Relato: Odiseas sexuales en el siglo XXII





Relato: Odiseas sexuales en el siglo XXII

ODISEAS SEXUALES EN EL SIGLO XXII


Estamos en el a�o 2.120 de la era cristiana. El mundo se ha
desarrollado de forma arm�nica, reduci�ndose las desigualdades, tanto entre
pa�ses como entre individuos. La esperanza media de vida supera los 100 a�os y
las guerras, delitos y actos violentos han desaparecido de la faz de la tierra.
Las energ�as limpias han desplazado totalmente al petr�leo y a la energ�a
nuclear, por lo que el ecosistema terrestre goza de una excelente salud. La vida
se ha convertido en algo m�s seguro, m�s apacible, m�s c�modo y .... m�s
aburrido. El precio a pagar por todo lo anterior es la dr�stica reducci�n de las
libertades. Todos los ciudadanos est�n controlados, ya que desde que nacen se
les implanta un chip electr�nico que contiene toda la informaci�n posible de esa
persona: datos personales, caracter�sticas f�sicas y localizaci�n en cada
instante. Todas esas mareas de informaci�n van a converger a unas impresionantes
computadoras, cuya misi�n es tener "fichados" a millones de seres.


La mayor�a de los ciudadanos del mundo est�n contentos con
esta forma de vida, aceptando ser gobernados por una minor�a elitista. Todo lo
m�s participan en las elecciones que se celebran cada 10 a�os, votando desde el
terminal inform�tico de su casa, aunque las opciones pol�ticas son pr�cticamente
id�nticas entre s�. Sin embargo hay una minor�a que no aceptaba este estado de
cosas. Naturalmente, les parec�a bien que la renta perc�pita fuese alta, que no
hubiese pobres y que las ciudades fuesen limpias y seguras. Pero hab�a algo que
no estaban dispuestos a aceptar: el profundo cambio que hab�a experimentado todo
lo relacionado con el sexo. En realidad el sexo hab�a permanecido pr�cticamente
inmutable desde la prehistoria hasta mediados del siglo XXI y, en opini�n de esa
minor�a, deber�a seguir as� hasta el final de los tiempos. Pero desde el a�o
2.050 las cosas hab�an evolucionado en una direcci�n totalmente diferente e
inesperada. Las cuestiones sexuales hab�an pasado de ser algo perteneciente a la
esfera interna de los individuos, para convertirse en un asunto de inter�s
p�blico, sometido al control del Estado.


El detonante de esto fue la aparici�n, en el a�o 2.046, del
mort�fero virus STV1013, de transmisi�n sexual y que caus� una oleada de
mortalidad sin precedentes. A fin de erradicarlo se tomaron medidas extremas y
contundentes: aislamiento de los individuos infectados, severo control de la
natalidad (para evitar, de paso, la superpoblaci�n) y extinci�n paulatina del
sexo f�sico, que fue sustituido por t�cnicas virtuales y cibern�ticas. A fin de
cuentas la clonaci�n se hab�a desarrollado de modo vertiginoso, lo que permit�a
tener ni�os sanos, perfectos y guapos. Todo esto repugnaba a una minor�a audaz e
inconformista, cuyo ideal era recuperar la libertad sexual de la segunda mitad
del siglo XX y primera mitad del XXI.


Pero el poder no daba tregua y a tal fin fue creado en todos
los pa�ses un cuerpo especial de polic�a encargado de las "desviaciones
sexuales", entendiendo por desviaci�n todo aquello que se saliese de los c�nones
actuales o que quisiera revivir las costumbres de aquellas d�cadas degeneradas
que hab�an colocado al ser humano muy cerca del desastre biol�gico. Este cuerpo
de polic�a se mostraba implacable y usaba m�todos expeditivos, pero lo cierto es
que en algunas ciudades las noticias al respecto eran cada vez m�s alarmantes.
Aquella minor�a estaba creciendo deprisa, por lo que hab�a que tomar medidas
r�pidas. El poder central envi� una circular a los jefes del cuerpo especial de
polic�a, en la que se les apremiaba para que aquella peque�a molestia dejase de
serlo.


