



Al terminar de lavar los cacharros, se puso a acomodarlos en
el trastero. Despu�s se alej� rumbo a la sala. Perro la segu�a para todos lados.
Marissa encendi� el televisor con la intenci�n de distraerse viendo alg�n
programa. Una vez que eligi� un canal, se recost� sobre el sof� con las piernas
abiertas. Pronto se olvid� de Perro, quien se hallaba echado en el piso frente a
ella observando sus movimientos. La chica se reacomodaba de vez en cuando sobre
el sill�n, hasta que en cierto momento sus piernas quedaron expuestas ante
Perro. El can no dejaba de mirar el centro de su entrepierna, interesado tal vez
en lo que ve�a dentro, o quiz�s atra�do por el t�pico olor de la vagina de la
mujer. Pero Marissa ni se daba por enterada, entretenida como estaba viendo el
programa que daba su canal favorito. De manera que sus piernas se mov�an con
cierta frecuencia de un lado a otro, dejando al descubierto el interior de su
falda, donde sus bragas eran notorias para Perro. Ante la suculenta visi�n que
la mujer le ofrec�a sin querer, Perro acusaba si duda el efecto, pues lentamente
su filosa punta fue abri�ndose paso bajo la funda del pene hasta que apareci� el
ariete rojizo y venoso entre sus patas. Como es natural, Perro meti� su cabeza
bajo el vientre para dar de leng�etazos por encima a su pito medio endurecido,
que pronto aflor� en toda su dimensi�n. La chica, absorta en la trama del
programa, no apartaba para nada sus ojos del monitor, atra�da por el desarrollo
de los acontecimientos del programa televisivo. Pero Perro no dejaba de lamerse
la entrepierna, deleit�ndose con fruici�n en el anheloso lameteo de su pene, que
ahora aparec�a completamente expuesto. Los minutos pasaron sin que las cosas
cambiaran: Marissa con la vista puesta en el televisor sin advertir las
maniobras del animal, y Perro prodig�ndose continuas lamidas en su pito.
Finalmente el programa acab�, y Marissa se levant� para cambiar de canal. Fue
all� donde, al regresar al sof�, lo vio. El animalito mostraba completamente de
fuera aquel basti�n color de rosa que se mov�a incesante bajo su propia lengua.
La chica se lo qued� mirando con atenci�n. No cab�a duda que Perro andaba
caliente en esos d�as. Era la segunda ocasi�n que le miraba hacer eso. �Ser� por
el calor? �se pregunt�-. �O ser� acaso porque no ha montado a alguna perrita
�ltimamente?



-�Qu� te sucede, Perro? Te has sentido con deseos, �No es
cierto?



El can levant� la cabeza, le ech� una ojeada a la chica y
volvi� a sus menesteres linguales.



-Oh, ya veo�.te hace falta montar una hembra de tu g�nero.
�Ser� que querr�s salir a la calle a buscarla? Mmmmm�Tal vez sea una buena idea,
amiguito.



Perro continuaba animoso en su delicado accionar, pues ahora
hab�a enrollado la punta de su verga con su larga lengua. Marissa ya ni siquiera
volteaba a ver el aparato encendido. Por alguna raz�n, la vista de aquella
escena captaba toda su atenci�n. Mientras observaba con extra�o deleite las
maniobras sexuales de Perro, la chica comenz� a sentir el gusanillo del deseo
que se deslizaba dentro de su sangre con un poder impresionante. No, �se dijo a
s� misma- eso no ser�a normal. �Yo hacerlo con un perro? �Ni loca!



En tanto Perro no deten�a para nada su leng�eteo sobre su
enhiesto pito, Marissa continuaba vi�ndolo absorta, llevando instintivamente sus
manos hacia su entrepierna. Haciendo la braga a un lado, dej� al descubierto la
boca de su vulva estremecida. Un dedo busc� con lascivia su rajita. Despu�s
otro. Mucha humedad. S�, estaba toda mojada de all� abajo. Desliz� lentamente
las dos falanges en el interior de los labios. La rajita se abri� ante la
deliciosa caricia, cobijando los dos intrusos que ya buscaban afanosamente la
parte superior de su cl�toris. Presion� con delicadeza el botoncillo de carne e
inici� el caracter�stico movimiento circular. Sentada y con las piernas
abiertas, su inundada rajita se abr�a palpitante recibiendo con placer el suave
tocamiento. Los ojos de Marissa ya no se apartaron de Perro, quien continuaba
lami�ndose con mayor velocidad su parada verga. �Qu� lindo pito tiene este
animal! �Pens� la chica- al tiempo que sus dedos aumentaban el ritmo y sus
piernas se abr�an como alas de mariposa. Si �se dijo- es un pene delicioso;
perfecto. �Y cu�n largote y grueso est�! De pronto vino a su mente la imagen de
su marido. Ten�a un pene peque�ito �se dijo-. Y adem�s demasiado delgado. Ella
siempre so�� con una verga gruesa, larga y jugosa que la mantuviera entretenida
por horas y horas. Pero sus deseos hasta ahora eran s�lo sue�os incumplidos. Si.
S�lo sue�os. Eugenio la tiene m�s chiquita que la mitad de �sta que estoy viendo
�volvi� a decirse ella- Mientras tanto su mano trabajaba con presteza en el
interior de su conchita. El orgasmo le lleg� de inmediato y cerr� los ojos. Un
suspiro ahogado. Despu�s un gritito. Otro grito m�s fuerte. Un sollozo de
lujuria. Y al fin sinti� la explosi�n. Sus piernas se tensaron al m�ximo para
disfrutar del cl�max que la arrebataba impetuosamente. Despu�s la laxitud.
Marissa afloj� todo su cuerpo y sus pies volvieron a tocar el suelo. �Oh qu�
delicia! �Qu� orgasmo tan placentero! Abri� sus ojos y mir� a Perro. �ste no
dejaba de acariciar con su lengua su larga verga, que ahora aparec�a en su m�s
larga dimensi�n. �Pero es incre�ble� -pens� la chica- Jam�s imagin� que un perro
pudiera tenerla tan grande. Sus pensamientos volvieron a llevarla hacia el deseo
escondido. �No! �Volvi� a decirse ella misma- �No es normal! �No debo hacerlo!



