Relato: Mariana





Relato: Mariana


Mariana





Reconstrucci�n de una experiencia real con una mujer casada y
provinciana, aderezada con un poco de imaginaci�n.




El paso de los a�os me ha convencido de que la mejor forma de
conocer a una mujer es analizar su mirada, la forma como te miran sus ojos. Hay
ojos que transmiten indiferencia o bien odio y rencor, algunas te miran con
lujuria desde el primer momento, otras mujeres esconden sus dedeos en miradas
inocentes o c�ndidas.


Tambi�n hay miradas que te reviven, que hacen renacer en ti
aquello que cre�as ya muerto u olvidado. Y m�s cuando la tristeza te va dejando
vac�o. Es como una descarga el�ctrica que te contagia el deseo reprimido y
olvidado. Se llamaba Mariana, su marido me hab�a rentado un cuartucho de madera
y por techo l�minas de cart�n que me sirvi� de casa por algunos meses mientras
trabaj� en la escuela rural. Do�a Mariana ten�a tres hijos peque�os --dos de
ellos asist�an a la escuelita donde daba clases-- y un marido que se
emborrachaba a partir del jueves y se la curaba el martes de la semana
siguiente. Mariana, silenciosa y seria, me llevaba el desayuno: un jarro de
atole y un pan por la m�dica suma de un peso con cincuenta centavos. Mariana
ten�a unos hermosos ojos caf�s que esquivaban la mirada y se clavaban en el
suelo o se dirig�an hac�a ninguna parte cuando de vez en cuando me invitaba a
comer: "�ya comi� profesor?, �no quiere un taco?". Pero Mariana ten�a buen
cuerpo, macizo y fuerte por el trabajo del campo. Lo not� un domingo, iba por la
orilla de la carretera con sus tres hijos rumbo a la iglesia cercana, se hab�a
ba�ando y su pelo negro y lacio y abundante era contenido por un pedazo de tela
cuadrado a modo de mantilla. Llevaba su vestido de domingo, reci�n planchado y
limpio, y aunque largo dejaba ver las pantorrillas de Mariana, redondas y
blancas, y arriba sus brazos firmes y fuertes, y al caminar su trasero se
balanceaba haciendo brincar las florecitas multicolores del vestido. Mariana una
vez me pregunt�: "oiga profesor y usted �nunca se cas�?", el bocado de carne con
chile se me atragant� y medio le cont� que era divorciado y ten�a tres hijos que
viv�an con su madre, all�, lejos, y entonces me mir� a los ojos como queriendo
compartir mi tristeza, pero s�lo un momento, luego se levant� y en silencio se
meti� a su casita dej�ndome en el patio, sentado en un banco desvencijado de
madera y terminando de comer.


