Buenos vecinos III � Pipo y Felipe cuentan sus historias
Todos estaban absortos con semejante relato. Atentamente, no
perd�an palabra de la historia de Carmelo. Por fin Pipo se anim� a preguntar:
-�Y qu� hicieron despu�s?
Carmelo suspir�, visiblemente excitado, y dijo:
-Nada.
-�C�mo "nada"?- preguntaron todos a coro...
-No. Nada. Porque la situaci�n me hab�a atemorizado tanto,
que contest� como un ni�ato: "Le dejo el informe en su escritorio", y como un
gilipollas me retir� de all� casi a los tropiezos. Siempre me arrepent� de lo
que "no hab�a hecho". Es que si hubierais visto esa polla... esos huevos...
joder �c�mo se sentir� tocar los huevos de otro hombre?. No puede ser tan malo.
Pipo, consternado y sinti�ndose raro, se volvi� a acercar a Carmelo. Sus
torsos se volvieron a contactar, y ambos se sintieron otra vez, pero de manera
diferente, m�s cercana, m�s... sensual. Volvi� a preguntar:
-�Y te despidi�...!
-No, nada de eso. Nunca m�s volvimos a hablar de lo ocurrido.
Se comport� como un verdadero caballero y respet� mi temor y en todo caso mi
elecci�n.
-Pens� que cuando hablaste de una experiencia homosexual,
ibas a contarnos de c�mo tuviste relaciones con un hombre � dijo Ignacio. � �es
esto lo mismo?
-Entiendo que una experiencia homosexual no tiene que ser
necesariamente un encuentro sexual � empez� diciendo Pipo � y ahora que Carmelo
ha contado la suya, pues pienso que a m� me ha pasado algo con un hombre
tambi�n.
Ignacio se dispuso a escuchar, y para estar m�s c�modo se
recost� m�s a�n sobre la alfombra. Su toalla se levant� y dej� a la vista parte
de sus genitales. Carmelo, que lo ten�a enfrente, no pudo evitar notarlo.
Recordar su propia historia lo hab�a predispuesto a sentirse m�s libre. Por lo
que no ocult� su mirada, y sinti� otra vez algo que despertaba a su sexo. Pipo
empez� a contar su historia, mientras Carmelo cada tanto lo acariciaba suave y
tiernamente, mirando los velludos huevos de Ignacio a medio ocultar bajo una
toalla que quer�a moverse a toda costa.
-Ten�a 14 a�os, y estaba en la secundaria. � empez� a contar
Pipo � Mis padres, que consideraban que holgazaneaba mucho al llegar el verano,
me mandaron a un campamento durante tres semanas, en Entre R�os. No me gustaba
mucho, pues todos mis compa�eros eran un poco m�s chicos que yo. El coordinador
del grupo, era nuestro cuidador y responsable por todos, un chico de 21 a�os,
casi rubio, de barba, alto y muy fornido, especialmente entrenado para
atendernos y guiarnos en todas las actividades del campamento. No s� por que,
pero muy pronto, me sent� totalmente atra�do por ese chico. Lo ve�a como a un
modelo a seguir, pues era muy desenvuelto, divertido, simp�tico y a la vez
paternal. Por eso todos lo adoraban. Pero debo decir, que de todo el grupo, yo
era su preferido. As� que pronto me fui granjeando el recelo y odio de todos mis
compa�eros. Como era de esperar, no pasaron muchos d�as hasta que dos matoncitos
del grupo me esperaron en el bosque y me propinaron una golpiza de cobardes, de
la cual no me pude defender demasiado. Termin� muy golpeado y de no ser por la
r�pida aparici�n del coordinador, no s� lo que me hubiera pasado. El coordinador
les impuso un gran castigo y los ech� de all�, y cuando quedamos a solas, me
pregunt� suavemente d�nde me dol�a. Yo estaba casi desmayado, as� que alarmado,
�l me levant� en brazos y me llev� a su carpa. Me recost� sobre su bolsa de
dormir. Yo lloraba del dolor, aunque ten�a verg�enza de que �l se diera cuenta.
