La italianita
Eran las tres de la ma�ana cuando cerramos el bar y salimos,
cada uno disparado hacia su casa. Uno de los mozos se ofreci� a llevarme en su
motocicleta, pero prefer� caminar un poquito hasta la parada de taxis y esperar
a que llegara don Pablo, un viejito simp�tico que terminaba su servicio a esa
hora y me acercaba a mi casa. Finalmente llegu� y me acost� a dormir, exhausta,
y despert� cerca de las nueve y media. Me di una larga ducha y com� una ensalada
de frutas con miel. Me tocaban tres d�as acumulados de descanso, que pensaba
dedicar a ordenar mi casa, es decir el peque�o cuarto que alquilaba en un
extremo de la ciudad, ordenar mi ropa, leer o escribir en mi vieja m�quina
Olivetti y despu�s dar un paseo, tal vez ir al cine si me sent�a demasiado
aburrida.
Mi vida en esos d�as transcurr�a en esa c�moda rutina, era
una existencia gris. mon�tona, casi anestesiante. Me hab�an obligado a renunciar
a mi trabajo como profesora de filosof�a en el colegio de mi pueblo cuando
alguien puso en manos de la directora una cartita de amor que me hab�a escrito
una alumna, con la que nunca tuve nada. Eso trajo como consecuencia que mi
pareja, que viv�a en un pueblo vecino, me dejara sin aceptar ninguna de mis
explicaciones, que mis padres me echaran de la casa y, finalmente, sola, sin
trabajo y con una valijita en la que cab�an mis pocas pertenencias, para hacer
realidad aquello de �pueblo chico, infierno grande�, me vi en la parada de
autobuses, se�alada por todos como una leprosa. Ca� en una depresi�n terrible al
llegar a la capital, tanta que, si bien consegu� trabajo en una escuela p�blica,
tuve que dejarlo enseguida porque no soportaba pararme en un sal�n de clases.
Trabaj� como dom�stica en varias casas de familia hasta que consegu� empleo en
el bar. Me cost� adaptarme a ese ambiente, pero finalmente consegu� que mi
empleador me tomara confianza y termin� trabajando como cajera del turno noche.
Pasaron dos a�os antes de que volviera a tener contacto con
mi familia. Primero me plantearon que tal vez yo estaba enferma, que si iba a un
sic�logo, o a un siquiatra� al principio me hizo gracia. Simplemente me traje
mis libros y mis discos, algunas fotos y mis carpetas con mis viejos proyectos
de escritura. Todo qued� arrumbado en un viejo caj�n que compr� en un remate de
muebles. La m�quina de escribir me la regal� la novia de mi empleador cuando se
compr� una computadora. Escrib� en ella un par de cuentos pero enseguida volv� a
caer en el mismo estado de desgano. Esa ma�ana sal� a caminar y anduve por la
ciudad vieja.
El verano se estaba yendo y las primeras se�ales del oto�o se
dejaban ver en las hojas de las acacias y de los �lamos. Me sent� en una plaza,
a la sombra de un �rbol, a disfrutar de la brisa mientras decid�a qu� hacer el
resto del d�a. La caminata me hab�a relajado y la brisa estaba sencillamente
deliciosa. Cerr� los ojos y me dej� caer sobre la hierba, me hubiera gustado
dormirme sin que me importara el bullicio de los p�jaros ni el ir y venir de los
transe�ntes. A los pocos instantes alguien me sacudi� los hombros suavemente.
-Scusse si�orina, �si siente bene?
Abr� los ojos sorprendida por ese acento italiano que solo
hab�a o�do en pel�culas. Contest� que s�, que no me pasaba nada y me puse de
pie, avergonzada por la situaci�n que me convert�a en centro de atenci�n de los
transe�ntes. La mujer que me habl� era una muchacha no muy alta, vest�a
bermudas rojas, sandalias negras y una camiseta clara con una imagen de Snoopy
que le sentaba muy bien. Era blanca pero su pelo era muy negro, largo y lacio, y
ten�a ojos almendrados.
