Relato: Un cuento de hadas (1)





Relato: Un cuento de hadas (1)

Todos en la ciudadela el tem�an. Lord Patton era conocido no
solo por ser el Amo y Se�or de esas tierras sino por su fuerte y violento
car�cter. Los castigos a los que somet�a a todo aqu�l que le estorbara de forma
alguna eran famosos y temidos.


Lord Patton era capaz de azotar hasta a sus caballeros por
traer malas noticias de alg�n puesto de sus tierras. Cuando se paseaba por la
ciudadela todos se abr�an a su paso. Tanto los mercaderes como los nobles o los
campesinos. Ninguno osaba ponerse en su camino. La sed de sangre y de dolor de
este hombre era tal que ese era el �nico pueblo que deseaba la guerra m�s que la
paz.


En las �pocas de lucha, Lord Patton sol�a ausentarse por
varios meses, dando as� paz interior a los habitantes de la ciudadela y a los
campesinos de las tierras circundantes. Sus caballeros y hombres de armas, la
mayor�a de su misma escuela, tambi�n estaban fuera acompa��ndolo y luchando
junto a �l en las campa�as. Adem�s, cuando volv�a, en general estaba exhausto y
su apetito colmado de tanta sangre derramada en la batalla.


Pero esto sucedi� en una �poca de paz. Hac�a m�s de un a�o
que no hab�a altercados ni luchas por territorios. Lord Patton estaba demasiado
aburrido y cualquier cosa cambiaba su humor. Las prostitutas, que en general
estar�an deseosas de hacer cualquier cosa por agradar al Amo de la ciudad, en
este caso se escond�an cuando �l iba al burdel, y ni hablar de que ninguna se le
tiraba encima en el castillo. Esto contrariaba en demas�a a nuestro Lord, qui�n
sab�a que en las otras ciudades, algo que abundaba cerca de los Amos eran las
prostitutas que trataban de ganar los favores del Amo. Ni la m�s muerta de
hambre osaba servirlo, y eso que estaban acostumbradas a los malos tratos, los
golpes y las humillaciones.


Una ma�ana en particular, Lord Patton, aburrido de tanto
bucolismo y tan poca actividad, sali� a recorrer las calles de la ciudadela en
busca de un pretexto para descargar su ira acumulada. La excusa perfecta se la
dio un paje que no se inclin� lo suficiente en su reverencia cuando �se pas� por
su lado. Armando gran alboroto, para que sirviera de ejemplo a todos los dem�s,
lo llev� a rastras por las calles de la ciudadela hasta la plaza del mercados.
En realidad eran dos de sus hombres quienes lo llevaban, Lord Patton iniciaba la
procesi�n. Ataron al hombre a unos postes, le quitaron la capa y la camisa, y
Lord Patton en persona le propin� 25 azotes con su correa, marcando su espalda
con l�neas rojas y violetas. El paje rogaba clemencia, suplicaba perd�n, pero ya
era tarde. Hab�a ofendido a su Amo y Se�or. El pueblo entero presenci� este
acto, que aunque com�n, nunca por una falta tan leve.



- Y que esto sirva de ejemplo para todos. Deb�is aprender a
mostrar respeto por su Amo y Se�or si no quer�is encender su c�lera -. Grit� el
Lord a todo pulm�n con su voz grave y profunda.



Todos hicieron las reverencias correspondientes. Se prohibi�
que se le brindara asistencia al paje despu�s del castigo. Deb�a quedar colgado
del poste hasta el pr�ximo amanecer, sin agua ni comida. La sangre que hac�a
minutos corr�a d�bilmente por su espalda se estaba empezando a secar. Nadie se
atrevi� a socorrer al pobre paje, so pena de recibir un castigo peor. El
amanecer lo encontrar�a semiconsciente y sucio con sus propios desperdicios.


Pero esa misma ma�ana, mientras volv�a a su torre, Lord
Patton estaba mal. No s�lo no se hab�a enfriado su c�lera sino que hab�a
aumentado. Estos actos cada vez lo satisfac�an menos. Ten�a que buscar una nueva
fuente de placer, pero no sab�a qu�, ya que toda su vida hab�a extra�do su
placer de la humillaci�n y el dolor de otros.


