Relato: Esclavo familiar



Relato: Esclavo familiar

ESCLAVO FAMILIAR



El amor, o mejor dicho, la obsesi�n por una persona te puede
llevar a situaciones insospechadas, tanto como llegar a perder totalmente tu
dignidad; llega un d�a en el que te encuentras en un callej�n sin salida, es el
que te ves abocado a realizar actos contrarios a tu moral, en el que el poder
que puede ejercer una mujer sobre ti te vuelven loco.


Alberto era amigo m�o desde la infancia, hab�amos recorrido
un largo camino juntos, hab�amos compartido muchas experiencias y vivido
situaciones de toda �ndole; �ramos como hermanos y crecimos juntos hasta llegar
a la Universidad. Fue aqu� donde comenz� a cambiar todo para m�, a nacer mi
nueva identidad y mi actual situaci�n.


Mi amigo hab�a conocido a una chica, Carmen, una mujer de los
pies a la cabeza de quien yo qued� prendado desde el primer d�a; y no pod�a
hacer gran cosa ya que era la chica de mi amigo. Pero ella me conquist�, jug�
conmigo, al igual que hab�a jugado con Alberto, nos hizo suyos; pero se cas� con
�l, y tras un par de tardes de sexo conjunto, algo que le cost� a �l admitir m�s
que a m�, dejamos claro la receta de aquella extra�a relaci�n.




Un d�a cualquiera en mi vida se desarrolla de la siguiente
manera:


Me levanto normalmente, cuando duermo en mi casa, a las cinco
y media para lavarme y arreglarme, paso por la panader�a que abre a las seis y a
las seis y media estoy en su casa, preparando el desayuno y dej�ndolo todo listo
antes de que mis amos se vayan a trabajar. A las siete en punto me encuentro en
su habitaci�n, desnudo por completo, arrodillado en el suelo, con el ojo puesto
en el despertador para que, a las siete en punto, me deslice por debajo de las
s�banas, con cuidado, y lentamente, sin sobresaltos. Descubro los dos cuerpos
totalmente desnudos y tibios, pero es el momento de despertar a mi amo; cojo su
miembro viril de mi amo y me lo meto en la boca, lami�ndolo delicadamente
mientras �l se va despertando. Noto como se va endureciendo, palpitando en mi
paladar, subiendo su temperatura cual term�metro; lo lamo despacio, lo acaricio
mientras repaso mi lengua por su ano, beso sus test�culos y comienzo de nuevo la
succi�n final que me llevara inexorablemente, como cada ma�ana, a recibir el
esperma caliente y espeso que deber� tragar sin dejar gota.


Como todas las ma�anas ha tenido un despertar placentero,
pero es el momento del aseo personal; se levanta y a cuatro patas lo sigo hasta
el ba�o, donde, como cada d�a, se mete en la ba�era y espera unos breves
instantes hasta que yo hago lo mismo y me arrodillo ante �l, esperando a que me
coja por la nuca y me vuelva a meter el polla en la boca para descargar su
orina, y como cada ma�ana se repite la operaci�n, como a �l le gusta. Cierro mis
labios entorno a su miembro y �l va empujando lentamente hasta que mi nariz
golpea contra su bajo vientre; la tengo clavada en la garganta, en ese estado
semi-fl�cido que tiene tras el orgasmo y una vez all� alojada, en lo m�s
rec�ndito de mi cavidad bucal, comienza a regarme el est�mago con el espumoso y
caliente n�ctar de su vejiga. La orina me quema la garganta, me arde el
est�mago, pero ya estoy acostumbrado y trago sin rechistar, sin atragantarme y
sin verter una sola gota.


Entonces lo aseo; le lavo el pelo, lo enjabono de arriba
abajo, froto su espalda, lo aclaro todo y lo seco a�n dentro de la ba�era.
Invariablemente como cada ma�ana, una vez terminado este trabajo �l me solicita
para seguir con mi desayuno; me tumbo en el suelo de la ba�era boca arriba y �l
se coloca sobre mi, se acuclilla y con mis manos lo sujeto apoyando las palmas
en sus nalgas. Su ano queda a escasos cent�metros de mi boca, lo veo abrirse,
una ventosidad me pega de lleno en el rostro, abro la boca y espero para recibir
el trofeo. La verdad es que �l lo hace r�pido, dos o tres grandes trozos que
salen seguidos y que me obligan a engullir deprisa y ya est�. Trago velozmente,
me relamo los labios y la boca y procedo a la limpieza de su a�o hasta dejarlo
limpio del todo.


