Relato: ESCLAVA SEXUAL PARA SIEMPRE (8:ESTO ES TODO)





Relato: ESCLAVA SEXUAL PARA SIEMPRE (8:ESTO ES TODO)

La ma�ana se me hizo eterna, mi jornada laboral parec�a que no fuera a tener fin. Los minutos se suced�an uno tras otro casi a c�mara lenta como si tuvieran mas segundos de lo que dictan las leyes horarias.

Era incapaz de concentrarme en mis tareas habituales, mi mente volaba una y otra vez a mi madre, pensando en como se hab�a dejado enredar tan c�ndidamente, pero sobre todo a que sevicias la estar�a sometiendo mi Ama, pues conociendo sus instintos tan bien como yo lo hac�a, no en vano llevaba padeci�ndolos en mi propia carne ya varios meses, sabia de lo que pod�a llegar a ser capaz aquella despiadada mujer ausente de toda moral.

Teco sin embargo se comportaba como si el incidente de primeras horas de la ma�ana no hubiera existido y todo se desarrollara como cualquier otro d�a, su trato conmigo era completamente normal aunque parec�a que hab�a vuelto a recuperar su ap�tico inter�s sexual por mi, ya que mientras tomaba su caf� matutino, me hizo prodigarle una lenta y cadenciosa mamada para luego correrse y depositar toda su leche en mi garganta.

Aquello me supo a gloria, despu�s de muchos d�as sin tocarme apenas, volv�a a saborear el delicioso fruto de la verga de mi se�or, aunque me sent�a culpable pues el precio que hab�a pagado era demasiado alto, la libertad de mi madre.

Finalmente termin� la larga jornada y nada mas llegar a casa me dirig� con pasos apresurados a la cocina, estaba deseando ver como se encontraba mi madre. Cuando cruzaba el sal�n me cruc� con Marga quien se encontraba c�modamente recostada en su sill�n favorito leyendo una revista de cotilleos.

-�Adonde vas tan r�pido, puta?-me espet�, aunque sin duda sab�a de antemano mis motivos

-Vv-voy a la cocina, mi ama, a prepararles el servicio de comida. No quisiera que se retrasara ni un segundo la hora prevista de su almuerzo � contest� medio tartamudeando rogando que mi pobre argumento convenciera m�nimamente a mi se�ora, pues ambas sab�amos el verdadero motivo de mi prisa.

Marga se me qued� mirando en silencio, sonriendo levemente con su caracter�stico gesto entre malvado y divertido. De sobras sab�a el motivo de mi nerviosismo y sin duda disfrutaba enormemente con la situaci�n.

-Esta bien, perra. Sigue con tus obligaciones, pero antes� qu�tate esas ropas tan poco apropiadas para la casa y ponte tu habitual uniforme de perra.

Haci�ndole una reverencia, me dirig� r�pidamente con pasos apresurados a mi cuartucho y me desnud� completamente. No me tom� la molestia de ponerme el trajecito de doncella. Conoc�a de sobras a mi ama y �sta hab�a sido muy concreta al decir uniforme de perra en vez de uniforme de criada.

Adem�s, ahora que mi madre ya conoc�a la verdad sobre mi condici�n no hac�a ninguna falta mantener las apariencias.

El espect�culo que ofrec�a la cocina era todav�a peor que la imagen preconcebida que una y otra vez a lo largo de la ma�ana hab�a imaginado en mi mente.

Mi madre estaba de pie frente a la cocina con las piernas muy abiertas debido a los consabidos consoladores que Marga ya le hab�a instalado inc�modamente en sus respectivos agujeros, pero un revelador zumbido indicaba que los hab�a enchufado a toda potencia.

Debido a ello mi madre no pod�a mantenerse quieta y estaba inmersa en una especie de baile sambito encadenando un orgasmo tras otro desde Dios sabia cuanto tiempo, sin duda varias horas como m�nimo. Muestra de ello era los constantes flujos de fluido vaginal que le chorreaban sin cesar por la parte interna de sus muslos hasta los pies donde empezaban a formar un peque�o charquito.

Adem�s mostraba su culo completamente repleto de numerosos surcos entre rojos y amoratados por los numerosos varazos a los que hab�a sido sometida.

Supuse acertadamente que mi madre habr�a gritado y se habr�a quejado mucho, cosa que desagradaba a mi Ama. Muestra de ello era la mordaza en forma de monstruosa bola que llevaba insertada en su boca casi a punto de desencajarle la mand�bula y de donde numerosos chorretones de baba le daban un aspecto totalmente indefenso y desvalido.

Completaban la desalentadora imagen dos enormes pinzas met�licas de cocodrilo que pellizcaban, seguramente muy dolorosamente, sus poco acostumbrados pezones, que se ve�an hinchados apuntando hacia abajo debido al peso de las disciplinas.

