Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam�



Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam�


Ensimismada en la tarea de sacar de las cajas sus pertenencias e irlas acomodando en los muebles de ese cuarto nuevo para ella, escucha distra�da como su madre se asoma por la puerta para decirle que estar� ausente toda la tarde, ya que necesita comprar muchas cosas para hacer habitable aquella nueva casa.
Ciertamente y habiendo sido la vivienda de un soltero empedernido como fuera su padrastro hasta casarse con su madre, la casa no es un hogar y carece de todo aquello que hace al confort de una familia, especialmente en cuanto a la ropa de cama, vajilla, utensilios de cocina y provisiones; por un momento est� tentada de pedirle a su madre que la deje acompa�arla para conocer aquel nuevo vecindario, pero r�pidamente asume que a los diecis�is a�os, debe tomar responsabilidades y, por lo menos, contribuir con el ordenamiento.
Con la mente en blanco y ensordecida por la m�sica del MP3, sigue eligiendo prendas de ropa interior que va ordenando en un caj�n de la c�moda y por eso es que no percibe la entrada de Marcial al cuarto; el nuevo marido de su madre lo hace subrepticiamente y despu�s de acomodar lo que trae en la mano sobre un estante de la semi desierta biblioteca, se aproxima por detr�s de la jovencita.
Inclinada sobre el caj�n abierto, s�lo cobra conciencia de su presencia cuando aquel la aferra por el cuello para enderezarla y con todo el peso de su cuerpo la empuja contra el mueble; no tiene tiempo ni de ensayar un grito o protesta, ya que una de sus grandes manos le tapa la boca mientras la otra busca �vida los senos.
�ntimamente, P�a desea que no sea Marcial, pero por su perfume y corpulencia ser�a ingenuo pensar que fuera un ladr�n; espantada ante la perspectiva de una violaci�n, intenta resistirse con manos y pies, pero �l la da vuelta con habilidad y cuando ella est� a su frente, tras sujetarle las manos con una de las suyas a la espalda, busco su boca con golosa avidez.
A pesar de su edad, hac�a m�s de dos a�os que sostiene apasionadas escaramuzas con los muchachos y salvo el hecho de no haber sido penetrada, es competente en aquello de manoseos y mamadas; sin embargo, esta situaci�n era totalmente distinta, ya que no trata de un muchachito sino de un hombre hecho y derecho que, adem�s, es el esposo de su madre.
P�a intenta mover la cabeza de un lado al otro para evitar los besos hasta que, irritado, �l la aplasta m�s contra la c�moda al tiempo le inmoviliza la cara con la otra mano y los gruesos labios se restriegan sobre los suyos; con la boca prietamente cerrada, emite gritos sofocados que naturalmente ni alcanzan a salir del cuarto hasta que ya no puede aguantar sin respirar y al separar los labios, la boca angurrienta se apodera de ellos en voraces besos.
Jam�s ha sido besada a la fuerza y esos labios recios la lastiman pero al sentir las fuertes succiones y la lengua introduci�ndose a la boca, en un acto puramente reflejo, cede a la presi�n en tanto responde instintivamente al beso; la hembra primigenia prima por sobre la adolescente y colaborando con labios y lengua, se entrega blandamente.
C�ndidamente piensa que el hombre se contentar� con eso, pero comprueba estremecida como la mano abandona su quijada para bajar a alzarle la pollera acampanada y hurgando en el el�stico de la bombacha, lo traspone con facilidad a la b�squeda de su entrepierna; eso ya no le es tan com�n y d�ndose cuenta de que por su f�sico peque�o Marcial finalmente la violar�, qui�ralo o no, decide no hacerlo enojar y ver si con una entrega voluntaria evita mayores da�os y principalmente que su madre se entere.
Sin hacer evidente su consentimiento, va dej�ndolo hacer y en vista de esa mansedumbre, �l le suelta las manos para llevar la suya a deslizarse por debajo de la remera en procura de sus senos; los pechos en agraz est�n en un punto medio entre lo infantil y la madurez, s�lidos pero no grandes, macizos pero m�rbidos, sin corpi�o que los sostenga por lo caluroso de la ma�ana, caen en una deliciosa comba sobre el abdomen.
En tanto la mano se dedica a sobarlos como comprobando su consistencia y la boca se esmera en ese besar que ahora ha sofrenado sus �mpetus, dos dedos de la otra escarban en la tupida mata de vello p�bico y aunque ella cierra instintivamente las piernas, encuentran la raja al tanteo, introduci�ndose en ella en un restregar que al principio la molesta pero luego resulta indeciblemente delicioso.
El capta enseguida la relajaci�n de la chiquilina y dej�ndola de besar por un momento, levanta la remera por sobre sus brazos y el hermoso torso se le ofrece maravillosamente desnudo; volvi�ndola a abrazar como para evitar una huida, va bajando con labios y lengua por el cuello juvenil, comprobando que, aunque sin ella saberlo, su pecho ostenta ya el rubicundo sarpullido de las mujeres excitadas.
Tras lamer y besuquear ese apenas perceptible estern�n, la lengua tremolante se dirige hacia uno de los pechos para explorarlo en todo su contorno y ascendiendo en lerda espiral, va arribando a la c�spide donde se ve una aureola peque�a que sostiene a un pez�n extra�amente grueso en cuyo v�rtice es notable el agujero mamario como si se tratara de una mujer parida; esa s� es una experiencia hartamente repetida para la chica, ya que aparte de sus soberbias masturbaciones y mamadas a los j�venes, es lo m�ximo que les permite hacer en ella.
Desconociendo las �habilidades� de su hijastra, el hombre est� fascinado por esos senos a los que cree v�rgenes y entonces lleva la lengua a tremolar vibrante sobre las pulidas aureolas para luego azotar persistente al el�stico pez�n; involuntariamente, la jovencita deja escapar hondos suspiros entremezclados con un leve gemir y atribuy�ndolo al goce de su primera mamada, comenz� a succionar con intensidad al pez�n.
Las dos manos ya rodean a las tetas para sobarlas con regulares estrujones y entonces la boca deambula de un seno al otro ejerciendo un maravilloso chupeteo que, ante un murmurado asentimiento de la chica y sus manos acarici�ndole fren�ticas la cabeza, concentra en un pecho, chupando fuertemente la mama con la contribuci�n de los dientes en m�nimas e incruentas mordidas, haciendo a pulgar e �ndice de la otra mano encerrar al pez�n para restregarlo suavemente entre s�, pero que con el incremento en los ayes y suspiros de la muchacha, clavan la u�a del primero en la carne, obteniendo en respuesta el fren�tico aullar de su repetido si.
Entusiasmado por la condescendencia de su hijastra hace que las manos vayan baj�ndole la pollera junto a la peque�a trusa y ella misma contribuye obediente moviendo las piernas y cuando �l las lleva hasta sus pies desnudos, los levanta alternativamente para desprenderse de las prendas; maravillado por la belleza de ese cuerpo totalmente desnudo y el sumiso consentimiento de la chica, se arrodilla a su frente para hacerle abrir las piernas sin brusquedad y asi�ndola por las nalgas, acerca la cara al vientre para olisquear ese aroma netamente femenino que sin embargo conserva perfumes infantiles.
P�a presiente que su padrastro va a realizarle aquello por lo que los muchachos claman insistentemente, especialmente cuando lo hacen en un auto y que ahora debe de aceptar irremisiblemente; mirando hacia abajo, ve como �l saca una lengua larga y ancha para luego de aspirar ansioso entre la enrulada alfombrita, la coloca sobre el comienzo de la vulva y desde all� desciende lamiendo como un gato hasta la parte inferior.
La muchachita en realidad no sabe por qu� se ha negado a que los chicos se lo hicieran y ahora comprueba lo equivocada que estuvo, ya que la lengua de Marcial desliz�ndose sobre los labios es tremendamente delicada y su contacto le provoca unas cosquillas desconocidas en el fondo del vientre; �l alza la vista y al ver la angustia en su bello rostro, se da cuenta de que no ha estado descaminado al suponerla una calentona con la cual podr�a consumar sus m�s ambiciosas depravaciones; tirando de ella hacia abajo, consigue hacerle flexionar las rodillas y con eso la dilataci�n de la entrepierna. Llevando sus manos a la vulva, separa con los dos pulgares los labios de ese sexo verdaderamente virgen para contemplar arrobado su interior.