Al llegar a uno de los pasillos que llegaba a la torre del
Lord, un paje, con una gran reverencia, le inform� que una dama lo esperaba en
la habitaci�n de la torre. Esta habitaci�n era la que m�s usaba, y serv�a a la
vez de despacho, escritorio, sala de estar, y receptorio. Al Amo le brill� un
ojo. Nunca ten�a damas que lo esperaran. Solo hombres iban a verlo, ya que una
mujer no se atrever�a nunca a plantearle un reclamo. �Pero qu� era esto? Lord
Patton estaba emocionado por primera vez en varios meses.


Apur� el paso, seguido por sus dos hombres de armas y sus dos
pajes personales. Entr� en la habitaci�n de la torre y se detuvo al instante.
Deb�a estar so�ando. Frente al fuego, en un costado de la habitaci�n, se
encontraba una hermosa doncella, alta, proporcionada, de tez blanca y fr�gil, y
con un largo y ondulado cabello color fuego. Sus ojos, verdes, parec�an arder de
ira. Su cutis era terso, se ve que era una noble, acostumbrada a los grandes
cuidados. La habitaci�n estaba envuelta en su perfume de rosas con mezcla de
otras flores. Su vestido, amarillo, se ce��a fuertemente a su cintura, dejando
en claro unos abundantes pechos, desproporcionados con su f�sico. Su boca era
armoniosa y de un color coral natural. Amaba la naturalidad en las mujeres. No
como esas prostitutas que se pintaban la cara, cosa de b�rbaros, pensaba Lord
Patton.



La dama, que hab�a estado de espaldas a la puerta, frente al
fuego, se dio vuelta de inmediato cuando sinti� llegar gente a la habitaci�n. Se
qued� helada al ver qui�n era el Amo y Se�or de esas tierras. Era un hombre
apuesto, alto, fornido, de cabello oscuro y poco ondulado. En su t�nica se
notaban unos brazos marcados y las medias dejaban ver tambi�n el escultural
estado de las piernas. Los ojos celestes contrastaban con el oscuro de su piel,
curtida por el sol de las batallas. Peque�as cicatrices de distintas forman
coronaban parte de su cuerpo, recuerdo de batallas en las que hab�a salido
victorioso. Sus miradas se cruzaron por un instante, y ambos parecieron
desarmarse. Pero solo por un instante.




�A qui�n tengo el honor de recibir en esta c�lida ma�ana de
invierno?- Prengunt� el Lord, en tono burl�n.


Mi nombre es Primrose, milord. Lady Primrose. Vengo a
presentar una queja contra sus hombres. Han detenido a mi guardia personal y
lo han tomado prisionero cuando pas�bamos por el Paso del Roble Erguido.


Lo siento milady, pero no he sido informado de ninguna
detenci�n en d�as.


Esto sucedi� esta misma madrugada, cuando nos dirig�amos
hacia la ciudad de Lancaster.


Lancaster queda lejos de Stranford. �Qu� motivos la
llevaban a esa ciudad?


Mis motivos no son de su incumbencia, milord.




Lady Primrose estaba cada fez m�s enfurecida. Este hombre no
solo no liberaba a su guardia sino que ni siquiera se hac�a cargo del reclamo.
�Qu� ciudad �sta! No entend�a a donde estaba yendo la charla, y eso la pon�a
loca. Ten�a un reclamo claro, conciso y justo. Lord Patton deb�a devolverle a su
guardia y resarcirla por los inconvenientes sufridos. Cuando estaba a punto de
declarar esto, Lord Patton se le acerc�, quedando a menos de un metro de
distancia. Todo se borr� de su cabeza, solo pod�a ver lo hermoso de su rostro.
Pero lo fatal ocurri� cuando, al ver sus ojos, no pudo sostenerle la mirada, y
baj� la suya al suelo.


Lord Patton estaba fuera de s�. No pod�a creer lo que estaba
pasando. Una hermosa doncella, altiva y con modales hab�a ca�do del cielo, y lo
mejor era que no solo no le ten�a miedo sino que parec�a gustarle.




Milady, no podr� atender a su reclamo hasta que lleguen mis
hombres con su guardia y me expliquen lo sucedido.- Lady Primrose quiso
protestar pero el hombre dio un paso adelante quedando a cent�metros de
distancia de ella. � El puesto ser� relevado en tres d�as, m�s un d�a de viaje
desde el paso del Roble Erguido. Creo que tendr� que quedarse a mi cuidado por
cuatro d�as por lo menos.


