Relato: El Don (2)



Relato: El Don (2)

Las turbulencias no me preocupaban demasiado. A pesar de que
la mayor�a de la gente suele rezar una r�pida oraci�n en silencio cada vez que
el avi�n en que viajan pasa por un "bache", mis sentimientos son bien distintos.
Viajar en avi�n me relaja. Y a�n m�s si el viaje dura varias horas y se hace por
la noche. El sentirme cerca del cielo, literalmente, es una sensaci�n casi
hipn�tica, tranquilizadora. Mirar las nubes, la tranquilidad del cielo, la paz
de la altura, siempre me hacen rememorar mi juventud. Y si hay alg�n recuerdo
especialmente agradable en mi vida es el de los d�as en que comenc� a descubrir
mi don.


El cuerpo desnudo de mi profesora fue el primer contacto real
que tuve con el sexo contrario. Hasta entonces tan solo las revistas y el cine
me hab�an ense�ado el cuerpo femenino. Fue un verdadero shock para m� el
comprobar que la realidad era un tanto distinta. Mi profesora de matem�ticas no
era una mujer joven. Sus pechos estaban ca�dos. Parec�an dos frutas maduras. Las
chicas de las revistan los ten�an m�s firmes y m�s grandes. A pesar de ello, no
consegu�a quit�rmelos de la cabeza. Ni siquiera al d�a siguiente, cuando la
profesora suplente nos explic� con gran ret�rica que su ex-compa�era hab�a
tenido que irse a un largo viaje y que no iba a volver a darnos clases.


Pero a�n m�s fija en mi cabeza estaba la idea de que hab�a
sido yo el que hab�a hecho que la profesora se desnudara. Me hab�a suspendido,
la muy tonta. Hab�a pasado varias noches estudiando para mi examen, y ella me
hab�a suspendido. No era justo. Quer�a hacerle da�o. Quer�a avergonzarla como
ella me hab�a hecho conmigo al suspenderme delante de toda la clase, cuando de
repente se levant� y, sin mediar palabra, comenz� a quitarse la ropa. La
sorpresa que reflej� su rostro cuando acab� de desvestirse no fue menor que la
que aparec�a en la cara de los profesores que iban entrando en el aula atra�dos
por los gritos y las risas de mis compa�eros de clase.


Hab�a sido yo. De alg�n modo, la hab�a convencido para que se
quitara la ropa. Sin hablarle. Sin mover los labios. Solo con el pensamiento.


Llevaba ya varios meses d�ndome cuenta de peque�os detalles.
Cosas sin importancia. Cosas como el que mis padres siempre me dieran todo lo
que les ped�a. Nunca me negaban nada, mientras que a mi hermana mayor, a pesar
de tener ya 17 a�os, no la trataban igual. Tampoco el resto de la gente me
trababa como a los dem�s. Casi nunca discut�an conmigo. Los vendedores me
regalaban lo que yo ped�a. Nunca me cobraban a menos que yo quisiera pagarles.
Pero cuando no llevaba dinero, dec�an que no ten�a importancia, que ya se lo
pagar�a. Y despu�s, nunca me recordaban que les deb�a dinero. Incluso mi
hermana. Cuando comenz�bamos a discutir, como todos los hermanos hacen, siempre
llevaba ella las de ganar. Hasta que yo, con una rabieta, finalizaba la
discusi�n. En esos momentos ella siempre me daba la raz�n, pero no para que me
callara. Era sincera conmigo. De alguna forma siempre consegu�a convencerla.


Fue precisamente con ella con la que decid� realizar unos
peque�os experimentos para comprobar mi teor�a. Yo ten�a algo distinto al resto
de las personas. Y estaba decidido a utilizarlo.


Nuestros padres no sol�an salir a cenar. Pocas veces ten�an
ocasi�n de hacerlo. El principal problema era yo. No quer�an dejarme solo en
casa, y mi hermana nunca estaba disponible para hacer de canguro. Pero aquella
noche la hab�an castigado. Hab�a suspendido un examen y hab�a sido juzgada y
condenada por mandato paterno a pasar el s�bado por la noche en casa cuidando de
m�. As� ellos aprovechaban para ir de fiesta con sus amigos.


