Relato: Et in Arcadia ego (1)



Relato: Et in Arcadia ego (1)

Et in Arcadia Ego



�Estoy en Arcadia, estoy en Arcadia, sin duda, sin duda!



Aqu� estoy yo, jugando con los dioses y disfrutando del
n�ctar y la ambros�a t�picas de las deidades arcadianas. Esto, o algo parecido,
es lo que vivo desde aquel d�a, algo digno de figurar en los anales de la
historia, al menos de la historia vital m�a, con grandes letras de oro. Por fin,
por una vez en la vida, la suerte me dio la cara, y yo la cog� con ambas manos,
con los pies y hasta con los dientes. �Y vaya si la aprovech�!



Pero vayamos por partes, no se me impaciente el personal.
Para empezar por alguna parte, he de confesar �por si alguien todav�a no se ha
dado cuenta de ello�, que yo siempre he sido una persona con poca o nula suerte.
Ni guapo ni feo, ni simp�tico ni antip�tico, ni alto ni bajo, en dos palabras:
del mont�n. Y adem�s, con mala suerte. Excepto aquel d�a, o para ser m�s exacto,
desde aqu�l d�a, en que mi suerte cambi�, y mi vida dio un giro tan tremendo que
no puedo dejar de pensar que estoy en Arcadia, entre dioses y vestales en
cueros, y que pienso seguir aqu� durante mucho, mucho tiempo.



La verdad es que cuando el director de la revista en la que
trabajo me env�o a aquel hotel para que le hiciera una entrevista al director,
pens� que estaba bien jodido.�Otra vez me toca hacer el publireportaje�, pens�,
porque �ltimamente, digamos desde hac�a un par de meses, no hac�a m�s que
publireportajes, es decir, pseudoentrevistas destinadas a financiar las
maltrechas arcas de la revista. �Pues esta vez no pienso hacerlo�, me dije a mi
mismo, mientras Jos� Carlos, mi jefe, me contaba las bondades del hotel y de su
director, y por d�nde deb�a enfocar la entrevista. No iba a hacerlo, no, no y
no.



Y todav�a segu�a pensando en que no iba a hacerlo cuando me
plant� ante las puertas doradas del hotel, convenientemente equipado con un
casete, una c�mara digital y el traje de los domingos, algo gastado, pero
todav�a presentable para una entrevista de post�n.



Quiz� fuera por mi atuendo, quiz� por la flor que me hab�a
plantado en el ojal, pero el caso es que nada m�s trasponer las puertas del
hotel, un tipo atildado se dirigi� hacia mi todo miel y me pregunt�, con voz
meliflua y algo aflautada, que daba grima o�rlo:



-�Es usted el se�or Pedro Alfaro?



Yo mir� instintivamente hacia atr�s, por si detr�s m�o
hab�a otro Pedro Alfaro. Cuando comprob� que, efectivamente, no hab�a nadie a
mis espaldas, me gir� hacia el tipo aflautado, y le dije, con voz que me pareci�
insegura:



-S�, soy yo ....



-Le est�bamos esperando �anunci� el tipo, indic�ndome con
un gesto que le acompa�ara a las profundidades del hotel, y ech� a andar a un
ritmo que me pareci� excesivamente r�pido, ya que, a�n sin ser Carl Lewis, me
oblig� a respirar entrecortadamente cuando nos detuvimos frente al ascensor.
Mientras esper�bamos, el tipo meloso se dirigi� a la encargada del mostrador
principal y a un par de botones que holgazaneaban por el vest�bulo, y les
dirigi� varias �rdenes perentorias, lo que me hizo suponer que, aqu� el t�o
atildado, deb�a ser un cargo bastante alto dentro del organigrama del hotel.



-Espero que haya tenido usted un buen viaje -me dese� el
hombre, dej�ndome pasar primero al ascensor. Yo, que soy algo timorato y muy
desconfiado, pas� al interior del ascensor de medio lado, no fuera el t�o �ste a
darme alguna sorpresa por detr�s en forma de cimbel, lo que yo, al menos, no
estaba dispuesto a consentir. -�Ha venido usted solo?



-S� -contest�, todav�a desconfiado, peg�ndome a las paredes
del ascensor.



-Supongo que para no llamar la atenci�n, �me equivoco?



Iba a contestar a esta �ltima observaci�n cuando la puerta
del ascensor se abri� y accedimos a un pasillo lujoso, en el que se abr�an tan
s�lo un par de puertas a ambos lados, adem�s de cuadros, l�mparas, moqueta,
espejos y dem�s artilugios decorativos de buen gusto y m�s buen precio.