Se levant� del sill�n y se fue a meter al cuarto de ba�o.
Estaba empapada. Su cuerpo sudoroso hab�a mojado sus vestiduras. Y qu� decir de
abajo. Era una inundaci�n salvaje; violenta. Ya dentro, volvi� a meter su mano
bajo la desacomodada braga. Ufff...cu�nta leche. Abri� la llave y se lav� la
cara con agua fr�a. Ten�a que alejar esos pensamientos de su mente. Ya m�s
tranquila regres� a la sala. Perro, por lo visto, a�n no acababa en su labor de
autocomplacencia. �Qu� animal! �Se dijo- De pie segu�a observando c�mo la lengua
de Perro manejaba con maestr�a su propio pito. �Se estar� masturbando? �Pens�-
Record� que en cierta ocasi�n hab�a le�do que los animales tambi�n se
masturbaban por instinto, sobre todo cuando no ten�an el modo de cohabitar de
manera natural. �Ser� que las hembras tambi�n se masturban? Se qued� pensativa
por unos instantes, en tanto Perro no abandonaba la suculenta maniobra lingual.
Si �pens� Marissa- debe ser. Yo soy hembra e igual me masturbo. Es cosa de la
naturaleza. Si. Eso debe ser. Oy� que Perro comenzaba a gemir, al tiempo que
intensificaba su accionar. Marissa not� que le sal�a leche de la punta. Si
�pens�- se est� masturbando. �l mismo puede proporcionarse placer. �Qu� belleza!
Un aluvi�n de semen sali� disparado del ariete endurecido de Perro. Y despu�s
otro mucho m�s abundante. M�s pronto de lo que esperaba, el peludo vientre del
animal se pint� de gris blanquecino. Y tambi�n su lengua. Y despu�s el piso.
�Cu�nta leche! Los chorros de leche segu�an brotando del rojizo instrumento como
una llave abierta. Marissa estaba desconcertada. �Qu� venida tan espectacular!
Este animal es tremendamente potente �se dijo-.



Fue en ese momento cuando lo pens�. Si. Ser�a una buena
decisi�n.



-�Qu� te parece si te busco una compa�erita? �Le dijo a
Perro-



El animal, a estas alturas, estaba ya limpi�ndose con la
lengua la leche que hab�a regado.



-Por lo que veo, eres un animalito limpio. Qu� bien que te
asees t� mismo. �Pero qu� haremos con la lechita que echaste en el piso? Esa
tendr� que limpiarla yo misma �No es verdad?



Perro se manten�a en su labor de higiene canina. La chica
volvi� a decirle:



-Est� bien, acabemos ya. Mientras t� te limpias el cuerpo, yo
quitar� todo ese reguero del suelo.



Fue por el trapeador y se acerc� al charco seminal del piso
de mosaico. Iba a pasarlo sobre los restos h�medos de la leche de Perro cuando
le vino la idea. �C�mo ser� el semen de un perro? �Ser� diferente al de los
hombres? Ya no dud� m�s. Se agach� y llev� su mano hasta el charco que ten�a
frente a ella. Hundi� sus dedos entre el l�quido parduzco y lo movi�. Era como
chicloso. Pegajoso. Repiti� la maniobra varias veces, estremecida por todo lo
que estaba descubriendo. �Qu� bueno que se hab�a quedado sola! No pudo evitar
acercar los dedos a su nariz. Ol�a normal. Casi como la leche de un hombre. O
como la de ella misma. Se enderez� y pas� el trapeador sobre los restos de
humedad. Habiendo terminado de limpiar el piso, volte� a ver a Perro, quien
hab�a vuelto a echarse y parec�a dormitar.



-�Vaya! �Le dijo- Se ve que la deslechada te dej� cansado
�Verdad?



La chica sonri�. Si. Ser�a mejor buscarle una compa�era.



Esa misma tarde, dejando encerrado a Perro, se dirigi� hacia
la veterinaria del pueblo. La recibi� el encargado y entablaron el di�logo:



-�Qu� desea?