En ese momento �l sale y se dedica a vestirse y acicalarse
mientras yo dispongo el desayuno, caliento su caf� y le preparo las tostadas,
para que cuando salga se lo encuentre todo preparado; yo me siento en el suelo,
delante de su silla y coloco la cabeza en el asiento de la misma. �l casi no me
presta atenci�n, se sienta y desayuna r�pido, tanto que no he necesitado reponer
una bocanada de aire, ya que en dos minutos ha devorado el desayuno y se marcha
a trabajar. Me levanto del suelo y lo recojo todo. Si todo ha ido como debe, son
las ocho menos cuarto, momento en que debo despertar a mi ama.


Penetro en su habitaci�n, ella a�n dormita pl�cidamente bajo
las s�banas; como he hecho antes, con su marido, me deslizo por debajo de ellas,
entre sus piernas, delicadamente, separ�ndolas con cautela. Beso sus muslos,
soplo suave en su vientre y comienzo a lamer aquel co�o por el que tanto he
suspirado, me deleito en el aroma que emana poco a poco un placer que la va
despertando agradablemente. Ella abre las piernas, me facilita el acceso a sus
partes �ntimas, se derrite en un goce que la despierta cada ma�ana; noto sus
manos en mi cabeza, gui�ndola para que mi lengua pueda alcanzar esas zonas m�s
sensibles que le llevar�n inevitablemente al orgasmo. Carmen se ha convertido en
una mujer de envergadura, con unos muslos generosos que atrapan mi cabeza en
esos momentos cercanos a su �xtasis, aplast�ndola, asfixi�ndome; es un momento
delicado, su placer animal podr�a quedarse con mi �ltimo halito. Sus piernas
retuercen mi cuello pero los m�sculos de su co�o no me permiten sacar la lengua
de la h�meda caverna hasta que un estallido de calor, fluido y penetrante aroma
me envuelve por completo.


Las piernas aflojan, una vez m�s he salido airoso de este
peligroso envite de placer que se ha convertido en mi motivo para vivir; se
despereza, me sonr�e, y como hace poco tiempo atr�s, me pongo a cuatro patas y
la sigo hasta el ba�o. Ella es m�s pausada en la ma�ana, se lo toma todo con m�s
calma; primero hay que evacuar, pero no del modo imperioso y acelerado de
Alberto, no, ella se toma su tiempo. Ella prefiere las cosas por partes; me
siento en el suelo, con la espalda apoyada en la taza del retrete y descuelgo mi
cabeza hacia atr�s, suspendi�ndola en el espacio interior de la porcelana y as�
espero el momento en que ella se coloca entre mis piernas abiertas, me mira de
nuevo y sonr�e, y se sienta en la taza, justo por encima de mi cara, a escasos
cent�metros.


La luz cegadora del hal�geno del ba�o cede a la penumbra del
interior de la taza; ella, pacientemente, espera a que yo acomode la boca en la
zona debida, pego mis labios suplicantes a su sexo, pr�cticamente queda un
vac�o, solamente una posible v�a para la orina que ella me regalar�. Su fluido
me llena la boca, corre alegre por mi garganta, se desliza hacia mi est�mago
mientras la primera ventosidad penetra de lleno por mis fosas nasales; espera,
recoloc� mis labios hasta abarcar el di�metro de su ano y recibo la segunda
ventosidad que me llena los pulmones. Su producto es distinto al de Alberto,
sale en peque�as porciones, menos duro, me da tiempo a tragar sin problemas,
mientras noto c�mo la punta de sus pies, sus deditos, juegan con mi miembro duro
y erecto.


Tras la limpieza de sus zonas �ntimas, nos metemos en la
ducha, la lavo y enjabono; a ella le encanta que le lama las axilas, que las
deje limpias de sudor con mi lengua, los deditos de los pies, que lamo uno a
uno, hasta que relucen, las orejas, las manos, todo es ensalivado a conciencia y
despu�s aclarado con agua tibia. Tras secarla ella se viste y maquilla mientras
yo preparo el desayuno, todo est� dispuesto.


