Relato: Mario (2)



Relato: Mario (2)

El siguiente y �ltimo curso fue un recorrido hacia ninguna
parte. Mario asist�a a las clases sin el m�s m�nimo atisbo de felicidad, sin
ninguna intenci�n de encaminar sus pasos hacia una meta reconocible. Simplemente
asist�a a clase, superaba los ex�menes y segu�a yendo a la piscina dos d�as a la
semana. Era lo �nico que le reconfortaba. Dej� el equipo de nataci�n. Iba a
nadar s�lo, con la �nica compa��a de sus pensamientos, de sus recuerdos, de su
a�orado Andr�s. Ten�a su rostro grabado en su mente y le acompa�aba d�nde quiera
que fuese.


Las clases terminaron y Andr�s decidi� buscar alg�n empleo
que le mantuviera entretenido hasta que llegase el momento de iniciar los
estudios en la universidad. Ten�a dieciocho a�os y decidi� no dar explicaciones
sobre el tipo trabajo que escoger�a. Pens� ser camarero. Es un buen trabajo para
el verano y el mejor sitio para trabajar, sin duda, era la costa.


Tras varios altercados familiares sobre la decisi�n de Mario,
que no dejaron muy buena relaci�n entre �l y sus padres, este parti� hacia su
destino durante los siguientes tres meses. Escogi� M�laga para su aventura
veraniega. All� el turismo era alto y quedaba lo suficientemente lejos de Le�n,
como para tener que encontrarse con alguien conocido.


Encontr� trabajo en un peque�o Hotel a orillas del mar. Era
camarero en el turno del desayuno y en la comida, lo que le permit�a tener toda
la tarde y la noche libres para recorrer la ciudad y conocer gente nueva.


Por primera vez en su vida se sent�a libre, libre de no tener
que dar explicaciones a nadie sobre lo que hac�a � c�mo lo hac�a. Y libre de
cargas sentimentales. La figura de Andr�s se hab�a ido difuminando en su mente,
hasta quedar en un peque�o borr�n, oculto en un peque�o rinc�n de su cabeza.


Los d�as avanzaban y Mario fragu� amistad con algunos
camareros del hotel y con algunas personas de servicio, y adem�s los alrededores
del hotel estaban repletos de gente con ganas de hacer amistad y algo m�s. Nadie
le atra�a en especial, pero si la oportunidad se presentaba no la dejar�a
escapar. Ten�a ganas de sexo y ya era hora de probar nuevas bocas, nuevas manos
que le hiciesen llegar a un placer dormido durante mucho tiempo.


La oportunidad no tard� en presentarse. Una noche, tomando
unas copas en uno de los pubs m�s frecuentados de la playa, Mario sinti� una
mirada insistente posada en su nuca. Se gir� suavemente en la barra y pudo ver a
un chico, quiz�s algo mayor que �l, mir�ndole desde el otro extremo del local.
No era una mirada fugaz, era una mirada lasciva, provocadora, una mirada que no
necesitaba palabras para alimentar su expresi�n. Mario sinti� como su verga
crec�a notoriamente. Una sensaci�n crec�a justo desde la punta de su sexo, hasta
el �ltimo pelo de su cabeza.