-Necesito comprar una mascota, pero tiene que ser hembra.


-Claro, tenemos varias��Quiere verlas usted?


-Si�me agradar�a.


-Muy bien. Pase por aqu�.



El encargado la pas� a la trastienda, donde hab�a varios
animales atados. El hombre le pregunt�:



-�C�mo que necesita?


-Bueno, en realidad ya tengo un macho�.


-Oh, si, entiendo. Quiere una perra para cruza, �No es as�?


-Exactamente es lo que busco.


-D�game usted, se�ora �Qu� edad tiene su perro?


-Oh, no lo s�.tal vez dos a�os�o quiz� un poco m�s.


-Comprendo. Bien, pues creo que �ste ejemplar le vendr� muy
bien �le dijo, se�alando una hembra jaspeada de buen aspecto-


-Si, creo que s� �asinti� ella- En realidad es una perrita
hermosa..


-S�es de buena raza, se lo aseguro. Bien, �Desea llevarla
usted misma o quiere que lo hagamos nosotros? Contamos con servicio
personalizado.


-No, no�.ser� mejor que ustedes la lleven a casa.


-Perfecto. As� lo haremos. Esta misma tarde la tendr� con
usted.


-Tambi�n quiero comprar comida para perros.


-Si claro, esc�jala usted misma. La tenemos en el estante..


-Oh no�ser� mejor que usted mismo me recomiende algo�.yo no
se mucho de perros �Sabe?...


-Oh si, claro�entiendo.



Despu�s de realizar las compras Marissa pag� la cuenta, le
dio su domicilio al veterinario y regres� a su casa. Una vez all�, Perro casi se
le ech� encima haci�ndole una sarta de movimientos cari�osos.



-�Qu� crees, Perro? Te compr� una compa�erita. Y es muy
linda�s� que te va a gustar.



El animal se la qued� viendo con mirada interrogante.



-Veamos, amiguito, �Tienes hambre? Pues mira lo que te traje
�dijo, se�alando con el dedo las cajas de comida.



-Ahora mismo comer�s todo lo que quieras. Debes estar bien
alimentado para lo que te espera con tu nueva amiguita�jijijiji�.



Sirvi� la comida en un plato y se lo acerc� al animal. �ste
comenz� a comer con apetito hasta que dio cuenta del suculento banquete.



-�Quieres m�s? �le dijo- sirvi�ndole otro tanto en el plato.



Perro movi� la cola complacido y se dio a meter la trompa
entre las crujientes croquetas. Marissa lo observaba contenta de verlo comer de
esa manera. Despu�s, la chica decidi� meterse en su cuarto para tomar una
siesta. La despert� por la tarde el sonido del timbre. Debe ser el veterinario
�Pens�- . Se acomod� la ropa y sali� de su habitaci�n. Abri� la puerta viendo
que en efecto el veterinario le llevaba la perrita cogida de un lindo collar de
cuero. Luego de entreg�rsela y hacerle algunas indicaciones, el hombre se
retir�, dejando a Marissa con los dos animales dentro de su casa.



-�Vaya! �Se dijo- Jam�s imagin� que en tan poco d�as me
convertir�a en una fiel cuidadora de perros. Este pensamiento le hizo aflorar
una sonrisa. En realidad �pens�- todo eso era mejor que estar sola. Ya
convencer�a a Eugenio para poder quedarse ahora con los dos canes. As� que
cobrando �nimos le acerc� la hembrita a Perro, quien enseguida se puso a husmear
tras su cola.



-�Perro! Mira nadam�s con qu� poca gentileza recibes a tu
compa�era. �Eres un animal falto de educaci�n! Dijo Marissa riendo con ganas.



Perro ni siquiera la mir�. Embelesado por la presencia de la
perra, s�lo se dedicaba a olfatearle el trasero y a proferir gemidos de gozo.



-Bien �dijo Marissa- Ser� mejor que los deje solos. As�
tendr�n ocasi�n de conocerse mejor, sin que yo les haga mal tercio. Jajajajaja.



Fue hasta el televisor, lo encendi� y se dispuso a ver una
pel�cula. Los dos animales comenzaron a brincotear por la sala, yendo despu�s
hacia la cocina, el ba�o y hasta su propia rec�mara. La chica los dej� hacer. La
presencia de los dos canes la animaba. Ya no se sent�a tan sola. Y se dio cuenta
que no extra�aba a Eugenio para nada. Qu� bien �pens� ella-, ojal� no regresara
nunca. Cuando la pel�cula acab� ya hab�a ca�do la noche. De modo que Marissa se
prepar� algo para comer, y despu�s de alimentarse, hizo lo propio con Perro y su
flamante hembra, sirvi�ndole a ambos sendos platos de deliciosas croquetas. Puso
despu�s un par de baldes de agua en la sala y, antes de retirarse a su
dormitorio, les dijo:



-Muy bien, chicos. Ahora me ir� a descansar, y no quiero que
me molesten para nada. �Les espet� en tono de broma, riendo con ganas-



Entrando en su cuarto cerr� la puerta y comenz� a despojarse
de sus vestiduras. Hall�ndose en la intimidad, se dio a contemplar su cuerpo
reflejado en el amplio espejo del tocador. No estaba nada mal �pens� para s�-.
Su figura era sinuosa, con curvas bien definidas. La ondulaci�n de sus caderas y
de sus nalgas era magn�fica. Y qu� decir de la blancura de su piel, tan tersa
como la nieve. Los gl�bulos erectos de sus regias tetas complementaban la
resplandeciente hermosura de su juventud en flor. S�lo un hombre como Eugenio
pod�a no apreciar su belleza �pens�-.



