Relato: Viejos Conocidos





Relato: Viejos Conocidos


VIEJOS CONOCIDOS



N. del A.: Este relato sucede en Mar�n, un mundo medieval
ficticio en el que tambi�n se sit�an los cuentos "",
"", " y
)", "",
"" y " y
)". Bueno, s�, ya s� que son
muchos, pero recomiendo leer antes estos relatos para una mejor comprensi�n de
la historia.



I. SUE�OS



�rase una vez un reino muy grande y pr�spero, hace varios
cientos de a�os. Los bosques surcaban su superficie, salpicada ocasionalmente
con alg�n peque�o lago. La neblina cubr�a los �rboles milenarios que rodeaban
las casas de madera, a los pies del antiguo castillo de piedra. Sus gentes eran
menesterosas y humildes, dedicadas principalmente a la agricultura, y quer�an y
apreciaban a su Rey, una persona justa y bondadosa, que reinaba sabiamente sobre
todos sus s�bditos.


Pero sucedi� que una entidad oscura se cerni� sobre el reino.
Un hombre de g�lida apariencia que dec�a descender de la estirpe real reclam� el
trono, alegando que le hab�a pertenecido en el pasado y que era justo que
retornase a sus manos. El lenguaje de las amenazas dio paso al lenguaje de las
espadas y los ej�rcitos entrechocaron sus armas en el campo de batalla, y la
sangre se derram� y cubri� la tierra, como tantas otras veces ha sucedido y como
tantas otras veces suceder� hasta el final de los tiempos.


Pero el l�brego ser, a pesar de contar con una inmensa hueste
de mercenarios, se vio derrotado por el ej�rcito de caballeros de aquel valiente
reino. Jur� venganza y el reino se vio diezmado por una misteriosa plaga que
provoc� que la gente enfermase y muriera. Las calles se atestaron de p�lidos
cad�veres sin sangre en sus venas, demasiado numerosos para ser enterrados, y se
dec�a que por las noches se alzaban para visitar a sus semejantes y reclamar su
preciosa esencia.


Pues, como es sabido, la sangre es la vida.


Pero cinco de los caballeros m�s valientes del Rey se
adentraron en la guarida del ser. Nada se sabe de lo que all� sucedi�, puesto
que cuando los dos �nicos supervivientes regresaron al castillo se negaron a
hablar de lo ocurrido. Se dice que, horrorizados por lo que contemplaron, esos
hombres fundaron una sociedad secreta para acabar con las amenazas
sobrenaturales que se cern�an sobre los humanos. Se denominaron a s� mismo los
Cazadores.


La enfermedad consuntiva que devastaba el reino ces�, mas se
rumore� que el ser oscuro sobrevivi� y logr� huir, jurando que, no importaba
cuanto tiempo transcurriese, volver�a a sentarse sobre el trono. El trono de
Mar�n...



Los �ltimos rayos del sol sucumbieron hasta desvanecerse,
mientras Lord Ythil percib�a c�mo le abandonaba el letargo que atenazaba sus
miembros. Se levant� temblorosamente, mientras sus r�gidos tendones chillaban de
dolor, luchando por no quebrarse en mil pedazos. Presa le aguardaba, sosteniendo
las ropas de su maestro.


-�Pesadillas, mi se�or?


-No, Presa. Recuerdos. �Lord Ythil permaneci� pensativo
durante unos instantes antes de comenzar a vestirse. ��Alguna novedad en el
norte?


-Lo usual, mi se�or. Los froslines siguen reagrup�ndose, pero
se desconoce si pretenden avanzar sobre Mar�n o proteger sus fronteras.


-No nos arriesgaremos. He tardado m�s de cinco siglos en
acceder al trono y no voy a tolerar que unos infraseres lo echen todo a perder.
Les aplastaremos. �Algo m�s?


-Mi se�or...


-Habla, Presa.


-Magda ha vuelto a escaparse.


-Condenada chiquilla rebelde... En fin, no debemos
preocuparnos. En cuanto pruebe la sangre humana, ser� una de los nuestros, en
cuerpo y alma. No la busques, Presa. Ella misma vendr� a m� en cuanto acepte en
lo que se ha convertido.


II. CALLEJONES


Los dos ladrones derribaron de una zancadilla al muchacho,
tras una corta persecuci�n. Los callejones de la ciudad de Risga eran oscuros y
estaban completamente desiertos. Siri se maldijo a s� mismo por internarse en
los barrios bajos sin la protecci�n de los siervos de su padre. La aventura que
buscaba pod�a truncarse en algo muy desagradable. Intentando contener las
l�grimas y con el mayor aplomo que pudo mostrar en su voz, Siri espet� a los
matones:


-�Basta! Dejadme en paz o si no...


-�O si no qu�? �Respondi� uno de los malhechores con voz
burlona.


-Mi padre... Mi padre es el conde de esta regi�n. Si me
hac�is algo, os...


-Fiuuu... �Has o�do eso, Sileno? Creo que hemos topado con
una buena pieza.


-Eso parece. Ya me parec�a que sus ropajes eran demasiado
caros. �Cu�nto crees que podremos sacar a su viejo por este pendejo?


-Yo que vosotros le soltar�a ahora mismo.