Naturalmente, a ella no le hizo ninguna gracia, pero no se
atrevi� a romper la promesa de no llevar a nadie a casa. As� que comenzamos la
noche cenando solos, y luego pasamos a ver la televisi�n. Durante la cena no me
dirigi� la palabra. Para ella, el enemigo era yo. Si no hubiera sido por m�,
hubiera salido con sus amigas como el resto de los fines de semana, as� que no
pod�a esperar que fuera amable conmigo. Yo quer�a sentarme en el sof� m�s
grande, pero ella eligi� tumbarse sobre �l y no dejarme sitio. Yo quer�a ver una
pel�cula de acci�n, pero ella decidi� ver un aburrido concurso. Al principio me
irrit�, pero despu�s decid� que aquella era la ocasi�n perfecta para probar si
realmente ten�a algo que me hac�a diferente a los dem�s.


La mir� y me concentr� en ella, imitando inconscientemente
las acciones que en el cine de ciencia-ficci�n protagonizaban las personas que
ten�an poderes. Mi primer mensaje fue sencillo. Aquel maldito programa-concurso
me aburr�a enormemente. Yo deseaba ver la pel�cula de acci�n. Sin ning�n
aparente cambio en su rostro, mi hermana cogi� el mando y cambi� de canal,
directamente al de la pel�cula que yo deseaba ver.


�Hab�a funcionado!


Aunque tal vez no era m�s que una casualidad. Al cabo de un
momento, parpade� un par de veces seguidas y volvi� a cambiar de canal.


Deb�a cambiar de estrategia. Las �rdenes no hab�an sido las
adecuadas. Le hab�a ordenado que cambiara de canal, pero no que no volviera a
hacerlo. Deb�a conseguir que cambiara por otro motivo. As� que volv� a
concentrarme sobre ella. Con los ojos entrecerrados, me di cuenta de que parec�a
una versi�n barata de un hipnotizador de comics. A pesar de ello, envi� mi
siguiente orden mental a mi hermana. Esta vez no le ped�a que cambiara de canal,
sino que le ordenaba que encontrara aburrido el concurso.


Pocos segundos despu�s volvi� a coger el mando a distancia y
a cambiar de canal. Pero no puso la pel�cula que yo quer�a ver, sino otra cadena
distinta. A pesar de que de repente hab�a encontrado muy aburrido el programa no
estaba dispuesta a concederme el que yo me saliera con la m�a.


�Otra casualidad?


Lo intent� de nuevo. Volv� a concentrarme y le orden� que
tuviera unas ganas incre�bles de ver la pel�cula. Le orden� que le gustara, que
le encantara, que no pod�a pasar ni cinco segundos m�s sin ver esa pel�cula.


Y de nuevo cambi� de canal, pero esta vez para dejarlo donde
yo le hab�a dicho. Como se�al inequ�voca de que quer�a ver la pel�cula, dej� el
mando en el suelo, delante del sof� donde se encontraba tumbada, sin dejar de
mirar atentamente a la pantalla.


�Esta vez s� que hab�a funcionado!


Hab�a conseguido que mi hermana quisiera ver la pel�cula,
contraviniendo todos sus sentimientos agresivos contra m�.


Ten�a que seguir probando. Deb�a averiguar hasta donde pod�a
llegar mi poder. No entend�a porqu� me sent�a tan excitado, ni porqu� mi, por
aquel entonces peque�o, �rgano sexual se estaba inflando r�pidamente, como si
alguien le estuviera inyectando aire caliente al mismo tiempo que elevaba la
temperatura de la habitaci�n, pero sab�a que ten�a que ver con mi
descubrimiento. Mir� a mi hermana. No pod�a verla como a una mujer. Al fin y al
cabo era mi hermana. Aunque record� que en cierta ocasi�n, cuando mi amigo Juan
me ense�aba una de sus revistas guarras escondidos en el garaje de su padre, una
de las chicas que aparec�a en ella me record� enormemente a mi hermana.