�Bah! �Se dijo- Eugenio es un tonto impotente. No puede haber
otra raz�n para que nunca me toque.



Sumida en sus pensamientos, tom� el cepillo y comenz� a
peinar con voluptuosidad su larga y brillante cabellera negra. Al levantar los
brazos pudo admirar la exquisita belleza de sus sobacos, que aparec�an negruzcos
por la pelusa de tres d�as sin rasurarse. Marissa quiso admirarlos con toda
calma. Deseaba olerlos. Siempre le excitaba mirarse las axilas. No sab�a bien a
bien la causa, pero siempre le hab�an parecido atractivas y excitantes. Si. Se
daba cuenta que siempre le hab�an gustado sus sobacos. Era innegable. Le llamaba
la atenci�n la contrastante oscuridad de la piel axilar con la blancura de sus
largos y aperlados brazos. Era una visi�n realmente deliciosa. Levant� lo m�s
que pudo uno de sus brazos y acerc� su nariz a esa parte oculta y ahora
expuesta, matizada por la inquietante pelusilla negra. Oli� con delectaci�n el
escondido perfume natural que expel�an sus axilas. Hummmm� �Qu� delicia!
Absorbi� con los ojos cerrados el singular aroma penetrante de su propio sudor.
La caminata hasta la veterinaria le hab�a producido intensas transpiraciones. Y
a ella no le gustaba usar desodorantes. Jam�s los usaba. S�lo le produc�an
comez�n. Y ese color tan raro que le quedaba despu�s en las axilas cuando los
usaba. No. S�lo manchaban su hermosa piel sobacal. Para ella era mejor andar
siempre al natural. Baj� el brazo y levant� el otro. Repiti� la maniobra oliendo
profundamente su sudor. Su lengua sali� anhelante de su boca para ir a
introducirse debajo de su vellosa axila. �Qu� rico era pasar la puntita de la
lengua sobre esa parte! Siempre lo hac�a. Era algo que le encantaba. Cuando
estaba sola le gustaba auto explorar esa zona tan especial para ella. Sinti� el
hilillo de baba recorrer suavemente el interior de su hendidura. Abri� los ojos
y volvi� a echar un vistazo al espejo. Pos� su mirada sobre la zona superior de
su pelvis. El rizado montecillo de venus aparec�a retador, reflej�ndose
levantino y oscuro sobre su breve tri�ngulo frontal. Tampoco le gustaba
depilarse all� abajo. Eso era cosa de adolescentes. Ella prefer�a mantener
podada esa regi�n, sin que por ello la lustrosa mata de pelos perdiera el
encanto de su abundancia. Baj� una mano y enred� sus dedos entre los mechones
color azabache, sintiendo el tibio roce de los hilos oscuros. Otro hilillo
baboso resbal� de su interior. Desnuda como estaba fue a acostarse en la cama.
Abri� lentamente sus piernas como tijera y meti� una mano en su entrepierna. De
inmediato palp� la humedad. Era abundante. Como lo hab�a hecho por la ma�ana
cuando vio a Perro, desliz� sus dedos por en medio de su rajita. Cuidadosamente
coloc� el pulgar sobre el inflamado cl�toris, al tiempo que hund�a su dedo
central en su cuquita estremecida. Cuando sinti� que estaba lista inici� los
movimientos ondulatorios de sus caderas, moviendo sus nalgas en un ritmo suave y
lento, con los ojos cerrados, para disfrutar mejor de la caricia, imagin�ndose a
Perro lamiendo su largo y rojo pito. Pronto el ritmo se fue haciendo m�s
violento, hasta que sus nalgas alcanzaron un ritmo arrebatador, mientras sus
dedos hab�an desaparecido en el interior de su ardiente canalillo frontal.
Considerando que era el momento propicio, Marissa coloc� ahora su otra mano
entre las duras bolas de sus nalgas, con la finalidad de auto penetrarse por el
culo. Pronto encontr� el centro del esf�nter, puso su dedo en la entradita y
presion� con fuerza. La falange se fue perdiendo poco a poco dentro de su
apretado culito, en tanto manten�a el pulgar y el dedo de la otra mano
maniobrando en el interior de su vagina. Instantes despu�s se hallaba totalmente
penetrada por ambos lados, al tiempo que su r�tmico accionar hab�a alcanzado una
velocidad y sincron�a incre�bles. Despu�s de algunos minutos de deliciosa
rotaci�n corporal, Marissa sinti� que se ven�a. El orgasmo le lleg� furioso,
salvaje y violento. Sus gemidos se hicieron manifiestos ante semejantes oleadas
de placer. Despu�s fueron gritos de lascivia los que sal�an de su seca garganta,
que pronto se transformaron en aullidos febriles que descompusieron su rostro y
la hicieron bramar de lujuria. Una corrida fant�stica. Al cesar los espasmos la
chica cay� en un trance de laxitud tendida sobre la cama, con el cuerpo
tembloroso y desnudo sobre las blancas s�banas.