En sus cuarenta y cinco a�os ha visto innumerables sexos de mujeres, pero el de esta ni�a es incre�blemente hermoso; los labios menores parecen llenarlo todo y no por la abundancia de esas carnosidades crecidas a costa de infinitos roces, restregones y golpeteos de las mujeres adultas, sino porque forman una especie de cresp�n de fin�simos encajes por la frondosidad de los frunces; semejantes a esos intrincados corales australianos, de un p�lido rosado en el fondo, cobran color hacia los bordes que finalmente lucen un filo viol�ceo.
En la parte superior se ve la rosada capucha del cl�toris hundido en la rendija y por debajo se entrev� apenas la abertura de la vagina; obnubilado por esa exquisitez, hace tremolar a la lengua para ir recorriendo esas puntillas y eso lo conduce a encerrarlos entre los labios para chuparlas con afanosa avidez; no puede negarse a s� mismo que no esperaba semejantes dones sexuales en esa muchachita que, siendo amigo de su difunto padre, conoce desde mucho antes que se convirtiese en mujer y menos su voluntariosa entrega, aunque sea por temor.
En la certeza de que su prop�sito original podr� cumplirse acabadamente con la colaboraci�n de P�a, la levanta para arrastrarla con �l los dos pasos que los separan de la cama y haci�ndola sentar en el borde, se quita la remera y el short y d�ndose vuelta para hacerle creer que los acomoda en el estante de la biblioteca, corrige el �ngulo de la c�mara que antes colocara subrepticiamente; volviendo r�pidamente a su lado, le abre las piernas para encogerlas con cierta violencia que arranca un quejido en su hijastra y pidi�ndole que las sostenga as� con sus manos, se arrodilla frente a la espectacular zona er�gena que en esa posici�n deja en evidencia la contundencia que adquiriran en poco tiempo las empinadas nalgas y all�, en el nacimiento de la hendidura, se deja ver un cerrado orificio anal de un subido ros�ceo y negruzco en el centro.
En el caso de P�a, el perineo resulta casi inexistente y all� se abre la cavernosa boca de la vagina que en realidad no parece ser tan cerrada como aparentara; tentado por la gula, lleva la punta afilada de la lengua a los esf�nteres anales y ah� la chica pega un respingo que lo hace pedirle que se tranquilice al tiempo que su dedo mayor comienza a frotar tiernamente al naciente cl�toris; la lengua estimulando su ano y el dedo estregando firmemente al cl�toris, llevan a P�a a un mar de nuevas sensaciones muy distintas a las que experimentara en los furtivos toqueteos de los muchachos y por primera vez cree sentir una necesidad sexual como s�lo las mujeres adultas podr�an tenerlas.
Si bien es cierto que Marcial no es su progenitor, los ocho a�os en que conviviera con su madre antes de concretar el matrimonio, lo han convertido en el padre sustituto del desaparecido Rafael, pero no es tan inconsciente como para no comprender lo complejo de esa relaci�n que la convertir�a en su amante y en �la otra� de su misma madre y sin embargo, lo que el hombre le est� haciendo es lo m�s maravilloso que le sucediera en la vida y por lo que supone, s�lo el pr�logo de una verdadera relaci�n sexual.
Voluntaria pero no ingenuamente, dando rienda suelta a sus recurrentes fantas�as nocturnas, aferra entre sus manos las piernas por detr�s de las rodillas y llev�ndolas casi hasta los hombros, las abre tan desmesuradamente como puede en tanto alza la cabeza para mirar la rubia cabellera del hombre mientras susurra repetidos s� en medio de sus jadeos de excitaci�n; jam�s hubiera imaginado que ese lugar por donde expel�a sus heces pudiera ser poseedor de tal sensibilidad y el tremolar de la lengua lleva un nuevo escozor al fondo de su vagina que la hace alentar a su padrastro para que se lo haga m�s y m�s.
Comprendiendo que est� frente al despertar de una verdadera hembra cuya sexualidad larvada podr�a hacerle alcanzar las experiencias m�s pervertidas, Marcial se aplica en el leng�eteo hasta hacer ceder a los esf�nteres para ir penetrando imperceptiblemente la tripa y aunque ese picor se parece sospechosamente a las ganas de evacuar, la chica lo alienta a continuar porque eso realmente le gusta.
Es tanta la entrega de la chiquilina, que el hombre teme excederse en esa violaci�n que comienza a ser consentida y hasta al parecer ansiada por la muchachita pero, aunque se muere por acelerar los tiempos, decide ser prudente y en tanto reemplaza al mayor por �ndice y pulgar juntos en la estimulaci�n al ahora crecido cl�toris, paulatinamente va suplantando a la lengua por la punta del �ndice en la sodom�a; mil�metro a mil�metro el dedo va introduci�ndose al recto de forma tan imperceptible que casi ni se nota pero que arranca en su hijastra entrecortados y roncos grititos de placer entremezclados con fervorosos asentimientos.
Con la boca abierta en un grito mudo y los ojos desorbitados por esas sensaciones que parecen mezclar el sufrimiento con el goce m�s profundo, P�a siente como el dedo va penetr�ndola de una forma tan satisfactoria que la enajena y cuando todo aquel est� en su interior y el hombre inici� un moroso vaiv�n que se combina con el restregar de los dedos al cl�toris, cree morir de tanta dicha; un algo at�vico le hace emprender la c�pula m�s primitiva y en tanto ase desesperadamente las piernas para darles un movimiento de hamaca, clama estent�rea por la obtenci�n de un alivio que nunca ha imaginado iba a reclamar.
Reemplazando a los dedos en el cl�toris con su boca, Marcial la emprende a leng�etazo puro sobre el delicado pene femenino, que cede el�sticamente a los azotes y cuando su hijastra manifiesta balbuciente lo mucho que eso le place, lo encierra entre los labios para comenzar a succionarlo en delicadas chupadas mientras el dedo que la sodomizara, va introduci�ndose cuidadoso a la vagina; tan virgen como el ano, los tejidos se muestran prietos, aunque su temperatura le comunica el estado de excitaci�n de P�a, quien le suplica en mimosos murmullos que no la lastime.
Dios sabe que no es esa su intenci�n y como nunca ha desvirgado a mujer alguna, �l tambi�n est� temeroso de herirla; el dedo avanza medroso y a poco de pasar el vest�bulo, encuentra una d�bil resistencia el�stica de la consistencia de un nylon. Algo en la forma que la boca alien�gena se cierra repentinamente sobre el dedo, le indica que eso es lo que debe profanar y lentamente, con tierna dedicaci�n, va empuj�ndolo.
El himen cede el�sticamente y �l no puede calcular cuando se producir� el punto de ruptura hasta que de pronto, su dedo lo rasga y el grito estridente de su hijastra le dice que la ha desvirgado; P�a tambi�n hab�a esperado ese momento con anhelosa crispaci�n hasta que un fuerte pellizco le provoca un agudo dolor que inmediatamente se convierte en gozoso disfrute al sentir como el dedo se adentra al canal vaginal.
El hondo sollozo que sigue al alarido asusta a Marcial pero escuchando el jubiloso asentimiento de la muchacha, vuelve la boca al cl�toris y en tanto lo chupetea con esmero mientras un pulgar reinicia la ahora lerda sodom�a, acompa�a al �ndice con el mayor; los dos dedos unidos escarban sobre las mucosas para luego iniciar un coordinado vaiv�n junto con el del ano durante un largo momento en el que su hijastra sacude vehemente la pelvis en un involuntario coito que lo ayuda a incrementar la penetraci�n, hasta que ella, meneando inconscientemente fren�tica las caderas y en medio de un resollar de palabras inconclusas, se envara y �l recibe entre los dedos los tibios jugos del primer orgasmo de su hijastra.
Atento a eso de los tiempos de las mujeres, Marcial contin�a por unos momentos m�s el sometimiento de los dedos en soberbio rascar, comprobando que lentamente la chica abandona la crispaci�n para relajarse blandamente en la cama; al retirar los dedos, s�lo restos m�nimos sanguinolentos acompa�an al caldo fragante de la eyaculaci�n y el saber que la ni�a soporta c�modamente las penetraciones, lo decide.