La mujer de la revista ten�a los pechos peque�os. Mi hermana,
por contra, estaba excelentemente bien dotada para su edad. En muchas ocasiones
hab�a visto como los chicos la miraban de reojo, y aunque ella fing�a no darse
cuenta, sonre�a orgullosa. Cuando era m�s peque�o no lo entend�a, pero ahora,
gracias a la mayor informaci�n que recib�a por todas partes, desde mis amigos,
que eran todos unos salidos, hasta la propia televisi�n que pocas veces esconde
el sexo a la vista del p�blico cada vez m�s joven, pod�a llegar a imaginar lo
que pensaban los hombres que miraban a mi hermana. Mir� sus pechos con deseo.
Sent� una extra�a sensaci�n en mis pantalones. No era mi primera erecci�n
(aunque entonces ni siquiera sab�a que se llamaba as�), pero era distinta a las
anteriores. Era m�s fuerte, m�s c�lida, m�s excitante....


- �Desea una almohada?


Abr� los ojos bruscamente. La azafata me miraba con una med�a
sonrisa en la boca, mientras me ofrec�a con la mano algo blanco y blando. Las
luces en la cabina hab�an bajado hasta ser casi imperceptibles. La noche hab�a
ca�do en su totalidad sobre el avi�n y a�n quedaban algunas horas de vuelo. La
azafata me hab�a visto adormilado y pens� que iba a necesitar una almohada.


- Siento haberlo despertado - su voz ten�a un cierto tono de
culpabilidad


- No se preocupe - sonre� - De hecho se lo agradezco. Hubiera
podido despertar con una tort�colis de campeonato de no ser por usted. Aceptar�
encantado esa almohada.


Mientras me la entregaba y me preguntaba si deseaba una manta
la mir� de arriba a abajo intentando que no se diera cuenta. Era joven y
atractiva, como la mayor�a de las azafatas. Llevaba el cl�sico uniforme azul de
las l�neas a�reas, con chaquetilla y falta por las rodillas. Tambi�n llevaba
med�as oscuras, aunque no negras del todo. Mir� a m� alrededor y comprob� que la
mayor�a del pasaje estaba dormido. No hab�a nadie en los asientos contiguos al
m�o. El pasajero m�s cercano ten�a encendida su lamparilla personal mientras
le�a una voluminosa novela titulada "It". Recuerdo que me cost� horrores leer
ese libro cuando era m�s joven. Casi todas las noches que comenzaba a leerlo
acababa dormido con el enorme libraco sobre mi pecho. Exactamente lo que iba a
pasarle a aquel pasajero. "Empuj�" sobre su mente y, de repente, sus ojos se
cerraron y el libro se desliz� de sus manos hasta apoyarse en su vientre.


Mir� de nuevo a la azafata.


- Si�ntate a mi lado, por favor.


- Lo siento, pero lo proh�be el reglamento. Tengo que atender
al resto de los pasajeros.


Una condescendiente sonrisa comenz� a dibujarse en su rostro
mientras me miraba, al tiempo que yo respond�a con otro peque�o "empuj�n" sobre
su mente.


- El reglamento no dice nada acerca de m�, �verdad?


- N...no - dud� durante unos segundos mientras yo recorr�a
mentalmente el intrincado laberinto de su mente hasta encontrar el centro emisor
de las �rdenes que el cerebro env�a al resto del cuerpo: su voluntad. Una vez
all�, realic� algunos peque�os cambios. Inconscientemente, iba a sentir una
enorme necesidad de obedecer todas mis �rdenes, todos mis deseos, todos mis
caprichos.


- �Te sentaras ahora a mi lado?


- Claro que s�.


Me dedic� su m�s sincera sonrisa mientras se sentaba a mi
lado. Estaba bajo mi completo dominio.


- �Donde est� la otra azafata?


- Est� descansando. Durante la noche nos turnamos. El
reglamento no lo permite, pero es una tonter�a que estemos las dos despiertas
cuando el avi�n apenas est� medio lleno.


- �Cuantos a�os tienes?


- Cumplir� veintis�is el mes que viene


- �Est�s casada?


- Desde hace dos a�os. El es piloto en esta compa��a


- Eso significa que entre vuelo y vuelo lo ves muy poco, �no?


- Apenas unas horas a la semana.


- Y no tendras muchas ocasiones de hacer el amor, �verdad?