Pronto se qued� dormida. No supo Marissa cu�ntas horas hab�an
pasado despu�s de su inolvidable sesi�n masturbatoria, hasta que le despertaron
unos ruidos. La chica se incorpor� y se mantuvo sentada sobre el colch�n,
tratando de identificar qu� era aquello que escuchaba. Casi enseguida volvi� a
o�r una especie de aullido ahogado. Marissa ubic� que el ruido proven�a de la
sala. Se puso la bata y abriendo la puerta de su cuarto fue hasta la estancia.
Busc� el interruptor de luz y lo encendi�. Ech� un vistazo en c�rculos
intentando descubrir a los perros. Pero nada. Camin� hacia la cocina. Todo
vac�o. Regres� sobre sus pasos y busc� por el comedor. Y all� los vio. Perro y
su hembra estaban ocultos y sin moverse bajo la mesita de comer. Marissa se los
qued� mirando tratando de saber el por qu� de los ruidos. Y fue cuando se dio
cuenta que los dos animales estaban pegados. Perro, vuelto con la cara hacia
atr�s, se manten�a atado en un nudo con la hembrita, que se hallaba con la
cabeza inclinada viendo hacia el lado contrario.



-�Vaya contigo, Perro! �le dijo al macho- Ya veo que no
perdiste el tiempo para nada, eh? Hasta llegu� a pensar si alg�n ladr�n hab�a
entrado en la casa.



Perro s�lo alcanz� a levantar su cabeza y mirarla de reojo
con los ojos abiertos, como avergonzado de que su ama lo viera en esa pose.



-No, no, amiguito �le dijo la chica con una sonrisa- No
tienes por qu� avergonzarte de nada. Yo entiendo perfectamente tus motivaciones.
Si supieras lo que yo hago todos los d�as y a cada rato�jajajajajaja.



El animal lanz� un leve gemido.



-Bien��Quieres que intente despegarte de ella? �.Mmmm�no, no
creo que se una buena idea. Mejor qu�dense aqu� hasta que la naturaleza haga su
trabajo. Ya se despegar�n por s� solos.



Antes de retirarse, quiso Marissa ver bien c�mo era que los
animales se quedaban atados en ese nudo gordiano, al parecer imposible de
desatar, y que por cierto, hasta donde ella sab�a, s�lo se manifestaba en el
g�nero canino. De modo que caminando alrededor de los animales, fue a colocarse
justo en el �ngulo central, desde donde pod�a admirar directamente los dos
genitales completamente pegados. Los perros no hac�an ning�n movimiento, sino
que s�lo lanzaban una queja de vez en cuando. La chica se acerc� al sitio donde
las dos colas casi se entrelazaban. Y all� se dio cuenta de lo que suced�a. Una
gran bola de carne venosa, casi morada y totalmente inflamada, imped�a que el
macho pudiese sacar su largo y endurecido pene del breve hoyito de la novel
perrita. �sta soltaba algunos chillidos, que a Marissa le parecieron m�s
placenteros que dolorosos. Aunque de antemano hab�a supuesto que la hembrita
deb�a ser virgen, no cab�a duda que Perro la hab�a desflorado, pues not� algunos
hilillos de sangre que escurr�an por el cuarto trasero de ella.