La tarde de ese d�a o al siguiente la mir� de lejos, andaba
entre el sembrad�o cortando mazorcas tiernas. Me entretuve vi�ndola arrancar con
destreza los elotes y sent� verg�enza cuando me descubri� con una r�pida mirada;
me refugi� en mi cuarto y por las rendijas la v� caminar un trecho con esos
pasitos acompasados y fuertes cargando una cubeta de elotes en su hombro
derecho; se detuvo un momento en la vereda, como indecisa y volte� hac�a mi que
estaba junto a la puerta, no dijo nada, pero sus ojos me dijeron mucho, luego
reanud� la marcha, camin� 20 o 30 metros hasta el corral de los animales, ah� se
detuvo, dej� la cubeta sobre la tierra y camin� despacio hasta el cuartito de la
pastura; se qued� junto a la puerta, volte� la mirada como para comprobar que yo
la segu�a y se meti�. Cuando llegu� ah� las piernas me temblaban, me sent�a
nervioso y excitado, trat� de ver a Mariana, pero la oscuridad lo imped�a, no se
ve�a nada; di unos pasos hac�a esa oscuridad y en la penumbra la vi parada junto
a unos maderos, estaba quieta, como estatua, como esperando; y cuando la tuve
frente a mi sent� su agitada respiraci�n, y cuando mis manos rodearon su cintura
la sent� temblar, pero estaba dura, como de piedra, quieta, muy quieta y
callada; sigui� est�tica e indiferente cuando rodee su cintura con mis manos, y
cuando acerqu� mi boca a la suya me esquiv� volteando hacia un lado y cerrando
los ojos, no hice caso y busqu� con mis labios los suyos, los hall� duros y
cerrados, luego le bes� las mejillas y la frente, y luego mi boca vag� por su
cuello y Mariana tembl�, segu� besando y lamiendo su cuello, contagi�ndome de
sudor salado y de los delgados cabellos y cuando sent� su respiraci�n caliente
junto a mi cara intent� meter mis manos bajo su vestido y aunque sus manos
contuvieron mis avances logr� subir el fald�n de su vestido, pero cuando mi
verga buscaba su sexo Mariana se endureci� y cerr� sus piernas, diciendo entre
gemidos: "no�, eso no, ya d�jame, tengo que irme�, ya no", pero me aferr� a su
cintura y la bes� oblig�ndola a abrir la boca, entonces Mariana se peg� a mi, su
boca me succion� y mi lengua entr� bailoteando entre sus labios; seguimos
forcejeando, ella gimiendo y yo tratando de abrirle las piernas y jalando hacia
abajo su calz�n de manta, lo logr� apenas y met� el miembro entre los pelos de
su pubis, volvi� a decir un "nnoooo", entrecortado y en eso momento me vine,
sent� que el chorro de semen me abandonaba y Mariana entonces se puso floja,
flojita, dej�ndome venir, suspirando hondo, como compartiendo mi placer, y
cuando mi verga dej� de palpitar sus manos fuertes me empujaron, oblig�ndome a
sacar el miembro, todav�a goteante; me sent� est�pido, sudoroso y temblando,
parado frente a ella con el pito fl�cido fuera del pantal�n, Mariana me mir� a
los ojos mientras se acomodaba la ropa, luego sali� con pasos apresurados.


Despu�s de aquello Mariana volvi� a ser la misma de siempre,
es m�s, creo que se hizo m�s esquiva, hasta mandaba con sus hijos mi desayuno;
yo me sent�a inquieto y caliente, no la hab�a pose�do pero sab�a que ella hab�a
accedido a estar conmigo, tal vez deseaba lo mismo, pero no lo sab�a. El s�bado
siguiente regresaba ya de noche a mi cuarto, hab�a estado platicando con el cura
en el billar del pueblo, nos tomamos tres o cuatro cervezas y me sent� mareado,
el curita quer�a que fuera a la casa parroquial "me trajeron un vino muy bueno,
si quiere nos echamos unos tragos", dijo, pero no quer�a emborracharme, el
recuerdo de Mariana me manten�a ansioso, adem�s los vecinos dec�an que el cura
era maric�n; en eso ven�a pensando, ri�ndome s�lo, cuando un "psss" sali� de la
oscuridad al pasar junto al pajar, volv� mis pasos hasta pararme en la puerta,
Mariana sali� apenas, recortando su silueta en el vano y reclamando: "�de d�nde
vienes?, �con quien estuviste?, hueles a cerveza, �d�nde haz estado?", no le
contest�, camin� hac�a ella oblig�ndola a meterse al pajar, volvi� a insistir:
"quiero que me digas, te he estado esperando mucho rato, es m�s, ya van tres
vueltas que doy y t� no llegabas, �d�nde andabas?"; me sent� confundido,
excitado y nervioso, pero confundido a fin de cuentas, �por qu� Mariana
reclamaba?, �con qu� derechos?; para entonces ya estaba junto a ella rode�ndola
por la cintura, Mariana se dej� besar y cuando nos separamos le dije: "�por qu�
me preguntas?, �qui�n eres t� para interrogarme?, tienes marido y est�s casada,
�qu� buscas?"; di media vuelta y su voz me detuvo cuando sal�a: "quiero ser tu
mujer, si lo que buscas son nalgas, no tienes que buscarlas en el pueblo, all�
hay viejas que quieren acostarse contigo, m�s de tres ya te echaron el ojo, pero
tu me gustas�, adem�s ya no tengo marido, ten�a pero el alcohol me lo gan�
tiene meses que no nos acostamos, ya no puede hacer eso, adem�s se fue, que a
trabajar a la mina, ya ni se�"; segu� caminando por la vereda y su voz: "no te
vayas", son� como suplica a mis espaldas me hizo regresar.


