Autor: Peludo 2002
Mail: POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO
17 a�itos bien frescos y radiantes. Esa era la edad de Priscilla, mi
hijastra. Con su madre hab�amos estado casados durante 11 a�os, de modo que yo
pr�cticamente la hab�a criado desde muy chiquita y hasta reci�n comenzada su
adolescencia. Luego del divorcio no la volv� a ver durante algunos a�os, hasta
que puse en pr�ctica un plan para reencontrarla. Publiqu� en Internet un relato
fuertemente er�tico en el que ella era la protagonista, y esper� hasta que un
d�a apareci� como de la nada, diciendo que lo hab�a le�do y que tambi�n ella
quer�a verme. Fue todo muy r�pido: el reencuentro, la salida a tomar algo en ese
mismo atardecer, la ternura mutua, el di�logo, el cari�o casi como entre padre e
hija pero tambi�n la atracci�n fulminante y el deseo. Esa noche la llev� a un
motel y la desvirgu�. Es cierto que la apur� mucho. Despu�s de todo es una nena,
una nena a la que yo conozco m�s que nadie porque yo mismo la cri�. Entonces
supe como excitarla y manej� su calentura y todas sus inhibiciones previas y
hasta sus sentimientos por m�, que por otra parte eran mutuos. La apur� y la
acorral�, desesperado por el deseo de poseerla. Y finalmente la tuve entre mis
brazos, desnuda y jadeante en la cama del motel, atravesada de dolor y de llanto
mientras la desfloraba, pero sin resistirse, obediente para dejarse invadir por
el placer. Nunca olvidar� la boquita muy abierta de Priscilla cuando desgarr� su
himen, las u�as desesperadamente clavadas en mi espalda y finalmente la dulce
violencia de su orgasmo.
Despu�s no quiso verme durante varios d�as. No respond�a a mis llamados, lo
cual me preocupaba. Finalmente logr� que me atendiera y fuimos a un lugar
apartado a tomar un caf�. Priscilla no quer�a volver a hacer aquello. Se sent�a
culpable y cre�a que estaba mal. Me dijo que ella todav�a se sent�a en parte
como una ni�a y que estaba llena de miedo. Que me quer�a mucho pero que me
segu�a viendo casi como a un padre, que necesitaba mi presencia paternal, que le
gustar�a seguir siendo mi hija, sentirse querida y cuidada y tener alguien con
quien hablar y que la entendiera. Mientras hablaba ten�a los ojos llenos de
l�grimas y m�s hermosos que nunca.
Acept�, por lo menos en principio, todo lo que me dec�a. As� que durante tres
semanas nos estuvimos viendo muy seguido, pero como padrastro e hijastra. Fuimos
al cine, salimos a pasear y hablamos mucho. La aconsej� sobre su vida y sus
estudios, y nos divertimos much�simo. Priscilla estaba radiante. Pero segu�a
habiendo un algo m�s entre nosotros. Primero porque nos ve�amos en secreto, ya
que si su madre se enteraba seguramente habr�a un gran problema. Y segundo
porque los mimos, intensos y frecuentes, estaban siempre un poco m�s all� de lo
normal entre padre e hija. Tercero porque aunque no lo coment�ramos, sin embargo
los dos record�bamos aquella noche de pasi�n primero en la playa y luego en el
motel. Y a veces alguna situaci�n muy especial iba a�n m�s all�. Una tarde
sacamos un premio en una feria y entre saltos y gritos de alegr�a nos dimos un
beso fuerte y r�pido en la boca y luego seguimos como si no hubiera pasado nada.
Otra tarde, paseando por un paisaje rom�ntico y maravilloso, nos sent�amos tan
bien que nos dimos un largo beso de lengua como si fueramos novios.
A mi hijastra le gust� la idea cuando la invit� a pasar un fin de semana en
Pinamar. Era como una ni�a exaltada frente a una aventura, un viaje a lo
desconocido. Casi que nunca hab�a salido de Buenos Aires, as� que le fascinaba
poder conocer Pinamar. Pero adem�s era pasar en un hotel cinco estrellas, comer
de primera, disfrutar la piscina, ir a la playa, pasear y disfrutar conmigo de
unos dias de distensi�n en lugar de los habituales conflictos con su madre. Para
completar su felicidad le compr� ropa, bastante abundante y cara, por cierto.
