Relato: El hipnotizador (II)





Relato: El hipnotizador (II)


Capitulo 7: M/F, HIP, EX, C



Como ver�n Luis hab�a logrado unos grandes e insospechados
progresos con Sof�a, sacando a superficie la zorra lujuriosa que llevaba dentro,
pero la verdad es que fui yo el que precipite la ca�da final de mi esposa.


Digo esto porque al llegar la Semana Santa la obligue a venir
a pasar unos d�as en el yate de Rafael, el padre de Rafa, pues era necesaria su
presencia para atraer a mi cu�ada hasta la trampa.


Ella no quer�a venir, ya que sabia que al estar Rafael
divorciado ella, y su hermana, serian las dos �nicas mujeres a bordo del barco.


Pues Miguel, el otro socio de nuestra empresa, era un
solter�n empedernido, y tambi�n vendr�a solo. Consegu� vencer su resistencia
usando a su hermana menor como excusa, dado que era la novia de Rafa, que
tambi�n vendr�a con nosotros, y que le har�a compa��a a ella, si se sent�a sola,
cuando nosotros habl�semos de negocios.


Yo sabia que a mi esposa nunca le hab�a ca�do bien Miguel; y
que, desde la fiesta de Navidad, en la que aseguraba que se hab�a comportado de
un modo muy grosero, no hab�a vuelto a invitarlo a nuestra casa.


Pero lo que no he sabido, hasta hace bien poco, era lo que
hab�a hecho Miguel para enfadar as� a mi esposa. Por lo visto en esa fiesta, en
la que corri� el alcohol de forma bastante mas generosa de lo habitual, Miguel
se envalentono lo suficiente como para aprovecharse de ella.


Durante los tradicionales besos siguientes a las uvas, el muy
cuco no se contento con besarla apasionadamente en la boca, lo cual aun tendr�a
un pase. Sino que, al mismo tiempo, le estrujo un pecho, por encima del fino
vestido. Aprovechando la ausencia del sujetador para disfrutar de su turgencia,
y de su grueso y llamativo pez�n.


A ra�z de este incidente mi mujer decidi� no acercarse a �l
en lo que quedaba de fiesta.


Pero Miguel aprovecho que Sof�a estaba bailando una pieza
lenta con Rafael, cuando ya casi todas las luces estaban apagadas, y los que no
aguantamos el alcohol, como es mi caso, dorm�amos la mona por los rincones, para
abrazarse a mi esposa por detr�s, y bailar juntos los tres.


Sof�a, al principio, crey� que era yo quien le estaba
incrustando y restregando el endurecido paquete en el trasero, sobre todo por la
confianza con la que Miguel le introdujo las dos ansiosas manos bajo las finas
tirantas del vestido, para poder acariciar tranquilamente sus pechos desnudos a
trav�s de su generoso corte lateral.


Despu�s, cuando se dio cuenta de lo que ocurr�a realmente,
decidi� fingir que no le pasaba nada anormal, para que Rafael no se diera cuenta
de lo que suced�a; soporto sus rudos pellizcos y apretones en silencio, hasta
que acabo la pieza, y �l la solt�.


Pero, antes de que mi mujer pudiera reaccionar, Miguel ya la
hab�a abrazado; y, al o�do, le dijo que si le conced�a esta pieza �l se
marchar�a, en cuanto acabara la m�sica.


Ella, con tal de poder perderle de vista, accedi� a bailar
con �l, a pesar de saber lo que le esperaba.


Nada mas empezar la m�sica Miguel introdujo ambas manos por
las amplias aberturas que tenia el vestido por los laterales, y que le llegaban
hasta las caderas.


En solo unos segundos logro introducir los diez dedos dentro
de las finas braguitas de mi esposa, para poder recorrer su trasero sin
problemas.


A media canci�n ya tenia uno de sus dedos metido, hasta el
fondo, en la c�lida intimidad de mi esposa; y, antes de acabar la canci�n
consigui� que otro dedo le hiciera compa��a, al mismo tiempo que sepultaba uno
de sus pulgares por su orificio mas estrecho.


Sof�a se sent�a tan llena, y dolorida, que apenas reacciono
cuando, al terminar la canci�n, Miguel le arranco las braguitas de un seco
tir�n, para qued�rselas como recuerdo del evento.


Luego, cuando Miguel le pidi� que le acompa�ara hasta la
puerta, mi mujer ya se esperaba el beso que le dio en la boca, as� que no opuso
resistencia a este; ni siquiera cuando �l volvi� a estrujarle los pechos, sin
compasi�n, con sus rudas manazas.


Tambi�n Sof�a estaba un poco embotada por el alcohol, y
cuando se dio cuenta de que Miguel le hab�a dejado una teta al aire, baj�ndole
la tiranta del vestido, ya era tarde para evitar que su bocaza se apoderara de
ella.


El desalmado chupo, mordi� y succion� con tantas ganas que,
varios d�as despu�s, aun se le notaban se�ales de moratones por todo el seno,
sobre todo por las cercan�as del pez�n.


Hace poco, bajo hipnosis por supuesto, Sof�a reconoci� por
fin que, cuando Miguel volvi� a introducir sus dedos en su intimidad, esta vez
totalmente desprotegida, sinti� un violento e inesperado orgasmo, que la obligo
a morderse dolorosamente la lengua, para que no oy�ramos sus gemidos de placer.
Este fue tan intenso que lleno los dedos de Miguel con su abundante fluido.


Fluido que este se limpio despu�s con las braguitas de mi
esposa, mientras iba hacia su coche, con una sonrisa de oreja a oreja. Dejando a
Sof�a, abochornada y confusa, apoyada en el dintel de la puerta, recuperando el
aliento.


Mi mujer, animada por la euforia de la hipnosis, hab�a
decidido vengarse de mi, por obligarla a ir en contra de su voluntad, dejando
que Miguel campara a sus anchas por su cuerpo si le venia en gana. Rafael hab�a
salido por la ma�ana temprano, junto con su hijo, para preparar el yate; y yo
sal� a media tarde, con mi cu�ada, y Miguel, con la intenci�n de llegar hasta el
puerto antes de que se nos hiciera de noche.


Yo llevaba varios d�as preparando a mi adorable cu�ada para
la excursi�n, no solo a nivel hipn�tico, sino provey�ndola del tipo de ropa
adecuado para lo que me propon�a hacer.


Requise un antiguo ba�ador de mi esposa, de un blanco
llamativo, que ella no se pon�a desde el d�a en que lo mojo en la playa, y
descubri�, abochornada, que se le claramente los gruesos pezones a trav�s de la
fina tela, atrayendo las miradas.


