Ana Maria, Edgardo y yo, eramos tres amigos inseparables. En
nuestra epoca de universidad. Todo lo haciamos juntos, estudiar, pasear,
divertirnos etc.

Ana Maria era una hermosa morena de unos 25 a�os, de ojos
negros de mirada profunda, y poseedora de un cuerpo maravilloso. Destacaba
notoriamente en su cuerpo, sus senos de ventajosos tama�os que semejaban dos
esferas de goma en la m�s perfecta combinaci�n. Cada paso, al caminar, provocaba
que los pechos se agitaran en un movimiento sensual, que volvia locos a los
hombres que siempre la asediaban, como moscas sobre la miel.

Ella tenia otra cualidad, que despertaba admiradores por
doquier; siempre vestia con exagerada provocaci�n. Sus faldas eran de minimo
tama�o, bastaba que se inclinara un poco, para que exhibiera sus diminutos
calzones encajados entre sus nalgas.

Acostumbraba a usar blusas con rebajados escotes, que
generalmente no lograban cubrir m�s que la punta de sus pezones, que siempre se
mantenian prominentes, tanto que al moverse un poco, las aureolas tambien se
destacaban desafiantes.

Yo estaba loco por ella, y por lo unico que no me molestaba
que Edgardo estuviera siempre con nosotros, era porque �l era de verdad un amigo
tremendo. Todo marchaba a la perfeccion hasta que Ana Maria y Edgardo comenzaron
a pololear. A pesar de eso seguimos compartiendo casi toda nuestras actividades,
hasta que sucedi� esta aventura. Un dia despues de una fiesta mientras ibamos a
dejar a Ana Maria en mi auto, ellos me pidieron que me detuviera en un lugar
oscuro.

-�Recuerdas a aquellas dos mellizas con las que estuvimos
saliendo?

Respond� afirmativamente, sin entender ad�nde quer�a ir a
parar.

-�Podrias encontrar el lugar al que sol�amos traerlas?

-�Desde luego! Afirm�, est� a menos de quinientos metros de
aqu�. Aunque ha pasado mucho tiempo. Lo puedo encontrar f�cilmente. Llegamos al
lugar y estacionamos el auto entre unos matorrales y comenzamos a conversar,
pero muy pronto se produjo un silencio embarazoso.

Ana Maria estaba muy hermosa. Un rubor de excitaci�n casi
olvidado cubria sus mejillas, tomando la iniciativa se le acerco a Edgardo y le
dio un apasionado beso en los labios. Ante mi desconcierto, me dijeron que
estaban locos de ganas de pegarse un polvo y me preguntaron si a mi no me
molestaria que lo hicieran en el auto.

Como estaba comenzando a llover, les dije que ni loco me iba
a mojar afuera, mientras ellos culeaban. Ellos me dijeron que no tenia para que
salir del auto, total eramos amigos y teniamos confianza.

Se acomodaron en el asiento trasero y comenzaron a darse una
agarrada con tutti, devorandose mutuamente sus lenguas al tiempo que ella le
repasaba con su mano el bulto a Edgardo que evidentemente habia aumentado
notoriamente de tama�o segun se podia apreciar.

En un momento Edgardo se desabrocho el pantalon e
inmediatamente saco afuera su excitado aparato. Acto seguido tomo a Ana Maria
por la nuca y la guio hacia su verga, haciendosela tragar tan profundamente como
pudo; ella comenzo a chupar con real gusto.

En ese momento Edgardo le dijo:

-�Cari�o mostremosle como se hace un rico polvo!

Ella ni corta ni perezosa le respondio:

-�Por supuesto, quiero que me la entierres hasta el fondo y
me hagas gozar como nunca!

El la beso ardientemente, Ana Maria solo abrio sus labios
para corresponder a sus avances, en tanto con ambas manos intentaba bajar sus
pantalones que medio cubrian el pletorico sexo de Edgardo, inmediatamente le
aferr� el miembro.

Entonces ella giro ligeramente el rostro hacia mi, y me miro
a los ojos en tanto sus manos comenzaban a entretenerse en los botones de su
ajustado jeans. Muy sensualmente comenzo a hacerlos deslizar por sus muslos
amenazantes de placer. En un sensual balanceo de sus caderas, finalmente termino
por liberarse de la prenda. Mis ojos estaban alerta, sus movimientos me
torturaban, no podia ni parpadear, no deseaba perderme ni el m�s m�nimo detalle.

