Esto me pasó no hace mucho. Soy
un joven de 19 años que con cierta
frecuencia tengo sexo muy satisfactorio con mujeres. Como acostumbro ir a
un gimnasio, por las noches, después del trabajo, eso me ha dado oportunidad
para hacer conexión con varias señoras maduras y aburridas, que
buscan poner
un poco de emoción en sus vidas. Como consecuencia de ello, he venido
teniendo más sexo del que yo me imaginé alguna vez.
Sin embargo, en un gimnasio es cosa normal,
al entrar a los vestidores, ver
a hombres en distintos grados de desnudez, ya que las circunstancias dan
lugar a ello, y nadie se extraña ni se escandaliza, porque es común.
En abril de este año, se presentó
al gimnasio un chico nuevo. Un muchacho
moreno, de unos 23 años, alto y muy bien dotado en todos los aspectos,
atlético y muy bien marcado en el abdomen, con una personalidad abierta
y
atrayente. Su nombre era Bobby. Desde el primer momento me sentí atraído
por él.
Nos hicimos amigos y acostumbrábamos
trabajar juntos nuestras rutinas de
ejercicios. Generalmente, terminábamos ya algo tarde, cuando todos o
la
inmensa mayoría de los demás asistentes ya se habían marchado.
Así, era
común quedarnos solos, excepto por la presencia de don Chepito, un señor
ya
grande, quien es el guardián, y que vive en una habitación arriba
del
gimnasio.
Todo comenzó una noche, cuando yo me
estaba vistiendo. Bobby terminaba de
bañarse, y salió del cubículo de la ducha sin la toalla
que acostumbraba
ponerse alrededor de la cintura. Mientras se secaba, conversaba conmigo,
mostrándome libremente sus genitales. Yo no ponía atención
a lo que él
decía. Sólo tenía ojos para aquel pene que le colgaba entre
las piernas.
Sin dar muestras de haberse percatado de nada,
Bobby terminó de secarse y
fue a vestirse. Esa noche y todo el día siguiente, pasé pensando
en esos
genitales.
A la noche siguiente, después de haber
terminado nuestra rutina de
ejercicios, yo me estaba bañando, cuando él entró al cubículo
de ducha en
que yo me encontraba y cerró la puerta. Estaba desnudo, y traía
una
respetable erección que inmediatamente monopolizó mi atención.
Sin mediar
palabra, se acercó a mi y tomó mi pene en sus manos, comenzando
a darme
masaje. Yo me sentí completamente desconcertado, ya que no esperaba esto.
Después de un momento de confusión,
me abandoné a sus caricias. Él me besó
y, sin saber cómo, yo mismo tomé la verga de él entre mis
manos y comencé a
acariciarla. Tras unos minutos, salimos de la ducha y él se sentó
en la
banca donde uno se viste y con voz suave me pidió que se la mamara. Yo
me
quedé desconcertado, ya que nunca había hecho algo así,
ni había tenido
antes un pene en mi boca, pero finalmente comencé a hacerlo, mientras
sujetaba su miembro con una mano y yo mismo me masturbaba, con la otra.
Mamar aquella verga fue una experiencia realmente
novedosa y diferente para
mí. Confieso que me gustó, y me excitó de manera extrema.
Cubrí de besos
el glande y lo lamí completamente. Tomando el glande en mi boca, inicié
la
mamada, sorbiendo y chupando, en tanto él se retorcía de goce
y emitía
sinceros gemidos de placer.
Después de un momento, él me
detuvo. Retiró su miembro de mi boca y se
puso en pie. Me dijo que buscáramos un lugar mejor y con bastante
dificultad se colocó la toalla alrededor de la cintura, ya que presentaba
una tremenda erección. Jaló su mochila y cubierto sólo
con la toalla, fue a
hablar con don Chepito.
Me cubrí con mi toalla, teniendo la
misma dificultad para sujetar la prenda,
porque también yo la tenía bien parada. Salí al corredor
y vi a Bobby
hablando con don Chepito. Desde mi punto de observación, pude advertir
que
aún exhibía una considerable erección debajo de la toalla.