Me dijo que me tranquilizara, que no era nada, que todo hab�a pasado. Y con un
lienzo h�medo, empez� a refrescarme en los lugares donde hab�a recibido los
golpes. Cuando �l mojaba el lienzo en el agua, yo pod�a verlo totalmente
arrodillado junto a m�. Sus piernas y brazos eran muy peludos. Lo envidiaba,
pues yo estaba lejos de tener tantos pelos. Entonces vi que su pantaloncito
corto se abr�a bastante, hasta ver parte de sus pelud�simos huevos. Era una
atracci�n visual irresistible y nueva para m�. Todo lo que �l hac�a era un
b�lsamo para m�, y tiernamente me calmaba con frases muy suaves. Me dec�a que
todo iba a estar bien y que no ten�a que tener miedo. Entonces me dijo que me
quitara la camisa. Como yo tardaba en hacerlo, siempre mir�ndolo, �l me ayud�,
bot�n por bot�n. Me examin� y vio que todo estaba bien. Mi pecho sinti�
escalofr�os al sentir el trapo fr�o y mojado. Me revis� las piernas y cuando
constat� que no hab�a mayores da�os, me dijo que me quitara el pantaloncito. Lo
mir� a los ojos, algo asustado, pero su expresi�n me dio toda la confianza del
mundo. Qued� solo con mis calzoncillos. Y �l me empez� a palpar los muslos,
subiendo, subiendo hasta llegar a mis entrepiernas. Instintivamente las cerr�,
pero �l me las abri� con toda la suavidad del mundo. Toc� mi abdomen a la vez
que con cada presi�n me preguntaba si sent�a alg�n dolor. Cuando lleg� a mi bajo
vientre, sus dedos se metieron un poco por debajo de mi slip. Sent� como �l
palpaba apenas mis primeros vellos. Entonces, cuando cre� que me iba a bajar la
tela por completo, me dijo que me diera vuelta. Antes de hacerlo, lo mir�. Sus
piernas velludas abiertas ante m�, invitaron a mis ojos a ir directamente a su
bulto. Cre� ver que estaba mucho m�s grande que de costumbre. Pero me di la
vuelta enseguida. Comenz� a tocarme la espalda, la recorri� por toda sus
extensi�n y fue bajando hasta la cintura. Entonces, apenas detenido, tom� el
el�stico de mi slip y empez� a bajarlo. Fue todo muy despacio. Me quit� la
prenda hasta los tobillos y qued� completamente desnudo. Sus manos fueron
directamente a mis nalgas y lentamente comenc� a sentir un placer nuevo e
intenso. Su sutileza, su calor, sus breves movimientos, todo contribuy� a que mi
peque�o pene lograra su mayor erecci�n en pocos segundos. Me acarici� los
gl�teos, aventur� sus dedos entre ellos... y roz� deliciosamente mi ano,
abri�ndome las nalgas hasta sentir que me iba a partir en dos mitades. Mi llanto
hab�a dejado paso a gemidos muy breves, involuntarios, entrecortados. �l segu�a
dici�ndome que todo estaba bien, que ahora me iba a cuidar, y que esa noche, me
dejar�a que durmiera con �l. Cuando termin� de colmarme de caricias, me dijo que
me hiciera a un lado. Lo mir�. Se desabroch� la camisa, se la quit� y me mostr�
su pecho hermoso, lleno de vello dorado. Luego se quit� los pantaloncitos y
qued� en calzoncillos. Yo me sent�, frente a �l, intentando ocultar mi erecci�n.