-El se�or Ram�rez le est� esperando, y ya sabe lo poco que
le gusta que le hagan esperar.



Le respond� que, evidentemente, ignoraba esta faceta del
se�or Ram�rez, que yo tambi�n compart�a, y que ignoraba igualmente que me
estuviera aguardando, pues llegaba a la cita con cuarto de hora de antelaci�n,
aunque me call�, en un arranque de timidez extraordinaria, lo m�s obvio, que era
mi absoluto desconocimiento sobre qui�n era el tal Ram�rez.



El hombre se detuvo frente a una puerta de grandes
dimensiones y golpe� sobre ella con los nudillos con exquisita delicadeza, casi
mim�ndola.



-Adelante -o�mos que dec�a un voz femenina que,
evidentemente, no correspond�a al se�or Ram�rez, tal y como yo me lo hab�a
imaginado.



El gerente, si es que era el gerente el tipejo �ste que me
gui� por el laberinto del hotel, abri� la puerta de la habitaci�n y me invit� a
entrar.



Pues entr�.



La habitaci�n en la que hice aparici�n era grande como un
campo de f�tbol. En ella cab�a la totalidad de mi apartamento, del apartamento
de mi vecino, del de mi vecino de enfrente, y del de la portera, con ella
dentro. A primera vista se apreciaba un lujo y una ostentaci�n que no fueron de
mi agrado, quiz� porque mis gustos se apretujan en un apartamento de cuarenta
metros, pero yo apenas si me fije en los detalles de la habitaci�n de marras,
que los hab�a en abundancia, ya que mi atenci�n fue inmediatamente atra�da por
la figura de la mujer m�s hermosa y pimpante que yo hab�a visto viva en mi vida.
Era como una de esas mujeres esponjosas que aparecen en la portada del Play Boy,
rubia, alta, de facciones perfectas, nariz peque�a, cintura estrecha y tetas
grandes. Me frot� los ojos varias veces, no fuera a estar so�ando, hasta que me
convenc� que la Barbie pechugona era una figura de carne y hueso, que respiraba,
se mov�a, y seguramente, hasta hac�a sus necesidades en la soledad de su cuarto
de ba�o.



Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar la
retah�la de barbaridades que me vinieron a la mente mientras la maciza se
acercaba hasta m� y me saludaba con un beso ardiente en la mejilla y un suave
roce de su mano en mi brazo. Como t�o machista que soy, nacido en una sociedad
machista, alimentado por una familia machista, y educado en un colegio machista,
no puedo evitar juzgar a las mujeres por la talla de su sujetador, y cuanto m�s
abultado sea �ste, m�s rendido me tendr� a sus pies. Con �sta, pod�a haberme
echado al suelo y ladrar como un perrillo, tal era el volumen de carne
libidinosa que dejaba entrever su generoso escote.



�Se�or Alfaro, el se�or Ram�rez �dijo la vestal de los
melones, haciendo las presentaciones de rigor.



Yo hice lo que se supon�a que deb�a hacer: ech� a correr
detr�s de ella con la lengua fuera haciendo todo tipo de genuflexiones.



El tal Ram�rez era un tipo gordo, de lo m�s gordo,
gord�simo, vamos. Ten�a un brazo gordo, una cara redonda y gorda, y un anillo
enorme y gordo.



�Celebro que por fin nos conozcamos �dijo el tipo,
evidentemente gordo, invit�ndome a sentar en un sof� grande� He o�do hablar
mucho de ti, sobre todo �ltimamente. �Qu� tal te ha ido el viaje?



Y dale con el viaje, que empe�o ten�an todos con el viaje.
Ir de Plaza Castilla, en donde vivo, a Col�n, en donde est� el hotel, no es lo
que yo llamar�a un viaje, sobre todo si vas en metro, pero a ellos les parec�a
un viaje agotador.



-Bien, gracias



El gordo se sent� a mi lado, todo miel y amabilidad. La
chica se alej� unos pasos, como para dejarnos hablar en soledad.



-Supe de tu estancia en Londres. Todo el grupo se qued� muy
impresionado con tu... digamos �toque art�stico�.



��De veras?- me sorprend� yo, que jam�s en mi vida hab�a
estado en Londres ni pensaba estarlo en el resto.



�Luego me contar�s m�s detalladamente esa jugada que ha
impresionado tanto a mis socios ingleses. Pero ahora ....�ech� un vistazo a su
reloj de pulsera, y agit� la cabeza� ... tengo que dejarte. Tengo convocada una
reuni�n del consejo de administraci�n en la sala de juntas de este hotel y nos
les puedo hacer esperar.... m�s.



El gordo se levant� con agilidad impropia de sus kilos.