Vi�ndola respirando afanosa por la boca abierta y los ojos cerrados en tanto su lengua enjuga los goterones de sudor de los labios, manosea vigorosamente el semi erecto falo para hacerle adquirir mayor rigidez y tras la breve masturbaci�n, vuelve a elevarle las piernas que hab�an ca�do laxamente para hacerle apoyar los pies sobre la cama y entonces acerca la punta del ovalado glande a la peque�a abertura; ese contacto hace reaccionar a P�a, quien enseguida recupera la lucidez tras su moment�neo sopor y espantada ve sobre s� la corpulenta humanidad de su padrastro.
Sabiendo con certeza que ese ser� en realidad su verdadero desvirgamiento, intenta un natural movimiento de huida clavando los codos en la cama, pero �l se lo impide al sostenerle los muslos contra su cuerpo y de ese modo, el falo va penetrando lentamente en la vagina; a pesar de haber tenido entre sus dedos y labios varias vergas de distinto tama�o, ninguna se compara con lo que est� adentr�ndose entre sus carnes y dolorosamente experimenta la verdadera sensaci�n de estar siendo violada.
Inclin�ndose sobre ella y al tiempo que regula la intensidad de la penetraci�n, Marcial se apoya en los codos a cada lado suyo para sobar entre sus dedos los estremecidos pechos mientras la boca vuelve a chupetear golosamente los pezones: �l siente la oposici�n de los m�sculos vaginales al estrecharse contra el falo y una empecinada estrechez parece querer impedirle continuar, pero comprende que la voluntad de la chiquilina no incide en eso y que siendo una respuesta natural del cuerpo, todo est� en la repetici�n para el acostumbramiento.
A P�a, por el contrario, le parece mentira estar soportando semejante barra de carne introduci�ndose en ella, lacerando y destroz�ndole sus tejidos m�s �ntimos, pero tambi�n se extra�a de que aquello no le fuera m�s doloroso que la simple molestia del excesivo tama�o; progresivamente, el miembro separa las carnes sin pausa ni piedad y s�lo se detiene ante el obst�culo del cerrado cuello uterino pero al ir Marcial extray�ndolo hasta casi escapar del sexo y reiniciar la c�pula, el incremento de un desconocido placer va inund�ndola.
Escuch�ndola musitar mimosamente ese nuevo goce, el hombre comprende que definitivamente la chiquilina es una verdadera puta en ciernes, tal vez gen�ticamente, habida cuenta de la incontinencia sexual de su madre, rayana en el furor uterino o la ninfoman�a; dejando de lado las magnificas tetas, se reincorpora para sostenerle un poco elevada por la cintura a la espera de ver como la chica reacciona al hamacarse de su cuerpo.
Y esta no defrauda sus esperanzas, ya que exaltada por el placer que le causa la verga desliz�ndose adentro y afuera de la vagina, estira autom�ticamente las piernas para envolver la cintura de Marcial y con los talones presiona las nalgas como atray�ndolo m�s contra ella; eso es lo que aguardaba el hombre quien, elev�ndole aun m�s el cuerpo hasta la altura de su pelvis, se mece en tan lentas como violentas penetraciones en las que ahora s� transpone la estrechez del cuello hasta rozar con la punta del falo el endometrio.
Encantada porque el coito sea esa cosa tan maravillosa y no la crueldad que ella imaginara, agradece a su padrastro por estar haci�ndole aquello y as�, en medio de halagadoras exclamaciones de goce y angustiosos pedidos por m�s, se adapta al balanceo con el arqueamiento del cuerpo y sus manos se dirigen instintivamente a sobar la oscilante masa de los pechos; atento a sus intenciones posteriores y en un cansino movimiento oscilatorio, Marcial la penetra cansinamente en tanto la interroga sobre si aquello le gusta tanto como parece y la incita a pedirle que cosas quisiera que le haga.
Ya la mujer hab�a superado a la adolescente y en la mente de P�a bulle lo que sus fantas�as elaboran a partir de ciertas im�genes que cierta tarde viera en Internet en casa de un compa�ero mientras le hac�a sexo oral; vergonzosamente y evitando un lenguaje grosero pero sin saber como explicarse, le dice que quer�a probar c�mo se siente estando ella arriba.
Contento porque la muchacha allana el camino de sus intenciones y es terreno f�rtil para instigarla a las depravaciones, sale de ella y tendi�ndose a lo largo de la cama, va gui�ndola para que se acaballe sobre �l con las rodillas casi junto a su pecho. Una vez que P�a est� en esa posici�n, toma el falo con la mano para mantenerlo erecto y la invita a ir descendiendo el cuerpo; aunque sea peque�a con respecto al hombre, P�a posee un par de largas piernas que la mantienen alejada de la verga y aunque la ha tenido en su interior durante un rato, la excitaci�n de esa nueva posici�n la emociona tanto que no puede reprimir un estremecimiento que la hace vibrar ostensiblemente, tanto que Marcial le pregunta ansioso si es que ahora tiene miedo.
Erguida con su sexo alineado a la cara del hombre y con los ojos cerrados por la expectaci�n, va bajando el cuerpo lentamente hasta sentirlo rozar la punta del falo, pero el moroso bajar no sirve para sentirlo adentrarse en la vagina, sino que la mano de �l lo encamina para que estriegue reciamente todo el interior de la vulva y reci�n cuando ella detiene su descenso, lo emboca en el sexo y con las manos apoyadas en sus hombros, va empuj�ndola para que toda la tremenda verga se aloje en la vagina y las carnes del sexo rocen la mata del rojizo vello p�bico masculino.
Nuevamente el tama�o del falo la deja sin aliento unos segundos hasta que se relaja y obedeciendo las indicaciones de su padrastro, va flexionando levemente las piernas en un galope en el que cada vez se alza un poco m�s para que la ca�da sea m�s intensa; poniendo sus manos debajo de los muslos, �l la ayuda a incrementar el envi�n, acompa��ndola con el empujar de su propia pelvis y cuando alcanzan una cadencia que pone en el rostro casi infantil una sonrisa plena de voluptuoso goce, le hace mover adelante y atr�s la pelvis para que en su interior el falo roce rudamente las carnes desde distintos �ngulos.
La muchacha no puede creer que tanta dicha sea posible con una cosa tan simple y esforz�ndose, da aun m�s virulencia a los movimientos hasta que su padrastro la detiene para que se incline hacia atr�s y con las manos apoyadas junto a sus piernas hasta que casi las rodillas le rozan las espaldas, la hace afirmar los pies en la cama para as� darse impulso atr�s y adelante de tal manera que la verga entre totalmente a la vagina en un �ngulo ideal.
A la chica le cuesta comprender la idea y colocar a cuerpo, pies y manos con �l quiere, pero cuando lo logra y empieza con ese hamacarse, realmente la sensaci�n de sentir la verga entrando y saliendo en forma terriblemente placentera, le encanta; entreg�ndose con entusiasmo a esa fant�stica c�pula y en tanto ve a sus senos sacudirse como flanes por la fuerza del envi�n, le dice jadeante a su padrastro que quiere experimentar mas cosas.
Estupefacto por la incontinencia de esa chiquilina virgen hasta media hora antes, detiene el coito para preguntarle si realmente est� dispuesta a enfrentar cosas de los que luego tal vez quisiera arrepentirse pero de las que no hay vuelta atr�s y su hijastra le contesta que como puede ver, ya no es una nena sino una mujer con todas las letras y que �l ha despertado en su cuerpo y mente esos apetitos desaforados por experimentarlo todo sin importar las consecuencias.
Todav�a dubitativo y en tanto le advierte que luego no fuera a quejarse, Marcial se arrodilla en la cama y gu�a a la expectante chiquilina a colocarse en la misma posici�n pero de espaldas a �l y cuando le obedece, le hace separar las rodillas hasta que forma un tri�ngulo perfecto; indic�ndole que baje el torso hasta apoyar la cara en la colcha, se aproxima hasta que la punta de la verga manejada por sus dedos emboca la ahora dilatada boca alien�gena y sin m�s, sigue penetr�ndola hasta sentirla chocar contra el fondo de la vagina.
Nuevamente P�a proclama su fervoroso asentimiento ante la penetraci�n y a pesar de no haberle indicado qu� hacer, comienza a hamacar el cuerpo con briosa urgencia mientras menea de lado las caderas, con lo que el falo se mueve aleatoriamente en su interior; esa actitud lujuriosa vuelve loco al padrastro y ya dispuesto a todo, tras cinco o seis de esos tremendos remezones en los que la muchacha brama por la potencia y el goce, saca el miembro del sexo para apoyarlo contra el ano que ya antes invadiera con los dedos.
