20-2-2001 Raúl Edgardo Naidich
Estaba atardeciendo en la comarca
y las sombras otoñales del castillo avanzaban amenazantes sobre
el pequeño poblado que lo rodeaba.
El Marqués estaba paseando
ansioso por sus aposentos a la espera de un "juguete" muy especial
prometido por un artesano extranjero. Finalmente su lacayo interrumpe las
cavilaciones para anunciarle que el artefacto había llegado al patio
en un carromato.
Lentamente entre varios mozos de
cuadra, subieron el pesado cajón esqueletado, enorme y que contenía
el osado invento. Ya en los aposentos reservados fue abierto y retiradas
las maderas. Y allí estaba en todo su esplendor un bonito caballo
de taxidermia, algo más pequeño que lo común. Un mecanismo
de poleas lo ponía en movimiento a diferentes velocidades pudiendo
asemejar un trote, un paso de carrera y hasta un galope sostenido. El pelaje
era negro azabache y en nada había perdido el brillo del donante.
Unos ojos siniestros de cristal, le daban un toque muy especial.
Así como muy especial era
la silla de montar, finamente repujada y que como detalle llevaba en el
asiento, en su parte media una pequeña "protuberancia",
que asomaba algo así como una esfera ovoide de unos 4 cm. de diámetro.
El mecanismo secundario que más
le interesaba al Marqués era justamente el que se activaba tirando
de las riendas, al hacerlo la protuberancia se elevaba conformando un falo
que crecía proporcionalmente al tramo de rienda jalada. Llegaba
hasta un máximo de 22 cm. con un grosor total de 7 cm. revestido
de un caucho rígido como para soportar la "cabalgata"
más exigente.
El Marqués de Sade se retorció
el bigote satisfecho, pasó la mano por la grupa del "caballito"
y decidió estrenarlo esa misma noche.
Ya había salido la luna cuando
un criado acompañó hasta los aposentos a un joven virgen.
El mancebo tendría apenas 18 años y fama de buen jinete.
El Marqués lo saludó con un maléfico afecto acariciándole
la cabellera y entre risitas le dijo que este sería un desafío
para un avezado jinete como él. Que sería el hombre contra
un simple caballo mecánico, una justa de resistencia comprobando
si era buen domador y si permanecía varios minutos sobre la cabalgadura,
la recompensa sería nada menos que 20 monedas de oro.
El joven aceptó el que parecía
un inocente desafío y seguidamente el Marqués le explicó
que la prueba tenía que ser montando desnudo, por lo que dos sirvientes
ayudaron a despojarse de todas las ropas. Era rubio desgarbado, bien formado,
muy buen cuerpo ligeramente velludo, con unas piernas ligeramente combadas,
atractivo y una pija mediana.
El Marqués lo hizo agacharse
para inspeccionarle el culo y hurgando pudo comprobar la virginidad del
ano, mas durante la revisión aprovechó para untarlo con un
preparado lubricante, el mismo que pasó por la protuberancia de
la silla.
El joven no entendía exactamente
de qué se trataba pero fue accediendo a todas las indicaciones ya
que la recompensa era más que generosa. Se montó y mientras
los sirvientes lo acomodaban sobre la silla, el propio Marqués supervisó
la posición exacta del ano sobre la protuberancia de la silla de
montar, recomendándole al joven que para la prueba era muy importante
retener con el ano esa protuberancia, que si la soltaba quedaría
automáticamente descalificado.
El joven mortificado se sentó
sobre ella y seguidamente los sirvientes rodearon su cintura con una especia
de arnés cinturón ancho, con varias argollas por las que
pasaron gruesas cuerdas que ataron al cuerpo del caballo ciñendo
estrechamente la cintura del joven contra el equino. Luego fijaron cada
pie a un estribo corto que mantenía apropiadamente flexionado al
jovencito casi en cuclillas.
Ya todo listo, a una orden del Marqués
comenzó a activarse el mecanismo tipo trote suave. El caballo comenzó
a hamacarse, subiendo y bajando suavemente y el joven jinete acompasaba
ese movimiento, sintiéndose un poco molesto por la protuberancia
que asomaba dentro de su ano masajeando el estrecho esfínter.
Se lo veía contento y feliz
de poderse ganar todo ese oro con tan simple demostración y hasta
agitaba los brazos vanagloriándose de poder cabalgar sin agarrase
de nada.
Paulatinamente el caballo mecanizado
comenzó a moverse más rápido llegando al trote galopado,
allí el joven se aferró a las riendas y al estirarlas sintió
que algo grueso avanzaba en su ano y le provocaba dolor, por lo que las
aflojó. El Marqués al comprobar esta situación, le
dijo que un buen jinete debía sujetar firmemente las riendas y tener
dominada a su cabalgadura por lo que a su vez le tomó resuelto las
riendas y las jaló firmemente.
El jinete acusó con un grito
el ingreso del falo, su cuerpo se retorció y arqueado instintivamente
procuró despegarse del asiento, pero las fuertes cuerdas apenas
se lo permitieron y en el siguiente descenso del trote, su propio peso
hizo que se ensartara nuevamente hasta el fondo. Y así una vez y
otra y otra, el falo manejado ya por el Marqués no perdonaba e ingresaba
por el recto del jinete rítmicamente.
El joven empalado gritaba pero el
endemoniado mecanismo lo agitaba despiadadamente arriba y abajo, mientras
el falo le pegaba una terrible cogida.
El virginal orificio había
recibido semejante pedazo prácticamente de una sola vez y si bien
la buena lubricación mejoraba la cosa un trémulo hilito de
sangre certificaba la sádica violación buscada con tanto
corcoveo.
Los minutos pasaban y el joven lagrimeando,
ya casi desmayado imploraba un poco de piedad. Iluso�a su alrededor todos
reían. El marqués extasiado comenzó a masturbarse
hasta eyacular, casi al mismo tiempo que el jinete eyaculaba involuntariamente
ante tanto masaje prostático.
El Marqués humedeció
sus dedos con ambos espermas y los pasó por los labios del joven
exhausto. Recién después disminuyó la velocidad del
mecanismo. Finalmente lo desataron y lo bajaron del caballito, el mismo
Marqués le limpió la sangre verificando sonriente que ese
ano ya estaba algunos centímetros dilatado. Le dio unas palmadas
aprobatorias en las nalgas y dejó que lo vistieran mientras depositó
en sus manos la recompensa prometida, recomendándole que debía
conservar la experiencia en secreto, ya que le quedaría la fama
no sólo de buen jinete, sino de muy bien cogido.
Luego se retiró a descansar,
con la satisfacción de haber estrenado este nuevo juguete mecánico
sobre el que con el correr de los días fueron cabalgando unas cuantas
amazonas y varios mozos jinetes de la comarca.