Los dos delincuentes se giraron a la vez hacia la persona que
acababa de hablar. Era un hombre que sosten�a los arreos de un agotado caballo.
Sus ropas eran resistentes y estaban muy desgastadas, como si hubiesen sido
sometidas a un largo viaje. Su rostro podr�a haber sido bastante atractivo de no
ser por su sucio cabello, que ca�a descuidadamente por sus hombros y una
desatendida barba de semanas que cubr�a su rostro. No estaba armado.


Los dos bandidos, curtidos en muchas disputas callejeras,
observaron los profundos ojos de aquel hombre y retrocedieron lentamente, sin
dejar de observarle. Su mirada indicaba que era un tipo peligroso y que era m�s
prudente evitar el enfrentamiento. En cuanto doblaron la esquina, pusieron pies
en polvorosa.


El reci�n llegado tendi� una mano al muchacho, para ayudarle
a incorporarse. Siri dud� antes de aceptarla.


-As� que eres el hijo de Darten. S�. Tienes un cierto
parecido.


-�Conoc�is a mi padre? �Hab�a un tono de incredulidad en la
voz del chico. Aquel hombre parec�a un vagabundo.


-Fuimos muy amigos hace ya muchos a�os, cuando ambos fuimos
caballeros de Mar�n.


-�Vos un caballero? �Siri qued� boquiabierto.


-Las apariencias enga�an, chaval. �El hombre revolvi�
amistosamente el cabello del joven. �Y bien, si fueras tan amable de llevarme
hasta �l, te estar�a enormemente agradecido.


-Ehhh, yo... S�, claro. Despu�s de todo me hab�is salvado la
vida. Mi nombre es Siri, bueno, Siriaco, pero nadie me llama as�, excepto mi
padre. �Vos sois...?


-Oic�n es mi nombre.


III. REENCUENTROS


Siri hab�a observado en un discreto segundo plano el
reencuentro entre el desconocido y el conde Darten, su padre, una vez que
llegaron hasta la mansi�n. Por un momento pens� que su progenitor le propinar�a
una soberana paliza por haberse escapado de su casa y haberse puesto en peligro,
pero se sorprendi� cuando su padre le abraz�, casi llorando. Le hab�a estado
buscando todo el d�a y estaba muerto de miedo por �l. Despu�s se gir� hacia el
hombre que le acompa�aba. El muchacho no lleg� a narrar c�mo le hab�a salvado de
aquellos matones. Antes de eso, ambos hombres se fundieron en un efusivo abrazo.
Despu�s se hab�an encerrado en la habitaci�n de los ba�os. Siri pens� que aquel
desconocido llamado Oic�n necesitaba urgentemente asearse y su progenitor
escuchar su historia.


El muchacho no era un fisg�n, pero no pudo evitar pegar la
oreja a la pared cercana. El muro era bastante grueso, pero pudo escuchar
retazos de la conversaci�n. Por lo que pudo entender, aquel caballero hab�a sido
desterrado del reino, por razones que Siri no lleg� a escuchar, y seg�n parece
deb�a llegar hasta la capital para librar al reino de una oscura amenaza que el
chico tampoco pudo dilucidar. Su padre no dud� en invitarle a la cena de aquella
noche, a pesar de contar con la presencia de unos enviados del rey. Oic�n
insisti� en partir inmediatamente. Su presencia all�, dado que todav�a segu�a
desterrado, podr�a poner al conde en un apuro, pero Darten insisti� en que
permaneciese all�. Era su hu�sped y ni siquiera el rey podr�a decirle a qui�n
deb�a hospitalidad y a qui�n no.


Cuando Oic�n sali� de los ba�os, al cabo de una hora, casi
tropez� con Siri, quien no pudo evitar quedar boquiabierto ante la espl�ndida
figura del hombre. Tras el reparador ba�o, parec�a otra persona completamente
distinta. Su pelo estaba limpio, a diferencia de la primera vez que le vio, y
ca�a lacio y brillante hasta sus hombros, y su barba, cuidadosamente cortada. Su
cuerpo era recio y atl�tico, como un arma preparada y a punto para ser
utilizada.


-Uauh. Est�is mucho mejor... Es decir, yo... �Siri se
ruboriz�. Sin duda estaba quedando como un perfecto idiota. �Quiero decir... yo
quer�a agradeceros... que me salvaseis... se�or.


Oic�n sonri�. �Tranquilo, chico. No me trates como a un se�or
feudal. Fue un verdadero placer ayudarte.


Los ojos del muchacho se hallaban clavados en el pecho del
hombre. Su corto vello no pod�a esconder una espeluznante cicatriz que cruzaba
su musculoso torso. Oic�n se cubri� r�pidamente con la camisola. Asimismo, y sin
la espesa barba, era perfectamente visible otra cicatriz en su mejilla. Siri
desvi� la mirada, nervioso. A pesar de que ese hombre le hab�a salvado la vida,
el muchacho tuvo miedo de �l. �Se�or, mi padre me env�a para acompa�aros al
sal�n. La cena est� a punto de empezar. Errr... Se�or...


Oic�n se dio la vuelta cuando dispon�a a marcharse. -�S�,
Siri?


-Si no hubiesen huido... Esos asaltantes, quiero decir... Si
os hubiesen hecho frente... �Los hubieseis...?


-S�.



La comida iba a ser bastante frugal, debido a los rigores de
la guerra. En la sala se hallaban el conde y otros dos comensales pero el
semblante de Oic�n qued� petrificado cuando reconoci� a uno de ellos. Vest�a un
ajustado jub�n oscuro, como los utilizados por los soldados de enlace de Mar�n.
Su cabello era bermejo y su rostro sonre�a maliciosamente, indicando que �l
tambi�n le hab�a reconocido.


