MI AMIGO DANIEL
Dicen que no todo lo que brilla es oro, pero quien quiera que
haya dicho eso no conoce a mi amigo Daniel.
O tal vez era que yo pod�a ver en �l algo que casi nadie m�s
advert�a. Como fuera, para m�, la primera vez que lo vi, fue exactamente como si
brillara, igual que el oro, en medio de una multitud que a su lado parec�a no
existir.
Los oscuros y severos trajes que parec�an sumir a la
treintena de hombres en aquella convenci�n de banqueros en una masa homog�nea de
legalidad y respeto, no lograban opacar la especie de luz que emanando de Daniel
y como un im�n atrajo mi mirada.
Los �ndices burs�tiles, las cifras y gr�ficas de nuestra
alica�da econom�a parecieron desdibujarse en la absorta contemplaci�n de su
recia y mal afeitada mand�bula. A un lado del expositor, casi ajeno al ajetreo
de sillas, toses disimuladas y uno que otro bostezo contenido de la
concurrencia, Daniel miraba sus manos haciendo danzar un bol�grafo, absorto en
sus propios pensamientos.
Dar�a lo que fuera por saber que est� pensando, dije para mis
adentros. Los dedos gruesos y grandes, apretaban y soltaban el bol�grafo sobre
la mesa. Imagin� esos dedos apretando mis pezones, imagin� esas u�as recorriendo
mi espalda. Imagin� que �l imaginaba lo mismo, y una erecci�n alborot� la
aburrida conferencia.
Qui�n es? � pregunt� con un discreto codazo a mi vecino
de butaca, se�alando al hombre de los dedos gruesos.
Daniel no s� qu� � me informaron � tiene uno de esos
apellidos extranjeros dif�ciles de recordar.
Yo lo recordar�a perfectamente, pens� casi escandalizado. No
podr�a olvidarlo aunque quisiera, me dije a m� mismo. Me imagin� a su lado,
repitiendo su nombre como un mantra. La conferencia continu� y poco despu�s
Daniel tom� el micr�fono. Su voz, profunda y con un ligero acento extranjero
explic� las ventajas de la inversi�n exterior y que ya era hora de abrirnos a
nuevos mercados. Yo estaba dispuesto a abrir mas que mis mercados. Abrir�a mis
manos, mis piernas y mis nalgas a la menor de sus indicaciones. Tan solo de
pensarlo, mi erecci�n pareci� aumentar y me sob� el bulto bajo el amparo de la
mesa. Me perd� el resto de sus palabras, pero el reverberante eco de su voz
parec�a acariciarme y meterse bajo mi ropa.
El sue�o se vio abruptamente interrumpido, pues todos
parec�an ya desear un descanso. El orador principal cort� la exposici�n de
Daniel y todos corrieron a los pasillos, a encender un cigarrillo, echar una
meada, o, a ejercer el pasatiempo favorito de todo buen banquero, extender y
afianzar sus relaciones. Se formaron diversos grupitos y comenzaron a
presentarse unos a otros con el inevitable intercambio de tarjetas.
Yo me perd� en un rinc�n, lo mas apartado posible para que
ninguno de ellos se atreviera a venir a interrumpir mi absorta y arrobada
contemplaci�n de Daniel No S� Qu�.
El objeto de mis atenciones hab�a encendido un cigarrillo. La
luz del encendedor pareci� incendiar de pronto sus verdes y el�ctricas pupilas.
Aspir� con fuerza, sorbiendo el aire y el humo al mismo tiempo. Sorbiendo mi
atenci�n de paso. Un destello brill� entre sus dedos, y percib� la argolla
matrimonial que antes no hab�a tenido el cuidado de notar. Un segundo de
desesperanza, y dos mas para recordarme a m� mismo que apenas un par de a�os
atr�s yo llevaba una id�ntica en mi mano, y m�renme ahora, divorciado y
acechando a un hombre que parec�a dif�cil de alcanzar.
