Lo cierto es que
no ten�a ni malditas ganas de empezar tan macabro libro, por muy buenas fotos
que obtuviese, lo cierto es que las primeras visitas por los cementerios
castellanos, apenas si hab�a logrado algo, salvo ver unas cuantas cruces ra�das
por el tiempo y a rancias viudas rondando todo el d�a por el cementerio.

Aquella
primavera me ech� el equipo al coche y me fui en busca de la im�genes que me
ped�a el pelma del editor, y c�mara en ristre pate� los primeros cementerios que
arrojaron no solo inusitadas fotos de arquitectura funeraria, sino tambi�n una
extensa colecci�n de fotos de viudas.

En Galicia., al menos en los cementerios
que visit�, las viudas no me parec�an tan rancias, aunque hab�a de todo y m�s
tirando a personas muy mayores, pero a medida que me acercaba a la costa iba
observando que la edad de las viudas descend�a y adem�s era curioso en general
no hab�a �stas viudas bonitas.

Cuando divisabas un cuerpo
rotundo, o un culo que ped�a a gritos guerra o unas tetas que parec�an querer
escapar de tanta melancol�a y nostalgias de manoseos, te llevabas una sorpresa,
pues detr�s no hab�a precisamente una viudita bonita...

Debe ser que las viudas
bonitas no suelen visitar mucho a sus maridos.

Lo cierto es que tras semanas de
duro pateo y en medio de un calor primaveral, el ver aquellos cuerpos medio
marchitos y a veces rotundos, inclinarse sobre nichos y tumbas, aunque no era el
escenario lo m�s apropiado, el cuerpo empezaba a pedirme guerra, pues contemplar
todos aquellas femineidades que sin rubor alguno y ensimismadas en la limpieza y
decoro de sus difuntos ense�aban y excitaban a cualquier visitante que por all�
acertara a pasar.

Y as� fue, llevaba dos d�as que mi �herramienta me ped�a un
alivio� fuera de la cl�sica paja, �sea que se pod�a decir que iba totalmente
salido; me acerqu� pues al cementerio de la costa a eso de media tarde, en medio
de un calor que ya se hac�a sofocante; estaba solo y para no pensar en nada me
enfrasqu� en mis fotos, cuando ten�a enfocado un inmenso pante�n g�tico me llev�
un susto de muerte , pues tras el objetivo vi aparecer un bulto, que os juro que
un principio cre� que era un muerto.

El grito que d�, debi� ser macanudo, pues
el bulto se irgui� tambi�n sobresaltado por mi presencia y grit� , dejando ver
un cuerpo entradito ya en la cuarentena.

�usted perdone � le dije- es que no la
hab�a visto y al hacer la foto del pante�n, pues apareci� usted en el objetivo
y....� Est� usted perdonado, y d�game que hace un jovencito como usted entre
tanto difunto haciendo fotos, habiendo tantas cosas bonitas - me dec�a mientras
ajustaba su talle y corta falda- Pues nada se�ora, que de algo hay que comer y
el editor me ha hecho este encargito y aqu� me tiene desesperado.. y haciendo
fotos a los panteones y tumbas y como no a sus visitantes..

Espero que haya
salida guapa en su foto...

�

�

Y as� la conversaci�n fue avanzando hasta medio
intimar, segu� pues realizando mi trabajo pero sin perder de vista aquel
cuerpazo blanco como la leche, que se agachaba a cada poco a limpiar los bajos
de la tumba de su difunto marido, que deb�a haber sido un relumbr�n de aqu� te
espero por el gran lapid�n que ten�a de crudo negro riboteado de doradas orlas y
de una altura que me llegaba casi a la cintura.

La viudita entre sus poses y
dem�s me sac� de madre, y ya revoleteaba por su alrededor como los moscardones,
sin poder evitar mirar aquellos tersos muslos que se adivinaban bajo las negras
medias y una estrech�sima falda de tubo.

Volv� de nuevo a las cercan�as de la
viudita para ver de cerca si pod�a tomarle una foto en una pose interesante, en
eso ella se levant� y me pregunt� si ve�a lago que me gustara, invitaci�n ,al
menos yo la tom� as�, para descerrajarle que s�, que ve�a entre tanto muerto
algo muy vivo y que era su cuerpo...

