EL INQUILINO
Autor: Incestuosa
Cap. I
La casa no era tan grande. En realidad se trataba de una
antigua vivienda de un solo piso, habilitada de una peque�a cocineta, una salita
de estar y tres dormitorios. Estaba constru�da toda de madera, lo cual a m� me
agradaba mucho, pues en las calurosas noches de verano se pod�a dormir con
tranquilidad, sin tener que echar mano de los extra�os aparatos de ventilaci�n
que tanto da�o me hac�an.
Yo estaba jubilado desde hac�a tiempo, pues rebasaba ya los
sesenta a�os y para colmo, la pensi�n que me daba el Gobierno cada vez alcanzaba
para menos. "Es la maldita inflaci�n", dec�a yo, tratando de darme �nimos sin
conseguirlo. Y aunque era viudo y no ten�a obligaciones ni a nadie m�s que
mantener, de vez en cuando los antojos por comprarme alguna cosa se convert�an
en cosa inalcanzable para m�.
De modo que, despu�s de pens�rmelo mucho, no tuve m�s remedio
que poner en renta uno de los dormitorios. As�, con la entrada de dinero,
esperaba poder comer mejor y hasta quiz�s darme algunos peque�os lujillos de los
que hasta ahora hab�a tenido que privarme.
Puse un lac�nico anuncio de "SE RENTA DORMITORIO PARA PERSONA
SOLA" en el peri�dico local y me sent� a ver que ocurr�a. No tuve que esperar
mucho para que me llegara el primer inquilino interesado. Se trataba de un
hombre como de treinta y cinco, de aspecto juvenil, bajito de estatura, delgado
de cuerpo y blanco de piel. En seguida entramos en negociaciones y a poco
hicimos el trato. Yo le rentar�a la pieza que ten�a salida a la calle por tiempo
indefinido, y �l me pagar�a el numerario que yo estaba necesitando.
Una semana despu�s, mi inquilino se mud� a la pieza contigua
a mi dormitorio, separadas solamente por la antigua pared de tablas. Pasaron los
d�as sin que nada importunara mi tranquila vida de viejo lobo solitario. Y en
realidad era mejor as�, ya que yo estaba acostumbrado a vivir s�lo desde hac�a
muchos a�os. Y como jam�s tuve hijos en mi matrimonio, no me quedaba en el mundo
m�s que esperar a que se me llegara mi hora.
Cierta noche en que me hallaba planchando algunas camisas en
mi cuarto, comenc� a escuchar algunos ruidos extra�os provenientes de la
habitaci�n adyacente. Pero como soy un hombre al que le gusta respetar el
consabido principio de "Vive y deja vivir", no quise averiguar lo que estaba
sucediendo, de modo que dej� la prenda sobre la mesita y me sal� a dar un paseo.
Pocos d�as despu�s, siendo ya de noche, los extra�os ruidos
se repitieron, despert�ndome bruscamente de mi sue�o. Maldije para mis adentros
a aquel tipo, que al parecer aprovechaba las noches para hacer de todo, menos
dormir.
Los chirridos y golpeteos de la cama chocando contra la pared
de tablas continuaron por largo tiempo, sin que yo pudiera volver a conciliar el
sue�o. Mi inquilino debi� acabar con sus quehaceres nocturnos de madrugada, pues
fue cuando casi despuntaba el alba que volvi� a reinar el silencio.
Decidido a no dejar que mi vida se trastornara a causa de las
ocultas pr�cticas de aquel tipo, aquella misma tarde decid� cambiarme de cuarto,
y me instal� con todas mis cosas en el dormitorio m�s alejado.
No obstante, hasta all� lograba escuchar los suaves gemidos
que sal�an por las noches del dormitorio de mi inquilino, aunque debo decir que
todo eso ya no me quitaba el sue�o. Procuraba ignorar mentalmente lo que �l
hac�a, y hac�a intentos por concentrarme en la lectura de alg�n libro para
olvidarme de �l.
Los d�as siguieron pasando sin sentir, y cierta ma�ana en que
me encontraba leyendo sentado c�modamente en el porche de la casa, la inesperada
llegada del cartero me sac� de mi ensimismamiento cuando me dijo:
-Entrega para el Se�or Juan Jim�nez. El paquete tiene este
n�mero. �Vive aqu�?
-Si�.vive aqu�. Pero me temo que no se encuentra en este
momento.
-Oh, qu� pena. Se trata de una entrega urgente.
Yo permanec� callado. El cartero se lo qued� pensando un
rato, y despu�s me pregunt�:
-�Ser� que usted, se�or, podr�a entregarle el env�o?
-Bueno�. �dud�- No veo por qu� no pueda ser as�.
-Entonces firme aqu� �me dijo, poni�ndome enfrente un papel y
una pluma-
Firm� y me entreg� el paquete.