Me fui acercando, pegado casi a la pared. Sin otra intenci�n
que la de ver de cerca el fruto prohibido. Con el inquino dolor de saberlo
vedado, pero no por eso menos deseado. A escasos dos metros, cuando casi parec�a
sentir en el aire el aroma de su loci�n, apag� el cigarrillo y se dirigi� a los
ba�os. Me fui tras de �l, como la cola del cometa, y entr� al ba�o con prisas,
tratando de no perderlo. Choqu� contra sus anchas espaldas.
Perd�n � me disculp�, al tiempo que absorb�a el aire que
lo rodeaba y lo conten�a.
No te preocupes � contest� � fue mi culpa por detenerme
tan de improviso � me aclar� � pero ya ves, el ba�o est� atestado � dijo
se�alando la hilera de cinco urinarios, efectivamente ocupados.
Esperamos ambos de pie. El ultimo de los urinarios qued�
libre y Daniel ocup� el sitio vac�o. Cruc� los dedos porque se desocupara
entonces el urinario contiguo. La suerte estaba de mi lado y ocup� el sitio
deseando tener los ojos de los camaleones, que pueden girar en todos sentidos,
en vez de mis ojos humanos, que seg�n las leyes masculinas no escritas deben
mirar al frente cuando uno orina en un ba�o p�blico.
Al diablo las leyes no escritas � me dije a m� mismo mientras
bajaba la mirada atra�da por el chorreante sonido de Daniel meando a mi lado.
Parece que despu�s de todo si fueron demasiadas tasas de
caf� � dijo sonriendo, mas para s� mismo que para m�, aunque no dej� pasar
la oportunidad de sonre�rle tambi�n y dejar caer la mirada desde sus blancos
dientes hasta la blanca protuberancia que sosten�a entre sus dedos.
El glande, rosado y chato, segu�a arrojando un potente e
inacabable chorro. A Daniel no pareci� importarle mi cercan�a, y con natural
desparpajo comenz� a sacudirse la verga, sin tener el cuidado, como muchos
otros, de esconder la mercanc�a ante lujuriosas miradas como la m�a. Finalmente
la guard�, pero ya era demasiado tarde, la hab�a visto y ten�a la firme
convicci�n de conseguirla.
Volvimos ambos a la conferencia. Ahora eran otros los
expositores y Daniel no tard� en salir a encender otro cigarro. Dud� en
alcanzarlo. Tampoco pod�a ser tan obvio mi atrevimiento. Esper� un par de
minutos, y la calentura tom� el control de mis acciones y sal� tras de �l.
Esta vez estaba en el pasillo y sonri� al verme salir. Mi
coraz�n se ilumin� al sol verdoso de sus ojos.
Mi compa�ero de meadas, que bueno que sales, porque
necesito que me hagas un favor � dijo con aquel acento profundo y rico.
Yo estaba dispuesto a hacerle una mamada all� mismo, pero
tuve la precauci�n de preguntar cu�l de mis favores solicitaba.
Me he quedado sin bater�a � se�al� mostr�ndome su celular
� y me urge llamar a mi esposa.
Por supuesto � dije ofreci�ndole mi aparato, mi cuerpo,
mi vida si la precisaba.
�nicamente tom� mi celular. Me qued� a su lado, y �l no hizo
ning�n intento por alejarse ni por evitar que yo escuchara su conversaci�n.
Hola mi amor � le escuch� decir � todo va bien, pero no
consegu� salir a tiempo para tomar el avi�n de las seis, as� que pedir� una
habitaci�n y pasar� la noche aqu�. Si escuchas este mensaje antes de que te
duermas, ll�mame, si no, yo me comunico ma�ana temprano contigo. Besos.
Me devolvi� el celular y me estrech� la mano.
Gracias � dijo � cuanto te debo?
No es nada � dije con total sinceridad.
Fue una larga distancia � insisti� � d�jame pagarte.
Olv�dalo, si apenas fue un minuto � le contest�.
Entonces d�jame invitarte una cerveza cuando esto termine
- ofreci�.
Eso me parece mucho mejor � dije sonriendo y agradeciendo
al cielo y a Telcel por la invenci�n del celular.