Cuando entr� al pajar y nuestros rostros quedaron juntos not�
la dureza de su mirada, como de reclamo, pero su c�lido aliento me confirm� que
tambi�n ella quer�a; la abrac� fuerte, peg�ndola a mi, apresando sus nalgas
duras con mis manos por encima de su vestido, mis labios tocaron los suyos y me
cost� trabajo hacer que abriera la boca y que sus largos brazos rodearan mi
cuello. Ambos de pie nos abrazamos en la oscuridad, yo con ansia, ella dej�ndose
hacer, permitiendo que mis manos recorrieran sus caderas y le subiera el
vestido; dejando que le bajara el calz�n hasta los tobillos y le apretara sus
grandes nalgas ya desnudas; dejando que mi lengua vagara en su boca y que mi
pene erecto buscara su sexo y cuando por fin abri� las piernas y su boca buscaba
la m�a, con aliento cortado me dijo: "ap�rate, termina pronto que puede venir
alguien", y su vagina dej� entrar mi palo, y esa funda de carne me succion�, me
apret� y me contagi� de su calor y de sus jugos; nos movimos con prisa,
queriendo terminar ya, entrando en ella con fuerza, Mariana agarrada a mi
cintura apres�ndome, recargada en la madera del cuarto, quej�ndose, respirando
fuerte junto a mi cuello, yendo a mi encuentro, mi verga entrando con violencia
y ella gimiendo; por fin desde la punta de los pies sent� la descarga y de
pronto eyaculaba dentro de Mariana que bufaba caliente junto a mi oreja y me
besaba el cuello diciendo quedo: "ya� ya�, ya, mmm, ya". Terminamos juntos, o al
menos eso creo, porque la sent� floja y una de sus manos jugaba con mis
cabellos, como acariciando suave, luego me apart�, cerr� las piernas y mientras
caminaba hac�a la puerta se subi� los calzones; de espaldas la vi desaparecer en
la negrura de la noche. Todav�a me qued� un rato en el pajar respirando los
olores de Mariana, saboreando en mi boca su salado sudor, y sintiendo pegados en
mi cuerpo el penetrante olor de aquella mujer.


Mariana pareci� seguir siendo la misma, seria y callada,
huyendo la mirada, pero al menos una vez a la semana su fugaz mirada, anhelante
y cachonda, me citaba de nuevo en el viejo pajar para abrirse, para dejarme
vencer su aparente frialdad, para responder a mis besos que exploraban la
tersura de sus tetas, y la dureza de sus pezones, para abandonarse a mis dedos
que inquietos buscaban en su entre pierna y se enredaban, primero en sus vellos
abundantes, luego en los pliegues de su pepa gorda; tambi�n para dejarme amasar
sus nalgas duras y redondas, as� como est�bamos, de pie, hasta que me jalaba a
sus piernas abiertas y gem�a y bufaba, respirando fuerte y caliente cuando el
duro miembro la penetraba, y nos mov�amos con furia; Mariana acompasando con sus
"ahhh, ahh" cada arremetida, y se ven�a entre quejidos apur�ndome con apretones
de su pucha sobre mi verga, sac�ndome la leche a pesar de que la quer�a seguir
cabalgando, luego sin decir palabra me quitaba de encima, se pon�a los calzones
y cerraba su blusa, para salir apurada de la casucha. Pero Mariana era celosa,
muy celosa. Bastaba que llegara tarde de la escuelita o que un fin de semana me
fuera hasta Morelia para provocar sus furiosas miradas, que yo aplacaba con un
remedio infalible: la indiferencia, y Mariana se venc�a a los dos o tres d�as,
primero me hac�a pl�tica cuando nos cruz�bamos en el camino, luego nerviosa
reclamaba: "ya no quieres, �tienes otra?, �por qu� ya no me buscas?", yo sin
decirle nada le sonre�a y esa noche me la cog�a en el establo hasta hacerla
gritar de placer, hasta que sus jugos y los m�os, le resbalaban por las piernas
e inundaban el lugar de un penetrante olor.


