Relato: Las Intocables (5: La mujer de mi jefe)





Relato: Las Intocables (5: La mujer de mi jefe)


LAS INTOCABLES



(Parte 5)


La mujer del Jefe


Por C�sar du Saint-Simon




I




En �ste mundo hay varios millones de mujeres con las que un
hombre puede fornicar placenteramente sin problemas de ninguna especie y hay
apenas solo un pu�ado de ellas las cuales he dado en llamar "Las Intocables", ya
que un polvo, aunque sea solo un sencillo y r�pido polvito con una de ellas,
tendr� consecuencias que cambiar�n nuestras vidas para siempre y, con la certeza
de un disparo al suelo, nos va a ir muy mal. Pero... la carne es d�bil..




II




La mujer de nuestro jefe en los relatos er�ticos tiene un
glamour
perverso y un estimulante cuerpo curvil�neo moldeado en gimnasios y
salas de masaje. Utiliza la jerarqu�a de su marido para convertirnos en su
esclavo sexual, cuya relaci�n de dominaci�n ambos disfrutamos. Generalmente el
relato se inicia dentro de una limosina mientras damos una larga circunvalaci�n
por toda la ciudad, y "La Jefa", que est� excitad�sima con nosotros a su lado,
nos asalta sexualmente sin muchos preliminares, salvo la impudicia verbal de la
se�ora con una pose indecente y media copa de champa�a. Luego de cabalgarnos
salvajemente sin permitirnos tocarla ni en una rodilla ("�No te atrevas a
tocarme, insecto!") y de alcanzar tres orgasmos, se estaca por el ano
advirti�ndonos que eyacularemos solo cuando ella lo ordene y que, de lo
contrario, habr� un severo castigo, se�alando hacia el conductor, un negro
enorme con cara-de-asesino que est� detr�s del vidrio ahumado. Nuestra relaci�n
evoluciona hasta que "la Jefa" se divorcia de nuestro jefe y nos lleva a vivir
con ella entre sus millones de dineros y de orgasmos. En una de las tantas
tandas multiorg�smicas que practic�bamos a diario, la mujer muere
sorpresivamente encima de nosotros, siendo sus �ltimas palabras unos fuertes
insultos dirigidos a nuestra virilidad y hacia la memoria de nuestra madre. Este
tipo de relaci�n solo est� disponible entre los cuentos er�ticos mejor escritos
y que, torpemente suavizados, m�s bien "moralizados", han sido procesados para
hacer cine.



En la vida real, la mujer de mi jefe es tambi�n mi jefa ya
que el casal dirige su propio negocio de importaciones y exportaciones y yo soy,
pues, el asistente de ambos y recibo ordenes indistintamente de uno u otro. Me
tratan con el debido respeto impuesto por la legislaci�n laboral, pero ella es
muy exigente con la puntualidad para el comienzo de la jornada, mas no as� al
final del d�a cuando siempre "hay algo urgente que terminar". Nuestra jefa tiene
un car�cter t�mido y sosegado que no combina con los alegres colores de sus
vestimentas siempre a la moda, ni de todos los costosos adornos que se cuelga,
ni con todo el maquillaje que se aplica, que rayan en ostentaci�n carnavalesca.
Tiene, eso si, un formidable trasero, redondo y firme, que es la fantas�a de
todos en la compa��a y que raras veces podemos admir�rselo ya que siempre est�
metida en su oficina, sentada en su escritorio tras una monta�a de papeles que
le ocultan, adem�s, unas voluptuosas y enhiestas pechugas. Cuando sonr�e para
pedirme algo hace m�s bien una mueca que pareciera que estuviese pujando. A
veces siento en la nuca que me est� mirando y, cuando volteo, ella baja la
cabeza y me llama para alguna tonter�a. La relaci�n con su esposo es, por
lo menos en el ambiente de trabajo, estrictamente profesional: sin piropos ni
cari�itos, tampoco sin insultos o frases de doble sentido, todo muy normal...
exageradamente normal.




