Relato: Estopa





Relato: Estopa

ESTOPA


Son las tres de la madrugada y no consigo dormir a pesar de
que estoy muerto de sue�o. En parte se debe al cansancio acumulado durante la
gira y al hecho de cambiar de hotel y de cama casi a diario, pero el motivo prin
cipal es que estoy so lo porque David, mi hermano mayor, se ha ido de marcha con
un par de chicas que estaban esper�ndo nos a la puerta de los camerinos al termi
nar el concierto.


No es la primera vez que ocurre lo mismo. Te�ricamente es una
zona a la que no pue de acceder el p�blico, pero siempre hay al-guna zorrita que
con sigue colarse porque es amiga de la novia del guardia de segu ridad, o algo
por el estilo. En este caso eran dos ni�as pijas de unos 17 a�os que se
abalanzaron sobre nosotros pidi�ndonos ("porfa, porfa, por fa") que les escribi�
ramos una dedica toria en uno de nues-tros discos. Yo lo hice de mala gana
porque lo �ltimo que quer�a en ese momento era aguantar a dos cho chos, pero
David esta ba encantando y em pez� a tontear con ellas. Nos invitaron a una
fiesta privada en una discoteca, pero yo me disculp� dicien do que estaba hecho
polvo. Una de ellas se acerc� a mi hermano y le susurr� algo al o�do. �l mir� a
las dos, valorando la oferta, y despu�s, gui��ndome un ojo, me dijo: "Hermanito,
t� te lo pierdes". Y se fue con una chica en cada brazo.


Aunque creo que yo no estoy mal, s� que a las chicas les
gusta m�s mi hermano. Es l�gico: �l es el can tante, el centro de atenci�n,
mientras que yo estoy en un segundo plano, acom pa��ndole con la gui tarra.
Adem�s �l tie ne un aspecto de "chi co malo" (su barba de tres d�as, su voz
ron-ca�) que las vuelve locas. Por un lado agradezco que me de jen en paz, pero
por otro me muero de ce los: celos de �l, que puede follar todas las noches con
quien le apetezca mientras yo tengo que confor marme con hacerme una paja porque
ning�n "ni�ito" de 17 a�os viene a mi ca merino a tontear y a pedirme que le
firme un aut�grafo; pero, sobre todo, tengo ce los de ellas, esas hi jas de puta
que se lle van a mi hermano, que le apartan de m� y hacen con �l cosas de las
que yo s�lo disfruto en mis sue �os.


As� que aqu� estoy, solo una noche m�s en este hotel, pensan
do en mi hermano, intentando recordar cu�ndo empez� mi obsesi�n por �l.


Recuerdo los juegos. Sol�a jugar con �l y su dos mejores ami
gos en lugar de con los chicos de mi edad (yo ten�a nueve a�os y ellos once),
as� que siempre llevaba las de perder. Daba lo mismo que jug�ra mos a "indios y
va queros", a "guardias y ladrones" o a cual quier otra variante, porque a m�
siempre me tocaba el mismo papel: el prisionero. A David le gustaba
especialmente hacer de poli malo porque, al ser mi hermano mayor, pod�a hacer me
o decirme cosas que sus dos amigos nunca me hac�an por temor a que el juego se
volviera demasia do realista y me echa ra a llorar. A falta de esposas, me
ataban las manos a la espal da con una cuerda y me llevaban a la "c�r cel". Lo
primero que hac�an era cachear me y desnudarme (aunque me dejaban puestos los
calzonci llos) para ver si lle vaba escondida algu na pistola. Luego em pezaba
el interroga torio. David se met�a en el papel y a�ad�a todos los insultos y
amenazas que cono c�a, cosas del tipo "Si no me dices d�nde has escondido el
dine ro, te voy a cortar los huevos, maric�n" (y me agarraba del pito para que
la amenaza fuera m�s convencen te). Era un ritual que hab�amos repetido mil
veces, as� que es t�bamos perfecta mente compenetra dos: yo sab�a que te n�a que
empezar en plan chulo y acabar siendo sumiso y con fesando mi delito. En el
fondo era como si jug�semos nosotros dos solos, como si sus dos amigos no estu
vieran all�. Sus insul tos, su fuerza f�sica al agarrarme del cue llo, los
apretones en las pelotas� no pue do decir que me exci taran sexualmente (yo
ten�a s�lo nueve a�os), pero me gusta ban. Y �l tambi�n parec�a disfrutar al
sentirse "un hombre".


