Relato: Cuando las nubes ruborizaron sus mejillas





Relato: Cuando las nubes ruborizaron sus mejillas

Cuando las nubes ruborizaron sus mejillas, la noche ya se
hab�a venido a acostar junto a nuestros cuerpos desnudos; las estrellas ya
empezaban a titilar sus luces expeditas; el viento informe rozaba nuestras
pieles excitadas de hac�a tiempo; el pasto en que est�bamos recostados, s�bana
verde sentimental, convert�a su suavidad en algo m�s intenso que la enervante
magia del calor interno. Le repet� suavemente en su o�do lo mucho que disfrut�
el encuentro celestial de aquella tarde, �l tambi�n ostent� palabras arom�ticas
a amor y las coloc� bes�ndome el l�bulo en todo mi cuerpo sensibil�simo.
Arrastr� nuevamente sus dedos por toda la superficie corporal m�a, insisti� m�s
en las partes susceptibles: los pezones, los costados de mi abdomen, mi
entrepierna, el monte de mis vellos p�bicos, mi pene y test�culos, los costados
internos de mis piernas, ay sensaci�n inmensa invadi� mi cuerpo acumul�ndose en
mi pecho para despu�s exhalarla en un suspiro apagado por sus labios cuando me
bes�.



Hace seis meses llegu� a la Isla procedente de la ciudad de
M�xico, arrib� en un barco que zarp� del puerto de Veracruz, en realidad, el
barco iba para Lisboa, pero est�bamos algunos que �bamos para la Isla, �ramos
quince en total, tres chicos de diecisiete a�os, tres de diecis�is, cuatro de
catorce y cinco de quince; de los cuales siete somos bisexuales y ocho gayes.
Todos con el anhelo en cada d�a y noche de estar pronto en la Isla, de ser tan
pronto fuera posible pertenecer a la poblaci�n de la Isla; todos fuimos unos
incomprendidos en M�xico, casi todos hab�amos huido de nuestra casas para poder
vivir en un lugar de veras comprensible hacia nosotros. Casi todos, porque tres
de nosotros (yo no) hab�an conseguido de sus padres el permiso de estar en un
lugar donde ellos quisieran.


La Isla es un para�so para la gente como nosotros, bueno,
exclusivamente para los adolescentes menores de dieciocho a�os; un para�so sin
igual, instalado en una isla del caribe, la cual contiene todos los climas del
mundo, en ese ed�n habitaban chicos de todas las nacionalidades, desde rusos
hasta australianos, pasando por los chinos, argentinos, marroqu�es, en fin, una
gama inmensa de j�venes, todos dispuestos a disfrutar su identidad homosexual o
bisexual.


Al llegar, el capit�n del barco indic� que nos baj�ramos
r�pidamente, lo cual tomamos como indicio de discriminaci�n, adem�s de que nos
dio un bote salvavidas para irnos hasta la Isla, porque el barco ni siquiera se
acerc� unos cien metros. Fue casi una peripecia llegar hasta la orilla, tuvimos
que turnarnos para ir remando poco a poco, la verdad, fue dificultoso, y m�s
para m�, soy de una complexi�n delgada, sin llegar a ser cadav�rica, al
contrario, me considero sexy. Despu�s de mucho remar anclamos en la orilla, al
bajar cada uno del bote, observamos detenidamente el derredor: arena, aire
limpio, palmeras ondulantes, viento cargado de nimia porci�n salina, arbustos
misteriosos juguetones, se notaba extensi�n hasta qui�n sabe d�nde.


Caminamos no poco m�s de veinte pasos hacia el interior y nos
topamos con un letrero hecho en madera bellamente tallado: "Bienvenidos a la
Isla, hogar de sus sue�os y fantas�as m�s enigm�ticos. En este momento contamos
con una poblaci�n de doscientas ochenta y dos personas, chicos menores de
diecisiete a�os bisexuales y homosexuales. Esperamos cumplir con lo esperado por
ustedes." Nos aliviamos al ver el letrero, ahora camin�bamos m�s sueltos, otros
treinta pasos caminamos m�s a la profundidad de ese para�so, cuando vimos otro
letrero: "Como estamos en ambiente, chicos, les pedimos se despojen de sus
vestimentas, regla que se ha impuesto por consenso de todos.


De ahora en adelante no necesitar�n vestidos alguno, mas el
que llevan naturalmente. D�jenlas tiradas donde sea, nosotros las desecharemos."
Nos sentimos apenados, con verg�enza, la cual se disip� al recordar el porqu� de
nuestra estancia ah�. Cada uno fue quit�ndose la ropa, con cierto pudor
obviamente, al estar todos en ropa interior se detuvo la empresa, quer�amos ver
qui�n era el primero en hacerlo para as� tomar �nimos.