Volv� a la conferencia, aunque s�lo en calidad de bulto,
porque mi mente estaba ocupada en el c�lculo matem�tico y casi infinito de
posibilidades de mi encuentro con Daniel y una cerveza.
El bar, una hora despu�s, era un concurrido y sobre poblado
campo de negocios, con todos los tipos de la convenci�n tratando de apurar el
�ltimo trago antes de la partida, al tiempo que cerraban alguna pr�xima cita,
alg�n provechoso acuerdo, sin percatarse de que yo s�lo quer�a cerrar un tipo de
trato y su multitudinaria presencia no hac�a sino complicarlo.
En la barra, Daniel se desesperaba por llamar la atenci�n del
barman, que no se daba abasto con los pedidos.
Te molestar�a beber tu cerveza en mi habitaci�n � dijo
frustrado al ver que era imposible conseguir las bebidas en el bar.
Para nada � contest� tal vez con demasiada alegr�a �
vamos.
Daniel sonri�. Los ojos verdes parec�an tener el poder de
leer mis pensamientos, pero se cuid� mucho de hacer ning�n comentario. Lo segu�
al elevador, donde el silencio pareci� de pronto poner una inc�moda barrera
entre los dos. La habitaci�n era amplia, mucho mas que la m�a, con un balc�n que
se abr�a a la noche clara y tibia. Daniel abri� las cortinas y un par de
cervezas heladas que consigui� en el minibar. Con un cigarrillo entre sus dedos
gruesos aspir� el aire de la noche mientras yo hac�a lo mismo a su lado.
Eres casado? � pregunt� de pronto sin mirarme.
No � contest� � lo fui hasta hace un par de a�os.
Hijos? � continu�.
Desgraciadamente no � le inform�.
Yo tengo tres � dijo sonriendo y mir�ndome por primera
vez desde que entramos a la habitaci�n.
Momento de confesiones, intercambio de datos familiares,
pens� para mis adentros, tratando de concentrarme en eso y no en la deslumbrante
sonrisa y los labios sensuales de Daniel.
Tres hijos y con la misma � continu� Daniel sonriendo.
Debes de llevar entonces un buen tiempo casado � conclu�.
No, mi amigo � explic� � con la misma verga, pero
distintas mujeres.
Una carcajada acompa�� su broma, y no pude evitar festejarle
el chiste.
Pues al menos tienes buen tino � dije todav�a riendo.
No tengo la menor queja de �sta � dijo toc�ndose el
paquete, grueso paquete, frente a mis ojos.
El ambiente cambi� sutilmente. Tal vez la noche tibia, tal
vez por ver a aquel hermoso ejemplar de hombre toc�ndose la entrepierna, tal vez
que mi deseo era tan evidente, pero Daniel continu� toc�ndose en el balc�n sin
apartar sus ojos verdes de mi rostro.
Me di cuenta que me estuviste viendo la verga en el ba�o
cuando meaba � dijo sin perder la sonrisa.
No supe contestarle. Cre� haber sido lo suficientemente
discreto y ser expuesto as� de pronto me dej� mudo.
No lo niegues, puto � continu� � me di cuenta.
El insult� me cal� profundo, pero no pude refutarlo. Tampoco
logr� que mi deseo se apaciguara, y por el contrario, pareci� exacerbarlo a�n
m�s.
Te gustar�a verla nuevamente? � pregunt� sin apartar su
penetrante mirada de m�.
No contest�. Una mezcla de verg�enza y deseo arrebol� mis
mejillas como si fuera un adolescente en vez de un hombre maduro. Como un
encantador de serpientes, Daniel parec�a saber tocar una melod�a que me hac�a
estar completamente en su poder. Sus dedos gruesos, adorados y sensuales dedos
gruesos, promesas de encontrar algo igual de grueso entre sus piernas,
comenzaron a bajar la cremallera de sus pantalones. El sonido del cierre,
estereof�nico y letal, era el �nico sonido de la noche, o al menos, el �nico que
yo percib�a.