Hicimos juntos las compras. Le hice abandonar sus criterios infantiles y
vergonzosos, herencia de una madre reprimida y amargada. As� fue que le compr�
ropa ajustada al cuerpo, que se lo resaltara en vez de ocultarlo. Con toda
naturalidad entr� a los probadores para ver c�mo le quedaba cada prenda. Ella lo
aceptaba con naturalidad, incluso cuando se trataba de ropa interior. La vi
prob�ndose aquellos conjuntitos super estrechos y modernos, muy sexies y
calados, tanto en blanco como en negro, a veces posando frente al espejo con la
duda de quien nunca se ha visto as�, atrevida y provocativa. No tuve duda en que
no hab�a ninguna mujer cuyo cuerpo me hubiera gustado tanto como el de mi
hijastra, espl�ndida en sus a�n ingenuos 17 a�os. Animado por la visi�n
celestial de su cuerpito, la forc� a comprar una espectacular microtanga negra,
y por supuesto la mir� cuando se la estaba probando. Priscilla me preguntaba con
verg�enza c�mo le iba, pero yo no pod�a apartar mi vista de su cola hermosa y
casi desnuda. Apenas ten�a una delgada cinta horizontal y una tirita m�s delgada
a�n entre las nalgas muy paraditas y firmes. La ni�a se avergonz� m�s a�n cuando
sinti� mi mirada de codicia sobre su cuerpo y especialmente sobre su colita de
yegua joven.
Finalmente, y tras el enga�o a su madre que se qued� convencida que se iba
unos d�as a casa de una amiga, finalmente nos fuimos a Pinamar a pasar tres d�as
que ser�an inolvidables.
La llegada a Pinamar fue cuando ya comenzaba el anochecer del viernes. Los
preparativos del viaje, el viaje mismo, la llegada al hotel, el rato para
desempacar las valijas, un primer y breve paseo y la cena en un precioso
restaurante, todo fue en aquel estilo de padre e hija compinches que ven�amos
descubriendo por esos d�as.
Priscilla estaba preciosa con su sonrisa radiante, sus ojitos muy brillantes,
su blusa blanca contrastando con su piel tostada y su minifalda negra de cuero
mostrando generosa la bella elegancia de sus piernas de jovencita. Todo lo
miraba y lo descubr�a con un entusiasmo casi infantil.
A medianoche est�bamos bailando en un boliche muy concurrido. No le gustaba
tomar, pero acept� un par de cervezas que la deshinibieron m�s para bailar. Se
mov�a con mucha sensualidad, divirti�ndose como nunca. Cuando comenz� la m�sica
lenta se dej� abrazar d�cilmente. Bailamos largamente en la dulce y poblada
oscuridad. La m�sica era muy rom�ntica y Priscilla se dejaba llevar, su cuerpito
adolescente pegado al m�o con cari�osa confianza. Para escucharnos ten�amos que
hablarnos al o�do. Hablamos de m�sica y de momentos lindos. Recordamos entre
risas muchos episodios de la infancia de ella. Me cont� de su orgullo cuando yo
la llevaba al colegio y ella le explicaba a sus compa�eras que yo era su
padrastro. Y de c�mo le gustaba que yo le ense�ara y le explicara cosas. Y de
aquella sensaci�n de sentirse protegida cuando yo estaba en casa.
-Te quiero tanto-me dijo con voz tierna. La apret� con fuerza contra mi
cuerpo y le di besitos r�pidos en la cara y el cuello. Ten�a un perfume muy
delicado que aspir� con placer. Mis labios se demoraron en besos m�s largos
sobre su cuello.
-Yo tambi�n te quiero-le dije al o�do, aprovechando para mordisquearle el
l�bulo de la oreja.