-As� que los rumores que os situaban por esta zona eran
ciertos, caballero.


Oic�n frunci� el ce�o hoscamente, mientras el conde Darnet se
dirig�a a �l enarcando una ceja.


-Iba a presentaros a Derro, mensajero de su majestad
Leopoldo, pero parece que ya os conoc�ais.


-S�, ya he tenido el... "placer" de conocer a... "Derro".
�Ahora sois mensajero del rey, Presa? Cuando os conoc� no erais m�s que un
vulgar ladr�n al servicio de un monstruo.


Presa ri� con humor. �Oh, vamos, insultamos a nuestro amable
anfitri�n con pasadas rencillas. Os propongo una tregua, Oic�n. Despu�s de todo,
ahora tenemos un enemigo com�n: los froslines. Las antiguas desavenencias no son
sino agua pasada...


-��Desavenencias?! ��Rencillas?! �As� llamas a lo que ese
asesino de Ythil hizo a...?


Presa dej� de sonre�r mientras entornaba los ojos. Oic�n se
mordi� la lengua. Estaba en un terreno peligroso. Nominalmente estaba desterrado
de Mar�n. Su sola presencia all� podr�a costarle la vida. A rega�adientes, el
caballero se sent� en la mesa.


-De acuerdo, Presa. Paz... por el momento.


-Me hubiera gustado quedarme m�s tiempo, pero el deber me
reclama. Tomad el mensaje del que os habl�, mi se�or conde. �"Derro" tendi� un
sobre lacrado con el sello de la casa real a Darnet antes de incorporarse.


-�No os qued�is a la cena?


-Sois muy amable, mi se�or, pero mi presencia es solicitada
en palacio. Ha sido un placer. Volveremos a vernos. �Pronunci� esas palabras
mientras fijaba su mirada en Oic�n. A continuaci�n abandon� la estancia.


Darnet desenroll� el pergamino y lo ley� en silencio. Su
rostro se ensombreci�.


-Son malas noticias. El rey me conmina a reunir a toda la
guarnici�n de la zona, reclutar una leva y acudir a la capital para engrosar el
ej�rcito. Todo indica que va a iniciarse en breve una campa�a contra los
froslines.


-Excelente. �Dijo el joven que hab�a permanecido de pie junto
al conde desde el principio. Era rubio, de ojos verdes, y ten�a el cabello muy
corto. Su rostro era agradable, aunque sumido en un permanente aire melanc�lico.
Vest�a ropas marciales y la espada en su cinto indic� a Oic�n que se encontraba
ante otro caballero de la Orden. Darnet le present� a Oic�n.


-El caballero a mi derecha es Oswick. Ha solicitado estancia
en mi morada por esta noche antes de proseguir su camino a Mar�n. Creo que
conocisteis a su hermano. Se llamaba T�lmer.


Oic�n estrech� la mano del otro caballero. Era fuerte.


-Encantado, caballero Oswick. Tuve el honor de combatir junto
a vuestro hermano en m�s de una ocasi�n. Era un hombre muy valiente. Lamento su
muerte en la batalla del Norte.


Darnet habl�. �Debi� ser sin duda una enfrentamiento
terrible.


-As� es, se�or. Pero es un tema del que me gustar�a no
hablar.


Oic�n intuy� el motivo. Hab�a escuchado rumores sobre el
acontecimiento y ser uno de los escasos supervivientes significaba haber huido
del combate, uno de los actos m�s vergonzosos para un caballero. Darnet habl� en
tono conciliador.


-Tranquilizaos, caballero. Nadie os echa nada en cara. El
propio rey fue uno de los supervivientes. No ten�is nada de que avergonzaros.


-Fue algo horrible. Esos b�rbaros se nos echaban encima por
todas partes. Que los dioses me perdonen, pero lo �nico que pude hacer fue
arrojar al suelo mi escudo y huir. S�lo en el �ltimo momento me di cuenta de lo
que estaba haciendo y regres� para ayudar a mis compa�eros y a mi hermano, pero
ya era demasiado tarde. La lucha hab�a terminado. Me deslic� entre los arbustos
nevados y pude contemplar una escena dantesca. La reina de los froslines, esa
bruja llamada Nereia, decapit� despiadadamente a mi hermano indefenso. No lo
olvidar� mientras viva. Fue en ese momento cuando jur� por el alma de mi hermano
que matar�a a esa mujer o morir�a en el intento.


-Un loable cometido, Sir Oswick, pero demasiado peligroso. Si
por mi fuese dejar�amos que los froslines se pudriesen en sus tundras y sus
p�ramos. No entiendo por qu� tuvimos que invadir sus bald�as tierras hace ya
tantos siglos.


-Yo pensaba como vos antes de la batalla, mi se�or Darnet,
pero, y con todo el debido respeto, no os hallabais en ese infierno y no sab�is
a qu� nos enfrentamos. Los froslines no son sino demonios dementes. No toman
prisioneros. Su ley es matar o morir. Si no tomamos medidas severas, ser�
nuestro fin.


-�Acaso suger�s acabar con ellos? �Exterminarles a todos?
�Intervino Oic�n.