Otra situaci�n que tengo muy grabada en mi recuerdo ocu rri�
cuando yo ten�a doce a�os y �l ca-torce. Era una noche de verano. Dorm�a mos en
una litera, �l arriba y yo abajo. Me despert� en plena no che muerto de sed. No
quer�a despertar a nadie, as� que cog� una peque�a linterna que ten�amos en la
mesilla de noche y fui a la cocina a beber. Cuando volv� a la ca ma, vi que
David ha b�a apartado las s� banas y dorm�a boca arriba. Le ilumin� con la
linterna. S�lo llevaba puestos unos ajustados calzoncillos de algod�n amarillo
p�lido (unos que fue ron muy habituales hace a�os). Me acer qu� al borde de la
ca ma y estudi� con de talle su est�mago mientras sub�a y ba jaba, y especialmen
te su ombligo, del que part�a una fina hilera de pelillos que terminaban en el
el�s tico del calzoncillo. Me atra�a irresistible mente su paquete, que parec�a
a�n ma yor a la escasa luz de la linterna. Quer�a acariciarlo, sentir su calor,
descubrir lo que hab�a dentro. Le explor� sin tocarle, ponder� su peso, el tacto
de su piel. De seaba catarle.


De pronto suspir�, balbuce� algo y se gi r� hacia m�. Me asus
t� y apagu� la linter na, pero poco des pu�s volv� a encen derla porque su res
piraci�n era muy len-ta, revelando lo pro fundo de su sue�o. Me acerqu� a su ca
ra. Le observ� aten-tamente, mi rostro inclinado sobre el su yo. Ten�a los
labios entreabiertos y rese cos, y me hubiera gustado lamerlos ara
humedec�rselos. Acarici� el aire con la lengua y con los dien tes, boqueando
besos imaginarios como un pez fuera del agua. Estudi� su pelo desor denado, su
cuello, la nuez ya prominente, el huequecito de la clav�cula, sus pezo nes
oscuros y rugo sos. Al girarse, tam-bi�n se hab�a llevado una mano hacia el pa
quete. A la vez que se lo agarraba, tiraba hacia abajo del cal-zoncillo y dejaba
ver una densa y oscura mata de vello p�bico. No estaba empal mado, pero era
desea ble y suave. Acerqu� mi nariz al paquete y a su mano y aspir� un olor muy
excitante que entonces, con do ce a�os, no supe iden tificar: el olor que te
queda despu�s de ha certe una paja. Dese� tener visi�n de rayos X para verle la
polla, aunque el recato de su sue�o en calzon cillos tambi�n me pa rec�a
fascinante.


En ese momento el ruido del cami�n de la basura justo deba jo
de nuestra venta na despert� a David, que, enfadado y ta p�ndose los ojos, di
jo:


- �Qu� cojones est�s haciendo?


- Es que� ten�a sed y he ido a la cocina a beber agua.


- �Pues apaga la lin terna de una puta vez y m�tete en la ca
ma!


Y as� termin� aque llo. �l era bastante irritable en aquellos
a�os (supongo que, como todos los ado-lescentes, odiaba a su hermano peque �o),
as� que me pro met� a m� mismo que nunca m�s le espia r�a de esa forma por miedo
a que descu briera lo que de ver-dad estaba haciendo y se lo dijera a ma m� o a
pap�.


Pero las promesas se hacen para des pu�s romperlas, y eso es
lo que ocurri� el verano siguiente, cuando fuimos a pa sar quince d�as a la casa
de los abuelos en el pueblo.


Lo recuerdo n�tida mente. Mientras yo jugaba en el jard�n en
la parte del fon-do, un sonido incon fundible llam� mi atenci�n. David esta ba
de pie, meando, distra�do, sin percibir mi presencia. Me fij� en los grados de
su bronceado veraniego, dibujados por calzon cillos y pantalones cortos, que
se�ala ban franjas de un atractivo irresistible sobre sus piernas y conduc�an a
la blan cura de su entre pierna, interrumpida por la mancha osco ra de su vello
p�bico. Cuando termin�, sa cudi� su polla du-rante m�s tiempo de lo normal. Me
qued� observando la esce na; un estremeci-miento me invadi�. Su polla me parec�a
enorme comparada con la m�a (�l ten�a quince a�os y yo, con trece, era pr�ctica
mente un ni�o; s�lo hac�a tres meses que me hab�a cambiado la voz), y me hizo
sen tir por primera vez una sensaci�n que nunca me abandon�.