Acortando las tirantas consegu� que le estuviera bien a Sara;
y, despu�s de unas divertidas pruebas en la ba�era, comprob� que a ella tambi�n
se le transparentaban de una forma realmente descarada los oscuros pitones, y
las amplias aureolas que los rodeaban.


Pero, aun as�, lo mas interesante del ba�ador era su parte
baja; pues, al ser mi esposa bastante mas amplia de caderas que mi cu�ada, el
ba�ador quedaba muy suelto por abajo.


A poco que se mov�a Sara se le escapaban los oscuros rizos
por los laterales de la entrepierna, y gracias a ello apenas hab�a que
esforzarse para vislumbrar la rosada entrada de su abertura secreta a trav�s de
su selva.


Pase unos ratos realmente entretenidos, con la ayuda forzada
de Sara, ense��ndola como adoptar aquellas posturas que, pareciendo casuales,
permit�an ver mejor sus dos oquedades.


Pues, al quedarle holgado el tanga se pod�a ver el virginal
orificio de su entrada mas estrecha, si mi cu�ada pon�a las poses adecuadas.


Y aun lo mejore mas; pues, al quitarle la fina tela de
protecci�n, con la ayuda de unas afiladas tijeras, consegu� que esa zona se
transparentara de igual o mayor manera que la superior.


Era un verdadero placer verla all�, en el cuarto de ba�o de
mi casa, con su llamativo ba�ador mojado, marcando claramente todo aquello de lo
que muy pronto me iba a poder apoderar.


Pues era del todo imposible que Rafa, ni ning�n otro, evitara
caer en la tentaci�n de hurgar en aquel precioso tri�ngulo oscuro, que tan a la
vista estaba.


Aquel d�a, mientras viaj�bamos los cuatro en mi coche camino
del puerto no pod�a evitar que mi mirada se fuera una y otra vez al retrovisor;
pues por fin, tras arduos esfuerzos, hab�a conseguido que mi cu�ada se pusiese
una preciosa y corta minifalda, junto con un ajustado top, que le permit�a lucir
sus firmes senos.


Y, gracias a la hipnosis, pod�a disfrutar de una magnifica
vista de sus atrevidas braguitas; pues parec�a no darse cuenta de que, al estar
totalmente abierta de piernas, permit�a verlo todo, con total comodidad.


Fue por eso que no me percate de que Miguel, desde que llego
a mi casa, no hab�a apartado la mirada de mi esposa; la cual, tambi�n por culpa
de la hipnosis, llevaba puesto un ligero vestido de primavera, sin sujetador,
como ya supondr�n, que la hacia muy deseable, al enmarcar el pesado bambolear de
sus senos.


Tanto que en el momento en que entramos en el primero de los
muchos t�neles que hay en la carretera de la costa, Miguel se atrevi� a
apoderarse de uno de los opulentos pechos de mi mujer por encima del liviano
vestido, metiendo su brazo entre el asiento de ella y la puerta, aprovechando la
s�bita oscuridad que hab�a.


Me imagino que el motivo de que Sof�a no montara un esc�ndalo
en ese momento fue, en parte, por la hipnosis; y, en parte, para vengarse de mi.


El caso es que Miguel tomo su silencio como un ofrecimiento
y, en cada t�nel, acariciaba, y apretaba, su delicioso juguete, hasta que logro
endurecerle los pezones; al que tenia a su alcance lo dejo totalmente irritado,
de tantos pellizcos y retortijones como le dio.


Nada mas salir de la zona de t�neles, se aprovecho de que
Sara se hab�a quedado dormida para inclinarse sobre nuestros asientos; y,
mientras nos daba una amena conversaci�n, consigui� bajarle la cremallera del
vestido, que estaba situada en su lado bueno.


Mi desinhibida esposa tambi�n coopero a su manera en el
curioso evento, cruzando los brazos sobre el torso para que yo no pudiera ver
como la mano de mi socio se introduc�a c�modamente por la holgada abertura para
apoderarse de todo lo que all� hab�a oculto.


Despu�s, sin dejar de charlar, se dedico a explorar todo lo
que el holgado vestido, y mi mujer, le dejaban; teniendo siempre la precaucion
de no atraer mi atenci�n.


Lo cual era realmente f�cil, pues solo tenia ojos para mi
cu�adita; que al dormirse hab�a separado todav�a mas sus piernas, y me regalaba
una panor�mica tan perfecta de sus braguitas que hasta pod�a ver alguno de sus
rizos mas �ntimos escaparse alegremente de la prenda.


Pero para regalo el que le hizo Sof�a a Miguel, pues le dejo
sobar a fondo todo su seno, incluido el grueso y r�gido pez�n, sin ocasionarle
problemas durante el resto del viaje.


El pobre, cuando llegamos por fin a nuestro destino, tuvo que
poner mil y una posturas para que no vi�ramos lo empalmado que iba.


No sabr�a decir cual de los dos Rafael, si el padre o el
hijo, estaba mas impresionado por las dos apetitosas bellezas que embarcaron en
su peque�o yate aquella tarde.


Lo que si les puedo asegurar es que ambos estaban encantados.


Las dos hermanas ocuparon uno de los dos camarotes que tenia
el yate, el otro estaba ocupado por Rafael y su hijo; y, Miguel y yo, dorm�amos
en los estrechos sof�s que hab�a en el comedor.


Mi cu�ada prefiri� no cambiarse de ropa, pues la hipnosis no
le permit�a darse cuenta de que, al poco rato de navegar, todos hab�amos podido
disfrutar de unas preciosas panor�micas de su alegre ropa interior. Sof�a, en
cambio, si que se cambio. Se puso una graciosa camisetita, anudada al ombligo,
que realzaba sus voluminosos senos, libres de toda opresi�n; y que hacia juego
con unas cortas bermudas, muy marineras.


Yo, pendiente de Sara, no me di cuenta de nada mas; pero
Miguel, en cuanto la vio agacharse un par de veces, supo que tampoco llevaba
ning�n tipo de ropa interior bajo el ajustado pantaloncito.


Para confirmar sus sospechas aprovecho que mi esposa estaba
medio asomada por las escalerillas, charlando con los que estabamos en cubierta,
para abrirle de par en par la bragueta, dejando al aire durante unos instantes
su espeso y poblado bosque privado. Despu�s, satisfecho, volvi� a cerrar la
cremallera, no sin antes haber metido un par de dedos donde no debia, pr
supuesto.


Esa noche, mientras los dos j�venes enamorados se divert�an
en la cubierta superior, mis socios y yo decidimos echar una de nuestras
interminables partidas de cartas.


Miguel, avispadamente, se sent� en uno de los dos sof�s,
junto a mi esposa, diciendo que ella le traer�a suerte, dej�ndonos el otro a
Rafael y a mi.