�Ni hablar! � Grit� escandalizada la doncella. - �C�mo
pretende que me quede sola en su castillo, sin siquiera mi dama de compa��a?
Adem�s, pocas veces he visto al descabellado c�mo esto. No puede retener
prisionero a mi guardia cuatro d�as sin ning�n motivo. �Exijo que me acompa�e
ahora mismo y lo suelte! Espero abandonar esta ciudad lo antes posible,
milord.


Creo que no entendi� bien la situaci�n. Se quedar� aqu�, en
mi castillo, a mi cuidado, bajo mi hospitalidad, hasta que vuelvan mis hombres
del puesto.




Lady Primrose dio un paso al costado, temerosa ante la
inflexibilidad y terquedad de ese hombre que apenas conoc�a. No estaba
acostumbrada a que le dijeran lo que ten�a que hacer, y menos a seguir �rdenes
de un desconocido. De hecho, no segu�a ordenes de nadie, excepto, a veces, las
de su padre. Lord Patton estir� su brazo y cogi� el de ella impidiendo que se
siga alejando. La dama forceje� unos instantes pero fue en vano, volv�a a estar
frente a la bestia.




Ahora yo te ense�are los modales que acostumbramos aqu�,
milady.




Aquello sonaba m�s a una amenaza. Lady Primrose le exigi� que
la soltara, diciendo que hablar�a con la corte del Rey y que ser�a sancionada
por semejante acto de brutalidad anta una dama. Lord Patton ech� a re�r ante
semejante amenaza. La tom� fuertemente entre sus brazos y cerr� su boca con la
suya. Los cuatro hombres observaban la escena como lo hac�an siempre, con
curiosidad pero desde la distancia. Los esfuerzos de la dama por alejarse de ese
hombre y de ese beso fueron est�riles, no solo porque �l era mucho m�s fuerte
que ella, sino porque algo en su interior, que nunca hab�a sentido antes, la
hac�a cada vez luchar con menos fuerza.


Primrose no entend�a lo que le estaba sucediendo. Nunca antes
hab�a sido obligada a nada, lo detestaba, sab�a que ella hab�a nacido para
mandar, no para ser mandada. Pero ahora esto estaba dando vueltas su esquema.
Lucho con m�s fuerzas ahora, enfadada m�s consigo misma que con su oponente, por
haber empezado a ceder ante esta situaci�n. Lord Patton entendi� lo que suced�a
en un instante. Era la primera vez que estaba frente a una mujer cuya �ltima
intenci�n en la vida era obedecerlo. Y entend�a tambi�n que muy dentro de ella,
una lucha se estaba desatando, una parte de ella quer�a obedecerlo y rendirse
ante sus apasionados besos.


Lord Patton se separ� de ella e indic� a sus hombres que
bloquearan la puerta. Lady Primrose retrocedi� instintivamente hasta quedar en
la esquina de la gran habitaci�n que ocupaba toda la superficie de la torre. No
entend�a nada de lo que estaba pasando, quer�a huir despavorida y a su vez
quer�a tirarse encima de ese hombre.




Mi querida Rose, creo que las cosas han cambiado para ti.
Ten encuentras en mi propiedad, por tanto obedecer�s mis reglas. Aqu� todos,
sin excepci�n, hacen lo que yo ordeno. � Primrose estaba en silencio, tratando
de entender las palabras, tratando de encontrar un sentido a esta situaci�n
tan extra�a. � Pero hoy me siento generoso, as� que te propongo un trato.
Deber�s quedarte en mi castillo por los pr�ximos cuatro d�as y obedecerme. Si
consigues que mi humor siga as� de generoso, te dejar� ir al quinto d�a
acompa�ada de tu guardia y en libertad. Si te niegas o no cooperas lo
suficiente, te matar�. Si te escapas, mis hombres te encontrar�n y te matar�n.
Tu eliges: cuatro d�as de obediencia servil a tu nuevo Amo y Se�or y luego la
libertad, o la muerte.