-No negar� que me gustar�a, pero no ser� necesario. Adem�s, y
visto c�mo combatieron hace unos meses, no estoy totalmente seguro de nuestra
victoria. Son unos fan�ticos muy peligrosos. No obstante, tienen un punto d�bil:
su monarca. Si acab�semos con �l, en este caso, con Nereia, las tribus se
dispersar�an y dejar�an de ser una amenaza. Los froslines son unos seres
volubles e inconstantes. Consiguieron su victoria al permanecer unidos contra
los caballeros. La ca�da de su l�der significar� que muchos de sus clanes y
tribus, desprovistos de liderazgo, se separar�an de la horda.


-�Pretend�is presentaros delante de ella y retarla a un
duelo?


-No. Podr�a vencerme, a pesar de tratarse de una mujer. Debo
asegurarme de acabar con ella. La promesa a mi hermano fue terminar con su
asesina por cualquier m�todo. Acabar con esa bestia sedienta de sangre nos
proporcionar� la victoria, y ahorrar� muchas vidas, tanto humanas como
froslines. �No est�is de acuerdo?


-Esa reina, Nereia, puede ser un adversario temible.
Seguramente estar�amos mejor sin ella, pero no apruebo vuestros m�todos.


-�Y nuestro honor? Los froslines exterminaron todo un
ej�rcito de caballer�a, en el cual se hallaban numerosos compa�eros nuestros,
incluido mi hermano T�lmer. Debemos hacer todo lo posible para hac�rselo pagar
caro a esos salvajes. �Acaso est�is sugiriendo no hacer nada?


-No, pero reunir un ej�rcito para aniquilarles no es la
soluci�n. Estamos dejando desprotegida Mar�n. Los elfos parecen estar tranquilos
por el momento, pero en cualquier momento puede estallar una revuelta. Otros
reinos, como Tholia, podr�an aprovechar nuestra repentina debilidad para
invadirnos. Por ahora los froslines no han cruzado la frontera. Deber�amos
esperar hasta ver sus intenciones, no enviar ej�rcito tras ej�rcito in�tilmente.


-Exacto, y ah� es donde intervendr� yo. Suponed que Nereia
amanece con un pu�al en su pecho. La guerra terminar�a antes de empezar. Me
gustar�a contar con vuestra colaboraci�n.


-Lo siento pero no pienso que el fin justifique los medios.


-Sois un est�pido moralista. Olvid�is qui�nes son los buenos
y qui�nes los malos.


-�Los buenos? Supongo que si le preguntaseis a Nereia no
estar�a de acuerdo en que los caballeros seamos "los buenos".


Oswick contempl� con desprecio a Oic�n. �Veo que la vida de
mi hermano as� como la de tantos otros no significan nada para vos. No sab�is...
No sab�is...


La voz de Oswick se quebr�. Una l�grima ca�a por su mejilla.
Continu� con voz ronca. �No sab�is el infierno en que he vivido desde entonces.
Muchas noches tengo pesadillas. Vuelvo a verme huyendo, mientras mi hermano me
pide ayuda desesperadamente. Tiendo mi mano hacia �l, pero antes de alcanzarle,
su cabeza vuela por los aires, mientras ese demonio con forma de mujer le
decapita de un solo tajo. La cabeza cercenada de mi hermano fija sus ojos en m�
de un modo horrible y entonces dice una sola palabra. "Cobarde".


Oic�n permaneci� en silencio. Por un momento quiso abrazar a
aquel joven desconsolado y reconfortarle. Decirle que permanecer al lado de
T�lmer s�lo hubiese supuesto su propia muerte. Decirle que �l tambi�n hab�a
perdido en esa batalla a una de las personas m�s queridas en su vida: Magda, la
chica que fue su escudera y confidente. Decirle a Oswick que su amado Tagor
muri� decapitado por un monstruo delante suya sin poder evitarlo y que
comprend�a su dolor.


-Escuchadme, Oswick. Esta guerra empez� con la muerte de
Feros, que se convirti� en un m�rtir para su gente. La sangre s�lo conduce a m�s
derramamiento de sangre. Desistid de vuestra venganza. �Qui�n sabe lo que la
muerte de la rein...?


-�Basta! Acabar� con Nereia sin vuestra ayuda. Estoy harto de
esta ch�chara sin sentido. Disculpadme, conde, pero debo partir hacia Mar�n sin
perder un segundo.


El caballero abandon� la estancia presurosamente. Oic�n y
Dartner quedaron solos, de pie frente a la mesa. El caballero mir� con pesar al
conde.


-Lamento haberte estropeado la cena, viejo amigo.


-Bueno, la verdad es que casi lo prefiero. No hab�a
suficiente comida para todos.


Oic�n sonri� mientras se sentaba y contempl� la copa de vino
ante �l con nerviosismo. Con vacilaci�n dio un largo trago. La voz de Dartner le
sobresalt�.


-�Sabes? Puede que no le falte raz�n. Nereia es una asesina
brutal y despiadada. Acab� con todos los prisioneros de la batalla sin el menor
atisbo de compasi�n.


-La costumbre entre los froslines de sacrificar a los
prisioneros surgi� mucho antes de que ella naciera. No creo que esa mujer sea
m�s terrible de lo que fue Feros.


La voz de Dartner adquiri� ese tono de voz paternalista que
tanto conoc�a Oic�n. ��Sabes, Oic�n? Te has vuelto demasiado blando. �Qu� ha
sido de ese escudero que me acompa�aba a todas partes �vido de emociones, de
batallas que librar y de honor y gloria?