La �nica vez que Mariana se enoj� conmigo fue aquel d�a que
me emborrach� con su marido. Reci�n hab�a cobrado mi primer pago y ya con el
dinero en la mano fui a su casa para hacer cuentas de la renta y los desayunos.
Todos parecieron ponerse felices, m�s el marido, no as� Mariana que ya
sospechaba algo. Luego fuimos por una botella de mezcal y nos la tomamos en el
billar del pueblo. Ya de noche dej� al marido borracho a las puertas de su casa
y yo me fui a mi cuartucho de madera. Dos semanas le dur� el enojo a Mariana
hasta que una noche el rechinido de la puerta que se abr�a me sac� del sue�o y
puso fin a su furia: recortada en la luz de la luna vi la silueta de Mariana
parada en la entrada, en silencio lleg� hasta mi cama y se sent� en la orilla
para decirme: "no quiero que te emborraches, menos con mi marido, tampoco frente
a mi, ya con un briago en mi casa tengo m�s que suficiente, �entiendes?, si
quieres trago vete al pueblo, pero que yo no te vea llegar borracho y cay�ndote,
s�lo te pido que no te acuestes con otra", y sin decir nada m�s se quit� el
vestido pas�ndolo por arriba de su cabeza, luego se baj� el refajo junto con su
calz�n de manta y se meti� conmigo bajo las cobijas.


Entonces conoc� a otra Mariana, me sorprend� al sentirme
montado de prisa por ella, que toda desnuda respiraba fuerte junto a mi boca
para decir: "te quiero, cabr�n, te necesito, quiero tu pinga, la quiero toda
m�a, solo m�a; me la quiero comer toda, la quiero dura, toda adentro, en mi boca
y en mi pepa, donde se te antoje" y ahorcadas sobre mi su mano derecha
manipulaba mi palo para met�rselo en la pucha y cuando lo sinti� en el punto
exacto se sent� suspirando hondo, trag�ndose toda mi carne dura, y cuando
desbocada cabalgaba, subiendo y bajando sobre mi pene erecto su voz suplicante
dijo: "ay papito, que rico eres, muerde mis tetas, mu�rdelas, ch�palas",
entonces apres� sus chiches que brincaban frente a mi cara y mis dientes
agarraron un oscuro y duro pez�n y se quej�, pero segu� chupando y mordiendo sus
tetas generosas y pesadas; segundos despu�s sent� que se ven�a y suspiraba y su
pucha palpitaba apretando mi verga, pero ella segu�a brincando encima de mi, y
se volvi� a venir, y luego otra vez, hasta que desfalleci� sobre mi pecho,
todav�a gimiendo y temblando, todav�a succion�ndome con su vagina, toda sudorosa
y oliendo a pescado y se qued� como dormida, yo tambi�n sent� que me dorm�a;
luego ella se baj� de mi y se acorruc� entre mis brazos suspirando y agarrando
mi verga erecta; la quise apurar: "ya tienes que irte" y ella contest� "no,
todav�a no" y su cuerpo se separ� apenas y su rostro fue bajando por mi pecho
lamiendo mi sudor, y luego m�s abajo hasta encontrar la dura carne y dijo "toda
m�a, toda" antes se comerse todo el garrote y mientras su boca chupaba fuerte
una y otra vez, mi semen se fue de mi y Mariana trag�, y chup� y volvi� a tragar
hasta dejarme seco; luego se limpi� la cara con la s�bana y volvi� a acostarse
junto a mi, abraz�ndome cari�osa, le repet� "ya tienes que irte, es muy tarde
ya", "no, no quiero, adem�s no tengo prisa, ya no tengo marido, se fue hace diez
d�as, peleamos, no quiere dejar el trago, me dej� porque le dijeron en el pueblo
que t� y yo nos andamos cogiendo, le dije que era mentira, que eres una buena
persona, que mejor dejara de tomar y trabajara para darle de comer a sus hijos,
pero �l necio, ya no creo ni quiero que venga; por mis hijos no te preocupes, se
los llev� mi madre a su pueblo, yo voy a trabajar en lo que sea y les mando
dinero, as� podremos estar juntos, siempre, cuando quieras, siempre" y suspir�
antes de quedarse profundamente dormida.