No dejaban de mirarse, esos ojos eran un volc�n en erupci�n y
Mario quer�a probar esa lava. Un gesto con la cabeza por parte del contrario
hicieron que Mario se estremeciera. El desconocido dej� su copa en la barra y
dirigi� sus pasos hacia los ba�os. Mario dej� que pasar�n unos segundos y
disculp�ndose con uno de sus amigos, sigui� la senda marcada. Entr� en el ba�o.
Algunos t�os meando le hicieron pensar que hab�a confundido las miradas, que
estaba en un error, pero a trav�s del espejo pudo ver c�mo una de las puertas
del ba�o se abr�a y mostraba al bello desconocido haci�ndole un gesto apenas
perceptible. Mario, dubitativo, mir� a su alrededor buscando al receptor de ese
mensaje. Era �l, no hab�a dudas y sin pensarlo dos veces entr� y cerr� la puerta
con cuidado, c�mo si al hacer ruido fuese a explicar a los dem�s lo que iba a
suceder all� dentro. Gir� la cabeza y encontr� unos labios que no le dejaron
emitir ning�n sonido, una lengua que no le dejaba tragar saliva, sino que se la
quitaba y a cambio le devolv�a una nueva y desconocida, c�mo una fresca brisa
que habr�a sus sentidos. No pens�, simplemente dej� que el deseo lo arrastrar� y
aquello se convirti� en una lucha de dos iguales, en la que no hab�a lugar para
el m�s m�nimo sentimiento. Las manos de Mario desabrocharon con fiereza la
camisa del desconocido y su lengua baj� por su pecho hasta encontrar aquellos
apetecibles pezones, que lami�, chup� y mordi� alternativamente, casi sin
respirar. Sigui� bajando hasta el ombligo y lo rode� con su lengua, pero no
alarg� su parada demasiado, s�lo el tiempo justo en que sus manos desabrochaban
el pantal�n y sacaban el enhiesto miembro de aquel ser tan deseado. La mir�.
Brillaba y estaba preparada para recibir la boca ardorosa de Mario. Respir�
suavemente en cima de su capullo, y arranc� un leve gemido del due�o. Sac� su
lengua y la pas� de arriba abajo, una y otra vez hasta que la meti� hasta el
fondo de su boca, casi roz�ndole la campanilla. Adquiri� un ritmo salvaje,
fren�tico, que hizo que durante unos instantes temblaran las piernas de su
amante ocasional. Agarr� su macizo culo con las dos manos y no par� de succionar
hasta que un l�quido caliente atraves� como un rayo su garganta y unos gemidos
libres salieron de la boca de aquella persona que le hab�a devuelto a la
placentera actividad sexual. Pero Mario no dejar�a que aquello terminara as�. Se
incorpor� y bes� al desconocido con la pasi�n acumulada durante a�os, sabore� el
momento, lo paladeo� con fuerza le dio la vuelta y le puso mirando directamente
los azulejos. S�lo la cremallera de su pantal�n rompi� el silencio artificial
que se hab�a creado. Baj� el pantal�n de su acompa�ante y, sin pensar en nada
m�s, le atraves� y empez� a moverse para obtener el placer denegado durante
a�os, oculto en sus entra�as durante dieciocho a�os, y no hicieron falta grandes
esfuerzos ni frases bonitas. Lleg�, sin m�s, haciendo que el cuerpo entero de
Mario se estremeciera. El resto fue fr�o. Se vistieron, se arreglaron frente al
espejo y sin terciar palabra separaron sus caminos en aquel fr�o ba�o.


As� fueron los siguientes a�os en la vida de Mario. La
frialdad, la promiscuidad y los excesos fueron sus compa�eros. Sus encuentros
con otros hombres siempre eran atropellados, r�pidos, sin amor� Nunca encontr� a
nadie que le llenara el alma de amor. Nunca encontr� a nadie como Andr�s. Nunca
nadie supo lo que Mario sufr�a. Nunca se deshizo del caparaz�n que su coraz�n
creo cuando Andr�s se march�. Ni siquiera su propia familia quiso � supo
entenderle. Jam�s nadie habl� con �l de lo que sent�a, qui�n era la persona que
le robaba el sue�o, qui�n era el culpable de sus excesos con las drogas, de su
desaparici�n de la vida familiar, de tantas y tantas cosas que Mario hubiese
necesitado contar.


Y cuando hab�a perdido la esperanza de sentirse como un ni�o
enamorado, la vida decidi� poner fin a ese sufrimiento dando un giro de 180�.


Hab�a dejado la costa hac�a ya un a�o y segu�a trabajando de
camarero, pero ahora en un sitio con muchas m�s posibilidades de ocultarle, de
hacerle pasar desapercibido. Madrid era el sitio perfecto para no tener que dar
explicaciones a nadie y que nadie le encontrase. Trabajaba en un pub gay,
regentado por dos buenas amigas. Fueron las �nicas que ayudaron a Mario a su
llegada a Madrid. Le acogieron no s�lo como amigas, sino como hermanas, como
madres� Viv�an los tres juntos en un apartamento. La vida no les trataba mal.
Los bares de " ambiente " estaban de moda y que mejor que una pareja de
lesbianas para regentar un bar gays. Era perfecto. No exist�an problemas entre
los tres, nadie sent�a celos de nadie. Eran libres.


Parec�a que Mario hab�a encontrado su lugar.


Era verano y la calle incitaba a salir. Ese d�a, la terraza
del bar estaba llena. Hac�a mucho calor, pero la suave brisa hac�a agradable la
estancia en la calle. Mario entraba y sal�a c�mo un loco, sirviendo copas y m�s
copas, bailando y cantando mientras entraba y sal�a a la calle. Charlaba
animadamente con unos clientes habituales, cuando la suave brisa le trajo hasta
la punta de la nariz un olor familiar. Era un olor dulce, un olor paladeado
muchas veces. Sab�a que s�lo hab�a una persona que oliera as�. Su cuerpo se
paraliz�. No se atrev�a a girarse hacia el lugar de d�nde proven�a el aroma. Y
no hizo falta. El aroma se acerc� a �l y lo envolvi�, dejando todos y cada uno
de sus sentidos alerta. El suave roce de una mano en su hombro, le puso en
guardia y la voz que le susurr� en la nuca le hizo estremecer.