- No demasiadas - a pesar de lo personal de las preguntas, no
sent�a ning�n reparo en contestar


- Y eso hace que durante gran parte del d�a te sientas
frustrada


- S�


- Frustrada y excitada


- S�


- Como ahora


Su cuerpo se movi� sobre el asiento que ocupaba. Sus piernas
se abrieron y cerraron un par de veces, mientras curvaba su pecho d�ndome un
excelente primer plano de su busto.


- Si


- Te sientes excitada, muy excitada


- Excitada - repiti�


- Muy excitada - insist�


- Muy excitada


- Deseas desfogarte, y para ello me tienes a m�


Sus ojos me miraron con deseo.


- La �nica forma de apagar tu ardor es hacerme disfrutar a
m�. Todo el placer que yo obtenga ser� reflejado en ti. Sentir�s todo lo que yo
sienta, y no podr�s llegar al orgasmo mientras no lo haga yo.


Comenz� a acariciarse los pechos mientras su respiraci�n se
hac�a m�s r�pida, mucho m�s r�pida.


- Tienes que hacerme disfrutar a m� si quieres hacerlo t�
tambi�n. Supongo que sabes lo que quiero decir.


Sin una palabra, se arrodill� a mis pies mirando �vidamente
mi entrepierna. Me baj� la cremallera y me desabroch� los pantalones. Con mucho
cuidado, aunque con ciertas prisas, sac� mi pene y se lo coloc� en la boca. Su
saliva era c�lida y su lengua comenz� a moverse r�tmicamente, siguiendo los
compases que marcaba su mano, al tiempo que usaba la otra para masturbarse.
Durante unos segundos me mir� a los ojos para comprobar que estaba realizando
bien su trabajo, y despu�s volvi� a bajar la cabeza para concentrarse en mi
goce. Cerr� mis ojos y deslic� una de mis manos por el interior de su blusa
hasta sus pechos. Comenc� a acariciarlos distra�damente, jugando con sus
pezones, disfrutando tanto del tacto de su cuerpo como del contacto de sus
labios con mi pene. Mientras tanto, mi mente regres� de nuevo al pasado.


A mis 12 a�os, mis experiencias sexuales no pasaban de
algunas masturbaciones en el cuarto de ba�o salpicadas de culpabilidad, y
algunas fantas�as nocturnas que sol�an acabar con mis calzoncillos manchados de
semen. El cuerpo de mi hermana y la excitaci�n de descubrir que pod�a llegar a
controlarla me estaba proporcionando m�s placer que todos mis anteriores
mediocres encuentros con el sexo. Est�bamos solos en casa, mis padres a�n iban a
tardar varias horas en regresar, y con cada minuto que pasaba descubr�a que mi
inter�s por su cuerpo era cualquier cosa excepto fraternal.


Llevaba puesto tan solo un pijama de verano. Hasta entonces
no me hab�a fijado en que a trav�s de las anchas mangas del pijama se pod�a
llegar a ver parte de su pecho. No llevaba sujetador, eso era evidente. No sol�a
usarlo cuando se pon�a la pijama. Parte de m� se excit� por aquel hecho, pero
otra parte se avergonz�.


No me parec�a bien. Aquella atracci�n no era normal. Pero a
mi cuerpo le daba igual mi moralidad. Mi pene se apretaba contra los pantalones
de tal forma que llegaba a hacerme da�o. Deb�a de hacer algo, pero ten�a miedo
de que ella se diera cuenta. A punto estaba de levantarme para ir al cuarto de
ba�o a liberar mis energ�as sexuales cuando record� mi poder. Se me ocurri� una
forma de usarlo m�s original que la anterior.


Me concentr� sobre ella. Segu�a mirando la televisi�n
fijamente. Al parecer, la pel�cula le estaba gustando una barbaridad. Mi
sugerencia fue clara: no podr�a verme, ni o�rme, ni sentirme. Estaba sola en la
habitaci�n sin preocuparse de donde me hab�a metido yo.


- �Quieres cambiar de canal de una maldita vez? - pregunt�


No hubo respuesta.


- ��LUISA!!


De nuevo nada.


Me levant� y me acerqu� a ella. No sab�a si mi sugerencia
estaba funcionando o simplemente ella me ignoraba por despecho. La cog� por el
pelo y tir� suavemente.