Oic�n sonri� sin humor. �Quiz�s ya ha tenido demasiadas
emociones y batallas y nada de honor ni gloria. Brindo por ello.


IV. APOSENTOS


Oic�n despert� en cuanto escuch� el sonido. Distingui� una
silueta recortada contra el quicio de la ventana, con la luna a sus espaldas y
se maldijo por no hallarse armado. Con un r�pido movimiento se incorpor� y
agarr� uno de los brazos del intruso, dobl�ndolo sobre su espalda para
inmovilizarle. Por fin pudo ver el rostro de �ste, levemente iluminado por la
luna.


-�Intentando deslizarte en silencio para cortarme la
garganta, Presa?


-Creo que en una ocasi�n ya te dije que no era un asesino,
Oic�n. Por cierto, me encanta c�mo me doblas el brazo.


Oic�n fue s�bitamente consciente de la desnudez de su
antagonista. Sin duda, Presa hab�a llegado hasta su habitaci�n transformado en
perro, como le hab�a visto hacerlo hac�a ya tanto tiempo. Sin poder evitarlo, el
pene del caballero lati� con vida propia y se endureci�, aprisionado contra las
nalgas de su adversario. Oic�n solt� al cambiante y le observ� con dureza.


-�Qu� haces aqu�? D�jame adivinarlo, vienes a darme alg�n
mensaje de tu se�or.


-La verdad es que no. He venido porque aquella vez que nos
acostamos hace ya unos a�os me supo a poco...


Presa sujet� a Oic�n por la nuca y le atrajo hacia s�. Sus
labios se juntaron en un h�medo beso.


-...Muy poco...


El caballero inici� un amago de resistencia mientras el
cambiaformas le empujaba hacia la cama.


-Espera, Presa... No s� si es buena idea...


-Si t� quieres, me detendr�. �Susurr� el cambiante mientras
besaba lentamente el pecho de Oic�n. Con una de sus manos, mientras, acarici� la
entrepierna del caballero. Su verga, agradecida por la atenci�n, se irgui� en
toda su extensi�n. Oic�n no pudo evitar gemir.


-No... No te detengas...


Presa sonri�, como un ni�o travieso que se ha salido con la
suya. Continu� besando el pecho del caballero y mordisque� las tetillas, hasta
que descubri� la gran cicatriz que surcaba su torso. Oic�n se sorprendi� durante
un momento de la aguda visi�n del cambiante, que la hab�a percibido a pesar de
la poca luz. Sin detenerse, sigui� su recorrido con su lengua, hasta toparse con
otra algo menor. El cambiante sonri� con sorna.


-Vaya... Desde luego, est�s hecho una pena... Menos mal que
no te han herido en cierto sitio...


Liberando la verga de sus ropajes, Presa la engull� con
avidez. Oic�n gimi� cuando sinti� el calor de boca y garganta sobre su grueso
miembro. As� continuaron durante algunos minutos, hasta que lleg� un momento en
que Oic�n no aguant� m�s. Empuj� suavemente a Presa, oblig�ndole a que dejase de
mamar su verga y le tumb� bocabajo sobre el camastro. Con ambas manos elev� sus
nalgas y las observ� a pesar de la poca visibilidad. Eran tan perfectas... Poco
velludas pero muy masculinas. Se las abri� con delicadeza, descubriendo su
orificio. Oic�n se detuvo para acariciar las anchas espaldas de Presa, qui�n
tembl� de anticipada excitaci�n. Manteniendo separadas las nalgas, coloc� su
glande sobre el ano del cambiante. Oic�n, sin poder contemplarlo, se imagin�
c�mo su culo tragaba con avidez su recio miembro.


El caballero intent� reprimir sus jadeos, para no despertar a
nadie en la mansi�n de Dartner, pero no pudo evitar gemir demasiado alto cuando
eyacul� en el interior de su amante. Sin salir de �l, mordisque� su oreja,
siendo recompensado con un gemido de placer. "Ahora te toca a ti" Susurr� Oic�n
en su o�do y se agach� a ciegas hasta la cintura de Presa, d�ndole la vuelta
hasta quedar enfrente suyo. Sus labios se cerraron sobre su verga y comenz� a
lamer y dar peque�os mordiscos durante varios minutos. A su vez, el cambiaformas
tante� por la espalda del caballero, bajando su mano sinuosamente hasta
encontrar las nalgas y localizar con exactitud su esf�nter. Un dedo lo penetr� e
inici� unos movimientos circulares. No pudo evitar gemir, pero continu� con su
labor sobre el pene que se ergu�a ante �l.


Oic�n estall�.


Su gemido reverber� en mil ecos en las paredes de la
estancia, ajeno al peligro de ser descubiertos. Apenas fue consciente de la
repentina humedad en su boca cuando el cambiante alcanz� el orgasmo. El
caballero palp� la calidez lechosa en su rostro y labios antes de tumbarse al
lado de su amatorio contendiente.


Durante varios minutos s�lo se escucharon las respiraciones
de las dos hombres, hasta que Presa rompi� el silencio.


-No puedo convencerte para que no intentes matar a Lord
Ythil, �verdad?