�Te dejo en manos de Encarna, que te cuidar� bien.



Encarna se acerc� a m�, sonriendo, y me tom� del brazo.



�Tenlo entretenido el tiempo que sea necesario �le dijo a
ella- Y tr�tale bien, que se sienta c�modo entre nosotros. Ya sabes.



�Descuide, jefe, le tratar� como a un rey.



Confieso que quedarme a solas con la Barbie era algo que
sobrepasaba mis m�s excitantes expectativas. Estaba claro que hab�a una
confusi�n. El gerente me hab�a tomado por otro y el enredo se hab�a complicado
un poco. No obstante, decid� callar para ver en qu� desembocaba todo este
embrollo. Adem�s, las tetas de Encarna eran una visi�n que da�aba mi ego, me
encend�a por dentro, me provocaba como una bofetada, me la pon�an tiesa, vamos.



El gordo se marcho al fin y quedamos los dos solos. Nos
miramos un momento, c�mplices de algo que yo no entend�a pero que quer�a
entender; ella sonri�, yo sonre�; ella se mordi� un labio, pues yo tambi�n; ella
se ech� el pelo hacia atr�s, yo, que estoy medio calvo, ni lo intent� siquiera.



-�Qu� miras? -me pregunt�, sin dejar de sonre�r.



La respuesta era tan obvia que casi ni necesitaba
contestaci�n.



�A t� �dije, para aclarar los conceptos y dejarlos en su
justo t�rmino.



��Por qu�?



Otra pregunta que requer�a otra respuesta obvia. La escena
me parec�a tan absurda que casi me ech� a re�r. Bueno, la verdad es que estaba
bastante nervioso. La cercan�a de Encarna y de sus imponentes senos �que yo me
guardaba de mirar siquiera de reojo, no fuera a pensar ella que soy un tipo
salido y algo bruto, como evidentemente soy� obnibulaban mi visi�n, signifique
esto lo que signifique, lo que, por supuesto, ignoro, pero que pongo aqu� porque
suena bien. Quiero decir que me impon�an respecto. A manos llenas, vamos.



�Te hab�a imaginado de otra forma �me solt� de pronto,
ech�ndose un poco hacia atr�s, como examin�ndome.



Ya est�, pens�, ahora me va a descubrir. Se acab� el
pastel.



�Pensaba que ser�as como el sr. Ram�rez y sus amigos
-prosigui�, volviendo a echarse sobre m�. En cambio eres simp�tico y hasta
guapo, a tu manera.



Me sent� reconfortado por sus palabras, aunque me hubiera
llamado feo, y bobo, por a�adidura..



�T�, en cambio, eres guapa de todas las maneras posibles�
me atrev� a soltar, en plan macho.



��Tu crees? Quieres decir que soy guapa para ponerme a
cuatro patas, o para abrirme de piernas, �no? Eso es lo que pens�is todos los
t�os.



Era tan obvio que me precipit� a negarlo. No quer�a que
sacara de m� una imagen excesivamente cro-magnon, como creo soy al natural.



�En realidad no pensaba en ti como algo sexual �ment�, con
todo el descaro del mundo�. No soy de ese tipo de t�os �a�ad�, por usar sus
palabras.



Encarna volvi� a echarse hacia atr�s, como examin�ndome de
nuevo. Si me crey� o no me crey�, no lo dijo, aunque la duda se dibujaba en su
semblante con toda nitidez. Luego de mirarme largo rato en silencio me sonri�
picarona y volvi� a echarse sobre m�, clav�ndome los melones en el estern�n.



�Si no me miras como algo sexual, pensar� que no te gusto,
o todav�a peor, que no se te empina.�Eres de esa clase de t�os?



La conversaci�n comenzaba ponerse caliente. Yo ya lo estaba
desde hacia un buen rato, desde que la hab�a visto abrir la puerta, vamos. La
proximidad de su cuerpo me oblig� a mirar hacia abajo y a contemplar sus pechos
que, apretados contra m�, rebosaban por su escote como dos enormes globos de
carne. �Y qu� carne! La visi�n me ceg�, me dej� atontado durante algunos
segundos.



��Aj�? Me parece que ya comienzo a gustarte un poquito
�dijo ella, restreg�ndose contra mi y comprobando que mi instrumento no era un
instrumento de pega, que ten�a vida propia, se excitaba y se empalmaba como el
de cada quisqui-. �Te gusto al menos un poquito?



�Claro �dije, consciente de que mi voz pod�a traicionarme
en cualquier momento con un gallo delator.