Precisamente en el despacho central de la polic�a de una de
las ciudades que ten�a m�s fama de libertina, el comisario jefe Jorge F109658Y
(los apellidos hab�an sido sustituidos hac�a bastante tiempo por el n�mero del
microchip que cada persona llevaba implantado) le�a detenidamente aquella
circular. Lleg� a la conclusi�n de que hab�a que actuar r�pido, si no quer�a que
su jefe m�ximo, el Consejero de Asuntos de Sociedad (cargo equivalente al
antiguo Ministro del Interior), le llamase al orden y le diese un destino de
esos que nadie quer�a. Jorge respir� profundamente al acabar de leer aquello.
Ten�a que ponerse manos a la obra, sin p�rdida de tiempo. Se hab�a hecho
funcionario del cuerpo de polic�a para llevar una vida tranquila. Ascendi� con
rapidez, evitando aquellos fatigosos y mon�tonos trabajos al pie de calle, por
lo que siempre tuvo su despacho y nunca se vio en peligro f�sico. Pero ahora, a
sus 35 a�os, iba a tener que mancharse las manos. De lo contrario, su carrera
mete�rica (era el comisario jefe m�s joven del pa�s) iba a correr peligro.


Oje� detenidamente la ficha electr�nica de una de las mujeres
que figuraba en la base de datos. Aquella mujer atend�a al nombre de Gemma
J234087V y era sospechosa de presuntas desviaciones sexuales. Presentaba un
peligro potencial de 17 (sobre un m�ximo de 20), de los mayores que �l hab�a
visto nunca. Tras las estad�sticas hab�a un buen n�mero de fotos. Le choc� su
aspecto, que en nada se parec�a a las modernas chicas, delgadas, con expresi�n
indolente y cara p�lida. Gemma era una mujer de 30 a�os, voluptuosa de formas,
con pechos firmes y generosos, media melena morena y rizada, caderas amplias y
un delicioso color tostado en el rostro. Le record� a las mujeres que hab�a
visto en algunas pel�culas de principios del XXI. Aquello hab�a sido en su
juventud, antes de que aceptase la ortodoxia oficial, que prohib�a ver ese tipo
de cosas. Ahora ella era un peligro potencial para la sociedad y su trabajo
consist�a, precisamente, en anular esos peligrosos elementos. Hab�a llegado el
momento de hacerle una visita.


El localizador del microchip de Gemma le indic� que se
encontraba en su casa. All� se encamin� �l, en su coche. Lleg� en menos de cinco
minutos, ya que los atascos hab�an desaparecido de las calles de las ciudades
d�cadas atr�s. Subi� hasta el d�cimo piso, llam� y esper�. La puerta corredera
se abri� con un suave zumbido. All� estaba ella, sentada frente a su
computadora. Gir� su silla y observ� con aparente indiferencia el uniforme color
caoba que luc�a Jorge, mientras �ste decid�a presentarse:



Soy el comisario jefe del cuerpo de polic�a encargado de
desviaciones sexuales y ...


S� muy bien quien es usted -le interrumpi� ella, en un tono
cortante-. �A que debo el honor de su visita?


Ver� usted, en los �ltimos meses las desviaciones sexuales
han aumentado un 150% en esta ciudad y su nombre aparece en la lista de
personas fichadas como sospechosas en nuestra base de datos.


�Y qu�? �Le parezco una desviada sexual? -respond�a Gemma
en un tono desafiante.



El comisario Jorge se lo pens� unos instantes antes de
responder. Mir� al cuerpo de aquella mujer, que se hab�a puesto de pie. Desde
luego su indumentaria no era de lo m�s adecuada para acallar las sospechas.
Vest�a una camiseta blanca, por medio muslo y de un blanco demasiado
transparente. Debajo de ella pod�a adivinarse perfectamente una prenda
anticuada: un escueto tanga de color negro, que tapaba lo justo. En los �ltimos
lustros se hab�a impuesto la ropa interior unisex, poco ajustada y que tapaba
much�simo m�s.