Primrose no daba cr�dito a lo que acaba de escuchar. Este
hombre estaba loco. Pero quiz� no fuera tan malo como aparentaba, quiz�s solo
quer�a disfrutar de una noble sirvi�ndolo, de humillarla un rato. Adem�s, sab�a
que no ten�a opci�n. Solo ser�an cuatro d�as, despu�s estar�a libre para ir a
Lancaster, donde contraer�a matrimonio con un bar�n. Aunque esa perspectiva
tampoco le gustaba, sab�a que su familia estaba en bancarrota y su matrimonio
era la �nica manera de dar vuelta la situaci�n.




Acepto. � Dijo Primrose, en tono bajo, y sin convicci�n.


Creo que no me has entendido bien. A partir de ahora ser�
tu Amo y Se�or, �c�mo me respondes?


Acepto, mi Se�or.




Estaba vez la voz de Lady Primrose era un murmullo. Hab�a
tenido que tragar bilis antes de pronunciar estas palabras. Lord Patton indic� a
sus hombres que dejaran la puerta abierta y que se quedar�n del lado de adentro.
Inspeccionar�an la nueva adquisici�n de la casa. Primrose estaba aterrada. A
pesar del beso y todo, en su ingenuidad, no hab�a pensado en ning�n momento que
los servicios llegar�n a ser sexuales. Sab�a que para eso estaban las rameras.
Pero se dijo con firmeza que no importa lo que pasara, deb�a pasar esta prueba y
llegar viva a Lancaster. Era la �nica forma de salvar a su familia.


Lord Patton corri� unas pesadas cortinas de terciopelo verde
para dar m�s luz a la habitaci�n. Ella se sent�a terriblemente humillada y lo
peor es que no pod�a hacer nada para evitarlo. El hombre se acerc� a paso lento
clav�ndole la mirada, ella, altiva, quiso desafiarlo con la suya, pero
inintencionalmente baj� los ojos. Un gesto de sumisi�n interna que Lord Patton
no pas� por alto. Lleg� hasta donde se encontraba la doncella y dio un tir�n a
los lazos de su capa color ocre. El nudo de la misma se deshizo y cay� al suelo
formando un arco dorado a sus pies.


Hab�a muchas cosas que Primrose no entend�a. La primera era
su cuerpo. Era virgen y nunca se hab�a dejado pensar en nada carnal, sab�a que
era pecado, y todo lo relacionado con la carne le parec�a sucio. En sus pocos
a�os de ser mujer hab�a silenciado a su cuerpo. No se conoc�a a si misma a nivel
sexual y no entend�a que era lo que le estaba sucediendo. Perdida en sus
pensamientos dej� que Lord Patton hiciera su gusto. �ste la dio vuelta y la
coloc� de cara a la pared, mirando el suelo alfombrado donde se juntaban esas
dos paredes de piedra gris. Le corri� el cabello de la espalda y empez� a
desabrochar los botones de su vestido. La volvi� a dar vuelta. Primrose estaba
mareada e incapaz de hacer nada para detenerlo.


El Amo agarr� la tela de su abdomen y con un tir�n le sac� el
vestido, que tir� a un metro del lugar. En sus ojos pod�a leerse la lasciva con
la que la observaba. Los cuatro hombres empezaron a acercarse para poder
observar mejor la escena. La dama se encontraba en sus enaguas, con un corset
blanco y una pollera tambi�n casta. Por encima del corset sobresal�an los pechos
abundantes, tapados a�n por la enagua.




Miren esto muchachos. �Tendr� fr�o nuestra damisela? �O es
que esta caliente que sus pezones est�n tan erectos? �Pero por Dios que pechos
tan grandes! �No creo que ninguna zorra de aqu� porte semejantes tetas!




Primrose se sinti� enrojecer, sus mejillas herv�an. Este
hombre no solo la estaba viendo, sino que estaba invitando a los dem�s y estaba
describiendo su cuerpo de la forma m�s sucia posible. Se sent�a morir por
dentro, y al mismo tiempo, otra vez esa sensaci�n tan extra�a que le infund�a
miedo y placer a la vez.




Creo que estamos frente a una zorra encubierta. �Observad
c�mo se agitan sus tetas con su respiraci�n!