� Mario?




No pod�a contestar, esa voz no era real. Estaba so�ando.




� Mario, eres t�?




Gir� sobre sus talones y perdi� el aliento. Era Andr�s.




Andr�s, � Qu� tal? � C�mo est�s?




Extendi� su mano para estrech�rsela, pero Andr�s lo agarr�
por el hombro y lo abraz�. No pod�a soportarlo, estaba sintiendo a Andr�s tan
cerca de su cuerpo que cre�a que no podr�a soportarlo. Sent�a que la luz se
escapaba de su cuerpo y quer�a gritar� Pero no lo hizo, sino que, apart�ndose
levemente de �l, trago saliva y concentr� toda su energ�a en aparentar que la
vista que le ofrec�a la vida de nuevo, apenas le afectaba. S�lo le hac�a
sentirse feliz, como si hubiera visto a cualquier otra persona que hac�a tiempo
no ve�a. Mantuvieron una peque�a conversaci�n y Mario volvi� a su trabajo aunque
con ciertas dificultades. El aire se hab�a vuelto denso, el coraz�n se le sal�a
por la boca, ten�a la boca seca y el pulso no se correspond�a con el de un
barman. Hab�an quedado para verse otro d�a y Andr�s le hab�a dejado su tel�fono.
Hab�a dicho, al despedirse, que le alegraba volver a verle, que por favor le
llamara al d�a siguiente, que ten�an muchas cosas que contarse, que comer�an
juntos� Hab�a dicho tantas cosas y Mario recordaba s�lo sus labios. Recordaba
c�mo se mov�an al hablar, recordaba como le supieron, cuando aquel d�a los bes�
mientras le abrazaba, y de repente se encontr� pensando c�mo sabr�an ahora,
cuando la vida hab�a dado tantas vueltas.


La noche fue horrible, llena de recuerdos, de ansiedad, de
vueltas en la cama y de no poder dormir. Se levant� y encendi� un cigarro.
Sabore� el humo y con mirada decidida, sac� la tarjeta que le hab�a entregado
Andr�s, cogi� el tel�fono y marc�. Sin pensar. Descolgaron al otro lado, y con
una frialdad de hielo, Mario qued� en verse con Andr�s a la hora de la comida.
Comer�an en un bonito sitio que conoc�a Mario.


Al principio la conversaci�n era sosegada, hablando de lo
divino y de lo humano, del tiempo que hac�a que no se ve�an, de lo que hab�an
cambiado, de que se alegraban de encontrarse de nuevo� nada original. Mario cada
vez estaba m�s decidido. Durante la noche, su cabeza hab�a dado mil vueltas y,
por fin, hab�a tomado la decisi�n m�s importante de su vida. Le contar�a a
Andr�s lo enamorado que estaba de �l desde hac�a a�os, que no hab�a nadie en
este mundo que se le pudiera comparar, que le adoraba, que le amaba� pero no
encontraba el momento. Terminaron de comer, y ya algo achispados, decidieron ir
a casa de Mario a tomar caf� y una copa, la �ltima.


Mientras tomaban caf� en casa de Mario, Andr�s, ya
desinhibido, pregunt� directamente:




� T� eres gay, verdad?


Bien, chico listo. Ya era hora de que te dieras cuenta.


Creo que lo supe hace mucho tiempo, � Recuerdas el d�a que
me enroll� con Marta?


� T� diste cuenta ese d�a?


No ese d�a, acu�rdate, al d�a siguiente, cuando me
abrazaste y me besaste, jajaja. Me qued� cortad�simo.




Mario se acerc� despacio, por detr�s de Andr�s y comenz� ha
hablarle al o�do:




Pues yo me qued� con ganas de m�s, de haberte comido la
boca, de haber besado las mejillas, de haberte desnudado y haberte tenido en
mis brazos, de susurrarte cuanto te quer�a y te quiero�




Andr�s ten�a el vello erizado. No pod�a girarse. La confesi�n
de Mario lo hab�a dejado sin palabras. No se lo esperaba.