Yo no vengo aqu� a juzgarla se�orita, pero seg�n nuestros
informes hace alg�n tiempo que un ciudadano llamado Roberto K649787H la visita
con relativa frecuencia y no consta que ustedes dos figuren en el registro de
parejas -dijo el comisario, con un tono lo m�s neutro posible.


�Y cu�l es el problema, se�or comisario? -respondi� ella
sonriendo-. �Hacemos mal a alguien con eso? -a�adi�, pasando la lengua por sus
carnosos labios.


Sabe usted que eso no respeta las reglas de moralidad que
impone la normativa actual -replic� el comisario Jorge, tragando saliva ante
aquella vista que se le ofrec�a.


S�, es verdad, el Rober viene a visitarme siempre que le
apetece y siempre que a m� me apetece. Y le puedo asegurar que nos apetece
mucho -la palabra mucho la alarg� m�s de lo debido, mientras una de sus manos
se deslizaba por la curva de su cadera.


Me temo que tendr� que acompa�arme a las oficinas centrales
de la polic�a, se�orita. Tendr� que tomarle declaraci�n.


No sea usted moderno se�or comisario. �No me diga que no
preferir�a cachearme, a la antigua usanza? -dijo Gemma, al tiempo que se
colocaba cara a la pared, con brazos y piernas extendidos.



Aquella visi�n estuvo a punto de sacar de sus casillas al
comisario Jorge. Esa diab�lica mujer le daba la espalda, con las piernas
bastante separadas y las manos colocados a los lados de su cabeza. La camiseta
se alzaba hasta sus caderas, dejando al descubierto un precioso culo, que se
tragaba literalmente su peque�o y sexy tanga negro. Sinti� un deseo incontenible
de cachear aquellas firmes y apretadas carnes, a�n a sabiendas de que era
imposible que Gemma ocultase algo, dado lo escueto de su vestimenta. Coloc� las
manos en la cintura de ella, apretando con suavidad. Fue subiendo lentamente,
hasta toparse con dos estupendos pechos. Jorge se sorprendi� con su tacto y su
temperatura, ya que estaba acostumbrado a su mujer, que ten�a unos pechos apenas
perceptibles (como la mayor parte de las mujeres de aquella �poca), pero
aquellas tetas eran de otra categor�a: grandes, redondas, firmes, suaves, con
pezones duros. Su imaginaci�n empezaba a volar, cuando se vio interrumpido por
las palabras de ella:



�Le gustan mis tetas se�or comisario? -dijo con un tono de
voz sugerente, pero en un plan de lo m�s ir�nico.


Guarde silencio se�orita, consid�rese usted detenida
-replic� �l, tratando de contener in�tilmente la excitaci�n que le invad�a.



Sigui� aquel cacheo, placentero pero totalmente ineficaz,
subiendo sus manos hasta las axilas de la mujer, para despu�s irlas bajando con
una deliberada lentitud. Se recre� unos segundos en aquellas deliciosas caderas,
para despu�s descender por sus largos y prietos muslos. S�bitamente subi� de
nuevo, apretando los gl�teos de Gemma y arranc�ndola un gemido profundo. Desliz�
los dedos por las partes �ntimas de ella, apreciando bien a las claras la
humedad que se estaba acumulando all�. Estaba separando las nalgas de la chica,
cuando se dio cuenta de que una erecci�n, como no hab�a tenido desde sus a�os de
adolescente, presionaba contra el pantal�n de su uniforme. Desliz� un dedo por
la raja del culo de ella, provocando un gemido de placer en la mujer, cuando un
sonido agudo le sac� de aquella lujuriosa situaci�n. Era el timbre de la puerta.
Jorge empu�� su arma reglamentaria (que emit�a un rayo de part�culas capaz de
dejar fuera de combate a cualquiera durante una hora, sin causar mayores da�os)
y se coloc� a un lado, en guardia.