Se trataba de una caja cerrada, de tama�o regular, forrada
toda de papel. Con ella en mis brazos, entr� en la casa y la puse sobre el
sill�n. Por la noche, que era cuando mi inquilino sol�a regresar, estuve atento
a su llegada para entregarle el paquete. Pero las horas pasaron y el tipo no dio
se�ales de vida. De manera que, sinti�ndome un poco cansado, me retir� a dormir.
Como yo ten�a por costumbre levantarme muy temprano, y una de
las primeras cosas que hac�a era meterme en la cocina para prepararme un caf�,
vi el paquete depositado sobre el sof� cuando pas� por la sala. Deseando
entregarlo a su leg�timo due�o, sal� de la casa y me dirig� hasta la puerta de
su habitaci�n. Toqu� varias veces sin recibir respuesta. Al parecer, mi
inquilino no hab�a llegado aquella noche a dormir.
Volv� adentro y me prepar� la humeante taza, sent�ndome en un
sill�n de la sala. Mientras sorb�a el caliente l�quido, mis ojos observaban con
curiosidad el extra�o paquete color caf�. Me preguntaba qu� contendr�a. De
seguro deb�a ser algo grande dado el tama�o de la caja. Sin comprender el por
qu�, comenc� a sentir ciertos deseos escondidos por conocer lo que guardaba
dentro.
Me puse de pie y me acerqu� al sill�n, decidido a escudri�ar
aquella extra�a caja. Tom�ndola en mis manos le di vueltas, como buscando alg�n
indicio que me permitiera leer algo acerca de su contenido. Pero s�lo ve�a el
nombre y la direcci�n de mi inquilino escrito con plum�n negro. Y ni siquiera
ten�a remitente.
Al depositarlo de nuevo sobre el sof�, advert� que uno de los
lados se hallaba semi descubierto. Al parecer, el pegamento se hab�a desprendido
en parte, y me di cuenta que si desdoblaba el borde con cuidado, quiz� podr�a
cerciorarme de lo que conten�a.
Sin dejar de sentir cierta culpa, pudo m�s mi curiosidad de
viejo solitario, y jal� cuidadosamente el pliegue hacia fuera. Deshice el pegado
de papel y apareci� ante mis ojos la caja original. Trat� de leer lo que dec�an
las letras blancas expuestas en esa parte, pero todo ven�a en un idioma extra�o.
No deseando que mi inquilino advirtiera mi desleal
indagatoria, volv� a acomodar el papel para dejarlo como estaba. Esa misma
noche, cuando escuch� que Juan lleg� a su habitaci�n, agarr� el paquete y le fui
a tocar la puerta. Cuando apareci� frente a m�, me salud� con una sonrisa,
dici�ndome en seguida:
-Hola don Mart�n, �C�mo ha estado usted?
-Bien, don Juan. S�lo he venido a entregarle este paquete que
le trajo el cartero.
-Oh, qu� bien que ya lleg�. Lo hab�a estado esperando desde
hace d�as. �me respondi� complacido-
-De hecho, lo entregaron hace dos d�as, pero como no lo v� a
usted ayer�.
-Si. Lo siento mucho. Sucede que estuve fuera de la ciudad y
apenas regres�. Espero no haber dado molestias �me coment� sonriente-
-No, de ninguna manera �le asegur�-
-Muy bien, don Mart�n. Se lo agradezco mucho. �dijo, tomando
la caja-
-En realidad no ha sido nada. Y ahora me voy. Tengo cosas qu�
hacer. �le dije-
-Si, y much�simas gracias por el favor.
Regres� a mi casa y me dediqu� a leer durante toda la ma�ana.
Despu�s de la comida y sintiendo mi vista cansada, decid� salir a visitar a un
amigo con quien guardaba una vieja amistad. La charla se prolong� m�s de la
cuenta, y vine a dar a mi casa despu�s de las diez de la noche. Me sent�a
agotado. Cen� algo y decid� retirarme a dormir.
Cuando me dispon�a a tenderme en mi cama, los ruidos
provenientes de la habitaci�n de Juan volvieron a escucharse con sonora
claridad, s�lo que esta vez eran mucho m�s fuertes que de costumbre. Estuve
tentado a ir a reclamarle su indeseable conducta, a fin de que me dejara dormir
tranquilo. Pero de pronto record� la caja, y mi viejo y avispado instinto me
recomend� no hacerlo.
Me mantuve sentado sobre el borde de mi cama, intentando
adivinar qu� era lo que mi inquilino estar�a haciendo en esos momentos. Los
chirridos de su lecho y los golpes sobre la pared de tablas se intensificaban
cada vez m�s. A poco se dejaron o�r una serie de lamentos y gemidos tan fuertes
que me hicieron estremecer.
�Qu� clase de extra�o ritual estar�a practicando aqu�l
hombre? �Se estar�a acaso masturbando? �Tendr�a tanto vigor, a pesar de su
juventud, para hacer todo eso casi a diario? �Qu� ser�a lo que contendr�a
aquella extra�a caja? �Tendr�a que ver algo con todo lo que estaba escuchando?