III




Siempre me ten�a jodido con aquello de "revisar" � "terminar
algo" justo acerc�ndose la hora de salida, sobre todo e inexorablemente los
viernes, pero despu�s de tres a�os con esa man�a, ya me hab�a acostumbrado a los
designios de la se�ora y programaba mis actividades extra laborales para m�s o
menos una hora m�s tarde. Y no es que yo le tenga miedo al trabajo, no, es que
ella se pon�a a hablar de cosas que a mi, o no me interesaban, o que me parec�an
demasiado privadas para ventilarlas con un empleado y, por muy de confianza que
ella me considerase, tampoco era como para que me estuviese averiguando la vida:
que s� cuantas novias hab�a tenido; que s� el tipo de mujer que a mi m�s me
gustaba; que s� me atra�an las mujeres mayores que yo... y nunca despachamos
pronto el tal asunto pendiente por sencillo que �ste fuese.



Las pocas veces que el marido entraba en su despacho para
despedirse porque ten�a que irse pronto y nos qued�bamos solos, ella se
transformaba de serena y juiciosa en alborotada y confusa. La respiraci�n se le
alteraba, empezaba a sudar y a echarse aire, haciendo comentarios confusos, con
una risita nerviosa y medio atolondrada a la vez. Al principio yo no sab�a que
hacer, pero con el tiempo descubrimos que sirvi�ndonos un par de g�isquis y
d�ndole un masaje en los hombros y cuello, eso la tranquilizaba, la relajaba y
le sacaba la mueca de la cara, reemplaz�ndola por una agradable sonrisa y unos
lentos suspiros y gemidos de agrado que me enardec�an y me tentaban a ampliar el
masaje hasta sus tetas, pero yo no estaba lo suficientemente loco para un lance
as�.



La loca resultaba ser ella. Una noche, mientras trabaj�bamos
otra jornada de absurdo sobre tiempo, me dijo con voz tr�mula y triste que quien
no pod�a tener hijos era su marido, pero que "el machista ese" no quer�a
reconocerlo y agreg�, con cautela y misterio, que tem�a por su vida ya que su
marido cada vez que la follaba le recordaba antes, durante y despu�s "de tener
que abrirle las piernas y dejarme zarandear" (puso cara de asco), que su deber
era el de darle un hijo o, si no, que se atuviese a las consecuencias (se pas�
el dedo �ndice por el cuello) "Y yo estoy decidida a hacerlo... pero con un
macho que trabaja en �sta empresa y que a mi me gusta" concluy� con rabia. Solo
una mente desquiciada podr�a imaginar que aquel buen hombre y pr�spero
empresario que velaba por sus empleados, depart�a con ellos y apadrinaba a sus
hijos, y que aunque �l tuviese sus "trampillas" con los de la aduana, anduviese
armado y con tres guardaespaldas, fuese capaz de elaborar un plan criminal
contra su esposa. Adem�s, a mi me constaba que el jefe estaba haciendo los
contactos para contratar un costoso tratamiento de fertilidad para su esposa en
la tecnol�gica Alemania.



Con la llegada y auge de los tel�fonos m�viles, ah� si es
verdad que yo estaba m�s jodido a�n, ya que mi jefa me llamaba a horas
inimaginables para preguntarme sobre alg�n detalle o informaci�n secundaria que
bien podr�a esperar hasta la ma�ana, o que con solo mover su llamativo trasero
hasta mi computador y poner las excitantes tetazas frente a la pantalla, podr�a
accederle f�cilmente.



Una noche de viernes de un fin de semana largo, ya que el
lunes ser�a 5 de julio, aniversario de la firma del Acta de La Independencia de
Venezuela en 1811, me hizo volver a la oficina desde el bar para solteros en
donde yo estaba en pleno apogeo hedon�stico con una morenaza de ojos verdes y
trasero redondo del tipo que a m� me gustan: hablaba poco con la boca y dec�a
mucho con su cuerpo, con un no-s�-qu� en no-s�-donde que avivaba mis apetencias
carnales, haciendo palpitar mis partes ven�reas. Me las arregl� para atender a
mi jefa sin descuidar a aquel hembr�n color canela. As� pues, me traslad� hasta
mi lugar de trabajo llevando conmigo a mi acompa�ante para ese fin de semana.



Ella me estaba esperando en el despacho de su marido,
tom�ndose un g�isqui y otro servido para m�. Ten�a una mueca p�cara y mirada
traviesa en su rostro y, extra�amente, el computador estaba apagado. Al vernos
entrar, sent� que el aire se puso pesado, que hasta se podr�a cortar con
cuchillo. Evidentemente le molest� que yo llevase una extra�a a una reuni�n de
trabajo, pero ya no hab�a marcha atr�s, as� que las present�. M�s vale que no.
Lanz� una perorata incoherente mientras escrutaba a mi pareja. Su perturbaci�n
llegaba al orgasmo de la demencia, y ni siquiera me miraba aunque fuese de
reojo. Se�alando hacia la salida y apurando su trago me dijo con la lengua un
tanto trabada: "El martes nos vemos y arreglamos todo."