Los d�as siguientes me dediqu� a espe rarle. Pas� muchas
horas encima de un �rbol, en una espera tanto o m�s excitante que su resultado.
Me produc�a un intenso placer la sola posi-bilidad que se repi tiera la escena,
y sospecho que �l lo adivinaba. Le desea ba. Sab�a que ese de seo me colocaba
para siempre en un lugar diferente del resto del mundo, que era un pasaje
directo al infierno de los peca dores, pero quedar me sin eso me pare c�a el
propio infierno.


Desde entonces han pasado diez a�os y muchas cosas: el cu rro
en la factor�a de coches, las primeras maquetas, el primer disco� Sigo "engan
chado" a mi herma no, pero intento supe-rarlo para no vol verme loco. La vida es
una serie de ges tos: una mirada, una caricia, una pala bra�, y yo me he
convertido en una especie de ladr�n. Le robo a David peque �os momentos: un d�a
le apret� contra m� en la moto; otro, dormimos juntos (s� lo dormimos) en un
hotelucho de mala muerte. Y con eso normalmente me con formo, pero de vez en
cuando tengo un d�a, o una noche co mo hoy, en que todo parece volver a em pezar
y no consigo quit�rmelo de la ca beza. �Dios! Tengo que dormir algo o ma �ana
estar� muerto.


De pronto oigo que la puerta se abre. Es mi hermano, que vuel
ve de su fiestecita. Puedo distinguirle con la tenue luz que entra por la
ventana. Por su forma de an dar me doy cuenta de que est� un poco borracho.
Busca el cuarto de ba�o tan teando la pared, lo encuentra y encien-de la luz.
Desde mi cama puedo ver todo lo que hace: se lava la cara para despe jarse, se
mira en el espejo unos seg�n dos, se vuelve hacia la taza y levanta la tapa.
�Oh, Se�or, por favor, que no cierre la puerta! Lentamen te se desabrocha el
pantal�n, lo baja li geramente y se saca la polla. Las ganas de mear deben
hab�rse la puesto dura, as� que tiene que incli-narse hacia delante y empujarla
hacia aba jo para no hacerlo fuera. Cierra los ojos y suspira aliviado. La meada
es larga, po tente. Yo estoy parali zado por la excita ci�n y apenas me atrevo a
parpadear para no perderme un segundo del espect� culo. Por fin termina, pero se
queda en la misma postura: de pie, con los ojos ce rrados y agarr�n dose la
polla. Pa sados unos segundos, empieza a mene�r sela lentamente. Co ge un poco
de saliva con sus dedos, se hu medece el glande y contin�a. Yo tambi�n empiezo a
hacerme una paja mientras le miro. De repente se para y me mira pen sativo.
Cierro r�pi damente los ojos pa ra hacerme el dormi do, pero despu�s me doy
cuenta de que �l no puede verme por que la cama est� en la parte oscura de la
habitaci�n, no en la zona iluminada por la luz del cuarto de ba�o, as� que los
abro de nuevo unos seg�ndos despu�s. Entonces veo que se est� abrochando los
pantalones. �Se aca b� el espect�culo! Apaga la luz del cuarto de ba�o y se
dirige hacia mi ca ma.


- Jose, despierta, ten go que hablar conti go �y me zarandea
ligeramente. Yo me hago el dormido, pe ro como �l sigue in sistiendo, no me que
da m�s remedio que "despertarme".


- �Qu� pasa? �Quie res contarme lo bien que te lo has monta
do con esas dos t�as? �D�jame en paz! Ne cesito dormir.


�l no acepta mi ne gativa, as� que me quita la almohada y
empieza a atizarme con ella, como tantas veces hicimos cuando �ramos ni�os.


- �Eh! �Qu� haces? �le digo.


- �Pelea si eres hom bre!


Yo aparto las s�ba nas y entro en el jue go. Peleamos de bro
ma, se pone encima de m� en la cama y consigue sujetarme ambas manos contra la
almohada.


- Eres mi cautivo, mi prisionero �dice �l, medio ri�ndose.
�Si supiera hasta qu� punto eso es cierto!


- Est� bien, �qu� co jones es eso tan im portante que tienes
que decirme! �le di-go, simulando un en fado que esconde mi curiosidad.