La serie de sucesivas preguntas sin respuesta que me ven�an a
la mente me aturd�an. Y para colmo, todo aquel infame ajetreo me robaba la
tranquilidad. Sab�a que no podr�a dormir en medio de todo aquel jaleo. Y a pesar
de que me hab�a mudado a la habitaci�n m�s lejana, ni as� paraba de escuchar las
peripecias de Juan dentro de su propia habitaci�n. Pas� bastante tiempo sin que
los ruidos y jadeos dejaran de o�rse.
Poco a poco se fue despertando dentro de mi el extra�o deseo
por saber lo que estaba pasando en la habitaci�n de mi inquilino. Jam�s me
hubiese imaginado que a mi edad pudiera yo estar dudando entre dos pensamientos
contrapuestos. Uno me dec�a que indagara lo que suced�a en el otro cuarto, y el
otro me recriminaba inst�ndome a no hacerlo.
Hundido en medio de aquella interminable lucha mental, pudo
m�s mi instintivo sentido de la curiosidad, y decidido a llevar adelante mi
escondido anhelo por conocer de una vez por todas la verdad, me levant� presto y
me introduje en la habitaci�n vac�a, que yo mismo hab�a abandonado hac�a pocos
d�as.
R�pidamente, me di a buscar un resquicio entre las junturas
de las tablas que me permitiera acceder a la visi�n del interior del cuarto de
Juan. Record� de pronto que hac�a pocas semanas hab�a arreglado algunas de las
viejas tablas de mi cuarto, poniendo mastique pl�stico entre ellas. De manera
que me acerqu� justo al sitio donde el material aparec�a m�s fresco, y hurgu�
con el dedo con la firme intenci�n de hacer un agujero.
Al darme cuenta de que no podr�a lograrlo con mis manos, fui
hasta la cocina y me hice de un cuchillo de punta larga. Habiendo retornado al
mismo lugar, me di a la cuidadosa tarea de ir eliminando lentamente la suave
masilla pl�stica hasta que al fin �sta fue cediendo. Mientras lo hac�a, los
gemidos y lamentos no dejaban de o�rse, lo cual me facilitaba en gran manera la
tarea.
En el fondo tem�a ser escuchado por Juan, aunque me daba
cuenta de que sus extra�os lamentos le impedir�an definitivamente advertir mis
maniobras entre las tablas. En pocos minutos pude hacer un peque�o hoyo desde
donde pod�a ver hacia el interior de su cuarto.
Acuclillado sobre el piso, me acomod� de la mejor manera que
pude y pegu� uno de mis ojos al agujero. Lo que vi me dej� perplejo. Mi
inquilino se hallaba subido sobre su cama completamente desnudo. Vi que con una
mano ten�a agarrada su verga, y se la jalaba con furia inaudita manteniendo los
ojos cerrados. El extra�o y dulce rictus de �xtasis que mostraba su contra�do
rostro me lo dec�a todo. Como lo hab�a supuesto, el tipo se estaba masturbando.
Pero hab�a algo raro en su forma de proceder que me causaba
dudas. Al parecer, Juan se hallaba como flotando sobre algo, pues pod�a advertir
que sus nalgas no llegaban a tocar las s�banas de la cama. Para mi desgracia, el
agujero no era lo suficientemente grande para poder tener una visi�n completa de
todo el panorama.
Despegando mis ojos del hoyo, volv� a tomar el cuchillo y
comenc� a agrandar la oquedad. Ahora necesitaba salir de dudas y ya estaba
demasiado excitado para andarme con indecisiones. Cuando logr� mi objetivo, me
acerqu� de nuevo a la pared y comprob� complacido que hab�a hecho lo correcto.
Pero esta vez mi sorpresa fue mayor. No hab�a dudas de que mi
inquilino sab�a aprovecharse muy bien de las largas noches de lujuria que le
proporcionaba la soledad de su cuarto. Y no ten�a dudas tambi�n de que el tipo
era un hombre creativo para esas lides. A un lado de la cama, pude ver que la
caja se hallaba vac�a, tirada sobre el piso y completamente abierta.
Levant� la vista y distingu� a una figura de color carne,
pero en estado inanimado, que aparec�a est�tica detr�s del cuerpo de Juan. �ste,
puesto en cuclillas, se mov�a sobre las piernas abiertas de aqu�l mu�eco de goma
inflable, disfrutando con locura de sus propios movimientos.
Esper� con impaciencia para saber qu� clase de artefacto
ser�a aquella cosa, que de manera tan fant�stica hac�a gozar a mi caliente
inquilino. Y entonces lo pude ver bien. El mu�eco de goma portaba una verga
tiesa, hecha al parecer de material macizo y de aceptable tama�o y grosor,
adherida al centro de su abierta entrepierna. Y Juan, entregado como un poseso,
se gozaba intensamente con aquel pene metido dentro de su abierto culo.