Abre y estate calladita -orden�, recobrando su tono
imperativo de polic�a.



Gemma obedeci�, sonriendo. Puls� el bot�n que abr�a la puerta
corredera y al otro lado apareci� una figura totalmente opuesta a la del hombre
que estaba dentro desde hac�a un buen rato. Era un tipo de 29 a�os, con el pelo
desordenado, los ojos profundos, complexi�n fuerte y expresi�n perezosa. Vest�a
una vieja chaqueta de cuero negra y unos tejanos tambi�n viejos y deste�idos. El
rostro de ella se ilumin� en cuanto lo vio, pareciendo olvidarse por un instante
de su visitante, o si no se olvid�, presintiendo que la situaci�n estaba bajo su
control.



Pasa, cari�o -dijo en un tono de lo m�s meloso.



Aquel tipo entr� con tranquilidad, hasta que descubri� la
figura del otro hombre, vestido con uniforme de la polic�a que le apuntaba con
un arma. No perdi� la compostura, sino que mantuvo una mirada desafiante contra
los ojos de aquel agente de la autoridad. Gemma, muy segura de s� misma, habl�
en ese momento:



Rober, te presento a mi invitado. �l es el comisario jefe
de la brigada de desviaciones sexuales.


Encantado, est� usted en el lugar adecuado -respondi�
riendo Roberto-. Esta mujer presenta todas las desviaciones habidas y por
haber. Supongo que se habr� dado cuenta de ello.


No se ponga insolente, est� usted hablando con un agente
del orden -le ataj� Jorge, tratando de hacer valer su autoridad.


No se lo tenga en cuenta se�or comisario -dijo Gemma, con
un tono entre cari�oso y provocativo-. Es un buen tipo, pero le gusta mucho el
sexo, que se le va a hacer.



En ese momento se produjo un silencio de unos cuantos
segundos. Jorge observaba el cuerpo flexible de Gemma, mientras que no dejaba de
enca�onar a Roberto. Pero �ste se dio cuenta de todo lo que estaba sucediendo
all�, por lo que decidi� jugar fuerte y a tal fin dijo:



�A que nunca se ha tirado a una hembra de este calibre,
se�or inspector?


Ocupo el cargo de comisario jefe, no se confunda -respondi�
Jorge, mientras pensaba en la pregunta que le acababa de hacer aquel tipo con
aquellos ademanes tan desvergonzados.


No eche balones fuera -intervino Gemma con su habitual
energ�a- y responda a la pregunta.



El comisario jefe Jorge vacil� unos instantes, mientras sus
ojos se clavaban en los erizados pezones de la mujer, que parec�an querer
salirse de su blanca camiseta. Con una sonrisa, ella alarg� sus finos dedos
hasta la polla de �l, atrap�ndola por encima de la ropa. Aunque siempre le
hab�an ense�ado a despreciar aquellas pr�cticas arcaicas de sexo f�sico, no pudo
resistirse a la deliciosa sensaci�n de aquella caricia. Guard� su arma
reglamentaria, convencido de que ni el propio Presidente del Consejo (carg� que
sustituy� al de presidente del gobierno o primer ministro) podr�a haber
distra�do su atenci�n en ese momento del cuerpo de aquella diab�lica mujer.
Roberto se relaj� a�n m�s, al darse cuenta de que ya no hab�a peligro. Con su
habitual tono ir�nico dijo:



Ya veo que no, se�or inspector jefe, pero es que una mujer
como �sta no es f�cil de encontrar, se lo digo yo.



Jorge ni siquiera se molest� en corregirle. Coloc� sus manos
en la cintura de Gemma y fue alzando su camiseta poco a poco, hasta sac�rsela
por la cabeza. Lo que vio casi le deja sin aliento: dos pechos preciosos,
firmes, palpitantes, con los pezones duros y que sub�an y bajaban al ritmo de la
respiraci�n de ella. Por un instante tuvo la sensaci�n de que hab�a bajado al
mundo real, despu�s de m�s de 30 a�os viviendo en un mundo virtual. La voz de
Roberto le sac� de su ensimismamiento:



�Qu� le parece si compartimos a esta preciosidad de mujer,
se�or director general?