-Scusse, mi espa�ol non � molto bono� pero acasso lei me
puede se�alare come llegare a questa galer�a de arte� �o cargo un mapa pero�
La galer�a quedaba a unas cinco cuadras, de manera que decid�
acompa�arla porque tambi�n estaba cerca del supermercado donde pensaba comprar
comida. Me detuve a mirar un desnudo sobre fondo azul mientras ella entregaba un
sobre a una empleada de la galer�a.
Se despidi� de m� con mucha cortes�a y yo segu� mi caminata
hasta el supermercado.
Esa tarde dorm� una siesta largu�sima, tan larga que me hizo
sentir culpable porque despu�s no ten�a sue�o en la noche, y tampoco ten�a ganas
de salir. Como la luz se hab�a ido, encend� mi peque�o radio de bater�as y
escuch� m�sica con los ojos cerrados, mientras por la ventana me llegaban los
rumores de la calle, bocinas estridentes con m�sica de rock, voces de gente que
pasaba, ruidos de pasos. Finalmente me dorm� y despert� poco antes de las siete
de la ma�ana. Hac�a mucho tiempo que no me sent�a tan descansada. Me di una
ducha y decid� que primero caminar�a y que despu�s cocinar�a un arroz con
habichuelas y carne de cerdo guisada, me dar�a una �jartura� y en la tarde
visitar�a a mi vieja amiga Asun, a la que no ve�a desde hac�a tres meses.
Experiment� una sensaci�n de alivio. Ten�a resuelto en qu� ocupar el domingo
pero� como dice un antiguo proverbio sumerio: �Los designios de los dioses son
inescrutables para los humanos�. Me puse mi �nico conjunto de gimnasia: un
pantal�n negro de algod�n, dos camisetas encimadas para traspirar un poco, y
sobre ellas el sueter, mis gastadas zapatillas deportivas y guard� algo de
dinero en mi sost�n.
Decid� que respirar�a un poco de aire de
mar, as� que me mont� en un transporte p�blico y despu�s camin� por el malec�n.
Llegu� hasta el final de la barrera de piedra y me detuve un momento a
contemplar las enormes siluetas de los buques anclados en el puerto. El sol se
estaba poniendo cada vez m�s picante, pero no me preocup�, no solamente porque
me har�a traspirar un poco m�s, sino porque al entrar al supermercado el aire
acondicionado me refrescar�a. Cruc� la calle y decid� regresar por las veredas
de los hoteles de turismo. Las fuentes y los chorros de agua de los suntuosos
jardines estaban encendidos. Un olor a tierra h�meda llenaba el aire.
Camin� despacio, tan distra�damente, que
no advert� que un taxi sal�a de un resort y, al acelerar, casi me lleva por
delante. El taxista era un moreno alto y fornido. Baj� el vidrio de la
ventanilla y me insult� de la peor manera. La cara se me encendi� de indignaci�n
y me qued� mir�ndolo fijamente. La pasajera que iba en al asiento de atr�s baj�
entonces y le orden� que se fuera. Un guardia de seguridad privada se acerc� a
mediar porque el hombre quer�a que le pagaran. La pasajera, en trabajoso
espa�ol, le dijo que si no se iba de inmediato, presentar�a una queja en la
gerencia y sac� de su cartera una agenda electr�nica y comenz� a anotar el
n�mero de unidad y de matr�cula. Entre lo tenso de la situaci�n y la intensidad
de los sentimientos de ira que me embargaban, solo cuando el hombre se hubo
marchado pude darme cuenta de que la pasajera era en realidad la joven italiana
que el d�a anterior me hab�a hablado en la plaza. Me estrech� la mano y se
excus� nuevamente, dijo que me hab�a reconocido antes de bajar del auto y que el
d�a anterior hab�a lamentado no haberme dicho su nombre ni que yo le dijera el
m�o.