-Oh, ya veo que lo est�s disfrutando, no? �le coment� a la
hembrita sonriendo-



Sin apartarse de su lugar sigui� observando con atenci�n el
acoplamiento salvaje que imped�a la libertad a los dos canes. Su curiosidad, y
el impacto evidente de lo que estaba viendo, fueron manifest�ndose en la chica
de tal forma, que pronto comenz� a sentir los t�picos hilillos de leche que se
produc�an en el interior de su bajo vientre. Se daba cuenta que ver todo aquello
la estaba calentando. Pero ella s�lo ansiaba observar. Quer�a descubrir con sus
propios ojos la manera en que los perros de desabotonaban. As� que manteni�ndose
en su postura, se sent� ahora sobre el piso con la intenci�n de aguardar lo
necesario hasta que se produjera la esperada desconexi�n carnal. Los perros
segu�an sin moverse para nada. S�lo de cuando en cuando volteaban la cabeza para
tratar de mirarse, en una in�til b�squeda de sus propias miradas. Marissa sent�a
que cada vez se encend�a m�s su lascivia. Contemplar a Perro y su hembrita tan
de cerca, completamente pegados, le produc�a un escozor extra�o en su hendidura
que jam�s hab�a descubierto. Levantando un poco su bata sobre sus muslos meti�
una mano entre sus piernas. El dedo ingres� con furor en su rajita inundada
comprobando la completa humedad que rezumaban sus flujos. All� se dio a tocar
lentamente su rajita sin apartar su mirada de los dos animales enlazados,
poniendo especial atenci�n en la zona donde se produc�a tal conflicto. Los
minutos pasaron con lentitud. La chica, mientras tanto, no dejaba de acariciarse
su vulva estremecida hasta que sinti� llegar la primera explosi�n. �Era
incre�ble! Se hab�a masturbado rico viendo a los animales pegados.
Definitivamente eso era algo nuevo para ella. Tan novedoso que tuvo que aceptar
que hab�a logrado el ansiado orgasmo en un tiempo r�cord. �C�mo la calentaba
verlos en esa posici�n! �se dijo ella misma- . No cab�a duda de que Marissa
acababa de descubrir una nueva motivaci�n para proporcionarse placer. Sin sacar
sus dedos de su cuquita, la chica continu� en su posici�n observatoria mientras
se deseaba, tratando de no perderse el momento sublime del desacoplamiento. Y
�ste por fin lleg�. Marissa se qued� quieta. Vio que Perro dio el primer jal�n.
La hembra aull� a causa de la presi�n que ejerc�a el inflamado alv�olo del
macho. �ste jal� por segunda vez su cuerpo hacia fuera y la perrita exhal� otro
gemido. Marissa estaba atenta a los acontecimientos, viendo claramente c�mo la
inflamada bola del pene de Perro intentaba salir del agujero de la hembra sin
conseguirlo. El macho, dando un paso hacia atr�s, esper� pacientemente algunos
segundos. Y entonces, haciendo acopio de fuerzas, dio el tercer jal�n. El
chasquido le lleg� a Marissa con claridad. Por fin la bola aquella emergi� de su
prisi�n. Perro dio unos pasos hacia delante mientras la hembra buscaba descanso
ech�ndose en el piso. Marissa observ� los genitales del macho, que ahora
colgaban por su parte trasera. El alv�olo aparec�a inflamado y venoso, con una
tonalidad viol�cea, pegado a los cuartos traseros de Perro. El animal se dobl� y
llev� su larga lengua hacia esa parte rojiza, a�n caliente y sangrante por el
brutal ayuntamiento. All� empez� a lamer sus genitales, poniendo especial
cuidado en la limpieza de aquella gigantesca pelota, que poco a poco se iba
haciendo m�s peque�a. Marissa observ� que una serie de gruesas gotas de semen
ca�an sobre el piso. Al parecer, el alv�olo de Perro estaba derramando los
restos de leche que le hab�a echado a la perrita. En pocos minutos aquello se
convirti� en un charco incre�ble.



-�Vaya! �pens� Marissa- Este Perro s� que es de un vigor
tremendo.



No pudo evitar arremeter contra su ardoroso chochito, con la
firme intenci�n de saciar por en�sima vez sus ansias. No tard� mucho Marissa en
sentir los estertores de los espasmos de la venida. Por segunda ocasi�n
alcanzaba el cl�max con ambos animales a su lado, de tan s�lo ver las escenas
finales de aquel tremendo e impactante acoplamiento entre macho y hembra.
Mentalmente la chica agradec�a la fant�stica idea de llevar a Perro hasta su
casa, as� como el haberle provisto de una hembra que pudiese complacer sus
ardores. Si. No cab�a duda de que hab�a sido una idea genial. Ahora,
aprovechando la ausencia de su marido, ella podr�a regocijarse a sus anchas con
aquellos dos amiguitos que desde aquella noche inolvidable ser�an sus
inseparables compa�eritos de juego.




Cap. III



El d�a amaneci� tan caluroso como siempre. Marissa
transpiraba recostada en la cama, mientras sus pensamientos volaban recreando
las escenas vividas la madrugada anterior. �Qu� cogida la de los dos animales!
Quien iba a decir que Perro ser�a portador y due�o de semejante sable que ten�a
por verga. Y qui�n se iba a imaginar que por tan extra�as circunstancias, el
animal acabar�a qued�ndose en su propia casa. Ahora que lo pensaba, se daba
cuenta que lo mejor para una mujer era tener un perro macho en casa; y si se
ten�a la suerte de proveerle de una hembrita para que le hiciese compa��a, mucho
mejor a�n. De ese modo la propietaria podr�a calentarse admirando la forma en
que cog�an. Y lo m�s candente de todo, que pod�a masturbarse hasta el delirio
vi�ndolos cohabitar. Con raz�n la humanidad amaba tanto a esos animales. El
mejor amigo del hombre �pens� la chica sonriendo-. S�. Era cierto. Ten�a que
convencer a Eugenio para que la dejara quedarse con la pareja de animalitos. De
esa manera, mientras �l se iba al trabajo, ella podr�a entregarse a los juegos
prohibidos con ambos canes sin impedimento de ning�n tipo. Ser�a fant�stico
poder hacer eso. Y de paso ya no se sentir�a tan sola. Tendr�a con qu�
entretenerse. Y las suculentas masturbadas. Mmmmm� De tan s�lo pensarlo volvi� a
sentir el t�pico estremecimiento en su ardiente vulva. Marissa abandon� el
lecho, se duch� y luego se arregl� y se visti�. Quer�a echar un vistazo a la
pareja de perritos y de paso, tambi�n alimentarlos. Sali� a la estancia y los
busc�. Ambos canes estaba dormidos, tirados en el suelo. La chica entr� en la
cocina y se puso a preparar el desayuno. Sent�a deseos de salir a dar un paseo y
caminar por las tiendas un rato. Necesitaba distraerse.



