Relato: La catequista





Relato: La catequista

Una catequista sacrideliciosa I


Bueno, como comenzar mi historia, quiz�s lo mejor ser�
comenzar por el principio.


Yo no es que fuese el chico m�s religioso del mundo pero
cuando llegu� a los catorce a�os decid� apuntarme a la catequesis para
prepararme para la confirmaci�n. Hab�a recibido una educaci�n religiosa y,
adem�s, la parroquia estaba al lado de mi casa.


Sin m�s, a principios de aquel curso, nos presentamos en las
oficinas de la parroquia, mi mejor amigo y yo, listos para dejarnos ba�ar por la
fe. Entramos a una sala con otros chicos y chicas del barrio, el p�rroco y una
pareja de unos veintitantos.


Entre las chicas, hab�a jovencitas de mi edad que ya
promet�an ser unas futuras bellezas, pero yo me qued� con la catequista.


Ella se llamaba Nuria, hoy no s� si la encontrar�a tan bella
como entonces, pues la ve�a con los ojos de un joven que andaba en celo y a cada
restreg�n con las chicas de mi colegio o del barrio, andaba todav�a m�s
caliente.


Ella era inmensa, muslos gruesos, quiz� algo rellenita, pero
no ten�a michelines, estaba prieta siempre en esos vaqueros ajustados y sus
botas. Pero, sin lugar a dudas, me llamaban la atenci�n sus pechos grandes,
generosos, inmensos, que se adivinaban bajo sus frecuentes blusas. Y, como no,
su cara, era preciosa. Una belleza tostada, un moreno c�lido que le daba textura
a su piel. Y esos labios, siempre rojos. Labios que promet�an jugosos besos y,
con suerte, otro tipo de caricias. Ese largo cabello casta�o que ca�a sobre sus
hombros ba�ando su espalda. Parec�a una modelo sudamericana.


Yo, en ese instante, vi la gracia de Dios. Dije: "Jes�s, he
visto la luz". Vamos, qued� prendado de ella.


No voy a contar, todo lo que pas� despu�s. Como se
imaginar�n, siempre trataba de sentarme junto a ella para ver sus muslos o pasar
tras ella y ver su escote. Durante dos a�os, la llegu� a conocer bastante bien,
tanto como me permitieron los debates que se produc�an en aquella mesa donde
Nuria y el otro catequista nos expon�an su experiencia personal.


Nuria era una diplomada en magisterio, de tendencia comunista
pese a su fe cristiana. Apoyaba con fervor el r�gimen cubano y a Castro como el
verdadero sistema de justicia social. Hab�a ido a Cuba por lo visto con una ONG.
Bueno, no es que yo me interesara por la pol�tica, lo m�o era el f�tbol y las
mujeres (parec�a Manolo Escobar), pero yo andaba loco por descubrir la forma de
hacer con ella lo que imaginaba cada vez que me iba al ba�o a masturbarme y,
claro, con esas edades, andaba mene�ndomela como un mono a todas horas a falta
de una chica con la que saciarme.


Bueno, como dec�a eran tiempos felices, el instituto no
supon�a un esfuerzo para m� sacaba puros sobresalientes sin apenas estudiar y
ten�a siempre tiempo para dedic�rselo al f�tbol, al baloncesto y a mis amigos.
Pero hab�a una pega, conseguir una hembra con la que saciar ese exceso de
apetito sexual que caracteriza a los hombres de mi familia. Era habitual de
siempre a mi padre acosando a mi madre a todas horas o por la calle mirando a
todas las mujeres como un animal en celo. Bueno, son lo genes.


Todo segu�a as� hasta que llegu� a los diecis�is, la
parroquia organiz� un retiro en una casa para los miembros del grupo de
catequesis de confirmaci�n. Eso significaba un fin de semana aislados Nuria, yo
y el resto. Sin embargo, yo no esperaba sacar nada de ello pues Nuria se me
antojaba inalcanzable.


Llegamos a la casa, era una casa de campo en mitad del monte.
Pasamos el viernes por la tarde acomod�ndonos, haciendo juegos y con una
eucarist�a.


Sin embargo, esa noche, cuando iba a la nevera a por un vaso
de leche, o� una conversaci�n en el jard�n de la casa. Eran el padre Miguel y
Nuria, pens� que ser�a una charla acerca de la catequesis y como deb�an
orientarla. Pero, con el transcurso de la conversaci�n que pod�a o�r a trav�s de
la ventana sin ser visto, me di cuenta de que lo que hac�a Nuria era confesarse
ante el padre Miguel.


-�Hija m�a, debes tratar de contener esos impulsos�


-S�, padre, pero usted sabe lo mucho que me cuesta hacerlo.


-Ya, ya, pero la ninfoman�a no es una excusa, debes luchar
ante esta prueba que te pone el se�or. M�s sufri� Job y le fue fiel.


-Padre, pero es que cada vez es m�s fuerte el impulso y llevo
dos a�os sin estar con un hombre, desde que me dej� mi novio.


-Ese chico te dej�, porque te entregaste antes de casarte.


-No, padre, me dej� porque no aguantaba estar todo el d�a en
la cama, dec�a que lo acosaba sexualmente.


-Ya, hija, pero, si te digo la verdad me preocupa m�s lo de
ese chico del grupo del que me hablaste, Alejo, �no?


-S�, padre. Tengo sue�os con �l, sue�os pecaminosos,
lujuriosos. No es de extra�ar porque los otros chicos del grupo todav�a son muy
ani�ados, de hecho, uno es afeminado. Y bueno, en cuanto a Daniel, mejor no
hablar.


-Y, eso es lo que me preocupa que �l es muy capaz de seguirte
en tus deseos.