A juzgar por la evidente actitud de perverso disfrute que
manifestaba aquel hombre, me di cuenta que el contenido de la extra�a caja no
deb�a ser otra cosa que aquel mu�eco artificial, sin vida propia, que a pesar de
ello pod�a complacer con bastante amplitud a su cachondo due�o.
Mientras tanto Juan no dejaba de sudar, extasiado hasta el
delirio con aquel pedazo de l�tex metido hasta las cachas, al tiempo que sus
nalgas se mov�an con indescriptible precisi�n y cadencia sobre el artefacto
penil que portaba el mu�eco de goma. Ve�a los est�ticos brazos del artefacto
moverse ante el efecto del peso del cuerpo de mi inquilino, en tanto �ste no
dejaba de moverse ni un solo instante, empalado con aquella cosa en el hoyo de
su abierto culo.
Por largo tiempo Juan se mantuvo movi�ndose sin cesar montado
a horcajadas sobre el gui�ol, con la tranca perdida en su interior, sin que su
boca dejara de proferir aquellos intensos lamentos de placer y lascivia. Era m�s
que patente el gozo y la lujuria que le causaba el sentirse penetrado por detr�s
por aquella verga de hule.
Pero por lo visto, el tipo no deseaba acabar tan pronto con
aquellos juegos culeatorios con su amante pasivo, ya que pude advertir cuando
detuvo de pronto sus movimientos para sacarse lentamente el pito de l�tex de su
trasero. Cuando pudo deshacerse del tolete de goma, se baj� de la cama con
movimientos felinos, y acomod� el mu�eco de tal forma que su cara le quedara
expuesta frente a su ansioso pito parado, al que ve�a rezumar gruesas gotas de
semen de la inflamada cabeza.
Cogiendo la cabeza del mu�eco con sus manos, coloc� sus dedos
sobre la boca del artefacto y �sta se fue abriendo de pronto, mostr�ndome
claramente un hueco de regular tama�o, muy parecido por cierto a la natural
cavidad de una boca humana. Acto seguido, mi inquilino acerc� su pene enhiesto
al agujero bucal del mu�eco, y fue insertando su polla dentro.
Los gemidos que de nueva cuenta comenz� a proferir me dejaron
adivinar lo que Juan estaba sintiendo, al ingresar lentamente dentro de la boca
abierta del extraordinario mu�eco. Cuando lo hubo penetrado por completo, inici�
una serie de movimientos de vaiv�n, entrando y saliendo de la oquedad pl�stica,
al tiempo que lo manten�a cogido de la cabeza.
Era indudable que aquel artefacto estaba hecho para poder
gozarlo de diferentes maneras, pues mi inquilino jadeaba y gem�a lament�ndose de
placer, al tiempo que sus muslos se mov�an con envidiable cadencia sobre la boca
abierta del mu�eco, mientras su pija se deslizaba en el interior de aquel
apretado laberinto del delirio. Por largos minutos estuvo Juan entregado por
completo a aquellas extra�as artes mamatorias, que al parecer le prodigaba las
m�s intensas y salvajes sensaciones de lujuria.
No me extra�� en lo absoluto que las manifestaciones de
placer que sal�an de la garganta del hombre comenzaran de pronto a incrementarse
con furia, en tanto sus arremetidas sobre la boca del mu�eco se hac�an mucho m�s
salvajes y fren�ticas. En pocos segundos Juan se derram� en el interior de aquel
pasadizo secreto, mientras apretaba fuertemente la cabeza del objeto de goma
contra su afiebrado y estremecido pubis.
A pesar de la tremenda y abundant�sima venida, el tipo
mantuvo por un buen rato su enhiesto pito dentro de la boca del mu�equito, hasta
que al fin, sintiendo que su polla disminu�a su grosor, deshizo el abrazo y fue
sacando lentamente su aguado p�jaro de la oquedad artificial. En seguida Juan me
demostr� que a pesar de lo brioso que era para practicar aquellas cosas,
igualmente acusaba cansancio, ya que se tendi� cuan largo era sobre la cama,
quedando a un lado del inm�vil artefacto, que sin duda ser�a, en lo sucesivo, su
m�s �ntimo compa�ero de juegos.
Aprovechando aquella inesperada pausa, yo aprovech� para
levantarme silenciosamente de donde me hallaba, y fui a ver la hora en mi reloj.
Me sorprendi� darme cuenta que el tiempo se hab�a ido como el agua, pues las
agujas marcaban las cinco de la ma�ana.
Supuse, y supuse bien, que mi inquilino dar�a por terminada
la sesi�n sexual de aquella noche, pues bien sab�a que lo esperaba un d�a de
trabajo en la f�brica donde me hab�a dicho que prestaba sus servicios.
De modo que, m�s cansado que nunca, me retir� a mi dormitorio
y me dispuse a descansar, no sin antes prodigarle unas ricas talladas a mi
ansiosa polla, que desde hac�a tanto tiempo no me manifestaba las delicias de
aquellos deseos que yo hab�a considerado dormidos.