- Pues ver�s. Esas zorritas con las que me fui, al final re
sultaron ser unas ca lientapollas. Despu�s de ponerme cachon do con sus
tonter�as, se rajaron cuando lle g� el momento de la verdad y se largaron a casa
asustadas, as� que mira c�mo estoy.


Como me tiene suje to por ambas manos, dirige una de ellas a
su paquete para que lo compruebe por m� mismo. Yo intento apartar la mano co mo
si hubiera tocado un cable el�ctrico, pe ro �l tiene m�s fuer za y me obliga a
so barle. Sonr�e, acerca su boca a mi o�do y, con su voz grave que me taladra el
cere bro, dice:


- Necesito bajar a esta hija de puta o no podr� pegar ojo en
toda la noche. Nece sito que me hagas una mamada.


Yo me quedo petri ficado. No necesito fingir mi sorpresa
porque es aut�ntica.


- �Por qu� piensas que quiero chup�rtela?


- Bueno, t� eres gay y yo soy sexy. �Qu� m�s nece-sitamos?


- �Yo no soy gay!


- �Oh, vamos! �Es que crees que no me he dado cuenta de c�mo
miras a los t�os? �De c�mo me miras a m�? S�, s�, no pongas esa cara. S� que te
gusto, y lo entiendo, porque estoy bue-no.


Supongo que es dif�cil ser humilde cuando tienes un pedazo de
polla como el suyo. Deber�a ceder y chu-p�rsela de una vez, pero me resisto como
si temiera una trampa en su tenta-dora oferta.


- �Pues no lo har�!


�l me sujeta de nuevo las manos contra la almohada y se burla
de m�.


- �Y qu� vas a hacer? �Chi-varte a mamita? "Mam�, David
quiere que le chupe la polla". �O tal vez al vie-jo? "Pap�, pap�, que David
quiere follarme". Seguro que �l me bajar�a los pan-talones y me dar�a una buena
azotaina en el culo con el cintur�n. Eso te exci-tar�a, �verdad, maric�n?


S� que el insulto es parte del juego, as� que no lo to-mo en
serio. �l sigue fro-t�ndose contra m� y, como la serpiente ofreciendo la fruta
prohibida, me susu-rra al o�do:


- �A qu� vienen tantos me-lindres? T� tambi�n est�s
empalmado.


Para cerciorarse, me suel-ta una mano y me soba la polla por
encima del pija-ma.


- �Vaya, vaya! Se nota que somos hermanos. Alg�n d�a
tendremos que med�r-nosla para ver qui�n la tiene m�s grande.


- �Basta ya! Me rindo. Ha-r� lo que quieras.


Con la mano que me ha dejado libre, intento hacer-carle a m�
para besarle, pero se aparta.


- No, nada de besos en la boca. Los besos te los guar-das
para tu novio.


- No tengo novio �confieso avergonzado.


- �De verdad? �No te esta-r�s reservando para m�!


- Pues� �No se lo puedo decir. Ser�a una locura�. Conozco a
alguien, pero �l no me quiere. Yo deber�a re nunciar porque s� que con �l no
tengo posibilidades; ser�a lo m�s sensato, pero no soy sensato.


- �Pobrecito, nadie te quie-re! Pero aqu� est� tu her-mano
mayor para conso-larte y para que te olvides de ese cabr�n que te hace sufrir. Y
basta ya de ha-blar. Demasiada ch�chara para un polvo.


As� que se pone de pie y tira de m� para que yo tambi�n me
levante. Se nota que sus movimientos todav�a est�n influidos por el alcohol.
Empieza a desa-brocharse el pantal�n, pe-ro le detengo. Quiero ha-cerlo todo yo.


Me acerco a �l, paso la ma-no por los bolsillos traseros y
por la costura de los te-janos y aprieto mi muslo contra su entrepierna para
sentir su polla empalmada. Me gustar�a sac�rsela ya, pero no me atrevo a ir tan
deprisa. �l se deja hacer. Excitado, se restriega con-tra m� con tanta fuerza
que, si sigue as�, se correr� inmediatamente, vestido y todo. Levanto la parte
in-ferior de su camiseta y la deslizo sobre el est�mago duro y musculoso. Es una
camiseta muy ce�ida y me limito a enrollarla bajo las axilas. Me aprendo de
nue-vo su cuerpo porque mis recuerdos se han quedado anticuados. Tiene un
cuer-po magn�fico, duro. Se le nota, se nos nota a ambos, los a�os de trabajo
duro en la factor�a. Quisiera no em-palmarme para poder se-guir contemplando con
cal-ma este paisaje �nico. Lo recorro minuciosamente: le chupo el cuello, los
hom-bros, las tetillas. Tiene unas tetillas bonitas, con los pezones peque�os,
du-ros y protuberantes, sin na da de vello. Retuerzo sua-vemente sus pezones y
lue-go, mir�ndole a los ojos con apasionamiento, le me-to mano al paquete, le
bajo la bragueta, le manoseo un poco. Se nota que no est� acostumbrado. Unos
dedos masculinos bajo la ropa constituyen para �l una sensaci�n nueva.