Tras unos
instantes de plática, Bobby sacó su billetera y le pasó
dinero al otro
hombre. Don Chepito le dio unas palmaditas en la espalda y se retiró
muy
sonriente. Luego, volviéndose hacia mí, Bobby me hizo seña
que lo siguiera.
Tomé mis cosas y fui tras él.
Fuimos hasta las gradas y subimos al cuarto
de don Chepito. Bobby entró,
encendió la luz y puso sus cosas en el suelo. Luego, encendió
una lámpara
de noche que se hallaba sobre una mesita y apagó la luz principal. Yo
entré, puse mis cosas junto a las de él y me quedé parado,
esperando. Bobby
se quitó la toalla y, exhibiendo su potente erección, se tendió
en la cama.
Luego, me indicó que cerrara la puerta.
Yo lo hice y quitándome la toalla, me
acerqué a la cama, deseando mamarlo,
pero Bobby me tomó por el barrote y me atrajo hacia él. Apasionadamente,
cubrió mi pene de besos y después se lo metió a la boca,
iniciando una
mamada que en pocos minutos, me tuvo gritando de placer.
Tuve que obligarlo a suspender su labor, para
no venirme demasiado rápido.
Entonces, me acosté a su lado y nuestros cuerpos entraron en contacto,
un
contacto delicioso, que casi me hacía brincar de deseo y pasión.
Nos
besamos en los labios y nos acariciamos mutuamente nuestros cuerpos,
poniendo especial atención en los penes.
Bobby me besó en el cuello, los hombros,
el pecho, las tetillas, el abdomen
y bajando por el vientre, llegó hasta mi pene, el que mamó nuevamente
con
dedicación. Yo, al ver su órgano viril muy cerca, me doblé,
hasta apoyar mi
cabeza en su pierna y tomando su verga en mi boca, comencé a mamar de
la
misma manera que él lo hacía. Practicamos el "69" y
los dos tuvimos sexo
oral durante largo rato. Después, él se incorporó y se
montó abierto sobre
mí, dándome la espalda. Su trasero quedó directamente sobre
mi pubis.
El me agarró el pene y bajo su dirección,
empujé hacia arriba y con alguna
dificultad, poco a poco lo fui penetrando por el culo. El orificio de su
ano estaba tan caliente y apretado, que casi me vengo con sólo sentirme
adentro, pero logré controlarme. Nos quedamos quietos un momento y luego
empezamos un movimiento de ir y venir, de sube y baja, de mete y saca, en
tanto él se masturbaba con su propia mano.
Aquello era delicioso. El movimiento se fue
haciendo más intenso y más
furioso, hasta que en muy poco tiempo me sentí sumido en un orgasmo que
se
vino incontrolable, haciéndome proferir en fuertes exclamaciones y gemidos
de placer. Bobby aceleró el ritmo de su masturbación y pocos instantes
después se vino, jadeando mientras gruesos goterones de semen brotaban
de su
pene.
Después de unos momentos de reposo,
nos vestimos y, cuando bajamos, ya era
casi media noche. Don Chepito estaba en el salón de aeróbicos
viendo la
televisión. Bobby se despidió de él y yo hice lo propio,
aunque con cierta
vergüenza. Sin embargo, él no hizo gesto extraño alguno,
al contrario, nos
salió a dejar hasta la calle, y nos despidió en forma muy amable
y muy
sonriente, dándonos cariñosas palmaditas en la espalda.
Esa fue la última noche que lo vi. Desde
entonces, Bobby no volvió a llegar
al gimnasio. No sé qué pasaría. Lo fui a buscar a la dirección
que tenía
registrada, pero allí no lo conocían. Ignoro las causas de su
desaparición.
Siempre sigo teniendo sexo con mujeres y, en realidad, a mí no me
interesan los hombres, pero con Bobby la cosa fue diferente. Vivo
recordando aquella noche, deseando con toda mis fuerzas, volver a repetirla.