Relato: Sharon





Relato: Sharon

SHARON


MI ABUELO JORDI, EL PADRE DE MI MADRE, muri� de un
infarto aquel verano durante las vacaciones de mi primer curso de Facultad.
Mi abuela materna, demasiado viejecita ya, se fue a vivir con su hija, mi
t�a Nuria. La t�a Nuria, casada aunque sin hijos, pero muy catalana y muy
suya, ya ten�a bastante con cuidar de su madre y de su marido, casi
inv�lidos los dos.


Seg�n mi t�a Nuria les comunic� a los abuelos por carta,
Sharon tendr�a que venirse a vivir con sus abuelos de Vigo, ella no pod�a
atender a dos personas casi impedidas y adem�s a una ni�a que requer�a
tantos cuidados y atenciones como su marido y su madre. Una ni�a que ya
ten�a trece a�os, y es que para mi t�a Nuria, de cuarenta a�os para abajo
todos eran ni�os.


Cierto d�a de las vacaciones de aquel verano al regresar
de la playa, llegu� a casa y me abri� la puerta una se�orita despampanante
que me ech� los brazos al cuello, me bes� en los labios, me meti� la lengua
en la boca y luego me dijo que era Sharon. Yo, rojo como un tomate, dud�
mucho de que aquella escultura en carne mortal, la chica m�s bonita que
hab�a visto en mi vida, fuera mi hermanita Sharon. Si que ten�a unos
preciosos ojos verdes como ella, pero co�o, Sharon s�lo ten�a trece a�os y
aquella t�a deb�a tener por lo menos diecisiete. Cuando, finalmente, baj� de
las nubes y comprend� que ten�a raz�n, que si, que era mi hermanita Sharon,
volv� a ponerme colorado pensando en el recibimiento que me hab�a hecho.


Era tan guapa y tan simp�tica que me tuvo embobado
durante quince d�as. Y hubiera seguido embobado si ella tambi�n hubiera
seguido tan amable como lo fue durante las primeras dos semanas. Pero...


A partir de la tercera semana, m�s o menos, las cosas
cambiaron radicalmente. No s� las causas de su cambio, ni por qu� la tom�
conmigo. No hac�a nada a su gusto. Cuando quer�a hacerle una gracia,
resultaba que la hac�a llorar, cosa que yo no soportaba y ten�a que
consolarla sin saber de qu� co�o ten�a que consolarla.


Si no le dec�a nada y pasaba de ella, me buscaba las
vueltas de forma tan sibilina y sagaz que, cuando reventaba y le dec�a
cuatro frescas, tambi�n se pon�a a llorar, y ya me tienes a m� llev�ndome
las manos a la cabeza, a punto de volverme loco vi�ndola acongojada y,
encima, recibiendo una bronca de la abuela. Porque esa era otra: Mi abuela
Bego�a, que desde el primer momento la tom� bajo su protecci�n por las
muchas caranto�as que la ni�a (la ni�a es una manera de decir, porque de
ni�a, nada) le prodigaba, me ten�a muerto. Parec�a no darse cuenta de lo
sibilina y astuta que era, o quiz� no quer�a darse cuenta.


Estaba tan harto de mi deslumbrante hermana que si no
llega a ser por el abuelo Tom�s, me hubiera ido a trabajar de pe�n en las
autopistas. Menos mal que yo era su ojito derecho y cuando estaba en casa,
nadie se atrev�a a buscarme las pulgas. �Ah! Pero como casi siempre se
pasaba el d�a en el club o jugando al golf, pues la cr�a me las hac�a de
todos los colores.


�Maldita cr�a! �Me ten�a frito! Y lo bueno del caso es
que, cuando ya me hab�a hecho pasar las penas del infierno y me largaba de
casa dando un portazo para no estrangularla, al volver, todo eran arrumacos,
caranto�as y besitos. Claro, era guap�sima, era mi hermanita peque�a, yo la
quer�a y me dejaba engatusar como un imb�cil.


Cuando me di cuenta de la tramoya que se tra�a entre
manos, me largaba nada m�s levantarme, regresaba a comer y volv�a a largarme
hasta la hora en que sab�a que el abuelo regresaba y aquello pareci� ser la
soluci�n. Bueno, pens� aliviado, ya encontr�, por fin, la manera de vivir
tranquilo.


Que te crees t� eso, majo.


Como lo hizo no lo s�, lo que s� s� es que, de golpe y
porrazo, el abuelo un d�a me dice que ten�a que darle clases de mates,
porque la ni�a, que hab�a aprobado el segundo curso de BUP con una nota
media de notable alto, o sea 8, necesitaba repasar durante el verano las
matem�ticas, asignatura en la que s�lo hab�a conseguido un aprobado pelado,
o sea 5. De no haber sido por esa asignatura mi astuta e inteligente
hermanita hubiera aprobado con nota media de sobresaliente.


Una nota media de notable alto no la saca en segundo de
BUP una ac�mila, sino alguien verdaderamente inteligente y estudioso. �Para
qu� necesitaba pues que yo le diera clases de mates? Para nada, s�lo por
jorobarme las vacaciones. S�, casi seguro, como fue su jugada. M�s o menos
debi� ocurrir de �sta manera:


Le dijo a mi abuela Bego�a que casi hab�a suspendido
matem�ticas, que necesitaba repasarlas durante el verano y que necesitaba un
profesor, o alguien que supiera m�s que ella para repasar la asignatura. Si
no fue as�, fue algo parecido. Mi abuela sab�a que yo, en matem�ticas,
estuve siempre entre los primeros de mi clase durante todo el bachillerato.
Era mi asignatura preferida. Naturalmente, de eso a pensar que yo era el m�s
indicado para ayudar a mi hermana s�lo hab�a un paso, y el paso era hablar
con el abuelo. Y el abuelo no me lo exigi�, porque nunca me exig�a nada ni
le hac�a falta; con una indicaci�n suya yo ten�a bastante. Y ya me tienes a
m� todas las tardes de cuatro a cinco, d�ndole lecciones de matem�ticas a mi
preciosa e insoportable hermana Sharon. �Maldita sea! - pens� sacando espuma
por la boca como una n�cora en agua hirviendo : �Es que no va a dejarme
tranquilo ni un solo d�a en todo este maldito verano? Pues ni m�s ni menos,
as� era. No pensaba dejarme tranquilo ni por la tarde ni por la ma�ana
porque, a mayor abundamiento, a primeros de Julio se le ocurri� que deb�a
acompa�arla a la playa. No estaba bien que a una se�orita como ella se la
viera sola tomando el ba�o. Por supuesto, la abuela Bego�a tambi�n estaba
m�s que convencida de que yo eras el m�s indicado para ser el guardi�n de
tan preciosa joya. Adem�s, tampoco a m� me vendr�a mal corretear por la
playa. Seg�n mi abuela s�lo pensaba en lucirme con el Celica por todos los
puti-clubes de la geograf�a gallega. Eso era mentira, lo que hac�a era irme
a Santiago a ver al amor de mi alma, a mi Marisa, la mujer m�s femenina y
tierna que haya pisado la faz de la tierra.


-- No, no te vendr� nada mal acompa�ar a la ni�a durante
el verano, por lo menos yo me quedar� m�s tranquila sabiendo que est�
contigo - me dijo muy convencida la abuela, mientras la otra me hac�a
cucamonas a su espalda.


�Y los partidos de f�tbol qu�?


�Y mis amigos qu�?


�Y mis vacaciones qu�?


�Y Mi Celica deportivo qu�?


�Y mi amor del alma qu�?


Todo eso al carajo, primero es tu hermana. No me lo dijo
as�, porque la abuela era muy educada, pero la traducci�n era esa, m�s o
menos.


�Maldita cr�a! �Menuda faena me hab�a hecho el abuelo
Jordi muri�ndose!


