1ra parte

De todas mis aventuras, que han sido muchisimas, recuerdo con
especial cari�o, a al padre de un pololito que tuve y que me inicio en
exquisitas variantes er�ticas. Desde el primer d�a en que lo vi, se me puso
entre ceja y ceja la idea de tir�rmelo. Cada vez que la ocasi�n se me daba, yo
coqueteaba descaradamente con �l. Yo hab�a notado que m�s de una vez, don
Eduardo me hab�a observado el culo y las piernas, con miradas no muy santas. La
oportunidad lleg� un d�a s�bado, en que la familia se preparaba para recibir a
unos invitados. Era un d�a muy agradable y yo solo andaba vestida con una
ajustada polera y un pantal�n de mezclilla totalmente ajustado color azul, y un
top blanco de lycra ajustado a mis pechos, estos son firmes y redondos, abajo de
mi pantal�n tra�a una tanga de encaje el�stica de las m�s chiquitas, esta estaba
metida entre mis nalguitas y nada mas se asomaba el hilo que sal�a en la parte
superior de ellas cerca de mi cintura, por adelante solo cubr�a lo necesario,
cubr�a apenas mi vagina desapareciendo en la parte inferior haciendo un
triangulito chiquito.

El estaba preparando el almuerzo de ese d�a y yo estaba
ayud�ndolo, mientras el resto de la familia hab�a ido al supermercado de
compras. La cocina no era muy espaciosa, por lo que en nuestros desplazamientos,
nuestros cuerpos se rozaban continuamente.

Decid� provocarlo un poco y entre los casuales roces, comenc�
a intensificar cada vez m�s mis acercamientos, cada vez que pasaba al lado de
�l, yo acercaba mis nalgas a su bulto y lo rozaba con mi trasero, poco a poco
fui notando que su paquete adquir�a notoriamente, una sobresaliente
consistencia.

En un instante el quedo ubicado justo detr�s m�o y note que
su respiraci�n estaba bastante agitada, me quede delante de �l sin moverme,
hasta que de pronto, sent� una de sus manos en mi cintura. Me quede inm�vil,
aguantando la reparaci�n, esperando sus avances. No deseaba hacer ni decir nada,
que pudiera detenerlo. Don Esteban, notando mi actitud me abraz� desde atr�s y
acerc�ndose a mi o�do, me comenz� a decir lo hermosa y deseable que yo era,
junto con eso comenz� a besar mi cuello y mis orejas.

Sent� una mano debajo de mi blusa. Me alert� y di un peque�o
salto en mi asiento pero esa mano me sostuvo firmemente en mi lugar. Apenas
logr� escuchar un:

-�Ssshhh!

Otra mano me detuvo del brazo con fuerza pero sin lastimarme
Suavemente continu� aquella caricia, un roce suave, c�lido, apenas perceptible.
Advert� que era agradable, muy agradable para m�, su mano rodeaba mis senos y
tocaba mis pezones como por casualidad viajaba a mis axilas, a mis brazos y
regresaba. Poco a poco me fui relajando, cerr� los ojos y lo disfrut�.

Finalmente sucedi�, pens� y me gusta. No hab�a prisa Y sent�
que continuaba simplemente me relaj� Despu�s de todo eso era lo que yo estaba
buscando.

Como respuesta y en un af�n de alentarlo, eche mi cabeza
hacia atr�s y comenc� a gemir suavemente. Apenas puso sus manos en mis senos,
estos se endurecieron y se agitaron inmediatamente, mis pezones estaban
dur�simos, don Esteban comenz� a amas�rmelos con verdadero deleite, en tanto me
refregaba su abultado y endurecido miembro, por sobre mis nalgas.

Me sorprend� el sentir su firme erecci�n, sent� incontenibles
deseos de conocer y tocar aquella parte de su admirable y varonil cuerpo.
Deseaba comprobar si el atributo que sent�a en mis nalgas era realmente tan
fenomenal, como las sensaciones de mi culo me lo transmit�an. Deslic� hacia
atr�s mi mano t�midamente, y palpe la dureza de su sexo.

Fui entrando en confianza y comenc� a recorrer una y otra vez
toda la extensi�n de aquel sorprendente objeto. Sin poder resistirme a mi pasi�n
y curiosidad por el tama�o de ese majestuoso pedazo de carne, me gire hacia �l.

Mientras don Esteban besaba mis pechos, mi rostro y mi boca,
yo continuaba acarici�ndole el miembro por encima del pantal�n. El se bajo el
cierre y saco a la luz, su descomunal aparato. Era incre�blemente largo, media
por lo menos 22 cm., y adem�s lo tenia terriblemente grueso. En ese momento me
fui imposible dejar de pensar, que la gen�tica no hab�a realizado una buena
labor en el caso de mi pololo, ya que era m�s que obvio, que Dario no hab�a
heredado ni la mitad de esta caracter�stica familiar.

Ver ese monumental aparato y calentarme fue una sola cosa. Mi
vagina comenz� a palpitar, como sintiendo la necesidad de comerse ese verdadero
monumento f�lico. Sinceramente, yo estaba absorta mir�ndosela y toc�ndosela,
mientras se la meneaba, pod�a notar claramente en la palma de mi mano el intenso
calor, que emanaba de su terrible instrumento.

Cuando agudic� mis sentidos pude percibir, como le lat�a el
miembro en constantes y poderosos impulsos. Se lo agarr� con mis dos manos y
comenc� a darle intensos apretones, sobre la superficie del turgente tronco,
brillantes gotas de semen asomaron por la hendidura de la inflamada cabezota.

Todos mis pensamientos estaban fijos en saborear esa
maravilla de �rgano, as� que me arrodill� en el suelo, dejando mi rostro justo
al frente de su super-miembro. La visi�n de esa tranca fue a�n m�s espectacular,
al tenerla frente a mis ojos. Acerque mi lengua y recog� con la punta, las
gotitas de esperma que luc�an radiantes en el hinchado glande.

Enseguida y sin detenerme, me lo lleve a la boca,
succion�ndoselo con intensos deseos. Mientras se la chupaba �l acariciaba mis
cabellos y me dec�a dulces y tiernas frases de ardor. En mi cabeza se fue
fijando la idea de probar el sabor de su moco, as� que mientras se la mamaba,
comenc� a apretarle la bolsa de sus peludos test�culos. El inmenso embolo
respondi� a mis caricias hinch�ndose y endureci�ndose hasta que mi boca, fue
incapaz de soportar las incre�bles dimensiones que iba adquiriendo.

El gem�a de placer, haciendo grandes esfuerzos para evitar
que estallase el volc�n que ten�a entre sus piernas. El gigantesco miembro no
entraba entero en el interior de mi boca, por lo que solo pod�a introducir en mi
boca la roja manzana de su cabeza. Por momentos la abandonaba, solo para pasear
largamente mi lengua por toda la dura longitud del miembro, llen�ndolo con mi
saliva de una capa viscosa y pegajosa.

El en tanto hacia enormes esfuerzos para contener el derrame,
que lo amenazaba desde su interior, aguantando para vaciarse en mi boca, que
tanto deleite le proporcionaba a su inflamado hierro.

Segu� chupando y frotando con una lujuria desenfrenada. Un
espasm�dico temblor en su cuerpo lo sacudi� por entero, sac�ndolo de mi boca
todav�a m�s inflamado que antes, comenc� a pajearlo. Mi mano recorr�a su pedazo
a mil por hora, en un desaforado ir y venir, hasta que lo vi retorcerse y al
instante su verga comenz� a escupir violentos, largos y continuos lechazos, que
cayeron en una terrible erupci�n sobre mi cara, mi cuello y mis tetas.

Su excitaci�n brotaba en sucesivos y espesos escupitajos, los
que saltaban con tal fuerza que mojaron por completo mis cabellos y mi rostro;
abundantes raciones de moco, goteaban sobre el piso formando un blancuzco charco
de moco, justo en medio de mis rodillas. No recordaba a nadie que se hubiera
corrido nunca de esa manera, mis mejillas a�n estaban hinchadas con la carga que
manten�a en mi boca.

Cuando por fin ceso su acabada, me mire en las tetas los
incre�bles grumos de semen que tenia regado por todas partes, mis pechos y mi
cuello estaban pegajosos debido a la cantidad de esperma que �l hab�a vertido,
sent�a mi cara igual que cuando me echaba crema de belleza. Con mis dedos
intente limpiarme un poco, pero solo consegu� esparcirla a�n m�s.

Casi como en un gui�n cinematogr�fico, justo en ese momento,
escuchamos ruidos en la puerta de calle. Era el resto de la familia que
regresaba del supermercado. Don Esteban puso una cara de espanto tremenda, y no
era para menos, ya que no costaba nada imaginarse la escena que se producir�a si
la Sra. Julia y sus hijos, entre ellos mi pololito, entraban a la cocina a dejar
las compras y me encontraran all� arrodillada, ante �l y con mi rostro y mis
cabellos cubiertos por las cremosas y abundantes raciones sexuales de su marido.

Me reincorpore de un brinco y sal� raudamene, hacia el ba�o
de servicio, que estaba muy pr�ximo a la cocina. Lo ultimo que alcance a ver,
eran los desesperados intentos de mi suegro, por subirse los pantalones. Alcance
a entrar al ba�o, justo en el instante que escuchaba a la Sra. Julia saludando
alegremente a su marido.

Al parecer los desesperados intentos de don Esteban, por
componer su apariencia, hab�an tenido �xito, ya que cuando me atrev� a salir del
ba�o, con mi mayor aire de inocencia, todo estaba en calma y muy normal.

El resto de la tarde transcurri� muy naturalmente. Pero yo
pod�a notar en los ojos de mi suegro, una extra�a mezcla de lujuria y
preocupaci�n, cada vez que nuestras miradas se encontraban.

Jacqueline - Chile