Presintiendo que esa ser� realmente la prueba de fuego, la chiquilina se paraliza al tiempo que le suplica que la rompa toda si quiere pero que no la da�e sino que la lleve a conocer lo mejor del sexo; seguro de que con esa redomada putita en ciernes concretar� sus mejores y mayores depravaciones, la tranquiliza, dici�ndole que se relaje para que todo vaya mejor y que los dolores que sienta ser�n recompensados por la inmensidad del placer posterior.
Viendo que efectivamente P�a descansa la cara de lado y se apoya laxamente sobre los codos, deja caer una abundante cantidad de saliva en la hendidura para que sirva como lubricante y empuja suavemente; seguramente sea el cuerpo el que responda instintivamente, pero el haz de esf�nteres se cierra prietamente impidi�ndole concretar la penetraci�n.
La sodom�a ya es inevitable y �l no est� dispuesto a privar a su hijastra de semejante goce, por eso es que se inclina sobre la grupa y tras separar las nalgas con las dos manos, coloca la lengua tremolante sobre el agujero para estimularlo con un r�pido vibrar y ciertamente eso da resultado, ya que Marcial siente como bajo el �rgano las carnes van dilat�ndose mansamente y cuando �l impulsa la lengua en un intento de penetraci�n, la distensi�n le permite meterla hasta casi un cent�metro; es notorio el placer de la chica, quien asiente con repetido frenes� al tiempo que sus dos manos chocan con las suyas en un intento de separar aun m�s los gl�teos y libres ya sus dedos, va introduciendo al recto casi todo el �ndice c�mo en el inicio.
P�a ya no oculta el goce que esa sodom�a le produce y en tanto vuelve a hamacar la pelvis, lo incita dici�ndole que as� es como quer�a ser sometida; descargando nuevamente saliva en el agujero, agrega el mayor a la culeada y en los regocijados balbuceos de la chica encuentra la respuesta que buscaba. De esa manera y aunque pareciera una p�rdida de tiempo, �l buscaba que fuera ella quien le reclamara la sodom�a total y paulatinamente fue a�adiendo el anular hasta que esa cuna recia por los huesudos nudillos, entr� y sali� vertiginosamente del ano.
Con los dedos hincados en los regordetes cachetes y los ojos cerrados por el placer, ella mueve la grupa arriba y abajo con el mismo ritmo que �l la penetra, silabeando entre dientes un angustioso pedido a que la culeara con la verga; complaci�ndola, Marcial se incorpora para apoyar otra vez la ovalada testa sobre el ano y esta vez, casi sin empujar, va entrando lentamente.
El goce anterior no aminor� el sufrimiento de semejante pene introduci�ndose a su tripa y en medio de sollozos y ronquidos con l�grimas de dolor y alegr�a, P�a siente como todo el portentoso falo la ocupa hasta que la pelvis de �l se estrella contra las m�rbidas nalgas; hipando y bufando entrecortadamente, manifiesta de viva voz el alborozo de recibir semejante culeada y casi sin meditarlo, en respuesta animal, dirige una mano a restregar por primera vez su propio cl�toris al tiempo que le ruega concrete de una vez eso coito de exasperante lentitud.
�l tambi�n piensa que ya es tiempo y previendo que deben terminar mucho antes del regreso de su mujer para asearse y principalmente aleccionar a la muchacha, la aferra por las caderas e imprimiendo a su cuerpo un arco perfecto por el que la verga entra y sale de la tripa como de un conducto natural, toma una cadencia que hace proclamar regocijadas frases de goce inconclusas a su hijastra y ya sintiendo la proximidad de su reprimida eyaculaci�n, saca el miembro del ano y haci�ndola sentar frente a �l, se acuclilla mientras le pide que abra la boca para chup�rselo.
Esa s� es una cosa que sabe hacer bien y tomando a la verga que aun no conoc�a de vista entre sus dedos, comprueba que su tama�o es tan temible como lo sufriera y gozara; todav�a empapado por las mucosas intestinales que ella desconoce y restos de las de la vagina, el falo parece atraerla como un im�n y llevando la lengua a recorrerlo desde los test�culos hasta el profundo surco debajo del glande, se atiborra con esos sabores �nicos para despu�s abrir la boca y envolviendo con los labios al glande, someterlo a unas tan cortas como vigorosas chupadas.
Fascinado por ese don de la que �l hab�a supuesto una chiquilina, Marcial le ordena que lo chupe m�s hondo y lo masturbe con los dedos; P�a no ignora eso y hab�a previsto hacerlo m�s tarde, pero la evidente urgencia del hombre la hace satisfacerlo y abriendo la boca hasta que las mand�bulas parecen dislocarse, va introduci�ndola hasta que la punta le produce un principio de arcada.
Super�ndolo, inicia el retroceso ejecutando fuertes chupadas en un sitio para luego seguir repitiendo el proceso hasta volver al surco y as� cada vez la mamada se hace m�s intensa y profunda y lo que termina de asombrar m�s al hombre, es que la muchacha busca con el dedo mayor detr�s de los test�culos hasta encontrar el peludo ano y estimul�ndolo con el dedo como lo hiciera �l, va introduci�ndolo en breves sodom�as.
Marcial disfruta como no cre�a poder hacerlo con la chica y sintiendo en los ri�ones el rempuj�n de la eyaculaci�n, le pide sordamente a su hijastra que lo masturbe con la mano hasta hacerlo acabar; esa rd la parte que m�s le gusta a P�a, e imprimiendo un ritmo enloquecido a la mano mientras aprieta ce�idamente a la verga, acerca la boca abierta con la lengua colgando como una alfombra y cuando el hombre comienza a bramar y envararse, multiplica el esfuerzo mientras hunde decididamente el dedo en el ano como sabe le gusta a los hombre y enseguida, los espasm�dicos chorros esperm�ticos no s�lo saltan despedidos para entrar a su boca sino que tambi�n salpican su cara y escurren gotosos hasta el ment�n.
Por unos momentos ella sigue sorbiendo con fruici�n esa melosa leche agridulce que la trastorna y cuando ya del pene no brota una pizca m�s, se dej� caer agotada en la cama mientras con los dedos recoge el resto de la cara para saborear el gustoso semen; recost�ndose a su lado y apoyado en un codo, Marcial alaba no s�lo la belleza de su cuerpo sino tambi�n sus condiciones naturales para el sexo y cuando ella se lo agradece mimosa estreg�ndose lujuriosa contra su pecho, �l le dice que si tanto le ha gustado todo lo que hicieran como �l piensa y pretende que sigan haci�ndolo, tendr� que darle un gusto muy personal.
Sent�ndose arrodillada en la cama mientas extiende las manos para juguetear con el todav�a importante pene y crey�ndolo saber todo del sexo despu�s de esa fant�stica hora, le promete que est� m�s que dispuesta a soportar cualquier cosa a lo que �l quiera someterla; sofrenando ese entusiasmo y advirti�ndole que posiblemente lo que �l le proponga no le gustar�, le explica que aunque su madre es muy, pero muy buena en una cama y la aventaja en belleza y experiencia, su mayor fantas�a siempre ha sido verla sosteniendo sexo con otra mujer y que ella parece ser la m�s indicada para esa circunstancia.
Como Marcial esperaba, el rostro de la chiquilina se transforma, lleno de ira y verg�enza por la monstruosidad que le propone, le dice enojada que nunca m�s se acerque a ella con pretensiones sexuales y que si llega a insistir, le contar� como quiso violarla a su madre; saliendo de un salto de la cama, su padrastro toma del estante de la biblioteca la c�mara y extendiendo el visor, lo pone ante sus ojos pidi�ndole que mire bien; horrorizada, se ve a s� misma aceptando mansamente ser desnudada por el hombre.
Con c�nica sonrisa, Marcial le dice que si a ella la excita verse haciendo esas cosas, tiene filmado hasta lo �ltimo que hicieran, pero si se niega a acostarse con Clarisa, ser� �l quien se lo mostrar� para hacerle ver lo putita que pod�a ser la ni�a de sus ojos seduci�ndolo y tambi�n ser�a interesante subirlo a internet con su verdadero nombre, direcci�n y tel�fono para no negarle a nadie la imagen y sonido de sus denodados esfuerzos por ser violada y sodomizada.