-Me llamo Silvia.
-Io sono Antonella.
El guardia se alej� al ver que nos
est�bamos entendiendo. Antonella vest�a pantalones de jean, una blusa marr�n de
algod�n de mangas cortas y sandalias negras. Llevaba atravesado un bolso de tela
muy peque�o. Me explic� que en realidad quer�a ir a desayunar a un lugar donde
hubiera comida t�pica, que ya estaba algo cansada de los hoteles y de los
shopings. En ese momento me preocup� mi aspecto de vagabunda pero, para no
desairarla, le dije que pod�a sugerirle un lugar y ella mene� la cabeza y me
pidi� que la llevara.
-De acuerdo.
Llam� a un taxi que pasaba y le indiqu� el
nombre de un comedor econ�mico en la avenida que desemboca en la universidad
central. Antonella se dio una �jartura� de pl�tanos fritos, chicharr�n de cerdo
y yuca con cebolla. A m� me resultaba dif�cil creer que en un cuerpo tan delgado
pudiera caber tanta comida. Obviamente que ese desayuno me hizo abandonar por
completo mis planes de almuerzo. En su trabajoso espa�ol, Antonella me pregunt�
a qu� me dedicaba, contest� aproximadamente la verdad, solo me guard� lo de que
soy profesora en filosof�a y la forma en que abandon� la docencia.
-Io sono profesora da literatura, ma non
trabajo en ense�are, sono asesora di un grupo editoriale e lavoro come
comentarista di libro per una publicazione di Milano.
-�Vives en Mil�n?
-No, no, vivo en Roma, pero paso il fine
de setimana, de semana� en Milano.
Parec�a que la dificultad de hilvanar
frases, ella en espa�ol y yo en mi rudimentario italiano, hac�a que el desaf�o
de comunicarnos se fuera tornando cada vez m�s interesante, tanto que la charla
me hizo olvidar mi aspecto por un rato, al menos. Supe que Antonella hab�a
venido a hacer un trabajo de asesor�a para su embajada, y que tendr�a que
quedarse como un mes y medio, de manera que deb�a dejar su habitaci�n en el
hotel de turismo y mudarse a uno m�s econ�mico o alquilar un departamento,
aunque con euros todo es m�s econ�mico en el Caribe. Finalmente, por esa especie
de solidaridad espont�nea que tenemos los latinos con nuestros iguales europeos,
le di la direcci�n de mi trabajo y mis horarios, y me ofrec� para ayudarla en lo
que me fuera posible, que era muy poco, seg�n me parec�a en ese momento.
Ella me dio una tarjeta con su nombre, su
tel�fono en Roma y su correo electr�nico. Nos despedimos poco antes de las once
y durante varios d�as no volv� a saber de la italianita de ojos inolvidables. Mi
fin de semana libre se escurri� como arena entre mis dedos y el martes en la
noche retom� mis largas rutinas en el bar. En la madrugada del s�bado una lluvia
torrencial se desat� al llegar a mi casa y me empap� hasta los huesos, pese a
que el trayecto que tuve que caminar era muy breve. A la luz de una vela me
quit� toda la ropa mojada y, sin secarme, me acost� a dormir con la esperanza de
que la luz volviera cuanto antes. Me despert� el viento del abanico casi a las
nueve de la ma�ana. Salt� de la cama y, despu�s de un caf� con galletas de soda,
volv� a calzarme mi ropa de transpirar y sal� a caminar sin rumbo. Como los
caballeros medievales que sal�an en busca de aventuras y dejaban que fuera su
caballo el que eligiera el rumbo, anduve casi veinte cuadras y llegu� a un
parque muy amplio que era el lugar favorito de los atletas y beisbolistas de la
ciudad. Di una carrera entre senderos arbolados, sub� una cuesta que me hizo
sacar la lengua y sal� a la calle que queda al otro extremo, me detuve bajo un
frondoso �rbol a recuperar el aliento y a disfrutar de la brisa que refrescaba
mi cuerpo transpirado. El canto de los p�jaros se mezclaba con el estruendo de
los carros de las calles adyacentes. Otras personas pasaban corriendo, solas, en
grupos, algunas en lujosas bicicletas de carrera. Di unos pasos mientras
respiraba el aroma de la hierba, de las hojas y de las flores, y en ese momento
sent� como nunca el peso enorme, implacable, de la soledad. Vi una silueta
difusa que se acercaba trotando como a trescientos metros, su andar era
elegante, gracioso y vital. Mi sorpresa no pudo ser m�s grande cuando, al
tenerla bien cerca, reconoc� a Antonella.