Entonces me pregunt� si quer�a ver su pene. Yo no deseaba otra cosa, as� que
asent� con la cabeza. Me dijo que lo podr�a ver, pero antes deber�a mostrarle el
m�o. As� lo hice, avergonzado, pues estaba muy duro. Me sonri�, dici�ndome:
"Ten�s pocos pelos todav�a, yo tengo muchos m�s, pero no te preocupes, pronto se
ver� as�". Inmediatamente, �l se quit� el calzoncillo y por primera vez vi un
pene adulto, completamente erecto. Abr� la boca del asombro y �l sonri� otra
vez, complacido en exhibirse ante m�. Su verga qued� colgando, bambole�ndose
hacia arriba, h�meda, desafiante, llena de venas y pliegues. Enseguida la tom�
con su mano derecha, y empez� a masturbarse. Yo hice lo mismo, excitado al
m�ximo ante la visi�n de esa pija tan grande, tan dura y tan gruesa. Ve�a
maravillado como su prepucio cubr�a y descubr�a r�tmicamente el glande y como
los huevos se agitaban siguiendo cada movimiento. Yo no paraba de masturbarme,
en un acelerado frenes�. Lo mir� a los ojos, y �l me sonri�, a modo de aviso de
que iba a eyacular. Entonces ambos nos derramamos en torrentes de semen y
aullidos contenidos de placer. Cuando acabamos de movernos, yo sent�a una culpa
tremenda, a pesar del gran placer que hab�a experimentado, pero �l, con infinita
dulzura, me acarici� la mejilla y me abraz�, a�n desnudos. Me dijo que nadie
deber�a saber lo sucedido. Me bes� en la frente y eso fue todo.
Cuando Pipo mir� a sus amigos, �stos estaban pensativos,
mudos y conmovidos. Carmelo mir� a Ignacio m�s all� de su toalla y comprob� que
hab�a crecido algo all�. Felipe fumaba y beb�a largos tragos de vino,
acarici�ndose cada tanto entre los pelos de su pecho.
-�Han visto? �Qu� os dec�a yo? � dijo absorto Carmelo.
-Pero eso no quiere decir nada � contest� Ignacio � es muy
com�n esas masturbaciones entre j�venes de toda edad, grupales o no.
-Creo que no fue una simple masturbaci�n, pues de seguir en
el campamento, supongo que Pipo habr�a tenido alguna historia con su coordinador
� dijo Felipe.
-�Qu� dec�s, Felipe?, ninguno de nosotros aqu� es gay. Pipo
era muy joven, y de alguna manera fue seducido por un tipo que aprovech� de su
adolescencia y de su calentura para abusar de �l. � dijo Ignacio mientras se
estiraba para dejar su copa en la mesa. Carmelo vio entonces algo m�s que sus
test�culos. Gui�� un ojo a Pipo que advirti� asombrado el pene enorme que
asomaba por debajo de la toalla.
-Puede ser, pero yo creo que Pipo goz� mucho de ese "abuso"-
le contest� Felipe.
Carmelo, viendo un poco avergonzado a Pipo, y a la vez
advirtiendo que Ignacio estaba evidentemente excitado por el relato, se anim� a
desafiarlo.
-�Y t�, Ignacio? �No tienes algo para contarnos? �Nunca te
has excitado por un hombre? �Eres tan macho como piensas?
-No es que lo piense. As� me siento. No recuerdo haber sido
atra�do por un hombre � dijo inc�modo e intentando cubrir el bulto que se
formaba en su toalla.
-No te creo � replic� Carmelo, que estaba seguro que el
comienzo de erecci�n de Ignacio era producto de las palabras de Pipo.
-Pues no me importa, no tengo que explicar nada a nadie
-No te pongas as�, Ignacio, tal vez no sea atracci�n
propiamente dicha, y en eso, es muy probable que no seamos due�os de nuestras
propias emociones, pero s� es verdad que algo muy fuerte se desencadena en esas
situaciones, cuando dos hombres est�n �ntimamente unidos por algo que los
supera, que los confunde.
Carmelo y Pipo se miraron a los ojos. Se volvieron a abrazar,
y sonri�ndose, se acomodaron acerc�ndose entre s� a�n m�s. Sin dejar de mirar a
Carmelo, Pipo le pregunt� a Felipe:
-�Vos tambi�n ten�s algo que contarnos?