Hubiera querido abrazarla y consolarla de alg�n modo, pero el ama tenia terminantemente prohibido toda demostraci�n de efusi�n entre las esclavas, el mas m�nimo contacto f�sico e incluso pronunciar la mas m�nima palabra si no �ramos previamente interpeladas.

As� que simplemente me qued� de pie frente a ella mir�ndola fijamente y tratando de transmitirle mi pesar por, de alguna manera aunque totalmente involuntaria, haberla abocado a la situaci�n en la que ahora se encontraba y ya de forma irreparable.

Lo m�s terrible de todo es que aun sabiendo como se hab�an desarrollado los hechos, si ahora pudiera volver a atr�s seguramente volver�a a actuar exactamente igual pues estaba fascinada con este tipo de vida al que me hab�a arrojado casi por casualidad y del que no quer�a renunciar.

Experimentaba un extra�o bienestar siendo constantemente humillada y utilizada como un mero objeto sexual sin voluntad alguna.

Trat� de consolarme a mi misma dici�ndome que siendo hija de mi madre, quiz� hube heredado de ella mis instintos masoquistas y sumisos y tal vez ella misma los tuviera escondidos y dormidos en su fuero interno y poco a poco se acostumbrara y disfrutara como yo misma de esta nueva vida.

Por otro lado la incorporaci�n de mi madre a la cuadra alivi� no poco mis obligaciones pues al estar interna como yo misma mis tareas se vieron reducidas a la mitad ya que las compart�a con ella.

Por ejemplo antes yo era la �nica encargada de servir la mesa y atender las libidinosas necesidades de mis amos.

Ahora �ramos las dos quienes lo hac�amos y as� mientras una de nostras atend�a a Marga la otra atend�a a Teco.

Tambi�n el ritual matutino sufri� cambios, ya que ambas nos despert�bamos a la misma hora, no en vano dorm�amos juntas en mi peque�o camastro lo que nos hacia inventar posturas imposibles para acomodarnos en �l, y no nos quedaba mas remedio que dormir estrechamente abrazadas como dos amantes.

R�pidamente nos dirig�amos a la habitaci�n de los se�ores y nos hac�amos receptoras de sus necesidades fisiol�gicas matutinas.

La primera vez que Marga me� en la boca de mi madre, que no pod�a dar cr�dito al baj�simo nivel a que hab�a sido sometida, le produjo un acceso de arcada que afortunadamente pudo controlar milagrosamente , ya que si hubiera vomitado, sin duda le hubieran hecho limpiar todo el estropicio con la lengua.

Yo me solidaric� con ella, pues pese a recibir la orina de ambos y de cualquier otra persona a quien mis amos quisieran cederme bastante a menudo, incluso varias veces cada d�a, aun no me hab�a acostumbrado al fuerte sabor de los meados y me produc�a una cierta sensaci�n de rechazo que hab�a aprendido a disimular como mejor pod�a, aunque como contrapunto, siempre me excitaba incontroladamente siendo objeto de tal humillante trato.



Luego nos divid�amos el trabajo, yo alimentaba a los perros y mi madre preparaba los zumos, y de esta manera yo ya estaba lista y preparada cuando mi se�or bajaba vestido y arreglado para ir a la oficina.

Pero mi madre no acababa de adaptarse a su condici�n y a sus obligaciones en la casa, y mis amos discutieron sobre la posibilidad del mandarla al mismo centro de entrenamiento en el que yo hab�a sido tan duramente adiestrada.

Al final Marga, que casi siempre ten�a la �ltima palabra decidi� que ella misma se encargar�a de domarla y ense�arle como deb�a comportarse.

Lejos de aliviarme sent� un escalofr�o de temor por mi madre, pues si bien el centro del bosque era duro, yo sab�a con creces que Marga pod�a ser infinitamente mas s�dica y cruel que cualquier instructor de esclavas.

Y efectivamente, cada d�a despu�s del trabajo, encontraba a mi madre con alg�n cambio, bien en su f�sico, marcas de latigazos recientes, hematomas y moretones de diferentes intensidades y colores, quemaduras de cigarrillo en las partes mas intimas y sensibles, y tambi�n en su forma de comportamiento.

Sus ojos estaban mas hundidos y en su rostro se cern�a una sombra de resignaci�n y aceptaci�n. No era raro verla postrada de rodillas comi�ndole el co�o o el culo a su se�ora, tratando de aplicarse al m�ximo en darle placer mientras Marga le daba azotes en el trasero con su corto e inseparable l�tigo.

Una vez mas yo fui la eterna beneficiada de los suplicios de mi madre, pues marga se encontraba tan ocupada ideando nuevas formas de humillarla y romper su maltrecha autoestima que se olvid�, al menos por unos d�as, de hacerme blanco de sus degenerados instintos.