Nada.


Tir� m�s fuertemente.


Nada de nada.


Hice acopio de fuerzas y le di un tir�n tan fuerte que parte
de su cabello qued� entre mis dedos.


Unas leves l�grimas aparecieron en sus ojos. El dolor hab�a
causado una reacci�n independiente en su cuerpo, pero su mente segu�a sin
percibir mi presencia.


Con un fuerte dolor en mi pene, que apenas me permit�a
caminar, volv� a sentarme en el sill�n. Baj� la cremallera de mi pantal�n y
saqu� mi pene de la presi�n y asfixia que le causaban los calzoncillos. Ya
libre, mi erecci�n era tan fuerte que segu�a doli�ndome.


- �Puedes verme, Lui? - Nunca le hab�a gustado aquel
diminutivo. Tan solo lo usaba cuando quer�a molestarla, y con su sola menci�n,
lo consegu�a al instante. Aunque en esta ocasi�n, no hubo respuesta por su
parte.


- Voy a masturbarme mientras te miro - Segu� insistiendo,
pero mi poder estaba funcionando. Ella no pod�a verme, ni o�rme.


Comenc� a masturbarme, mirando fijamente la peque�a abertura
por la manga del pijama, imaginando como ser�an sus pechos realmente. El placer
que me produc�a mi masturbaci�n era mayor a cualquier otro que hubiera
practicado en mi corta vida. A pesar de mi deseo, intentaba alargar aquella
experiencia, aguantando la llegada del orgasmo en todo lo posible.


A cada minuto que pasaba, mis prejuicios morales iban
empeque�eciendo ante los embates de placer de mi cuerpo, hasta convertirse poco
a poco en min�sculos recuerdos de frustraciones pasadas. Mi mente era demasiado
joven para ver todo el mundo de posibilidades que se abr�a delante de m�. Pod�a
controlar totalmente a mi hermana y lo �nico que se me hab�a ocurrido era hacer
que no me viera para masturbarme delante de ella. Ni siquiera se me hab�a
ocurrido hacer que se desnudara. Esta vez no tuve que concentrarme demasiado.
Comenzaba a dominar mi poder... y a disfrutar us�ndolo.


- Lui. Est�s sola en esta habitaci�n, y tienes calor. Ya no
tiene sentido llevar puesto esa calurosa pijama. Qu�tatela.


Conscientemente, no hab�a o�do ni una sola de mis palabras,
pero yo no le hablaba a su conciencia, sino a su inconsciente. Las �rdenes
hab�an llegado a ella, altas y claras. Sin dejar de mirar la pantalla del
televisor, estir� la parte superior de la pijama por encima de su cabeza. Sus
pechos aparecieron por debajo de la tela de la pijama, firmes y j�venes como los
hab�a imaginado. No paraban de moverse a causa de los vaivenes que Luisa
realizaba para desnudarse. Sus an�rquicos movimientos que recordaron por un
instante a un par de flanes de gelatina. Aquello ya no eran las est�ticas fotos
de las revistas. Era real. Tan reales como los pechos de mi ex-profesora, pero
j�venes y hermosos.


Cuando la parte superior de la pijama apenas acababa de tocar
el suelo, le toc� el turno a los pantalones. Con un h�bil movimiento de caderas
y empujando hacia abajo con las manos, las piernas de mi hermana quedaron al
descubierto. Llevaba puestas unas peque�as bragas blancas que poco ten�an que
ver con la excitante lencer�a que acostumbraban a mostrar las modelos de las
revistas. Pero en aquellos momentos poco me importaban sus bragas. Eran sus
pechos los que me ten�an completamente hipnotizado. Eran perfectos. Ten�an un
tama�o considerable, aunque sin exagerar. Sus ar�olas (entonces no sab�a ni que
se llamaban as�) eran grandes, de un color rosado, aunque sin ser demasiado
oscuras. Sus pezones parec�an peque�os en medio de aquellas grandes masas de
carne. No resaltaban demasiado sobre los pechos. Record� que mi amigo Juan me
dijo en una ocasi�n que pod�a saberse que una mujer estaba cachonda (esas fueron
sus palabras) cuando los pezones se les pon�an en punta.


