Relato: Una noche negra



Relato: Una noche negra

UNA NOCHE NEGRA


Generalmente yo camino mucho de noche. Me atrae el silencio,
la oscuridad, mirar las estrellas l�mpidas en el cielo. A veces, cuando sale la
luna, la ciudad es un espect�culo incre�ble. Los edificios quietos iluminados
por la luz mortecina de la luna.


Soy una persona solitaria. Tengo 32 a�os, soy soltero y mis
pasiones sexuales las resuelvo con la masturbaci�n. No me gusta tener una
relaci�n estable, porque he pensado que el matrimonio elimina la libertad. Es
cierto que estoy solo, pero tambi�n es cierto que puedo hacer lo que se me pega
la gana, como caminar hasta la madrugada por la noche. Me gusta sobre todo
cuando son las cuatro de la ma�ana. Es la hora ideal porque es demasiado
temprano para que la gente se vaya a trabajar y demasiado tarde para que alguien
est� regresando de una fiesta. Claro que en una ciudad como la de M�xico,
siempre hay movimiento. Nunca descansa, nunca dejan de pasar autos, pero son
mucho menos.


En una ocasi�n que ven�a caminando, por alguna raz�n, me
intern� por unas callejuelas peque�as. Nunca me ha pasado nada y la confianza
que tengo en m� mismo es ilimitada, por lo que nunca he tenido miedo. En fin,
dec�a que iba caminando por unas calles estrechas, cuando vi que una muchacha de
unos 15 a�os caminaba de prisa. Me extra�� mucho ver a una mujer sola a esas
altas horas de la noche, pero me llam� m�s la atenci�n el miedo que se reflejaba
en su cara. Algo le vi que tuve la impresi�n de que era una muchachita
desamparada, que si alguien le hac�a algo, no iba a oponer resistencia.


Siempre he sido un hombre decente, pero dicen que en arca
abierta, hasta el m�s justo peca. Nunca pens� que iba a pasar lo que pas�. Una
de las caracter�sticas de esta ni�a, aparte de lo que dije, es su sensualidad,
cosa rara en una ni�a de esa edad. No caminaba como todas las ni�as,
despatarrada y con un descuido que eliminan toda su feminidad. No, esta caminaba
con elegancia, con sensualidad, como camina una pantera que se sabe bella y
quiere que la gente la vea. As� caminaba esta ni�a, cosa que me atrajo mucho.


Calcul� las posibilidades. A esta hora, nadie escuchar�a nada
en estos rumbos si es que llegaba a gritar. Por otro lado, conoc�a un edificio
cercano que se encontraba abandonado y que hab�a visitado en alguna ocasi�n.
Afortunadamente nadie lo hab�a tomado como casa, los borrachos de siempre o los
pandilleros que suelen hacer de estos sitios sus madrigueras.


Calculadas las posibilidades, me acerqu� a la ni�a, comenc� a
caminar atr�s de ella alcanz�ndola. Cuando �sta me sinti�, volte� a verme. Se
llen� de p�nico y comenz� a correr y yo tras de ella. La alcanc� r�pidamente
meti�ndole una zancadilla que la hizo caer de bruces emitiendo un peque�o grito.
Para extra�eza m�a, esto me excito mucho. Sentir su miedo, olerlo, sentir mi
superioridad frente a ella. Me abalanc� a hacia ella para taparle la boca. Saqu�
una pluma de mi camisa y se la clav� en las costillas dici�ndole que era una
pistola, que se quedara quieta o la mataba ah� mismo. Lo hice con tal grado de
fuerza y decisi�n que inmediatamente me crey�. Hice que se levantara y la llev�
a empellones hacia el edificio que ya dije.


En el camino ella lloraba desconsolada, sus sue�os m�s
terribles acababan de hacerse realidad. Lo que m�s tem�a estaba a punto de
sucederle y yo era el sacerdote de este rito. El que iba a marcar los tiempos y
los ritmos. La met� hasta un cuarto lejano a la calle donde la tir� hacia el
piso. Me suplic� que la dejara, que no le hiciera nada, que no me hab�a hecho
ning�n mal. Ese era el problema, que no me hab�a hecho nada, por eso iba a
violarla. Tal vez si me hubiera hecho algo, bueno o malo, no me hubiera atrevido
a tocarla, pero no me hab�a hecho nada.