Le busqu� la boca en la oscuridad y la encontr�. Ten�a los labios
entreabiertos y h�medos y se dej� besar con total naturalidad. Mientras nos
bes�bamos en los labios ella segu�a con sus brazos colgados de mi cuello. Mi
mano la enlazaba por la cintura, frotando levemente su cuerpo contra el m�o. Fue
un beso muy largo y fresco, lleno de ternura.
-Prisci-le susurr� al o�do mientras ella respiraba agitada.
-No me sigas besando, porfa-me susurr� ella.
Le pregunt� si no le gustaba y me dijo que s�, que le gustaba, pero que ya me
hab�a dicho que no era eso lo que quer�a.
-Solo quiero ser tu nenita, pap�-gimoteaba mi ni�a mientras yo presionaba con
el duro bulto de mi sexo entre sus piernas ligeramente abiertas.
-Te deseo, Priscilla-le dije al o�do frotando mi sexo contra al suyo al suave
ritmo de la m�sica.
Protest� susurrando que no hiciera eso, que ella era una mujer, que no quer�a
que la excitara ni que le hiciera esas cosas.
-Te quiero excitada, Prisci, te quiero bien caliente-le dije c�lidamente al
o�do.
-Te dejo que me beses -murmur� en mi o�do-todas las veces que quieras,
papi...todas las veces...pero...pero...
Le tap� la boca con un beso que ella respondi� con timidez.
-No quiero que me hagas tu mujer-insisti� sofocada.
-Ya te desvirgu� mi amorcito-insist� yo frotandome con fuerza contra ella-ya
te hice gozar una vez, Prisci, ya s� como gem�s cuando lleg�s al orgasmo...
-Pero no quiero perderte ahora que te encontr�, papito, por favor-dijo ella
muy agitada.
Su cuerpo temblaba de excitaci�n y deseo.
-Nunca te voy a dejar-le promet�.
Sellamos la promesa con un volc�nico beso de lengua. Priscilla ard�a en
tiernos gemidos de placer. Su cuerpito se abandonaba entre mis brazos y
comenzaba a moverse a mi ritmo.
-Llevame al hotel, porfa-me gimi� al o�do.
-Quiero acabarte ac�, mi amorcito-le respond�.
-No, papi, no...ac� no...ahh, no no...
Priscilla se sacud�a y se restregaba contra m� casi en el cl�max de la
excitaci�n.
-Llevame a la cama, por favor, aqu� nooo...llevame a la camaaahhh, papiii...
Su vocecita ronca en mi o�do me enloquec�a. Saber que se estaba acabando me
enloquec�a m�s a�n.
-Prisci, Prisci-le dec�a yo mientras sent�a vibrar su cuerpito juvenil.
-Aaahhh, me est�s acabandoo, pap�, me ahhhhhhh me estas acabandooo-susurraba
apasionada en mi o�do mientras su cuerpo temblaba.
En la oscuridad del boliche, en medio de la multitud, bailando muy juntos
aquella m�sica rom�ntica, mi hijastra tuvo un orgasmo breve e intenso y luego
qued� inm�vil entre mis brazos, quietita mientras me ofrec�a sus labios jugosos
que volv� a besar.
Ya en la habitaci�n del hotel la desnud� lentamente sin que ella protestara.
Decididamente Priscilla ten�a un cuerpo espectacular, un cuerpo juvenil e
insinuante que siempre hab�a estado m�s bien cubierto y reprimido, un cuerpo de
curvas perfectas que nadie sino yo hab�a disfrutado.
La ropa fue quedando tirada en el piso. Priscilla, desnuda sobre la cama,
jadeaba y me miraba con las pupilas dilatadas por el deseo. Su piel bellamente
tostada contrastaba con la blancura de las s�banas. Acarici� su cuerpo
cent�metro a cent�metro, sintiendo bajo mis manos su piel suave y tersa. Sus
manitos peque�as, las mismas manitos que tantas veces tom� entre las m�as para
cruzarla en una calle peligrosa al llevarla al colegio, las mismas manitos que
agarr� alguna noche mientras le hac�a un cuento para que durmiera, las mismas
con las que forcejeaba y hac�a pulseadas en los simulacros de luchas que
hac�amos al comienzo de su adolescencia, esas mismas manitos ahora me
acariciaban dulcemente los brazos, el pecho, la espalda y las piernas.