La cosa se estaba poniendo caliente; la cosa, dig�moslo sin
eufemismos, mi sexo, se estaba poniendo al rojo. Y pronto no habr�a forma de
pararlo ni con una ducha fr�a.



�M�rame bien. Quiz� es porque no me miras bien. �Me tom� la
mand�bula con su mano y me oblig� a bajar la cabeza, a hundir la mirada en el
magn�fico canillo que separaba sus senos�. �Te gusta lo que ves?



Era incre�ble, era un sue�o. Una t�a hermosa, guapa, y con
un cuerpo como un tren me estaba seduciendo a m�, �a m�!, que ten�a el atractivo
de un gato muerto. Este pensamiento hizo que me sintiera bien, que me sintiera
audaz, que echara afuera todo el nerviosismo que me atenazaba y me plantara ante
ella con la frescura y arrojo de un donjuan con una erecci�n de caballo. Con dos
cojones.



�No es mala visi�n, no �dije, calculador, ech�ndole mano a
las caderas con precauci�n, no fuera a darme un sopapo por la osad�a.



��Te gustar�a ver algo m�s? �pregunt�, moviendo el trasero
para que mis manos lo atraparan con fuerza.



Era una petici�n prometedora que sonaba muy bien en mis
o�dos. Entonces, sin previo aviso, me empuj� hacia atr�s con fuerza y tuve que
recular para no caer de espaldas al suelo.



�No te hagas el duro conmigo, ni�ito, que yo s� bien lo que
te gusta �dijo, avanzando hacia mi con expresi�n de loba hambrienta. Confieso
que la visi�n me asust�. Por un momento pens� que igual el maric�n ese del
gerente me hab�a metido en una encerrona con una loca agresiva aunque jamona,
pero el pensamiento pas� r�pido. Hab�a muchas cosas que no estaban claras. Reun�
valor y me plant� en jarras ante la Barbie, dispuesto a no dejarme maltratar ni
intimidar por sus melones.



�Oh, pero qu� ni�o m�s malo eres �dijo, con voz que imitaba
a una ni�a�. Ven aqu�, ven que te sacuda en el culete.



�Me estoy cansando de este juego �dije.



Encarna me tom� por la chaqueta y tir� hacia ella con una
fuerza que nunca sospech� que tuviera. Me rasg� los bolsillos, y la c�mara
digital, el casete y mi block de notas cayeron al suelo a sus pies.



�Dios m�o, �quer�as hacerme fotos? Eres un pervertido. Qu�
encantador.



Yo igual lo negu�, igual no. A estas alturas no le tengo
todav�a muy claro. El caso es que ella estaba jugando conmigo. Le encantaba
jugar. A mi no. Tengo poca imaginaci�n, quiz� porque estudi� letras y porque lo
m�s morboso que me hab�a ocurrido en mi vida es que una novia que tuve hace a�os
me hiciera una paja con guantes de l�tex a la puerta de un bar.



Ella entonces se agach� y cogi� la c�mara digital. Desde mi
posici�n pod�a verle perfectamente las tetas, rotundas y plenas, constre�idas en
lo que parec�a un sujetador de encaje de un blanco inmaculado. Encarna no se
recataba ya en mostrarlas. Estaba orgullosa de ellas y del efecto, visible, que
su contemplaci�n causaba en m�. Las ten�a tan apretadas que dudo que cupiera si
quiera un pelo en su canalillo.



��Te gusta lo que ves ahora? �pregunt�, avanzando de
rodillas hacia mi posici�n, bamboleando los pechos a sabiendas del sudor que
provocaba en mi espalda.



�Me gusta. Tengo una buena perspectiva.



�Eres un fresco y un aprovechado �me dijo, insinuante�. Y
ahora, �por qu� sonr�es?



�Por nada, un pensamiento que he tenido.



��Ah s�?



�Me gusta ver a las mujeres de rodillas, a mis pies �dije,
tomando el toro por los cuernos.



Encarna sonri�. Se irgui� un poco y puso las manos a la
altura de mi cintura.



��Y qu� se supone que hacen las mujeres que se ponen de
rodillas a tus pies?



��chale un poco de imaginaci�n �le solt�, echando, yo
tambi�n, un mucho de imaginaci�n.