Al advertir que mi pito acusaba una hinchaz�n poco com�n a
mis a�os, quise aprovechar el incre�ble momento que se me presentaba para
pajearme rico, recordando mis viejos tiempos de adolescencia, pues para ser
sincero, hac�a muchos a�os que yo no ten�a actividad sexual de ning�n tipo, y
hasta hab�a perdido las esperanzas de que mi ajetreada verga pudiese revivir del
letargo a que se hallaba sumida por su propia cuenta.
Apret� suavemente el pelado glande que cada vez se hinchaba
m�s, y comenc� a jalar lentamente el prepucio de arriba hacia abajo, sintiendo
claramente la dulce sensaci�n de placer que se manifestaba en mi pubis despu�s
de tant�simo tiempo.
M�s pronto de lo que esperaba, el estremecimiento furioso de
mis huevos me anunci� la pronta venida, la cual se present� de un modo
desbordante, llenando de l�quidos lechosos las s�banas de mi lecho. Sin
preocuparme siquiera por limpiar el semen que acababa de regar, me acurruqu�
sobre la almohada y pronto me qued� completamente dormido, con la dulce sonrisa
de satisfacci�n que nos queda cuando nos descargamos por completo.
Cap. II
Al d�a siguiente, animado sin duda por la expectaci�n y la
lascivia que me produc�a el espect�culo gratuito que mi joven inquilino me hab�a
ofrecido la noche anterior sin siquiera saberlo, yo esperaba con manifiesta
impaciencia el momento de que retornara del trabajo para poder repetir la
subrepticia maniobra espiatoria sobre sus ocultas andanzas privadas.
Inclusive aprovech� su ausencia para mejorar durante el d�a
la visi�n, agrandando cuidadosamente el di�metro del agujero entre las tablas.
Cuando lo escuch� llegar, me fui de inmediato hacia la pieza contigua y me
acomod� presto con el ojo pegado a la hendidura de la pared.
Esta vez, las providencias que hab�a tomado me resultaron por
dem�s favorables, pues pude ser testigo de todos los movimientos que hac�a mi
inquilino. Vi cuando �l se prepar� cereal con leche y, sent�ndose en la mesita
de comer, comenz� a degustarlo con avidez. A lo lejos pude distinguir la caja de
los deseos que guardaba aquel extra�o y particular objeto, la cual se hallaba
puesta encima del ropero.
Mientras daba cuenta de su cena, Juan no dejaba de mirar
hacia la parte superior del armario, con los ojos brillantes de deseo. Para mi
fortuna, advert� lleno de contento que mi pito comenzaba a acusar los efectos de
la visi�n previa, lo cual me produjo extra�as sensaciones de placer que ya
supon�a olvidadas. Baj� una de mis manos y comenc� a restregarla con suavidad
sobre el pantal�n, al tiempo que mi verga iba adquiriendo el inesperado
crecimiento que antecede a una buena y rica paja.
-�Caray! �pens�- Jam�s hubiese imaginado que todo aquello
podr�a provocarme un renacimiento tan espectacular en mi libido dormida.
Sin dejar de observar ni un instante las maniobras de mi
inquilino, apreci� que hab�a acabado de cenar. Levant�ndose del asiento y
mientras se bajaba el cierre de la bragueta, se meti� en el cuartito de ba�o.
Escuch� claramente el estrepitoso reguero de or�n sobre la taza, y el ruido
caracter�stico del agua cuando baj� la palanca del desague.
Sin preocuparse por subir la cremallera, Juan retorn� al
espacioso recinto de su habitaci�n y comenz� a quitarse la ropa con rapidez. Una
vez que estuvo desnudo, se dirigi� hacia el armario y tom� la caja. La puso en
seguida sobre la cama y sac� de ella aquel artefacto sin vida, que se doblaba
como chicle entre sus ansiosas manos. Para mi sorpresa, mi inquilino acomod� el
pivote del desinflado mu�eco sobre su boca, y se dio a la placentera tarea de
irlo inflando poco a poco, resoplando con fuerza sobre �l.
A poco v� como el mu�eco iba adquiriendo la extra�a forma
humana y la dureza de sus partes a causa del aire que lo llenaba por dentro, y
que habr�a de transformarlo, por decirlo as�, en el compa�ero pasivo que Juan
ansiaba. En la medida en que se rellenaba, el artefacto se hac�a m�s grande, de
modo que pude ver claramente c�mo expuso de repente frente a la ardiente mirada
de Juan aquel pedazo de verga de hule, sujeta fuertemente al peludo centro de
sus muslos.
Minutos despu�s y habiendo acabado su febril labor, Juan
procedi� a cerrar la tapa de pl�stico de la abertura del pivote, y coloc� a su
amiguito de juegos sobre la cama, acostado boca arriba. Esta vez s� que pude
distinguir en toda su longitud el grosor y largura de aquel pene artificial que
sobresal�a entre su vellosa parte frontal.