Marcial no preve�a el estallido nervioso de la chiquilina quien se abalanza sobre �l gritando, pataleando y air�ndole golpes in�tiles con sus manitas; dej�ndola desahogarse en ese berrinche hasta que considera que ya est� bien y deteni�ndola por el simp0le acto de pegarle tres sonoros sopapos que le dan vuelta la cara, consigue que la chica reaccione para caer luego en un silencioso y profundo llanto.
Con la cara oculta por sus manos, y refrenando el hipar de los sollozos, sinti�ndose usada y vejada como una cosa pero s�bitamente adulta, P�a comprende la aberraci�n de lo que hiciera y la trampa en que ha ca�do, de la no podr� salir en ning�n sentido, ya que si se niega, Marcial la presentar� ante su madre como una calentona que ha querido convertirla en cornuda y tambi�n utilizar� su imagen para difundida mundialmente. Por el otro lado, est� la cuesti�n de tener sexo con Clarisa, cosa que le parece espantosa y antinatural pero que, de de ser aceptada por su madre la relaci�n, la colocar�a a ella en situaci�n de privilegio frente a los dos.
Pasmada por la decisi�n que Marcial la obliga tomar antes del regreso de Clarisa, le pregunta si �l la apoyar� en caso de aceptar y su padrastro le dice que no s�lo la ayudar� en todo sino que tambi�n participar� para hacerlo con las dos; confundida por el dilema pero a la vez excitada, todav�a duda un momento pero ante su insistente reclamo de una respuesta, se dice a s� misma que ya no tiene nada que perder y asiente resignadamente.
Tal vez, m�s que el hecho de tener sexo con su propia madre, la asusta el que nunca haya visto a dos mujeres haci�ndolo y tiene miedo de no saber c�mo hacerlo, pero ante su pregunta avergonzada de c�mo har�, Marcial le sugiere que recuerde todo cuanto le hiciera �l y lo repita en Clarisa, que seguramente le responder�a adecuadamente dada su casi irrefrenable ansiedad ven�rea, tras lo cual le explica cuidadosamente c�mo lo llevar�an a cabo.

En las dos horas que aun tarda su madre en regresar y mientras se ducha, tiene tiempo para comprobar que la fenomenal sesi�n de sexo no s�lo no ha dejado en su cuerpo marcas o magulladuras, sino que zonas anteriormente insensibles, ahora y al s�lo roce de los dedos, reaccionan con placenteros estremecimientos o picores; asombrada todav�a por haber soportado el tama�o de semejante verga, examina cuidadosamente al tanteo el estado de su sexo, la vagina y el ano, sin encontrar huellas o heridas y s�lo ciertos ardores le recuerdan las delicias del coito y la sodom�a.
Tal vez sea como dice Marcial y ella est� condicionada de manera natural para el sexo y, si adem�s fuera gen�ticamente heredera de la misma incontinencia sexual que seg�n su padrastro convierte a Clarisa en una hembra primitivamente animal, entonces el futuro le abrir�a un abanico de posibilidades como para vivir a expensas de su cuerpo, con el beneficio de sacarle el provecho personal del disfrute.
En esa l�nea de pensamiento, ayuda a Marcial a terminar de arreglar la lencer�a de su madre y tal vez como son tan personales, la idea de tener contacto �ntimo con una mujer que si no fuera su madre la atraer�a por su belleza, ya no s�lo deja de parecerle descabellada y sucia sino que instala en lo m�s profundo de sus extra�as una extra�a ansiedad por saber qu� se sentir� al hacerlo.
Cuando llega Clarisa y mientras le ayuda a descargar del auto las compras, mir� por primera vez a su madre como una mujer y encuentra que la vista de sus largas piernas, notables bajo la delgada tela de la ajustada mini falda y los macizos pechos que parecen pujar desde la ce�ida remera marcando la consistencia de aureolas y pezones, no s�lo la excitan como si nunca los hubiera visto sino que su mente ya especula con lo que se experimentar� al tenerlos entre sus labios; psicol�gicamente ya ha sintonizado la misma frecuencia que su padrastro-amante y se le hacen largas las horas hasta la noche.
Cuando durante la cena Clarisa les anuncia que despu�s del caf� se acostar� temprano porque est� agotada por el traj�n de la mudanza y las compras, P�a siente que realmente la ansiedad por hacer lo que le pidiera Marcial la carcome y simulando que ella tambi�n est� cansada, la acompa�a hasta su dormitorio para verificar que efectivamente la mujer se mete en la cama.
Sentada en su cama y vistiendo s�lo el corpi�o y la bombacha espera tensamente a su padrastro, quien al cabo de unos momentos se cuela al cuarto para decirle que se desnude porque en Clarisa no tardar�n en hacer efecto las seis pastillas de Rohypnol que mezclara en su caf�.
Desnudo �l mismo, la toma de la mano para conducirla hasta el dormitorio donde su madre yace recostada laxamente en la cama; el hermoso rostro al que enmarca la corta melenita oscura, muestra una calma tal que la chica siente remordimiento por tener que hacer lo que �l le exige y esboza una protesta vana, ya que Marcial le dice que en ese momento su madre est� bajo los efectos de un poderoso hipn�tico que no la dejar� reaccionar normalmente pero en su inconsciencia ser� capaz de hacer cuanto se le pida sin luego tener memoria de haberlo realizado.
Como para corroborar la eficiencia de la droga, desprende a Clarisa del corto camis�n y de la bombacha sin que esta ponga resistencia alguna, desarticulada como un mu�eco de trapo; desde que P�a tiene conciencia, jam�s la ha visto totalmente desnuda y un ansia desconocida dilata sus narinas y llena su boca saliva.
Aun temerosa, se deja llevar junto a ella y para terminar de tranquilizarla sobre la inconsciencia de la mujer, su padrastro la interroga sobre si a pesar de su fatiga, le gustar�a que le hiciera �cosas�; sorprendentemente y como si estuviera despierta, su madre le dice claramente pero farfullando un poco con vos estropajosa que ya sabe que ella siempre est� dispuesta para hacer lo que �l quiera. Sibilinamente, su marido le pregunta si entre esas �cosas� ser�a posible que tuviera sexo con otra mujer y ella, sin mostrarse molesta u ofendida pero dejando aflorar al inconsciente, le responde que en ese caso no ser�a la primera vez.
Mirando a la chica sorprendido y exaltado por esa verdad que lo golpea tanto o m�s que a su hijastra, vuelve a interrogarla sobre c�mo y con qui�n ha sido; sonriendo memoriosa, Clarisa le confiesa que luego de su viudez y antes de ponerse de novio con �l, la esposa de otro amigo cuyo nombre asombra a Marcial, la hab�a convencido para que la dejara �aliviarla� de su larga abstinencia, pero que eso no hab�a sucedido m�s de cinco a o seis veces en las que realmente se hab�an sacado el gusto rec�procamente con total benepl�cito.
Ya lanzado por el deseo y mucho por el rencor de haber ignorado siempre esa faceta de la mujer de quien cre�a saberlo todo sexualmente, le susurra sugerentemente si actualmente le gustar�a repetir esa situaci�n y cuando ella reconoce entusiasta que siempre est� en alerta con las mujeres de su entorno para ver si�liga� algo, no duda en preguntarle si P�a se encuentra dentro de esas posibles candidatas; con voz ya oscurecida por la pasi�n, admite que desde su desarrollo y cada d�a m�s, la muchacha le hace tener tan malos pensamientos como para desear llevarla a una cama pero que se aguanta y aguantar� s�lo porque es su hija y no por no querer someterla a las m�s viles perversidades.
Las respuestas de la mujer van excitando a la muchacha que, bajo la supervisi�n del hombre, comienza a recorrer con la punta de los dedos el torso de su madre que parece olvidada ya del interrogatorio y gime mimosa ante esos contactos leves como peque�as ara�itas recorri�ndole la piel. P�a se prueba a s� misma y eso que hace coloca en distintas partes del cuerpo escozores y pinchazos in�ditos que contribuyen a su excitaci�n; embelesada por la generosidad del cuerpo y la tibieza sedosa de su piel, recorre los hombros, el sonrojado pecho sobre los escalones del estern�n, se hunde en el valle entre los senos para despu�s, como un moroso caracol, trepar en c�rculos las s�lidas laderas de la teta.