El cierre lleg� al final, y un atisbo de ropa interior blanca
y convencional. Los calzoncillos de un banquero. Gente cuerda y fr�amente
inteligente estos banqueros. Qui�n podr�a pensar en este banquero casado y con
tres hijos haciendo semejante cosa. Yo, solo yo.
S�cala tu � ofreci� mi banquero.
De inmediato ca� de rodillas entre sus oscuros pantalones,
absorto en la blanca promesa de los calzoncillos asomando por la bragueta.
Alcanc� a tocar la suave tela y su suave contenido antes de que Daniel se
alejara para buscar otra cerveza. Me qued� de rodillas en el balc�n y la noche
tibia. Me qued� sin saber qu� hacer. Gatear tras �l por la mullida alfombra?.
Esperar su regreso en aquella humillante postura?. Desconcertado, no atin� a
tomar ninguna decisi�n.
Daniel abri� una nueva cerveza y se bebi� la mitad de un solo
trago. No me miraba. Sab�a que yo segu�a donde me hab�an dejado. Lo vi aflojarse
el cintur�n y dejar resbalar los pantalones a lo largo de sus blancas y bien
formadas piernas. Continu� a la espera. Se quit� el saco y la corbata. Luego la
camisa, sumidos en el silencio. Su cuerpo era de una armon�a total. En playera,
calcetines y calzoncillos volvi� al balc�n, pero no a m�. Se apoy� en la baranda
de cara a las luces de la calle. De cerca, not� que sus piernas y muslos estaban
cubiertos de un vello dorado apenas perceptible. Sus antebrazos tambi�n, y desee
ver el resto.
Cuando quiso, se puso de nuevo frente a m�. Esta vez sus
calzoncillos dejaban ver perfectamente el contorno de su sexo. Casi percib� su
masculino olor. Acerc� la botella de cerveza a mis labios y me dio un trago
mientras me acariciaba el cabello. Empuj� entonces mi cabeza hacia su
entrepierna. Mi boca, mis mejillas y nariz se estrellaron contra el blando coj�n
de su sexo. Abr� la boca, queriendo com�rmelo.
Tranquilo, putito � dijo alejando mi cabeza � eres un
goloso. Te mueres ya por mi verga.
Cerr� los ojos y de haber podido hubiera cerrado tambi�n los
o�dos. No era eso precisamente lo que deseaba o�r. Tampoco hice nada por
desmentirlo, porque ten�a absoluta raz�n.
Tendr�s que esperar � dijo tomando su posici�n en el
barandal, aunque esta vez de frente a m�.
Me miraba al tiempo que sus dedos recorr�an el contorno de
aquel prometedor bulto. Yo segu�a de rodillas, apenas a un metro de distancia.
Separ� las piernas, acarici�ndose los muslos, ascendiendo por ellos hasta la
redonda silueta de sus huevos. Sus dedos jalaron la parte inferior de la truza.
Los vellos dorados, ahora m�s oscuros, asomaron por la abertura. Lentamente,
dej� salir sus huevos. Eran grandes y pesados. Colgaron entre sus piernas al
verse libres. Siempre he pensado que los test�culos que cuelgan son mucho m�s
er�ticos que los que est�n pegados al cuerpo. Los de Daniel parec�an colgar como
frutas en un �rbol. Un ligero movimiento de sus caderas los hizo balancearse
ante mis ojos.
Puedes chuparme los huevos � dijo con aquella voz
profunda de ligero acento extranjero.
No me pas� por alto el "puedes". Como si fuera mi due�o. Como
si fuera su esclavo y chupar sus huevos fuera el mayor de los privilegios. O tal
vez si lo era y apenas lo iba descubriendo. Mi mente era un pur� de confusiones,
pero mi cuerpo s� sab�a lo que quer�a, as� que me arrastr� hasta las danzantes
bolas que se mec�an al comp�s del viento y me las met� en la boca como las mas
dulces de las frutas.
C�lidos y velludos, sus huevos hicieron saltar el resorte de
mi pasi�n contenida. No s�lo los chup�, comenc� a devorarlos con desbordante
energ�a. Los mamaba como si de ellos dependiera mi vida, y not� que la verga de
Daniel comenzaba a crecer con mis lamidas.