Un mes justo despu�s de llegar de Barcelona se encaprich�
por conocer la playa de La Lanzada. La primera vez que la llev� en el Celica
para ir a esa playa se mostr� como quien era. Iba tan cabreado que de Vigo a
La Lanzada, con curvas y todo, llegu� en diez minutos. Le gustaba cabrearme,
porque sino no me lo explico:


-�Por qu� corres tanto? No s� a que viene tanta
prisa.- Toma las curvas un poco m�s r�pidas, pareces un caracol - Tampoco te
pases, caray.- �P�sale ya, nos ves que es un Seiscientos!



Y as� todo el camino, y yo bufando como una locomotora,
pero para dentro.


Por fin llegamos a la playa. Fue visto y no visto,
desapareci� como un fantasma. A�n no hab�a cerrado el coche cuando regres�
con los pies embadurnados hasta los tobillos, abri� la puerta y me puso las
alfombrillas como el palo de un gallinero. Yo que me lo cuidaba y lo ten�a
limpio y brillante como una patena cre� que me daba un infarto. Lo hab�a
hecho a prop�sito, estaba seguro, y estuve a punto de matarla de un
guantazo.


Se quit� la batita de verano porque, seg�n ella, hac�a un
calor espantoso. Cuando la vi en bikini lament� haber salido de casa con
ella. Aquello a�n me cabre� m�s..


�Joder, joder, joder! - que dir�a Arturo Fern�ndez.


Rubia, guap�sima y con aquel cuerpo - me dije - foll�n
seguro Tomy. Ll�vala al desierto donde no puedan verla en ba�ador, porque
sino la batalla de Solferino ser� de juguete comparada con las que te
esperan. No la dejes salir del coche, Tomy, o acabar�s en el hospital.
Piensa, piensa r�pido, Tom�s.


--�Quieres desayunar? - pregunt�, mirando al mar como
Jorge Sep�lveda.


-- Tomy, eres un encanto. Estaba pensando lo mismo.
�Ad�nde vamos?


-- Co�o, �A donde quieres ir, joder? Al bar,
naturalmente.


--�Pero por qu� eres tan mal hablado cuando est�s a solas
conmigo? Se lo dir� a la abuela. Ya estoy harta de o�r tantas palabrotas �
gimote�.


-- Perdona, bonita - dije, comprendiendo que ten�a raz�n
- no le digas nada a la abuela, y no volver� a decir palabrotas.


-- �Seguro? - pregunt�, poniendo una mano sobre mi brazo.


Me gir� para mirarla. Nunca lo hubiera hecho. Girada
hacia m�, apoyaba la espalda en la portezuela con los muslos separados, las
esculturales piernas extendidas, el bikini del tama�o de un sello de correos
y sus ojos de gata destellando como faroles... uf, tuve que apartar la
mirada de su cuerpo, so pena de que notara m� desasosiego. Se�or, Se�or...
como era posible ser tan bonita, estar tan bien hecha como una escultura de
Fidias y hacerme la vida m�s amarga que la cicuta.


-- Claro, mujer, tan seguro como que estamos en el coche
- respond� pensando con tristeza: � en la mierda de coche que me has
dejado, vamos�



-- Para mi vale, v�monos pues.


-- Jo... - me contuve a tiempo- pero �A donde quieres ir?
Ah� mismo hay un chiringuito.


-- �Venga ya! �A un chiringuito me quieres llevar? Amos
anda, ro�ica, ll�vame a La Coru�a.


--�Pero si hay doscientos kil�metros! - exclam� at�nito -
llegaremos muy tarde a casa.


-- Bueno �y qu�? Les llamas desde all� y comemos en La
Coru�a. Dicen que es una ciudad preciosa. Anda, hombre, no seas ro�ica.


--�Y tus lecciones de matem�ticas? Si comemos en La
Coru�a a las cuatro a�n no estaremos de vuelta.


-- �Ah, si, es verdad! Oye, pues no me acordaba. Vale,
vayamos hasta Finisterre, que est� m�s cerca. Anda, grandull�n, ll�vame a
Finisterre, di que si, guapito y te dar� un beso - se me tir� encima,
mimosita como una gata y me mordisque� el l�bulo de la oreja.


-- Esta bien, criatura... vamos a Finisterre - respond�,
tan paciente como Job.


-- �Ole, ole! �Que chico m�s guapo tengo! - me gir� la
cara y me dio un mordisco en el labio inferior que casi me lo arranca.


--�Me has hecho da�o! Caray. No seas tan...


-- �No sea tan qu�, quejica? - pregunt� guasona


Arranqu� el coche y sal� disparado hacia hac�a Finisterre
sin esperar a que se pusiera el cintur�n. Estuvo a punto de darse de cabeza
contra el parabrisas. Ojal� te rompas la crisma - pens� -lami�ndome el labio
dolorido.


-- �Bruto! �Animal! Ya s� que quieres matarme - grit�
haciendo pucheros- Pero yo tambi�n te matar� a ti �Asesino!


Par� el coche en un entrador de tierra. Le puse el
cintur�n. Me volvi� a morder en la oreja al inclinarme hacia ella y lo hizo
con tan mala leche que no me la arranc� de milagro. Cuando me vio bramando
de dolor, entonces se puso a bes�rmela, a lam�rmela y a decirme que me
quer�a mucho, mucho.


Joder - me dije intranquilo - �Tendr� la rabia esta
criatura?


Me cogi� la cara con la mano estruj�ndome los labios, y
me bes� suave y prolongadamente, m�s prolongadamente de lo necesario, seg�n
mi criterio. No s� c�mo lo hizo, pero se me pas� el dolor del labio.


Luego, con los ojos de gata todav�a h�medos me pregunta
de repente:


-- �Hacemos las paces?


-- Claro - respond� atemorizado.


Mir� hacia la carretera, pero volvi� a girarme la cara.


-- �Est�s enfadado, no quieres ni verme �verdad? Me
tienes miedo �A qu� s�? Grandull�n.


-- �Miedo de ti, criatura! - me sonre� con suficiencia
acarici�ndome la oreja, no pod�a decide que no, que lo que en realidad le
ten�a era p�nico - Est�s de broma, tienes la olla hirviendo, renacuajo.


Me solt� la cara con gesto tan despreciativo que le
hubiera arreado un sopapo con toda mi fuerza. Se recost� en el asiento y
arranqu� despacio hasta llegar al empalme. Luego sal� disparado tomando las
curvas a m�s de ciento veinte esperando que se mareara y echara las tripas.
La o� comentar con suavidad gatuna:


-- T� si que eres un renacuajo, grandull�n. Me tienes m�s
miedo que al Sida.


-- �Que mierda te voy a tener miedo yo a ti! De medio
sopapo te env�o a Barcelona otra vez - mascull� enfadado.


-- Te conozco, bacalao... �Y tanto que me tienes miedo!


Me hice el sordo. No sab�a ella cu�n cerca estaba de la
verdad, porque para matarla s�lo me faltaba otro mordisco. Por el rabillo
del ojo supe que miraba al frente. Me concentr� en conducir a toda leche. De
marearse nada. S�lo se mareaba cuando le conven�a. Y as�, en silencio,
hicimos lo menos noventa kil�metros. Como llevaba rato sin hablar y ni se
mov�a pregunt� sin mirarla:


--�Quieres que paremos en Camota para desayunar?


Silencio.


-- Tiene una playa preciosa.


Silencio.


-- y muy grande.


Silencio.


-- Con una arena blanqu�sima.


Silencio.


--�Que t� pasa?


Silencio.


--�Te mareas? - pens� preocupado. S�lo faltar�a que me
echaras la mascada aqu� dentro. Te ahogo, vamos. Baj� la velocidad a cien
por s� acaso. Bueno, pens�, �qu� le he hecho yo a esta? Nada que yo sepa. Y
si te has enfadado ya era hora, yo llevo enfadado todo el verano. y de
pronto:


-- Para el aire acondicionado, est� muy fuerte.