�

El piropo debi� ponernos a tono a los dos,
pues en cuesti�n de minutos, ya nos estabamos magreando los dos en pleno
cementerio, ella lo quer�a dejar para la noche y me promet�a darme la direcci�n
para que le realizara una visita, pero yo ya estaba lanzad�simo; cuando nos
estabamos abrazando medio apoyados en la tumba de su marido, deslic� una mano
por entre las piernas de mi partenaire, y tropec� con unas suaves bragas ya muy
h�medas, lo que me incit� seguir con el asedio; ella medio me apartaba y se
retorc�a para deshacerse de mi pulperil abrazo, pero sin poner tampoco mucho
inter�s.

Me abrac� a�n m�s ella y le sub� un poco la falda por detr�s pudiendo
meter mi mano por entre las costuras de sus bragas y llegar a su mojado chocho;
desde �sta posici�n fui introduci�ndole un dedo en su ojete y otro en el h�medo
chumino, cuando llegu� all� se me espatarr� toda pidiendo m�s guerra, me baj� la
cremallera y busc� entre mi bragueta mi duro badajo que ya requer�a una atenci�n
m�s determinante.

Ya puestos como estabamos le sub� a la tumba de su marido Don
Ramiro Estrecho.

Cofrade que fue de la Acci�n C�vica y all� sobre el fr�o y
negro m�rmol, le arremangu� la falda y haciendo a un lado la braga le encalom�
todo el aparato hasta los mismos huevos, la verdad es que la escena era como la
del cartero siempre llama dos veces, pero en vez de mesa de cocina, la tumba me
serv�a para poder echar aquella ardiente mujer el polvo de su vida.

�Clavam�la
cabr�n, cuantas veces pens� en esto, as� ni�o m�o mete hasta tus huevos...�, y
mientras me ara�aba por debajo de la camisa, me hac�a una tenaza con sus piernas
y se la tragaba toda ya me iba a correr con toda dentro, cuando cogiendo mi rabo
se sali� de la coyunta y me dej� cortado, cre� que me iba a quedar all� as�, sin
m�s... cuando se volvi� de espaldas echando sus grandes globos mamarios sobre la
tumba de su marido y se abr�a con ambas manos para m� aquellas dos blanquecinas
moyas- un tanto mofas- para que volviese a encalomarla.

Por donde le diera deb�a
ser igual pues se abr�a de forma golosa todo el entrepuente, ense�ando un
inmenso ojete negruzco que parpadeaba a cada segundo y una raja grande casi
pelos que se perd�a por all� abajo y que no dolo iba desprendiendo un macilento
l�quido sino tambi�n un tufillo de ardores uterinos, no lo pens� m�s bland� el
poll�n a punto de reventar y se lo fui paseando de abajo arriba, recogiendo todo
aquel untillo y pas�ndoselo al oscuro objeto de placer, que se iba ablandando y
ense�ando cada vez m�s su rojo interior, ya no pod�a m�s, dej� caer los
pantalones me ech� sobre aquella real hembra y en medio se hayes de dolor y de
satisfacci�n me fui al colector superior donde fui aceptado sin miramiento
alguno, la muy golfa echaba cuando las manos atr�s y me apretaba las nalgas para
que me metiera cada vez m�s, cuando las echaba para adelante y queriendo abrazar
el busto de su fausto marido que nos miraba cariacontecido de desde p�trea
postura funeraria.

Lo cierto es que el polvo estaba siendo algo incre�ble
aquella mujer all� echada sobre el negro m�rmol donde resaltaban sus
blanquecinas carnes, aquel ansia de ser jodida y follada hasta la saciedad, bajo
la mirada bobalicona de piedra de su marido y para mi sorpresa la estricta
vigilancia que nos ten�a el que parec�a el enterrador que desde un amdamio le
daba buenos manoseos a un vergajo mas que cojonudo, hizo que me saliera de tan
adorable agujerito, la muy v�bora viendo que se quedaba sin el caramelo ech�
mano atr�s volvi� a tomar el mando de mi herramienta y dando un buen golpe de
nalgas hizo que mis vergajo y mis cojones quedaran incrustados en su golosa raja
que en cuesti�n de unos minutos me orde�� de forma miserable, mientras me cog�a
a aquellas prominentes caderas para no irme al suelo mientras me corr�a en medio
de aqu�l inesperado espect�culo que deb�amos estar formando, yo babeando de
placer y ella berreando del orgasmo mientras el enterrador se pasaba la lengua
por sus pringosos labios de lujuria.

Abelardo de Leyre