Desciendo al ombligo, se lo beso, le lamo los pelos de
alrededor. Me encanta su ombligo, un bot�n duro. Llego a las caderas y a los
muslos. Le desabrocho el pantal�n y se lo bajo. Al ver c�mo el sucinto
calzon-cillo azul retiene su polla, casi me siento enfermo de deseo; se la
acaricio y beso a trav�s del suave algod�n. Mientras yo hago todo es-to, �l
permanece quieto, con los brazos separados de los costados e impasi-ble, como un
ni�o en el con sultorio del m�dico, o una persona a la que toman medidas para un
traje. No hace gesto alguno hacia m�. Est� serio, parece rea-cio a bajar la
vista para mirar c�mo su polla entra en la boca de otro hombre. Quiero que est�
comple-tamente relajado, que dis-frute sin pensar que es su hermano el que se la
est� chupando. As� que pro-nuncio las cuatro palabras m�gicas que funcionan con
cualquier hombre:


- �T�o, la tienes enorme!


�l sonr�e satisfecho, pero si gue con la mirada perdida en el
vac�o; s� que no es a m� a quien desea. En al-guna parte, all� fuera, est� la
chica que �l ama, pero ahora se contenta con esto. Siento que me estoy
bene-ficiando de una pasi�n acu-mulada y destinada a otra persona, pero que
ahora se desborda y me salpica.


Le descalzo, le quito los pantalones y termino de sa-carle la
camiseta, pero le dejo puesto el calzon-cillo. Su polla tiesa muestra su
contorno a trav�s del al-god�n estirado. Yo me qui-to el pijama r�pidamente
mientras le miro las pier-nas, donde todav�a tiene las se�ales del bronceado
veraniego. Ahora estamos los dos en calzoncillos, res-tregando nuestras pollas
duras a trav�s de esa fina tela de algod�n. Deslizo una mano por sus nalgas,
pero �l se sobresalta, as� que la retiro inmediata-mente. Le paso la mano por el
pecho. El coraz�n le late con fuerza; noto toda la tensi�n en su postura r�gida.
Empieza a tirar de sus calzoncillos, impaciente por quit�rselos. Mis labios
descienden hacia el el�s-tico, lo levanto con un dedo y lo bajo unos
cent�metros, descubriendo el vello p�-bico. Por encima asoma su polla oscura, el
prepucio estrecho, bajo el cual apa-rece un glande m�s oscuro todav�a. Por fin
le desnudo del todo. Quedo fascinado al verle en cueros por su manera de llevar
la polla y los huevos. �Cu�ntas veces he so�ado con esta polla! Meto la lengua
en todos los pliegues, chupo los huevos, lamo los muslos, le olfateo como un
perro. Reconoce-r�a este olor entre un mi-ll�n.


Y finalmente la polla. La miro, la toco, la manoseo, la
engullo. La sopeso en mi lengua, noto su cabeza ro-ma contra el velo del
pala-dar, empujando hacia mi garganta. �l me acaricia el pelo mientras empiezo a
mam�rsela. Le trato con suavidad, acarici�ndole, d�ndole cautelosos
mor-disquitos gatunos. Y �l em-pieza a responder, al prin-cipio emitiendo leves
mur-mullos de placer, pero des-pu�s repitiendo frases que habr� aprendido de
pel�cu-las porno americanas mal dobladas:


- As� �susurra�, chupa esa polla, s�, tr�gatela entera,
si�ntela en tu boca. Te gus-ta mi enorme polla, �ver-dad?


Es como estar chup�ndo-sela a Jeff Stryker� y eso me excita
a�n m�s. Me gustar�a alargarlo eterna-mente, pero a la vez quiero que se corra
ya, as� que empiezo a hacerle una paja mientras tengo la boca abierta a un
cent�metro de su polla para recibir su descarga. De pronto �l me sujeta la mano
y exclama:


- �No, para, para!