Apagu� el aire acondicionado. Eran las nueve y media y el
sol pronto convertir�a el coche en un horno. Casi no tuve tiempo de
pensarlo:


-- Hace calor, pon el aire acondicionado.


-- A sus �rdenes, mi general, ya est� conectado.


Dios me d� paciencia. �Se�or, Se�or! �Por qu� me has
abandonado?


Est�bamos llegando a Carnota. La playa se extend�a blanca
y brillante a lo lejos, desapareciendo intermitentemente de la vista a causa
de las curvas. De todas la playas, �sta era mi preferida, limpia,
silenciosa, ancha y larga, en forma de hoja de guada�a, con el fondo verde y
blanco de las olas batiendo mansamente a lo lejos en la bajamar. Siempre me
daba la impresi�n de estar vac�a, cuando en realidad, en pleno agosto, de
ser la mitad de larga, hubiera estado abarrotada. Una de las pocas playas en
donde cualquier familia numerosa dispondr�a de medio kil�metro cuadrado para
plantar la sombrilla. En ella, al oscurecer, hab�a disfrutado de uno de mis
placeres favoritos: bailar desnudo con el men� mini faldero del d�a y a los
sones casi siempre de las mel�dicas canciones del Tr�o Los Panchos de mi
compac-disc port�til. Muy apropiadas para levantar el esp�ritu m�s alica�do
antes de acostarse en la blanca y entibiada arena.


-- �Esta es la famosa playa? - pregunt� de pronto en tono
despectivo.


-- Si, esta es - respond� abatido y nost�lgico.


-- Pues vaya longaniza. Adem�s est� desierta, debe de ser
peligrosa.


-- �Oh, s�! Hay serpientes de cascabel (como t�) V�boras
venenosas (como t�) y hasta Dinosaurios, que no los ves porque est�n
escondidos bajo la arena �sabes?


-- Uy qu� gracioso... me troncho, Moncho - respondi�
sarc�stica.


-- Bueno, qu�, �desayunamos o no? - pregunt�, parando el
coche delante de una cafeter�a.


-- No tengo ganas, vete t�.


-- De acuerdo - me quit� el cintur�n, retir� las llaves
del contacto y me dispuse a bajar.


--�Y me vas a dejar aqu� sola?


-- Puedes venir, si quieres - empez� a hervirme la
sangre.


Se quit� el cintur�n y se dispuso a abrir la puerta.


-- �Eh! Alto rapidilla. Hazme el favor de ponerte el
vestido, o te dejo encerrada aqu� dentro - y bloque� las cerraduras con el
mando a distancia.


Intent� abrir, pero no pudo. Se gir� hac�a mi como una
centella, echando fuego verde por los ojos. Estaba tan rabiosa que no le
sal�an las palabras. Tom� a�re como un fuelle, y la expuls� con tal fuerza
sacando el labio inferior que se le movi� el flequillo.


-- �Antiguo, carroza! - explot�, recogiendo la bata del
asiento - �eres una carroza!


No ten�a ni pu�etera idea del por qu� de su enfado, pero
yo estaba en la gloria y disfrutando de lo lindo al verla tan cabreada. La
tom� del brazo al salir y se solt� como se la hubiera picado una avispa.


-- No me toques, puedo ir sola.


-- Naturalmente, tienes dos piernas y dos pies.


--�Imb�cil! �Idiota! Te crees muy gracioso �verdad? Eres
un cretino.


-- �Eh! Para el carro, si continuas as� doy la vuelta y
regresamos a casa.


-- Por m� puedes dar la vuelta cuando quieras.


-- Venga, pues al coche - exclam� cabreado y par�ndome
antes de subir a la acera.


Ni caso. Se meti� en la cafeter�a sin esperarme y tuve
que seguirla porque sab�a que era muy capaz de ponerme en evidencia delante
de todo el mundo. Aquella maldita criatura me estaba cabreando de verdad. De
modo que empuj� la puerta de vaiv�n con demasiada violencia, retrocedi� tan
deprisa que me arre� un golpe en el hueso de la m�sica que vi las estrellas.
Lo que me faltaba, pens� rabioso, masaje�ndome el codo.


El local estaba casi vac�o; el barman y un parroquiano
tomando un caf� en la barra. Ni rastro de Sharon. El camarero me indic� por
se�as el servicio de se�ora.


-- Gracias - sonre�, pasando de largo.


Le encargu� el desayuno al sentarme, mientras la
esperaba. Un plato de pulpo a la gallega para picar, una centolla m�s que
mediana, media docena de n�coras, pan de bolla de Muros y una botella de
Albari�os reserva. Fui a sentarme frente al mar, en una mesa del balc�n.
Encend� un cigarrillo mirando como las olas se deslizaban hacia la playa
saltando enroscadas en tirabuzones de blanca espuma al batir contra la
arena. Era un espect�culo que nunca me cansaba de admirar. Aquella
inmensidad l�quida y verde reventando blanca sobre la arena ejerc�a una
ben�fica influencia sobre mi esp�ritu, como una sedante y armoniosa sinfon�a
arrulladora. Una sinfon�a que se rompi� en pedazos cuando la vi salir del
servicio sin bata y en bikini con el bolso de playa colgado del hombro. S�lo
est�bamos tres hombres en el local, pero los tres, como tres pasmarotes, nos
quedamos mir�ndola con la boca abierta. Si alguien nos hubiera filmado,
seguro que le dan el Oscar de Hollywood a la mejor escena c�mica, porque el
encuadre no ten�a desperdicio.


De momento no lo comprend�, pero algo raro notaba yo,
algo disonante, algo que no estaba en ella cuando entr�. Me di cuenta cuando
se acerc� y vi sus zapatos playeros topolino con tac�n de casi diez
cent�metros. Claro que notaba algo raro. Como que era m�s alta y, al haberse
recogido el mo�o en un rodete sobre la cabeza, parec�a una joven mujer a la
que cualquier hombre mirar�a con la boca abierta, igual que nosotros.
Aquella fiera sab�a el efecto que causaba sobre el sexo contrario. La
coqueter�a innata de la mujer, el eterno femenino con la que todas nacen,
estaba tan desarrollado en Sharon como en una mujer de treinta a�os y lo
explotaba con la maestr�a con que un domador utiliza el l�tigo para obligar
a hacer piruetas a un fiero le�n. Me qued� tan pasmado que ni siquiera pude
cabrearme, a pesar de que vi c�mo cuchicheaba el cliente con el barman
mientras la miraban caminar hacia mi mesa con la seguridad y empaque con que
una diosa pagana se acerca al ara en la que van a sacrificar en su honor la
vida de su v�ctima.


Sin dirigirme ni una mirada, seria y distante como si yo
formara parte del mobiliario, colg� el bolso en el respaldo de la silla, se
sent� muy erguida y sin mediar palabra arrambl� con el paquete de Marlboro,
encendi� un cigarrillo y ech� el humo por su preciosa naricilla con un gesto
de asco que a poco me hace soltar la carcajada.


-- Pero �qui�n te ha dado permiso para fumar? - pregunt�
frunciendo el ce�o.


Una mirada despreciativa fue la respuesta. �Pero, qu�
demonios le habr� pasado? - me pregunt� sin acertar a contestarme.


Dej� de mirar al mar para mirarla a ella. Ella mir� al
mar para no mirarme a m�. Segu�a siendo una escena de pel�cula c�mica.


All� estaba m�s tiesa y bonita que la Sharon Stone,
arrugando la nariz al echar el humo y esparci�ndolo a manotazos para que no
se le metiera en los ojos, sin dejar de mirar a la playa vac�a e ignor�ndome
ol�mpicamente.


Cuando el camarero comenz� a extender el mantel, apart�
la silla, cruz� los soberanos muslos para que se los viera bien, y continu�
mirando fijamente la playa, quiz� esperando ver salir de la arena alg�n
Dinosaurio.