-No s� si hacerlo.
-�Porqu�? � pregunt� Ignacio, queriendo salir del tema, pero
sin poder resistirse a saber m�s.
-Porque no estoy seguro de que les guste � dijo Felipe,
hundido en el vac�o de su propia copa.
-Hombre, todos estamos medio borrachos ya, y �sta ha sido una
noche de grandes charlas... � comenz� a decir Carmelo � as� que no te cortes, y
�venga!, cu�ntanos tu experiencia.
Pipo se acurruc� entre los brazos de Carmelo. Nadie vio en
esto algo fuera de lo natural, tal era la confianza entre esos dos hombres. La
mano de Carmelo tom� a Pipo por el flanco de tu torso y su mano lleg� hasta una
tetilla. El pulgar comenz� a acariciar el rosado bot�n y Pipo se desperez� de
placer. Estaban expectantes mirando a Felipe, quien dej� su copa en la mesa, y
trag� en seco antes de empezar.
-Fue con mi mejor amigo: Osvaldo. De esto ya hace bastante,
hac�a un a�o que hab�a sido padre. Osvaldo y yo �ramos inseparables, y mucho m�s
al compartir nuestras flamantes paternidades. Yo lo adoraba. �l era el amigo a
quien yo admiraba, al que imitaba en la forma de vestirse, de hablar, de seducir
a las mujeres, en fin, ustedes me entienden, pues les habr� pasado con alg�n
amigo.
Todos asintieron, especialmente Ignacio. Luego, Felipe
prosigui� con su historia:
-En medio de esta idealizaci�n, creo que comenc� a sentir por
�l una atracci�n totalmente distinta a lo que hab�a sentido por otro amigo.
Hasta que un d�a, volviendo del centro, nos sorprendi� una tormenta tremenda que
nos empap� completamente antes de poder subirnos a mi auto. Calados hasta los
huesos, llegamos a casa, �l quer�a seguir hasta la suya, pero cada vez llov�a
m�s y m�s. Le dije que telefoneara a su casa, diciendo que llegar�a despu�s. As�
lo hizo. Est�bamos solos, no puedo recordar porqu� no hab�a nadie en la casa.
Subimos directamente a mi cuarto, donde r�pidamente nos empezamos a quitar la
ropa mojada. Saqu� unas toallas mientras me quitaba la camisa. Fue todo muy
r�pido. Enseguida estuvimos como Dios nos trajo al mundo, en el peque�o vestidor
de mi habitaci�n. Osvaldo era un hombre alto y atractivo, nadie pod�a pasar
indiferente a su lado. Recuerdo que me qued� mir�ndolo casi en �xtasis, pues no
entend�a muy bien porqu�, pero su cuerpo desnudo hizo que comenzara en m� un
irrefrenable deseo de hacerle el amor. No con un hombre cualquiera. Sino con �l.
Entonces, con mi toalla, y siguiendo un juego disimulado y sutil, aprovech� un
momento en el que Osvaldo me daba la espalda... y me anim� a pas�rsela por los
hombros. �l, me agradeci� eso, sin sospechar que yo ard�a de ganas de tocarlo.
No vio nada extra�o en mi acci�n. Secaba su cuerpo desnudo, pero tambi�n lo
frotaba muy intensamente, pretextando poner en pr�ctica mis conocimientos como
masajista. Me dijo que estaba muy tenso �ltimamente, por lo que yo empec� a
masajearlo mucho m�s abiertamente. Despu�s de haberlo secado, dej� caer la
toalla al piso... y �Yo no pod�a creer que tuviera a Osvaldo entre mis manos,
desnudo ante m�!. De pronto, advert� que mi pene se hab�a erguido hasta ponerse
totalmente duro. �l no me pod�a ver, pues segu�a ajeno a todo lo que me estaba
pasando, de espaldas a m�. Mis manos masajearon sus hombros, baj� por toda su
fuerte columna, trabajando firmemente desde los om�platos hasta los dorsales. Su
hermoso trasero, tapizado de oscuros y suaves vellos, eran una tentaci�n para
m�: redondos, firmes, prominentes. Nunca hab�a ansiado las nalgas de un hombre.