Desnudita en la cama mi hijastra se encend�a mientras yo besaba palmo a palmo
su cuerpo. La sentir gemir mientras exploraba y disfrutaba sus pechos. Record�
cuando a�n no ten�a senos y paseaba su pechito plano inocentemente desnudo por
la playa, cuando los pezones eran apenas una sombrita m�s oscura. Record� luego
cuando sus senos comenzaron a crecer, levant�ndose min�sculos bajo sus
camisitas, y hasta su vergueza cuando su madre le regal� el primer sost�n, que
por cierto demor� en empezar a usar. Y especialmente record� aquella noche de
verano que entr� a su cuarto, ella tendr�a no m�s de doce a�os, y la vi dormida
bocaarriba y sin taparse, los pechitos ya redondeados y crecidos, ya hermosos y
deseables aunque peque�os. Ahora, no tanto tiempo despu�s, sus pechos eran
firmes y redondos, bien levantados y de pezones erectos muy paraditos. Mis manos
acariciaron una y otra vez los divinos pechos de Priscilla, y la ni�a jadeaba y
gem�a al sentir en ellos mi boca, mis labios y mi lengua. Y el estremecimiento
de su cuerpo fue total cuando bes� sus pezones dur�simos y los lam� y chup�
deliciosamente hasta arrancarle peque�os quejiditos de placer.
No hubo ning�n rinconcito de su cuerpo que no besara, lamiera y chupara.
Cuando mi boca se meti� entre sus piernas la agitaci�n de Priscilla se hizo
incontenible.
-Me gusta-susurr� ronquita y apasionada.
Ten�a la entrepierna empapada. Mis labios descubrieron el peque�o promontorio
de su cl�toris y a ella le dio como una descarga el�ctrica. Lam� y bes� y chup�
lentamente aquel botoncito del placer que ella jam�s hab�a descubierto en s�
misma. Priscilla se retorc�a en la cama, con los mismos sacudones que un dia
siendo ni�a la hab�an hecho abrazarse desesperada a mi cuello, espantada por no
s� qu� cosa que la asustaba. Ahora eran sacudones de sorpresa y placer,
sacudones de mujercita violentamente excitada.
Luego mi lengua y mis labios se deslizaron hasta la c�lida entrada de su
sexo. Priscilla abri� m�s las piernas, ofreci�ndome su peque�a concha peluda,
sus �speros pelitos negros protegiendo la suavidad de sus labios vaginales y la
hondura de su agujerito de mujer que solo yo hab�a explorado en una noche de
hace poco tiempo atr�s. Tom� con mi boca lo que me ofrec�a, lamiendola y
chup�ndola mientras la aferraba por la redondez de las caderas.
Los gemidos y jadeos de mi hijastra crecieron en volumen. De su boca muy
abierta escapaban grititos. Muchas veces la hab�a o�do gritar cuando era una
nena. Algunas veces que gritaba lastimada o herida, yo ten�a que abrazarla para
que se calmara y luego la curaba con paciencia de padre. Otras veces gritaba
asustada y tambi�n era yo que la sosten�a entre mis brazos hasta tranquilizarla.
Lo mismo ocurr�a cuando se enojaba y ten�a aquellos ataques de gritos, y
entonces yo ten�a que sujetarla con fuerza y hasta sacudirla un poco para
callarla. Pero ahora lo mismo que la hac�a gritar era lo que iba a calmarla: mi
boca chupando su conchita. Y sus gritos eran diferentes: graves, roncos,
apasionados, llenos de energ�a y de deseo. Eran gritos de mujer.
-Com�mela toda papito-exclam� de pronto entre suspiros.