-- Traiga una Coca- Cola para la se�orita - ped� al
camarero al acabar de poner la mesa. Era la bebida que m�s le gustaba.


-- No quiero Coca- Cola - respondi� aplastando el
cigarrillo en el cenicero.


--�Qu� quieres, pues? - pregunt�, d�ndome cuenta que el
camarero se recreaba la vista sin perder detalle de su anatom�a. Deb�a de
estar pensando: � Menudo bomb�n, chico�.


-- Vino, con gaseosa - respondi� deslumbrando al camarero
con la luz verde de sus dos sem�foros y una sonrisa de n�vea blancura a lo
Sharon Stone.


El camarero me mir�, me encog� de hombros y volv� a
preguntarle cuando march�:


--�Me quieres decir qu� mosca te ha picado, guapa?


-- La mosca Tse-ts� - respondi� sin mirarme.


-- Estar�as durmiendo ya, ni�a.


--T� s� que eres un ni�o, y peor que la Tse-ts�. Te crees
muy hombre y eres un mocoso.


--�Mocoso? Ser� por el constipado - re� burl�n.


-- Que gracioso... es el mocoso.


-- Ya veo, est�s dispuesta a darme el d�a �verdad? Encima
que me molesto en llevarte a la playa, pasearte de aqu� para all� seg�n tus
caprichos, tengo que aguantar tu malhumor, pues �sabes lo que te digo? Que
es el �ltimo d�a que salimos juntos. Ni que me lo pida el abuelo, y ahora
disc�lpame. Tengo que ir al lavabo.


Mientras vaciaba la vejiga pensaba: Tiene raz�n, soy un
mocoso. Mira que cabrearme por culpa de este renacuajo �ser� posible? Desde
luego no salgo m�s de casa con ella. As� se hunda el Universo, no salgo y no
salgo, que le den morcilla a la gilipollas esta. Ens��ale matem�ticas,
ll�vala de paseo, haz de ni�era y encima, soy un imb�cil, soy un mocoso y
soy un cretino. Si que lo eres, joder, porque otro en tu lugar ya la habr�a
llevado de vuelta a casa. Me mir� al espejo, y mientras me lavaba las manos
dialogu� con la imagen: �T�, Tom Berenger? �Una mierda pinchada con un
palito! T� eres otro gilipollas, y acabar�s tan sonado como ella si le haces
caso. Despu�s de secarme las manos con un aire tan caliente que me hizo
sudar, regres� a la mesa cuando el camarero volv�a de servimos.


-- Me parece que ya lo tiene todo, si quieren algo m�s ya
me avisar� - me dijo muy amable.


-- Muchas gracias - respond�, ense��ndole los dientes.


Cuando llegu� a la mesa ya estaba comiendo una n�cora y
para mi sorpresa se hab�a puesto otra vez el vestido, quiz� porque el aire
acondicionado estaba bastante fuerte, pero lo que me dej� turulato fue o�rla
comentar muy contenta:


-- Oye, est�n de muerte, grandull�n - y me dirigi� su
mejor sonrisa Profid�n.


-- Vaya, me alegro, y eso que te est�s comiendo un macho.
La hembra es m�s gustosa respond� en plan especialista.


Yo tampoco ten�a remedio.


-- Siempre lo son, pero �c�mo sabes que es un macho? - y
me fulgur� con risue�os rayos verdes.


-- Mira, ves - dije poniendo un macho y una hembra patas
arriba - �Notas la diferencia?


-- No, no noto nada, para m� son igualitas.


-- No, mujer, f�jate bien - y le se�al� la tapa.


-- Ah, ya caigo - dijo, mirando muy interesada - est� es
m�s redondita y esta m�s picuda - y sonriendo p�caramente me mir�
se�al�ndola acertadamente - �A qu� �ste es el macho?


--�Por qu�? - pregunt� levantando una ceja algo mosca.


Lade� la cabeza sin dejar de sonre�rme, igual que un
cachorrillo travieso:


-- Porque tiene pico, como todos los machos, ja, ja, ja -
ri� divertida - �a qu� s�?


Se le saltaban las l�grimas con la risa.


No tuve m�s remedio que sonre�r. No pod�a mantener el
enfado mucho tiempo con ella, imposible, era un diablillo, era mi hermanita
peque�a, y yo era un imb�cil. Ella era m�s madura a los trece a�os que yo a
los diecinueve, aunque, por aqu�l entonces, cre�a lo contrario.


Comi� con un apetito voraz, bebi� Albari�os con gaseosa
la primera vez, pero luego lo encontr� tan fino y agradable que se bebi�
otro vaso sin mezclarlo y no bebi� m�s porque no la dej�. No quer�a llegar a
casa con ella en brazos.


-- Sabes, el camarero me ha dicho que en La Punta del
Loro...


-- Punta de Louro, Sharon.


-- Bueno, como sea, pues que en esa punta hay una playita
preciosa. �Me llevar�s? Podemos volver a comer aqu�. Hay un marisco
estupendo. Ser� un plan de f�bula, ya veras. Es una playita muy resguardada
del viento y tiene una arena...


-- La conozco, renacuajo, pero a�n es m�s solitaria que
Camota porque para llegar all�, la carretera es espantosa.


--�Vaya! Ya sab�a yo... - exclam� apoy�ndose en el
respaldo con la cabeza gacha.


-- Vale, vale, iremos a Punta de Louro, chinche de los
demonios, no te pongas as�.


Sab�a que la carretera era mala, aunque s�lo ten�a tres
kil�metros de tierra y la playa era poco m�s grande que la concha de una
vieira, pero muy bonita y resguarda del viento. Una caleta en donde el agua
se remansaba con olas diminutas, un estanque entre las rocas que la rodeaban
formando una herradura muy cerrada. Lo malo es que hab�a que bajar saltando
de roca en roca en un largo de casi cien metros, pero bueno, parec�a tan
ilusionada y estaba tan contenta de pronto... �Qu� otra cosa pod�a hacer yo?


-- Oye, Sharon, son casi las diez �A qu� hora quieres
comer?


--Tarde, porque quiero ponerme morena, estoy m�s blanca
que la leche... - y al darse cuenta del doble significado de la frase solt�
otra carcajada. Y de pronto se ech� las manos a la cabeza.


--�Qu� pasa, Sharon? - pregunt� intranquilo, pensando si
le habr�a sentado mal el vino.


-- Calla hombre - respondi� con las manos en las mejillas
- que me he dejado la crema para la piel, �qu� tonta soooooy!


-- Menos mal - suspir� aliviado - enfrente hay una
librer�a en donde venden de todo.


Despu�s del caf� dej� encargada la comida para las tres,
ten�an un comedorcito en el primer piso frente al mar. Nos reservar�a la
mesa. No hab�a problema.


Entramos en la librer�a para comprar la crema. Quiso unas
gafas de sol, quiso unas zapatillas de colores, quiso seis revistas, quiso
que me comprara unas gafas, quiso una pamela y yo quise sacarla de all�
arrastr�ndola por un brazo.


Eran las once y el coche parec�a un horno. Tuve que poner
el aire acondicionado a tope antes de sentamos y por fin nos dirigimos a
Punta de Louro por su infame carretera. Cuando me detuve frente al mar cerca
de las rocas, el coche hab�a dejado de ser rojo para convertirse en color
paja. Bueno - me dije resignado - m�s ha pintado Picasso.


Desde arriba no se ve�a la caleta. Con las bolsas de
playa al hombro comenzamos a descender por las rocas.


--�Podr�s bajar por aqu�? - pregunt� se�al�ndole la
bajada.


-- Claro, hombre, ni que fuera una inv�lida. No, no
necesito que me cojas de la mano, yo ir� detr�s de ti.


Comenc� a bajar sin apresurarme. Cuando me gir� a mirarla
a�n estaba en la primera roca.


--�Que pasa, Sharon?


-- Me hago da�o en los pies.


-- Ponte las playeras.


-- Me resbalan y se me tuercen.