Deseaba tocarlos, estrujarlos, sentirlos entre mis manos. Me
acerqu� a ella y me sent� en el suelo. Despu�s de desnudarse, hab�a vuelto a
tumbarse en el sof�. Estaba medio acostada sobre su costado apoyando su cabeza
sobre su mano, y a su vez el codo sobre el sof�. Yo me hab�a sentado de forma
que ten�a sus pezones a menos de 20 cent�metros de mi boca. Completamente
desnuda a excepci�n de sus braguitas, lo �nico que segu�a interes�ndole era ver
la pel�cula de la televisi�n. Levant� mis manos hasta aquello que me ten�a
hipnotizado. Su tacto era suave. Eran blandos. Al sentir que mis dedos pod�an
apretarlos sin causarle dolor comenc� a jugar con ellos. Era como apretar una
pelota medio desinflada, con la diferencia de que cuando dejaba de tocarlos
volv�an a su estado original. Los apret� y estruj� de varias formas distintas.
Despu�s los sopes� con las manos. Jugu� con los pezones. Recordaba que alguien
me hab�a dicho que los pezones eran la parte m�s sensible de una mujer. Eran
duros. Al principio apenas resaltaban del cuerpo de Luisa, pero poco a poco
fueron tomando forma y elev�ndose espectacularmente, hasta alcanzar m�s de un
cent�metro de altura. En ese punto, al comprobar como mi hermana se estaba
"poniendo cachonda", un nuevo pinchazo de dolor estremeci� mi pene. Tan
hipnotizado estaba con su cuerpo que me hab�a olvidado completamente del m�o.
Segu� jugando con sus pechos con una mano, mientras que con la otra comenc� a
masturbarme. Sab�a que los beb�s tomaban de all� la leche cuando eran peque�os.
Me pregunt� qu� sabor tendr�an. Acerqu� mi boca y los lam�. Not� un cierto
regusto salado. Era verano y el calor hac�a sudar los cuerpos durante todo el
d�a. Volv� a lamer su piel, centr�ndome ahora en los pezones. La verdad es que
no sab�an a nada, pero el hecho de estar chup�ndole los pezones a una mujer de
verdad era casi m�s de lo que pod�a soportar. Mi pene ya no pod�a aguantar
durante mucho tiempo. Estaba a punto de estallar. Solo una cosa me impidi�
alcanzar el orgasmo en aquel momento.


Record� otra de las animadas conversaciones a escondidas con
mis amigos. Uno de ellos presum�a de ver todas las pel�culas pornogr�ficas que
quer�a, puesto que sus padres las alquilaban y �l las ve�a a escondidas cuando
estaba solo en casa. En esas pel�culas, las mujeres les chupaban el pene a los
hombres hasta hacerles correrse. Yo quer�a que mi hermana me lo hiciese a m�.


- Lui. Quiero que me chupes el pene. Quiero que hagas que me
corra con tu boca. Ch�pamela, Lui, ch�pamela.


El apremio en mi voz no dejaba lugar a dudas de mi estado de
excitaci�n, pero a ella no pareci� importarle. Dej� de ver la televisi�n, y se
sent� en el suelo junto a m�. Con los ojos vac�os de toda expresi�n, introdujo
mi pene en su boca y comenz� a jugar con su lengua sobre �l. Apenas lo toc�
sent� que estaba a punto de estallar, pero me contuve con todas mis fuerzas.
Quer�a disfrutar de aquello durante todo el tiempo que fuera posible. En contra
de toda l�gica, mis esfuerzos iban dirigidos a impedir el orgasmo, mientras que
los de mi hermana intentaban justo lo contrario. Su lengua no dejaba de jugar
con mi glande, y sus fren�ticos movimientos con la cabeza me estaban llevando al
para�so. Apenas un minuto despu�s de iniciar aquel extraordinario juego me sent�
sin fuerzas para impedir el orgasmo...