Pero hoy he tenido una suerte inmensa, mi Se�ora est�
contenta, satisfecha con mi trabajo y me va a premiar con un inmenso regalo; me
encuentra en el suelo, con mi cabeza en la silla como cada ma�ana, pero esta vez
me pide algo distinto. Me levanto y a una indicaci�n suya invierto mi posici�n,
es decir hago lo que com�nmente se denomina "el pino", con mis manos apoyadas en
el suelo y la parte trasera de mi cuerpo contra la pared; ella se acerca,
presiona su cuerpo contra el m�o, me aprisiona contra la pared. Toma mi miembro
erecto con sus labios, se lo mete en su boca de seda y tras tres o cuatro
succiones consigue mi orgasmo; mis brazos tiemblan de placer, hago esfuerzos por
no caer, pero ella me mantiene as� y se relame; me deja recomponer mi
verticalidad, acerca su boca a la m�a, me besa y traspasa el producto de mi
placer en el beso m�s h�medo jam�s vivido.


Todo vuelve a la normalidad, ocupo mi sitio y ella se sienta
sobre mi cara para degustar el desayuno; hoy lleva una amplia falda, la cual
hace volar para que caiga sobre mi cuerpo. Sus preciosas y voluminosas nalgas
cubren mi faz por completo, la tela de sus braguitas roza mi nariz, mis labios,
el peso de su cuerpo aplasta mi cabeza contra la silla pero yo soy feliz. Se
toma su tiempo, desayuna con tranquilidad mientras yo trato de encontrar un
resquicio por el que tomar aire; ella es consciente de ello y siempre me permite
encontrarlo.


Son las nueve menos cuarto, se despide y se va a trabajar; yo
lo recojo todo deprisa, me visto y me arreglo un poco, y tras revisar que todo
est� en su sitio, salgo hacia mi trabajo con el regusto dulce del desayuno que
mis amos me regalan cada ma�ana.


Vuelvo a ser una persona "normal", con mi vida, mi trabajo,
mis compa�eros; sin embargo la rutina laboral no consigue hacerme apartar de la
mente la inmensa suerte que he tenido al poder servir a mis amos. Por mi puesto
en la empresa estoy acostumbrado a mandar, a dirigir a la gente, pero es un
espejismo que se muestra solamente en el trabajo, mi verdadera identidad, la s�,
es la de servir.


En esos pensamientos se me consume la ma�ana, van a dar las
dos, termina mi jornada, he de ir a comprar y preparar la comida; paso por el
supermercado, elijo cuidadosamente los productos y ya en casa preparo la comida,
desnudo, como ha de ser. Las dos y media, estar�n a punto de llegar por lo que
apuro los preparativos; la mesa est� dispuesta, la ensalada en el centro, las
copas, el pan...... Suena la llave, uno de ellos viene, me arrodillo y espero.


Es Carmen, me arrastro hasta sus pies, los beso, desnudo como
estoy, como un perro, ella es consciente de mi condici�n, me acaricia el cabello
como a los perros se suele hacer; una porci�n de ceniza del cigarrillo que fuma
cae al suelo y yo me apresto a recogerla con la lengua. La mir� agradecido, ella
me hace abrir la boca y lanza la colilla dentro, sin m�s preocupaci�n que si la
hubiese tirado a un cenicero; a�n con la quemaz�n en la lengua me acerco al
frigor�fico y le sirvo una cerveza fr�a mientras ella revisa el correo que yo
mismo sub� hace un rato.


Se aparta la falda, se retira la braguita de su entrepierna y
me acerca su sexo a la boca; al estar arrodillado queda mi boca a la altura
adecuada; me toma por la nuca, me aplasta la cara y mi boca queda pegada a los
labios de su sexo. Es la tercera meada que recibo este d�a, y se que no ser� la
�ltima; la trago agradecido mientras suena de nuevo la puerta. Entra Alberto,
besa a su mujer mientras �sta a�n se est� secando el sexo con mi cabello; la
mesa est� servida as� que cada uno ocupa su lugar. Desde el principio llegaron
al acuerdo de que a la hora de comer yo servir�a de coj�n a Alberto y durante la
cena ser�a el de Carmen.


Mientras Alberto se baja el pantal�n y se queda desnudo de
cintura hacia abajo, yo me coloc� en mi posici�n, esta vez metiendo la cabeza
por la parte de atr�s de la silla, por el respaldo. Se sienta, su ano presiona
mis labios, sus test�culos se posan con gracia sobre mis ojos y su pene fl�cido
resbala por mi frente; sus huesos se clavan en mis mejillas, a diferencia de su
mujer, que es mas mullida, y el peso de su cuerpo aplasta mi cara, pero yo ya
estoy acostumbrado. Durante la comida no desea nada, ni lamidas ni caricias ni
nada, solo quiere comer tranquilo sentado en mi cara.