Yo segu�a con lenguetazos fren�ticos, sintiendo que el cuerpo de la ni�a
vibraba al borde del orgasmo. Priscilla se retorc�a en la cama, acarici�ndose
ella misma los pechos con una lujuria que no le conoc�a hasta entonces. De su
concha manaba una miel que yo recog�a con la lengua y la boca. Finalmente mi
hijastra no pudo m�s y explot�, acab�ndose en mi boca entre grititos
desesperados y un descontrolado movimiento de sus caderas.
Esa noche mi chiquilla descubri� que es multiorg�smica.
La ni�a reci�n hab�a llegado al orgasmo, y era el segundo de la noche, cuando
me tend� desnudo sobre ella buscando con mi sexo dur�simo su sexo caliente y
bien abierto. Nos besamos largamente en la boca. Siempre me hab�an gustado los
besos de ella cuando ni�a, los inocentes besos familiares. Porque es com�n que
las ni�as den a los mayores peque�os besos casi que por puro compromiso, besos
fr�os y livianos, apenas un roce en la mejilla, casi imperceptible y seguramente
impersonal. Pero Priscilla, por lo menos conmigo y en el comienzo de su
adolescencia, hab�a sido distinta. Era un beso en la mejilla, por supuesto, pero
me hac�a sentir la plenitud de sus labios. Y se demoraba como disfrut�ndolo,
como dej�ndome saber del placer que sent�a al hacerlo. Mi hijastra no rozaba mi
mejilla sino que me besaba. Pero ahora todo aquello se hac�a m�s intenso, porque
besarla en la boca era un placer indescriptible. As� que ella me recibi� con un
beso de lengua c�lido y profundo mientras su cuerpo urgido se acomodaba bajo el
m�o. La penetr� rob�ndole un gritito y ella se acab� r�pidamente mienras su boca
golosa segu�a ardientemente unida con la m�a. Yo tambi�n me acab�, inundando su
conchita juvenil con un r�o de leche caliente.
Hicimos el amor toda la noche. Priscilla parec�a insaciable, y cuanto m�s le
daba ella m�s quer�a. Su vocecita en mi o�do me excitaba desaforadamente.
-Daddy, daddy-gimoteaba en ingl�s con su deliciosa pronunciaci�n de largos
a�os de colegio biling�e.
-Mi chiquita...mi mujercita- le dec�a yo entrando en ella una y otra vez.
Su cuerpito desnudo se acoplaba maravillosamente al m�o. Yo me hund�a en ella
y Priscilla abr�a muy grande la boca, gem�a largamente, se aferraba a los
barrotes de la cama y parec�a hundir su cuerpo en la profundidad del colch�n.
Pero enseguida gritaba y mov�a la pelvis violentamente hacia arriba, devolviendo
mi embestida abrazada a m� con lujuriosa pasi�n.
-�Oh my god!...�Oh my god!-susurraba mir�ndome con sus ojitos de gata, las
pupilas dilatadas por el deseo.
-Prisci, Prisci-dec�a yo mirando sus ojos que se le llenaban de l�grimas
mientras llegaba al orgasmo.
-Aaaahhhhhh, paaapiiii-.
Aquella noche inolvidable mi hijastra tuvo un orgasmo detr�s de otro: en la
cama, en la alfombra del piso y hasta bajo la ducha. Priscilla, a pesar de su
inexperiencia, era una peque�a diosa en la cama. Y le gustaba coger. Cada vez
que se acababa era un esc�ndalo de gritos, gemidos y violentas convulsiones de
placer. Finalmente, cuando ya comenzaba a amanecer y los dos est�bamos
amorosamente exhaustos, nos quedamos profundamente dormidos.
Durante todo el d�a siguiente nos dedicamos a descansar y a
pasear lentamente por Pinamar. Fue una jornada calma y suave, y realmente
estabamos agotados por el esfuerzo f�sico de aquella impresionante noche de
amor. Priscilla estaba deliciosamente cari�osa. Hablamos mucho, nos divertimos y
nos mimamos todo el tiempo.
Al atardecer, de vuelta en el hotel, los dos nos sent�amos
nuevamente excitados. Fue all� que la conduje a hacer lo que jam�s ella hab�a
hecho: esta vez le tocaba a ella chuparme. Y me hizo la mejor mamada de mi vida.