Los hombres de armas y los pajes se encontraban ahora a
escasos pasos de donde estaba ella. Lord Patton tir� de las cintas de su corset
hasta desatarlo y tambi�n lo hizo a un lado como hab�a hecho con el vestido.
Ahora su cuerpo estaba indefenso, apenas cubierto por la enagua de un fino
lienzo por el que se trasnparentaba sus mas preciados tesoros. Primrose se
sent�a violada con las miradas de aquellos extra�os que tan suelta y
descaradamente la observaban.


Lord Patton le indic� que se quitara el camis�n. Lady
Primrose hizo un gesto reflejo de cubrirse y sigui� dura con la mirada clavada
en el piso. No se atrev�a a mirarlo a la cara.




Vamos puta, �o acaso no me escuchaste? �Te dije que te
quitaras el camis�n! � Grit� encolerizado Lord Patton.




Pero su pudor era m�s fuerte que las amenazas y no pudo
hacerlo. Lady Primrose continuaba dura cubriendose los pechos con sus brazos.
Pero hasta aqu� hab�a llegado la paciencia del Amo. La tomo de los cabellos con
una mano y la llev� de un tir�n hasta el centro de la habitaci�n. Los hombres
retrocedieron para hacerle lugar y volvieron cerca de la puerta.


Primrose empez� a llorar. Lord Patton la abofete� y le dej�
la mejilla derecha m�s roja de lo que ya la ten�a. Desenvain� una daga de su
cintura y con un �gil movimiento rasg� el vestido en dos. Por la brusquedad del
movimiento un seno se asom� por corte. Lord Patton quer�a disfrutar este
momento. Aquella era la mejor zorra que le hab�a tocado en la vida. Y era tan
simple. Siempre hab�a querido esa respuesta de sus prostitutas, pero una
humillaci�n y sumisi�n as� solo la pod�a obtener de alguien as�. De una mujer de
cuna noble y noble crianza, desacostumbrada a estos tratos. El Amo no pod�a
entender como no se le hab�a ocurrido antes. Ahora entend�a que ese era el
motivo por el que ya estaba perdiendo satisfacci�n con las rameras a las que
literalmente violaba.


Observ� la escena con detenimiento. Ese pecho era tan grande
que una mano no alcanzaba a abarcarlo por completo. Su pez�n, rozado y erecto,
afloraba cual capullo de rosa en primavera. La imagen era sencillamente sublime.
Le quit� el camis�n con suavidad y pudo ver como aquel cuerpo virgen temblaba
d�bilmente bajo sus ojos.


Tomo sus pechos, uno con cada mano y los sopeso cual
mercader�a a comprar. Sus manos, a modo de bandeja, sub�an los voluptuosos
pechos y los dejaban caer. Repiti� este gesto, ri�ndose generosamente del
movimiento pendular de los pezones. Primrose segu�a llorando en silencio. El Amo
y Se�or la volvi� a abofetear con la amenaza de ir aumentando los castigos si
ella no cooperaba.


Lo que Lord Patton no sab�a era que la doncella lloraba
porque se hab�a dado cuento que aquello le produc�a una sensaci�n agradable.
Pero ya todo estaba perdido, pens�. Era mejor ceder a los caprichos de este
hombre, de alguna manera la hab�a hechizado. Su cuerpo nunca se hab�a comportado
de esa manera, nunca antes hab�a temblado tan placenteramente su entrepierna
hasta que se cruz� con Lord Patton. Y no hab�a nada que ella pudiera hacer para
romper con el hechizo, as� que decidi� dejarse llevar y embriagarse en ese
torbellino de sentimientos que despertaban en su ser por primera vez en su vida.


Lord Patton se sinti� complacido cuando su rosa dej� de
llorar despu�s de su cachetada. Aprend�a r�pido, pens� para si misma. Pero la
humillaci�n ten�a que seguir, era lo que m�s lo volv�a loco.


Se apart� y se sent� en una butaca de madera, forrada con
finas telas. Indic� a sus hombres que hicieran lo mismo. Se sentaron alrededor
de la dama, pero con m�s de dos metros de distancia. Primrose se sent�a como una
de las v�rgenes que era atada a un poste y luego vejada, de los cuentos que
hab�a escuchado de peque�a. Se sent�a transportada a otro mundo, fuera de la
realidad. Se sent�a en un cuento de hadas.


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Relato: Un cuento de hadas (1)
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