A decir verdad y aunque no se trataba de una verga digna de
un premio, debo reconocer que no era tampoco de un tama�o despreciable. Calcul�
que deb�a medir al menos unos quince cent�metros de longitud, lo cual era m�s
que suficiente para hacer gozar a aquel hombre. Y eso lo hab�a constatado yo la
noche anterior, al ver que mi cachondo vecinito hab�a logrado alcanzar las m�s
altas fronteras del delirio con aquel pene dentro de su culo.
Esta vez, sin embargo, mi sorpresa rebasar�a con mucho lo
esperado al ver que mi inquilino, completamente desnudo y con el pito plenamente
endurecido, tomaba el bote de leche que hab�a utilizado en la cena y,
acerc�ndose a la cama, maniobraba sutilmente en el redondo dep�sito de los
huevos artificiales del mu�eco, d�ndole vueltas a la tapa rosca de sus bolas de
hule.
La gruesa imitaci�n de escroto se abri� de pronto dej�ndome
ver el hueco que ten�a dentro. Juan, inclinando el bote de leche, comenz� a
descargar parsimoniosamente el blanco l�quido dentro de aquella extra�a cavidad,
hasta que la llen� hasta el tope. Acto seguido tom� la tapa y la volvi� a
enroscar, cerrando los huevos del mu�eco.
Habiendo logrado su objetivo, el cachondo muchacho se trep� a
la cama y, recost�ndose sobre su propio cuerpo, acerc� su boca al trepidante
p�jaro de hule, iniciando un delirante ritual mamatorio que de verlo provoc� que
mi pija se pusiera m�s tensa.
Tan inesperado descubrimiento me hizo pensar en la raz�n por
la cual mi inquilino se entregaba con tan salvaje lujuria a sus juegos
nocturnos, pues el aparatito aquel era m�s vers�til de lo que yo pudiera haber
imaginado.
A estas alturas el regio pene de l�tex entraba y sal�a con
extraordinaria facilidad de la boca de Juan, sin que �ste abandonara para nada
el apasionado ritual de succi�n sobre aquella tranca penil. Sin dejar de
chuparle la polla al mu�eco, mi caliente inquilino se tocaba mientras tanto con
una mano su pene parado, intensificando de esa forma su goloso accionar, al
tiempo que con la otra apretaba la bola que el mu�equito ten�a por huevos.
Ante las insistentes y apasionadas manipulaciones, la leche
comenz� a salir a borbotones del orificio de la punta del pito de hule, pues
pude darme cuenta c�mo le escurr�a l�quido l�cteo por las comisuras de los
labios al cachondo mamador nocturno.
Entregado por completo a la extra�a y caliente sesi�n, Juan
se divert�a a sus anchas en aquel juego secreto, mientras yo pod�a admirar su
polla parada que era masturbada al mismo tiempo y con prodigiosa maestr�a por
una de sus expertas manos.
En cierto momento Juan cambi� de posici�n, para quedar ahora
con el culo expuesto ante mis febriles ojos. Pegu� lo m�s que pude mi ojo al
orificio pudiendo admirar entonces el oscuro esf�nter de su abierto culo,
alrededor del cual se mostraba el nacimiento de la suave vellosidad oscura que
cubr�a tenuemente el rugoso redondel del centro de sus nalgas.
Aquella inesperada visi�n hizo que mi verga se contrajera en
furiosos espasmos, lo cual me caus� cierta extra�eza. Jam�s hubiera pensado que
al ver el culo abierto de un hombre me pudiese calentar hasta el delirio. Ni en
mis m�s remotas experiencias juveniles hab�a tenido que ver nunca con hombre
alguno en el terreno sexual; pero ahora, al observar la lasciva pose de mi
inquilino mostr�ndome sus secretos posteriores, reconoc� que nunca se sabe lo
que puede llegar a ocurrir en esos casos.
En realidad, jam�s en mi vida me llegu� a sentir atra�do por
alguien de mi mismo sexo; sin embargo, ahora comprobaba con agradable sorpresa
que mis reacciones, a pesar de ser ya un viejo gru��n, se manifestaban con la
misma potencia de hac�a veinte a�os, ante el influjo del novedoso y exclusivo
panorama que se me ofrec�a gratuitamente.
Mis cavilaciones fueron interrumpidas por el repentino cambio
de posici�n de Juan, quien ahora se hab�a movido hacia un lado intentando dejar
parcialmente su cuerpo a un costado de la cama. Cuando logr� acomodarse como lo
deseaba, pude admirar c�mo la mano que manten�a apretada sobre la bola del
mu�eco volv�a a efectuar los insistentes succionamientos sobre la bomba de hule.
Habi�ndose sacado de la boca el pene artificial, vi con
claridad c�mo los intens�simos chorros de leche empezaban a salir con fuerza de
la punta del pene del mu�eco, para ir a embarrar abundantemente el arrebolado
rostro de mi inquilino, quien tallaba ansiosamente sobre su cara la larga y
gruesa herramienta lechosa, en tanto se regocijaba con los golpeteos del
torrente sobre la piel de sus facciones.