Sof�a, en cuanto empezamos a jugar, se acomodo en el sof�; y,
poni�ndose unos walkman, se enfrasco en la lectura de un libro, que deb�a ser
apasionante, pues no lo solt� de sus manos hasta que terminamos la larga
partida.


Lo que no sabia es que Miguel, que jugaba con sus cartas bajo
la mesa, como tenia por costumbre, le hab�a bajado la cremallera de las
bermudas; y, mientras pensaba la jugada, deslizaba e introduc�a sus dedos por la
c�lida abertura de mi asequible esposa.


Sof�a, con mucha picard�a, usaba el libro para que nosotros
no pudi�ramos ver los gestos de placer, e incluso de dolor, que pon�a cada vez
que Miguel exploraba su desprotegida intimidad. Pues ella, sentada en plan hind�
para separar al m�ximo sus piernas en el estrecho hueco que le quedaba, pon�a a
su alcance la h�meda entrada de su acogedora gruta, para que la explorara a
placer.


Creo que, aunque perdi� casi todas las manos, fue la partida
de cartas mas memorable que Miguel habr� jugado jamas.


Mientras, arriba, en la cubierta, Rafa se pon�a las botas a
costa de mi joven cu�ada; pues, por primera vez, pod�a acariciarle las piernas,
y el trasero, mientras saboreaba sus labios, y sus pechos desnudos, sin que esta
se lo impidiera.


Sara, recostada en cubierta, con el top subido hasta el
cuello, dejaba que su enardecido novio la manipulara a placer, sin importarle
que sus n�veos senos resplandecieran a la luz de la luna.


Y no solo eso, pues gracias a las duras sesiones de hipnosis
pudo, incluso, deslizar su mano por encima de las finas braguitas, para sentir
bajo sus dedos los sedosos rizos que proteg�an la entrada de la cueva mas
deseada.


Y, para sorpresa de ambos, esa noche no se tuvo que masturbar
solo, como de costumbre; pues, por primera vez desde que sal�an, ella accedi� a
que su manita fuera la encargada de aplacar su deseo. Aprendiendo r�pidamente
como deb�a afinar el instrumento para que sonara a la perfecci�n.


Unos d�as despu�s tuve ocasi�n de comprobar por mi mismo lo
bien que se le dan a mi querida cu�adita los trabajos manuales, por lo que no me
cabe la menor duda de que el chico quedo mas que satisfecho por los servicios
prestados.


Pero Miguel no esta acostumbrado a autocomplacerse y, esa
noche, era el �nico que estaba despierto a altas horas de la madrugada.


Fue entonces cuando mi esposa cruzo el sal�n, para ir al
reducido cuarto de ba�o, vestida solo con un fino camis�n, que permit�a
vislumbrar la m�rbida carne que se ocultaba debajo.


Miguel no se lo penso dos veces y, despu�s de asegurarse de
que mi sue�o era tan pesado como parec�a, la sigui�. Cuando abri� la puerta del
ba�o, Sof�a todav�a estaba sentada en la taza; y el, sin mediar palabra, libero
su endurecido miembro del encierro del pantal�n del pijama, para pon�rselo justo
delante de la cara.


Mi mujer, comprensiva, no dudo lo mas m�nimo en introducirse
su r�gido aparato en la boca; y, habilidosa como es en estas labores, no tardo
mucho en saborear el abundante n�ctar que mano de su gruesa fuente, trag�ndoselo
todo en silencio.


Mientras, �l deleitaba la mirada viendo sus magn�ficos pechos
desnudos, por primera vez, mientras los acariciaba, a manos llenas, liber�ndolos
del camis�n. Pronto centro sus ataque es sus gruesos fresones, estir�ndole
dolorosamente de los hermosos pezones mientras alcanzaba el orgasmo.


Despu�s cada uno volvi� sigilosamente a su cama, como si no
hubiera pasado nada entre mi socio y ella.



Capitulo 8: m/f, 2M/F, HIP, EX, V, C



Al d�a siguiente, cuando llegamos frente a los solitarios y
peque�os islotes que eran nuestro destino, lucia un sol veraniego, que hacia que
mi plan pudiera funcionar a las mil maravillas.


Como ya esperaba, a mi simp�tica esposa no le importo lo mas
m�nimo que su hermana se quedara con su antiguo ba�ador; sobre todo cuando vio
que a ella no le molestaba que se transparentara su cuerpo de un modo tan
descarado.


Yo ya hab�a convencido a Rafa de que llevara a mi cu�ada, con
la peque�a zodiac, a la peque�a cala que quedaba a popa del yate; pues era un
sitio donde ambos sab�amos que hab�a muchos peces, y la intimidad suficiente
como para vencer la d�bil resistencia de Sara ante sus turbios manejos, cada vez
mas evidentes.


En cuanto se marcharon los dos tortolitos alegue que no me
encontraba del todo bien y, haciendo caso omiso de las bromas de mis socios, me
encerr� en el camarote de popa; donde, con ayuda del potente teleobjetivo de mi
c�mara pod�a ver a la perfecci�n todo cuanto acontec�a sobre la zodiac. Y que
seria en verdad memorable.


Ellos, mientras tanto, tomaban el sol en la cubierta de proa,
junto a mi despampanante mujer.


Pues Sof�a, con su reducido bikini amarillo, que permit�a ver
bastantes mas cosas de las que ocultaba, les estaba alegrando la ma�ana.


Pero, por muy atrevido que fuera el bikini de mi esposa, el
ba�ador de mi cu�ada le daba ciento y raya. Al chico le faltaban ojos para ver
todo lo que ella le ense�aba; y, cuando Sara regreso a la barca, despu�s de
darse un breve chapuz�n, ya fue demasiado.


Rafa no tuvo que echarle nada de imaginaci�n a la cosa, pues
ella, gracias a la hipnosis, le ense�o todo lo que hasta entonces nadie, salvo
yo, hab�a podido disfrutar.


Por suerte esta vez el joven iba preparado; y, a la primera
oportunidad, la convenci� de que se tumbara en la proa, para, con la ayuda de un
mirafondo, poder contemplar los peces.


Desde mi privilegiada posici�n pude observar perfectamente
como, en cuanto Sara se tumbo sobre la borda, bien abierta de piernas, Rafa
aparto a un lado el fino trozo de tela que molestaba su panor�mica, para poder
ver, ya sin obst�culos, las dos h�medas entradas, prohibidas hasta ese momento.
Pues ella, amablemente, le permit�a maniobrar a su antojo, siempre que no se
empe�ara en meter los dedos donde no deb�a.


Despu�s de contemplar a conciencia sus grutas durante un buen
rato, se acomodo entre sus piernas y, mientras restregaba su duro paquete por la
sensible intimidad de mi cu�ada, dejo en libertad sus firmes senos, para que los
dos pudi�ramos ver sus bonitos pechos, mientras �l los masajeaba.


Fue una buena t�ctica, pues pronto consigui�, con sus roces y
caricias, que mi cu�ada fuera mucho mas receptiva de lo habitual.


Por eso, cuando dejo de jugar con sus pezones, para
apoderarse de su virginal intimidad, ella por fin le dejo hacer en paz,
entregada pl�cidamente a la b�squeda de su propio orgasmo.


Gaste un carrete entero pues la dulce expresi�n de su cara,
unida a la belleza de sus prominentes senos desnudos, bien lo val�a.


El avispado de Rafa uso sus manos, y su boca,
indistintamente, para lograr que mi adorable cu�ada se corriera mas veces de las
que luego pudo recordar.


Sara, agradecida como su hermana mayor, tambi�n uso su c�lida
boca, cuando le toco el turno de ayudar a su novio a alcanzar el orgasmo, como
forma de devolverle el favor; aunque, eso si, se neg� a tragarse la espesa
sustancia que surgi� de su r�gido bast�n.


La �nica pega era que desde donde yo estaba tan solo
alcanzaba a ver el espl�ndido trasero de mi cu�ada, mientras esta, de rodillas,
se entregaba a su abnegada labor. No pudiendo, por eso, obtener ninguna prueba
gr�fica de esa parte del espect�culo.


Que duda cabe de que los tres lo pasamos fenomenal; pero los
otros pasajeros no lo pasaron peor.


Miguel, al ver la estupenda oportunidad que le brindaba mi
ausencia, no dudo lo mas m�nimo en pasar al ataque. Lo primero que consigui� fue
que mi querida esposa se quitara la parte de arriba del bikini; pues, entre
amigos, tomar el sol en top-less no tenia importancia.


Despu�s, y gracias a la hipnosis, logro que �l y Rafael
fueran los encargados de ponerle la crema bronceadora, extendi�ndola por su
soberbio cuerpo entre ambos.


Mientras tuvieron a mi esposa boca abajo se repartieron la
grata tarea como buenos amigos, embadurn�ndole el trasero entre los dos durante
un buen rato, debido al amplio terreno que el escueto tanga no pod�a ocultar.


Pero despu�s, cuando pusieron a Sof�a boca arriba, Rafael se
adue�o de los pechos, disfrutando con ellos mas que un ni�o con un juguete
nuevo.


Ante la d�cil pasividad de mi mujer, gasto casi medio bote
entre ambos senos, disfrutando como un loco, mientras amasaba las grandes
colinas desnudas, as� como sus gruesas y apetitosas cimas.


Miguel, por su parte, no perdi� el tiempo en tonter�as; y,
separ�ndole bien las piernas, empez� a introducir sus dedos por la acogedora
raja que tan bien estaba empezando a conocer.


Como la entrega de Sof�a era total no tardo apenas nada en
deshacerse de ambos ba�adores, para poder penetrarla a fondo, como ambos estaban
deseando.


Cuando Rafael vio lo a gusto que se encontraba Sof�a,
gimiendo bajo las embestidas de Miguel, no perdi� ni un instante en despojarse
tambi�n de su ba�ador para unirse a la fiesta.


Se sent� sobre mi mujer y dejo que esta, usando sus grandes
globos, y su c�lida boca, le ense�ara una nueva forma de sexo, totalmente
desconocida por �l, hasta entonces.


Estaban los tres tan excitados por la turbia situaci�n que,
cuando alcanzaron el orgasmo, casi simult�neo, apenas descansaron, antes de
continuar con la apasionada org�a.


Esta vez, Miguel se arrellano en la butaca del piloto; y,
tras algunos esfuerzos, logro introducirse por la entrada mas estrecha de mi
esposa.


No le debi� resultar f�cil, pues es un orificio que casi
nunca me deja utilizar; pero, con paciencia, y con bastante esfuerzo, lo logro.
En cuanto consigui� penetrar a Sof�a hasta el fondo, acallando sus dulces
gemidos con su voraz boca, hizo que apoyara sus pies bien separados en el tim�n
del barco, para que Rafael pudiera ocupar su lugar. Este, de pie frente a ella,
era el encargado de llevar el ritmo, con sus embestidas, mientras se aferraba a
los pechos de Sof�a, para no resbalar.


Mi mujer nos confeso alg�n tiempo despu�s, siempre bajo
hipnosis, que sentir esas cuatro manos, abarcando sus senos, mientras se
disputaban los pezones; y los dos miembros, llen�ndola por completo, la hicieron
sentir mas llena, y satisfecha, de lo que se hab�a sentido nunca, descubriendo
as� nuevas posibilidades para el futuro.


Despu�s de una ma�ana tan ajetreada y divertida estabamos
todos tan cansados que no tuvimos mas remedio que echarnos una larga siesta
despu�s de comer.


Yo me quede frito enseguida, por lo que no me di cuenta de
que Sara, en su forzado despiste inducido por hipnosis, hab�a dejado casi
abierta la puerta de su camarote. Creo que fui el �nico que se perdi� el
espect�culo de ver a ambas hermanas durmiendo en braguitas, pues el calor que
hacia era favorec�a la ausencia de ropa, y ellas hab�an preferido dormir con un
m�nimo de ropa encima.


Rafa fue el primero en disfrutar de las incre�bles vistas,
mientras mis dos socios terminaban de recoger la cocina, qued�ndose tan
impresionado al ver los espectaculares pechos desnudos de mi esposa que prefiri�
no cerrar la puerta por si tenia la oportunidad de volverlos a ver mas tarde.


Me imagino que entre otras cosas el chico se estar�a
arrepintiendo de no haberles prestado la atenci�n que se merec�an. Pues, desde
que los vio y palpo por ultima vez, cuando era tan solo un cr�o que entraba a
hurtadillas en su habitaci�n, estos hab�a crecido considerablemente en volumen,
conservando una firmeza que era digna de admirar.


Luego fueron mis socios los que se acomodaron silenciosamente
junto a la puerta del camarote, para ver a sus anchas a las dos bellas
durmientes.


Supongo que aunque repartieran su atenci�n entre ambas a
Miguel le tuvo que atraer mas mi linda cu�adita, dado que el cuerpo de mi esposa
ya lo empezaba a conocer a fondo.


Todo esto no dejan de ser meras elucubraciones m�as, pero las
baso en el inter�s que demostraron unos por otras en cuanto nos despertamos.


Yo, al ver que Miguel se llevaba a mi cu�ada afuera para
ense�arle a manejar el yate, mientras Rafa ayudaba a mi esposa a preparar la
cena, decid� encerrarme con Rafael en su camarote, con la intenci�n de repasar
una serie de documentos importantes, dado que no cre�a que fuera a suceder nada
mas por el momento.


Y, hasta que no pude charlar con mi cu�ada bajo hipnosis no
me entere de parte de lo que sucedi� aquella tarde. Por lo visto Miguel,
c�modamente sentado en el sill�n del patr�n, hab�a instalado a Sara entre sus
piernas abiertas, con el fin de restregar su duro paquete contra sus nalgas.


Ella, gracias a la hipnosis fing�a no darse cuenta de que el
muy cuco utilizaba cualquier maniobra del barco para rozar sus senos.


En vista de que Sara no reaccionaba aprovecho uno de los
giros mas bruscos para coger uno de sus meloncitos como por error,
estruj�ndoselo un buen rato ante su pasividad.


Pero no fue el �nico que se aprovecho de los bruscos giros de
la embarcaci�n, pues Rafa uso uno para volcar un cazo de agua sobre la camisa de
Sof�a. Al instante, solicito, le paso un pa�o por los pechos, toquete�ndolos con
escaso disimulo mientras los secaba.


Mi esposa, al ver las intenciones del chico decidi� darle un
escarmiento y, quit�ndose la camisa all� mismo, la puso a secar sobre una silla,
demostr�ndole que sufre mas el que mira que el que ense�a. Pues lo paso
francamente mal teniendo tan cerca la espectacular delantera de mi mujer y
careciendo de motivos, y valor, para apoderarse de ella.


Por desgracia al d�a siguiente se puso el tiempo bastante
malo, y tuvimos que suspender nuestra id�lica traves�a. Pero, al menos, cada uno
hab�a conseguido lo que buscaba.


Rafa ya tenia una d�cil novia que nos satisfac�a a ambos, con
la boca, o con las manos, siempre que nos venia en ganas; entreg�ndonos su
cuerpo a ambos, para que hurg�ramos en el a placer, hasta que la hac�amos llegar
al orgasmo.


Miguel y Rafael ten�an una amante ocasional, pues rara era la
semana que uno u otro no nos invitaban a sus casas, o ven�an a la nuestra, con
la intenci�n de abusar de mi esposa; la cual se entregaba a sus caprichos de mil
amores. Pues, no en vano, Luis hacia con ella todo lo que se le antojaba,
pr�cticamente todos los d�as de la semana.



Capitulo 9: �m/f, HIP, EX, V, C



Pero vayamos por partes, para no enredar el relato de la
historia.


Mi cu�ada, gracias a la hipnosis, segu�a siendo igual de
despistada que antes, sino mas; solo que ahora usaba siempre cortas minifaldas.
Y era raro el d�a que la mayoria de sus compa�eros del instituto no sab�an de
que color eran sus braguitas.


Sobre todo los tres amigos de su novio, que ahora, adem�s de
verle los pechos, ten�an ocasi�n de disfrutar de unas preciosas vistas de su
entrepierna, siempre que Rafa tenia a bien ense��rsela, que era bastante a
menudo.


Pues rara era tambi�n la noche en la que Rafa no les pon�a
los dientes largos, mientras estos ve�an, impotentes, como Sara aplacaba los
sucios deseos de su novio, con sus manitas o con su boca, antes de irse
satisfecha para su casa; mientras �l tambi�n la hacia disfrutar, acariciando
h�bilmente su gruta, baj�ndole las braguitas tanto para facilitar sus manejos
como para que sus amigos vieran el tesoro que tenia entre las manos.


Con la practica Sara llego a acostumbrarse a saborear el
espeso liquido de la vida, sin que yo tuviera que coaccionarla; consiguiendo
secar la fuente de su novio una y otra vez.


Ni que decir tiene que yo disfrutaba tambi�n de los mismos
privilegios que Rafael, cuando mi adorada cu�adita venia a mi casa, en ausencia
de mi esposa; sazonando su trabajo, bucal o manual, con los relatos que me hacia
de las cosas que le suced�an.


As� fue como me entere del episodio de la playa.


Cuando llego el calor, Sara, junto con su novio, y sus
amigos, se pasaba el fin de semana tomando el sol. Como ellos buscaban
intimidad, no dudaban lo mas m�nimo en dar largos viajes en coche para poder
llegar a aquellas apartadas calas que casi nadie sol�a visitar; al menos en esos
comienzos del verano. All�, amparados en la soledad, ten�an a mi cu�ada sola
para ellos.


Las primeras veces sol�a ir, por deseo expreso de Rafa, con
el ba�ador que yo le prepare, para que sus amigos tambi�n pudieran ver, sin
ning�n problema, los suculentos dominios de Rafa.


Sara no sabe de quien fue la gran idea, pero lo cierto es que
uno de esos d�as aparecieron con una c�mara de v�deo, y as� fue como quedo
constancia, para la posteridad, de todo lo que una chica no debe ense�ar a los
extra�os. Pues ampar�ndose en su pasividad la grabaron en todas aquellas poses y
posturas que mejor permit�an ver las zonas de su cuerpo mas intimas.


Poco despu�s, en su aniversario, Rafa le regalo un reducido
bikini blanco, con un escueto tanga como parte inferior, que le dejaba todo el
pandero al aire y al cual se notaba que le hab�an recortado el forro para
hacerlo todavia mas transparente. Tanto se clareaba que ahora se la ve�a
pr�cticamente desnuda cada vez que se mojaba, pues la fina tela solo velaba
tenuemente sus deseables formas.


Cuando Rafa crey� que hab�a llegado el momento oportuno, la
convenci� para que hiciera top-less, primero en privado; y, pronto, delante de
sus amigos.


En alg�n sitio tienen que tener escondidas el mont�n de horas
grabadas con los juegos y tonter�as que hac�an en la playa; y que serv�an, mas
que nada, para poder hacer unas estupendas tomas del precioso cuerpo de mi
cu�ada, mientras se aprovechaban de este.


Pues gracias a la incre�ble docilidad de Sara, inducida por
la hipnosis, pronto empezaron a poner sus manos donde no deb�an, ampar�ndose en
la soledad de la cala.


Los roces hab�an sido mas o menos discretos hasta el d�a en
que, influidos por Rafa, quisieron gastarle una broma, tir�ndola de la
colchoneta donde ella dormitaba, al agua.


Al hacerlo, y mas por malicia que por torpeza, la agarraron
por sus relieves mas pronunciados; cuyo volumen y firmeza los convert�a en unos
asideros tan ansiados como id�neos.


Al ver que ella en vez de enfadarse luchaba por volver a
subirse otra vez decidieron continuar con este juego; y as�, meterle todos mano,
sin problemas.


Sara en verdad disfrutaba con estas alegres peleillas, como
cuando era una ni�a, y apenas tuve que influenciarla para que accediera,
gustosa, a participar en ellas. La colchoneta era el terreno de lucha ideal,
pues all� pod�an agarrarla por todas partes sin que nadie les viera.


Sara forcejeaba como una leona, abrazada a ella con los pies
y con los brazos para que no la pudieran tirar; y los chicos, como no, no pon�an
demasiado empe�o en hacerlo, pues as� pod�an estrujar sus pechos, y su trasero,
durante mas tiempo. Ademas de que la separaci�n de sus piernas era ideal para
que de vez en cuando alguna mano se perdiera entre ellas.


Los d�as en los que el viento les imped�a echar la colchoneta
al agua, jugaban con Sara entre las olas, haciendo como que se peleaban, para
poder hacerle ahogadillas; y, para hac�rselas bien, no dudaban en agarrarla por
los senos, para inmovilizarla bajo el agua.


Mi cu�ada no se quejaba de la inferioridad num�rica, pues
sabia que ellos no se resistir�an a sus ataques, sobre todo si les incrustaba
los pechos en el rostro mientras los sumerg�a.


Ni que decir tiene que, en bastantes ocasiones, termino con
el pez�n dentro de la boca de alguno de ellos, que lo saboreo gustoso tanto
tiempo como le dejaron sus envidiosos compa�eros.


Tanto disfrutaban con ella, que ya ni en la arena la dejaban
tranquila; y as�, cuando hab�a poca gente en la cala, aprovechaban para hacerle
cosquillas entre todos.


La verdad es que re�rse no se re�a mucho, pero la embargaban
mil sensaciones distintas cuando notaba sus dedos pulsando en los puntos mas
sensibles de su anatom�a, mientras se rebozaban de arena, al rodar en confuso
mont�n sobre las toallas.


El ultimo domingo, antes de los ex�menes de junio, Rafa se
atrevi�, incluso, a soltarle los lazos del tanga, mientras ella dorm�a bajo la
sombrilla.


Sara no sabe lo que le hicieron durante la hora y pico que
estuvo dormida.


Pero si recuerda que, cuando se despert�, tenia irritados
ambos orificios; sobre todo el posterior, que ahora estaba totalmente escocido.


Por suerte, y gracias a la hipnosis, mi cu�ada no solo no se
enfado con ellos; sino que, aparentando no haberse dado cuenta de nada extra�o,
accedi� a continuar desnuda, al igual que ellos, el resto de la ma�ana, a
condici�n de que no la grabaran mas con la dichosa c�mara.


Como de costumbre mi cu�ada notaba como las manos de los
muchachos se agarraban febrilmente una y otra vez a sus zonas mas firmes y
carnosas, mientras practicaban juegos aparentemente inofensivos. Pero esta vez,
como novedad, tambi�n notaba sus endurecidos dardos incrustarse contra su
cuerpo, restreg�ndose por todas partes mientras la magreaban jugando a las
ahogadillas.


Fue su novio el que decidi� dar por terminada la diversi�n,
pues se dio cuenta de que, de seguir roz�ndola as�, alguno podr�a acabar
metiendo su duro palo en los agujeros que no deb�a.



Capitulo 10: �M/F, �F/F, HIP, EX, V, C



Y mientras Sof�a, por su parte, se hab�a convertido en la
amante de mis dos viciosos socios.


Estos, al principio, sol�an citarla en nuestra oficina, a la
hora del almuerzo; donde, por turnos, o a la vez, la llevaban al orgasmo una y
otra vez, en unos acoplamientos tan violentos como intensos.


Gracias a sus ligeros vestidos apenas ten�an que desnudarla,
para poseerla, sobre la mesa, o en el sof�, dejando al aire sus encantos con
comodidad.


Pero, desde que yo estuve a punto de sorprenderlos en plena
faena, un d�a que regrese antes de la hora, tuvieron que cambiar de t�ctica.


Desde ese d�a eran ellos los que sol�an venir a menudo por
nuestra casa, o invitarnos a la suya, para hablar de negocios, o pasar la
velada. All� se turnaban en entretenerme; as�, uno de ellos me daba
conversaci�n, para que el otro pudiera beneficiarse a mi esposa.


Sof�a, en estas ocasiones sol�a acudir sin ning�n tipo de
ropa interior, y con vestidos muy amplios y holgados, para no perder el tiempo
en desnudarse y poder disfrutar al m�ximo de estos fren�ticos encuentros
amorosos, a los que se acostumbro r�pidamente.


Pero segu�a siendo en el interior de la tienda donde mas
disfrutaban del espl�ndido cuerpo de mi esposa.


Pues los clientes habituales, que ya eran legi�n, pod�an,
gracias a su extraordinaria amabilidad, ponerle y quitarle todo tipo de prendas
intimas, con los magreos que fuera mester hacerle mientras contemplaban de cerca
su magnifico cuerpo desnudo.


Sof�a se pasaba casi todo el d�a metida en el probador,
descansando �nicamente cuando alg�n qie otro cliente caprichoso solicitaba que
fuera la joven Eva quien le atendiera.


La chica acced�a gustosa, pues sabia que a cambio de
mostrarles sus encantos tendr�a mas tarde la oportunidad de realizar todos sus
deseos lesbicos con mi esposa, en cuanto cerraran la tienda.


Pues este era el pacto t�cito que exist�a entre ellas, por
culpa del cual rara era la tarde que Sof�a no tenia que quedarse un ratito mas
en la tienda practicando los placeres de Lesbos.


Eva satisfac�a al mismo tiempo sus deseos y sus
frustraciones, ya que pronto saco a relucir su vena s�dica, ense�ando a mi
esposa a mezclar el placer con algo de dolor a base de pellizcos y palmadas.


Mi mujer no es de piedra y, cuando las caricias de los
clientes la pon�an demasiado tierna, sol�a recurrir al fiel hermano de su
ayudante como extintor.


Y este, encantado, apagaba su fuego en la trastienda, donde
la penetraba incansable las veces que hiciera falta, hasta que ella recuperaba
el control sobre sus instintos y volvia a los probadores.


Luis, del que no me quiero olvidar, tambi�n recib�a una
suculenta parte del pastel; pues, desde el d�a que regresamos del viaje en el
yate, usaba a mi esposa a su antojo.


Siempre que tenia tiempo y ganas la llamaba por el tel�fono
m�vil, y la hacia acudir presurosa a su consulta, o a un discreto hotel, donde
poder saciar todos sus apetitos sexuales.


Y estos, con el paso del tiempo, pronto se convirtieron en
perversiones.


Porque lo cierto es que una vez que Luis hubo satisfecho su
viejo deseo de poseer a mi esposa, reiteradas veces, en todas las posturas que
se le ocurrieron, y por todos sus orificios, perdi� bastante inter�s por ella.


No es que no tuviera ganas de hacerla suya, es que la novedad
ya hab�a pasado; y �l, gracias a sus dotes de hipnotizador, tenia a muchas otras
pacientes deseables, de todas los tipos y edades, con las que divertirse.


As� que solo recurr�a a mi mujer cuando se le ocurr�a alguna
nueva forma de humillarla o de utilizarla. Creo, sinceramente, que sus actos
eran provocados en parte por la envidia, y en parte por el deseo de vengarse por
el desprecio que ella le hizo cuando �ramos estudiantes, eligi�ndome a mi.


La verdad es que siempre procuraba no dejar ninguna marca, ni
permit�a que sus pacientes las dejaran, para que yo no me enterara de lo que
pasaba.


Si nombro a los pacientes es por que ahora se que muchos de
ellos se curaron de sus traumas gracias a mi esposa.


Fueron varios pacientes los que en la consulta curaron su
complejo de edipo gracias a los mullidos senos de Sof�a, mamando y disfrutando
de sus duros pezones durante horas.


Bastantes mujeres descubrieron, gracias a las h�biles
caricias de mi esposa, que su problema de frigidez no era otro que el no querer
reconocer su lesbianismo latente.


Y mi mujer perdi� la cuenta de la cantidad de hombres que
curaron su problema de impotencia, o su eyaculaci�n precoz, entre sus acogedoras
piernas, posey�ndola sesi�n tras sesi�n hasta aprender como controlarse.


Tambi�n ayudo a curar algunos casos mas dif�ciles fuera de la
consulta.


Como el de aquel paciente que solo era capaz de correrse
cuando la violaba, y al que tuvo que entregarse varias veces en apartados
jardines y descampados, fingiendo ser su victima para curarlo.


O aquel otro que solo se empalmaba cuando miraba. Para curar
a este tipo se tuvo que dejar ensartar a la vez, por delante y por detr�s, por
dos entusiastas negros senegaleses, con los miembros mas grandes que ella hab�a
visto nunca, y que la dejaron practicamente para el arrastre.


Lo cierto es que Luis procuro que ningun paciente le viera la
cara a mi esposa, usando mascaras y antifaces; pero todos recordaran, con
agrado, y supongo que con cierta nostalgia, el soberbio cuerpo del que
disfrutaron hasta la saciedad.


La fiesta de fin de curso fue la gran noche, en la que, por
fin, Rafa consigui�, en parte gracias al alcohol, vencer la d�bil resistencia de
mi cu�ada, y hacerla suya.


La posey� en el mismo jard�n del instituto donde ella le
rechazara la vez anterior.


El chico, para ser la primera vez, no lo hizo del todo mal, a
pesar de que la desfloro con demasiada brusquedad y eyaculo cuando ella apenas
empezaba a disfrutar de su orgasmo.


As� que tuve que ser yo el que esa misma noche, en mi casa,
lograra que Sara se entregara al sexo con verdadero placer.


Por ser tambi�n la primera vez que lo hacia con ella procure
hacer evidente mi experiencia y, con habilidad, consegu� que obtuviera dos
poderosos orgasmos, que la convirtieron definitivamente en mi fogosa esclava
sexual.


El placer fue mutuo, pues ahora, por fin pod�a realizar mi
sue�o dorado, y la penetraba, incansable, cada vez que nos qued�bamos los dos
solos en casa; lo cual suced�a, por suerte, muy a menudo.


Mi cu�ada tuvo que empezar a tomar pastillas, pues entre su
novio y yo no hab�a d�a que no alcanzara varios orgasmos.


Y cuando, por fin, nos cedi� a ambos su ultima entrada, pense
que ya no pod�a ser mas feliz, al poder utilizar, a placer, ese adorado
orificio, que tantas veces me hab�a negado mi querida Sof�a.


Lo que yo no pod�a saber era que mi esposa, de la que me
apiadaba no solo por sus cuernos, sino porque la ve�a volver del trabajo cada
vez mas agotada, se estaba convirtiendo r�pidamente en una adicta al sexo.


Dado que no hab�a d�a que Luis o alguno de sus fieles amantes
no la hiciera gozar, cuando no coincid�an varios a la vez, llego a acostumbrarse
de tal forma a satisfacer sus apetitos que cuando no la llamaban era ella la que
los iba a buscar, content�ndose con hacer suculentas tortillas con su cari�osa
dependienta o con su no menos cari�oso hermano cuando le apretaban las ganas y
no tenia tiempo de ir a su encuentro.


Pronto la cosa se sali� de madre, pues los afortunados
clientes de Sof�a, cuando por fin se dieron cuenta de lo f�cil que era llevarse
a mi esposa al huerto, solo con rozarla y acariciarla en los lugares adecuados
mientras le pon�an y quitaban la ropa, enseguida empezaron a hacerla suya.


Ella, que cada vez lo hacia con mas ganas, pronto empez� a
ver como se formaban autenticas colas en el interior de la tienda, esperando
turno para poseerla.



Capitulo 11: 2M/F, 2M/f, F/f, HIP, IN, V, C



Todo esto lo he sabido a ra�z de lo que paso hace un par de
semanas.


Como mi apetitosa cu�ada ya hab�a terminado el curso escolar
logre salir un par de horas antes de mi despacho, con la sana intenci�n de
poseerla tranquilamente en mi casa antes de que volviera mi esposa de la tienda,
donde yo sabia que tenia trabajo para rato.


O al menos eso pensaba, pues cuando entr�bamos en el comedor
presencie una escena incre�ble.


Sof�a estaba a cuatro patas, con un curioso vibrador
incrustado hasta el fondo en su angosto culito; y, mientras ella se masturbaba
fogosamente, apu�al�ndose la intimidad con un enorme consolador anat�mico, le
estaba haciendo una espectacular mamada a Luis, usando sus labios y lengua con
una habilidad incre�ble, desconocida hasta ese momento para mi.


El muy truh�n, sentado en nuestro sof�, con los pantalones
bajados hasta los tobillos, en cuanto nos vio, sin perder su legendaria sangre
fr�a, dijo las frases m�gicas pertinentes, para que ambas reaccionaran como si
all� no hubiera pasado nada.


As�, mientras Sara nos preparaba un caf� en la cocina, Sof�a
subi� a su habitaci�n para terminar de vestirse. No pude darle la paliza que se
merec�a, como hubiera sido lo l�gico, pues me hab�a excitado tanto la escena que
mi empalme se marcaba claramente en los pantalones.


Luis, por lo tanto, no tuvo que hacer grandes esfuerzos para
convencerme de que deb�amos unir nuestros deseos.


Luego, cuando regresaron las dos hermanas, las obligo a
desnudarse mutuamente, y a hacer el amor la una a la otra, para que yo me diera
cuenta de las nuevas e incre�bles oportunidades que se me brindaban ahora.


Mas tarde, mientras mis dos grandes amores compet�an entre
si, para ver cual de ellas consegu�a darme mas placer empleando h�bilmente, a la
vez, sus dulces boquitas en mi r�gido bast�n, Luis volvi� a hacer de las suyas.


Como vio que yo estaba en el s�ptimo cielo, acariciando sus
magnificas delanteras mientras se ocupaban de mi, se arrodillo detr�s de ellas;
y, desenfundando su gruesa arma, las fue penetrando, una detr�s de otra, por
riguroso turno, mientras masturbaba ansiosamente la cueva de la que estaba
libre. Sus acometidas, cada vez mas r�pidas y violentas, consiguieron
enardecerlas de tal modo que su succi�n se hizo realmente fren�tica.


Manten�amos la mirada fija, el uno en el otro, mientras ambos
alcanz�bamos la c�spide del placer, disfrutando de los mismos cuerpos pero por
distintos extremos.


En el ultimo momento tuvo, adem�s, la delicadeza de
preguntarme que en el interior de cual llegaba; y, ante mi sutil encogimiento de
hombros, pues no me sal�a la voz, decidi� hacerlo dentro de mi cu�adita. Me
imagino que porque para �l tambi�n era una deliciosa novedad correrse en una
acogedora abertura, tan desconocida hasta la fecha.


Esa fue una larga noche de confesiones, en las que mi esposa,
bajo la frase m�gica que pronto aprend�, me fue poniendo al d�a de todo lo que
le hab�a sucedido, y que yo aun no sabia; mientras Sara, que se quedo a dormir,
calmaba mis iras y tambien mis anhelos aplicando su h�meda boca en mi aparato,
con su habitual maestr�a.


Gracias a Luis he conseguido que Sof�a vaya volviendo al
redil; y, aunque aun no consigo evitar que se deje manosear por el primer audaz
que osa ponerle la mano encima, sobre todo si son mis socios, al menos he
conseguido que deje de acostarse con ellos y con los clientes de la tienda, muy
a su pesar.


Sara, como cada verano, ayuda a mi esposa en la tienda,
mientras la chica esta de vacaciones, y ambas se tienen que repartir a los
clientes; pues estos, la mayor�a de las veces, no saben por cual de las dos
decidirse para que se prueben las prendas en su presencia.


Porque, las cosas como son, este es un m�todo de venta
incre�ble, que les permite renovar la lencer�a cada quince d�as, aumentando el
precio de las prendas cuanto mas tiempo tarde el cliente en decidirse a comprar.


Incluso a los fijos les suelen autorizar a que sean ellos los
que les pongan y quiten las prendas, consintiendo alguna que otra caricia audaz
para animar a la clientela.


Eso si, ahora, cuando alguna de las dos no aguanta mas la
excitacion, es la otra la que se encarga de calmar sus ansias.


Para esto me ha venido muy bien la ayuda de los chismes
er�ticos de Luis; y es que este tiene una variada colecci�n de artefactos
sexuales, requisados a sus pacientes, que hacen las delicias de mi esposa, y de
mi cu�ada. Y las nuestras tambi�n, todo hay que decirlo, pues nos ayudan a
formar unos acoplamientos incre�bles durante las org�as que realizamos en mi
casa, cada dos por tres.


Ayer, sin ir mas lejos, Luis y yo lo pasamos en grande,
viendo como Sof�a, con un curioso consolador en forma de U introducido dentro de
ella, que dejaba fuera un trozo igual de grande que el que tenia dentro,
persegu�a a su hermana, ambas a cuatro patas, por todo el comedor; pues las dos
cre�an ser perritos en celo, gracias a la hipnosis.


Nosotros, cerveza en mano, anim�bamos a mi esposa a que
siguiera lamiendo, pues era esta la �nica forma de lograr que Sara se dejara
poseer.


Como nos dimos cuenta de que el artefacto restaba velocidad a
Sof�a, hicimos creer a Sara que la que estaba en celo era ella; y ahora si,
ahora fue mucho mas f�cil.


Era una delicia ver como mi cu�ada lam�a el miembro de goma,
mientras esperaba que mi mujer, con su h�bil lengua, le facilitara un poco mas
la entrada. No tardo mucho, y pronto pudimos ver como la penetraba
fren�ticamente, hasta que ambas aullaron de placer.


Despu�s dejamos que aplicaran sus dulces boquitas sobre
nuestros aparatos, como dos aplicadas alumnas, hasta que tambi�n nosotros nos
desfogamos.


Mas tarde cenamos todos juntos, desnudos, como de costumbre,
pues no hay cosa que estimule mas el apetito que ver tanta carne en movimiento.
El postre, como no, lo tomamos en sus senos, pues as� calentamos motores para
continuar la fiesta.


Esta vez dejamos que se pusiera el consolador Sara, pues
Luis, tendido sobre la alfombra, boca arriba, ya estaba dejando que mi esposa
cabalgara, feliz, sobre �l. Mi cu�ada, acostumbrada a estas lides, apenas tardo
unos instantes en situarse en la posici�n adecuada para penetrar a Sof�a por su
abertura mas estrecha. Esto solo me dejaba a mi un orificio asequible y, como
no, no tarde en taponarlo. No se si ustedes se habr�n hecho una idea de la
febril escena, pero les aseguro que el vaiv�n de los cuatro, acoplados en una
sola pieza, era digno de la mejor pel�cula pornogr�fica.


Y si no dejo que se grabe esto en v�deo no es por otro motivo
que la desconfianza que tengo en Luis, pues es capaz de venderlos despu�s.


De hecho tengo algunos indicios que me hacen sospechar que el
muy cuco esta en tratos son Rafa, para conseguir que le venda una copia de lo
que le grabaron a Sara en la playa.


Afortunadamente el chico esta veraneando con su padre en el
pueblo, as� que hasta dentro de unos meses podremos disfrutar de mi cu�ada con
total impunidad.


Pues me temo que despu�s tendremos problemas.


Digo esto porque el d�a antes de marcharse, mientras esperaba
impaciente fuera de la tienda a que saliera su novia, espiando por el escaparate
a ratos para no molestar, pudo presenciar el ir y venir de mi esposa a los
probadores con los clientes, y sus picaras prendas, haci�ndose una idea bastante
aproximada de lo que all� dentro suced�a.


As�, cuando por fin entro en la misma, justo antes de que
cerraran, aprovecho que mi cu�ada se estaba acicalando en la trastienda para
insinuar a mi esposa lo mucho que sabia acerca de como llevaban el negocio.


Viendo que Sof�a callaba ante sus veladas acusaciones el
p�caro zagal tuvo la osad�a de estrujarle los pechos por encima del vestido,
para darle a entender cual deb�a ser el pago por su silencio.


Y eso no, pues no voy a consentir que haya mas gente
disfrutando de mis queridos juguetes. �O si?



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Relato: El hipnotizador (II)
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