Cerca de cuarenta y cinco minutos es lo que dedican a comer,
y ese es el tiempo que debo soportar los 83 kilos de mi amo sobre mi cara;
cuando se levanta veo estrellas que pueblan todo mi campo de visi�n, el aire me
falta, noto mis mejillas hundidas y los ojos pegados. Logro incorporarme, sirvo
el caf� en la mesita frente a la tele, siempre tres tazas; una para mi Se�ora,
una para mi Se�or y una tercera para m�. No, no es que me permitan compartir con
ellos ese tiempo.


Mis amos son muy activos sexualmente y no hay muchos momentos
en el d�a que no est�n ideando cosas nuevas; esta tarde, antes de que ellos se
fueran a trabajar, sirvo el caf�. Me arrodillo entre las piernas de Alberto y
comienzo a mamarle la polla con br�o pero con suavidad, mientras Carmen coge la
taza de caf� que me corresponde y la pone bajo mis piernas; presiona de mi
cadera, haciendo que la baje en direcci�n al suelo hasta que mi propio pene
queda dentro de la taza, con el caf� ardiendo, y me obliga a permanecer as�
mientras con un consolador juguetea en mi culo y escupe en la base de mi polla
para que la saliva resbale hasta el caf�-


Esta vez mi amo no eyacular� en mi boca, no, justo en el
momento en el que le sobreviene el placer me aparta a un lado, cojo mi taza de
caf� y la pongo en el sitio adecuado para que se derrame dentro. De esta manera,
mientras ellos toman un rico y humeante caf� yo lo tomo a�n m�s rico, con el
semen de mi amo y los escupitajos de mi ama... y soy feliz.


Se van, ellos trabajan por la tarde y yo no,... bueno, yo me
quedo en su casa, he de fregar, recoger, limpiar, las tareas propias del hogar;
si hay que comprar algo lo compro y me dedico toda la tarde a mis tareas de
amita de casa, hasta las siete y cuarto, que es cuando llega Carmen.


A esa hora yo ya lo tengo todo recogido y limpio, as� que soy
el blanco de sus juegos; ella se desnuda y me regala la segunda cagada. Me lleva
al aseo y me coloco en mi posici�n, se sienta, esta vez con una revista, se ve
que tiene para un buen rato; yo, paciente, voy recogiendo con los labios y
tragando todo con lo que ella me obsequia, me deleito en su sabor, su aroma, no
dejo que nada manche la loza del retrete. Tras limpiarla a fondo, toca la hora
de gimnasia.


Esta obcecada en que se ve gorda, y yo, la verdad, la veo
perfecta, pero cada d�a, hasta las ocho, quiere hacer ejercicio; los abdominales
son bastante exclusivos, ya que me pone la cabeza en el sof� y ella se sienta de
golpe, dejando caer su cuerpo desde lo alto. El ejercicio consiste en levantarse
y volver a repetir la operaci�n, as� hasta veinte veces; la verdad, sus 78 kilos
cayendo de golpe sobre mi cara no es nada f�cil de soportar, pero yo lo hago por
el amor que le tengo, por mi amor hacia los dos. Los quince minutos de bicicleta
est�tica son mas normales, solamente que usa mi cara de sill�n, pues el de la
bici lo baja al m�nimo y yo pongo mi cara sobre �l. El movimiento de sus gl�teos
sobre mi cara en esa forzada posici�n es como un masaje en mis mejillas, aunque
sus huesos se clavan en mi cara alentados por el peso de su propio cuerpo. El
ejercicio final consiste en azotarme con una zapatilla en el culo; para ello yo
apoyo mi pecho en el sof� y mantengo el culo en pompa, ella se sienta en mi
espalda y comienza a descargar los golpes. Lo hace con furia y ritmo, lo que
provoca que sude lo suficiente como para ir perdiendo esos kilos que ella desea.