Mariana sigui� fingiendo ante los dem�s, pero era obvio para
todos que ella dorm�a conmigo, que ya �ramos amantes. La gente del pueblo me
miraba con recelo y el cura me presionaba para que mejor me fuera a otra casa,
pero Mariana se negaba "no, t� no tienes que ir a ning�n lado, ya soy tu mujer,
tu lugar est� aqu� conmigo, no te voy a dejar ir para que busques otra que est�
m�s nueva que yo, eso no, �entiendes?, adem�s a la gente nunca le vas a dar
gusto, siempre hablar�n, mejor que hablen con provecho".


As� me hice el macho de Mariana, ya hasta hab�a dejado el
cuarto para irme a la casa de Mariana, que siempre me recib�a por la noche
ba�ada y con el pelo cepillado, oliendo a limpio, enfundada en una blanca bata
de algod�n. Me daba de cenar y platic�bamos; a veces me preparaba el ba�o y ella
misma me ba�aba en la tina, con ternura, como si se tratara de un hijo peque�o;
luego se transformaba en una hembra caliente de ganosa y dejaba que a la luz de
la vela explorara todos sus secretos. As� mi olfato y mis ojos descubrieron los
olores y carnes de la pucha de Mariana; era muy peluda y aunque se ba�ara su
carnosa panocha siempre ol�a a sexo; los rizos de su sexo eran largos y
enmara�ados, rebeldes, abundantes, y poblaban tambi�n la juntura de sus redondas
nalgas. Cierta vez que la ten�a boca abajo en la cama y chupaba y mord�a los
cachetes de su culo me atrev� a preguntarle: "�nunca te lo han hecho por
atr�s?", ella contest� de inmediato "nunca, una vez mi marido lo intent�, pero
yo apret� la cola para no dejarlo entrar, se enoj� y me peg�, nunca trat� de
nuevo; mis hermanas me han contado que lo han hecho as� y que a veces duele y a
veces no, que depende del hombre, yo no s�, �lo quieres as�", le contest� que s�
y ella me dijo que todo lo de ella era m�o "si quieres mi cola, es tuya, haz lo
que quieras, anda, me pongo flojita" y par� las nalgas, que se entreabrieron,
verla as� me calent� mucho, sent� que mi verga explotaba y atra�do por aquello
acerqu� mi boca a esa negrura apretada y peluda; no pude resistir besarle el
culo, llenar de besos y saliva lo que iba a ser m�o, ella reculaba protestando
porque le causaba cosquillas con mis bigotes entre las nalgas "ji ji ji, me
haces cosquillas, anda qu�tate y deja de besarme la cola, cochino, ya d�jame",
pero yo segu�a besando y lamiendo, y en alg�n momento puse un dedo en su ano
apretado y lo sent� flojo, al menos parcialmente, entonces me hinqu� tras ella y
le apunt� la verga en el culo, s�lo un poco, repasando la cabeza del pene por el
entre las nalgas hasta apretar un poco ah� donde estaba m�s dura, luego Mariana
me dej� entrar, suspir�, como sacando todo el aire y aflojando el cuerpo,
entonces me empec� a ir tras ella, su culo me fue comiendo poco a poco; mi palo,
erecto m�s que nunca, era tragado por aquel canal caliente y cuando nos quedamos
pegados Mariana volvi� a suspirar diciendo entre cortada "me duele� pero te
siento� todo� m�o�, todo dentro, tu pinga dura, gruesa� siento que me parte en
dos, pero siento� rico�, me duele todo, pero es muy rico� como nunca� todo m�o�,
tu pinga� toda m�a", entonces enloquec� y lleno de furia y de ganas entr� y sal�
muchas, much�simas veces de la cola de Mariana, haciendo que nuestros cuerpos
hicieran "plaf, plaf, plaf" al chocar y sus nalgas brincaran, como protestando,
y ella, que gem�a "ah, ahh, aaahhh" con cada metida de miembro; luego de no se
que tiempo sent� que su culo palpitaba apretando mi verga y entre gemidos la
mujer dec�a "quiero tus mocos, tu leche, toda�, d�mela en la cola, quiero sentir
tus moquitos, anda papacito lindo dame leche en el culo, anda cari�ito m�o, dame
verga y leche en la cola, ya�, la quiero ya", y me vine como nunca; primero fue
un chorro largo y continuo, luego chorritos acompasados, y de pronto el semen se
me acab� mientras el culo de Mariana me daba apretones, pero yo segu�a
eyaculando, como en seco, ya nada me sal�a pero la verga segu�a palpitando, al
final nos quedamos pegados, yo sobre ella, ella con el pito dentro del culo,
Mariana y yo sudando y suspirando, hasta que a punto del sue�o ella se movi�
para decirme: "anda cochino, ya s�calo y d�jame lavarte el pito, que todo el
cuarto huele a caca, fuchi, cochino, mira que darme por la cola" y su risa
ruidosa y descarada que hac�a brincar sus tetas al bajarse de la cama.