Suficiente � dijo Daniel apart�ndome de sus bolas.
Lo mir� perdido. Decepcionado, herido y perdido. No entend�a.
No quer�a entender aquellos ojos verdes. No quer�a entender aquellas simples
palabras. Pero entend� las siguientes.
Desn�date lentamente y escucha mis indicaciones.
Me puse de pie. Daniel, la suave voz de Daniel me quit�
primero los zapatos. Calcetines, cintur�n, corbata azul y mancuernillas. La voz
me hizo girar mientras me quitaba los pantalones y la camisa. La voz me hizo
detener. Me hizo inclinar en posturas rid�culas y humillantes. Me hizo mostrarle
los h�medos manchones de mi ropa interior, producto de mi excitaci�n. Me hizo
desnudar cuando lo crey� conveniente, y ni as�, completamente desnudo y
obediente, me permiti� acercarme de nuevo.
Desde el balc�n, la voz me conten�a y m�s abajo, el ahora
completamente erecto falo me llamaba. Me debat�a entre uno y otro. Quer�a
agradar a la voz, para que me siguiera queriendo, pero el grueso bulto entre sus
piernas era un im�n poderoso que parec�a gritar por mi atenci�n, aun dentro de
los confines de sus calzoncillos.
Date vuelta � orden� Daniel una vez m�s.
Lo hice, sabiendo que ten�a un buen par de nalgas,
extenuantemente trabajadas en el gimnasio con miles de sentadillas y pesas, y
esper� ansioso su aprobaci�n.
�brete el culo � dijo Daniel � y ag�chate.
Lo hice con un cierto dejo de humillaci�n. No era lo que
esperaba. No quer�a sentirme como una puta callejera exponiendo mis carnes para
convencer a un cliente dubitativo. Quer�a la apreciaci�n de un amante. La
caricia de un compa�ero, pero los ojos de Daniel val�an mucho mas que mis
deseos. Obedec�.
Lo has de tener caliente y pegajoso - fueron sus
cari�osas palabras.
Me enderec� para buscar mi ropa. Aquello ya era demasiado.
Daniel cruz� la habitaci�n en tres zancadas. Me empuj� violentamente sobre la
cama.
No te orden� que te levantaras! � grit� molesto.
Permanec� boca abajo. Sorprendido y excitado. Sorprendido por
su voz, que ya no era suave, excitado por sus manos sobre mis nalgas, calientes
y afanosas, tocando mi carne por primera vez. Mis nalgas fueron violentamente
separadas, mi culo totalmente expuesto. Meti� uno de sus dedos en mi ano, sin la
menor preparaci�n. Me quej� casi involuntariamente.
Lo sab�a � dijo cuando tuvo todo el dedo dentro de mi
culo � caliente y pegajoso.
Asent� con mi silencio. No pod�a rebatirle algo que �l mismo
comprobaba con sus dedos. Me sent� invadido de deseo. Lo desee mas que nunca.
Gem�, esta vez de placer.
Que sea la �ltima vez que me desobedeces � dijo retirando
el dedo abruptamente, y para confirmar sus palabras me propin� una sonora
nalgada.
Como un eco, la sensaci�n de aquel golpe reverber� en mi
sangre y corri� por todo mi cuerpo, poni�ndome la piel de gallina. Tras la
primera, vino una segunda nalgada, y una tercera y muchas m�s. La habitaci�n se
llen� con el sonido de sus manos en mis nalgas, de mi respiraci�n agitada y de
la suya excitada. A pesar del dolor, perfectamente soportable, descubr� que
aquello no lograba sino excitarme aun m�s, y a Daniel parec�a sucederle lo
mismo, como comprob� al mirar su entrepierna y descubrir el bulto de su sexo mas
hinchado que nunca. Cuando termin�, ambos jade�bamos y transpir�bamos.
A chupar verga � fueron sus palabras al tiempo que se
acostaba sobre la cama y se quitaba los calzoncillos alzando las nalgas.