-No. Tu se�or es un monstruo. Es un virus, una gigantesca
sanguijuela que no dudar� en alimentarse de Mar�n y de su gente, como una
enfermedad, hasta dejarlo completamente yermo. Mat� al rey Pontus y a Tagor para
logrear sus objetivos. Mientras Ythil exista, nadie descansar� tranquilo.


Presa buf�, enfadado, apartando el brazo con el que Oic�n le
rodeaba.


-Crees que quiero preservar a mi se�or, pero realmente es a
ti a quien intento proteger. Ythil te matar� en un parpadeo si te enfrentas a
�l. Debes abandonar tus pueriles deseos de venganza. Se avecinan tiempos
terribles para Mar�n. La gente de las nieves han formado en el norte una horda
casi imparable, liderada por esa salvaje, Nereia. En breve se dirigir� contra
Mar�n, arras�ndolo todo a su paso si nadie lo evita.


-�Y qu� tiene que ver Ythil en todo esto? Leopoldo, nuestro
rey, se encargar� de detenerla.


Presa call� durante unos instantes, como si dudase de
proseguir. �No, Oic�n. Leopoldo muri� en la batalla del Norte. Quien gobierna
ahora es Lord Ythil, suplant�ndole.


Oic�n enmudeci�. �No puede ser... No es posible...


-S� que lo es. Si lograses, por una remota posibilidad,
acabar con �l, abocar�as al reino a la anarqu�a. Nadie podr�a enfrentarse a los
froslines. Mal que te pese, s�lo Ythil puede salvar a Mar�n. Te hago una oferta:
�nete a nosotros. Juntos podemos vencer.


-�No! �Me niego a aceptarlo! Estos a�os viaj� por el mundo,
antes de acabar en Tolia como mercenario. Puede comprobar lo que otras
sanguijuelas provocaron a reinos pr�speros. Primero fueron sacudidos por
terribles enfermedades consuntivas, despu�s la gente comenz� a morir como
chinches, y la muerte y la desolaci�n se propag� a los reinos vecinos, como
letales epidemias. �Ythil un salvador? �Sabes lo que hizo con los habitantes de
las Cinco Ciudades, aquellos que provocaron su humillaci�n y ca�da hace ya cinco
siglos? Fueron barridos del mapa de un plumazo, empalados sin piedad, hasta
morir, todos, hasta la �ltima mujer y el �ltimo ni�o, sin discriminaci�n. �Un
salvador? Mientras siga con su parodia de vida, estaremos condenados.


-Est�pido loco. Mi se�or te matar� como si fueses una
hormiga, y yo no podr� evitarlo.


Presa se incorpor� del lecho, mientras se dirig�a hacia la
puerta. Oic�n le contempl� en las tinieblas de la habitaci�n. La luz de la luna
iluminaba fantasmag�ricamente su desnudo contorno. El caballero suspir�.


-�Por qu� le apoyas? Es un ser maligno.


-Puede ser que Ythil sea maligno. Pero le debo todo. Salv� mi
vida cuando no era sino un cachorro, perdido en las calles del vecino reino de
Tolia. �Sab�as que no nac� humano? S�, s�... No me mires as�. Fui el cuarto
cachorro de una camada. No todos los cambiaformas nacen de humanos. Al principio
no me di cuenta de ser diferente. Pensaba simplemente que mis hermanos eran m�s
est�pidos que yo. Pero pronto lo percib�. No era un perro normal, aunque todav�a
no supiese lo que es un cambiante. Abandon� a los m�os y me convert� en un perro
callejero de Tal, la capital de Tolia. Estaba pr�ximo a morir de hambre, cuando
una noche, un ser extra�o se detuvo ante m�. Ambos notamos que cada uno nos
hall�bamos frente a una criatura sobrenatural. Me recogi� y me cuid�. Me ense��
c�mo cambiar a forma humana y a h�brido. S�. Creo que le amo. Me sujetaba y
consolaba mientras gritaba, sintiendo c�mo cada hueso de mi cuerpo parec�a
romperse y rasgarme la carne, mientras se asentaba en su nueva posici�n. Mi
se�or me coment� una vez que si yo no sintiese placer con el dolor, habr�a
perdido la raz�n en la primera transformaci�n. Quiz�s est� ya loco. Quiz�s todos
lo estemos. �T� qu� crees?


El caballero guard� silencio.


-Lo siento, Oic�n. Piensa en mis palabras. Si acabases con
Lord Ythil, condenar�as a muerte a Mar�n. Y tambi�n tendr�as que acabar conmigo,
porque intentar� imped�rtelo por todos los medios.


Presa abandon� la estancia, sin molestarse en vestirse. Oic�n
admir� por �ltima vez la espl�ndida figura de su enemigo y sinti� un sombr�o
pesar. No supo si fue su imaginaci�n, pero le pareci� escuchar chasquidos de
hueso, anunciando c�mo el cambiante revert�a a su forma lupina. El caballero
qued� sumido en un mar de dudas. Hac�a unas horas �l mismo hab�a intentado
convencer a Oswick, el joven caballero, para que no intentase asesinar a Nereia,
y ahora, Presa hab�a hecho lo mismo con �l. Con escasos resultados en ambos
casos. Sin ninguna duda, los dioses re�an divertidos contempl�ndolo todo desde
los cielos.