En el elevador, mientras baj�bamos camino al sexo
desenfrenado, la cachonda morenota, empez� a restregar su trasero contra mi
tent�culo p�lvico y me coment� llanamente: "esa mujer est� enamorada de ti" y
sigui� jadeando y mene�ndose en forma sensual y cadenciosa. La frase me sacudi�
y mi mente se transport� hasta las tetas de mi jefa, entonces apret� m�s de la
cuenta los pechos que estaba manoseando, lo cual ella acept� aferrando mis manos
con las suyas y se le desencaden� un orgasmo que qued� completamente grabado en
los videos de seguridad, para que posteriormente alguien hiciese un buen negocio
editando y vendiendo gran cantidad de copias entre los empleados de todas las
empresas que ten�an ah� sus dependencias y que me vali� luego el apodo de "El
Verdugo de La Torre".



�


Llegado el d�a martes, la jefa no me dijo nada, y no me dijo
nada en toda la semana. Tampoco hubo nada urgente que terminar al final de cada
jornada y no me hizo ninguna clase de mueca en todos esos d�as. Pero yo sent�a
su mirada en la nuca. Los otros empleados pronto lo notaron, tanto por su
neutralidad hacia m�, como por mi regular horario de salida. Varios comentarios
y chistecitos "graciosos" acerca de mi relaci�n con ella circularon en el
ambiente, sobre todo aquellos que se centraban en hacer conjeturas acerca de
nuestro desempe�o como amantes y a su presunta conducta vigorosa en la cama.



La Gerente de Negocios con Pa�ses Asi�ticos, la mujer con la
cuca m�s peluda que yo haya visto en mi vida y con quien de vez en cuando nos
alivi�bamos mutuamente nuestras urgencias sexuales cit�ndonos en el
estacionamiento para echar un polvito en el asiento trasero de mi veh�culo a la
hora del almuerzo (excepto un d�a que el marido le peg� una cogida madrugadora
por el culo y entonces ten�a el ano ardiendo y la libido apagada, pero que
comprensivamente permiti� que yo me satisficiese masturb�ndome entre sus s�lidos
melones pero con cond�n, "porque hoy no quiero ni siquiera oler, menos paladear
tu leche"), ella me inform� que la jefa estaba planeando una gira por Asia con
el pretexto -seg�n ella injustificado- de conocer personalmente a varios
clientes y que, en lugar de llevarla a ella, la experta en el �rea, la sustituy�
por mi. "Ten cuidado con esa mujer, mira que el marido la tiene muy controlada y
tu sabes que �l es un mafioso, ni se te ocurra dejarte provocar" me advirti� con
la sinceridad que nuestras intimidades nos permit�an.



Elabor� un plan de emergencia y, gracias a las influencias de
mi pariente el Dr. Andr� du Saint-Simon, famoso m�dico y cient�fico experto en
disfunciones eyaculatorias, "me enferm�" de hepatitis, con lo cual, seg�n el
informe del facultativo, pod�a ir a trabajar con los debidos cuidados, pero
ten�a terminantemente prohibido viajar ni siquiera fuera de la ciudad.
Inexplicablemente el viaje se cancel�.



En una lluviosa ma�ana tropical del mes de agosto, la Gerente
de Trafico Aduanero, una menuda y flacuchenta mujer con aspecto de intelectual
abstra�do, quien result� ser una excelente compa�era de pr�cticas sical�pticas
ya que, junto con la secretaria de esa dependencia (una simp�tica gatita
bisexual con el ano intacto hasta que me conoci�), nos encerr�bamos un par de
d�as en la casa de cualquiera de los tres para -seg�n ella- "comunicarnos la
energ�a c�smica a trav�s del abrazo genital en la b�squeda com�n del deleite
supremo", que, traducido, quiere decir sexoterapia intensiva sin prisa y sin
pausa, ella me coment� que hab�a notado desde hace tiempo la aureola oscura que
flotaba sobre nuestros jefes, pero que cuando yo me acercaba a la jefa con mi
resplandeciente aura azulada tenue, casi ultravioleta, su halo cambiaba para
rojo y luego para rosado. Como yo no estaba entendiendo nada, ella me explic�
m�s despacio que las personas con existencia negativa (codiciosas, traidoras,
asesinas) ten�an como un contorno prieto y l�brego alrededor de sus cuerpos y
que, por el contrario, a las personas positivas les rodeaba una especie niebla
esplendorosa que iba desde el blanco puro hasta el azul viol�ceo.