All�, en medio del nido velloso de su pubis, la erguida
herramienta de Daniel esperaba los honores. Me lanc� como el sediento viajero
del desierto lo hace sobre un oasis. Me la beb� completa, en atrabancados sorbos
que deseaban apurar la fastidiosa espera. Me la com� desde la suave y nacarada
cabeza supurante de oloroso almizcle hasta la base gruesa y peluda donde nac�an
sus huevos. No quedaba satisfecho. La quer�a toda, la quer�a entera. La quer�a
dentro de mi boca hasta el fin de los tiempos. Daniel aguant� los primeros
embates de mi alocado deseo, pero poco a poco me fue conteniendo mediante suaves
presiones en mi cabeza. Me hizo tranquilizar y me hizo gozar de cada mil�metro
de aquel maravilloso instrumento. Me hizo detenerme en cada vena y cada pliegue.
Aprender el sabor y consistencia de sus jugos, el olor entre sus piernas y el
color p�lido de su piel al distenderse.
Te la voy a meter � avis� de pronto, como si hubiera
existido alguna vez la posibilidad de no hacerlo.
Me acomod� en cuatro patas. Como un perro. Y no me import�.
Abr� las nalgas y esper�. Se tom� su tiempo. No le import� mi espera ni mis
ganas. Me sob� las nalgas, las palme� un poco nuevamente. Un dedo, dos dedos,
tres dedos. Nada hab�a para calmar mis ansias. S�lo �l, y lo sab�a. Finalmente
me ensart�.
Dolor y placer en un perfecto balance. No le dije a Daniel
que apenas si hab�a sido penetrado en un par de ocasiones. No hubiera tenido
sentido dec�rselo, y menos en aquellos momentos. No le dije que no estaba
preparado para una verga de sus dimensiones. No creo que tampoco le hubiera
importado.
Tienes un culo hambriento y glot�n � dijo al penetrarme
en un solo empuj�n � te gusta, putito, pregunto?
C�mo explicarle, pens� para m� mismo. Pero permanec� callado.
No era ning�n putito. Aunque estar all�, ensartado por su verga no era
precisamente la mejor manera de refut�rselo. Mejor me call�. Mord� las almohadas
para soportar la avasallante sensaci�n de ser partido en dos por su grueso
miembro. Aguant� el aliento y el placer se me difumin� en esporas delicadas que
reventaban en cada uno de sus embistes. Su carne contra mi carne. Ametrall�ndome
con sus disparos. Empuj�ndome sobre el colch�n como una vulgar piruja que
desquita sus servicios. Me sent�a muchas cosas al mismo tiempo. Lo imagin�
montando a su esposa, haci�ndole un hijo tal vez con aquella misma verga.
Venga, vamos! � me urgi� con otra nalgada � mueve bien
ese culo, perra!
Y fui la perra. Y menee el rabo para que el macho quedara
satisfecho. Y gem� como perra y aull� como perrra, y tuve la recompensa de
seguir atravesado por su verga sin descanso.
Arriba � dijo sacando la verga de mi culo como quien
descorcha una botella.
Me sent� perdido y vac�o sin su pito entre mis nalgas. Me
jal� hacia �l, indic�ndome que lo siguiera. Salimos al balc�n, ambos desnudos y
transpirados. El aire de la noche no consigui� refrescarme. Me acomod� sobre el
barandal y me abri� las piernas como si fuera un polic�a cateando a un criminal.
Su verga encontr� el camino apenas abandonado y volvi� a rellenarme el culo con
su verga. El conocido dolor y el reconocido placer de tenerlo dentro nuevamente.
Suspir� agotado y feliz. Tal vez demasiado fuerte, pues un piso mas arriba, la
ventana de un edificio aparentemente de oficinas se encendi�. Un hombre asom�
por la ventana, atra�do tal vez por nuestros movimientos.
Espera, Daniel � dije saboreando su nombre en voz alta
por primera vez � alguien nos est� observando.
En vez de parar, Daniel arreci� los movimientos de sus
caderas, bombe�ndome con m�s fuerza todav�a.
D�jalo � dijo sin permitirme salir del balc�n � que vea
lo puto que eres y lo mucho que te gusta la verga - concluy�.