A�n la blusa cubria sus braguitas, que por los lados de sus
caderas asomaban sus cintas relucientes, destellantes, con dulzura comenzo a
desabrochar lentamente uno a uno los botones de la blusa, en silencio,
suavemente, con movimientos traviesos descubrio parte de sus braguitas.

Con un aire principesco fue desabrochando su sujetador, era
realmente increible, mi situaci�n estaba llegando a limites insospechables. Mi
miembro gritaba en sus adentros, mi interior gritaba apabulladamente, al ver
asomar sus pechos, que se movian por el jadeo de su respiraci�n excitada. Sin
duda que a ella le gustaba mostrarmelos, se los tocaba, los aprietaba, los
rozaba con las yemas de los dedos, dejando los pezones duros y erectos.

Mi descontrol se fue desatando, no podia soportar la
calentura me desabroche el cinto y rapidamente tambi�n el bot�n que sujetaba mi
pantal�n. Consegui no sin reparos soltarme la presi�n de mis pantalones, me
hubiese encantado desnudarme por completo, pero estaba muy cohibido y no me
atrevi.

Edgardo la tomo por la cintura y la hizo bajar hasta hundirle
todo el aparato en la rajita. Comenzaron a moverse, mientras ella respiraba como
si le faltara el aire, arqueando su espalda y emitiendo una lujuriosa mezcla de
bramidos y gemidos. Le brotaban desde su frente y desde su pecho, abundantes
gotas de sudor, su rostro se desdibujaba por los mechones de pelos que se
pegaban a su cara.

Sus manos recorrian sus propios pechos apretandoselos y
frotandoselos, para enseguida enredarse entre los cabellos de Edgardo, mientras
lo atraia hacia ella. Me acerque a�n m�s para no perderme detalle de la montada.
El seguia aserruchandole la concha en tanto sus labios mordian y chupaban uno de
sus pezones. Ana Maria chillaba de placer, y se revolcaba desaforada sobre la
verga que la traspasaba. Ana Maria se debatia en muecas y quejidos de goce,
agitando sus piernas al aire, en tanto Edgardo le hacia un trabajo arrollador
con su verga totalmente enterrada en su vulva de carnosos, rosados y humedos
labios. Pasaron los minutos, hasta que ella comenzo a revolcarse una y otra vez
debajo de Edgardo dando muestras de una fenomenal y angustiosa acabada.

Cuando terminaron el polvo, yo estaba que reventaba de
calentura, nunca antes habia visto a una pareja culeando delante mio.

Fue Edgardo �l que le dijo a Ana Maria:

-�Porque no le corres una pajita a Bernardo!

-�El pobre debe estar enfermo de caliente!

Yo intente oponerme muy avergonzado, pero Ana Maria muy
suelta de cuerpo, me dijo:

-�Ya, no te pongai mina!

-�Para que que haces el dificil?

-�Dejame hacerte una pajita por lo menos, para que no las
pierdas todas!

Ana Maria me masturbo.

Esto se repitio en otras ocasiones, cada vez que andabamos en
el auto.

Hasta que en una oportunidad mientras ella me corria la paja,
le pregunto a Edgardo:

-�Te molesta mucho si se la chupo?

-�El pobre Bernardo debe estar aburrido de puras pajas!

Edgardo se murio de la risa y le respondio:

-�Tratandose de mi compadre, por supuesto que no me molesta!

Por primera vez conoci el placer de sus labios.

Los labios de Ana Maria se deslizaron incesantes por toda la
extension de mi verga, consiguiendo que rapidamente mi climax explotara. Lance
mis jugosas erupciones de semen hasta el fondo de su garganta, pero ella
impasible siguio chupandomela sin pausas. Me corri tan abundantemente, que mi
leche salpico espeso y abundante en su boca, rostro y cuello de Ana Maria.

Esto se hizo muy frecuente. Despues que Edgardo se la
culeaba, Ana Maria me chupaba el pene.

Un dia en que Ana Maria estaba especialmente excitada,
mientras me la chupaba me dijo:

-�No te gustaria metermela!

-�Claro esta que sin arrumacos ni besitos, esos son solo para
mi amorcito!

Miro a Edgardo, y este respondio:

-�Dele compadre, desahoguese no mas!

Nuestra relacion comenzo a ser de tres, primero ellos
culeaban y luego Ana Maria me ponia la concha para que yo la penetrara.

La relacion se termino debido a que yo estaba enamorandome
cada vez m�s de Ana Maria, y se me hizo insoportable mirar como Edgardo se la
tiraba delante mio.

Rikard