No tuvo tiempo a responder, ya que las manos �giles de ella
empezaron a desnudarle. No sinti� ning�n reparo cuando las manos de Gemma le
despojaron de su cintur�n, del cual pend�a su arma, de su chaqueta, de su placa
de polic�a (con sus galones de comisario jefe), de sus pantalones y de su ropa
interior, que cubr�a desde m�s arriba de su ombligo hasta casi las rodillas.
Mientras, Roberto se hab�a colocado a la espalda de la mujer y sin interrumpir
para nada la labor de �sta, acariciaba aquel bello cuerpo femenino con habilidad
casi profesional. Por un instante pas� por la cabeza de Jorge la idea de detener
a aquellos dos degenerados. Como si Gemma lo adivinase, y al objeto de quitarle
esa peregrina idea de la cabeza, se arrodill� ante �l y empez� a lamer su
miembro duro con suavidad y tranquilidad.


La sensaci�n de aquella lengua, suave, c�lida y h�meda, acab�
definitivamente de romper la resistencia del duro funcionario de la polic�a. �l
nunca hab�a experimentado la sensaci�n de que una boca experta de mujer chupase
su polla. Cerr� los ojos y, apoyando sus manos en el pelo de ella, decidi�
centrarse en disfrutar de algo delicioso y prohibido al mismo tiempo. Aquella
lengua dando vueltas alrededor de su capullo le estaba volviendo loco. Cuando
entreabri� los ojos pudo ver, por un lado, la carita de viciosa de Gemma,
esmer�ndose en hacer una mamada perfecta y, por otro lado, vio al que deber�a
ser su enemigo, pero que se hab�a convertido en su aliado, colocado detr�s de la
chica, desnudo y con la polla a punto. Roberto mir� para �l, le lanz� un gui�o y
se agach� para empezar a pasar la lengua por las nalgas de la chica, mientras su
mano se perd�a entre las piernas de ella.


Jorge not� que ella aceleraba los movimientos de su boca y de
su cuello. Cuando el otro, tras haber corrido hacia un lado el tanguita negro
que apenas tapaba nada, apoy� su capullo en el conejito de ella, la excitaci�n
de aquel debutante en el sexo f�sico se elev� hasta l�mites insospechados.


Gemma sinti� aquella dura barra penetrar de un golpe en su
sexo mojado. Gimi� de gusto y adelant� a�n m�s su cabeza, hasta que la polla que
ten�a en la boca roz� su campanilla. Disfrut� un par de minutos m�s de aquella
deliciosa follada, suave y en�rgica a la vez, sin abandonar el trabajo con la
boca. En ese momento decidi� incorporarse, ya que estaba deseosa por sentir
dentro de ella el pene de aquel bur�crata de cabeza cuadrada que hab�a sucumbido
totalmente a sus encantos. Hizo que se tumbase y, en un r�pido y casi violento
movimiento, se coloc� sobre �l, tras haber dejado que Roberto le quitase el
tanga. Aquella polla apuntaba directamente al techo, por lo que ella pudo
met�rsela en el co�o sin necesidad de usar las manos. Se la clav� de un solo
movimiento, hasta el fondo. Empez� a cabalgar, a base de precisos movimientos de
pelvis y de cintura. Sus m�sculos apretaban deliciosamente aquel miembro duro
que se clavaba en ella.


El comisario jefe estaba en la gloria. Nunca hab�a ni
siquiera sospechado que eso del sexo f�sico fuese algo tan placentero. Ella le
cogi� las manos y las llev� hasta sus tetas, incit�ndole a que disfrutase de
aquel estupendo y suave tacto. En ese momento Jorge tom� la decisi�n: a partir
de ese d�a empezar�a a hacer la vista gorda con aquello que las leyes
denominaban "desviaciones sexuales". Desde luego, pens�, si eso eran
desviaciones, se compadec�a de los tontos que segu�an el camino recto.