Y Encarna ten�a mucha, excesiva imaginaci�n. Despacio, muy
despacio, tan lentamente que casi parec�a a c�mara lenta o que era a otro a
quien le estaba acariciando, Encarna baj� las manos por mi cintura y las puso
sobre mi sexo, que ya esperaba impaciente el tacto de sus dedos, largos y
extremadamente finos. Si tard� algo en bajarme la bragueta fue porque yo me
obstin� en acariciarle el cabello, algo que estaba fuera de lugar y que adem�s
se me antoja ahora, con la perspectiva que dan los d�as, un tanto cursi. El
tiempo que dedic� en introducir la mano por la bragueta ya abierta y en
encontrar mi sexo, evidentemente en erecci�n y f�cil, creo, de tomar, se me
antoj� eterno, aunque no transcurrieron ni dos segundos, en realidad. Cuando por
fin sus dedos se cerraron sobre �l, como sopes�ndolo, lo sac� de un tir�n y lo
balance� ante mis ojos, que miraban entre complacidos y asombrados.



��Vaya! Acabo de encontrar el flash de tu c�mara. �Qu�
dulce!



�Ten cuidado, no sea que se dispare.



��Oh no! No queremos que se dispare antes de tiempo,
�verdad?



Encarna me gui�� un ojo, en tanto sus manos segu�an
recorriendo mi sexo a todo lo largo y ancho del mismo. Yo no s� ustedes, pero a
mi, en estas circunstancias, se me hab�a puesto de un morcill�n que parec�a iba
a reventar como una espinilla madura. Sus enormes pechos parec�an m�s rotundos
desde mi posici�n, y presentaban un canalillo muy apropiado para meter la boca,
la cara, y ya puestos, hasta el cimbel.



��Qu� maravilla! Es tan graciosa -dec�a ella, examin�ndome
con ojo cr�tico�. Aunque creo que estar� m�s a gusto entre mis labios, �no
crees?



Yo, la verdad, no estaba para muchas cosas. Estaba haciendo
esfuerzos �mprobos por no eyacular entre sus manos, y el sobreesfuerzo me
imped�a pensar con frialdad.



�Me encanta tu polla �dijo, utilizando una expresi�n que no
me gusta, pero que transcribo aqu� para dar m�s verismo a esta exacta
narraci�n�. Con este glande tan suavecito, estas venitas y este tercer ojo tan
abierto, tan curioso...



�P�ntela entre las tetas, anda �le ped�, forzando la voz.



��S�? �Eso quieres? �Quieres que te haga una buena cubana?



�No estar�a mal, para empezar.



�Te advierto que pocos me duran m�s de dos minutos...



�T� haz lo que te digo, y luego ya veremos.



Fue un espect�culo que no puedo dejar de recordar sin que
me tiemblen las rodillas de emoci�n ni me caiga alguna l�grima de nostalgia: ver
c�mo se sac� las tetas por el escote, c�mo se baj� el sujetador �era de encaje
blanco, como ya hab�a sospechado�, c�mo se irgui� con ellas en las manos,
ech�ndose hacia adelante, y c�mo atrap� mi sexo en un instante, como si batiera
palmas o hubiera machacado una mosca con las palmas de las manos es un recuerdo
tan n�tido que me acompa�ar� fielmente hasta la tumba. En cuanto se hizo con el
instrumento, Encarna comenz� el t�pico movimiento de sube y baja, o de muestra y
esconde el prepucio, que tanto gustirrin�n nos da a los t�os con la sensibilidad
suficiente como para apreciar este tipo de homenajes. Porque Encarna me estaba
haciendo un homenaje. Jam�s en mi vida, ni a�n pagando, habr�a so�ado con que un
especimen de la talla de ella se fuera a molestar en mirar a un tipo como yo,
digamos del mont�n, ni siquiera para escupirme a la cara, y ahora resulta que no
s�lo me miraba, sino que me estaba haciendo una cubana con unos pechos
tremendos, de pezones peque�os y rosados, a un ritmo que, dios mediante, iba a
conseguir hacerme eyacular en un periquete. Encarna se afanaba en hacer bien el
trabajo, apretaba bien sus pechos para que el frotamiento con mi sexo me
proporcionara placer; lo hac�a asomar entre su carne lujuriosa, lo escond�a y lo
volv�a a asomar; y si en alguna espor�dica ocasi�n se le escapaba del canalillo,
r�pidamente lo volv�a al redil, lo cazaba entre sus tetas y lo frotaba mientras
me dirig�a una mirada picarona y pon�a morritos.



Estaba claro que no iba a batir el r�cord de los dos
minutos, ni descansando uno . Encarna era una experta y sab�a manejar muy bien
sus pechos, que para eso los ten�a. As� que decid� darme una tregua y le ped�,
haciendo un esfuerzo tremendo por que mi voz sonara lo m�s natural posible, que
si la oferta de la mamada segu�a en pie, que se dejara de gaitas y me la chupara
hasta al final.