El aspecto de las aureolas fascina a la muchacha, ya que midiendo m�s de cinco cent�metros, de color amarronado, est�n cubiertas por finos gr�nulos que en su borde coronaban otros mayores con aspecto de verrugas, pero lo m�s destacado son los pezones que a diferencia de los suyos, son delgados y largos con una punta ovalada fuertemente rosada; roz�ndolos apenas, las yemas le transmiten como una electricidad est�tica que le complace y tras un leve recorrido en c�rculos, el largo pez�n la atrae para que verifique su elasticidad.
Ese examen a la piel de un suave color canela que el bronceado acent�a pero que en donde la cubre la bikini muestra su verdadero color, le produce sensaciones que nunca hubiera imaginado experimentar con una mujer y menos aun con su madre, pero los olores a salvajina, sudor y aromas naturales de las hembras que emana, toda vez que Clarisa no se ba�ara despu�s de un d�a tan agitado, la convocan irremisiblemente y siguiendo el trazado del surco que atraviesa el abdomen, delinean en profundo hoyo del ombligo, recorren la comba del bajo vientre y resbalan hasta tropezar con el velludo tri�ngulo de profundo color negro que parece se�alar el nacimiento de la vulva, all� donde apenas se ve el cuerpo semi hundido del cl�toris.
Eso tambi�n es motivo de curiosidad, toda vez que ella simplemente recorta su espesa alfombra dorada s�lo como para que las guedejas no excedan la bombacha; fascinada por la vista de esa vulva oscura y abombada como una especie de empanada, hace a los dedos aventurarse en la profundidad de una ingle y junto a su arribo a la profunda hondonada entre la pierna y la vulva, un mimoso quejido de su madre la estremece de gozo y resbalando en la transpiraci�n del hueco, desciende hasta donde mueren los labios mayores.
Curiosa por naturaleza, sigue de cerca la actividad de los dedos y esas lindezas que va descubriendo en su madre y a un leve movimiento de esta separando voluntariamente la piernas en reacci�n instintiva a la caricia, una tufarada de aromas la envuelve, mezcla de sudores, orines y flatulencias vaginales; alborozada por lo que para ella son fragancias ex�ticas, lleva un dedo a recorrer el l�bil costur�n de los labios mayores para arribar al sitio donde se ve el nacimiento de un cl�toris sumido entre las carnes.
Aunque sabe de qu� se trata, aquello la perturba de tal modo que tiembla como una hoja por lo que va a pasar y entonces, la voz de su padrastro muy cerca suyo, le dice que comience de una vez con la minetta. Ella no conoce el significado de la palabra, pero como �l la instruyera sobre qu� hacer con su madre, saca la lengua t�midamente y con su punta lame delicadamente el arrugado capuch�n.
Y ese es el toque m�gico, el contacto que la hace devenir definitivamente en una salvaje hembra en celo, ya que ese sabor la trastorna de tal manera que, acost�ndose entre las piernas de Clarisa que Marcial colabora encogiendo y separando, hace tremolar la lengua como lo realizara sobre la verga del hombre; recordando lo que este hiciera en su sexo horas antes, separa con los pulgares los gruesos labios para encontrarse con un panorama que difiere totalmente del suyo.
Todo el interior tiene un subido tono rosa casi sanguinolento y los labios menores son dos l�neas paralelas de gruesas carnosidades retorcidas que se oscurecen en los bordes hasta un viol�ceo casi negro, que en la parte inferior se abren en dos l�bulos carnosos que tapan colgantes la entrada a la vagina y, contrastando con tanta oscuridad, al separarlos, encuentra el profundo hueco de un �valo p�lidamente iridiscente en el que campea en su parte media el agujerito de la uretra y en la cima, la rosada cabecita del cl�toris segada por una membrana traslucida y cubierta por un arrugado capuch�n.
No hacen falta las indicaciones del hombre que para que lama y chupe al sexo, ya que ella est� lo suficientemente excitada como para desear hacerlo sin ordenes y hundiendo la boca toda en el magn�fico sexo, inicia con esa sapiencia instintiva que tienen las mujeres para el sexo, una especie de masticaci�n a las carnes en la que juegan lengua, labios y dientes; en una especie de c�rculo vicioso, cuanto m�s se excitaba por los sabores y los olores, tanta m�s vehemencia pon�a en hacerlo, provocando en la desmadejada mujer no s�lo peque�as reacciones nerviosas, sino tambi�n la expresi�n quejosa de la satisfacci�n que deb�a de experimentar aun en su estado de inconciencia.
Un ansia glotona la domina y tras llevar la boca a apoderarse del cl�toris que ya muestra una m�nima erecci�n para chuparlo con �vido frenes�, trata de buscar con los dedos la fragante entrada a la vagina pero es nuevamente Marcial quien interviene; tom�ndola por el rodete en que la ha hecho peinar la dorada cascada de su lacio cabello rubio para que la moleste al hacer esas cosas, le alza la cabeza para contemplar confundido su expresi�n de hambre salvaje, con la boca abierta como si fuera una mujer vampiro por los hilos de baba que chorrean entre los dientes.
Ante sus sacudones, ella reacciona y comprende hasta donde llega su desviaci�n pero atenta a las severas palabras de su padrastro de que �l es quien manda, recupera el sentido y seren�ndose, trepa por el vientre de su madre, lamiendo y chupando cada regi�n del hermoso cuerpo; realmente, la muchacha no termina de dar cr�dito a lo que hacerlo con otra mujer produce en ella, ya que el deseo confunde toda noci�n de moral, escr�pulos y decencia, superando la propia estima como persona.
Los aromas y sabores as� como la tibia tersura de la piel la obnubilan y la lengua no se da abasto para recorrer la comba de la suave pancita mientras los labios enjugan la saliva en delicadas succiones; es tanto el goce que mimosos gimoteos escapan de su boca y mientras las manos acarician independientemente el torso y los pechos, se adue�a de la hondonada del ombligo, sorbe en ella la tenue capa de sudor acumulado que guarde restos de los olores del d�a, encuentra el surco que divide al torso y por �l asciende hasta donde las manos soban a los senos.
Como cuando los acariciara, mira admirada los macizos senos de su madre y la lengua busca rastros de sudor en la arruga que forma la comba sobre el abdomen mientras sabios de toda sabidur�a, sus dedos �ndice y pulgar encierran los pezones para pellizcarlos y frotarlos reciamente entre ellos; labios y lengua exploran la empinada ladera de la teta para luego escalarla hasta encontrar la rugosa corona de la aureola.
Con la sensible punta tantea los gr�nulos mayores y ciertamente estos abultan como diminutas verrugas que ante su insistente acicate hacen gemir a la mujer; espoleada por semejante bienvenida, la lengua fustiga reciamente al largo pez�n que se inclina como trigo ante ese embate y despu�s de azotarlo repetidamente en distintas direcciones, lo envuelve entre los labios para mamarlo como cuando era ni�a y tal vez ese recuerdo at�vico termina de exacerbarla, ya que los dientes se unen a los labios en un delicioso martirio que provoca en su madre hondos ayes y suspiros de placer.
Por el rabillo del ojo alcanza a ver que Marcial no se contenta con ser su mentor sino que aprovecha la situaci�n para graficarla con su c�mara y conociendo qu� es lo que har� despu�s el hombre, contrariamente a lo que podr�a esperarse, eso pone en su mente ya invadida por la lujuria, un ansia por demostrar a los potenciales miles de internautas de qu� cosas es capaz y en tanto aferra al pez�n entre los dientes para estirarlo como si probara su elasticidad, realiza lo mismo con los dedos en el otro, no s�lo para retorcerlo vigorosamente sino que simult�neamente clava en �l el filo de la u�a del pulgar.
Su madre ya no se limita a gemir entre ininteligibles palabras apasionadas sino que habiendo recuperado parcialmente su movilidad, retuerce el torso al tiempo que su pelvis inicia el esbozo de un remedo a c�pula y cuando el hombre le dice que termine con eso para besar en la boca a Clarisa, como si le hubiera dado piedra libre, se abalanza sobre el rostro querido al que aferra entre las manos y en tanto busca con gula la boca espectacular de su madre, restriega su peluda entrepierna contra el mondo sexo que aquella menea.
Aunque experta en el beso desde los trece a�os y habiendo hecho de �l algo tan excitante que con s�lo practicarlo alcanza sus eyaculaciones; l�gicamente eso sucede cuando su pareja masculina no s�lo la besa sino que ambos utilizan las manos como complemento en exploraciones m�s que �ntimas que, en su caso, derivan a una masturbaci�n que termina en mamada; no es este el caso, pero el hecho de que sea una mujer y nada menos que su madre, no hace sino excitarla hasta la enajenaci�n.