Todo comenz� muy despacito, entre besos y caricias casi paternales. Me sent�
semidesnudo en un sill�n y la puse a ella, tambi�n semidesnuda, de rodillas en
el suelo, acercando con mi mano su cabecita hasta tener su boca a la altura de
mi sexo. Sus labios h�medos besaron levemente mi sexo, como con timidez.
-As� Prisci, as�-la alent� yo.
La ni�a sigui� explor�ndome con aquellos labios jugosos,
recorriendo mi miembro de un extremo al otro con suaves y dulces besitos. De a
poco se fue animando y asomaba la puntita de la lengua y me lam�a apenas.
-Me gusta tu lenguita-le dije alent�ndola.
Priscilla me lami� lentamente, ahora con toda su lengua
tibiamente mojada. Me hizo gemir de placer mientras mi erecci�n se hac�a cada
vez m�s enorme. Record� cuando ella ten�a doce o trece a�os y lam�a con aquel
entusiasmo un conito de helado. Ya en aquel tiempo me sobresaltaba un poco su
lenguita casi lasciva sobre el helado, y sus labiecitos mojados y su exclamaci�n
de placer, aquel "mmmmmmm....qu� rico", y su mirada entre p�cara y seductora.
Mi hijastra levant� la cabeza y me mir�, suspendiendo
brevemente su lamida y clavando sus ojos directamente en los m�os. Sus ojitos
divinos parec�an devorarme, mientras sus pupilas se abr�an inmensamente. Era una
mirada inundada de excitaci�n y deseo, y estaba respaldada en su respiraci�n
agitada y casi jadeante. Me inclin� hacia ella y le di un beso en la boca,
pidi�ndole por favor que siguiera adelante.
Priscilla baj� la cabeza y meti� mi sexo en su boquita
abierta. Sent� la tibieza enloquecedora de sus labios, de su lengua y del
interior de su boca. La chiquita, arrodillada y jadeante, engull�a enteramente
mi sexo, lo hund�a en su boquita de nena y alternaba las lamidas muy lentas e
intensas con las chupadas m�s profundas. Mi hijastra me mamaba como si fuera una
ternerita con su mamadera, chupando y succionando con furibunda pasi�n. Yo gem�a
y mientras le acariciaba la cabecita le ped�a que tomara toda la leche.
Priscilla me chup�, me mam� y me lami� hasta hacerme acabar en su boca. Me
arranc� fuertes chorros de leche caliente que ella bebi� y trag� con jadeante
desesperaci�n. Despu�s de acabarme y de lamerme hasta la �ltima gota se acost�
boca arriba en el piso y se masturb� frente a mis ojos. Sus manitos se
deslizaron bajo la bombacha, acariciando y frotando su entrepierna, moviendo su
cuerpito adolescente como una diosa, susurrando entre gemidos que se hab�a
tomado toda mi lechita y mir�ndome a los ojos mientras se acababa con r�pidas
sacudidas de placer.
Despu�s de recuperar energ�as la levant� del piso y la llev�
en brazos hasta el ba�o. Nos terminamos de desvestir besandonos desaforadamente.
Hicimos el amor bajo la ducha, lenta y apasionadamente. Priscilla era una gatita
gr�cil y desnuda entre mis brazos, rodeando con sus piernas mi cintura mientras
mov�a sus caderas juveniles al ritmo de mis embestidas hasta lo m�s hondo de su
sexo. Su cuerpo mojado temblaba de deseo y sent� su agitada vibraci�n al llegar
al orgasmo. Mi hijastra se hab�a convertido, ya sin ninguna duda, en mi mujer.
Esa noche volvimos a disfrutarnos en la cama hasta dormirnos rendidos y felices.
Al d�a siguiente, el �ltimo que pasamos en Pinamar, inaugur�
la cola hermosa y salvaje de Priscilla.