Justo est� descargando los �ltimos zapatillazos cuando
Alberto hace acto de aparici�n; y cada d�a lo mismo, mi amo que contempla mis
nalgas reci�n azotadas, mi ano ensanchado por el entrenamiento, no puede
resistirlo, se quita la ropa mientras besa a su esposa, queda desnudo
completamente, se arrodilla entre mis piernas y tras rozar su polla en mis
nalgas hasta que se le pone dura, apunta y me la mete hasta el fondo, de un solo
golpe. Recibo en mis entra�as ese cetro de poder, lo noto golpear en las paredes
de mi culo, presionar hasta m�s all� de donde se puede; clava sus dedos en mis
nalgas, en mis caderas, bombea sin parar hollando mi trasero, destroz�ndolo un
d�a m�s. Para entonces Carmen ya ha dejado la zapatilla en el suelo, se ha
desplazado a lo largo de mi espalda hasta quedar sentada en el sof�, con mi cara
entre sus muslos; los envites que su marido da a mi culo repercuten de manera
satisfactoria en la penetraci�n de mi lengua en su co�o.


La potencia y el aguante de mi amo no tiene comparaci�n;
seguro que podr�a estar tres d�as seguidos follando sin tener que correrse, y
a�n cuando lo hace no pierde del todo la erecci�n, que recupera sin problemas;
se que voy a estar follado hasta la hora de la cena. Mi culo echa chispas, me
quema por los azotes recibidos, aguanto sin problemas lamiendo sin parar hasta
que los muslos de Carmen cerr�ndose entorno a mis mejillas me indican que su
placer esta cercano; una explosi�n de aromas y humedades me llena la boca, las
fosas nasales mientras su mano en mi nuca me aprieta contra su vulva para no
perder un solo instante. Lamo y relamo hasta dejarla casi seca.


Se incorpora, sudando, jadeando; aun queda un rato para la
cena, as� que se acomodan ambos, yo me arrodillo encima del sof�, sin haber
sacado la polla de mi amo del culo y pongo mi cabeza sobre el asiento. El culo
de mi Ama es grande, suave y mullido, mi cara queda mirando al coj�n y le
ofrezco mi nuca para sentarse; lo hace, aplastando mi cara, dej�ndome sin aire
mientras ella contemplar� la tele un rato


Mi Amo no se corre en mis entra�as; un rato antes de la cena
se sale, se acerca a su esposa, la besa en la boca mientras desliza su polla
entre los muslos de ella para que yo la atrape entre mis labios y la limpie. Es
el momento en el que yo preparo la cena y ellos se relajan sobre el sof�,
acarici�ndose, bes�ndose y finalmente follando; �l la rellena con su c�lido y
espeso semen que por supuesto yo lamer� a modo de aperitivo.


Cuando todo est� dispuesto se sientan a la mesa, le toca a
Carmen usarme de coj�n, as� que me coloco en el suelo, pongo la cabeza en el
asiento de la silla y recibo de nuevo el cuerpo de mi Ama; la cena se me pasa
muy r�pido, ya que es un placer servir de c�modo coj�n a mi Due�a. Sus nalgas
rebosan mi cara, caen a ambos lados de mis mejillas, mi nariz queda presionada
por su ano rosado y mis labios quedan pegados a su sexo; ella se mueve poco lo
que facilita mi aguante. Mis manos quedan atrapadas bajo sus pies, a modo de
alfombra, ya que no es l�gico que los pies de una Diosa est�n en contacto con el
fr�o suelo, y mis piernas quedan totalmente abiertas. Como cada noche, durante
la cena, uno de los pies de mi Amo se desliza suavemente por debajo de la mesa y
entre mis piernas; le gusta sopesar lo cargados que est�n mis test�culos, ya que
una vez a la semana me orde�an. Juguetea con ellos, con mi miembro, desliz�ndolo
entre sus dedos.


Carmen no ha de tener ning�n perjuicio conmigo, por ello
cuando una ventosidad me llena la cara act�a como si no hubiese pasado nada; no
es un aroma poderoso o desagradable, pero me llena el esp�ritu, entra en mis
fosas nasales y resbala por mis mejillas hasta que encuentra la v�a de escape, y
siempre que pasa eso desliza entre sus muslos un pedazo de pan o algo de su
plato hasta mi boca.


Finalmente terminan de cenar, muy a mi pesar ya que debajo
del culo de Carmen es donde mejor puedo estar; pero es lo que hay as� que me
dedico a recoger y fregar mientras ellos se muestran cari�osos el uno con el
otro mientras ven un rato el televisor, bes�ndose y acarici�ndose; termino mis
labores, me ven y apagan la tele, se levantan y me indican que les acompa�e al
dormitorio, les sigo a corta distancia observando embobado las nalgas de mi Ama
que me derriten. Se tumba en su lecho matrimonial y siguen bes�ndose, repasando
con sus manos sus cuerpos desnudos, haciendo hervir sus labios con besos
apasionados, mientras yo, lentamente, suavemente, comienzo a lamer su sexos;
alternativamente meto en mi boca el miembro viril de Alberto o succiono entre
mis labios el cl�toris de Carmen, prepar�ndolos para el asalto final a su
placer.