No "la verga" Daniel, pens� en silencio, mas bien "tu verga".
No ten�a caso aclararlo. No hab�a tiempo ni hab�a forma. No mientras uno est�
siendo empalado y cogido con tanta energ�a y est� siendo observado por un
tercero. La pena de tener un testigo se mezcl� con el placer que Daniel me
proporcionaba. Pens� que el extra�o cerrar�a la ventana escandalizado, pero en
vez de eso, alcanc� a ver los movimientos de su brazo, seguramente
masturb�ndose.
Te gustar�a que viniera aqu�, verdad putito? � pregunt�
Daniel sin dejar de cogerme.
No � contest� secamente � c�mo se te ocurre?
Si � continu� � te gustar�a tenerlo aqu� y meterte su
gruesa verga en la boca mientras te cojo.
No � dije escandalizado.
Claro, a lo mejor prefieres que espere para que te coja
en cuanto yo termine � imagin� � para sentir su verga chapoteando en tu culo
lleno de mi leche.
No � insist�.
Daniel me sac� la verga y me dio media vuelta. Me bes� en la
boca. Me meti� la lengua profundamente. Era el primer beso que recib�a de otro
hombre, aunque eso Daniel no lo supiera. Me dej� temblando.
No te muevas � orden� entrando en la habitaci�n y
regresando con una silla. Desnudo esper�. El extra�o de la ventana
continuaba masturb�ndose en las sombras.
Daniel tom� asiento. Me atrajo hacia �l y me abraz�,
inclin�ndome al hacerlo. Me abri� las nalgas con las manos. Entend� que quer�a
mostr�rselas al extra�o. Le mostraba la parte m�s �ntima de mi cuerpo a un
perfecto desconocido. Me meti� dos dedos en mi culo ahora dilatado. Estaba tan
excitado y caliente que ya ni eso me importaba.
Ahora quiero que te la claves tu solito � me indic�.
Abr� las piernas como si fuera a montarlo y me sent� sobre su
regazo. Su enorme y gorda verga estaba lista para recibir la flor abierta de mi
culo. Entr� en mi cuerpo nuevamente. Dej� de extra�arlo. Lo sent� removerse en
su interior. Me sent� lleno de �l. Pose�do por �l. Comenc� a saltar sobre su
hombr�a, clav�ndomela, meti�ndomela, rozando mi verga entre los sedosos vellos
amarillos de su pecho, hasta que no aguant� m�s y me vine en un incre�ble
orgasmo, llen�ndole el pecho con mi semen.
L�melo � me indic�.
Me inclin� para probar mi semen. Tambi�n era la primera vez
que hac�a algo as�, pero eso tampoco lo supo Daniel. Termin� con los labios
llenos de mi propio semen y el olor de su cuerpo y el m�o mezclados en mi nariz
y boca.
Terminemos � dijo meti�ndome en la habitaci�n de nuevo.
Esta vez lo tuve de frente. Me imagin� mas que nunca lo que
sentir�a su esposa. Lo acog� entre mis piernas, alzadas sobre sus hombros. Me la
meti� de tajo, como ya hab�a descubierto que le gustaba. Hasta el tope, hasta
llenarme el hueco de mi culo con toda su verga. Se vino despu�s de unas cuantas
sacudidas. Su leche inund� mis entra�as, sus ojos, mi vida entera.
Dorm� esa noche con �l. No hubo m�s sexo. Tampoco lo
necesit�. Estaba ah�to de Daniel, al menos por esa noche. Tampoco regresamos a
nuestras respectivas casas al d�a siguiente. La esposa tuvo que entender que los
compromisos de un banquero son interminables. Cosas de la econom�a. Cosas de
hombres.
Compartimos tres d�as intensos. Suficientes para sellar
nuestra amistad. Daniel entendi� todas esas cosas que no le hab�a dicho. Y yo
entend� varias m�s. Lo sigo viendo, y siempre, siempre tengo la esperanza de que
no sea la �ltima.
Si te gust�, h�zmelo saber.
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