"Esa gente es maligna y aparenta lo que no es, pero la jefa
siente pasi�n imp�dica, atracci�n materialista por ti" sentenci� con voz gacha y
enigm�tica. �Lo que me faltaba! �Tener que buscarme ahora un exorcista!




IV




Aunque quien ten�a que disculparse era mi jefa por todo lo
que me dijo y por la escenita que arm� frente a la morenaza de ojos verdes
(quien, por cierto, resulto ser un fiasco ya que en cuanto la penetraba se
quedaba quieta, inm�vil, muertita hasta que yo acababa y luego ella sal�a
corriendo para el ba�o "a quitarme toda esa suciedad" �ese video hubiese sido un
fracaso-), yo le compr� unos discos de m�sica Hind� y de sonidos de la
naturaleza marina y se los obsequi�. Al entreg�rselos le dije que su confianza y
amistad val�an m�s que la morena del otro d�a. Ella los acept� mir�ndome con los
ojos h�medos y la mueca al m�ximo.



Cuando pudo hablar, me invit� a cenar esa noche en la oficina
para que termin�ramos un informe atrasado "por culpa de nuestra falta de
comunicaci�n, y as� estaremos solitos los dos, haci�ndonos m�s compa��a... m�s
que antes", dijo mientras se levantaba de su asiento y, sobre la monta�a de
papeles, me exhib�a su torso, acerc�ndolo desvergonzadamente hacia mi, inhalando
aire entre los dientes apretados y d�ndose una nalgada. Mi mirada se fue hacia
sus tetas, mi boca, entreabierta, se llen� de saliva, mi pene salt� y ella, al
notarlo, con lujuriosa lentitud de desnudista bribonzuela solt� el siguiente y
el siguiente bot�n de su blusa, abri�ndosela pornogr�ficamente para mostrarme el
estrecho canal de uni�n entre sus orondos pechos. Mis alarmas sonaron, a�n ten�a
escapatoria, algo pod�a yo inventar para no quedarme a cenar, pero... la carne
es d�bil.



Me fui a almorzar con la Gerente de NPA y, a pesar de la
relajante c�pula que efectuamos en la parte trasera del auto, y luego su
ofrecimiento ha que nos fu�semos el resto de la tarde para un hotel en donde
ella hasta me pondr�a su trasero a la orden para mantenerme "a salvo", yo me
sent�a agitado y expectante. Desech� lo del hotel argumentando el sentido del
deber, pero de todas formas le acept� lo de su trasero y, all� mismo, le
introduje mi mazo por el ano.



Mi jefe declin� la invitaci�n para cenar con nosotros que,
con gran habilidad manipuladora, mi jefa le hiciera al llegar el mensajero con
el pedido cuando qued�bamos �nicamente los tres en todo el �mbito de la empresa,
ya que �l com�a s�lo comida de "hombres": carne de cacer�a y verduras crudas
("tu sabes que yo no como esa porquer�a de comida china") Pero celebr� que
hici�semos las paces y que todo retornase a la normalidad. Se despidi� de ambos
porque ten�a una reuni�n de negocios en el otro lado de la ciudad y le coment� a
su mujer, ya al salir, que as�, sin los collares, los zarcillos y las pulseras,
tambi�n estaba elegante. Es que hab�a comenzado a desvestirse. Aquella mujer
estaba loca y era, adem�s de maquinadora, descarada.



Le di la espalda para servirle un trago ya que su sudoraci�n
y su falta de aire en cuanto nos quedamos solos eran m�s que otras veces y, al
voltearme para entregarle el vaso, ella ya se hab�a quitado la blusa y el
brassier
y, de pie, se apretaba las tetas empuj�ndolas hacia arriba,
apunt�ndome con los pezones. Me zamp� la mitad de la bebida de un solo golpe y
me fui a la carga, rode�ndola con mis brazos y apret�ndole las nalgas, le
restregu� mi dureza f�lica en su cresta p�bica. Ella me correspondi� abraz�ndome
fuertemente y dando gemidos de una forma diferente a los que soltaba durante los
masajes, ahora gem�a con el vientre. Cuando busc� mi boca para besarme yo me
met� en su cuello, oloroso a perfume caro, y la lam� y le exhal� excitaci�n en
la oreja. Le abr� la falda y la dej� caer a su alrededor y qued� �nicamente en
pantaletas rojas y zapatos rojos de tac�n alto.



