Relato: Confesiones de mi vida Mi estado emocional me hace compartir mis vivencias a trav�s de esta p�gina que nos permite desfogar nuestras vidas.
La primera vez que sent� rico cuando me tomaron las partes �ntimas aparte d emis padres fue una muchacha de 15 a�os se llamaba Estela que era empleada en mi casa, ella me recostaba dizque para secarme luego de ba�arme pero lo que le gustaba era que me sobaba el pene, yo vagamente recuerdo que me hac�a acostar sobre ella sujet�ndome de las nalgas para arriba y para abajo escuchaba su respiraci�n y sus jadeos, yo claro pensaba que era parte del juego que hac�amos, a ella le gustaba verme brincar desnudo d�ndome vueltas sobre cama y me contemplaba por ratos me dec�a que era un ni�o lindo y me colmaba de besos, pero bueno eso pas� y ella tuvo que salir de mi casa porque parece ser que la muy caliente se hizo de marido.
En casa no hubo empleada hasta que cuando tuve ocho a�os y naci� mi hermano Tulio despu�s de que mi mam� hizo tratamiento para quedar embrazada de nuevo, fue entonces que lleg� a trabajar una mujer de las afueras de la ciudad, llegaba a trabajar a casa con su hijo Jacinto de 5 a�os, ten�amos la costumbre de jugar a los mu�equitos y carritos, un primo de Jacinto que se llamaba Leobardo ten�a como quince a�os a veces llegaba para hacerle mandados a su t�a, a veces nos tocaba de quedarnos Jacinto, Leobardo y yo en casa, ah� fue que con palabrer�a fina Leobardo le ordenaba a Jacinto para que lo acompa�e a ver cosas, yo me quedaba jugando en la arena del jard�n, en la sala o en mi cuarto muy solo esperando a que volvieran, pero las veces se tardaban tanto los buscaba por toda la casa hasta que me agachaba al piso viendo por la puerta del ba�o que estaban las piernas de los dos que ten�an corridas las trusas al tobillo y se mov�an, algo les dec�a siempre que sal�an al rato a seguir jugando conmigo, otras veces jug�bamos al trencito lo pon�amos a Jacinto adelante yo en medio y Leobardo atr�s que meneaba hacia mi culo abrazandome cay�ndonos al suelo y ah� la remat�bamos jugando a las luchas sobre el cuerpo de Leobardo cuando est�bamos en mi cama me cubr�an de s�banas como fantasma para que los buscara y siempre daba con ellos que estaban encerrados en el ba�o.
Hubo una vez que nos encerramos Leobardo y yo en el ba�o, sent� el recorrido de sus manos por mis piernas abrazandome meneando los penes vestidos, me hac�a ira para adelante y para atr�s con mi espalda arrimada a la pared, yo como algo sabia de lo que se trataba sonre�a al ver eso que me hac�a creo que lo entendi� as� Leobardo que poco a poco me met�a en sus juegos dej�ndome correr la trusa ya con mi pene bien alargado los mov�amos me acostaba sobre la cer�mica fr�a del ba�o para pasar su grueso pene por mi culo, algunas veces quizo meterlo por mi ano haci�ndome doler, yo me dejaba porque me gustaba y cada vez m�s.
Cuando no estaba Leobardo lo cog�a a Jacinto que se dejaba nom�s bajar la ropa, se acostaba boca abajo con su culo descubierto esperando que me acostara encima para mover mi cadera con mi pene que se me paraba en cada roce que le hac�a en la piel de su culo lo escuchaba pujar y me gustaba ese sonido despu�s nos par�bamos me quedaba mirandole como se sub�a la trusa yo igualmente lo hac�a y sal�amos a seguir jugando.
Cuando estaban los mayores en casa nos mandaban a jugar al jard�n donde estacionaban el auto de mi papi nos sent�bamos en la cabina del conductor que lo hac�a Leobardo y lo sentaba sobre sus piernas a Jacinto movi�ndose tanto que se corr�an despacio las trusas hasta ver descubierto el culo y el pene despu�s me tocaba a mi me gustaba mucho tomar el volante y sentir deliciosamente que me corria la trusa para que mi culo recibiera ese delicioso contacto de mi piel con su grueso pene de cabeza mediana.