Como tantas otras cosas, fue tambi�n cuando ella ten�a doce o
trece a�os que comenc� a descubrir su linda colita. La ni�a estaba creciendo y
eso comenzaba a notarse. Ya su cuerpo se desarrollaba y mostraba los primeros
signos de su condici�n de mujer. M�s de una vez me sorprend� viendola desde
atr�s, admirando casi sin querer aquellas nalguitas que se redondeaban y se
levantaban cada vez m�s firmes. Tambi�n tendr�a doce o trece a�os cuando me
hac�a sentir nervioso al sentarse en mi falda o cuando le pegaba algunas
palmadas por un mal comportamiento. En cualquiera de los dos casos me quedaba la
sensaci�n de que ambos sent�amos algo especial con ese contacto corporal. Pero
era mi hijastra y adem�s era muy ni�a, a lo que se sum� que luego no la vi por
algunos a�os.
No hab�a pasado tanto tiempo desde entonces, pero ahora ella
ten�a diecisiete a�os y a partir del reencuentro nuestra relaci�n hab�a cambiado
totalmente. Ahora yo deseaba concientemente su culito, y sab�a que ser�a m�o. Y
sospechaba que tambi�n ella lo deseaba, sabiendo como sab�a ahora lo apasionada
y erotizada que era mi querida hijastra.
El culo de Priscilla es magn�fico: firme, levantado, rotundo
y perfectamente redondeado. Desde el comienzo mismo de nuestro romance le hice
saber cu�nto me gustaba y c�mo quisiera disfrutarlo. Ella se sorprend�a un poco,
pero progresivamente se fue convenciendo de su hermosura. Ya en Pinamar fue como
que se sinti� por fin liberada, ahora m�s deshinibida y m�s conciente de su
atractivo. Y se paseaba al borde de la piscina, con su microtanga dejando casi
totalmente al desnudo sus nalgas divinas mientras caminaba con una sensualidad
que no le hab�a conocido hasta ahora.
Por todo eso fue muy natural para ambos que la �ltima noche,
ya desnudos en la cama y en medio de un fogoso intercambio de besos y caricias,
yo la diera vuelta y la pusiera boca abajo. El espect�culo que me ofrec�a era
tremendamente excitante: el pelo muy negro sobre las s�banas blancas, la carita
de perfil sobre la cama, la boquita entreabierta respirando con agitaci�n, el
cuello largo y elegante, la piel tostada de su espalda, la curva espectacular y
rotunda de sus nalgas y las largas piernas esbeltas.
Bes� cent�metro a cent�metro su cuerpo boca abajo, recorr�
con los dedos y los labios y la lengua cada mil�metro de su desnudez, comenzando
por el cuello, siguiendo por los hombros, bajando por la espalda, recorriendo su
cinturita y la redondez de sus caderas y demorandome intencionalmente en la
voluptuosidad de su trasero. Mi lengua entr� entre sus nalgas mientras mis manos
se las separaban. Priscilla levantaba su cola hacia m� y gem�a. Separ� un poco
m�s sus espl�ndidas nalgas hasta que mi boca alcanz� su peque�o agujerito
trasero. Mi hijastra tembl� al sentir mi lengua en la invicta entrada de su
culito.
-�Papito!-exclam� cuando mi lengua comenz� a lamer la entrada
de su orificio.
Met� la punta de la lengua dentro suyo y segu� lamiendo. A
Priscilla le gustaba y se mov�a levemente, frot�ndose contra mi boca. Sus
gemiditos de placer se hac�an m�s intensos. Cuando la sent� muy excitada me
tend� sobre ella, jugando con mi sexo entre sus nalgas y bes�ndole el cuello
mientras le susurraba obscenidades al o�do.
-Quiero desvirgar tu colita, Prisci-le dije.
-�Ay s�, s�...haceme lo que quieras, papi!-jadeaba ella.
La coloqu� de rodillas en la cama, apoyada hacia adelante
sobre codos y antebrazos y con la cola muy levantada hacia m�. Busqu� con la
dureza de mi sexo la h�meda entrada de su ano y presion� lentamente pero con
firmeza. Priscilla se quej�. Empuj� otro poco y entr� apenas en ella. La ni�a
solt� un gritito de dolor. Tom�ndola con fuerza por las caderas la penetr�
bastante m�s adentro. Priscilla grit�.