Di unos pasos atr�s para contemplar y deleitarme con la
visi�n de un exquisito y sugestivo cuerpo de mujer madura que, bien mantenido
por los ejercicios, estaba sostenido por dos apetitosas piernazas de s�lidos
muslos que sub�an hasta unas caderas que ella mec�a con provocadora liberalidad.
Le hice se�as con el dedo �ndice para que rotase sobre s� misma y, con
incendiaria lujuria, se vir� hasta que su trasero, el trasero de las fantas�as,
consistente y apretadito, con un hilo rojo que se perd�a entre los t�mulos,
qued� frente a mi. Bati� las ancas y las espl�ndidas y pr�digas nalgas
reverberaron. Mene�ndose de lado a lado, fue doblando su torso hacia delante y
hacia abajo apoyando sus manos en las rodillas flexionadas y me mir� por encima
de su hombro para llamarme con su lengua y ver cuando me le encimaba. Con mi
pene en una mano, con la otra le aparte el hilo dental. Le frot� el glande por
toda la vulva hasta encontrar la c�lida humedad de su oquedad vaginal. Asegur�
la entrada con la punta de mi b�culo, la agarr� por las caderas y, con varios
impacientes empellones m�os y las ardorosas sacudidas de ella, entr� en la
estrecha y t�rrida cueva.



Se revolvi� y levant� m�s el culo cuando, con las yemas de
mis dedos hundidos en la carne de sus ancas, las deslic� en electrizante caricia
por su espalda hasta sus henchidos y congestionados pechos. Duras y esponjosas a
la vez, el �rea de sus tetas era su zona m�s er�gena, incomparables con las
tetas de todas las mujeres que yo hab�a conocido hasta entonces, ya que aquellas
estaban conectadas directamente a su demencia y descaro, adem�s de su vagina, y
su simple manoseo desataba en ella un paroxismo l�brico, indecente y salvaje de
tal magnitud que ser�a digno de un relato er�tico en exclusivo con un titulo as�
como: "Las Tetas Locas".



Entonces ella quiso cambiar de posici�n porque...





Quiero probar m�s cosas ricas, s�camelo y si�ntate en mi
silla.





Le desencaj� mi inflamado compa�ero y me sent� en el borde
del asiento con las piernas extendidas y cerradas. Se par� de espaldas frente a
mi, abierta, haciendo contacto con mis muslos, y la acarici� goloso desde los
delgados tobillos hasta las h�medas carnosidades de su vulva. Jade� y ech� el
culo para atr�s acerc�ndolo m�s a mi cara. Lam� fren�ticamente su ano y se
retorci� con la inesperada sensaci�n. Le met� dos dedos en la cuca, asi�ndola
con un brazo por la cintura y revolvi�ndole las entra�as. Se agach� un poco m�s,
sujet� mi pene y lentamente fue bajando, con mis manos dirigi�ndole las grupas,
para sentarse en mis caderas y clavarse ella misma en mi periscopio con
sosegada, exasperante y r�tmica suavidad. Cabalgaba con gozosa sensualidad
acarici�ndose el cl�toris y cuando le hurgu� el ano comenz� a galopar...





�Hazme todo lo que el medio marica de mi marido no me
hace! Dijo con un ruego desesperado.


Prep�rate a tragar leche, le contest� mientras la
empujaba para que se desatascase mi m�ntula.


�No... no! Acaba adentro... pr��ame. Me dijo con voz
hueca, con voz de mando.