Bueno, el resto de la conversaci�n no la pude o�r pero, no
hac�a falta, en mi cabeza, s�lo daban vuelta tres palabras: NURIA ES NINF�MANA.


Ah� estaba, yo, de pie, con una erecci�n enorme y m�s salido
que una esquina. "Bueno, ahora, s�lo hace falta acercarme a ella y no
estropearlo", me dije. Deb�a ser decidido, no pod�a dudar como siempre en si mi
pene que med�a 19 cent�metros de largo por 6, de di�metro (me lo med�a con
frecuencia debido a esa falta de autoestima que ten�a de joven), era suficiente
para complacerla. De hecho, a�n hoy no s� donde catalogarme en cuanto al tama�o
de mi miembro, sin embargo, la experiencia me dice que el tama�o no les importa
tanto como el saber hacerlas gozar. Pero, ah� estaba yo, tratando de infundirme
valor a m� mismo. Bueno, valor� soy alto 1.83m, estoy en forma hago ejercicio y
bueno no soy feo, o eso dice mi abuela.


Joder, al fin, me lanc� a mi destino y sal� al jard�n cuando
vi entrar al padre Miguel. Camin� un poco en direcci�n al interior del monte y
vi el destello de un cigarrillo, era Nuria. "Ahora o nunca", me dije.


-Hola, Nuria.- le dije. Ella se sobresalt�.


-Vaya susto, Alejo.- dijo Nuria, apagando el cigarrillo.


-No tienes sue�o, yo tampoco, he tenido una pesadilla.- le
dije sent�ndome junto a ella sobre la roca en la que estaba.


-Cu�ntamela, a lo mejor te puede ayudar.- dijo temblando por
el fr�o.


Yo me acerqu� a ella y le pas� el brazo por los hombros.


-Ver�s, Nuria, te deseo como jam�s he deseado a una mujer en
mi vida.- dije a la vez que me tiraba sobre ella, agarrando con mi mano derecha
su seno izquierdo y bes�ndola con pasi�n.


En todo momento, visualizaba la mano de Nuria parti�ndome la
cara de un bofet�n, pero ese no fue el desenlace porque si no, no contar�a la
historia. Bueno, el caso es que las manos de Nuria, lejos de mostrarse agresivas
comenzaron a desabrocharse la blusa dejando al aire, porque poco se ve�a en la
noche, sus pechos en un sujetador blanco como la nata. Yo que soy bruto, como un
arado, en pleno arrebato de fiebre, agarr� su sost�n por el medio y liber� sus
senos rompiendo la tela que une las copas que sujetan los senos. Mientras, ella
me baj� los pantalones y el b�xer, liberando mi rabo.


No dec�amos nada, s�lo gem�amos por la ansiedad. Cada vez que
nuestras bocas se separaban para permitirnos tomar algo de aliento. Ella me
empuj� entonces y se agach� frente a m� para ver la cabeza que pensaba por m� en
aquellos instantes, sonri� y me empuj� haci�ndome caer de espaldas. Se acerc�
lentamente, se quit� las bragas y se subi� la falda para que pudiese entrever
como nos un�amos a trav�s de nuestros sexos.


Yo estir� mis manos y agarr� sus senos mientras ella
acompasaba su movimiento con un ritmo que me llevaba al cielo en una especie de
gusto que me pon�a m�s tenso. Mi cuerpo se pon�a r�gido como mi rabo, sin
embargo, yo s�lo estaba interesado en besarla, besar sus pezones, pasar mi
lengua por sus aureolas.


La noche me parec�a fresca cuando sal� de la casa pero,
ahora, sent�a calor. Ah� est�bamos ambos sudando como bestias de carga en medio
de julio. Ella sobre m� botando a ratos como desesperada, de vez en cuando ella
gritaba y tiraba del pelo de mi pecho, sin embargo, no sent�a molestia alguna.
Me llevaba hasta un punto l�mite en el que dec�a ya no aguanto m�s me voy a
correr y esto va a acabar, pero como si ella adivinase mi pensamiento, quiz� me
lo ve�a en la cara, reduc�a la velocidad y retardaba el final de aquel goce.


Luego, me mir� y me dijo: "J�deme, bien, con dureza". Yo
claro est� cumpl� esta orden como si estuviese en la mili. La dej� con suavidad
sobre la ropa y comenc� a embestirla con toda la fuerza que me permit�a mi
cuerpo, sent�a que cuanto m�s adentro y con un ritmo m�s r�pido, aumentaba la
tensi�n y el goce. Ella s�lo gem�a y ara�aba mi espalda. Y yo, a lo m�o, dale
que te pego hasta que lleg� lo que esperaba un torrente que ba�� su vagina y un
placer que me inund� como si estuviera muerto y hubiese dejado el mundo atr�s un
cansancio relajador. Es eso que s�lo sucede una vez en la vida, puesto que hasta
la fecha no sent� esa extra�a sensaci�n de aquellos instantes.


Estaba as� en la gloria echado panza arriba y en pelotas,
cuando sent� a Nuria abraz�ndome.


-Bueno, Alejo, espero que esto te haya dejado satisfecho, yo
necesitaba un hombre y�- se qued� callada porque sinti� como mi pene volv�a a
dar golpes intentando ponerse erecto otra vez, a pesar de que hac�a s�lo cinco
minutos que hab�a eyaculado dentro de Nuria.


Entonces, Nuria cogi� sus bragas, su blusa y su sost�n roto,
sali� corriendo en direcci�n a la casa y desapareci� en la oscuridad dej�ndome
medio cachondo y con una sonrisa de oreja a oreja.


Lo que luego pas� fue, probablemente, la etapa m�s feliz y
completa de mi vida.


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