Nos saludamos de manera casi impersonal,
hasta que ella me pidi� que la acompa�ara a trotar. Acept� aunque estaba
exhausta y la transpiraci�n ya era como una pel�cula sobre toda mi piel. Como a
los doscientos metros Antonella se detuvo y nos sentamos un momento. Ambas
resopl�bamos y habl�bamos de manera entrecortada mientras recuper�bamos las
fuerzas.
Antonella me cont� que se hab�a mudado a
un departamento, no muy lejos de ah� �dijo- y se�al� en direcci�n al mar, que
era apenas visible desde donde nos encontr�bamos. Caminamos un trecho y nos
enjugamos la transpiraci�n, ella con una toallita que tra�a colgada de la
cintura, yo con la manga de mi sueter.
-�Come stai, Silvia?
-Pues� estoy muerta de sed.
-Alora� sc�same, podemos ire a mia casa e
bebere acua e� parlare, come si diche� charlar�
Asent�.
La casa de Antonella no quedaba tan lejos,
pero no estaba tan cerca o al menos mis piernas no parec�an concordar con esa
idea. Su departamento era el cuarto de un edificio recientemente construido al
que se llegaba por una agotadora escalera. Pens� que si yo tuviera que subir y
bajar todos los d�as esa escalera no necesitar�a trotar por el parque pero� cada
loco con su tema, me conform�. El departamentito estaba bien organizado, una
morena de baja estatura y entrada en carnes estaba lavando los pisos. Antonella
encendi� un abanico de techo y el soplo me refresc� el rostro sudoroso. Me dio a
beber un vaso de agua que me supo al m�s exquisito vino y charlamos, esta vez
con un poco m�s de claridad. Me ense�� fotos de su familia, un gesto que me
conmovi� porque en realidad apenas nos conoc�amos. Cuando termin� de ver el
peque�o �lbum Antonella me pregunt� si ten�a �fame�, mi soreprendida mirada hizo
que me explicara por se�as, si quer�a comer algo. Le expliqu� que en realidad,
lo que quer�a era ir a darme una ducha y cambiarme esa ropa transpirada.
-Te puedo dare una bolita- sugiri�
sonriendo al pronunciar esa expresi�n coloquial.
Finalmente me acerc� a mi casa en un carro
cuya marca no pude identificar y nos despedimos con toda naturalidad.