�


�





V




El d�a de mi cumplea�os (22 de agosto) desde temprano recib�
las felicitaciones de mis compa�eros y compa�eras de trabajo, adem�s de algunos
correos. Como el de la Gerente de NPA dici�ndome que: "lo que te vas a almorzar
hoy, ya te lo tengo aqu� bien calientito", o el de mi agradable ex esposa
dese�ndome feliz-�ltimo-cumplea�os. Tambi�n me envi� un mensaje el Dr. Andr� du
Saint-Simon felicit�ndome y d�ndome la mala noticia que el m�dico que fung�a
como tratante de mi supuesta enfermedad hep�tica hab�a fallecido en extra�as
circunstancias. Y el de mi jefa quien, trat�ndome de "mi amor" y tute�ndome, me
dec�a que "aqu� tengo dos pares de poderosos regalos (uno lo tengo delante y
otro atr�s), pero antes debes darme un masaje completo". Alcanc� una
erecci�n �pica que me dol�a, ya que estaba a punto de romper el pantal�n, pero
felizmente est�bamos ya sobre el medio d�a y pronto bajar�a a almorzar algo
"bien calientito".



Durante el �gape que me hicieron al final de la tarde en la
sala de conferencias me dieron varios presentes. Mi jefe me regal� un estuche
con tres botellas de un buen g�isqui escoc�s y la novela, ya un cl�sico, de "El
Padrino" de Mario Puzo, el Jefe de Archivo y el Gerente de Administraci�n,
quienes conformaban una pareja gay bien avenida, me obsequiaron el champ� y el
enjuague de la marca que ellos usaban. La secretaria que trabajaba en la oficina
de enlace con las compa��as de seguros, una perseverante cazadora de hombres
como ella sola, me entreg�, con notable y apasionada sensualidad, un pomo de
perfume de mujer: "para que me lo pongas y me lo huelas cuando quieras, las
veces que quieras". Todos se estaban divirtiendo, pero todos estaban tambi�n a
la expectativa del regalo de la jefa, y por supuesto con los chistecitos y las
adivinanzas �solapados para que el jefe no los escuchase-, unos ocurrentes y
otros rid�culos, acerca de lo que me traer�a: Que si una cama para quedarme a
dormir en la oficina "trabajando" con ella; Que s� una pantaleta de ella usada y
sin lavar; Que s� su foto en topless...



Su entrada silenci� a todos. Se dirigi� directamente a donde
yo estaba y me entreg� un disco de m�sica rom�ntica con los respectivos besitos
"muua... muua" rozando los cachetes y su marido empez� a hablar pidiendo la
atenci�n de los presentes. Pens� que iba a dar el consabido discursillo de para
bienes, exaltando las cualidades humanas del individuo y que, augurando un mejor
futuro para el agasajado y para todos los presentes, pedir�a un aplauso y tres
urras para el homenajeado. Pero no, lo que dijo dej� boquiabiertos a todos, unos
de indignaci�n y envidia, otros de alegr�a y admiraci�n. El jefe anunci� que su
esposa, la jefa, se iba a retirar del trabajo por unos meses para hacerse un
tratamiento de fertilidad en Alemania y que, de quedar pre�ada, ser�an varios
meses m�s, tal vez un par de a�os. Igualmente anunci� que �l tambi�n se iba a
retirar por un tiempo para hacerle la debida compa��a a su esposa y para ultimar
detalles de otros negocios que ten�a en proyecto. "Y hemos decidido nombrar al
se�or Saint-Simon como Director-Gerente y jefe m�ximo de �sta empresa mientras
dure nuestra ausencia". Silencio total. Luego unos aplausos y unas palmaditas de
felicitaci�n de parte de algunos. Los envidiosos se fueron de inmediato, mis
amigos y amigas estaban opinando del sitio donde deber�amos continuar la fiesta,
y todos nos olvidamos de soplar las velas y de comer torta. La celebraci�n dur�
tres d�as en el yate del patr�n.



Durante la primera semana en el cargo yo llamaba
constantemente a mi jefe cuando las innumerables dudas en el manejo de un
negocio tan complejo me sobreven�an, y �l siempre me ratificaba su confianza y
autorizaba a que estampase mi firma en toda clase de documentos para lo cual
ten�a yo ahora "Firma Autorizada". Despu�s ya me comunicaba con �l solo para
informarle de mis decisiones y con un "vas bien" aprobaba todos mis actos
gerenciales.