- �Qu� pasa? �Te estoy haciendo da�o?


- No, no es eso.


Me agarra por las axilas, me hace levantar, me mira con
lujuria y dice:


- No quiero correrme to-dav�a. Quiero follarte.


Le miro sorprendido y le pregunto:


- �Has follado alguna vez a otro t�o?


- No, pero he follado con una t�a� por detr�s.


- �Ah, s�?


- Aj�.


- �Y te gust�?


- Bueno� �Hizo una mue-ca�. Me lo pas� bien y todo eso, pero
luego� da un po-co de asco pensarlo. Ya sa-bes lo que quiero decir, �no?


- Pues hazlo y no lo pien-ses.


Entonces comienzan las sorpresas. Los dos estamos de pie, yo
todav�a con los calzoncillos puestos. Se co-loca detr�s de m� y me abraza. Al
principio me da miedo. Pienso que una vez que empiece, le sofocar�n, le
asustar�n mis necesida-des sin l�mites, y se alejar� de m� con una risita de
desprecio. Despu�s veo que no he tenido en cuenta su propia curiosidad: lo que
�l busca es diversi�n, una ex periencia, un disparate. Y quiz�s le excita el
poder que tiene sobre m�, porque ha descubierto que es mi puto amo.


Ahora soy yo el que se deja hacer. Se pega a mi espalda, noto
su polla pre-sionando en mi culo a tra-v�s del calzoncillo, me soba el paquete,
me mete su len-gua en la oreja, me muer-de el cuello y frota su fino bigote y su
�spera perilla contra �l. Si no me estu-viera sujetando con su abrazo, me caer�a
al suelo, derretido de puro placer.


Me quita el calzoncillo y empieza a curiosear en mi culo. Me
lo he afeitado hace poco, as� que es de una suavidad cremosa. �l se da cuenta y,
sorprendido, me susurra al o�do:


- �Mmmmm! Me gusta. Quiero meter mi polla en este culito
ahora mismo.


Me agarra y me lleva a la cama. Hay unos minutos iniciales de
refriega bas-tante apasionada mientras nos familiarizamos mutua-mente con las
querencias del otro. Al final me coloco boca arriba, con los pies oscilando por
encima de su cabeza. Su polla parece gruesa y amenazante entre mis muslos, con
su glande empujando bajo mis hue-vos. Estamos tan excitados que ninguno de los
dos echa de menos un lubri-cante. Un dedo� dos de-dos� y ya la tengo dentro.
Siento la necesidad de mi-rarle a la cara y de leer lo que est� haciendo en sus
muecas de placer y en sus gritos sofocados, en la mez cla inmediata de
agradeci-miento y repulsi�n cuando me mete la polla hasta los huevos. Levanto
una mano temblorosa para acariciar-le el pecho y los pezones, duros como
tachuelas. Es-toy loco de amor.


Mientras se instaura la ca dencia regular de la pene-traci�n,
me parece percibir en su mirada un deseo de castigarme, de darme mi merecido;
pero s�lo es un momento, porque ensegui-da veo el placer estirarse dentro de �l.
Me est� fo-llando como un soldado que hace flexiones: diez, veinte, cincuenta�
No hay m�s que el mete y saca de su polla en mi culo. Est� sin fuerza, sin
aliento. Tiene el pecho y la cara ba�ados en sudor: salpica como un pu-gilista,
el pelo empapado le cae por la frente. Me mira sin verme. Veo en su cara que no
es en m� en quien piensa.


Ya casi estamos aca-bando. Sin querer, sale de m� por un
momento. Quiere met�rmela otra vez, pero le arrebato la polla de la mano
("D�jame a m�") y la junto con la m�a, iniciando una paja fren�tica. La
sen-saci�n al empu�ar las dos pollas a la vez es incre�ble. "�Me corro!", le
aviso. �l apenas puede hablar por la excitaci�n y el cansancio, pero por su cara
y su res-piraci�n entrecortada s� que tambi�n est� a punto. Dos chorros
simult�neos de esperma inundan mi cara y mi pecho, y un segundo despu�s �l se me
echa en-cima completamente ex hausto.


Le abrazo mientras le be-so castamente en la me-jilla. Noto
su respiraci�n agitada y caliente en mi oreja; el latido acelerado de su coraz�n
contra el m�o. Le acaricio la espalda mientras restregamos nues tros cuerpos
h�medos de sudor y esperma y nos es-tremecemos con los �ltimos coletazos del
orgasmo.