A poco los dos perros husmeaban entre sus piernas mientras
ella hac�a la comida. Cuando todo estuvo listo, ech� croquetas y carne asada en
un par de platos y se los acerc� a los animales, al tiempo que ella se serv�a el
desayuno. Mientras com�a, la chica observaba el buen apetito que mostraba la
parejita de perros, quienes seguramente desgastados por la sesi�n sexual
nocturna, devoraban todo con avidez. Habiendo terminado de comer, la chica se
dio a lavar los trastos y se dispuso a salir a la calle, no sin antes
recomendarle a Perro y su compa�era:



-Bien, amiguitos�saldr� fuera unas horas y no quiero
desmanes, eh?...as� que se andan con cuidado hasta que regrese �les coment�
cari�osa-



Saliendo de la casa, Marissa asegur� la puerta y camin� por
la calle dirigi�ndose al centro de la ciudad. Anduvo merodeando por las tiendas
admirando lo que �stas ofrec�an. Un buen rato despu�s se meti� en el
supermercado. Necesitaba comprar provisiones. Se hizo de lo necesario y viendo
su reloj, consider� que era tiempo de regresar a casa. Tom� un taxi y se
encamin� a su hogar. Baj� las cosas, meti� la llave en la cerradura y abri�.
Meti� las cosas y con toda calma comenz� a acomodar todo en la alacena. Ni
siquiera hab�a reparado en los perros. Cuando hubo acabado estaba toda
transpirada. El calor estaba en su punto m�s �lgido y sent�a sus ropas
completamente h�medas de sudor. Camin� por la estancia buscando a los dos
animalitos. �Pobrecitos! �Pens�-. Era tiempo de que volvieran a comer. Fue a la
sala pero no estaban all�. Se encamin� hacia su cuarto y fue all� donde los
descubri�. Perro estaba intentando montar a la hembrita. Vio el ariete colorado
del macho sobresalir como una bayoneta calada de su funda felposa, mientras
intentaba una y otra vez encaramarse sobre la parte trasera de la perra. La daga
de Perro buscaba con af�n la oquedad de la hembra sin conseguir penetrarla. La
visi�n de los inicios de aquel juego sexual la enardeci� como nunca. Ciertamente
la chica hab�a visto a los animales pegados, pero no hab�a sido testigo hasta
ahora de un acoplamiento completo. Sintiendo el cl�sico hilillo recorrer sus
interiores, Marissa no perdi� oportunidad para acomodarse de tal forma que
pudiese observar con todo detalle las maniobras de ambos, canes que por lo visto
no tardar�an en empezar la feroz batalla. Sent�ndose en el piso los dej� hacer,
tratando de pasar desapercibida. No deseaba por ning�n motivo interrumpir el
accionar de los dos amantes. Por el contrario. Esta vez quer�a ver con toda
calma y claridad lo que ambos hac�an, tratando de satisfacer dos aspectos: Uno,
conocer c�mo el macho hac�a suya a la hembra, con todo el ritual que esto
significaba. Y dos, aprovechar tan caliente circunstancia para dar rienda suelta
a sus deseos, masturb�ndose con solicitud, en tanto su vista se recreaba con las
escenas tan caliente del ayuntamiento canino.



Sin apartar su mirada de las intentonas de Perro por
penetrarla, Marissa advirti� que por fin el macho lograba retenerla del trasero
montado sobre su lomo, en tanto la agarraba fuertemente con sus grandes patas
delanteras. Claramente vio la chica c�mo la punta del filoso estilete moreteado
ingresaba por fin en el hoyo vaginal de la perra. Esta vez, dej�ndose caer sobre
ella, Perro dio un par de pasos hacia el frente y por fin la clav� sin
misericordia, insert�ndole su largo pito hasta el fondo. La hembrita comenz� a
lanzar una serie de aullidos de dolor, indic�ndole a Marissa que al ser una
perrita reci�n desvirgada, era l�gico que acusara el dolor de la brutal
penetraci�n. La chica se daba cuenta que la perrita hac�a esfuerzos por zafarse
de la prisi�n de las patas delanteras del macho sin conseguirlo, pues �ste,
sabedor del trabajo que le hab�a costado montarla, por ning�n motivo dejar�a
escapar el suculento bocado que estaba disfrutando. Pronto Perro comenz� a
moverse con el cuerpo arqueado tras el culo de la perra, iniciando una serie de
arremetidas tan tremendas que Marissa ve�a como la verga entraba y sal�a sin
cesar de aquel breve conducto colorado, que pronto comenz� a dilatarse ante las
feroces embestidas del macho.