Aunque el tono de la piel de Clarisa no obedezca a antepasados negros o ind�genas, algunas de sus rasgos guardan esas caracter�sticas y aparte de los enormes ojos achinados que contradictoriamente son de un brillante verde mar, los labios son grandes, gordezuelos y morbidamente d�ctiles; ahora se encuentran entreabiertos para que de la boca surja no s�lo su aliento perfumado en hondos suspiros satisfechos, sino que se mueven nerviosos en el balbuceo.
Tentada por su aspecto y por una irrefrenable avidez que la hace estregar voluptuosa el cuerpo contra el de su madre, curiosea con la punta de la lengua toda la superficie de los labios para luego filtrarse al interior a hurgar entre la enc�a y los dientes; los labios de la mujer se mueven tr�mulos y cuando ella introduce la lengua para explorar el interior, seguramente en un acto reflejo, la de Clarisa la enfrenta en delicados embates en los que se traban en deliciosa pugna.
Instintivamente, P�a coloca de costado la cabeza y entonces los labios se unen en un ensamble perfecto y as�, ambas se entregan a succionantes besos en los que murmuran toda su incontinente necesidad y cuando ella siente las manos de su madre acarici�ndole las espaldas y alza la vista para encontrarse con sus claros ojos abiertos en una mirada perdida, alerta a Marcial por lo que cree un despertar de la mujer, pero este, que se encuentra tan s�lo a cent�metros filmando los fant�sticos besos en primer�simo plano, la tranquiza al decirle que su madre se encuentra en la segunda fase de la droga en la que recobra totalmente el conocimiento y los sentiros como si estuviera consciente de sus actos pero todo lo que haga en ese estado, s�lo ser� un hueco en su cerebro, tal como si nunca hubiera sucedido.
M�s tranquila y con esa recuperaci�n de la mujer que le promete una relaci�n tan normal como si estuviera en sus cabales, en la que seguramente ambas se brindaran con toda la lujuria que sus mentes alteradas les permita pero con la seguridad de que en ella no quedar� el menor recuerdo, vuelve a trenzarse con desesperaci�n en esos besos de viciosa lubricidad en que las dos parecen dejar ir el alma por sus bocas.
Aunque sus ojos todav�a est�n como velados, Clarisa parece haberla reconocido y lejos de rechazarla, se afana en los besos al tiempo que la llama su nenita y susurra que por fin cumple su sue�o de tenerla entre sus brazos para practicar juntas los juegos m�s perversos actos que sus fantas�as elaboraran por a�os; esa liberaci�n de la mujer en la que deja crudamente expuestos sus pensamientos y sensaciones m�s intimas entusiasma a la chica y renueva el vigor de los besos hasta que, siguiendo las indicaciones de su padrastro, se coloca invertida sobre Clarisa.
En esa posici�n y guiada por �l, desciende otra vez a los pechos que soba y estriega con las manos mientras la boca vuelve a saciarse en los pezones, con la agradable sorpresa de que la mujer se prende entusiasmada a sus senos que cuelgan oscilantes frente a ella; a pesar de no haber realizado nunca un sesenta y nueve, presiente intuitivamente de qu� se trata y esa promesa la apasiona, por lo que despu�s de unos deliciosos momentos en que siente el placer de la boca materna aplic�ndose entusiasta en sus senos, desciende r�pidamente por el vientre a la b�squeda de aquel tesoro que ya degustara.
Esta vez, Clarisa le da la bienvenida abriendo sus hermosas piernas encogidas para darle lugar en v�rtice y cuando P�a se acomoda sobre el sexo, es ella quien la coloca exactamente sobre su cara con las rodillas lo m�s separadas posible y asi�ndola por los muslos, la baja para que la boca busque el contacto con la velluda mata; a diferencia de la lengua vigorosa de Marcial, la de su madre es �gil pero consistente y la punta afilada se desliza sobre los hinchados frunces de los labios menores con un fogoso vibrar que motiva aun m�s a la muchacha quien, siguiendo lo que le pide su mentor y haciendo un esfuerzo por la diferencia de corpulencia y pr�ctica, consigue enganchar las piernas encogidas debajo de sus axilas y as� todo la zona er�gena se presenta oferente ante sus ojos codiciosos.
Una gula sexual jam�s experimentada la invade y para satisfacerla, dirige su lengua tremolante a buscar entre los soberbios cachetes de las nalgas en procura del oscuro agujero anal para estimularlo en�rgicamente; esa acci�n ha sido totalmente involuntaria y en una respuesta at�vica a lo que Clarisa realiza en su sexo con lengua, labios y dientes poniendo en evidencia su admitida experiencia, fustiga reciamente el negro agujero que guarda aromas y sabores de todo un d�a, pero eso, lejos de repugnarle no hace sino incrementar la perversa lujuria que poco a poco va domin�ndola.
Separando aun m�s los m�rbidos gl�teos con las manos, ya no solamente intenta penetrar los esf�nteres con la punta de la lengua, sino que los labios van someti�ndolos a poderosas chupadas por las que degusta las mucosas intestinales que desconoc�a exist�an, toda vez que la lengua ha penetrado minimamente al recto y escucha como la mujer, abandonando por un instante su sexo, no solo la alienta a continuar sino que le exige con el lenguaje m�s obsceno que la someta con los dedos; frescas aun en su cuerpo y mente las sodom�as de su padrastro tan s�lo horas atr�s, lleva la punta del dedo mayor a suplantar al �rgano bucal y con un goce desconocido, va penetrando el cerrado conducto que responde a eso dilat�ndose mansamente.
La reacci�n de Clarisa demuestra su apasionamiento por los sexos femeninos, ya que pasando los brazos por la cintura para que sus manos envuelvan las nalgas, somete a la muchacha a un verdadero festival de lamidas, chupadas y mordiscos que a su vez provocan en su hija que la boca suba hasta el sexo para ejecutar en �l similares cosas; unidas casi simbi�ticamente, fundidas una en la otra, se prodigan con bocas y dedos en una fant�stica danza a la m�sica de sus ayes, suspiros y palabras incoherentes y entonces, colocando estrat�gicamente la c�mara para que pueda verse todo, Marcial se suma a ellas separando la cabeza de su mujer para introducir lentamente al fabuloso falo dentro de P�a.
Eso es m�s de lo que chiquilina devenida repentinamente en mujer esperaba recibir y en tanto le pide que lo haga lentamente hasta que la vagina vuelva a acostumbrarse, sentir nuevamente la verga desliz�ndose deliciosamente en su vagina la crispa de tal modo que es su madre quien paga las consecuencias de tanto placer, ya que P�a vuelve con su boca al cl�toris en profundas succiones y la otra mano va introduciendo tres dedos a la vagina de Clarisa.
El prop�sito de Marcial no es someterla a un coito completo y despu�s de cuatro o cinco remezones, retira al falo para ponerlo sobre la boca de su mujer quien �vidamente comienza a chuparlo para saborear los jugos m�s �ntimos de su hija y el hombre penetra con el pulgar el ano de la muchacha. La dicha que le provoca tama�a verga y su madre restreg�ndole el cl�toris con dos dedos, se refleja en su accionar en el sexo de esta; ya no s�lo chupa insistentemente al cl�toris sino que la boca toda se mueve sobre los fruncidos tejidos para succionarlos con vigor al tiempo que los mordisquea incruentamente, aumentando los dedos de la vagina a tres e �ndice y mayor juntos se mueven enloquecidos en la tripa.
Tanto as�, que su madre deja de chupar la verga de su marido para volver a enterrar la boca en la vulva donde realiza prodigios; de esa manera el matrimonio se turna en contentar a la muchacha hasta que esta les anuncia que est� pr�xima a la eyaculaci�n, ocasi�n en que Marcial retira el falo de la vagina para intentar nuevamente penetrarla por el ano.
No obstante el sufrimiento inicial, P�a ha disfrutado como loca por la anterior sodom�a, pero ahora, a pesar del exquisito trabajo de su madre y los eventuales chupeteos de esta al ano, los esf�nteres se han contra�do como temerosos ante la irrupci�n de semejante portento; aunque la joven alienta a su padrastro para que vuelva a penetrarla, este debe hacer un prodigio de dilataci�n por medio de su dedo pulgar que resbalando sobre la saliva que �l deja caer en la hendidura, no s�lo se mete enteramente a la tripa sino que va movi�ndose paulatinamente en c�rculos que terminan por distender totalmente a los m�sculos.