Mariana se hab�a transformado; luc�a y se ve�a diferente, el
gozo del amor y el deseo brillaban en su mirada y parec�an transpirar por cada
poro de su cuerpo. En el pueblo la llamaban "la puta del profesor" y ella ten�a
que soportar las miradas llenas de coraje de las viejas del pueblo, aunque
algunas en apariencia le festejaban el haberse conseguido "un macho nuevo". Con
los hombres fue diferente, algunos que creyeron que Mariana era una "puta
f�cil", trataron de acerc�rsele pero ella los mand� al carajo, otros m�s me
enfrentaron. Un domingo que estaba en el billar tomando mezcal con el cura uno
de ellos no se pudo aguantar: "oiga profe, qu� se siente haberle quitado la
hembra a uno de los nuestros"; "pues yo me siento bien, aunque yo no le quit�
nada a nadie, el marido la dej� por briago, era un perdido y desobligado con su
familia, y como le digo, me siento bien, �tiene usted alg�n problema?", le
contest� envalentonado por el mezcal; en eso mir� la pistola que se cargaba y me
contest�: "mire profesor, casi todos en el pueblo lo respetan, sobre todo porque
levant� la escuelita que estaba abandonada, ning�n maestro nos duraba tres
meses, antes se iban renegando, pero usted se aguant�, eso cuenta, pero no le
busque que puedo meterle un tiro, mejor ah� la dejamos, no vaya a ser la de
malas, pero nos da muina que usted se haya quedado con la Mariana". Ya para
entonces hab�a medido el calibre de mis palabras, sent�a miedo pero no me pod�a
echar atr�s: "le agradezco que no me meta un tiro, y les agradezco a los que ven
bien mi trabajo en la escuela, pero en mi vida no se meta, se lo digo con
respeto", el tipo se me qued� mirando, el ambiente en la cantina se hab�a
congelado, luego me dio la espalda sin responderme y el cura me jal� del brazo
para sacarme de ah�, en eso el viejo que serv�a de mesero me trajo una botella
de mezcal: "ah� le mandan esto profe, dicen que ya no se enoje, que hasta le
hizo un favor a la Mariana, ahora est� re�bonita", y todos soltaron la
carcajada. Pero no alcanc� a verle el fin a la botella, un chiquillo me llev� el
recado de que mi mujer estaba afuera, enojada, que dec�a que ya estaba bueno de
trago; le hice caso, el cura se hizo cargo del mezcal y yo me fui tras Mariana
que iba corriendo y gritando y renegando: "pero mira nada m�s, que ponerte a
discutir con los borrachos, antes no est�s muerto con un balazo en la panza,
eres un imprudente, no sabes en lo que te metes, a ver, �por qu� tomas?, �qu� no
sabes que me sacas el coraje?, mira nada m�s el profesor, borracho y peleando
con la plebe del pueblo, ya ni chingas", y m�s y m�s cosas, mientras me
preguntaba qui�n la hab�a avisado del pleito en el billar y c�mo hab�a hecho
para llegar tan pronto. Y cuando llegamos a la casa debajo de la cama sac� una
botella llena: "anda ten, ll�nate de alcohol, pero aqu�, no quiero que vayas al
billar a que te maten, �qu� no ves que andan buscando como hacerle para meterte
un balazo?, ya no salgas por favor, te lo pido, si te mueres me matas de la
pena, ya no vayas te lo suplico" y solt� un llanto profundo que arrug� su cara,
que la moj� de l�grimas mientras hipaba y gem�a a grito abierto y se me colgaba
del cuello. Luego nos quedamos callados acostados en la cama, "quiero que me
dures m�s que el otro, te quiero, mucho, no sabes cu�nto; antes de conocerte
nunca me sent� mujer, no sab�a de estas ganas que tengo, siempre, de tenerte
dentro de mi; me hiciste una �berraca� que todo el d�a piensa en tu pito, y en
t�, en tu cara, en tus ojos, en tu sonrisa, en tus pies, en tu olor, en todo lo
tuyo", y as� me qued� dormido, junto a Mariana, los dos vestidos sobre la cama.