La noche del s�bado el bar estuvo tan
concurrido que cerramos casi a las cinco de la ma�ana. Dorm� desde las seis y
media hasta la una de la tarde, aprovech� el sol para lavar algo de ropa y antes
de las seis estaba otra vez rumbo al bar. Fue una semana lenta, me costaba
dormir, sent�a necesidad de recapitular mi vida. Desempolv� mis libros y mis
viejos apuntes de la universidad y hasta sent� nostalgia de mis a�os de
estudiante, de mis d�as como profesora. Me imagin� charlando con Nayelis, la
novia de mi empleador, sobre Nietzche y sus principios, sobre la forma en que el
viejo Schopenhauer demuele los fundamentos de la moral de Kant, sent�a una
peque�a voz interior que me dec�a, esto es lo tuyo, Silvia, deja ya de
castigarte, mujer�
Rele� los pasajes m�s significativos de
�As� hablaba Zaratustra�, repas� los fundamentos de mi tesis sobre la influencia
de Kierkegard en Heidegger, y me puse a garabatear ideas sueltas en una hoja en
la m�quina de escribir. Finalmente escrib� un cuento, dos mujeres se conoc�an en
una estaci�n de trenes, viajaban ambas a pueblos vecinos en una zona monta�osa,
durante el viaje intercambiaban historias, an�cdotas y recuerdos, terminaban
descubriendo que las dos eran fan�ticas de la m�sica cl�sica, una de Paganini,
la otra de Vivaldi, que a las dos les gustaba el dulce de leche, que les gustaba
despertar en la madrugada y escuchar los ruidos de la calle, que ambas so�aban
con viajar a Roma y caminar por la V�a Apia, tomarle fotos a la columnata de
Bernini y visitar la Galler�a degli Ufizzi. Ambas cre�an que se ver�an de nuevo
en el viaje de regreso pero eso no suced�a. Solo al final, cuando la
protagonista finalmente viaja a Roma y se hospeda en un hotel en la v�a V�neto,
descubre que la otra ocupa la habitaci�n contigua. En su �ltima noche en Roma,
la protagonista est� desnuda, viendo por la ventana de su habitaci�n la noche
sobre la ciudad eterna, cuando siente una respiraci�n en su nuca, unos senos
contra su espalda y unos brazos que la abrazan desde atr�s. Una de las dos
pregunta
-�Me esperabas?
La otra responde
-�Por qu� tardaste tanto?
Decid� que repartir�a mis curr�culos en
algunos colegios. Rescat� mi viejo conjunto de falda marr�n oscuro y chaqueta
del mismo color. Me maquill� con sobriedad y me arregl� el pelo. Era viernes, de
manera que entre las dos y las cuatro de la tarde, recorr� cinco escuelas.
Cuando sal�a de la �ltima, un edificio de dos plantas con un patio muy amplio y
un parqueo vigilado, descubr� que enfrente estaba la embajada de Italia. No pude
evitar acordarme de Antonella y de que ella trabajaba en ese lugar. Me qued�
viendo el colorido escudo del consulado y la bandera mientras recordaba algunos
pasajes de mi cuento. Camin� distra�damente y me sent� en un banco en la parada
de autobuses de la esquina. Mi mente estaba lejos de all�, en medio de mi
distracci�n recordaba unos versos de Rosal�a de Castro:
�Otra vez!, tras la lucha que rinde
y la incertidumbre amarga
del viajero que errante no sabe
d�nde dormir� ma�ana,
en sus lares primitivos
halla un breve descanso mi alma.
-Silvia, Silvia, �sei t�?
Mi sorpresa fue may�scula. Antonella
estaba detr�s de m�, me asust�. Era como si mi invenci�n literaria se estuviera
haciendo realidad, al menos en parte. Solo en ese momento tom� conciencia de que
la escena final de mi relato transcurr�a en Roma �qu� trampas me estaba
tendiendo mi subconsciente?
-Oh, qu� sorpresa, �c�mo est�s?
-�E qu� haces t� per aqu�?
-Oh, vine a traer un curr�culo a este
colegio.
Antonella vest�a un pantal�n azul y una
blusa negra con botones blancos, llevaba el pelo recogido con una cinta de
terciopelo negro y unos aretes plateados. Estaba muy bonita.
-Est�s molto bonita- dijo ella como si
fuera un eco de mi pensamiento.
-Gracias, t� tambi�n est�s muy bella.
-Mira, acomp��ame, buscamos mi caro e te
acerco adonde vas, �t� trabaca alora?
-Oh, s�, en el bar, pero todav�a es
temprano.