V. HAMBRE


Magda se llev� las manos al est�mago. Estaba fam�lica. La
noche anterior hab�a matado un gamo, pero su esencia apenas la hab�a saciado.
Una voz oscura en su interior la dec�a que la sangre de una persona calmar�a la
insoportable sed. Pero no pod�a. Sencillamente, no pod�a.


Maldita conciencia. Si quer�a sobrevivir, deb�a
desembarazarse de sus antiguos moralismos. Pero no era tan f�cil. Jam�s hab�a
matado a nadie, ni siquiera en combate. La vocecilla en su interior susurraba en
un tono muy bajito: "No te preocupes. Tan s�lo c�deme el control. S�lo ser� un
segundo. Y despu�s ser�s tan feliz...". Se oblig� a pensar en otra cosa.


Fue entonces cuando divis� la granja. Las sucesivas guerras
hab�an obligado a los distintos ej�rcitos a requisar los animales, pero a�n as�
puede que todav�a quedase alg�n cerdo o una vaca. Magda se encasquet� m�s su
capucha y avanz� con paso decidido. Oli� sin dificultad la esencia de dos
personas. Dos varones j�venes.


La que una vez fue caballero de Mar�n se dirigi� al granero.
El olor se hac�a m�s fuerte all�. Detect� matices de sudor, semen y sexo. Sus
ojos le confirmaron lo que su olfato le hab�a anunciado. Entr� con precauci�n y,
subiendo una escalera de mano, pudo distinguir a una joven pareja desnuda que
hac�a el amor en la parte superior del granero. Se acerc� con cuidado, mientras
sent�a su inexistente pulso latir. Eran dos muchachos que sin duda hab�an
aprovechado la relativa intimidad del granero para abandonarse al placer.
�Cu�nto hac�a desde la �ltima vez que hab�a mantenido sexo? Intent� quitarse de
la cabeza la imagen de Oic�n. Nunca pudo sentir sus caricias sobre ella, ni
decirle que le amaba. Se maldijo cuando una tabla cruji� bajo sus pies. Estaba
siendo muy descuidada. Magda se acerc� m�s y observ�.


Los quedos gemidos, as� como la visi�n ante sus ojos,
comenzaron a enardecer su fr�a sangre. Postrado de espaldas se hallaba un
muchacho rubio de unos veinte a�os. No obstante, por la maestr�a con la que
mov�a los labios alrededor del miembro de su compa�ero, aprisionando en su boca
alternativamente pene o test�culos, parec�a que pese a su juventud pose�a una
gran experiencia en las artes amatorias. Sobre �l, otro joven moreno igualmente
atractivo tragaba la verga de su compa�ero mientras simult�neamente acariciaba
con los dedos sus nalgas.


Magda se encontr� gimiendo, excitada por la visi�n, a pesar
de que ya hab�a tenido la ocasi�n de contemplar otras uniones carnales entre
hombres cuando fue entrenada como caballero en Mar�n. Ajeno a la fantasmal
espectadora, el muchacho rubio se incorpor�, bes� a su compa�ero en la frente y
procedi� a introducir muy lentamente su verga en el interior de su moreno
amante, iniciando a continuaci�n una intensa cabalgada. La vampiresa se acarici�
con deliberada lentitud su vagina, mientras mord�a sus labios y cerraba los
ojos.


Quedaban pocas horas para que el mort�fero sol saliese. Le
quedaba poco tiempo si quer�a actuar. Pens� en matarles y beber su sangre pero
ambos eran tan bellos, tan llenos de vida. Bueno, era su vida o las suyas.
Tendr�a que hacerlo. �No se hab�a convertido en un monstruo? Pues ya era hora de
comportarse como tal. Por lo menos uno de ellos. �El muchacho rubio o el moreno?


Magda se maldijo. No pod�a hacerlo. �Qui�n era ella para
comportarse como una deidad sanguinaria, decidiendo qui�n pod�a vivir y qui�n
deb�a morir? Decidi� que no matar�a a ninguno de los dos. Sent�a cierto alivio
al haber solucionado sus problemas de conciencia. No asesinar�a a nadie si pod�a
evitarlo. Pero eso no solucionaba el problema del hambre. Era una sensaci�n
parecida a un est�mago que ruge, pero, curiosamente, esta vez no le pareci� tan
agobiante. De hecho, se hallaba mucho m�s calmada, casi saciada. No hab�a visto
caballos ni vacas al llegar. �Tendr�an gallinas?


-Estabas hambrienta, �verdad?


La vampiresa se qued� helada mientras contemplaba a la figura
apoyada en la puerta del granero. A pesar de parecer un hombre, el sonriente
rostro del ser pose�a un hocico lobuno y unas orejas que confirmaban que no era
totalmente humano.


-��T�?! �Magda exhibi� sus afilados colmillos y sise�,
prepar�ndose para saltar.


-Tranquila, tranquila. Vengo en son de paz. Nuestro se�or ni
siquiera sabe que estoy aqu�. Tan solo quer�a saber que tal te iba. Ya sabes, un
poco de compa��a entre... entre...


-�Monstruos?


-Bueno, es una forma de decirlo. De todas formas, veo que te
las arreglas bien. Tagor no lleg� a aceptar nunca su condici�n. En cuanto a
Stephan...


-�Tagor? �Aceptar su condici�n? �Qu� est�s diciendo?


-Quiero decir que Tagor no lleg� nunca a matar para
alimentarse. A diferencia de ti.


-�Pero qu� demonios dices? �Yo no he matado a nadie!


