Susana y Andrea, doncellas del "Hotel Imperial" nunca se
llevaron bien y no ten�an porque ocultar su enemistad, por mucho que su jefe las
exhortara a lo contrario. Definitivamente no se soportaban y claro, alg�n d�a
ten�an que estallar; y as� fue.
Todo ocurri� en un breve espacio de tiempo, el justo para
echarse en cara trapos sucios del pasado, encararse, tirarse de los pelos y
amoratarse un ojo cada una. Don Cosme no lo pod�a permitir y menos, en su hotel
de post�n; �faltar�a m�s!. Le horripilaba pensar si la escenita de marras
hubiera tenido lugar delante de la excelsa clientela de su "Casa". Aquellas
chicas necesitaban una lecci�n y no se iba a andar por las ramas si tenia que
disciplinar a sus trabajadores si fuera necesario. No le iba a temblar la mano,
de eso seguro.
Susana y Andrea sab�an por o�das de c�mo se las gastaba Don
Cosme cuando se enfada. Por lo normal se trataba de un jefe justo, recompensador
cuando hac�a falta y sancionador cuando la situaci�n lo estimara oportuno; ahora
ambas tendr�an la ocasi�n de comprobarlo. Entraron temerosas al despacho de
direcci�n donde les esperaba Don Cosme, m�s por el miedo de perder sus trabajos
que a una reprimenda. Andrea, ,la morena y m�s generosa de formas, era la que
gimoteaba con m�s vehemencia. Susana, la m�s bajita y delgadita de las dos le
miraba con los ojos abiertos como platos, esperando impaciente el rapapolvo que
las aguardaba. Pero lejos de esperar a un Don Cosme encolerizado, le encontraron
tranquilo, pero a la vez enfadado.
No llores Andrea, que todav�a no has tenido motivo para
ello, pero te juro que les vas a tener- las espeto a modo de bienvenida a sus
dos empleadas.
Esto hizo que la aludida berreara aun m�s si cabia y que
Susana se comiera las u�as de los dedos en claro gesto de nerviosismo; ambas
tem�an por sus trabajos.
�Vamos, levantad la cabeza!. � No me dig�is que ahora
ten�is verg�enza despu�s de las que hab�is montado en la Suite Nupcial de los
Pr�ncipes de Varel�a?- les dijo con sorna y enfado nada disimulado.
En el despacho las agitadas respiraciones de las dos
veintea�eras se confund�an con la tos seca que ahora sufr�a el Director del
Hotel.
Bien, parece que call�is. �No ten�is miedo de perder el
trabajo por lo que parece!- protest� Don Cosme.
Despu�s de dicho esto y como un resorte, las dos chicas
empezaron a hablar como cotorras. Como por arte de magia, la frase de Don Cosme
sirvi� como catalizador y Andrea y Susana comenzaron a justificarse, a
insultarse y vuelta a amenazarse. El director del Hotel Imperial las miraba aun
con m�s enfado. No solo no sab�an comportarse, sino que no quedaba nada claro
como comenz� todo; �estaba ya m�s que harto con la actitud de aquellas!. No las
debi� de contratar, pero se iban a arrepentir. Las dos chicas estaban de muy
buen ver y porque no darlas una buena tunda de castigo; y se lo propuso
Lejos de protestar, las chicas aceptaron. Sus trabajos
peligraban y � con lo mal que est� el trabajo hoy en d�a1:
Me parece que las voy a tener que imponer una sanci�n y no
monetaria precisamente.
Lo que usted diga Don Cosme- contestaron al un�sono, con la
mirada puesta en el lujoso suelo del despacho.- las tendr� que castigar como
hicieron conmigo la primera vez que pise este hotel como botones de segunda-
las comento el sesent�n, con sonrisa picara, rememorando como al segundo d�a
de vestir el uniforme verde oliva de botones, Do�a Mencia, la esposa del
antiguo Director de Hotel, le puso sobre sus rodillas y le calent� el trasero
desnudo a base de bien, por un descuido que tuvo en sus labores. Azotainas que
se repitieron durante muchisimos a�os y que al acepto gustoso o que infringi�
satisfecho.
�Y de que castigo se trata?- pregunt� la pelirroja y pecosa
de Susana.
Una buena tunda de azotes en vuestro trasero- sentenci� con
voz grave el Director. Eso o �a la calle!- dijo a modo de coletilla.
Las chicas se miraron. Ya no protestaban entre ellas, sino
que buscaban en los ojos de las otras consuelo hac�a su situaci�n.
Usted no puede hacer eso. Le denunciaremos.- le amenazaron.
Ya no ten�an miedo de repente.
La polic�a nunca creer� a unas desarrapadas como vosotras.
Pero vosotras mismas- les dijo con toda tranquilidad, lejos de inmutarse ante
tales amenazas. Las chicas se derrumbaron por completo. La amenaza no surgi�
el efecto deseado, sino m�s bien todo lo contrario, pues ahora si que estaba
enfadado Don Cosme:
Bien, como quer�is. Pero sabed que si decid�s optar por el
castigo, en un principio pense en una triste azotaina sobre mis rodillas, pero
ahora pienso utilizar esta regla de madera que tengo encima de la mesa- las
dijo se�alando a tal objeto.
Las chicas sabedoras que no ten�an salida alguna y que ya
estaban fichadas por la polic�a por diversos hurtos de poca monta, se dejaron
llevar y como director, Don Cosme actu�. As�, el m�ximo representante del Hotel
Imperial las mando acercarse a su posici�n. El se levanto del c�modo butac�n y
retiro con cuidado varias piezas de cer�mica y fotos varias de la familia que
estaban encima de su gran mesa de roble. Posteriormente, una vez despejada la
mesa, las ordeno que se reclinaran sobre ella, poniendo sus culos en pompa. Sus
graciosos vestiditos verdes de una sola pieza dejaron entrever de aquella manera
ya parte de sus bragas, Inmediatamente, recogi� la regla, las levanto las faldas
y sobre sus impolutas braguitas blancas, comenz� a azotarlas pausadamente, pero
con fuerza.
Las chicas comenzaron a llorar ya con firmeza al sexo reglazo
sobre sus traseros. Las bragas poco las proteg�an y sobre todo la que lo estaba
pasando peor era Susana, pues de peque�o trasero, la regla tenia m�s
probabilidades de caer sobre su piel ya magullada que si compar�ramos su culo
con el de su compa�era, mucho m�s grandecito. Los azotes continuaron por cerca
de 5 minutos. Era incre�ble como aquella vieja regla de madera que ya en anta�os
tiempos probo el culo del propio director, aguantaba sin desquebrajarse, pues
DonCosme azotaba con dureza. Lo cierto es que la antigua Due�a sab�a muy bien
comprar los objetos de castigo.
Pero para las chicas no todo acab�, pues Don Cosme ni corto
ni perezoso, sin dejar de recriminarlas, las bajo las bragas de un tir�n para
continuar aplicando el castigo sin ellas puestas. La rojez de sus culos aument�
considerablemente, pues las hizo contar cada nuevo reglazo hasta que paro a los
75 azotes. Las chicas lloraban y lloraban y se frotaban sus traseros rojos con
cuidado, pues las deb�a escocer una barbaridad. Don Cosme inflexible, pero a la
vez paternal, las aconsejo que no se pusieran las bragas una vez concluido el
castigo, pues solo el roce de las mismas con sus enrojecidas pieles provocar�a
m�s dolor de lo necesario.
Castigadas, pero empleadas, abandonaron llorosas el despacho
de Don Cosme, pero a buen seguro que no ser� la ultima vez que lo visitaran, �no
cre�is?.
BARONCANE