Cruzamos el patio lateral de la embajada y
llegamos a un parqueo donde un guardia de seguridad nos franque� el paso.
Antonella condujo hacia la ciudad vieja mientras me comentaba que le costaba
comunicarse con la gente pero que ya hab�a hecho algunas amistades que no eran
italianas
-Ma, t� sei la primera- dijo y puso su
mano sobre la m�a.
-Gracias.
Hablamos de sus horarios de trabajo, de
los apagones, del tr�nsito que a ella le parec�a menos traum�tico que el de
Roma, finalmente me pregunt� cu�les eran mis d�as libres.
-Cada dos semanas me tocan tres d�as
corridos, por ejemplo, desde ma�ana, hasta el martes.
-�E qu� piensas hacere? Digo, sc�same, non
quiero sere indiscreta.
-No tengo planes, todav�a, salvo ir a
correr ma�ana.
Sus ojos se iluminaron y eso me
sorprendi�.
-Va bene, mira, �o paso a buscarte, e
vamos a correre, e luego vamos a la playa, la mejor playa que t� conoces, �o te
invito, �quieres?
-Oh, s�, encantada.
Antes de las nueve del s�bado esper� a
Antonella en la vereda de la cuarter�a. Durante toda la noche luch� contra mi
entusiasmo, pens� en otras cosas, me dije que deb�a conducirme con naturalidad�
en fin�
Cuando llegamos a casa de Antonella,
despu�s de correr varios kil�metros por el parque, me sent�a tan cansada que
casi no ten�a ganas de hablar. Ella se mostr� apenada, me dijo que tal vez me
hab�a hecho correr demasiado, pero la tranquilic�. Puso a calentar en un
microondas una pasta de �oquis con salsa blanca que ol�a a saz�n desconocido
para m�. Una sola vez en mi vida hab�a probado esa comida t�picamente italiana.
Antonella me sugiri� que me duchara
primero mientras ella preparaba la mesa. Esa ducha me renov� totalmente, tanto
que com� con entusiamo. Finalmente fuimos a la playa y estuvimos entrando y
saliendo del agua hasta el atardecer. Antonella usaba un traje de ba�o enterizo
de color negro, muy parecido al m�o, sab�a nadar muy bien y le gustaba m�s el
agua que tomar sol, algo en lo que coincid�amos plenamente, solo que su piel muy
blanca y llena de pecas se enrojeci� como si se hubiese te�ido con l�piz labial.
Era de noche cuando llegamos a su casa, muertas de hambre. Preparamos unos
sandwichs de vegetales, jugo de naranjas y, mientras ella se daba una ducha para
quitarse toda la sal, yo acomod� todo en una bandeja y puse dos almohadones en
el balc�n, para comer en el piso y disfrutar de la brisa que corr�a a esa hora.
Me duch� r�pidamente, me puse una calza azul de algod�n y una camiseta roja sin
mangas. Nos sentamos a comer mientras, gracias a que hab�a luz, Antonella puso
algo de m�sica, un CD de Laura Pausini que me encant�. Comimos en silencio
mientras la brisa tra�a m�sica de bachata, de merengue y en la cercana avenida
el estruendo de las bocinas se o�a como un rumor lejano y apagado.
Antonella ten�a puesta una camisa roja y
un short de algod�n del mismo color. Cuando terminamos de comer recog� todo y
r�pidamente lav� los utensilios, pese a la oposici�n de mi anfitriona. Cuando
termin� ella me esperaba en el balc�n con una botella de un licor que para m�
era todo un misterio. Result� ser un vino moscato de Sin�scola, una regi�n cuyo
nombre ten�a para mi fantas�a reminiscencias de romanzas y bosques de cipreses.