Tan novedoso como inesperado espect�culo me provoc� la m�s
intensa erecci�n que sent�a en muchos a�os, al ver c�mo Juan, pose�do por la
brama y la lujuria, se golpeaba las sienes fuertemente con el pito de l�tex. Sin
duda aquella experiencia era para el joven algo que lo llevaba al paroxismo del
placer, a juzgar por los febriles aullidos que exhalaba, mientras la leche no
dejaba de salir en furiosos e interminables borbotones del brilloso falo del
mu�eco.
Con la intenci�n de continuar disfrutando de aquella secreta
perversi�n homosexual, mi inquilino hizo una breve pausa para volver a llenar de
cremosa leche el dep�sito testicular de la marioneta. Era indudable que tambi�n
mi vecinito se aprovechaba de aquella singular cualidad del mu�eco, de poder
disponer de los jugos l�cteos en el momento cumbre de la penetraci�n anal.
Haciendo gala de una pasi�n que rayaba en lo salvaje, el
cuerpo desnudo de Juan fue a colocarse encima de la parada punta del tolete de
goma. Sin ocuparse de preparar previamente la entrada de su trasero, el ardiente
joven, con las piernas abiertas y con las rodillas puestas sobre el colch�n, se
fue dejando caer sobre la tranca del mu�eco.
La penetraci�n fue tan lenta como excitante, ya que Juan
mov�a en c�rculos su grupa para aumentar el tremendo gozo que la picha de l�tex
le provocaba. De manera deliberada, el hombre actuaba con estudiada lentitud, a
modo de poder intensificar las sensaciones de la cogida, pues debi� demorar unos
veinte minutos al menos para decidirse a meter en su culo todo el falo del
mu�eco.
Cuando alcanz� a empalarse por completo, mi vecino comenz� a
mecerse con furor sentado sobre el pito de l�tex, moviendo sus nalgas en un
baile tan fren�tico, que le hac�an lanzar intens�simas exclamaciones de lujuria.
Por m�s de dos horas, que a m� francamente se me hicieron
como breves minutos, el hombre estuvo disfrutando a sus anchas de la fenomenal
cogida, goz�ndose hasta el delirio con aquel tolete metido hasta lo m�s profundo
de sus entra�as. Y aunque reconoc�a que Juan deb�a ser un experto retenedor de
su eyaculaci�n, lleg� el momento en que no pudo contener por m�s tiempo la
venida, iniciando la pronunciaci�n de una serie de improperios y obscenidades
que de seguro contribu�an a incrementar el placer del lascivo acoplamiento.
Dirig� la vista hacia su parado pito, que era manipulado con
furia por sus manos, para comprobar que lo que supon�a era cierto, pues de
inmediato comenzaron a brotar los aluviones de blancuzco el�xir que el mismo
Juan se encarg� de que no se perdieran. Colocando sus manos frente a su verga,
recogi� la abundante colecci�n de caliente leche y la llev� presto a su boca
para beberla con fruici�n.
Agotado y sudoroso a causa de la primera explosi�n
espasm�dica de su cuerpo en celo, el cachondo joven se dej� caer lentamente
sobre la cama sin sacarse la tranca del culo. All� se mantuvo gimiendo con los
ojos cerrados, mientras aprovechaba la fortuita pausa para frotarse la cara con
los restos de leche que hab�a en sus manos.
Para m�, ver todo aquello, ven�a a significar un verdadero e
inesperado aprendizaje, que por l�gica me causaba el mayor de los asombros, pues
nunca antes hab�a sido testigo de semejante ritual culeatorio, y menos siendo
practicado por un hombre. Por otra parte, la utilizaci�n de un mu�eco como aqu�l
en los juegos sexuales en soledad, especialmente provisto de toda aquella serie
de artilugios para proporcionar placer, representaba algo tan novedoso como
excitante.
Confieso que comenc� a desear ocultamente hacerme de un
artefacto como aqu�l, para poder probar las mieles que mi inquilino gozaba cada
noche, lo cual de s�lo pensarlo me provoc� extra�os cosquilleos en mi trasero.
Pero Juan no me dej� seguir pensando en ello, ya que vi cuando se incorpor� del
lecho, seguramente repuesto de la espectacular como brutal cogida que acababa de
escenificar con su amada marioneta.
Esta vez mi insaciable inquilino, haciendo gala de su
incre�ble potencial para jugar al sexo, levant� al mu�eco y lo fue a colocar con
la espalda hacia arriba, de modo que sus nalgas quedaran expuestas frente a su
propio pubis. Supuse que Juan, deseoso de llevar su jueguito hasta el paroxismo
del placer, habr�a de escenificar ahora una nueva modalidad con su juguete,
aunque no alcanzaba a comprender lo que en esta ocasi�n intentaba hacer.