�Alguna vez has salido a gatas de la cama, agotado despu�s de
echar un polvo tan intenso que te oblig� a confesarte: "Si muriese aho ra,
morir�a feliz"? As� me siento yo en este momento. Y creo que para �l tampoco ha
sido un simple polvo de fin de semana.


Pasan unos minutos en los que ninguno de los dos dice nada.
Finalmente, �l se gi-ra, me desmonta y se tum-ba a mi lado, nuestras ca-bezas
juntas en la almo-hada. Intento no ponerme pesadito, no abrumarle con mis
arrumacos. Extiendo, como por descuido, un bra-zo sobre su vientre c�lido. Me
gustar�a abrazarle, apo yar mi cabeza en su pecho, pero en lugar de eso le
observo. Tiene los ojos ce-rrados, aunque no puede estar dormido ya porque el
coraz�n le late muy fuerte. Abre los ojos, se vuelve ha-cia m� y sus manos se
des-lizan bajo mi cuerpo. Me abraza y yo me aferro a �l m�s todav�a. Susurrando,
me pregunta:


- �Est�s bien, hermanito? No me habr� pasado de la raya,
�verdad?


Yo me siento tan feliz que no puedo contestar. Una sonrisa y
una palmada c�mplice en su brazo sir-ven como respuesta. Le pa-so una mano por
el cuerpo y entre las piernas. Est� su dado y pringoso, igual que yo, as� que
acepta mi pro-posici�n de ducharnos jun-tos.


Yo abro el grifo de la ba�e-ra y pongo el tap�n mien-tras �l
busca el gel de ba�o y una esponja. Nos mete-mos y cambio el mando del grifo
para mojarnos con la ducha. Despu�s lo cambio de nuevo para que la ba�e-ra siga
llen�ndose. �l coge la esponja para enjabonar-se, pero le digo: "No, sin
es-ponja. D�jame a m�". Son-r�e y la tira al suelo. Echo una buena cantidad de
gel en mis manos y le enja-bono primero los hombros, la espalda y el culo.
Des-pu�s le giro y repito la ope-raci�n en el pecho, el es-t�mago, la polla y
los hue-vos. Su cuerpo es tan ape-tecible que me gustar�a co-m�rselo a
mordiscos. Se contonea con la polla y el culo enjabonados. Est� em-palmado otra
vez, y yo tambi�n. �l propone una partida de nabo de hierro, polla contra polla:
gana el que consiga doblar la polla del otro. Por supuesto, ga-na �l.


Le miro con adoraci�n. Pienso: No debo decirle "Te quiero",
aunque �sas son las �nicas palabras que me vienen a la mente. �l son-r�e.


- David, quiero pedirte algo �le digo.


- Follarme no �dice �l r�pidamente. �Por qu� to-dos los
heteros dan por des contado que queremos dar-les por culo?


- No, eso no. Lo que me gustar�a es� besarte.


- �Besarme! �Se ech� a re�r�. Claro, por supuesto. Como
premio por hab�r-melo hecho pasar tan bien.


Con la mano izquierda le froto despacio la base del cuello.
Su pelo parece cor-tado al cero, fino y erizado en la nuca. Le paso una y otra
vez mis dedos incr�-dulos por la cara y por el cuello, le beso los p�r-pados, la
nariz� Me acer-co m�s a �l, a su cuerpo c�lido y fuerte. Me enja-bono frot�ndome
contra �l. Nuestras pollas chocan co-mo dos arietes, se restrie-gan una con
otra. Le re-corro la mand�bula con mi lengua y se la introduzco en la oreja.
Despu�s me voy a su boca. Chupo sus labios. Le beso la boca, los ojos cerrados,
le muerdo las orejas, se las chupo. Hace tanto tiempo que deseaba besarle, que
me aferro a �l y meto mi lengua hasta el fondo de su garganta; la retiro
enton-ces y le muerdo los labios. �l no puede resistirse, est� asombrado, no
puede con-tinuar impasible. Noto que las yemas de sus dedos se posan t�midamente
en mi est�mago y poco despu�s me tocan la polla. La me-nea unas cuantas veces de
forma inexperta, como si nunca le hubiera hecho una paja a otro t�o.


- Mejor cada uno la suya �le digo.


