Cuando era chica, en el campo de mi abuelo sab�a trabajar
Pedro, un hombre en la cuarentena. El viv�a en una pieza separada pegada al
galp�n, bien detr�s de nuestra casa, pero cenaba con toda mi familia.
Despu�s de comer los hombres se sentaban en la galer�a de la casa para fumar
y charlar de todo y de nada mientras las mujeres lavaban los platos y
terminaban por meter orden en la cocina; luego ellas tambi�n se reun�an con
los hombres. Ese era un momento m�gico para m� y siempre me sentaba en su
falda para escuchar sus historias y an�cdotas de sus trabajos anteriores
donde todos re�amos con sus ocurrencias. Una vez me hizo re�r tanto que yo
me mov� mucho y de pronto sent� que su pene se hab�a puesto en erecci�n. A
pesar de mi corta edad, 11 o 12 a�os, sabia ya lo que era eso, muchas veces
hab�a visto los animales mientras se acoplaban y hasta hab�a visto en
secreto algunas revistas er�ticas que el hermano de mi abuelo tenia guardada
en su mesa de luz. A mi tio abuelo siempre lo conoc� solo, sin ninguna mujer
y trabajaba de la ma�ana a la noche en el campo.

Un domingo todos partieron al pueblo, ya que era la
fiesta de la virgen y despu�s de la misa se quedar�an a pasar el d�a porque
hab�a kermesse y baile popular, yo me qued� en el campo con una de mis t�as
que no se sent�a bien de salud.

Esa misma ma�ana aprovech� para ver las revistas de mi
t�o abuelo y eso me excit� much�simo; entonces sal� a buscar uno de los
perros que ten�amos. En el campo decimos que a falta de pan buenas son las
tortas. La mentalidad del campo con los animales no es la misma que en la
ciudad. No se habla abiertamente, pero todos saben que all� se debuta
sexualmente. Sin embargo, el desgraciado del perro no quer�a saber nada y
creyendo que yo estaba jugando sali� corriendo para el fondo donde estaba el
galp�n. Fue entonces que vi a Pedro lav�ndose en una palangana al lado de su
pieza. Como �l no era cat�lico no le interesaban las fiestas cristianas.
Entonces nos pusimos a charlar y le ped� que me contara una historia que ya
le hab�a escuchado y que me hab�a hecho re�r mucho. Pedro era adorable,
nunca estaba de mal humor y hasta me ayudaba en los deberes de la escuela,
todo el mundo lo apreciaba bastante.

El apoy� un banco de madera sobre la pared del galp�n y
se sent� para contarme esa historia, y yo r�pidamente salt� de espaldas en
sus faldas como hacia siempre y casi nos ca�mos los dos. All� �l me tomo de
la cintura y me acomod� bien sobre su falda. Entonces me levant� la pollera
para estar m�s c�moda y era mi bombacha la que tocaba su pantal�n. Yo sent�
su sexo bajo mi cola cuando entr� en erecci�n. Era una sensaci�n hermosa la
que estaba sintiendo y me mov�a ri�ndome con la historia que me contaba.
Pedro puso al descuido una mano sobre mi pierna y me iba acariciando. El
contacto de su mano sobre mi piel me excitaba m�s y esperaba con emoci�n que
sus dedos tocaran mi vaginita virgen; pero no lo hizo y me dijo que otro d�a
me contar�a una nueva historia y se encerr� en su pieza. Ese d�a qued� tan
excitada que me fui al ba�o y me toqu� sola, fue una de mis primeras grandes
masturbaciones. All� comenc� a darme cuenta que el sexo de los hombres me
atra�a mucho. Sin embargo, no sucedi� nada, mi vida se limitaba a las tardes
cuando Pedro contaba, conmigo sentada en su falda, sus an�cdotas delante de
todos y a las revistas de mi t�o abuelo solter�n.

Pero un d�a todo cambi�, tenia ya casi 14 a�os a�n cuando
mi cuerpo no se hab�a modificado mucho. Tenia el cuerpo de un varoncito,
casi sin tetas y mis juegos era treparme a los arboles para recoger frutas
que despu�s transformar�an en mermeladas Recuerdo que ese d�a yo iba
corriendo cuando casi choqu� detr�s del galp�n con Pedro. El estaba orinando
contra la pared y me par� en seco, mir�ndole por primera vez su verga, esa
que yo hab�a sentido tantas veces bajo mi cola. Yo no pod�a apartar mis ojos
de ese pedazo de carne que tanto deseaba. El termino de orinar y comenz� a
sacudirlo para largar las ultimas gotas, pero sigui� haci�ndolo sabiendo que
lo estaba observando. Entonces su pene comenz� a estirarse con una dimensi�n
tentadora. Su sexo no era ni grande ni chico, ni muy grueso ni muy fino,
pero a diferencia de las fotos de las revistas de mi t�o abuelo, ese era un
sexo concreto y me fui acercado para verlo de m�s cerca. Fue all� que me
pregunto si yo quer�a ayudarlo y sin responder nada le agarr� su sexo y
comenc� a masturbarlo. El me dijo que pod�a darle un beso si yo quer�a y lo
met� todo en mi boca.

Sobre sexo yo sabia todo en teor�a y lo chup� desde
afuera hacia adentro, sinti�ndolo en el fondo de mi garganta. Era una
sensaci�n hermosa la que sent�a por todo mi cuerpo mientras continuaba a
chupar y a chupar, fue hasta que eyacul�, pero no lo hizo en mi boca, �l
apart� r�pido su sexo y larg� un r�o de leche sobre el patio de tierra.
Pedro me mir� y sonri� satisfecho de haber calmado sus deseos. Entonces yo
me agach� y volv� a meter su sexo en mi boca, como para limpiarle las
�ltimas gotas de esperma que sab�an deliciosas.

Esa felaci�n me hab�a gustado mucho y, al d�a siguiente,
cuando volv� de la escuela fui hasta su pieza porque quer�a repetirla; m�s
aun pretend�a beberme su semen como lo hab�a visto en las revistas, pero
encontr� la pieza vac�a, y cuando pregunt� a mis familia d�nde estaba Pedro,
me respondieron que esa ma�ana hab�a renunciado para volver junto a su
familia que estaba muy enferma. Con el tiempo me di cuenta que, en realidad
lo que �l hab�a hecho, fue huir del campo por temor a que se enterara mi
familia.

Nunca m�s lo vi a Pedro, pero durante muchos a�os me
masturb� pensando en �l. Hoy en d�a tengo 31 a�os y vivo mi vida sexual en
total libertad, pero con discreci�n. Seguramente para algunos, si conocieran
mis secretos, ser�a una ninf�mana o una simple puta, pero yo lo tengo
asumido. La b�squeda del placer y de orgasmos m�s profundos me llevan a
realizar situaciones, cada vez m�s ins�litas y, hasta a veces, me parecen
divertidas.

Any