Presa enarc� una ceja, sorprendido. En silencio, se�al� con
el dedo al segundo piso del granero.


S�lo entonces se pregunt� la vampiresa c�mo era que los dos
amantes no se hab�an asomado desde el altillo, alertados por la discusi�n que
Presa y ella manten�an. La edificaci�n estaba sumida en un silencio sepulcral.
Magda hab�a cesado de captar ning�n sonido, incluso con sus desarrollados
sentidos. Tan solo o�a... �Moscas? Magda se acerc� lentamente hacia la escalera.


-Mi se�or me habl� alguna vez de casos parecidos al tuyo.
�C�mo los llamaba? Err... Ah, s�. Lagunas traum�ticas, creo. Ehhh... Yo que t�
no subir�a arriba. No te va a gustar lo que vas a ver.


Magda no le hizo caso. Agarr� la escalera con ambas manos.
Gimi� al descubrir que sus dedos estaban cubiertos de sangre. Se frot� las manos
contra su indumentaria, pero no consigui� sino enrojecerlas m�s. Su ropaje hab�a
cambiado de color. Era carmes�. Apenas escuch� las palabras de Presa.


-Bienvenida al reino de los monstruos.


VI. ATRAPADO


Oic�n relaj� el paso de su montura. Llevaba cabalgando todo
el d�a y el sol se preparaba para ocultarse en el horizonte. Necesitaba un plan
de acci�n. Estaba confuso y la envergadura de su tarea le abrumaba. �Acabar con
Ythil, sabiendo que ahora era el rey de Mar�n? �C�mo lo conseguir�a?


De pronto, una flecha se clav� a los pies de su caballo. Supo
que el disparo no hab�a errado, sino que era un aviso.


-Identificaos, humano, o la pr�xima ir� directa a vuestro
coraz�n.


El acento no dejaba lugar a dudas. �Elfos! Deb�a tratarse de
rebeldes que luchaban contra la ocupaci�n de Bosquia. Esos grupos llevaban
actuando desde hac�a varios a�os, y sus ataques no hab�an cesado ni cuando Mar�n
se anexion� Bosquia. La testarudez de los elfos era sorprendente. Darten le
hab�a advertido que pod�a toparse con algunos de ellos, pero no hab�a tomado
ning�n tipo de precauci�n. Ahora se maldec�a por ello.


-�No dispar�is! Soy... un simple viajero. No tengo nada
contra vosotros.


-Arrojad la espada entonces, desmontad y echaos al suelo.


Oic�n, a rega�adientes, se desprendi� del arma que Darten le
hab�a proporcionado. Por un momento pens� que pod�a galopar y huir, pero lo m�s
probable era que acabase ensartado como el alfiletero de un sastre. Pens� a toda
prisa. Si los elfos descubr�an que era un caballero de Mar�n, sus odiados
conquistadores, pod�a irse despidiendo. Oic�n se tumb� bocabajo en el suelo,
mientras sent�a c�mo dos figuras abandonaban la espesura y le amarraban los
brazos a su espalda. A continuaci�n le vendaron los ojos y le condujeron durante
casi una hora a trav�s del bosque a alg�n lugar que no pudo distinguir.


A empellones fue conducido hasta alg�n lugar oculto. Capt�
algo de barullo y conversaciones en el idioma �lfico. Por �ltimo fue encerrado
en alg�n tipo de sala. Oic�n permaneci� de pie. �D�nde se hallar�a? De pronto
fue consciente de que no estaba solo. Pudo captar otra respiraci�n cercana.


-�Qui�n sois?


El caballero no obtuvo respuesta. �Quiz�s se trataba de
imaginaciones suyas? Maldita venda. Intent� librarse de sus ataduras. Un
esfuerzo in�til. S�bitamente se qued� helado cuando not� unos fr�os dedos que
acariciaban su mejilla. El susto le hizo jadear, mientras permanec�a totalmente
quieto.


-Parece que volvemos a encontrarnos, mi querido Oic�n.


Esa voz... No pod�a ser.


-Sois... �Miel?


-Tienes buena memoria, a pesar de los a�os transcurridos.


Una mano le quit� la venda que cubr�a su visi�n. Ante sus
at�nitos ojos apareci� el elfo. No hab�a cambiado en absoluto. Su delgado rostro
era tal y como lo recordaba, aunque su cabello casta�o claro hab�a crecido de
nuevo hasta llegar a sus hombros. Llevaba un jub�n de cuero oscuro y de su cinto
colgaba una fina espada. Estaba tan adorable como recordaba.


-Mi querido Oic�n... Hace tanto, tanto tiempo... No s� si
golpearos o...


Su rostro se acerc� lentamente hasta permanecer a escasos
cent�metros de la cara de Oic�n. En un movimiento fluido, los labios del elfo se
cerraron sobre los suyos. Fue un beso largo, muy largo. Miel atrap� el labio
inferior de Oic�n y lo succion� y estir� casi sin piedad, hasta liberarlo
repentinamente. El labio volvi� a la posici�n inicial con un h�medo sonido.


-...O besaros. �Miel se relami� los labios mientras miraba
perversamente al caballero. De nuevo, acarici� la mejilla del sorprendido
caballero. �No sab�is ni remotamente las veces que he deseado teneros tal y como
est�is ahora, a mi disposici�n, completamente indefenso.


Oic�n tembl� involuntariamente de nuevo.


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