Ese lunes pensaba en Mariana mientras pintaba las paredes de
la escuelita, acompa�ado de varios chiquillos; pensaba que nunca antes me hab�a
sentido tan enculado por una mujer como con ella, que me gustaba como cog�a, los
gestos y ruidos que hac�a mientras est�bamos ensartados; me gustaban sus nalgas,
macizas y grandes, sus chiches blancas y pesadas y brinconas con esos pezones
enormes e hinchados; su pucha peluda y olorosa, el olor de su culo amigable y
muy flexible, ya hasta me estaba calentando cuando Mariana lleg� con el
almuerzo, ven�a linda, como siempre, como le gustaba vestirse para mi, siempre
limpia y peinada, con esos vestidos que le hab�a comprado en Morelia una vez que
nos fuimos los dos de fin de semana. Se par� en la entrada del sal�n principal
con su canasta de mimbre y la servilleta blanca cubriendo la comida "ya es hora
se�or, �o qu�, tengo que esperar a que termine para comer?, ande d�game, si no
me regreso a mi casa, que all� tengo mucho que hacer, entre otras cosas lavar
sus calzones, ande d�game" y su risa alegre y desenfadada. Un rato despu�s ambos
com�amos tortillas calientes con frijoles y carne de cerdo con chile, cuando
alguien la llam� desde la puerta, Mariana acudi� de mala gana y cuando regres�
ven�a llorando y gritando, que hab�an matado a su marido, lo hab�an encontrado
tirado en la carretera que va para Paracho apestando a alcohol, no sab�an si lo
hab�an atropellado o si alguien le hab�a metido un fierro en las tripas; la
alcanc� corriendo cuando ya estaba por subirse a la patrulla del pueblo, le
entregu� el dinero que tra�a "ten, de algo te puede servir", eran como 300
pesos, la vi partir en aquel carro y sent� como si me abandonara, como si aquel
luminoso d�a se convirtiera en negrura.