... y comenc� a eyacular en su boca. La azafata hab�a sido
condenadamente eficaz. Incapaz de contener mis espasmos de placer, parte del
semen se desliz� fuera de su boca cayendo sobre su impecable blusa azul. Con
cada convulsi�n de mi cuerpo, mis manos apretaban m�s y m�s sus pechos, hasta el
punto de que si no hubiera estado bajo mi control mental probablemente le
hubiera causado dolor. Excepto la parte de semen que no hab�a podido contener,
se hab�a tragado toda mi eyaculaci�n. Ahora estaba lamiendo los restos que
hab�an escapado de su boca y hab�an ca�do sobre mis pantalones y su blusa.


Me qued� asombrado de la cantidad de semen que hab�a salido
de mi pene. Nunca en mis 12 primaveras hab�a tenido una eyaculaci�n tan
caudalosa... ni tan satisfactoria. Mi hermana se hab�a portado bien. Su cuerpo
estaba repleto de semen por todas partes. Al notar la proximidad de mi orgasmo,
quit� la boca para dejar que mi esperma fluyera libremente por donde quisiera.
No le hab�a dado �rdenes precisas de que se bebiera el fruto de mi orgasmo, as�
que no lo hizo. Parte de la alfombra tambi�n estaba salpicada con mis jugos.
Mam� se iba a cabrear si aquello no se limpiaba pronto. Y yo estaba tan agotado
que apenas ten�a fuerzas para moverme. Como pude, me sent� sobre el sof�. Mi
hermana segu�a en el suelo, mirando fijamente la televisi�n. Una vez acabada su
misi�n, sigui� con las sugerencias acerca de la pel�cula. Sin saber muy bien a
qu� se deb�a la total falta de fuerza en todos mis m�sculos, le di mis �ltimas
instrucciones para aquella noche.


- Lui. Quiero que te laves inmediatamente. Qu�tate todo el
l�quido que te he tirado por encima. Luego vuelves aqu� y limpias la alfombra.
No quiero que quede ni un solo rastro de mi corrida. Despu�s te vistes y sigues
viendo la televisi�n hasta que te canses. Ma�ana por la ma�ana no quiero que
recuerdes nada de lo que ha pasado aqu�. La noche habr� sido como cualquier
otra, aburrida y nada m�s. Habr�s visto la tele y luego te habr�s ido a la cama.
Yo me fui a dormir antes que t�. Ahora ve y l�mpiate un poco...


El rostro de la azafata reflejaba un placer indescriptible.
Hab�a realizado muy bien su trabajo, y tener un orgasmo en la realidad al mismo
tiempo que en mis recuerdos hab�a sido una experiencia sexual incre�ble para m�.
Y durante todo el tiempo que yo hab�a disfrutando del orgasmo, tal y como le
hab�a ordenado, ella lo estaba disfrutando tambi�n. Todav�a arrodillada en el
suelo, jugaba cari�osamente con mi pene y de cuando en cuando le daba un beso.
Hab�a limpiado con la lengua todos los restos de mi semen que hab�an ca�do sobre
la ropa.


- Has hecho un buen trabajo, querida - le dije. Sus ojos me
miraron con agradecimiento y devoci�n.


- Quiero que durante toda tu vida recuerdes lo que ha pasado
aqu� esta noche. Por tu propia voluntad has decidido hacerme esta incre�ble
mamada. Y el placer que has recibido a cambio ha sido maravilloso. Nunca se lo
dir�s a nadie, pero lo recordar�s como la mejor experiencia sexual de toda tu
vida. Cuando lo recuerdes, no podr�s evitar masturbarte pensando en m�, y en la
maravillosa corrida que has tenido esta noche. Desear�s volver a encontrarte
conmigo para repetir la experiencia. Ahora vete, y disfruta del resto del viaje.


Sonre� al verla desaparecer por detr�s de la cortina que
separa la cabina de pasajeros de la de las azafatas. Muchas cosas hab�an pasado
desde mis 12 a�os. Infinidad de experiencias sexuales, adolescentes, empleadas,
actrices, vecinas, azafatas, modelos, y toda clase de mujeres hab�an ca�do bajo
mi control mental. Y adem�s estaban las mujeres de mis amigos.


Tener poder es algo maravilloso. Pero yo sigo prefiriendo
llamarle "el don", puesto que un don es un regalo. Y eso es precisamente como yo
lo considero: un regalo divino.




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Relato: El Don (2)
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