Encarna sonri�. Detuvo su maravilloso vaiv�n y dej�
escurrir mi sexo entre sus pechos, jugueteando con sus pezones, que ped�an una
boca para cubrirlos y comerlos. Se levant� lentamente, restreg�ndose contra mi
y, oblig�ndome a agachar un tanto, me puso las tetas en la boca. Ni qu� decir
tiene que se las chup� sin protestar. En realidad, el sonido de mis lametones y
chupeteos debi� o�rse hasta en la Recepci�n, pero no me import�. Amasaba sus
tetas con mis manos, y con la lengua, los labios, los dientes y hasta con la
nariz lam�a, chupaba, mord�a y acariciaba sus pezones, que se hab�an puesto bien
erectos para tal menester.



Decir que sus melones no cab�an en mis manos golosas es tan
innecesario como decir que el Manzanares pasa por Madrid; no cab�an, pero yo las
estrujaba con verdaderas ganas de que cupiera, al menos una de ellas, entre mis
dos manos. Pero eran tan grandes y estaban tan llenas que me result� imposible,
por m�s ganas que le puse al intento. Las esponjaba de abajo hacia arriba, del
exterior hacia el interior, de arriba abajo, y la carne palpitaba entre mis
manos como un coraz�n; mis dedos se hund�an en ella, rebosantes, llenos. No pude
resistir el impulso de hundir la cara entre sus senos y chocarlos contra mis
mofletes, mis orejas, mis sienes. Estaba en Arcadia, a las puertas, o lo parec�a
al menos.



Encarna, mientras tanto, me dejada hacer, entre complacida
y risue�a. Ella se sent�a superior, y evidentemente lo era. Yo me sent�a
enormemente primitivo, pero es que no pod�a controlar mis instintos m�s
primarios, que me llevaban a atracarme de tetas, a manosear, triturar y
chupetear como un ni�o toda la carne que se me pon�a a tiro. Ten�a que
aprovechar la oportunidad porque a saber cu�ndo volver�a a tener a semejante
hembra, a semejantes ubres, a mi completa disposici�n. Y Encarna, aunque me sepa
mal decirlo, comenzaba a experimentar cierto inter�s por mis caricias y
mordiscos atropellados, casi infantiles. Sus pezones se hab�an puesto duritos,
puntiagudos; se mord�a el labio superior como si tratara de aguantar algo, un
gemido, o algo as�, y comenzaba tambi�n a hacer presi�n sobre mi cabeza,
empuj�ndola contra sus pechos, envolvi�ndome en ellos, atrap�ndome, como antes
hiciera con mi sexo indefenso.



Yo, la verdad, estaba en la gloria, pero deb�a comenzar a
pensar en tomar la iniciativa. As� que con gran desaz�n por mi parte hice un
enorme esfuerzo de voluntad y aparte mis manos y mi rostro de su carne lasciva y
la obligu� a arrodillarse nuevamente, decidido a que terminara de hacerme el
homenaje con que hab�amos comenzado la sesi�n.



��Quieres que te la chupe ahora? �pregunt� algo
decepcionada y con voz que me pareci�, desde la altura en la que ahora me
encontraba, algo alterada.



�S�, creo que ahora es un buen momento.



�Est� bien �dijo, resignada�. Pero que sepas que me debes
una...



�Ya veremos �respond� yo, sin comprometerme, pero
aguardando excitado el momento final..



Encarna se acomod� en su posici�n, tom� mi pene entre sus
manos, que estaba, como quien dice, bien morcill�n, y lo observ� con ojo
cr�tico. No soy de esos machotes que van por ah� vanaglori�ndose del tama�o de
su pene ni poniendo en solfa a todo aquel que no se aproxima a su forma/tama�o
de encarar el mundo. Tengo un aparato en bastantes buenas condiciones, pero no
voy por ah� con un metro en la mano, tomando medidas a cada empinada que coge;
en realidad no estoy muy seguro de la proporciones que tiene ya que tan s�lo he
tenido la curiosidad de med�rmelo en una ocasi�n, siendo adolescente, y creo
recordar que su tama�o se situaba en la horquilla de los 18-20 cms: algo normal,
como ven. En cambio, s� que es cierto que lo tengo algo gordito, y que esa
particularidad, sin ser exagerada, ha sido aprovechada para su exclusivo
disfrute por las mujeres con las que he mantenido relaciones, lo que me hace
suponer que est� algo por encima de la media, sea �sta la que sea, que doctores
tiene la iglesia.



El caso es que ten�a a Encarna donde yo quer�a, es decir, a
mis pies, y que con mi pene entre sus manos se aprestaba a aplicarme una
felaci�n como dios manda, o, para evitar la intervenci�n divina en el proceso,
con la boca bien abierta, al objeto de que no se escapara nada. Y, como era de
esperar, no se le escap�.