Al s�quito que compart�a desde antes experiencias sexuales
conmigo se incorporaron paulatinamente la se�ora de la limpieza, quien siempre
era la que llegaba de primera en la ma�ana y yo le abr�a la puerta y, para
cuando empezaban a llegar los empleados yo ya estaba livianito; la traductora,
que me dec�a frases lujuriosas en varios idiomas, pero que al momento del
orgasmo lanzaba una sarta de insolencias en franc�s de galer�a; la Sub-Gerente
de Normas Internacionales quien se pasaba de la silla de ruedas a la cama con
incre�ble y cachonda destreza; la Presidenta del Sindicato, una mujer can�bal,
tanto en la pol�tica como en el sexo; la Directora Adjunta de Control de
Gesti�n, una despampanante hembra siempre �vida de una paliza; la Gerente de
Sistemas, un ex�tico hembr�n que, siendo puta de nacimiento, siempre me dec�a
que se hab�a equivocado de profesi�n y la morenaza de ojos verdes, a quien le di
empleo en la Gerencia de Tr�fico Aduanero a ver si pod�a aprender de las que
all� trabajaban por lo menos a "comunicar energ�a c�smica".



El d�a de los Santos Inocentes, faltando pocos minutos para
irme a almorzar al estacionamiento, una legi�n de polic�as de varias
especialidades allan� la oficina central, los almacenes y otras dependencias de
la empresa. La Fiscal del Ministerio P�blico que encabezaba la acci�n, una
antip�tica pelirroja que estaba incomoda porque yo no le quitaba la mirada de
sus pechos, me acus� de dirigir una operaci�n de tr�fico de drogas al amparo de
la organizaci�n que yo por los momentos dirig�a, aprovech�ndome de la confianza
y ausencia de los due�os de la empresa. Anunci�ndome adem�s que hab�an
decomisado suficientes narc�ticos como para enjaularme por lo menos unos
trescientos a�os.



Llam� inmediatamente a mi jefe y le puse al tanto de lo que
se suced�a...





�C�mo es posible que hayas defraudado mi confianza? Me
reclam� con mucha ira en su voz.


Jefe... es que hay un malentendido yo no he autorizado
ninguna operaci�n ilegal hice solamente lo que usted me indicaba que
hiciese, le contest� en voz baja, defendi�ndome ante su incredulidad.


�T� eres el �nico con firma autorizada!, Nada se mueve
sin tu permiso. Acot� inquisidoramente.


�La jefa! �Quiero hablar con mi jefa! Le exig� ante su
actitud obtusa. Ella convencer�a al marido que me sacase del problema ya
que, como siempre me dec�a, "tu eres mi �nico placer en la vida".


Tu jefa est� internada en un Manicomio en Alemania. Dudo
que alg�n d�a vuelvas a hablar con ella. Me inform� con cierto cinismo en su
voz.


��C�mo!? ��Qu� le hizo a esa pobre mujer!? Le grit� con
angustia.


Estaba loca. Me contest� escuetamente y a�adi�: "Tengo
ojos y o�dos en todas partes... escucha esto �y o� un chasquido
electr�nico-: "Y as� estaremos solitos los dos, haci�ndonos m�s
compa��a... m�s que antes... Quiero probar m�s cosas ricas, s�camelo y
si�ntate en mi silla... �Hazme todo lo que el medio marica de mi marido no
me hace!... Prep�rate a tragar leche... �No... no! Acaba adentro...
pr��ame... Tu eres mi �nico placer en la vida".
-otro chasquido y otra
vez la voz de mi jefe- "Lamentablemente no le puedo sacarle provecho
econ�mico a ese video porque las im�genes est�n demasiado... n�tidas"
se quej� con desprecio.


�Jefe... jefe!... �ella me obligaba... ! Trat� de
justificarme.


�Tambi�n vas a decir que yo te obligu� ha hacer negocios
turbios? Me interrumpi� con m�s cinismo y concluy� con sarcasmo: "Enti�ndelo
de una buena vez, tu eres la �FIR-MA AU-TO-RI-ZA-DA�, lo siento por ti. Ah,
por cierto, tambi�n me compadezco mucho del triste final del m�dico tratante
de tu "hepatitis", �El pobre!... fue horrible" y a�adi� con un canturreo:
"Espero-que-te-vaya-bonito-en-la-c����rcel"





"�Trampa!... �Es una trampa del mafioso ese!" gritaba yo a
todo lo largo del trayecto por donde me llevaban esposado para un veh�culo
blindado de la polic�a. Y alguien coment�: "Al Verdugo de la Torre le metieron
medio palo".



Y mientras iba camino al calabozo pens�: "Bueno ahora tendr�
tiempo para poder escribir acerca de Las Tetas Locas."



�



FIN


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Relato: Las Intocables (5: La mujer de mi jefe)
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