--�Y que quieres que haga? Ya te dije que hab�a que bajar
por las rocas.


Me mir� encogi�ndose de hombros e intent� saltar hasta la
pr�xima roca. Se va a matar pens�. Mejor ser� que vayamos a otra parte.
Retroced� saltando como una cabra. Ella no quer�a ir a otra parte, quer�a
ver la playita, quer�a estar en la playita. �Por qu� no la bajaba a
caballito? Pues a caballito. Le puse mi bolsa en el otro hombro, me agach� y
se mont� en mi espalda rode�ndome el cuello con los brazos. La sujet� firme
por los prietos y soberanos muslos. Para estar tan maciza pesaba bien poco.
Chill� asustada cuando salt� hasta la otra roca.


--�Qu� pasa, Sharon?


-- Tengo miedo, Tomy.


-- Cierra los ojos.


tener paciencia con la ni�a, que venga Dios y lo vea.
Segu� saltando como una cabra hisp�nica de roca en roca. Cuando vio la
caleta comenz� a saltar y a gritar de j�bilo sobre mi espalda, resbal� y
ca�mos en un mont�n sobre la caliente arena. Se re�a como una loca abrazada
a m� apret�ndome cada vez m�s fuerte.


--�Quieres ahogarme o qu�? - exclam� escupiendo arena.


-- Si, quiero ahogarte, grandull�n - coment�
mordisque�ndome la oreja.


Me di la vuelta y se solt�. Nos miramos, parec�amos dos
payasos con las caras llenas de arena blanca y reluciente. Solt� la
carcajada apunt�ndome con el dedo como con una pistola. Se puso a gritar y a
tirarme arena, feliz como un gato con un rat�n. Luego se levant�, se quit�
el vestido y de nuevo tuve que apartar la mirada, incapaz de soportar sin un
mal pensamiento la escultural esplendidez de su cuerpo de escultura griega.
Extendi� las toallas y se tumb� cuan larga era.



Me tumb� a su lado encendiendo un cigarrillo, mirando
como se pon�a crema en las piernas y los muslos. Joder - pens� sin poder
evitarlo - �quien fuera crema! Un pensamiento verdaderamente repugnante,
pero, co�o, uno no es de piedra.


Ella era mucho m�s hermosa que todo lo que yo conoc�a y
su cuerpo mucho m�s perfecto y escultural que ninguna de las que trataba,
inclu� a Marisa, aunque por su culpa se me hab�an acabado las nenas de
faldita corta, las visitas a Santiago y yo ten�a un apetito voraz, de
tibur�n cuando menos. La o� girarse y preguntarme:


--�Vas a ba�arte ya, grandull�n?


-- Ahora mismo, Sharon.


Sal� disparado para zambullirme en el agua helada
maldici�ndome por mi concupiscencia. No ten�a disculpa, era un verraco
lujurioso y un degenerado. �Por el amor de Dios, desgraciado, es tu hermana!
Y encima s�lo una ni�a. Comenc� a nadar con largas brazadas de crawl,
pensando en rebajar la marca de los cien metros. Me di la vuelta al cabo de
diez minutos, las olas eran bastante altas y casi no ve�a la playa. Sharon
era un punto sobre la arena que desaparec�a intermitentemente. Cuando
regresaba not� el comienzo de un calambre en la pantorrilla derecha. �Lo que
me faltaba! El agua estaba tan fr�a que ten�a la impresi�n de que de un
momento a otro chocar�a con un iceberg, como el Tit�nic. Leche, pens�, s�lo
falta que no pueda regresar. Me encog� en redondo, conteniendo la
respiraci�n bajo el agua friccionando el m�sculo con todas mis fuerzas. Se
estaba poniendo tenso como la cuerda de una guitarra. Me sofocaba, pens� que
si me ahogaba tan cerca de la arena me estar�a bien empleado por verraco. Me
puse de espaldas nadando hacia la playa con fuertes paladas de brazos y sin
mover las piernas. Me dol�a el m�sculo como si fuera a romperse. Vi las
rocas de la herradura a menos de cuatro metros, ten�a que seguir nadando
hasta el interior de la herradura; por la parte del mar abierto las olas me
hubieran despedazado contra las pe�as. Volv� a tocarme el calambre, pero me
hac�a tanto da�o que de nuevo nad� de espaldas y segu� braceando hasta que
not� que el agua se remansaba. Hab�a pasado al interior de la herradura, me
gir� para hacer los �ltimos treinta metros de cara a la playa. Ve�a a Sharon
de pie en la orilla del agua. Levantaba los brazos, gritaba, aunque no
lograba entender lo que dec�a. Cuando pude hacer pie sal� cojeando como un
inv�lido de la Segunda Guerra Mundial.


-- Me has dado un susto de muerte �Por qu� te has ido tan
lejos? - pregunt� gimoteando


-- �Por qu� est�s en top-less?. Ponte el sost�n ahora
mismo, caray.


--�Qu� te pasa en la pierna? - pregunt� sin hacerme caso.


-- Me ha dado un calambre, ya se me pasar�, no te
preocupes. Haz el favor de ponerte el sost�n.


-- Pero �por qu�?


-- Por qu�, por qu�, �por que s�, co�o!


-- �Pero si estamos solos!


-- Precisamente por eso - bram�, tir�ndome de golpe sobre
la toalla.


-- Ya entiendo - dijo, poni�ndome la pierna sobre sus
muslos.


Comenz� a friccionarme el m�sculo, a pellizcarlo con las
u�as con tanta fuerza que me las marc� en la piel, pero, leches, consigui�
que el m�sculo se relajara y el dolor fue desapareciendo poco a poco. Estaba
tiritando, aunque el sol pegaba en el fondo de aquella herradura como en el
desierto de Gobi donde, por cierto, nunca hab�a estado. Cerr� los ojos y me
dispuse a descansar.


De pronto not� sus manos grasosas pasando arriba y abajo
por mis piernas, las rodillas, los muslos, en el interior, en el lateral y
otra vez en el interior hasta casi tocarme el paquete. Ya estamos - pens�
intranquilo -, esto no puede ser. De cuando en cuando notaba la crema
cayendo sobre mi piel para seguir unt�ndome de forma tan... mejor no
decirlo. Dej� los muslos, me unt� el vientre, metiendo la mano bajo la goma
del ba�ador hasta rozas la r�gida cabeza roja, sigui� hacia arriba,
estir�ndose sobre m� para llegarme al pecho y clav�ndome su par de pomelos
en el est�mago. Los arrastr� sobre mi cuerpo hasta que sus manos alcanzaron
mi cuello. Pr�apo protest� y con raz�n y ella tuvo que notarlo por fuerza,
pero sigui� como si tal cosa, embadurn�ndome la cara y la frente como si de
aquella faena dependiera mi vida. Notaba sus duros pomelos abras�ndome sin
compasi�n. �Por qu� me provocaba? �Por qu� le dejaba que me provocara? Uno
de sus muslos entre los m�os, su pubis sobre la dura carne de Pr�apo, y la
suave respiraci�n de su boca sobre mi mejilla.


�C�mo el fogonazo de un flash me vino a la memoria mi
sue�o er�tico de a�os atr�s y abr� los ojos como platos mir�ndola fijamente!


En sus labios se fue iniciando una sonrisa, sus ojos
fulguraron verdes y maliciosos. Susurr� sobre mi boca con su aliento c�lido:


--�Te ha gustado eh, y yo qu�?


�Joder! �As� que fue un sue�o, eh? Pues toma sue�o... Se
acordaba, la muy... �se acordaba! Yo tambi�n me acordaba, hab�a querido
enga�arme durante todos aquellos a�os. Hab�a sido demasiado real para ser un
sue�o. Acababa de repetirme las mismas palabras de aquella noche. No pude
soportarlo m�s. La abrac� como un loco y me di la vuelta dej�ndola debajo,
exclamando rabioso y exaltado:


--�Que es lo que quieres de m�? �Di, que quieres de m�,
maldita seas?


