Como primer deseo, quiero yacer con la m�s bella princesa de
toda la tierra.
Al abrir los ojos de nuevo, me vi en una corte de Asia.
Bellas esclavas negras, cuya �nica vestimenta era un delgado cintur�n de pelos
de camello, correteaban de ac� para all�. Me lanc� a por una, la m�s hermosa, y
casi la ten�a entre mis brazos cuando salt� �gilmente como una pantera y huy�
riendo por un pasillo.
La segu� a la carrera. Sus caderas marcaban el comp�s en
aquella danza. Pronto la poseer�a y saciar�a mi lujuria en su fuente.
Di la vuelta a un recodo y la vi, arrodillada, la cabeza
gacha, en una amplia estancia cuyas paredes eran cortinas de plumas de pavo
real. Despacio me acerqu�, procurando no hacer ruido y que mis pasos no me
delataran. Y ya iba a posar mi mano sobre su delicado hombro cuando se oy� una
trompeta.
La pared frente a nosotros se abri�, las cortinas de plumas
se hicieron a un lado y vi, sentada sobre cojines de seda, a la Princesa de mis
sue�os. Sus ojos se clavaron en los m�os. La esclava negra sali� corriendo.
Unos fornidos eunucos se arrojaron cuan largos eran sobre las
escalinatas que acced�an al harem. La princesa se levant� y, sostenidas sus
delicadas manos por dos colosales guardianes, de cuyas cinturas pend�an
terribles cimitarras, fue bajando por la escalera de espaldas hasta llegar junto
a m�.
-Te estaba esperando.-
Y con un r�pido movimiento, solt� un broche de su liviana
vestidura. Los velos cayeron a sus pies y qued� desnuda. Un instante despu�s mis
brazos, mis manos, mi piel y mis besos la volvieron a vestir.
Los eunucos se aparejaron con las esclavas a nuestro
alrededor, acompa�ando como ecos nuestro desenfreno. Miraras donde miraras, s�lo
lascivia ibas a encontrar. La princesa gem�a, m�s como un animal que como la
heredera de todas las coronas de Asia. Entre sus piernas corr�a mi serpiente,
devorando su cuerpo, elev�ndola con cada nueva y feroz embestida.
-�Aaaaahhhh, mi pr�ncipe, que vigor, que hombr�a!-jade�, y su
voz femenina me espoleaba como a un caballo.
Una nube me cubri� en cuanto llegu� al �xtasis, y cuando se
disip�, de nuevo me encontraba en la calle.
Mi segundo deseo es... probar algo distinto. Tr�eme un
muchacho, que sea lindo. Su piel ha de ser suave, su cuerpo recordar a los
juncos del Nilo. Que al caminar de gusto verlo, porque se cimbrea como una rama
de boj. Y que est� bien dotado.
Alguien me despert�. Era un mozo que apenas si ten�a barba.
Uno de esos chicos del mercado de Damasco, aunque jam�s hab�a visto ninguno tan
hermoso.
-Mi se�or, se hace tarde. Vayamos a mi casa, por favor, y
all� os agasajar� como es debido.-
-S�, ya cae la noche. Gracias, acepto tu invitaci�n,
jovencito. Y apremia tus pasos, porque aunque s�lo vea tu silueta bajo las
estrellas, ya me reconforta y hace que un calor sobrenatural me recorra el
cuerpo.-
-�D�nde ten�is m�s calor, mi se�or?-
-�Anda! No seas travieso y ve, que yo te sigo.-
Las calles se mov�an bajo nuestros pies, y yo embelesado no
pod�a quitar los ojos de mi gu�a, de su cuerpo a la vez tierno y maduro, de sus
sonrisa, y de sus ojos negros.
Llegamos a su casa. Era peque�a, pero parec�a agrandarse con
la sola presencia de su inquilino m�s preciado. Me sent� en un coj�n y me lav�
las manos. El chico me habl� con su delicada voz, a�n afectada por la pubertad.
-Probad lo que quer�is, que no falta nada en la despensa.-
-Trae entonces una fuente con las viandas m�s especiadas que
tengas, aunque dudo que puedan calmar el hambre que siento.-
-No tem�is, que tengo aqu� una golosina que agradar� a
vuestro paladar m�s que ninguna otra, pero la reservar� para el postre. Ahora
come y bebe, mi se�or.-
Banqueteamos los dos como reyes. Ab� de vez en cuando dejaba
de comer y recitaba alg�n poema, que yo escuchaba arrobado. Por fin, dimos buena
cuenta de los manjares.
-Hora es ya del postre, mi precioso anfitri�n.-
Ab� se incorpor� y apag� todas las luces menos la del fuego
del hogar. Se fue desvistiendo, hasta quedar en pa�os menores. Su piel,
reflejando el brillo del fuego, parec�a de oro, y sus ojos negros brillaban,
llamas alimentadas por los reflejos de la luna y las estrellas cuya luz
penetraba por la ventana.
-Ven aqu�, que tengo el coraz�n inflamado de deseo y s� que
en un tus labios he de saciar mi sed.-
El muchacho ri� y se abraz� a m�. La calidez de su piel sobre
mis manos me hizo estremecer. Se dio la vuelta y me dej� quitarle los
calzoncillos. Su pene estaba erecto ya, lo tom� con la mano y lo sacud�,
haci�ndole gozar.
-Mi se�or...-
-Sssshhhh-
�Tu �ltimo deseo?
Quiero tenerlo todo.
La princesa lloraba desconsolada en palacio. Ab� en su
humilde casita. Yo, feliz, los consol�.
Abrac� a la chica y dej� que mi pene volviera a aquella
cavidad tan amada. Ab� asi� mis brazos fornidos con los suyos delicados y me
penetr� con suma delicadeza.
Los tres en una nube retoz�bamos como peces, como aves
marinas. Sonrisas, gemidos, jadeos, promesas, maldiciones, caricias, besos,
amor, lujuria, pasi�n...
�Genio, por favor, que este goce no tenga fin!