Eduardo siempre insist�a para que estudi�ramos juntos en su
casa. En la facultad, yo ten�a otras amistades y entonces no �ramos amigos. Solo
los saludos de rigor por compartir varias c�tedras. En realidad Eduardo era unos
a�os mayor que yo, ten�a 23 y en el segundo a�o de carrera yo ten�a 19. Yo pon�a
constantemente alguna excusa para no aceptar sus invitaciones; claro, siempre
trabajaba con mi grupo de amigos: Alejandra, Ricardo, Gustavo y Jorge, entre
otros que ya no recuerdo. No es que me resultara pesado, ni antip�tico,
simplemente sent�a que no ten�a ninguna afinidad con Eduardo.
Hasta que, claro, en una oportunidad, yo me sent� tan mal de
negarme otra vez, que no pude decirle "no", y quedamos encontrarnos en su casa
el fin de semana siguiente.
Eduardo era un muchacho muy t�mido y callado. Ten�a una gran
inteligencia y una apariencia melanc�lica. Sus ojos negros, siempre lejanos,
casi tristes, eran de una expresividad poco frecuente. Era muy alto. Su pelo
negro, en aquel entonces bastante largo, era ondeado y grueso. Su personalidad
nunca encajaba con el entorno.
Ese s�bado me recibi� en su departamento de un ambiente de la
Avenida C�rdoba. Recuerdo un d�a gris, con una llovizna que cubr�a todo Buenos
Aires. Pero esa tarde hac�a un fr�o insoportable, viento helado del sur, un d�a
terrible. Yo estaba de mal humor al tener que salir de casa con un clima
semejante. Al abrir la puerta me sonri� estir�ndome la mano. "�Hola!, cre� que
no vendr�as". Pens� "Estuve a punto...", y con una sonrisa lo salud� un tanto
efusivamente, tal vez para que no notara mis pocas ganas de encontrarme en ese
sitio.
Su departamento era peque�o. Sobre el piano, miles de hojas y
papeles. Hab�a una estanter�a llena de libros, un sof� que se hac�a cama y una
gran alfombra con algunos almohadones. Sobre la mesa peque�a hab�a una l�mpara,
un lapicero y un mont�n de cosas que �l se apresur� a ordenar para que yo me
sentara. Ese d�a nos hab�amos citado para hacer un trabajo para filosof�a,
materia que no nos era muy simp�tica.
Eduardo trajo caf� y nos pusimos a hablar. Poco a poco empec�
a sentirme muy a gusto. Habl�bamos de muchas cosas. Fui descubriendo a un tipo
con mucha sensibilidad y me interes� m�s y m�s en sus opiniones y respuestas.
Por fin, entre bromas y risas, decidimos comenzar a estudiar. Tomamos un par de
libros, unas hojas, y con otro caf� nos instalamos sobre la alfombra.
Confieso que el estudio con Eduardo me pareci� interesante. Y
despu�s de un rato fue fascinante. Discut�a con �l los distintos puntos de vista
de diversos autores, discern�amos juntos las definiciones, nos pele�bamos, nos
pon�amos de acuerdo, en fin; despu�s de un tiempo ya hab�amos tomado unos
cuantos apuntes y los temas se hab�an aclarado en nuestras mentes. Entonces
decidimos descansar un rato. Yo me tir� en el sof�. Eduardo trayendo un libro se
sent� a mi lado y comenz� a mostrarme sus p�ginas. Era un libro de arte.
Recostado entre almohadones lo observaba mientras �l hablaba
calmadamente sobre pintura barroca. Sus manos acompa�aban admirablemente su
manera de expresarse y sus gestos reflejaban el entusiasmo que sent�a. Yo segu�a
mirando y not� para mi sorpresa como Eduardo empez� a atraerme de una manera
extra�a.
Eduardo se acerc� m�s a m�. La habitaci�n se hab�a oscurecido
y negras nubes se divisaban en el cielo. Ahora �l se apoy� un poco sobre mi, sin
dejar de mostrarme las im�genes del libro. Su voz me seduc�a. Iba usando
distintas entonaciones seg�n era su relato. Cada tanto su aliento llegaba hasta
m�, tal era la cercan�a de nuestros rostros. Al sonar un trueno, instintivamente
nos sobresaltamos y nos pegamos m�s al otro. Pod�a sentir el calor de su cuerpo.
Eduardo hizo entonces, una cosa que me dej� como fascinado: pas� su brazo por
encima de mis hombros y me rode� con �l. Me pregunt� si estaba c�modo. Yo le
dije que s�, y fue ah� que estir� las piernas, poniendo una encima de su muslo.
�l me mir� y me sonri�, Yo le devolv� la sonrisa y al ver la lluvia caer sobre
la ventana me estremec�.
-�Ten�s fr�o?