La chica, sintiendo que el deseo de su sangre cada vez iba en
aumento, manifest�ndose con todo el furor de su lascivia en el interior de su
entrepierna, no quiso desaprovechar la ocasi�n para tocarse su hendidura, por lo
cual hundi� con frenes� sus dedos en su cuquita y abriendo las piernas, se dio a
moverlos con delectaci�n, manteniendo el grueso pulgar aferrado sobre el tibio
bot�n de su cl�toris, mientras su dedo m�s largo ingresaba con delirio en su
inundada cuevita frontal. All� se mantuvo en una r�pida manipulaci�n de su
rajita estremecida sin apartar la vista de los animales, quienes continuaban
movi�ndose fren�ticos en su culeatoria labor. Marissa vio que Perro cada vez se
pegaba m�s al levantado trasero de la perra, que a estas alturas ya no opon�a
resistencia alguna, sino que ahora manten�a sus ojos extraviados disfrutando con
amplitud de las furiosas embestidas de la verga del macho, la cual hab�a crecido
enormemente, a juzgar por el pedazo de carne que se pod�a distinguir cuando
entraba y sal�a del canal de la hembra. Marissa disfrutaba enormemente de las
gratuitas visiones de los dos canes en la plenitud del ayuntamiento, sintiendo
un rubor tan fuerte y exquisito sobre sus sienes, que jam�s pens� que pudiera
experimentar contemplando semejantes escenas. Pero mucho m�s fuerte a�n eran las
manifestaciones en su abierta hendidura, la que se contra�a una y otra vez en
lujuriosas palpitaciones que pronto la llevaron a la experimentaci�n de un
orgasmo tan tremendo, que all� mismo donde estaba comenz� a gritar con una
pasi�n incontenible, abriendo y cerrando sus piernas a causa del intenso placer
que sent�a.



Para entonces, ni macho ni hembra hab�an dejado de moverse
con furia salvaje, al tiempo que el pito endurecido de Perro, que ya rezumaba
abundantes gotas parduscas que ca�an al piso de vez en cuando, segu�a entrando y
saliendo con soltura de aquel enrojecido hoyito que se abr�a palpitante ante las
brutales embestidas. Marissa, tirada como estaba sobre el suelo, y previendo
quiz�s que pronto los amantes llegar�an al final del intenso encuentro sexual,
quiso colocarse m�s cerca de la pareja con la finalidad de verlos acabar sin
perderse un solo detalle. De modo que arrastr� su cuerpo lentamente hacia los
dos animales, quienes ni por enterados se dieron de su maniobra. La chica,
aprovechando que los amantes se hallaban perdidos en los intrincados laberintos
de la lujuria, hizo gala de todo su arrojo y casi se fue a meter bajo los
genitales de la pareja, viendo con pasi�n y deleite c�mo la enorme verga de
Perro continuaba ingresando y saliendo con velocidad de la cuca de la perra, la
que se hab�a acomodado de tal forma que su grupa quedaba ahora m�s a modo frente
a las embestidas de su macho cogedor. Por decir as�, Marissa se hab�a colocado
justo debajo de la acci�n, tan cerca de la zona de conflicto, que se arriesgaba
a ser pisoteada de su cara por las patas de ambos canes, que entregados a la
lujuria s�lo ten�an como objetivo lograr la ansiada venida.



Desde su privilegiada como arriesgada posici�n, la chica
observaba como nunca antes lo hab�a hecho en su vida, la sensacional cogida que
Perro le prodigaba a la hembrita, viendo con toda claridad c�mo el basti�n
inflado y morado del macho entraba y sal�a en un deslizar extraordinario. Cuando
Marissa ve�a salir alg�n copo de leche de la ah�ta regi�n p�lvica de la perrita,
buscaba ubicarse de tal forma que �sta fuese a dar al interior de su boca. De
modo que la abr�a lo m�s que pod�a y buscaba colocarse cuidadosamente bajo la
trayectoria de la gruesa gota blancuzca, hasta que la sent�a ingresar en su
cavidad y enseguida la degustaba con pasi�n. Tan semejante acto semi mamatorio
de la mujer, como la contemplaci�n del salvaje ayuntamiento perruno desde una
perspectiva inferior, forzosamente ten�an que producir los intensos y lascivos
piquetes del deseo en el bajo vientre de la arrojada chica, de manera que sus
manos no se apartaban ni por un instante del centro de sus abiertas piernas,
donde manten�a perdidos los dos dedos que siempre utilizaba para esos
menesteres. Sin dejar de dedear con ritmo implacable su palpitante rajadura,
pronto vio Marissa que el alv�olo circular de Perro comenzaba a adquirir como
por arte de magia aquel intenso inflamiento que hac�a que se perdiese dentro del
hoyo de la hembra, por lo esta vez s�lo ten�a ojos para ver el momento en que la
venosa pelota de carne ingresara dentro de la cavidad perruna. Marissa tuvo que
reconocer que no se hab�a equivocado en sus c�lculos y apreciaciones, ya que
Perro, en un supremo e intenso estertor, dej� caer la masa de todo el peso de su
cuerpo sobre la grupa posterior de la perrita, perdi�ndose dentro de ella aquel
redondo y morado rollo de carne, al tiempo que �sta profer�a in�tiles gritos y
aullidos de dolor que s�lo culminaron cuando el alv�olo se perdi� en las
profundidades



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Relato: Causalidad
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