Sus ojos verde mar me miraron fulgurando de nuevo. Vi en
ellos la satisfacci�n por mi derrota, mi completa y absoluta, triste y
desgraciada derrota. Segu�a sonriendo enigm�tica.


-- Que te quites de encima, pesas demasiado - respondi�
lentamente.


La bes� como un loco, como un loco de atar, sin que
protestara, pero sin responder a mis besos.


--�Vas a violarme? - pregunt� enarcando una ceja mientras
aquella media sonrisa distend�a nuevamente sus labios, suaves como p�talos
de una flor.


La solt�, di media vuelta y me dispuse a lanzarme al agua
dispuesto a no regresar, no quer�a volver a verla nunca m�s, pero se movi�
con la rapidez del rayo y sent� sus manos atenazando mi tobillo derecho. Me
ca� cuando largo era sobre la arena y se desliz� sobre mi cuerpo, r�pida
como una sierpe.


-- Tomy, por favor, �quieres ponerme crema en la espalda?
Anda, s� bueno, yo te la he puesto a ti. No te enfades hombre, aunque est�s
muy guapo cuando te enfadas - sonre�a mimosa - por favor, Tomy �quieres?


No quer�a mirarla, sab�a que sus ojos verdes, su boca, su
cara, me trastornar�an de nuevo. Yo era como la mantequilla en el horno bajo
su cuerpo de vestal romana. No pod�a claudicar, no deb�a hacerlo, pero
claudiqu�:


-- Sin favor - respond�, cerrando los ojos para no verla.


Era un pelele, una marioneta con la que jugaba a placer
moviendo los hilos a su antojo.


--T� est�s mucho m�s moreno que yo. Debes de ir mucho a
la playa con los amigotes, y alguna que otra amiguita, supongo - coment�
pausadamente.


-- Supones mal, no voy con amigotes, voy con alguna que
otra amiguita.


-- No pod�a ser de otra forma... ja, ja... el Tom
Berenger y sus enamoradas �Tienes muchas? No es que me importe, �sabes? Pero
seguro que deben ser seis o siete.


-- Docenas - respond�, maldiciendo interiormente.


-- No me extra�ar�a, porque de ti se puede esperar
cualquier cosa - respondi� girando la cara hacia el otro lado para comentar
sin transici�n - ponme bastante o me saltar� la piel.


Comenc� a frotarla suavemente. No quer�a manchar el
tirante del biquini y pas� la mano bajo �l.


-- Desabr�chamelo, con la experiencia que tienes sabr�s
como se hace - coment� sarc�stica - si no, me lo manchar�s todo de grasa.


Se lo desabroch�. Joder - pens�, tragando saliva - s�lo
tiene trece a�os �c�mo es posible que tenga una espalda tan fenomenal? Y qu�
cintura y qu� piel m�s suave, y que cachas m�s redonditas. Le puse crema
desde la nuca hasta la breve cinturita. No s� como se me ocurri�, pero poco
a poco, bajando de las axilas hasta su pecho fui metiendo la mano un poco
m�s adentro hasta tocar el lateral de su seno. Incre�ble, estaba duro como
el m�rmol y ni la arena era capaz de aplastarlo. Me pas� al otro lado...
igual de duro. Maldita sea, me dije, �Qu� est�s haciendo, desgraciado?


-- Toma el tubo, Sharon, ya est� - dije, soltando la
crema como si quemara, dispuesto a largarme.


-- Espera un momento, grandull�n -- se puso de pie antes
que yo - Vamos a nadar, anda.


-- No, en top-less ni hablar - respond� sin mirarla.


-- Est� bien - dijo suspirando - d�melo.


Cog� el sost�n del bikini, me levant�, se gir� de
espaldas y dijo mimosa:


-- No puedo abrocharlo sola, �quieres ayudarme?


Levant� los brazos y se gir� tan r�pida abraz�ndose a mi
que no me dio tiempo a reaccionar. Sus senos, duros como piedras, se
incrustaron en mi est�mago, sus muslos en los m�os y me mordi� en el pecho,
luego, levantando la cabeza hacia m�, coment� burlona apretando su pubis
contra el m�o:


-- Tu hermanito est� que se agacha por la pared,
grandull�n.


-- Su�ltame, Sharon, no me hagas enfadar.


-- No me da la gana, te quiero para mi sola �me oyes?


-- Eres mi hermana, maldita sea. �Su�ltame o te doy un
cachete!


-- Yo no te quiero como un hermano, te quiero como te
quise aquella noche - murmur� apretando de nuevo su pubis contra mi
erecci�n, y de nuevo burlona - �Tu que me vas a dar un cachete! Anda ya.


--�Pero es que te has vuelto loca, Sharon?


-- Si, por ti, ya te lo he dicho, te quiero a ti y a
�ste. Ya te lo dije aquella noche: tienes que ser mi marido - respondi�,
apret�ndomelo sobre el ba�ador con todas sus fuerzas - �vaya le�o de
borrico!


-- Su�ltame, eres una descarada, corcho - me apart�
simulando enfadado - Esta bien, creo que todo es una tornadura de pelo.
Vamos a ba�amos, anda.


-- Vale, pero despu�s, ya sabes... si refr�scate,
pobrecito - coment� con guasa - buena falta te hace.


Me cogi� de la mano, salimos corriendo y nos chapuzamos a
un tiempo. Estuvimos jugando, nadando, se subi� a horcajadas sobre mis
hombros para tirarse de cabeza, ri�ndose como la ni�a que era pese a su
cuerpo de mujer. Me gustaba cuando estaba de buen humor, me gustaba tenerla
tan cerca, me divert�a haci�ndola rabiar y re�r. Ten�a una dentadura
blanqu�sima y pareja que le he envidiado siempre, no porque yo la tenga mal,
sino porque la de ella es perfecta. Se colgaba de mi espalda, gateaba como
una ardilla hasta mis hombros y se sentaba con su preciosa entrepierna sobre
mi nuca. Besaba sus muslos de ensue�o disimuladamente, notando el salado
sabor del agua sobre la piel de seda, hasta que ella me tiraba del pelo y me
ped�a las manos para ponerse de pie. Pocas veces lo lograba, pero se
zambull�a y se re�a a carcajadas al salir del agua.


-- Tengo hambre - coment� resoplando y frot�ndose los
ojos con los pulpejos de la mano.


-- Pues vamos a comer, Sharon.


-- Despu�s - dijo, gui��ndome un ojo.


--�Despu�s de qu�? - pregunt� frunciendo el ce�o.


-- No te hagas el tonto - respondi� quit�ndose el sost�n
del bikini - Venga, vamos.


Sali� disparada hacia las toallas, tir� el sost�n a lo
lejos como si fuera una jabalina y comenz� a quitarse la parte inferior del
ba�ador. Me di la vuelta, no quer�a seguirle el


juego. No pod�a ser. Ya se cansar�a. Me puse a pasear
lentamente y no tard� mucho en llegar a las rocas de la herradura mirando
hacia el horizonte, temiendo girarme.


Silenciosa como una v�bora no la sent� llegar hasta que
sus brazos me rodearon baj�ndome el ba�ador. Me di la vuelta intentado
detener sus manos. O ella fue m�s r�pida o yo demasiado lento. Se peg� a mi
tan desnuda como yo, presionando con fuerza su vientre sobre mi excitaci�n.


-- Su�ltame, Sharon, nos est�n mirando - ment�, simulando
p�nico.


-- Que miren, disfrutar�n un buen rato - respondi�
tranquilamente, oblig�ndome a bajar la cabeza para besarme.


Me quedaba bien poca o ninguna resistencia a aquellas
alturas. Su boca y su cuerpo eran una tentaci�n demasiado potente para mi
poca resistencia ante el radiante esplendor de su cuerpo de ni�a-mujer. Me
arrastr� paso a paso hasta las toallas, pegada a m� como una lapa, y ca�mos
sobre ellas. C�mo se las arregl� para colocarse encima no lo s�, pero
recuerdo que mi muslo estaba entre los suyos, su boca sobre mi boca y su
lengua jugaba con la m�a movi�ndose como una lagartija.