Se me dio por seguirlo a Leobardo cuando se iba a orinar, me mostraba su pedazo de carne que botaba orina yo sacaba la m�a y las junt�bamos ah� nom�s nos dabamos abrazos y rod�bamos en el piso, me insinuba aque fueramos a mi cuarto nos encerr�bamos, rapidito nos desvest�amos meti�ndonos en la cama a sentir nuestros cuerpos me dejaba de �l hacer todo, absolutamente todo lo que el me ordenaba, aguantaba sus embestidas del pene en mi culo, no s� que tanto me lo met�a pero cada vez me hac�a doler mi culo ya sea con los dedos que los met�a o con su pedazo de carne, llegu� a tener necesidad de estar con su cuerpo me entraba un no se qu� dici�ndome dentro de mi que me gustaba Leobardo tan solo de verle re�r cuando se met�a la mano a la trusa p�je�ndose haci�ndome ademanes de cogernos que esper�bamos el momento oportuno para hacerlo, muchas veces le ped� que me cogiera cuando nos acost�bamos en el piso alzando las piernas a la pared, en el roce me calentaba tanto que le dec�a al o�do para cogernos, todo ese tiempo fue maravilloso, inclusive me ense�� a mamarle el pene delicioso, me gustaba verle botar el semen, me chupaba mi pene chico pero muy rapidito que me dejaba con las ganas.
Lamentablemente tuvo que irse la empleada cuando ya mi hermano ten�a tres a�os, ya para mis once a�os Leobardo me hab�a hecho definir mi predilecci�n, siempre lo he recordado. A Jacinto tambi�n porque en muchas ocasiones lo cog� a pierna abierta, en perrito, cabalgando, apretado sobre la pred, arrimado al filo de la ducha, en fin, esos recuerdos marcaron para lo que vendr�a despu�s.
Ya en secundaria ten�a diecise�s a�os, era muy amiguero y ten�a siempre el deseo de hacer sexo, mi cara ten�a mucho acn� pero ah� me defend�a con mis encantos mi pene se abultaba en la trusa de ello se percataban mis amigos del barrio a los que me dejaba coger desde que ya no lo hac�a con Loebardo, llegu� a enam�rarme perdiadmente de Estefano, un chico precioso de dieciocho a�os, supe de rumores que era marido de un gay, simpatizamos de principio y a los pocos meses ya me dejaba tocar por �l, mi pene y culo lat�an de necesidad de un pene como ese tan grueso y largo que en nuestros encuentros lo primero que hac�a era mamarle esa deliciosa piel tan jugosa y delicada de su pene que al sentirlo dentro de mi ano me trasportaba a otro universo de placer, sinceramente me apasion� de su carisma, car�cter y de su precioso cuerpo bien cuidado de piel rosagante, mi culo estaba a su disposici�n cuando le insinuaba o me insinuaba, m�s lo hac�amos en su cas que era muy grande de tres pisos en su cuarto, esos locos a�os juveniles de placer fogoso fueron maravillosos.
Tuvo que llegar aquella tarde en que entre tantos besos, abrazos lamidas vienen, lamidas van que fui suyo completamente de poquito me fue metiendo todo su pene al aguante hasta que de un envi�n toda esa barra de masa de carne entr� dilatando mi esf�nter hasta lo m�s profundo de mi ser, no me doli� mucho pues creo que Leobardo en mi ni�ez hab�a hecho el trabajo de algo abrirme mi ano pero lo que fue despu�s de esa deliciosa y sufrible penetrada era la pasi�n y el deseo de estar con �l en todo momento, bastaba de una insinuaci�n o una llamada telef�nica para estar juntos amandonos en lo preciso del deseo caliente que nuestros cuerpos temperaban en el roce de piel con el suave recorrido de nuestras manos, era completamente suyo, apasionadamente le dec�a que me diera m�s y m�s en todas las circunstancias pese a que nuestra relaci�n siempre pas� a ser an�nima hasta que �l fue a estudiar a otra ciudad, yo lo segu� visit�ndolo peri�dicamente, sab�a de sus otros amantes pero quer�a estar con �l porque me daba la dicha de ser pose�do por un ser maravilloso, �nico en su estilo de cogerme, un familiar nos vio entrar a un motel y de corrido toda mi familia se enter�, me castigaron y me repudiaron pero segu� adelante, aspiro a que con el tiempo se resignen a considerarme tal cual como soy porque a Est�fano lo sigo amando con virtudes y defectos.
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Relato: Confesiones de mi vida
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