Comenz� por utilizar la lengua, y y por desplazar mi sexo
con ella de uno a otro lado. Cuando se cans�, le dio un beso y la recorri� con
los labios en uno y en otro sentido, desde la punta a la base, y viceversa. Tras
este pre�mbulo, que sac� llamaradas a mi sexo, Encarna puso la boca en forma de
O y se la trag� poco a poco, cent�metro a cent�metro, mientras yo sent�a sus
dientes acompa�ar a mi piel en su recorrido hasta su garganta. Mi pene, que como
ya he dicho no es manco sino entorno a la media nacional, desapareci� en su boca
en un pis pas, sin que Encarna diera muestras de sentir arcadas ni de ir a echar
la �ltima papilla, como dicho sin maldad, yo imaginaba que iba a hacer de un
momento a otro. Luego hizo el camino inverso, liberando mi polla cent�metro a
cent�metro y regal�ndome con el suave jugueteo de su lengua y su pared bucal. Y
luego, vuelta a empezar. �Dios, si era hermoso de ver, imaginad como era verlo y
sentirlo!



Encarna era una experta y sab�a bien lo que se tra�a entre
manos o, mejor dicho, lo que no se tra�a entre manos porque, como mujer que ha
practicado m�s de un felaci�n en su vida, me la estaba chupando sin valerse de
las manos, sin esa muletilla que utilizan algunas mujeres para acelerar la
eyaculaci�n o para ayudarse a superar el trago lo antes posible; pero ella no lo
necesita; le gustaba lo que hac�a y no necesitaba de ayuda para llevar a cabo su
fenomenal mamada, no era ninguna ni�a que necesitara valerse de las manos de su
padre para caminar. Sin manos, sin hacer ruido y sin prisa: era un ca��n.



Pero as� como antes de Einstein todo principio ten�a su
fin, as� tambi�n el trabajo de Encarna, luego de un principio, tocaba, ni qu�
decir tiene, a su fin. Hab�a aguantado como hab�a podido las sucesivas cargas de
Encarna contra mi virilidad; hab�a resistido heroicamente m�s de dos minutos sus
libidinosos envites, lo que no estaba nada mal, cargado como andaba yo de
esperma �tras m�s de dos meses sin catarlo�, y en un estado m�s salido que el
rabo de una sart�n. �C�mo hab�a logrado aguantar tanto? A base de voluntad,
porque el recurso de pensar en otra cosa me fue imposible, y el recurso de mirar
hacia otro lado, tambi�n, porque ver trabajar a Encarna era un espect�culo al
que no me pod�a sustrae ni al me sustraje: antes muerto. Luego s�lo mediante el
uso de la voluntad, y a qu� precio, hab�a conseguido retrasar lo inevitable, que
era la salida explosiva de mi esperma, como ya les hab�a anticipado al principio
de este sucinto p�rrafo.



Sali� con la fuerza e intensidad de un surtidor, como s�lo
sale cuando se lleva tiempo sin usar el aparato, ni siquiera manualmente en la
soledad del cuarto del ba�o (cuando los recuerdos de haza�as pasadas incitan a
un plegaria al Santo On�n o cuando la inspiraci�n pasa, a�n en forma precaria,
por la contemplaci�n de alguna revista de t�as en pelotas). Y mientras sal�a mi
esperma, Encarna se lo iba tragando, con cara que parec�a m�s satisfecha que la
m�a; tragaba con delectaci�n, casi con arrogancia, como revindicando un leche
que era ya suya si no por derechos suficientemente probados, s� al menos por el
trabajito que me hab�a proporcionado su lengua.



Y cuando por fin dej� de soltar lo que ten�a almacenado en
los test�culos, Encarna segu�a sorbiendo de mi polla, con la sana intenci�n de
volver a pon�rmela en guardia. Yo, la verdad, hubiera aguantado bien. Creo que
lo hubiera aguantado bastante bien. Lo malo es que no tuve oportunidad de
demostrarlo porque justo en ese momento alguien llam� a la puerta con la
insistencia de un tel�fono descolgado que nadie atiende.



��No vas a abrir? pregunt�, esperando que no lo hiciera.



�Todav�a tengo cosas que hacer.



Me pareci� excelente, y le di las gracias mentalmente. Pero
el pesado de la puerta no dejaba de llamar, como si intuyera �o supiera� que
hab�a alguien dentro.



En estas circunstancias, la concentraci�n, que es parte
esencial en todo juego sexual de cierto nivel creativo, se fue al garete, y
tanto Encarna como yo convinimos, mal que nos pesara, en que m�s val�a abrir la
puerta no fueran a echarla a abajo y a pillarnos en una posici�n no por
comprometida menos dif�cil de explicar.


