La habitaci�n estaba iluminada por la tenue luz del ocaso y
por un proyector. El modelo lleg� a la hora fijada y, sin m�s formalidades que
un saludo, le dije d�nde deb�a situarse. Por el titubeo de sus pasos not� su
falta de experiencia.
-�Has posado antes? �le pregunt� mientras colocaba el lienzo.
-Lo cierto es que no. Creo que puede ser bonito...
Sin decir nada m�s comenz� a desnudarse. Pese a su
inexperiencia lo hizo con lentitud, con encanto. Cuando lo mir� qued�
sorprendido de su cuerpo depilado. Ten�a, adem�s, el brillo de haberse extendido
crema hidratante tras el rasurado.
Mi idea era pintar un desnudo masculino al �leo. De pronto
decid� empezar con un carboncillo, as� que saqu� una hoja y un l�piz blando.
Dibuj� el cuerpo entero en pocos trazos, rellenando el mayor espacio posible del
papel. Entonces me dispuse a dar detalle a aquel esbozo.
Apenas comenc� a delimitar el dibujo exacto de su pectoral
derecho, mi mano se qued� quieta. Mis ojos descendieron hasta llegar a su pene.
Era de gran tama�o, pero no fue esto lo que me llam� la atenci�n. Fue la textura
lisa y tensa de su piel: el glande parec�a querer romper la fin�sima piel que lo
envolv�a, al igual que el resto, brillaba como si fuera de cera.
Dej� el l�piz y lo mir� detenidamente. El modelo hab�a fijado
sus ojos sobre alg�n punto detr�s de mi y se manten�a imperturbable, como si
quisiera transformarse en escultura (lo que me permiti� admirarlo sin tapujos).
Absorto en aquella parte me pareci�, tras unos segundos, que la piel adquir�a a
cada instante m�s tensi�n.
Siempre en silencio, con mucha suavidad, empec� a acercarme
al modelo, procurando no perturbar su quietud. En mi lento caminar no dej� de
mirarlo.
Mis pies se pararon cuando aquella estatua quedaba a menos de
cincuenta cent�metros. �l, como si ya fuera de m�rmol, ni siquiera cambio el
gesto.
Mi cara estaba en frente de la suya. �l segu�a mirando a
aquel lugar indefinido.
Despacio me fui arrodillando; recorriendo su cuello, sus
pechos, sus abdominales...
Por fin, delante de m�, estaba el �rgano que
irresistiblemente hab�a seducido mi atenci�n. Era hermoso. Las venas que lo
rodeaban dec�an del enorme caudal de sangre que circulaba por �l.
Not� mis labios extremadamente carnosos. Los acerqu� hacia la
fin�sima piel del prepucio y los pos� en un beso prolongado. Despu�s me separ�
para volverlo a contemplar. De pronto, como respondiendo a mis labios, el glande
se descubri�. Brillaba intensamente, con mayor intensidad aun que el resto del
cuerpo.
Volv� a acercar mis labios. Esta vez, antes de llegar a su
destino, se abrieron. Cuando not� que ten�a todo el glande dentro de mi boca los
cerr�. En ese momento sent� el incre�ble ardor de su piel y su carne ocupando
toda mi boca.
Palade� la dulzura de aquella carne tan sutil al tacto,
tanto, que parec�a que fuera la primera vez que era tocada.
Con la mano tom� el tronco del pene. Si el glande llenaba
toda mi boca, con la mano apenas pod�a abarcar el grosor de tal prodigio. Los
dedos gordo e �ndice, tirando de su piel hacia atr�s, tensaron la carne.
Mientras lo degustaba insaciablemente.
Quer�a que mis ojos volvieran a gozar con la visi�n de tal
espect�culo. Lo saqu� de mi boca y, mientras mi mano lo sosten�a, lo contempl�
de nuevo.
Jugu� no s� cu�nto tiempo acarici�ndome con su piel. Mis
mejillas y mi cuello disfrutaron de su roce.
Era grandioso, de una robustez magn�fica. El glande, incluso
en comparaci�n con el gros�simo tronco, resultaba inmenso; la erecci�n le hab�a
dado un tama�o inarbarcable.
Lo miraba hechizado y mi mano, involuntariamente, lo mec�a
entre sus dedos. Las venas iban tomando mayor consistencia y la rigidez se hac�a
maravillosamente insoportable.
As�, mientras lo miraba, mi mano no paraba de recorrerlo de
adelante a atr�s en toda su longitud. Aquella rigidez me provocaba una gozosa
ansiedad que, sin querer, me suger�a mecerlo m�s y m�s deprisa.
Su cara, sin inmutar el gesto, segu�a con los ojos clavados
en aquel punto impreciso.
Cuanto m�s r�pido lo masturbaba el �rgano m�s deliciosamente
r�gido se volv�a, con las venas casi sobresalientes de la piel.
En ese momento quise aumentar el brillo ya magn�fico del
glande, para convertirlo en una exageraci�n de s� mismo. Lo consegu� rode�ndolo
lentamente con mi lengua. Despu�s, extasiado, lo contempl� de nuevo.
Esta vez la respuesta tampoco se hizo esperar: aquel brillo
rosado que ten�a ante mis ojos tembl� y una cascada de lava blanca salt� a mis
mejillas, ba�ando todo mi rostro. Mi mano segu�a movi�ndose a un ritmo
vertiginoso. Otra cascada arremeti� contra mis labios.
Quise sentir m�o aquel l�quido, as� que me met� dentro el
glande y esper� a la nueva erupci�n. Mi boca se fue inundando del sublime licor
hasta que, no pudiendo tragar tan deprisa, rebos� de mis labios cayendo al
suelo.
Lo mantuve as� hasta que la tensi�n empez� a disminuir.
Entonces lo saqu� de mi boca.
Mir� a la estatua con el deseo de que me contemplara ba�ado
en su semen, pero �l segu�a con la vista fija en aquel punto indefinido.
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