Aquello incrementa en la chica las ansias por acabar y rugiendo iracunda entre los maceramientos de su boca al sexo de su madre, le suplica que la sodomice de una vez; apoyando nuevamente la ovalada cabeza sobre el ano, �l pone sobre el pr�apo todo el peso de su cuerpo y lenta, progresiva y dolorosamente, este se hunde en el recto hasta que la pelvis del hombre toma contacto con las nalgas.
El martirio de la ruda expansi�n muscular se ve compensado cuando al detener la penetraci�n para que ella recupere el aliento despu�s del alarido rugiente, Clarisa acomoda la cabeza para no ser golpeada por los test�culos de su marido en sus exquisitas mamadas al cl�toris y la masturbaci�n que ella le realiza introduciendo tres dedos en la vagina la lleva una expansi�n hist�rica de tal magnitud que, mientras se ceba con dedos y boca tanto en el sexo como el ano de su madre, siente la delicia en que va convirti�ndose la sodom�a cuando su padrastro ejecuta un maravilloso vaiv�n.
Y as�, convertidos en un solo ser cuyas carnes se hacen miscibles para conformar un todo, los tres van alcanzando sus eyaculaciones y orgasmos, de los que disfruta la jovencita al sentir simult�neamente en la tripa la calidez del semen y en la boca los sabrosos jugos vaginales de su madre, quien a su vez paladea encantada los fragantes sabores uterinos de P�a.

Durante largo rato los tres descansan confundidos unos en los otros pero es finalmente Marcial quien se retira de encima de ella y busca en la c�moda un artilugio que espantar�a a su hijastra si no estuviera sumida en el sopor; este es un arn�s forrado en terciopelo cuyos cierres son de velcro para adaptarlos a cualquier contextura y que en su frente tiene una copilla curvada de pl�stico semi r�gido de cuyo frente parte un falo que no es solamente otra r�plica de un pene como tantos consoladores, sino que el �valo de la cabeza posee profundas estr�as helicoidales y la primera parte del tronco muestra ondulaciones paralelas mientras que la segunda est� cubierta por m�ltiples verrugas de distinto tama�o y flexibilidad, pero lo m�s espectacular es que al colocarle Marcial una bater�a y apretar un bot�n en la parte superior, las tres secciones cobran movimiento y, al tiempo que la cabeza gira en sentido de las agujas de un reloj, la parte acanalada del tronco lo hace inversamente y la tercera imita la rotaci�n de la cabeza, cada una con una velocidad distinta
P�a ensaya una mimosa protesta cuando �l la da vuelta boca arriba y le alza las caderas para colocarle el pavoroso arn�s, pero es precisamente una de sus cualidades lo que la hace recuperar los sentidos, ya que el interior de la copilla est� cubierto por infinidad de puntas de silicona que afiladas pero no hirientes, se clavan en las sensibles carnes del sexo. Asombrada por lo que experimenta pero m�s por el aspecto del consolador, le pregunta a Marcial que pretende que haga con esa monstruosidad y aquel le contesta con sard�nica sonrisa que imagine qu� pudiera ser; la chiquilina no es lela y despu�s de lo que ha demostrado ser capaz de hacer, se pregunta por qu� �l desea que posea a su madre con semejante artefacto y como en un efecto domin�, se encuentra pregunt�ndose qu� se sentir� al someter como un hombre a otra mujer.
Todav�a est� fatigada por el esfuerzo anterior y en tanto gratifica a su padrastro con una p�cara sonrisa de c�mplice entendimiento, extiende una mano para verificar la textura del aparato y el s�lo movimiento de rodearlo con los dedos, levanta llamaradas de pinchazos agradabil�simos en las carnes soflamadas del sexo; complementando su exploraci�n t�ctil, Marcial le explica que esas anfractuosidades estimulan como ninguna otra cosa las carnes y como ejemplo, pulsa en bot�n externo para que ella contemple fascinada el movimiento giratorio encontrado de las tres superficies, comprobando con las yemas de los dedos los distintos efectos simult�neos de esas zonas.
Imagin�ndola girando y vibrando en su interior la trastorna de tal manera que su boca se llena de una saliva golosa y asintiendo con los ojos chispeantes a la mirada ansiosa de su padrastro, se deja conducir sobre la cama; la droga aun act�a sobre su madre que si bien no est� despierta pero tampoco dormida, exhibe una sonrisa bobalicona en el rostro y sus ojos permanecen vacuos como los de una mu�eca.
Manej�ndola como a una, Marcial la acomoda en el centro de la cama y le hace abrir las piernas para luego encog�rselas al tiempo que le ordena las mantenga as� aferr�ndolas por detr�s de las rodillas; obedeci�ndole mansamente, Clarisa encoge sus largas piernas hasta casi rozar los hombros y con esa experiencia que dan los a�os, instintivamente, menea la grupa para que toda la zona er�tica queda expuesta en oferente entrega.
Cuando Marcial acomoda a P�a arrodillada frente a ella, sus ojos se iluminan de jubiloso contento y pronunciando su nombre en amorosos suspiros ansioso, extiende sus manos invitadoramente; confundida y dubitativa, la chiquilina aun no se anima a concretar una c�pula con quienes su progenitora y dici�ndole a su padrastro que todav�a no est� lista para eso y que la deje entrar en clima a su manera, se inclina sobre la mujer para dejar que esta la reciba con una sonrisa de lubrica alegr�a que se dibuja en el hermoso rostro para que este aun parezca m�s bello a su hija quien, apoyando las manos sobre sus pechos en tanto siente como las fuertes piernas resisten el empuje de sus hombros, baja la cabeza para ir al encuentro de la que levanta la mujer y las lenguas de ambas, se traban tremolantes en una lucha silenciosa de indescriptible goce.
Los ojos id�nticos de madre e hija se funden en una sola mirada en la que la pasi�n lujuriosa prima por sobre toda otra cosa y en entonces que Clarisa env�a sus manos a la b�squeda de esos pechos que cuelgan oscilantes, aparentando por la posici�n ser m�s grandes que en la realidad; las manos expertas soban primero los globos carnosos para luego y como si verificara su consistencia sigue estruj�ndolos un poco m�s cada vez.
A P�a le place tanto lo que hace su madre, que por otra parte es a lo que m�s acostumbrada est� y por lo tanto m�s sensibilizada, que une a la lengua el trabajo de los labios y envolviendo la r�gidamente tensa de Clarisa, comienza a chuparla como su fuera un pene; eso parece enardecer a la mujer quien ya no se contenta con el recio manoseo a los senos de su hija sino que los dedos se cierran sobre los pezones para pellizcarlos primero y, al tiempo que las succiones a su lengua se convierten en una verdadera felaci�n, va retorci�ndolos y rasc�ndolos con los filos agudos de sus u�as.
P�a todav�a se asombra de que tanto ella como su madre, despojadas de los disfraces cotidianos, disfruten tanto en esa relaci�n, ya que supone, acertadamente, que el efecto de la droga no ha hecho otra cosa que liberar a la verdadera Clarisa. Tambi�n comprende que aunque ella no haya consumido lo mismo, el demonio larvado en su mente y lo m�s profundo de sus entra�as por los l�mites que ella misma se impusiera con los muchachos y que la fant�stica c�pula sostenida con el hombre despertara, la domina totalmente y eso no la disgusta, toda vez que ellos tambi�n gozan con su expansi�n.
Abandonando la lengua de la mujer, su boca se desliza por el cuello hasta donde se sacuden oscilantes como gelatina los s�lidos pechos y trepando r�pidamente las colinas, busca con labios y lengua envolver al pez�n al tiempo que sus manos los soban desde las mismas bases; angurrienta, se las arregla para variar los chupones con fuertes azotes de la lengua a los pezones de ambos pechos que alterna en sus chupeteos.
Su madre responde en consecuencia y soltando las piernas, las cruza sobre sus ri�ones para presionarla con un suave movimiento copulatorio mientras sus manos acarician su cabeza en un inequ�voco movimiento hacia abajo; la joven presiente cual es el verdadero af�n de Clarisa e irgui�ndose, hace caso a las indicaciones de Marcia y asiendo el tremendo falo artificial con una mano, lo apoya en la dilatada boca del sexo y cuando �l presiona el bot�n de la copilla y las tres



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Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam�
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