La apertura de la puerta fue el comienzo
de mi viaje a Arcadia, lugar en el que, creo, me encuentro ahora, aunque yo
entonces no lo supiera. Fue el inicio de una ascensi�n a unas alturas que quiz�
no merezca por mis aptitudes y cualidades personales pero que disfruto con
plenitud y precipitaci�n y, por qu� no decirlo claramente, con el miedo de que
m�s pronto que tarde todo se vaya al garete y amanezca de nuevo en mi cama,
solo, salido y sin catarlo.



Esta disgresi�n, quiz� algo prematura para las alturas del
relato en que me hallo, viene a dejar inocente constancia de que si algo tuve
que ver yo en mi cambio de situaci�n, fue de forma involuntaria, obligado por
las circunstancias y, no obstante, levemente consciente del barullo en que, por
una feliz confusi�n, me met�a yo solito.



El caso es que una vez adecentadas nuestras respectivas
personas, Encarna acudi� a abrir la puerta de la habitaci�n seguida por mi
mirada lasciva, clavada, impepinablemente, en el mel�dico bamboleo de su
pandero.



Detr�s de la puerta apareci� el rostro, primero, y la
figura despu�s del cabroncete del gerente, m�s melifluo y maripos�n que cuando
me condujo hasta la habitaci�n donde se hab�a consumado el homenaje. Y no estaba
s�lo el tipejo �ste porque detr�s de �l apareci� un tipo alto, cuadrado, y con
una expresi�n en el semblante que oscilaba entre la diversi�n y la malquerencia.
Ambos, el gerente y el tipo alto entraron en la habitaci�n. Me di cuenta en
seguida de que �ste �ltimo era un tipo con m�s poder que el gerente y con cierto
ascendiente sobre Encarna, a la que ni tan siquiera mir�, como si �sta fuera un
mueble cualquiera de la habitaci�n. A quien s� miraba era a m�, como si tratara
de reconocerme o se estuviera grabando mis rasgos en el disco duro de su cabeza.
Y mientras, el gerente no dejaba de mariposear: hablaba, se retorc�a, se
excusaba, ped�a perd�n. Hasta pasado un buen rato no ca� en la cuenta de que se
estaba excusando conmigo por haberme confundido con Pedro Alfaro, es decir, con
otro Pedro Alfaro, a quien no conoc�a personalmente, y de ah� la confusi�n y
todo lo dem�s. El otro tipo, mientras tanto, me observaba sonriente, y Encarna,
a la que percib� de reojo, con cierta decepci�n.



En un abrir y cerrar de ojos el enredo se hab�a desenredado
hasta el punto de dejar bien acreditada mi usurpaci�n. En este contexto alguien
sobraba all�, es decir, sobraba yo. El gerente me tom� por los hombros y de muy
buenos modos, pero fuertemente secundado por el tipo alto, me invit� a salir al
pasillo, excus�ndose una y mil veces por su error.



Pues nada, pues sal�.



Poco despu�s el gerente me conduc�a �para mi sorpresa, pues
pens� que me iba a echar a patadas del hotel�, frente a la puerta del Director,
con quien hab�a olvidado ten�a concertada la entrevista y a quien descubr�,
atisbando por la puerta entreabierta, poniendo morritos ante un gran espejo de
su despacho. Ni qu� decir tiene que entr� en �l con aprensi�n, temiendo una
encerrona de los dos invertidos, es decir, del director y su gerente. Y m�s
cuando, en mi nerviosismo, se me cay� la c�mara digital al suelo y el director,
ni corto ni perezoso, se agach� amablemente delante de m� y me la tendi� desde
el suelo, sol�cito, con las dos manos.



No pude por menos que sonre�r ante los recuerdos que tal
escena reproduc�a en mi mente, aunque en ellos era Encarna la que me tend�a la
c�mara, arrodillada y bien picarona.



��De qu� se r�e? �me pregunt� el director.



No le respond� y me limit� a cumplir con mis obligaciones
de reportero malpagado. Cuando una hora despu�s abandon� el hotel de marras
estaba lejos de imaginar las sucesivas sorpresas que el destino me ten�a
reservadas, sorpresas que conduc�an, por vericuetos que �si me animo a lo mejor
desvelo�, hasta esta tierra id�lica en la que me hallo ahora.



Arcadia, mi Arcadia.



La historia es larga. Y a lo mejor hasta termino por
contarla.



Ya veremos.




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Relato: Et in Arcadia ego (1)
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