Al d�a siguiente una de sus hermanas me
busc� para decirme que Mariana quer�a m�s dinero, que iba a enterrar a su marido
en el pueblo de su familia y no ten�a con que hacerlo, el cura me prest� mil
pesos a cuenta de mi salario y se los di a la mujer. Luego las cosas se
complicaron, seg�n supe la familia del marido no la dej� ni ver el cad�ver, ni
entrar al velorio, la llamaron puta y la sacaron a empujones, eso si, aceptaron
el dinero para el entierro, lo peor vino inmediatamente. Ya me hab�an avisado
que los campesinos tomar�an la escuela, era tiempo de elecciones y de presionar
al gobierno con los cr�ditos para la siembra. Todos sab�an que los que
presionaban eran los caciques, pues los campesinos trabajaban tierras rentadas,
as� que los cr�ditos eran para pagar deudas y rentas por siembras que nunca se
daban. De Morelia las autoridades me avisaron que ten�a que cerrar la escuela y
dejar pasar unos d�as hasta que todo se calmara, pero sobre todo que no deb�a
apoyar a los indios; eso intent� hacer, pero no se pudo. Al otro d�a el patio de
la escuela estaba lleno de camiones del transporte p�blico, los campesinos los
hab�an tomado en son de protesta, amenazando con quemarlos si las autoridades no
entregaban los cr�ditos; adem�s hab�an cerrado la carretera con troncos de �rbol
y armados de machetes y botellas de mezcal se envalentonaban contra la polic�a
que intentaba recuperar los camiones; luego me enter� que en varios pueblos
hab�a pasado igual, pero que en realidad la gente no hab�a secuestrado los
camiones, por el contrario, los empresarios se los hab�an "prestado" para
apoyarlos en su movimiento �fingiendo que se hab�a tratado de un secuestro-- y
tambi�n para que los due�os de las l�neas del transporte obligaran al gobierno a
cancelarles los cr�ditos bancarios que ten�an vencidos desde hac�a a�os; as�
todos ganaban: los campesinos iban a cobrar sus cr�ditos; los due�os de los
camiones el perd�n de sus deudas y el gobierno el apoyo seguro de los votantes
del campo para que el candidato ganara las elecciones. Todos ganaban.


Por mi parte mal har�a en tratar de oponerme a los calzonudos
y sus machetes, por m�s que las autoridades de Educaci�n me ordenaran oponerme a
la toma de las instalaciones de la escuela, as� las cosas me dispuse a tomar
unas vacaciones forzadas en espera que el conflicto se resolviera y que Mariana
regresara del entierro de su marido, pero pasaron dos semanas y de ella no ten�a
noticias, me empec� a preocupar. Un viernes el conflicto campesino se arregl� y
en el pueblo hicieron fiesta para celebrarlo, fui acompa�ado del cura al ruidoso
baile y ya de madrugada cuando bien borracho regres� a la casa de Mariana s�lo
encontr� los cuartos vac�os, fui a los corrales y tambi�n los animales hab�an
desaparecido. Con la cruda a cuestas me sent� afuera de la casa vac�a en una
caja de madera a esperar que amaneciera y ya con la luz del d�a encontr�
arrumbadas mis pocas pertenencias, luego con la gente del pueblo supe que hab�a
pasado: los familiares del difunto aprovechando que todos estaban de fiesta, yo
incluido, se llevaron las cosas que supusieron eran del difunto, o sea todo,
menos mi maleta con ropa y dos cajas de cart�n llenas de libros. A medio d�a ya
me hab�a decidido a irme del poblado cuando el sacerdote fue a buscarme, ya
sab�a del saqueo de la casa de Mariana e iba con la intenci�n de hacer que me
fuera con �l a la casa parroquial, adem�s tra�a noticias: "vinieron de Morelia a
avisar que cerrara la escuela y que fuera para all� a recoger su �ltimo pago,
supongo que por no haber mantenido cerrada la escuelita durante la bronca con
los indios; adem�s supe que Mariana est� all�, trabajando en el mercado, vende
chile atole para mantenerse, no sabe como regresar, le da pena que le hayan
vaciado su casa y que usted no tenga donde vivir, ser�a bueno que fuera a
buscarla, por lo que me debe no se apure, yo lo espero a que regrese y me pague,
y si no� pues ni modo, al fin de cuentas ni es dinero m�o", y ambos soltamos la
carcajada. Horas despu�s cargando una caja de cart�n sub� a un destartalado
cami�n y a�orando el pueblo, o m�s bien a Mariana, o a sus nalgas carnosas o el
olor penetrante de su sexo, o todo junto, me dej� llevar por el camino,
brincando a cada momento por la carretera llena de hoyos.




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Relato: Mariana
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