-S�, un poco
En realidad, la habitaci�n estaba helada. Creo que al hablar
se pod�a ver el vaporcillo de nuestro aliento. Entonces Eduardo dej� el libro a
un costado y para mi sorpresa me tom� en sus brazos.
-S�, hace un fr�o del diablo. Te pido perd�n porque no
funciona la calefacci�n.
Y comenz� a frotarme fuertemente los brazos, las piernas, los
muslos.
Yo sent�a toda su fuerza. Me pasaba su energ�a mientras me
miraba con una expresiva sonrisa.
-�Va bien?
-Si, creo que estoy un poco descompensado de temperatura
-Voy a traer una manta
Se levant� hacia el placard y volvi� trayendo una frazada
pesada. Me dej� envolver con ella y �l retom� los masajes. Mientras �l hac�a
esto, lo miraba sin sacarle los ojos de encima. Me atra�a terriblemente. Su
camisa estaba abierta y unos pelos negros sal�an de su pecho lleg�ndole hasta el
cuello. Se hab�a arremangado dejando desnudos sus velludos brazos. Sus manos
grandes y vigorosas, sensualmente masculinas, no dejaban de sobarme.
-Desabrochate el cintur�n
Yo lo mir� at�nito.
-Es para que no se bloquee tu circulaci�n.
Yo obedec� como un alumnito de escuela. Dej� caer mi cabeza y
cerr� los ojos. Entonces sent� que sus masajes se hac�an m�s suaves. Pronto sus
movimientos fueron caricias. Yo ten�a los ojos cerrados. Cuando los abr� me
encontr� cara a cara con Eduardo. �l me miraba a los ojos y eso me dej� quieto
en una actitud de entrega. Entonces �l se acomod� dentro de la manta y muy junto
a m� me rode� con sus brazos.
-�Est�s m�s caliente ahora?
-Si, estoy muy bien
-Yo tambi�n entr� en calor-, y diciendo esto me abrazaba m�s.
Me dijo que era muy placentero estar as� arropados en un d�a como ese. Yo
comenc� a sentir como sus manos me acariciaban desde su posici�n. Se sent�a de
maravillas y con no poco asombro.
-Cuando era un ni�o, iba siempre de campamento � me dec�a � y
nos ense�aron a tomar calor con el contacto de la piel del otro, en los casos en
que es necesario hacerlo. Dejame que te ense�e.
Eduardo me desabroch� la camisa, abri�ndola bien; luego �l se
quit� su camisa y apoy� su torso desnudo contra el m�o. Era un placer
inexplicable. Con leves movimientos, todo era calor y voluptuosidad. Sent�a sus
duros pelos frotarse contra mi pecho, Yo a�n no ten�a mucho vello. Nos abrazamos
fuertemente y �l acomod� nuevamente la frazada alrededor de nuestros cuerpos,
unidos en un suave frotarse. Su cara qued� oculta entre mi hombro y mi cuello y
su cabello me rozaba la mejilla. Todo era tan sensual que entr� en una especie
de �xtasis.
-Yo tambi�n me voy a desabrochar el cintur�n, no quiero que
te lastime
El caso es que no s�lo se lo desabroch� sino que tambi�n se
baj� los pantalones hasta los muslos. Ahora pod�a sentir el bulto de su slip
rozarse con el m�o. Empuj� su pelvis contra la m�a. Hab�a algo r�gido bajo su
calzoncillo. Eduardo se mov�a muy suavemente. Con cada movimiento, mi pija
respond�a endureci�ndose poco a poco. Pronto nuestras vergas eran barras de
hierro pegadas una a la otra. No dijimos m�s nada, no hac�a falta. Eduardo,
lentamente, fue deslizando su slip y cuando estuvo a la altura de su pantal�n
pude sentir con m�s nitidez su pija. Siempre lentamente tom� los bordes de mi
pantal�n y mi calzoncillo que a�n estaban a la altura de mi cintura, y los fue
bajando. Hubo una peque�a resistencia por el tama�o que hab�a alcanzado mi
miembro que imped�a que el calzoncillo bajara. �l, muy suavemente, estir� el
el�stico por sobre mi pija y continu� baj�ndome la prenda hasta que sent�
enseguida como su verga descansaba otra vez sobre la m�a, pero esta vez piel con
piel. Su contacto era maravilloso. Eduardo se incorpor� un poco y me mir�
tiernamente. Sus ojos eran ahora de una tranquilidad profunda.
Con el torso desnudo, emerg�a de entre la frazada, sentado
sobre mis muslos. Baj� la vista y me qued� mirando asombrado una enorme verga
que de tan dura se pegaba a su ombligo, arqueada bien hacia arriba. Su glande
descubierto segregaba unas gotas de transparente l�quido que goteaba sobre sus
negros y largos pelos. Por debajo, colgaban unas bolas bien peludas, muy suaves
y blandas. En el ancho tronco se dibujaban unas peque�as y azulinas venas.