-�Aaayy...ayyy! Me duele mucho...-
Con varios golpes violentos mi sexo se hundi� hasta el fondo
de su colita virginal. Ahora Priscilla se quejaba mientras su voz se quebraba
por el llanto. Mi sexo estaba hundido por completo en su estrecho agujerito.
Comenc� a cogerla ferozmente, entrando y saliendo de ella, rasgando su carne
virgen, atraves�ndola con apasionada furia, arranc�ndole a la fuerza los gemidos
m�s furibundos, aferr�ndola por las caderas y embisti�ndola cada vez con m�s
energ�a.
-Me enloquece tu culo, Priscilita-le grit� desaforado.
Priscilla estaba comenzando a gozar. Ahora su cuerpito se
amoldaba al m�o y se mov�a a mi ritmo. Sus gemidos roncos de placer se hicieron
m�s intensos. Mis manos iban y ven�an por su cuerpo tenso y el�stico. Sus
pezones se pon�an dur�simos bajo mis manos. Su peque�o agujerito masajeaba mi
sexo cada vez m�s grande y duro. Sus caderas se mov�an circularmente en una
danza voluptuosa que me llevaba al borde del orgasmo. Priscilla cog�a por el
culo como una diosa. Su cuerpo �gil y firme devolv�a con creces cada embestida
m�a. Sus pechos desbordaban la avidez de mis manos que los estrujaban. Todo en
su cuerpito adolescente era deseo, excitaci�n y pasi�n. Los dos �ramos como un
solo cuerpo, como una perfecta y coordinada maquinaria sexual.
Finalmente Priscilla tembl� y su cuerpo cimbreante se sacudi�
como con descargas el�ctricas. Mientras la cog�a por el culo yo oprim�a sus
pechos, pellizcaba sus pezones y la mord�a en el cuello.
-�Daddy, daddy....yes, s��, as��...papito!-gritaba mientras
llegaba al orgasmo entre violentas convulsiones.
El cuerpo de Priscilla qued� r�gido como una tabla, y
entonces mientras ella se acababa en un largo chillido yo explotaba en un r�o de
leche caliente dentro de su colita.
-Prisci, Prisci- era lo �nico que atinaba a decir mientras
nos acab�bamos mutuamente.
Ella se qued� quietita, jadeando sobre la cama, soportando
todav�a mi cuerpo encima de su cuerpo tembloroso, diciendo con su vocecita
entrecortada que era toda m�a, que me amaba y que se enloquec�a de deseo y de
placer, que ya no le alcanzaba con ser mi hijita sino que quer�a ser mi mujer.
La bes� en la boca y mi hijastra me respondi� con su lenguita insaciable.
Todav�a la ten�a penetrada por atr�s cuando Priscilla, comenz� a masajearme el
sexo con lev�simas contracciones de su estrecho agujerito. Lo hizo con tanta
destreza y dulzura que me provoc� una enorme erecci�n y una nueva acabada, al
mismo tiempo que nos bes�bamos en la boca y yo le acariciaba los pechos y ella
volv�a a acabarse con largos y tiernos gemidos.
Volvimos exhaustos a Buenos Aires. De ahora en adelante
Priscilla ser�a mi hijastra reencontrada y volver�amos a nuestra relaci�n de
compa�erismo y cari�o. Pero adem�s ser�a mi mujercita, mi hembra, mi yeguita de
uso personal, mi peque�a geisha. A todos los hombres de mi edad nos gusta
fantasear con amantes j�venes. Pero Priscilla tiene muchas ventajas: es real,
m�s que joven es una adolescente, es una divina y divertida personita y nos
tenemos un enorme cari�o mutuo. Adem�s Priscilla es mi hijastra, tiene un cuerpo
espectacular, es una peque�a diosa cogiendo y en la cama nos entendemos de
maravilla. M�s no puedo pedir.
S� que ahora, Priscilita, est�s leyendo este relato y te
excitas y te mojas casi hasta el orgasmo. No lo dudes: mandame un mail y nos
encontramos todas las veces que tengas ganas.