Gemma tuvo un brutal orgasmo sobre la polla de aquel polic�a,
hasta el punto que sinti� como sus propios jugos resbalaban sin control por sus
muslos. El morbo de tirarse a uno de aquellos tipos "del uniforme color caoba"
hab�a sido el catalizador definitivo de sus sensaciones. La verdad es que aquel
tipo no sab�a nada de sexo, pero era tan excitante ense�ar al que no sabe, como
aprender de quien lo sabe todo. Se sac� del co�o aquella polla a�n dura, se
acurruc� entre las piernas del polic�a y empez� a darle una furiosa mamada.


Roberto, entre tanto, hab�a permanecido tranquilamente a la
espera. En los �ltimos a�os hab�a echado un n�mero de polvos suficiente para no
tener que ser ansioso. Cuando Gemma se coloc� entre las piernas del otro,
aprovech� que su sexo quedaba perfectamente a tiro para ensartarla de un solo
golpe. Empez� una follada regular, sin apresurar el ritmo, mientras acariciaba
las nalgas de aquella caliente mujer, una de las mejores de aquella minor�a
recalcitrante.


El trabajo de ella sobre la polla de Jorge surti� efectos
r�pidos y satisfactorios. El comisario sinti� una oleada de placer elevarse por
sus piernas, llegar a su cabeza, bajar por la m�dula espinal y explotar en su
entrepierna. Se corri� en la boca de aquella deliciosa y anticuada mujer, la
cual le prolong� el placer un buen pu�ado de segundos, ya que no par� de lamer
aquel miembro hasta dejarlo bien limpio. La imagen de ella, con la boca llena de
semen, afan�ndose en tragarlo todo poco a poco, le pareci� algo irreal, como de
otro planeta.



Mmmmmmmmm, que leche m�s rica tiene usted se�or comisario
-dijo ella en un tono de lo m�s informal.



Jorge no pudo m�s que permanecer quieto, sentado en el suelo,
con las piernas estiradas y algo separadas, apoyado sobre los codos, con cara de
atontado y sintiendo por todo su cuerpo unos deliciosos residuos del tremendo
placer que acababa de experimentar. Roberto continuaba follando tranquilamente a
Gemma, en la posici�n del perrito. Ambos disfrutaban, eso saltaba a la vista, y
se notaba que se conoc�an a la perfecci�n. El comisario no supo decir cuanto
tiempo dur� aquello, hasta que los dos se corrieron casi a la vez. Ella aull� de
placer, mientras que �l solt� gruesas gotas de esperma sobre sus nalgas
redondas.


Una vez que los tres estuvieron colmados de placer se produjo
un silencio, que dur� varios minutos, hasta que la voz de Roberto lo
interrumpi�:



No ha estado nada mal el polvo, �no cree se�or inspector
general?


En un par de sesiones m�s aprender� usted much�simo, se lo
aseguro -terci� Gemma, tumbada boca abajo en el suelo y con visibles restos de
semen en su culo y espalda.



El comisario escuch�, pero no contest�. Empez� a buscar su
ropa, a fin de vestirse y largarse de all�. Nacesitaba aclarar un poco sus
ideas.



Qu�dese un poco m�s y repetimos. Le aseguro que esta mujer
a�n tiene much�simos argumentos que le sorprender�an, se�or delegado de
polic�a -le dijo Roberto, con expresi�n sonriente-. Su repertorio es
variad�simo, le doy mi palabra.


No, me voy. Y como vuelva a equivocarse en lo que respecta
a mi cargo y rango, le prometo que lo detengo por menosprecio a la autoridad
-respondi� Jorge, mientras acababa de vestirse.


No sea tan duro con nosotros se�or comisario, en el fondo
somos buena gente. Un poco libertinos y promiscuos tal vez, pero buena gente
-intervino Gemma, doblando las rodillas hasta que sus talones tocaron sus
nalgas brillantes, mientras apoyaba la barbilla en sus manos.


Ha sido un verdadero placer se�orita -a�adi� Jorge desde la
puerta a modo de despedida.