Nunca, nunca, hab�a visto nada tan precioso. Eduardo era extremadamente velludo.
Los pelos negros contrastaban con lo blanco de su piel. Tener esa imagen delante
de m�, me excitaba m�s y m�s.
Entonces comenc� a tocarlo. Primero me deslic� por sus
brazos. �l entreabri� la boca, soltando leves suspiros entrecortados. Yo
recorr�a sus brazos de arriba abajo. Mis dedos peinaban su vello, recuerdo que
jugu� con eso un rato largo. Luego toqu� sus pezones, que respondieron
poni�ndose erectos y salientes. Acarici� todo su pecho. Era como sobar a un
peque�o oso. Mis manos desaparec�an entre sus pelos. Eduardo se mov�a sobre m� y
yo tom� su verga dura entre mis dos manos. Atrapada, la pija se deslizaba entre
mis palmas como si estuviera penetr�ndome. Le frot� suavemente los huevos y �l
gimi� sonoramente. Al verlo tan excitado le met� un dedo en el agujero,
separ�ndole los largos pelos que invad�an su esf�nter. En ese momento pens� que
iba a acabar sobre m�, pero sigui� movi�ndose incontroladamente. Su verga, que
apenas cab�a en mi mano, estaba completamente lubricada con su jugo; hice que se
acercara a m� y me tragu� ese tronco hasta sentirlo en mi garganta. Lam� todo su
l�quido, y por primera vez sent� ese gusto raro en mi boca. Me met� sus pelotas
en la boca y chup�, chup� sin tener idea del tiempo. S�lo volv� a la realidad
cuando �l me tom� de las axilas y me incorpor�. Al quedar frente a m� me mir�
afanosamente. Estudi� cada parte de mi cuerpo, �l me tocaba los pezones, los
muslos, los brazos. Mi pija estaba muy endurecida, anhelando ser sobada; pero
Eduardo estaba dejando ese placer para despu�s. Como un paciente investigador,
estaba acariciando los lados internos de mis muslos, los cuales ya eran bastante
velludos. A cada caricia, mi pija largaba un peque�o chorro de l�quido,
movi�ndose en el aire con tenues latidos. Yo no daba m�s; quer�a
desesperadamente que me tocara con sus manos. Pero �l sigui� toc�ndome la
entrepierna, sigui� con mis bolas, frotaba y sobaba dejando que sus manos
jugaran con tan suaves pliegues; tambi�n daba peque�os tirones a mis pelos del
pubis. Siempre tuve mucha cantidad de pelo ah�, lacios y largos. Por fin, cuando
cre�a que iba a tener que suplicarle sent� su dedo en la punta de la pija, la
cual se arque� al instante liberando un nuevo goteo de jugo transparente.
Entonces comenz� a girar su dedo por toda la extensi�n del rosado glande. Pronto
aplic� toda su mano y mi verga se abandon� a sus caricias. Yo tambi�n se tom� y
comenzamos a masturbarnos juntos. �l se inclin� sobre m� y abriendo la boca me
bes� con una pasi�n que nunca hab�a sentido.
Hicimos el amor. En un abrazo, ca�mos al suelo y sin dejar de
besarnos me llevo las manos a su culo. Comenc� a masajear su agujero, al ver que
se agrandaba avanzaba con un dedo...dos ...�tres!. Se dio vuelta y mi boca fue
directamente a su culo. �l abri� las piernas y se separ� las nalgas. Yo no
paraba de lamer. Met� la lengua bien adentro, su cuerpo se contrajo de placer, y
yo segu� chupando fren�ticamente. Instintivamente me puse sobre �l y mi pija
quedo entre sus gl�teos. Eduardo hizo un movimiento m�s y mi verga penetr� aquel
agujero meti�ndose m�s y m�s adentro suyo. Sent�a todo su ser alrededor de mi
pija. Y nos mov�amos tanto que comenzamos a gritar y a sudar copiosamente. Era
el final. Entonces �l, se dio vuelta y tomando mi verga se la meti� r�pidamente
hasta el fondo de su boca. Yo, totalmente fuera de control acab� dentro de �l
sintiendo como me mamaba hasta la �ltima gota de semen. Entonces agarrando su
pija hice lo mismo. Mov� mis manos alrededor de su tronco y sent� un chorro
golpear en mi lengua y mi paladar, y su semen caliente inund� mi garganta.
Cuando nos quedamos quietos, uno encima del otro; la
sensaci�n de fr�o volvi�. �l tom� nuevamente la frazada y nos envolvimos con
ella sin dejar de abrazarnos.
Lo bes�, Nos besamos largamente sin decir nada mientras la
tarde ca�a. Ese fue el comienzo de nuestra amistad... que por cierto fue muy
�ntima.
Franco
POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO