Relato: Enfermos de sexo Aún hoy me pregunto como
aquella época de mi vida pudo ser verdad, como cada una de estas
palabras es tan cierta como las lágrimas que recorren mi rostro
al escribirlas�
No me importaba hasta que punto
los ojos del mundo juzgarían aquel acto animal. En ese momento mi
sangre circulaba por mis venas como lava que arrasa la falda de un volcán
en plena erupción, firme, caliente y segura, invadiendo cada parte
de mi cuerpo con pasión y deseo. Mis manos apenas eran capaces de
controlar el movimiento insensato de sus dedos, y mis ojos, esos malditos
ojos que tantas veces miraron pero no vieron, se negaban a abrirse mientras
yo recorría mi sexo con desmesurada furia.
Por aquel entonces tenía
22 años, y estaba masturbándome frente al cuerpo desnudo
de mi madre�.
A diferencia de muchas historias
que había leído, el sexo entre mi madre y yo no surgió
partiendo de sugerentes palabras o indiscretos roces en ausencia de mi
padre. Nuestra pasión, nuestro placer, surgió de un par miradas,
una simple mirada que pidió ser devorada y otra que suplicó
hacerlo. Después un beso en el que la saliva regó nuestros
labios cayendo hacía el vacío de nuestra moral, más
tarde una mano furtiva recorriendo la ropa sin pararse un segundo, y por
último una invitación a deshacernos del último resquicio
de razón que quedaba en nosotros, uniendo nuestros sexos durante
toda una noche.
Desde ese preciso momento, jamás
volvimos a ser madre e hijo aunque nunca nos vimos como amantes o como
enamorados. Desde entonces, mi madre era para mí un cuerpo,
y yo para ella un simple hombre al que manejar con la voluntad de su sexo.
Nunca sentimos nada el uno por el otro, no existía cariño,
no existía complicidad, solo sexo, solo deseo. Jamás conocí
las razones de nuestro animal comportamiento, nunca supe qué nos
llevó a hacerlo�simplemente ocurría, simplemente lo buscábamos
y simplemente enloquecimos.
Al principio buscábamos las
ausencias de mi padre para entregarnos a la pasión. Cada vez que
él cruzaba la puerta para marchar al trabajo, nosotros abríamos
las nuestras para dar rienda suelta a nuestro placer. Si a la vuelta de
la facultad él no había vuelto, la devoraba de nuevo hasta
su regreso�
Pero pronto aquello fue insuficiente,
pronto supimos que necesitábamos más, que queríamos
más, que buscaríamos más�
Y así conocimos parques,
conocimos restaurantes, conocimos cines oscuros o campos de fútbol
abarrotados. Conocimos el sabor del peligro, el morbo de la presencia ajena.
Así encontramos tríos, orgías, compramos putas y gigolos.
Todo era válido si tenía sexo de por medio, todo era excitante
si incluía sus piernas abiertas ante mí, su mirada de deseo
en mi entrepierna, sus manos sobre mi cuerpo y las mías sobre su
alma�.
Pero pronto aquello fue también
insuficiente, pronto supimos que necesitábamos aún más,
que queríamos aún más, que buscaríamos aún
más�
Y así decidimos fijar nuestra
mirada en aquello que aún no habíamos experimentado, aquello
que por obvio habíamos olvidado en nuestra vorágine de sexo
enfermizo. La familia, nuestra familia�mi padre, mis tíos, primos,
abuelos�no hizo falta hacerlo verbo, pues un par de miradas bastaron para
comprender que nuestra alocada ruleta del sexo iba a girarse en mi padre,
que íbamos a conseguir poseerlo, abriendo así un nuevo mundo
de posibilidades�
La vida que viajaba en la maleta
de mi padre estaba anquilosada, aburrida y envejeciendo. Desde que comenzaron
nuestros encuentros, desde que el sexo de mi madre se convirtió
en mi sexo, mi padre dejó de sentir la pasión de su mujer
sobre su cuerpo. Hacía meses que su cama no era una cama sino dos,
hacía meses que la soledad arropaba sus sueños, que las caricias
habían terminado�jamás dijo nada, jamás dijo una sola
palabra�guardó los recuerdos del sexo en la maleta donde guardaba
la vida y se resignó a vivir sin ellos.
El plan era tan sencillo como seguro.
Mi padre se sentaría en el sillón para ver la televisión,
como cada noche de los últimos dos siglos. Entonces mi madre aparecería
en el salón, se arrodillaría ante él y devoraría
su sexo con una pasión que este era incapaz de recordar. Ahí
aparecería yo, por la espalda de mi madre, y ante la atenta mirada
de mi padre y sin decir palabra, colocaría mis manos en el culo
de mi madre, y dejaría que mi sexo se introdujera por él
de un solo golpe, de una sola embestida.
Lo que ocurriría después
era tan impredecible como arriesgado, pero sobre todo era�infinitamente
excitante.
Todo sucedió tal y como habíamos
planeado. El sillón, la televisión, los labios de mi madre
chupando el sexo de mi padre, y su culo perforado como tantas otras veces
por mi polla. El mundo debió de quebrarse para mi padre, lo percibí
en su mirada mientras follaba a mi madre. Era la mirada triste de un hombre
que comprende que la vida le ha superado, que la razón y cordura
que una vez soñó para su existencia jamás volvería.
Pudo haber evitado aquel acto atroz, hubiese bastado un simple �basta�
y un portazo a su espalda para no ser partícipe de tal maldición�pero
cerró los ojos y suplicó más y más, cerró
su corazón y abrió las puertas del sexo salvaje.
Sentí lastima por él,
lastima por haberle involucrado en nuestra enfermedad, en nuestra sinrazón�y
cerré los ojos mientras apreté mi polla dentro del culo de
mi madre durante unos diez minutos más�
No me importaba hasta que punto
los ojos del mundo juzgarían aquel acto animal. En ese momento mi
sangre circulaba por mis venas como lava que arrasa la falda de un volcán
en plena erupción, firme, caliente y segura, invadiendo cada parte
de mi cuerpo con pasión y deseo. Mis manos apenas eran capaces de
controlar el movimiento insensato de sus dedos, y mis ojos, esos malditos
ojos que tantas veces miraron pero no vieron, se negaban a abrirse mientras
yo recorría mi sexo con desmesurada furia.
Por aquel entonces tenía
22 años, y estaba masturbándome frente al cuerpo desnudo
de mi madre�.junto a mi padre.
Nuestra mujer, nuestro cuerpo, se
masturbaba frente a nosotros, lanzándonos miradas enloquecidas de
pasión y sexo. Tan solo decidíamos qué hacer a continuación,
como continuar. Mi padre solo se masturbaba, pero mi madre y yo pensábamos,
dábamos vueltas a lo que deseábamos hacer con ese hombre
al que habíamos robado la voluntad. Abandoné el sillón
en el que estaba y me dirigí hacia mi madre, tras mirarla a los
ojos entregué mi puño cerrado a sus labios. Deseaba que lo
humedeciera, tal y como lo hizo aquella tarde en el cine, y como hice entonces
se lo introduciría lentamente entre sus piernas. Mi madre dejó
que su lengua, la misma que durante tantas veces había recorrido
mi cuerpo, mi polla y mi culo, mojará el puño, y mientras
mirábamos la expresión de mi padre, comencé a metérselo
lentamente, pero sin descanso. Entró fácil, y una vez dentro
comencé a moverlo en círculos mientras uno de mis dedos penetraba
en su culo. Media hora, tal vez más, no se cuanto duró aquello,
pero si se que duró más que ninguna otra vez porque mi padre
deseó hacerlo, y entablamos una furiosa competición que consistía
en follar a mi madre, a su esposa, con nuestro puño, competición
que culminó cuando mi madre decidió ofrecernos su coño
y su culo para colaborar en lugar de competir.
Alternamos coño y culo, alternamos
boca, tetas y vientre�la cocina, el salón, el cuarto de baño
en una ducha a tres.. y entonces el deseo de algo más, el deseo
de llevar a ese hombre aún más lejos�Mi madre me miró,
y comenzó a introducir rápidamente varios de sus dedos en
mi culo, tal y como solía hacer cada día. Después
hizo lo propio con mi padre, y por último lo hizo a ambos a la vez.
Me percaté entonces de que
nadie había dicho nada aún, de que ni una sola palabra había
abandonado nuestros labios, y de que tampoco fue necesario para que mi
madre me ordenara follarme a mi padre mientras ella me follaba a mí
con sus dedos. Obedecí, lo hice porque ansiaba demostrar a ese hombre
la magnitud del error que acababa de cometer. Me lo follé, me lo
follé sin piedad durante una hora, tal vez más, no permití
que se librara de mí pese que nos corrimos varias veces, siempre
en su culo, siempre en la alfombra, mientras mi madre seguía a nuestras
espaldas, follando mi culo.
Y algo más, como siempre
algo más. Un vaso, dos pollas, semen, y los labios de mi madre bebiendo
de él, dejándolo caer junto a su saliva en mi boca y en la
de mi padre. Espeso, líquido, daba igual, era simplemente semen,
y todos bebimos de él�todos compartimos enfermedad�
La noche terminó y el día
dio paso a un nuevo sol. Amanecimos desnudos, exhaustos, follados�y sin
decir ni una sola palabra, y mientras el mundo aún se creía
feliz y coherente, una certeza golpeó mi mente tal y como lo hizo
la primera vez que poseí a mi madre.
Pronto, muy pronto, aquello sería
insuficiente�.
Alberto
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Relato: Enfermos de sexo
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