Mi Ama es la que toma la iniciativa, se abalanza sobre su
esposo, lo monta y me abre su flor para que yo gu�e la polla en su interior; la
fusi�n de ambos sexos es apote�sica, lubricados y cadentes como est�n, y yo soy
un espectador privilegiado, recibiendo en mi cara el calor que emana de ambos
cuerpos. Alberto toma a Carmen por las caderas y comienza a bombear sin piedad,
mientras yo me dedico a lamer ambos anos; parece que la postura es la que m�s
les gusta, pues hasta el final no cambiar�n. Me maravillo de la fuerza y el
aguante de mi Amo, que consigue hacer que Carmen eyacule en unos pocos minutos,
y sin perder el vigor, volver a llevar a su esposa al cl�max de la carne,
proporcion�ndole un segundo orgasmo; yo contemplo todo a tan poca distancia que
el fuego que emana de la uni�n me hace sudar mientras �l, sabiendo que no pueden
acostarse muy tarde, fuerza el ritmo para derrarmarse en las entra�as de Carmen.
Yo estoy presto a recoger ese manguerazo mientras el semen sale presionado entre
los labios de mi Ama y lamo a la vez el fluido y los sexos candentes de mi Amos.


Cuando se separan quedan unos instantes tendidos sobre la
cama mientras yo relamo los �ltimos restos de semen que a�n resbalan por la
comisura de mi boca; se miran y asienten. Hoy es el d�a de mi orde�o y deciden
que ser� Alberto el que lo haga, asistido por ella. Me pongo en posici�n,
tumbado en la cama boca arriba y mi Amo se coloca sobre mi cabeza, sentado en mi
cara, acomodando sus nalgas alrededor de mi rostro, descansando sus test�culos
sobre mi barbilla; yo debo elevar mi cuerpo, levantar las piernas todo lo que
pueda y mantener ese �ngulo con mis manos haciendo de soporte en mis caderas
para que pr�cticamente solo apoye en el colch�n mis codos y mi cabeza. De esta
manera mi torso est� enfrentado al de Alberto pero invertido y paso mis piernas
por debajo de sus brazos para mantener mejor la postura.


As� es como �l comienza a masturbarme con una mano, cayendo
algunas �ltimas gotas de su semen por mi cuello, y Carmen se coloca detr�s de
m�, consolador en mano, para excitar mi esf�nter; no suele durar la operaci�n
m�s de un minuto, dos a lo sumo, pero son unos momentos muy intensos. Alberto
bombea mi polla con su mano derecha mientras masajea mis test�culos con la
izquierda mientras ella remueve con furia el consolador en mi ano a la vez que
golpea mis nalgas con la mano libre; el placer me llega como un mazazo, de
golpe, potente, asciende desde la misma ra�z de mi m�dula espinal y recorre
presto el trayecto hasta la base de mi miembro, casi provocado por el hecho de
que Carmen haya clavado con crueldad el consolador hasta el fondo.


Alberto se separa un poco de mi cabeza, pero mi cara queda
enmarcada entre sus muslos, Carmen toma el relevo, dejando el consolador
enterrado en mi culo, y exprime mi polla con fuerza, apunt�ndola hacia mi propia
cara; recibo mi placer en el rostro, caliente y espeso, salpicando con unas
pocas gotas los muslos de mi Amo que se que luego tendr� que lamer, pero en ese
momento todo es m�gico, me entrego al regalo de mis Due�os y lo disfruto sin
m�s.


Ya casi es hora de irse a dormir, lo recojo todo r�pidamente,
pero antes he de recibir la �ltima meada de mis Amos, ambos a la vez, les gusta
as�; Carmen se acuclilla sobre mi rostro por un lado y Alberto por el otro y
ambos me regalan su licor en la cara, me resbala por las mejillas, las orejas,
se me mete en la nariz y trago casi todo, pero lo que resbal� al suelo he de
lamerlo ante su atenta mirada. Se meten a la cama, los arropo y me despido hasta
el d�a siguiente, en el que volver� a comenzar mi tarea.




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Relato: Esclavo familiar
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