Brindamos y conversamos despu�s largamente. El lenguaje de Antonella me sonaba
m�s familiar ahora, como si estuvi�ramos construyendo un entendimiento que� di
un respingo y supongo que debo de haber palidecido en el momento exacto en que
ella me mir� a los ojos mientras me hablaba� me di cuenta de que yo hab�a venido
preparada como para quedarme, y ella en realidad no me hab�a invitado, me sent�
apenada por mi falta de sentido de la situaci�n.
Antonella se alarm�.
-Silvia, �que cossa suchede?
-Oh, no, no es nada, dije mientras me
pon�a de pie y me dirig�a a sentarme en una silla en la salita. Inventar�a una
excusa para irme, pedir�a un taxi o�
Antonella se sent� a mi lado y me tom� de
la mano. Recost� mi cabeza en su hombro.
-Trancuila, ragazzina, tuto va stare bene�
La mir� a los ojos con miedo, con terror,
con infinita ansiedad, y me encontr� con su sonrisa franca, luminosa, l�mpida y,
como si la magia existiera y los sue�os se hicieran realidad as�, aun cuando nos
negamos a esperar lo inesperado pero en el fondo nos morimos de ganas de que
suceda, nuestras caras se acercaron y luego de segundos que encerraron para m�
toda una eternidad, Antonella me bes�, y su lengua que sab�a a licor me embriag�
mucho m�s que todo el vino que pudiera beber a lo largo de una vida.
-Per favore, bambina, ven- pidi� ella y me
tom� de la mano para llevarme a su dormitorio. Como si el viento del mar se
hubiera apoderado de mi sangre, la apret� contra una pared del cuarto y la bes�
hasta que me falt� el aire. Sus manos comenzaron a deslizarse debajo de mi ropa
mientras su boca trazaba senderos de tibieza alrededor de mi cuello. Se dej�
besar mientras se desnudaba y despu�s me fue quitando la ropa con toda la
lentitud que pudo. Su piel clar�sima estaba llena de pecas, su sexo depilado
ten�a una inocencia casi infantil que me enloquec�a, sus manos expertas y suaves
me fueron desnudando de a poco, cuando me quit� la calza, me abraz� desde atr�s
y sus manos jugaron con mi vell�n, se sent� sobre la cama y me tuvo frente a
ella, con la tanga a medio quitar, mientras sus dientes mord�an con suavidad la
blandura de mis gl�teos. Me hizo tender de bruces sobre la cama y un dedo m�gico
me fue trazando una l�nea recta que nac�a en mi nuca y terminaba en mi cuevita
trasera, despu�s me dio vuelta y su lengua jug� a darle brillo a mis pezones,
anduvo como una hormiguita juguetona alrededor de mi ombligo mientras sus dedos
me abr�an como si hojearan las p�ginas secretas del m�s misterioso de los
libros. Sent� las suaves estocadas de su lengua que encend�a tempestades
el�ctricas sobre mi pelvis hasta que mi sexo sediento de caricias se transform�
en nube, en algod�n de az�car, en armon�a y me abr� de par en par al tiempo que
mi gemido delataba mi llegada a la m�s alta cumbre del deseo. Todav�a temblorosa
apret� con los dientes los pezones de Antonella, frot� su vientre claro con mis
senos, la hice dar vuelta para que mi lengua acariciara su coxis, lam� sus
orejas y bes� su cuello y, cuando descend� al paisaje rosado de su sexo
humedecido de ganas, dej� que mi lengua so�ara con la miel m�s salobre hasta que
su cintura se arque� y sus manos me apretaron para que mi boca se fundiera sobre
su templo de tibieza, la sent� estallar y despu�s aflojarse mientras libaba los
�ltimos estertores de su saciedad. Permanecimos abrazadas y silenciosas, hasta
que ella me pregunt� c�mo me sent�a.