Su cuerpo era la culminaci�n del Universo. Su delta de
amor, el m�s peque�o y perfecto tri�ngulo que jam�s viera, y su sexo, de
gordezuelos labios sedosos, un tesoro escondido y rec�ndito, inexplorado, un
Arca Perdida cuyo camino no hab�a sido hollado todav�a. Las peque�as �nforas
de sus pechos se alzaban desafiantes, sumum de la belleza que cre� en verso
libre hasta el fin de los siglos el poeta del Cantar de los Cantares,
c�pulas n�veas del celestial firmamento. La estrecha cinturita, marcaba la
curvatura de la tierra en sus caderas y la uni�n de las columnas del Sagrado
templo de la Vida, la m�s perfecta obra de arte salida de mano de escultor
habido; cincelados los muslos, esculturales las piernas, bella y hermosa
toda ella cual diminuto camafeo hecho carne sedosa y satinada.


Cuando sus nalgas se levantaron, a mi mente acudi� lo
mismo que pens� aquella noche, cinco a�os atr�s: se va a hacer da�o y
desistir�. Sin embargo, poco a poco, mordi�ndose los labios, fue
descendiendo lentamente, enterr�ndome, mil�metro a mil�metro en el delicioso
y h�medo calor de su estuche amoroso, hasta la ra�z. Me mir� con los ojos
desmesuradamente abiertos, fulgurando verdes y ansioso mientras sub�a y
bajaba sus nalgas con una cadencia lenta y premeditada que me llevaba una y
otra vez a detener con inauditos esfuerzos mis incontenibles deseos de
inundarla. No quer�a que ocurriera lo que a�os atr�s hab�a ocurrido. Deseaba
saciarla de m�, antes de saciarme yo ella y esper�.


Esper�, disfrutando de su maravilloso y escultural cuerpo
durante mucho tiempo, esper� sorbiendo su lengua cuyo dulce sabor siempre me
ha asombrado, esper� o�rla gemir y esper� casi quince o veinte minutos,
oyendo sus arrullos y sus sofocados gemidos de placer. Se mov�a siempre al
mismo ritmo, produci�ndome un tormentoso alud de sensaciones alucinantes,
deliciosamente incre�bles e inexplicables, sensaciones que nunca antes hab�a
experimentado, ni siquiera con Marisa, pero, sin lugar a dudas, Sharon sab�a
llevarlas hasta l�mites inauditos.


De pronto su vaiv�n se hizo m�s r�pido, sus besos m�s
profundos, sus caricias me arrastraban una y otra vez hasta el paroxismo.
Mis manos rozaban su nacarada piel de seda desde el cuello hasta las nalgas,
duras, prietas, macizas, que presionaba con fuerza hundi�ndome en ella hasta
la ra�z a cada embestida. Comenc� a temblar en el umbral del orgasmo, me
mir� con los ojos inmensamente abiertos, y, de repente, me mordi� el labio
inferior con tanta fuerza que me cort� en seco el orgasmo y se apart� de m�
como una flecha.


--Tengo hambre, vamos a comer - dijo, mir�ndome burlona,
y corriendo acto seguido hacia el mar. Llevaba en los muslos las marcas
sanguinolentas de su desfloraci�n. Luego sali� del agua y despu�s se puso el
biquini.


Me hab�a dejado con la miel en los labios y con uno
sangrando atravesado por sus dientes de gata, ten�a en la boca el sabor de
mi sangre. �Por qu� demonios coronados lo hab�a hecho? Ve t� a saber - me
dije, perplejo y de mal humor - est� sonada la maldita gata, y te est� bien
empleado por incestuoso. Tuve intenciones homicidas, meterle la cabeza en el
agua hasta que se ahogara, nadie se dar�a cuenta de que hab�a sido un
asesinato. Se ahog� nadando - dir�a yo a la polic�a - no pude hacer nada, me
hab�a quedado dormido.


-- Venga, vamos, �qu� haces ah� tumbado al sol como un
lagarto? Tengo hambre. Vamos, grandull�n, mu�vete.


Corri� hacia las rocas trepando por ellas con el bolso en
bandolera, descalza y �gil como una cabra hisp�nica. Se gir� al llegar a la
mitad de las rocas. Hasta m� llegaron sus gritos:


-- Mu�vete, grandull�n. Es tarde y tengo hambre.


Me vest�, recog� las toallas y sub� despacio, intentado
aplacar mis deseos de asesinarla. Cada salivazo de sangre me arrancaba una
maldici�n. Se me hab�a hinchado y lo notaba abultado como un pepino. Cuando
llegu� arriba me mir� desde el otro lado del coche. No estaba muy segura de
mi reacci�n y, por si acaso, interpon�a una barrera entre los dos Pero
cuando vio que ten�a la barbilla con chorretes de sangre se asust�, vino
corriendo con un pa�uelo, lo moj� en saliva y comenz� a limpi�rmela haciendo
pucheros y dici�ndome que ella o quer�a hacerme tanto da�o.


La cog� por la garganta y sus ojos me miraron cari�osos y
amables. Si hubiera apretado las manos le habr�a partido el cuello, pero
aquellos preciosos e inmensos ojos verdes me miraban serenos y confiados.


-- Si quieres matarme, m�tame, me da igual - dijo,
apretando los labios y cerrando los ojos.


Le di un empuj�n y se dio de nalgas contra la chapa del
coche. Peg� un salto como un canguro chillando a grito pelado. La verdad es
que la chapa ard�a de haber estado tantas horas al sol. No sent� ning�n
remordimiento. Sin hacer caso de sus lloros abr� las portezuelas para que el
coche se ventilara y encend� el aire acondicionado. Me mir� el labio en el
espejito, ten�a un corte de dos cent�metros y todav�a sangraba un poco.
Volv� a escupir justo en el momento en que ella se acercaba. El salivazo
sanguinolento fue a darle en uno de sus deslumbrantes muslos. Debi� de
pensar que lo hab�a hecho a prop�sito, pero me daba igual. Se lo mir�, me
mir� a m� y se agach� limpi�ndose con el pa�uelito refunfu�ando algo que no
logr� entender.


Encend� el motor poniendo a tope el aire acondicionado.
Debi� de pensar que, con el cabreo que llevaba, me marchar�a sin ella porque
la vi correr para dar la vuelta hacia su puerta. Todav�a estaba en biquini.
Esper� a que cerrara y sal� hacia atr�s a toda pastilla. Si no se sujeta con
las manos en el salpicadero se da de morros contra el cristal. Buf�, me mir�
de soslayo y se puso el cintur�n. Luego muy mimosa coment�:


-- Lo siento, de verdad, cari�o, lo siento mucho. Pero
estabas a punto de gozar. T� me hiciste lo mismo aquella noche. Ahora ya
sabes lo que se siente y estamos en paz.


El asombro me hizo dar un volantazo que a poco m�s nos
env�a a la cuneta. No pod�a cre�rmelo, seguramente lo hab�a entendido mal.
Era imposible que hubiera esperado cinco a�os con la idea de tomarse
cumplida venganza. No me cab�a en la cabeza semejante idea, pero lo hab�a
dicho. Permanec� en silencio d�ndole vuelta y vueltas a sus palabras. Cinco
a�os - me dije, at�nito - ha esperado esta criatura para engatusarme con la
maravilla de su cuerpo fidiano, para tomarse la revancha de algo ocurrido un
siglo antes; porque teniendo en cuenta su edad, cinco a�os por lo menos
representan un siglo. �Por qu�? �Inconcebible!


-- Dime algo, grandull�n, no est�s tan enfadado, yo te
quiero mucho, te quise siempre. Ahora ya estamos empatados, la pr�xima vez
disfrutaremos juntos y......