Aunque a veces se le ocurr�an perversos juegos en los que nos hacia participar a las dos juntas, como las carreras de perras a cuatro patas por el jard�n con un enorme pepino metido en el culo, a modo de rabo, y con el consiguiente castigo para la perdedora, que casi siempre era mi madre, pues a pesar del parentesco y el amor que sent�a por ella, yo en mi condici�n de esclava estaba completamente adiestrada a demostrar un esp�ritu competitivo frente a ella, y sab�a que el castigo por dejarme ganar ser�a todav�a mas doloroso y cruel que el habitual.

Disfrutaba mucho forz�ndonos a mantener relaciones l�sbicas e incestuosas.

Al principio tuve que hacer un enorme esfuerzo de autocontrol y pensar en mi madre como si fuera una extra�a, pero al cabo del tiempo, me fui habituando, y creo que mi madre le sucedi� lo mismo, y mas que madre e hija nos ve�amos como lo que en realidad �ramos, dos esclavas sin mas voluntad que obedecer y agradar los deseos de nuestros amos.

Al cabo de unas semanas, mi madre estaba tan emputecida sino m�s que yo, el duro tratamiento a que hab�a sido sometida por el Ama dio sus frutos.

Aceptaba cualquier vejaci�n y degradaci�n con m�s docilidad que yo misma y hasta el observador mas avezado dir�a que disfrutaba con ello.

Hab�a alcanzado tal sensibilidad mental y f�sica que se corr�a al m�s m�nimo roce por parte de Marga, quien se hab�a convertido en su objeto de adoraci�n.

Impresionaba ver a aquella madura pero atractiva mujer completamente desnuda, desvivirse de tal manera por su se�ora y someterse a sus depravaciones y tormentos de manera tan apasionada y d�cil.

Sin duda Marga era una experta y hab�a hecho un trabajo de primera.

Como fin de entrenamiento Marga hizo traer a un experto en piercings, que en una misma tarde nos agujere� a ambas, al estilo tradicional, es decir con una aguja calentada al fuego y sin ning�n tipo de anestesia, todas nuestras zonas mas er�genas y sensibles:

pezones, labios vaginales, cl�toris, ombligo, y lengua, e instal� en cada agujero unas anillas de diferente tama�o y grosor seg�n la zona de oro y acero inoxidable.

A partir de ese d�a Marga a la hora de acostarnos siempre nos un�a las anillas de ambas con unos peque��simos mosquetones, lengua con lengua, pez�n con pez�n y cl�toris con cl�toris, lo que nos hacia dormir estrechamente abrazadas y en un morreo continuo que duraba toda la noche y donde a menudo termin�bamos haciendo el amor durante horas, pues la constante fricci�n y la cerrada proximidad invariablemente nos hacia excitarnos aun sin quererlo y raro era el d�a en que no nos corr�amos mas de 5 o 6 veces cada una en la boca y el co�o de la otra.

Apenas llevaba mi madre un mes en la casa cuando una vieja conocida volvi� a formar parte de nuestras vidas.

Una tarde una furgoneta aparco en el jard�n y de la parte trasera bajaron a una esclava que en su momento no reconoc� pues estaba muy cambiada f�sicamente.

La bajaron completamente desnuda, a cuatro patas y tirando de ella con una correa como si se tratara de una perra.

Solo cuando el vehiculo se marcho y la esclava quedo inm�vil y tiritando en medio del jard�n pude darme cuanta que no era otra que Lizette, la joven cocinera a quien hab�an cedido a unos proxenetas. Aunque era apenas una sombra de lo que hab�a sido, extremadamente delgada, con el pelo muy corto y enmara�ado, sucia y maloliente.

A saber por que suplicios y pruebas hab�a pasado, aunque mejor prefer�a no averiguarlo nunca

Aparentemente Marga hab�a decidido que la temporada de castigo hab�a expirado, pero esto solo era aparentemente.

Pues a partir de ese momento se convirti� en una perra m�s, acompa�ando y viviendo con los otros dos aut�nticos perros que vigilaban la propiedad.

Com�a, meaba y cagaba con ellos y como ellos, y jam�s se le permit�a entrar en la vivienda, el jard�n y la caseta eran su �nico h�bitat, e incluso se convirti� en la concubina de ambos y no era raro verla siendo montada por uno de ellos al mas puro estilo canino.

He llegado al final de mi relato y de mi historia, solo decir que por el momento mi vida transcurre pl�cida y rica en experiencias y sexuales sensaciones siempre con constantes innovaciones a las que tan aficionada es mi Ama, al lado de mi madre, de la perra Lizette, y de alguna ocasional esclava que a veces pasa alguna corta temporada con nosotras.

Si sucede algo que considere digno de menci�n ya mas adelante y si mis amos lo permiten lo compartir� con los lectores.
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