Y mientras seguimos be-s�ndonos con los ojos cerra dos,
empezamos a hacer-nos una paja. Primero muy lentamente, deleit�ndonos en el
suave y h�medo roce de pollas, cuerpos y len-guas; despu�s, inevitable-mente m�s
r�pido, con-fundiendo en nuestro pen-samiento pollas y lenguas, como si el beso
fuera en realidad una mamada. Al final nuestra respiraci�n es tan agitada que
tenemos que dejar de besarnos para que coger aire. Cuando no-to que me voy a
correr, abro los ojos y le pido en un susurro: "�M�rame, m�ra me por favor!" �l
lo hace y, mientras nos corremos, yo no puedo evitar un "Te quiero" casi
inaudible que se mezcla con su gemido de placer.


Agotados, nos sentamos en la ba�era, que ya est� llena. Al
principio el agua parece demasiado caliente, pero pronto nos acostum-bramos. La
ligera sensa-ci�n de ingravidez en bra-zos y piernas que produce tenerlos bajo
el agua es fant�stica, muy relajante. Yo estoy detr�s de �l, abra-z�ndole. �l
est� echado ha-cia atr�s, apoyando su ca-beza en mi hombro, con los ojos
cerrados. Es todo m�o. Al cabo de unos minutos de silencio, mientras le
acari-cio los pezones, le digo:


- Besas bien.


- Eso me dicen.


- �Qui�nes? �Las chicas?


- S�.


- �C�mo beso yo com-parado con ellas?


- No lo haces mal.


- �Y qu� tal la chupo?


- Distinto. Mejor. Con m�s� entusiasmo.


Despu�s de un nuevo silen-cio, le pregunto:


- �Qui�n fue la primera persona con la que te acos-taste?


Pausa.


- No lo s� �Podr�as pre-cisar qu� entiendes por "acostarse
con alguien"? �Quieres saber a qui�n se la met� primero? �Cu�ntos cent�metros
tuve que me-t�rsela para que entre en la categor�a de "acostarse con alguien"?


- �Dios, qu� complicado eres! La primera persona a quien se
la metiste toda�, la chica. �Fue una chica?


�l se enfada.


- �Tienes la energ�a su-ficiente para preguntarme una cosa
as� a las cinco de la ma�ana? Primero me so-meter�s a un interrogato-rio
agotador, despu�s ten-dr�s pesadillas y por la ma�ana estar�s de mal hu-mor; y
luego so�ar�s des-pierto con toda clase de fantas�as sexuales. �Es eso lo que
quieres? �Y sentir celos de lo que he hecho y de con qui�n lo he hecho?


- S�lo era una pregunta� Ten�a curiosidad, nada m�s
�respondo, avergon-zado por su reprimenda.


Dicen que conseguir lo que siempre has deseado es el
principio del fin, y em-piezo a pensar que es cier-to. Intento adivinar si
vol-veremos a hacerlo o si lo haremos s�lo una vez m�s o si lo haremos mil
veces; si esto tambi�n ha signi-ficado algo para �l o s�lo ha sido un
pasatiempo. As� que no puedo evitar ha-cerle una �ltima pregunta:


- Lo que hemos hecho esta noche, �volveremos a hacer lo?
Necesito saber si puedo esperar.


- �Joder, t�o! Lo hemos he-cho y ya est�. No te pongas
sentimental. Es s�lo sexo.


Enfadado, destapa la ba-�era tirando de la cadenita con un
pie. El nivel del agua baja r�pidamente, haciendo que lo que antes era calor e
ingravidez se convierta en fr�o y pesa-dez. Me siento fatal. �l in-tenta
levantarse, pero se lo impido abraz�ndole con fuerza.


- �No te vayas! �Per-d�name, David, por favor! �le suplico.


- �Suelta, co�o! �Que suel-tes, te digo!


�l se escapa de m� sin que pueda evitarlo. Cierro los ojos
con desesperaci�n.


- �Jose, Jose! �me llama y me zarandea.


Abro los ojos.


Le miro desconcertado. Es t� de pie, vestido, inclinado sobre
m�. Sostiene la al-mohada que acaba de qui-tarme, la que yo ten�a abrazada.
Tengo fr�o por-que ha abierto la ventana y yo estoy en calzoncillos,
de-sarropado encima de la ca-ma. Me habla de nuevo, y en su aliento y su voz
noto que est� un poco borracho.


- Jose, despierta, tengo que hablar contigo.



�FIN?




DULCE AMIGA


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