Le di dos bofetones que la hicieron reaccionar y le sacaron
sangre de la nariz. Volv� a sorprenderme a mi mismo, sangre. Me excit�
sobremanera las gotas de sangre que salpicaron mi camisa y la ropa de ella. Esto
hizo que mi verga se parara hasta un grado que nunca pens� que suceder�a. Le
dije que se quitara la ropa, pero estaba tan espantada que no atinaba a moverse.
Volv� a darle otros dos bofetones que hicieron que, adem�s de la sangre, le
brotaran un par de l�grimas incontenibles. Tom� su blusa con las dos manos y se
la abr� con violencia haci�ndole saltar los botones. Pude ver un sost�n de baja
calidad cubri�ndole un par de peque�os pero apetitosos senos. Ella grit� y le di
un golpe en el est�mago. Le dije, mira pendeja, vas a hacer lo que te diga para
que puedas conservar tu vida. Suplic� que no la matara. Estaba tan espantada que
ni siquiera record� que la amenazaba con una supuesta pistola que evidentemente
no tra�a ahora. Eso fue lo que me decidi� a hacer esto, su miedo. La par� del
sost�n al grado de romp�rselo, botando sus senos en un movimiento natural que
casi me hace eyacular. Mi excitaci�n era tanta, que pens� que iba a terminar ah�
mismo. Para distraerme un poco, me agach� para jalarle la falda y sac�rsela.
Pude ver unos calzones corrientes, grandes, que le baj� en seguida. Ella trataba
instintivamente de detenerme, pero otro golpe en los ri�ones la hizo saltar de
dolor y convencerse de que ya nada pod�a hacer sino dejar que pasara lo que iba
a pasar.


Ya desnuda ante m�, pude admirar su belleza y darme cuenta
que no estaba equivocado. Un cuerpo delgado, pero muy sensual. De una
sensualidad incre�ble, el color de su piel era muy blanco, como de m�rmol, qu�
belleza. Pero era m�s su invalidez lo que me excitaba m�s. Me baj� los
pantalones y los calzones, dejando expuesto mi pene. La tom� de los cabellos e
hice que se hincara. Llev� su cabeza hacia mi pene y le dije, chupa. No hizo
nada, ante lo cual le di una fuerte cachetada que le dej� roja la mejilla. La
tom� de los cabellos zarande�ndola y grit�ndole, tienes que hacer lo que te
diga. Volv� a acercarle la boca a mi pene y la abri�. Sent� que me elevaba al
cielo al percibir el calor de su boca que estaba caliente. Le met� la verga
hasta el fondo, provocando que casi vomitara, pero no me import�. Estuve
meti�ndole y sac�ndole la verga durante un rato, pero tuve que parar para no
eyacular tan r�pido.


La arroj� contra el piso de nalgas, quedando despatarrada,
cosa que aprovech� para meter mi cuerpo entre sus piernas. En cuanto encontr� el
hoyo de su vagina, la penetr�. Yo no s� si estaba excitada, o era la golpiza que
le hab�a dado, o el miedo, pero la not� h�meda. Pude penetrarla sin mucho
problema. Me di cuenta que no era virgen. Me pregunt� si hab�a sido penetrada
por un noviecito pendejo, o ya la hab�an violado anteriormente.


Met� y saqu� mi verga con mucha pasi�n. Me encontraba en otra
dimensi�n, nunca pens� llegar a gozar tanto. Ve�a los ojos lagrimosos de ella,
sorbi�ndose los mocos y la cara de espanto, pero tambi�n la vi resignada. Ya no
suplicaba y solo lloraba quedamente. Esto me dio mucho coraje y pens� en hacerla
sufrir m�s.


Me sal� y de un fuerte empuj�n, la volte� boca abajo. Levant�
su cadera con las manos y puse mi verga a la entrada de su ano. Todo esto fue
tan r�pido que moment�neamente no supo lo que hacia. Pero en cuanto lo percibi�,
comenz� nuevamente a suplicarme. Sab�a que iba a encularla. Sin muchos
miramientos, intent� penetrarla, cosa que fue dif�cil. Pens�, ahora si, encontr�
un hoyo tuyo que permanece virgen. Con un buen empuj�n, pude meterle la punta,
ante lo que grit� y llor�. Intent� sacarse la verga diciendo que le dol�a mucho,
pero la retuve con fuerza y volv� a pegarle en los ri�ones. El dolor que sinti�
fue fuerte porque se dobl� casi sin sentido. De un jal�n le met� la verga hasta
el fondo de sus entra�as. Not� que ahora el ano estaba lubricado, pero era
sangre lo que lubricaba mi verga. Estuve meti�ndosela y sac�ndola hasta que,
ahora si, pude eyacular con tanto placer que casi me desmayo. Con la �ltima
convulsi�n de mi verga, se la met� hasta el fondo. Ya no luchaba, nuevamente
estaba quieta, no sab�a si resignada o desmayada.


Luego de eyacular, se la saqu� y me incorpor�. Me dol�an un
poco las rodillas por la dureza del suelo. Al levantarme, ella se desplom� sobre
el suelo como un fardo. Lleno de satisfacci�n, me arregl� los pantalones y
camin� hacia la salida. Eran las cinco de la ma�ana y pude ver a los obreros
presurosos dirigirse a hacia la parada de los camiones para ir a trabajar.
Respir� hondo y me dirig� hacia mi casa.



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