-Maravillosamente- respond�. Me bes� de
nuevo y nos embarcamos en un sesenta y nueve como nunca so�� que se pudiera
ejecutar. Antonella alcanz� el cl�max antes que yo y despu�s me hizo llegar al
para�so. Nos dormimos enseguida. En la ma�ana despert� y me encontr� sola en la
cama, fui al ba�o y encontr� a Antonella en la ducha. Mientras ella me hablaba
de lo bien que se sent�a, me cepill� los dientes y luego la abrac� bajo el
chorro de agua para darle los besos m�s largos y mojados que invent� para ella
durante el sue�o. Antonella col� un caf� y despu�s me ayud� a secarme, como se
estaba tomando todo el tiempo del mundo le hice notar que el caf� se enfriar�a
si no se apuraba, pero cuando ya est�bamos sobre la cama y la sent� apoderarse
de mi desnudez reci�n lavada, me di cuenta de que el caf� no le preocupaba
demasiado. Pasamos ese d�a en la cama y en la tarde, agotadas de tantos
orgasmos, nos dormimos hasta la madrugada del lunes.
Mi vida tom� otro rumbo desde entonces. Aunque no me quise
mudar con Antonella, fuimos felices y nos enamoramos. Finalmente consegu�
trabajo en una universidad y la estad�a de Antonella la embajada se prolong� por
unos meses m�s, casi hasta mediados de mayo. En ese tiempo ella me ayud� a
conseguir una beca de estudio en la Universida degli Studi di Roma La Sapienza,
de manera que me fue f�cil obtener el visado. Tuve que hacer un curso intensivo
de italiano pero, con una profesora que me ense�aba de manera tan amorosa, o
mientras me hac�a el amor, mis progresos fueron incre�bles.
Mi �ltima lecci�n de italiano fue una madrugada, el premio al
cuestionario que respond� a la perfecci�n fue un c�ctel de dulces, dulce de
naranja en los pezones de Antonella, dulce de cereza en mi pubis, miel en el
monte de Venus de Antonella, dulce de ciruela en mi entrepierna. Su sexo se me
escapaba por momentos como si estuviera tratando de atrapar con los labios la
m�s empalagosa y escurridiza fruta, pero ning�n dulce podr�a cambiar el sabor
del botoncito m�gico que mi lengua acarici� con fruici�n hasta que Antonella se
tens� y el gemido de su orgasmo fue la melod�a m�s hermosa que acarici� mis
o�dos. Ella me hizo viajar a las im�genes m�s hermosas que pudo dibujar mi
cerebro mientras su lengua inventaba todas las diabluras posibles en mi sexo, vi
una cascada, un atardecer marino, un �guila sobrevolando un pico nevado, vi una
guitarra que sonaba como si hubiera encerrado los trinos de todos los p�jaros
del mundo, vi una ola gigantesca que suavizaba la arena hasta dejarla como
terciopelo, y me elev� sobre las nubes y las constelaciones para despertar en
los brazos de mi amada y ser infinitamente feliz como una ni�a que descubre el
secreto del amor y la belleza�
La voz de una azafata de Alitalia, primero en espa�ol,
despu�s en italiano, luego en ingl�s, me saca de mi enso�aci�n.
La temperatura en Roma es de 29 grados cent�grados. El avi�n
estar� tocando tierra en el aeropuerto del Fiumicino dentro de dos horas y
media. Hace veintiocho d�as que Antonella regres� a Italia, hace veintiocho
siglos que mis labios sue�an con sus besos, hace veintiocho eternidades que mi
sexo a�ora el idilio de sus caricias. La llam� a su celular poco antes de subir
al avi�n, le dije, entre otras cosas, que me preocupaba el vestuario con que
deb�a presentarme al primer d�a del curso, pero ella se ri� un poco, me dijo que
hay tiempo suficiente para afinar ese detalle y, con ese canta�to picar�n que le
conozco tan bien, me respondi� al final
-Cara m�a, non te preocupes, que per unos d�as non vas a
necesitare nesuna clase de ropa�
�Me habr� querido decir exactamente eso que sospecho que me
quiso decir?