De nueva cuenta quise apreciar la dureza del p�jaro del
joven, a quien supon�a menguado a causa de la reciente deslechada. Pero mi
admiraci�n no tuvo l�mites al constatar que su pene volv�a a aparecer totalmente
parado, d�ndome a entender que lo que hab�a hecho hasta ahora no era suficiente
para llevarlo al desgaste de su sexualidad.
El ardoroso chico, subi�ndose a la cama, puso sus manos sobre
las nalgas del mu�eco, y haciendo ciertos movimientos sobre el inflado trasero,
me dej� ver que aquel novedoso artefacto a�n ten�a algunas sorpresas que darme.
No cab�a duda de que otro de sus apreciables artificios
consist�a en poder cog�rselo por el culo, ya que mi vecino, mostrando una
excitaci�n poco convencional, le acomod� su polla en el centro del agujero y
comenz� a empujar sus muslos sobre aquella marioneta inflable, que ahora se
mov�a impelida por las arremetidas de su due�o.
Era m�s que evidente que la lechosidad que a�n mostraba la
verga de Juan ayudaba en gran manera en la penetraci�n del hoyo trasero del
juguete, pues m�s pronto de lo que esperaba, su pene se hundi� en el hechizo
pasadizo de su pasivo amigo nocturno.
Mi inquilino se dedic� esta vez a culearse al mu�eco por el
culo, en un acto de generosa correspondencia con �l, como si �ste tuviese vida
propia. Yo pod�a ver claramente que el inflado objeto se mov�a sin control ante
las briosas embestidas de su cogedor, provocando que de vez en cuando Juan
perdiese el equilibrio yendo a dar con sus huesos sobre la cama, al someter ante
semejante presi�n el trasero de su receptor.
Pero de inmediato volv�a a la carga sin que si parado pito se
saliera del hoyo posterior del mu�eco. Por tiempo indefinido estuvo el joven
goz�ndose dentro del laberinto artificial de su amante, exhalando gemidos y
jadeos que hac�an que yo me estremeciera de pasi�n ante tan brutal ayuntamiento.
Cuando los flu�dos seminales de Juan no pudieron seguir
manteni�ndose en el interior de su escroto, al fin se descarg� en medio de
febril griter�o dentro del conducto anal del juguetito, en tanto las gotas de
sudor mojaban la totalidad de su cuerpo a causa del singular ejercicio.
Habiendo perdido totalmente la cordura a causa de la lujuria
del momento, vi que Juan tom� el cuello de su v�ctima propiciatoria y le dio
vueltas a la cabeza sin vida, quedando aquella cara inflable frente a la de �l
mismo. En seguida se prendi� de la boca del juguete insertando su estremecida
lengua en la abertura bucal de su pasivo amante.
Aunque yo hubiese deseado ardientemente guardar para mejor
ocasi�n la poca producci�n de leche que manten�an mis inflamados huevos, esta
vez no pude sustraerme al influjo de la fantasiosa visi�n que estaba
disfrutando, y no pude retener el aluvi�n de semen que comenz� a escurrir con
poca fuerza a lo largo del interior de mi semi enhiesto pito.
�Hac�a tanto tiempo que no me ven�a en seco! De hecho, ya
hasta hab�a olvidado las placenteras sensaciones de derramarse de esa forma sin
tocarse el pene. Eso era algo que para m� pertenec�a al pasado. Pero ahora,
encuclillado detr�s de la pared de tablas, y con el ojo pegado al agujero,
comprobaba que a�n exist�a una motivaci�n lo suficientemente poderosa para
incitarme a lograr la erecci�n y hasta eyacular como cuando ten�a menos edad.
Sin hacer caso del peque�o reguerito de leche que hice sobre
las baldosas, continu� observando el accionar de mi inquilino, quien ahora se
estaba despegando del tr�mulo beso con su compa�ero de juegos. Despu�s, comenz�
a sacar su polla del agujero trasero del mu�eco, y soltando a su presa, vi que
se dirigi� al cuarto de ba�o.
Juan se mantuvo por varios minutos dentro del toilet, hasta
que al fin lo vi retornar a la habitaci�n. Luego de echar un amoroso vistazo a
su juguete, se dio a la tarea de asearlo con un trapo, y despu�s procedi� a
quitarle la tapa al pivote. El juguete, como por arte de magia, se fue
desinflando lentamente, hasta que se convirti� en lo que en realidad era; un
pedazo de pl�stico sin vida.
Cogi�ndolo con sus manos volvi� a retornar al ba�o, y pude
o�r cuando Juan abri� el grifo del agua. Supuse que con toda seguridad estaba
lavando las secretas hendiduras que tanto placer le hab�an prodigado. Luego lo
dobl� cuidadosamente y, levantando la caja del piso, lo guard� dentro.
Consider� que todo hab�a acabado por aquella noche y, con las
piernas entumidas por la extra�a posici�n en que me hab�a tenido que mantener
por horas y horas, me levant� del lugar y me retir� a mi dormitorio.
CONTINUAR��.
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