-- No habr� pr�xima vez - cort� r�pido, haciendo una
mueca por culpa del labio.


-- �Ah, no? Ya veremos. T�, aunque no lo sepas, me
quieres tanto como yo te quiero a ti. Bueno, tanto no, pero casi.


-- Yo te quiero porque eres mi hermana, y nada m�s.


-- Y nada m�s... y nada m�s - remed� burlona - iY un
r�bano, nada m�s! No te enga�es, grandull�n, t� y yo, alg�n d�a, seremos
marido y mujer y tendremos dos hijos preciosos. Ya te lo dije aquella noche.


-- Est�s m�s sonada que las vacas locas de Inglaterra -,
y pese al dolor del labio, no pude


por menos que sonre�r.


-- R�ete... r�ete... t� si que est�s loco... pero por m�,
como yo lo estoy por ti.


-- Pues no me quieras tanto, porque sino acabar�s
conmigo.


-- No volver� a ocurrir, cari�o m�o.


Aparqu� el coche delante del restaurante cerrando las
puertas antes de que pudiera salir vestida s�lo con el biquini. En las
braguitas se destacaba n�tida una mancha de sangre como prueba evidente de
su desfloraci�n. Me sent� avergonzado y culpable de haber consentido aquel
incesto. Pero ella parec�a muy satisfecha por lo ocurrido.


-- Me gusta que tengas celos de que me vean en ba�ador.
Eso me demuestra lo mucho que me amas, aunque t� no lo sepas, grandull�n -
coment� en voz baja gui��ndome un ojo con picard�a.


--�Venga ya, no desbarres! Hazme el favor de vestirte -
respond� de mal humor s�lo de pensar que pudiera tener raz�n.


-- Si, amor m�o, si, ya me pongo el vestido - coment�,
sac�ndolo de la bolsa de ba�o, luego me mir� sonriendo - �vale as�?


-- Date un poco de carm�n, a�n tienes los labios
hinchados.


Baj� el espejo de cortes�a, se mir� y se aplic�
suavemente el rojo de labios.


--�As� que no me quieres? Pues si llegas a quererme me
matas - coment� mir�ndome


risue�a y alegre - vale, grandull�n, ya puedes dejarme
salir.


-- Sharon... siento mucho lo ocurrido, de verdad, toda la
culpa ha sido m�a. �Est�s segura de que te encuentras bien?


-- Tomy, no est�s preocupado, amor m�o, ha ocurrido
porque yo quise que ocurriera, deseaba que ocurriera. He estado a�os
esperando este momento - me bes� el labio lastimado muy suavemente pas�ndome
la mano por la mejilla.


-- Es que... a�n tienes una mancha de sangre en el
biquini - coment� para preguntarle nuevamente - �Estas segura de que te
encuentras bien?


-- Me encuentra perfectamente, amor m�o. D�jalo ya
�quieres?


Comi� con apetito de lobo, mir�ndome de cuando en cuando
el labio con ojos preocupados. Tuve que comer despacio debido al picor que
me causaba la sal del marisco sobre la herida. Sin embargo, el dolor
desapareci� poco a poco y el salobre desinfect� la herida logrando reducir
la hinchaz�n hasta casi hacerla desaparecer.


Me jur� que lo ocurrido no volver�a a repetirse. De
ninguna manera dejar�a que sucediera por tercera vez un incesto tan
repugnante. Me hice el firme prop�sito de acabar con aquello para siempre.
Habl� poco durante la comida y el poco gasto que se hizo de conversaci�n
corri� a cargo de Sharon, limit�ndome yo a contestar a sus preguntas. Lo
mismo ocurri� en el coche durante el camino de regreso. Me limit� a o�rla
desbarrar sobre lo mucho que me amaba desde siempre, desde ni�a peque�a.
Cuando en el colegio una amiga mayor que ella le explic� como se hac�an los
ni�os, y que para ello necesitaba aquel trozo de carne que ten�an los
hombres entre las piernas, fue cuando decidi� entregarse al hombre que amaba
a la primera ocasi�n que se le presentase. Cuando la despreci�, d�ndole la
espalda y dej�ndola sin el hijo que deseaba, se enfad� tanto que durante los
cinco a�os siguientes s�lo estuvo pensando en hacerme el mismo desprecio.
Claro que entonces no sab�a que a su edad, ni a la de su grandull�n, les era
imposible engendrar un hijo. Todos los chicos de la escuela y m�s tarde del
Instituto andaban como perros en celo detr�s de ella, pero para ella no
hab�a m�s hombre que su grandull�n, ni nunca lo habr�a. Ahora ya sab�a que
no podr�amos tener hijos hasta dentro de unos a�os, cuando los dos nos
qued�ramos solos en el mundo y no tuvi�ramos que dar cuenta de nuestros
actos a nadie.


-- Est�s deseando que se mueran los abuelos �verdad,
Sharon? - no pude por menos de preguntarle mir�ndola directamente a los
ojos, incapaz de soportar durante m�s tiempo tanto disparate.


-- No, de verdad que no. Te lo juro, pero tendr� que
suceder aunque yo no lo quiera. Yo te quiero, te amo �es que tu no me amas
ni siquiera un poco?


-- Sharon, te quiero... como una hermana �comprendes?
Aunque te amara como a una mujer, no podr�amos tener hijos, es peligroso,
seg�n la gen�tica demuestra...


--�D�jate de gen�tica y de demostraciones! T� conoces
como yo a esos dos hermanos, gallegos precisamente, que viven como marido y
mujer y tienen tres hijos preciosos. Los has le�do en Intervi�, igual que yo
�o no?


-- Si, pero ellos se enamoraron sin conocerse, vivieron
juntos sin saber que eran hermanos, adem�s tienes que tener en...


-- �Valiente argumento el tuyo! No quiero tener nada en
cuenta, s�lo s� que te amo y que t� me amas a m�. Con eso me basta.


-- Yo no te amo, Sharon, te quiero y nada m�s.


-- T� me deseas como yo te deseo a ti, y ese deseo tan
fuerte s�lo puede darse en dos personas que se aman como t� y yo. Atr�vete a
neg�rmelo, anda - me mir� con los ojazos abiertos de par en par, con la
misma expresi�n ansiosa que puso cuando la penetr� en la playa.


-- No, no es lo mismo desear que amar. T� me provocas,
eres t� quien lo hace todo. T� me posees a m�. Yo no te lo impido, es
cierto, pero no puede volver a ocurrir, Sharon, y no ocurrir�.


Se puso a llorar silenciosamente y tuve que parar el
coche, abrazarla, acariciarla, besarla y llevarla en brazos hasta debajo de
unos pinos. Hasta all� llegaron mis prop�sitos de no dejarme seducir. Cuando
lentamente fui penetr�ndola, sus verdes ojos de gata fueron abri�ndose
desmesuradamente, h�medos a�n de l�grimas.


--�Me amas? Di �me amas? - pregunt� en un susurro,
bes�ndome apasionada.


�Que pod�a decirle? �Qu� mi amor era Marisa? No me
atrev�, porque ya no estaba seguro.


-- Si te amo, nena, te amo - respond�, comenzando a
bombearla despacio para no lastimarla.


Era una fruta prohibida por todas las leyes humanas y
divinas, pero era una fruta deliciosamente fresca y hermosa. No s� si la
amaba, pero ella ten�a raz�n al decir que la deseaba con todas las fibras de
mi cuerpo. La sent� llegar cuando su peque�o y casi imberbe sexo comenz� a
palpitar sobre el m�o. Esper�, notando sus jugos tibios y acariciantes
ba��ndome en una caricia inaguantable. Me dej� ir inund�ndola ferozmente de
semen contenido. Con el primer y potente borbot�n exclam�:


-- i Oh, mi vida, esto era!


En los siguientes borbotones volvi� a repetir:<

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Relato: Sharon
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