La mucama forzada
-Vicenta, ha dicho mi mujer que lave las cortinas del
comedor.
-Lo que usted diga, se�or.
Vicenta es nuestra asistenta desde hace muchos a�os. Viuda
desde hace tiempo y con el car�cter mas bien agrio, entrada en carnes y con edad
indefinida, destila siempre un desagradable olor a sudor rancio, quiz� sea su
cabello, siempre sucio, quiz� sea una total falta de higiene, el caso es que
huele�mal.
Vicenta es cl�sica en todo, en el vestir, en el hablar
(castellana vieja) y en el modo de fregar los suelos: siempre de rodillas.
Hace alg�n tiempo esa postura suya me llev� a cometer una
barbaridad que ambos parece que hemos olvidado, o al menos tenemos el cinismo de
aparentarlo.
Era una ma�ana de primavera, Marta y yo hab�amos tenido una
noche alegre y a pesar de ello (o gracias a ello) yo segu�a sintiendo una
tremenda excitaci�n sexual.
Vicenta hab�a llegado a las ocho en punto, justo cuando Marta
sal�a de casa, y se hab�a embutido la ajada y mugrienta bata que utiliza para
hacer la limpieza.
Pas� junto al cuarto de la plancha y vi su ropa tirada sobre
una silla. La falda, la blusa y el negro y desgastado viso atrajeron mi
atenci�n, me acerqu� a la silla, tome la ropa entre mis manos y aspir� su olor.
No ol�a a jab�n ni a perfume (aunque fuese barato), ol�a a hembra y aquel olor,
que en otras circunstancias me hubiese parecido profundamente desagradable, me
excit� de una manera animal. Sent� una ins�lita erecci�n a la que trat� de no
prestar mayor importancia.
Desayun� en la cocina mientras ella comenzaba a fregar los
suelos, al salir la vi, de espaldas, arrodillada fregando el pasillo. La bata no
lograba ocultar sus blancos y rollizos muslos ni sus bragas que a duras penas
cubr�an su culo. Permanec� absorto observ�ndola mientras volv�a a experimentar
una nueva erecci�n, esta vez franca y rotunda.
Al sentirse observada, Vicenta, gir� lenta y cansinamente la
cabeza y se me qued� mirando con una triste sonrisa. Yo estaba todav�a en pijama
y no pod�a disimular de ning�n modo la evidencia de mi excitaci�n (�y de mi
falta?)
.Mi mujer es joven, hermosa y sensual, nuestra comuni�n es
total en todos los �mbitos y especialmente en el sexual .Como es posible que una
mujer como mi asistenta produjese en mi aquel estado de excitaci�n ?. Todav�a
hoy, al cabo de tantos a�os,me lo sigo preguntando.
Me lanc� sobre ella baj�ndole las bragas con un en�rgico
tir�n. Ante mi se mostr� la enorme y peluda fosa de su sexo cuyo olor termin� de
enloquecerme.
Ella, mientras tanto, se manten�a quieta y callada. Parec�a
asumir lo inevitable de una manera estoica.
Sin pre�mbulos, innecesarios, introduje el exultante pene
hasta lo m�s profundo de mi deseo y con cuatro vigorosas embestidas alcanc� el
solitario y triste premio.
Se levant� trabajosamente Vicenta y sin dirigirme la palabra
ni mirarme a la cara, se encamin� al cuarto de ba�o mientras yo permanec�a,
idiotizado, sobre mis rodillas, murmurando una sarta de incoherencias que
pretend�an ser disculpas y que parec�an lamentos de ni�o malcriado.
No se cuanto tiempo estuve en esa rid�cula postura.
Cuando regres� a mi dormitorio, ella estaba desnuda sobre la
cama me mir� fijamente y dijo de manera desabrida:
-No pensar� dejarme as�, verdad?
El instante m�gico hab�a pasado. Aquella mujer de carnes
fl�ccidas y blancura cadav�rica ya no excitaba mis sentidos, es m�s, me
repugnaba.
Haciendo de tripas, coraz�n, me acost� a su lado y comenc� a
sobarle los pechos y a hurgar en su cl�toris .No se conformaba con eso, gui� mi
cabeza hacia su pubis con una orden impl�cita en el gesto de abrir sus piernas.
Y el milagro se obr�, la teor�a de las feronomas result� ser
cierta y al notar, de nuevo, el olor de su sexo, el m�o cobr� nueva vida y de
pronto me encontr� cabalgando a aquella mujer que pocos minutos antes me
provocaba una profunda repulsi�n.
Alcanz� un profundo y violento orgasmo( que dej� marcas en mi
espalda)mientras yo me vaciaba de una manera definitiva en su calido nido.
No volvimos a hablarnos en toda la ma�ana ni hemos vuelto a
repetir lo que, a veces, me parece una fantas�a er�tica mas de las que pueblan
mi mente calenturienta.
A menudo, cuando la veo arrodillada ense��ndome el culo me
entran ganas de bajarle las bragas y��