Paso alg�n tiempo, alguien propuso contar hasta tres para
desechar al mismo tiempo el �nico impedidor de la nueva vida. As� fue, los
quince al mismo tiempo bajamos nuestros interiores hasta los tobillos y los
echamos por todos lados; nos vimos con cierta morbosidad, distintos tama�os,
colores hab�a entre nosotros. Me qued� contemplando quieto cada uno de los
sexos, algunos encapuchados en sus glandes, dormidos y tranquilos reposando al
lado de los test�culos colgantes, apetitosos, sin duda. Tambi�n, sin duda, todos
quer�amos entregarnos de una vez a los placeres sexuales brindados por la Isla,
entrenarnos entre nosotros a futuros encuentros. Tratamos de tranquilizarnos, de
estarnos neutrales ante la onda de calor sexual que empez� a erectar nuestros
penes, pero nada impidi� al instinto carnal poseernos, manipularnos hasta
llevarnos a un acto orgi�stico. Nos pusimos en rueda, cada uno contempl� los
miembros ajenos, listos para la batalla, chorreantes de placer y jugos c�lidos;
la mayor�a lo ten�a de unos 15 cent�metros, otros de 17 o 18, pero yo era el m�s
grande con mis 24 cent�metros c�rnicos �vidos en su intensidad m�xima de ponerse
en acci�n.


Desde el barco hab�a querido encontrarme con un chico que me
hab�a gustado desde el principio: blanco, delgado, con unas corvas apetecibles,
nalgas paraditas, lampi�as, limpias; ornamentado en su frente con un pene de
unos 19 cms., rosado, con el glande m�s rojo, derecho y viendo hacia arriba,
grueso en unos 4 cms., colg�ndole unos test�culos blancos, aparte una corona
vellosa negra sin mucha abundancia. Su rostro era el de un �ngel, vio mis
intenciones y se acerc� a m�, mir�ndome sensual; se arrodill� y empez� a
engullir mi m�stil, daba leng�etadas magistrales, lam�a desde la base del tronco
hasta la punta, estremeci�ndome yo ante cada pasada de su lengua, ante cada
chorreo de su saliva caliente. Los tom� de la cabeza, dirigiendo los movimientos
mientras acariciaba mis nalgas, comenz� a merodear su dedo �ndice en los
derredores de mi ano desde hace tiempo angustiado de no recibir estimulaciones.


Se levant� y nos besamos, hizo que me recostara sobre la
arena boca arriba, abri� mis piernas y levant� mi pelvis, meti� su lengua entre
mi culo, me regocij� enormemente, a tal punto que mi pene comenz� como a vibrar.
Puso su dardo en mi entrada y poco a poco fue empujando, con cada presi�n sent�
estallar de placer; un mete y saca lento nos movi� aislados en un lago herm�tico
de deleite lujoso; cambiamos a varias posiciones, todas infinitas en rubicundo
goce. Luego de unos quince minutos sent� en mi interior anidarse fluidos
espesos, c�lidos. Se acost� sobre m�, resollando el rubor del acto, pero luego
se repuso e inclin� su cuerpo dej�ndome ver su trasero sudoroso, su ano ya
estaba apto para la penetraci�n, porque mientras �l me penetraba yo introduje
tres dedos en su tesoro; su rostro estaba ruborizado, sin palabras me implor�
meterme dentro suyo. Mi arma estaba lista, parada hasta su m�s, la introduje de
un solo empuj�n, como respuesta escuch� un gemido ardiente, as� que segu� con un
ritmo fren�tico, quer�a com�rmelo, le acariciaba todo lo alcanzable, sobre todo
su pene duro otra vez, masturb�ndolo para luego tomarme su el�xir.


Explot� en sus adentros, regu� mis jugos lechosos; mi pene no
dej� de estar erecto, entonces hicimos un 69 sin igual, al estar a punto de
terminar, ambos sacamos nuestras flechas y dejamos ba�arnos por nuestros
s�menes, luego lamiendo los rostros limpiando cada m�nimo residuo. La escena en
ese espacio peque�o de la Isla, con varias parejas congi�ndose resultaba
enervante. Cuerpos uni�ndose en la arena que aumentaba la ardiente org�a,
culminando en un reguero de fluidos lechosos, cuyas proporciones ba�aron los
cuerpos embelesados en la calentura tropical.


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