Vacil� unos segundos, se volvi� y a�adi�:



En un par de d�as recibir� otra visita m�a. Su amigo del
siglo pasado tiene raz�n: a�n me quedan muchas cosas que aprender y estoy
deseando hacerlo -por primera vez una sonrisa se dibuj� en su rostro-. Y no
teman, la polic�a de desviaciones sexuales no volver� a molestarles, al menos
en esta ciudad. Que pasen un buen d�a.



Y se fue, con un ligero temblor en las rodillas. Cuando la
puerta corredera se estaba cerrando a sus espaldas puedo escuchar la voz de
Gemma que dec�a:



Buenoooo...... �As� que ahora te apetece mi culito? Pues no
te voy a dejar con las ganas..... Pero hazlo despacito �eh? que la �ltima vez
casi me lo rompes -seguido de risas de los dos.



Dos horas despu�s Jorge estaba sentado en su despacho,
tratando in�tilmente de concentrarse en su trabajo. Ya hab�a tomado la decisi�n.
Nunca m�s volver�a a meterse con aquellos a los que las autoridades pol�ticas
denominaban "degenerados libertinos". Por supuesto repetir�a las visitas a la
endiablada Gemma, aunque aquello le costase el puesto, pero el riesgo merec�a la
pena.


En el apartamento de ella, justo en ese momento, Roberto y
Gemma estaban tumbados c�modamente en una moderna cama de agua, desnudos,
mientras se recobraban de una salvaje sesi�n de sexo, en la que no hab�a faltado
nada. Se acariciaban levemente, mientras charlaban.



Menuda sesi�n, cari�o. Si pillas as� de inspirada al del
uniforme caoba, le desarmas -dijo �l.


Ya lo s�, pero lo importante es que ya est� en el bote.
Otro converso para nuestra causa.


La verdad es que eres genial. Primero el Delegado Ciudadano
(el antiguo alcalde), luego el Fiscal Superior y ahora el comisario jefe de
polic�a. En esta ciudad dentro de poco ya nadie se va a meter con nosotros.
Por cierto �he tratado bien tu culito no? -quiso saber �l, al tiempo que
acariciaba con suavidad el ano de la chica.


De maravilla, cabronazo. Pero a�n nos queda el Enviado
Gubernativo, no se te olvide -respondi� ella, con una expresi�n que demostraba
agradecimiento por la caricia que estaba recibiendo.


Ese tambi�n caer�. S� de buena tinta que ya ha puesto sus
antenas detr�s de m�. Cualquier d�a te lo tendr�s que pasar por la piedra
-dijo �l, riendo pausadamente, mientras introduc�a un dedo por el agujerito
posterior de ella.


Uuuummmmmm, ya sabes que por eso no hay problema, me da un
morbazo impresionante follarme a tipos importantes y tenerlos a mi merced.


Pues a m� lo que m�s morbo me da es abrirte ese culito tan
lindo que tienes -a�adi� �l, metiendo con facilidad un segundo dedito.



Ella se gir� y, sin dejar que �l sacase los dedos de su culo,
empez� a chup�rsela con calma. Not� como su sexo se empapaba progresivamente. El
solo hecho de pensar en cepillarse a los individuos m�s poderosos de la ciudad
provocaba este efecto en ella y Roberto lo sab�a. Cuando �l tuvo la polla bien
dura y bien cubierta de saliva, agarro las caderas de ella y la coloc� sobre �l,
de modo que su culito quedara directamente sobre su erecto miembro. Ella cerr�
los ojos, se mordi� ligeramente el labio inferior y gimi� largamente mientras
disfrutaba de la sensaci�n deliciosa de aquella polla que entraba lentamente en
su cuerpo. Como siempre ocurr�a, por la cabeza de ambos pas� la pena que les
pod�a caer por aquella pr�ctica sexual, una de las m�s graves que recog�a el
vigente C�digo de Moralidad: cinco a�os de internamiento en un centro de
reeducaci�n sexual.


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