Sin embargo Mario aprovech� la ocasi�n. El estar tan cerca de
esa piel erizada hizo que su verga creciera precipitadamente. El calor invad�a
su cuerpo, y nada impidi� que rodeara el cuerpo de Andr�s, se colocara justo
delante de �l y lo besara. Bes� los labios de Andr�s suavemente, pasando la
punta de la lengua por la fina l�nea que los separaba y Andr�s no pon�a
oposici�n alguna, as� que Mario acarici� lentamente el brazo de Andr�s y subi�
hacia su nuca, pos� su mano en ella y lo atrajo hacia �l. Se besaron con pasi�n,
cada vez con m�s violencia hasta que ya no lo resistieron y empezaron a tocar y
a reconocer aquellos cuerpos olvidados por tanto tiempo. Se quitaron las
camisas, besaron sus pezones con urgencia, rodeando las aure�las con la punta de
sus lenguas, lamieron sus pieles, ser deshicieron de sus pantalones y sus manos
fueron directamente a posarse sobre el abultado paquete del contrario. Las
respiraciones estaban agitadas y los leves gemidos que escapaban de sus bocas,
anunciaban que el encuentro estaba al rojo vivo. Volvieron a besarse. Mario se
apart� y mir� a Andr�s a los ojos mientras con una mano bajo el slip y empez� a
masajear el miembro que lo se�alaba. Se puso de rodillas delante de �l y empez�
a chupar con ansiedad. No quer�a desperdiciar ni una sola gota, ni un solo
fluido que saliera de su amante-amigo. Andr�s, como en aquella antigua ocasi�n
en su cuarto, puso la mano encima de su cabeza y le marc� el ritmo que
necesitaba. Nadie le hab�a comido la polla tambi�n como Mario. Era sublime. Y
como sublime, el orgasmo no tard� en llegar. Con un grito desgarrador, Andr�s
descarg� todo su fluido en la ardorosa boca de Mario, y este, no dej� escapar ni
una sola gota. Relami� el dulce jugo y se levant�. Sin mirarle a los ojos, le
dio la vuelta, y le hizo arrodillarse en el suelo. Humedeci� dos dedos y empez�
a dilatar el intacto agujero de su amigo, mientras, para relajarle, su otra mano
le acariciaba el pene y su lengua recorr�a su espalda. Notaba que era la primera
vez para Andr�s, sus m�sculos estaban tensos, pero en ese momento Mario estaba
cegado por la pasi�n. No le importaba si le doler�a o si llorar�a. Ten�a que
hacerlo. Introdujo sus dedos y los movi� en c�rculos, y cuando su cabeza no
pod�a m�s, envisti� a Mario con todas su fuerzas, sin tener el m�s m�nimo atisbo
de delicadeza.




Noooooooooooooooooooooooooooooooo, no, no, no� No por
favor, para Mario, para, por favor�..




Esas fueron las palabras que apartaron a Mario de aquel
momento de ofuscaci�n.


Se detuvo. Observ� a Andr�s. Su rostro era un mar de
l�grimas. L�grimas de dolor, pero no corporal, sino del alma.


Mario no pod�a ni moverse.




Mario, me caso la semana que viene. Con Marta� Por eso me
fui a estudiar a Teruel. Ella se hab�a marchado all�, con su familia, y yo
quer�a estar cerca de ella�




El llanto de Andr�s era incontenible. La cara de Mario era
pura cera.


Por un momento hab�a pensado que Andr�s tambi�n era gay. Que
lo hab�a estado buscando todo este tiempo, que deseaba lo que estaba pasando en
ese cuarto� pero en realidad nada de eso era cierto, no hab�a escuchado a
Andr�s, no hab�a querido ver la realidad.


Se levant�, se puso los pantalones y se volvi� hacia Andr�s.




Creo que ser� mejor que te vistas y te vayas. No es buena
idea que te quedes.




Su voz era fr�a y a la vez temblorosa. Si Andr�s se quedaba
cinco minutos m�s no sab�a lo que podr�a ocurrir en aquella habitaci�n.


Andr�s recogi� sus cosas y se march�, con las mejillas
surcadas de l�grimas, con el coraz�n herido, con la amistad reci�n recuperada,
hecha a�icos.



A las tres de la ma�ana, regresaron a casa Olga y Eva, las
compa�eras y amigas de Mario. Les extra�aba que Mario se hubiera ausentado del
trabajo sin avisar, pero sab�an del encuentro con su adorado Andr�s y pensaron
que la cosa hab�a salido bien.


Entraron despacio, sin hacer ruido, casi de puntillas y se
acercaron a la habitaci�n de Mario. No se o�a ni un solo ruido, s�lo sus risas
picaronas, pensando que se habr�an quedado dormidos y agotados despu�s de la
batalla. Pero la curiosidad las com�a por dentro y abrieron despacio la puerta
del dormitorio...


All� estaba, tendido en la cama, con la mirada perdida,
ausente, sin alma� Ten�a una foto en la mano y un papel junto a su brazo.


La fotograf�a era la del equipo de nataci�n de la escuela�.
La nota era breve�




Me equivoqu�.






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Relato: Mario (2)
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