Pero ahora no pod�a apartar mi vista de aquellas. Me arrodill� de modo que mi
cara qued� a la altura de sus perfectos gl�teos. Pero no pos� mis manos all�. Si
no que segu� directamente a los muslos. Osvaldo estaba entregado y murmuraba
algunas cosas, entre bromas y frases sin importancia. Sent�a mucho placer por
mis masajes. Cuando empec� a tocar sus muslos, abri� inmediatamente las piernas,
por lo que sus espl�ndidos test�culos cayeron a pocos cent�metros de mis ojos.
El suave vello se met�a en el estrecho de su culo, y se abr�a por toda la zona
hasta llegar a sus bolas era un espect�culo incre�ble. Entonces, Osvaldo dej� de
hablar. Y not� que se estaba poniendo tenso. A pesar de que no dec�a nada, yo
intu�a que algo no andaba bien. Era mi momento de dar alg�n paso, aunque
equivocado. Por eso me decid� y suavemente lo tom� de sus caderas, para darle la
vuelta hacia m�. �Por Dios!, cuando lo gir�, estando a�n arrodillado, qued� su
miembro frente a mi cara. Para mi sorpresa, no estaba blando y fl�cido, sino que
estaba empezando a perder la movilidad. De una mata incre�ble de vello, emerg�a
una verga gruesa a medio descubrir, temblando y latiendo. Quedamos por un minuto
los dos quietos y sin siquiera respirar. Segu� con mi paso decisivo y de un solo
movimiento, sin pensarlo, abr� mi boca, y me met� aquella pija dentro de mi
boca.
Pipo, Carmelo e Ignacio no cab�an en su asombro. La mano de
Carmelo, que hab�a quedado sobre el pez�n de Pipo, sigui� instintivamente toda
su circunferencia y fue frotando cada vez m�s sus dedos contra esa punta
endurecida. Pipo, cuya mano hab�a quedado sobre el muslo de Carmelo, empez� a
sentir bajo sus dedos, los duros pelos que all� hab�a, y casi involuntariamente
fue acariciando muy sutilmente la zona, sin darse cuenta a�n que el pene de su
amigo se mov�a dentro del pantal�n con espasm�dicos corcoveos. Ignacio, casi
atontado por lo que acababa de escuchar, miraba a Felipe, aquel hombre tan
masculino, sin poder creer que alguna vez aquella boca rodeada de barba y
bigote, pudiera haber probado tan singular manjar. Su mano, hab�a descendido por
sobre la toalla hasta tomar su propio pene y asombrarse con su erecci�n.
-As� fue, amigos � continu� narrando Felipe � por primera vez
sab�a lo que era meterse una pija en la boca. Les juro que en ese momento no
ten�a idea de lo que estaba haciendo. Pero sin dudas era lo que quer�a hacer. Lo
goc� mucho. Chup� desenfrenadamente cada cent�metro de ese palo duro, sintiendo
su olor, su gusto, hundiendo mi nariz entre esa mata de pelos, masturbando mi
verga al mismo tiempo. Osvaldo, loco de excitaci�n, me tomaba por la cabeza y me
atra�a hacia �l. Despu�s de haberme comido hasta las pelotas ese miembro enorme,
me levant�, quedando de pie frente a Osvaldo, nos miramos por un segundo, de una
manera que no olvidar� nunca... y nos unimos en un largo y apasionado beso,
mientras nuestros brazos no daban abasto para tocarnos mutuamente. Nuestros
miembros, que se frotaban entre s�, muy pronto estuvieron listos para derramar
su jugo, as� que nos abrazamos fuertemente y sin dejar de besarnos
fren�ticamente, nos inundamos en nuestro propio semen, en medio de involuntarios
movimientos.
(Contin�a en Buenos vecinos IV)