Relato: Viaje nocturno





Relato: Viaje nocturno

Fui uno de los �ltimos en sacar el ticket para aquel viaje a
Mendoza que deb�a hacer por cuestiones de trabajo. Por lo tanto, cuando ascend�
al autob�s me di cuenta de que me hab�a tocado la ventanilla del �ltimo asiento.


El pasaje estaba bastante completo y el �mnibus sal�a a las
12 de la noche.


Estaba algo cansado y acomod� mis cosas pensando en
aprovechar toda la noche para dormir. Prob� reclinar el asiento y comprob� que
era muy confortable, espacioso y ancho. Eran los dos �ltimos asientos linderos a
la entrada del toilette. Hab�a tomado la precauci�n de tomar un servicio de
coche cama, obviamente.


Mientras pon�a mi bolso en el compartimiento de arriba, vi
apenas como la gente iba subiendo y se acomodaba. Enseguida me llam� la atenci�n
un hombre alto y canoso que subi� casi �ltimo y que buscaba su asiento caminando
inclinado por el pasillo. Cuando me fij� mejor pude ver que ten�a el blanco
cuello sacerdotal sobre la camisa negra. Llevaba saco y pantal�n del mismo
color, y de lejos tambi�n ve�a que llevaba unos anteojos de armaz�n algo grueso
y oscuro. Se detuvo ante lo que ser�a su ubicaci�n. Estaba unas cuantas filas de
asientos adelante. Sonri� d�bilmente a la acompa�ante que le hab�a tocado en
suerte, una se�ora muy corpulenta que para colmo de males llevaba en brazos a un
chico de muy corta edad.


Ya iba a sentarse, cuando mir� �vidamente hacia todos lados
para ver seguramente si hab�a alg�n asiento vac�o, antes de resignarse a viajar
en el espacio tan reducido que le dejaban las rebosantes carnes de aquella
se�ora.


Pens�: "No, no, no mires hacia aqu�, no mires hacia aqu�..."
Claro, yo esperaba viajar estirado y muy c�modo en mi asiento doble que
aparentemente no ten�a ocupante. Mir� junto a �l para ver si alguna fila tendr�a
un asiento libre... pero, todo indicaba que no.


El micro se puso en movimiento mientras agitadas manos
saludaban hacia el and�n. Ya el sacerdote iba a sentarse en su asiento, cuando
su mirada escrutadora cay� finalmente sobre el asiento libre que estaba a mi
lado. Yo mir� hacia otro lado, mientras sent�a que toda su negra y corpulenta
figura ven�a hacia el final del autob�s.


-Disculpe usted, �Este asiento est� ocupado?


Yo lo mir� con desgano.


-No...


-�Le molestar�a si lo ocupo yo?, ver� usted...


Lo mir� nuevamente mientras me explicaba lo sucedido,
dici�ndome que en realidad hab�a cedido el asiento a aquella se�ora gorda para
que viajara m�s c�moda con su hijito. Se sonri� como disculp�ndose de haber
pensado tambi�n en su propia comodidad, claro. Ah� me di cuenta de que su
cabellera canosa, que me hab�a dado la primera impresi�n de que era una persona
mayor, enmarcaba un juvenil y ani�ado rostro de un hombre que no tendr�a m�s de
30 a�os, pues calculaba que tendr�a unos cinco menos que yo. Sus lentes no
pod�an ocultar unos ojos casta�os y grandes, de negras pesta�as; ni esas
facciones armoniosas y masculinas, acentuadas por una nariz recta y una boca
grande de labios carnosos. Ese aspecto juvenil, contrastaba llamativamente con
su prematura canosidad. Las manos grandes, fuertes, venosas y velludas, se
mov�an gesticulando cada acento pronunciado, indicando finos y medidos modales.


Ya est�bamos en camino y saliendo del centro de Buenos Aires
cuando el cura se sent� despu�s de la breve charla que hab�amos tenido y de
haber dispuesto su equipaje de mano apropiadamente. Sac� un libro y empez� a
leer. Yo, un poco molesto a�n por la imposibilidad de estirarme a mis anchas
para dormir mejor, me puse a mirar por la ventanilla y no le di m�s vueltas al
asunto. No hablamos. No siquiera nos miramos.


Cuando, ya fuera de la ciudad, en el coche se apagaron las
luces, el cura prendi� su lucecita individual y sigui� leyendo. De reojo pod�a
ver esas grandes manos ojear cada tanto el libro. Pronto sent� sue�o y cerr� la
cortina de la ventanilla, acomod�ndome al mismo tiempo para dormir. Me quit� los
zapatos, me desajust� un poco el cintur�n, como hago habitualmente, y ech� la
chaqueta sobre mi torso, cubri�ndome hasta el cuello. Dirig� una �ltima mirada
velada hacia mi compa�ero de viaje, que segu�a concentrado en su lectura, y me
fui durmiendo.


No s� bien cuanto tiempo pas� entonces. Pero una detenci�n
del coche hizo que me despertara. Yo estaba de costado, con el torso girado
hacia mi acompa�ante. Ambos asientos estaban reclinados totalmente. Entonces me
percat� de que mi brazo hab�a ca�do, durante el viaje, sobre el costado del
torso del sacerdote, que dorm�a profundamente boca arriba. No sab�a a�n porqu�,
pero de pronto ese contacto me hizo sentir un placer tremendo, como si adem�s
violase un territorio prohibido. Muy lejos de sacar la mano de ese pecho ancho
que sub�a y bajaba bajo mis dedos, me dediqu� a corroborar que el cura estuviera
dormido. La pesada respiraci�n me lo indicaba. Ya no estaba prendida la lucecita
que hab�a dejado antes de dormirme, y su libro estaba acomodado en el bolsillo
del asiento, junto a sus lentes.


Mir� su rostro. A trav�s de la penumbra y con la ayuda de
algunos intervalos de claridad que se filtraban desde la ventanilla, volv� a
mirar aquel rostro que ya me pareci� irresistiblemente atractivo. Ten�a la boca
entreabierta y casi me llegaba su aliento en cada expiraci�n. Vi sus largas
pesta�as, sus gruesas y negras cejas. Hab�a una paz inmensa en esa expresi�n. Me
qued� as� un largo rato. Desvelado totalmente. Mir�ndolo dormir y sintiendo la
maravillosa sensaci�n de ese contacto con su pecho firme y caliente. Mi mano se
llenaba de su pectoral redondo y bien formado, hasta sent�a empujar sobre mi
palma, un pez�n duro y enhiesto.


Al principio sent� un delicioso cosquilleo en mi entrepierna
y bajo vientre, luego mi miembro empez� a endurecerse y mi mente se llen� de
deseos incontenibles. Fue cuando el bus atraves� inesperadamente un pozo en la
ruta y mi mano salt� con el resto de la carrocer�a sobre ese pecho ancho.
Inmediatamente cerr� los ojos y me hice el dormido. Pero no os� retirar la mano.
El cura se hab�a despertado con ese movimiento abrupto. Nuestras caras estaban
muy cerca y yo pod�a sentir cada uno de sus movimientos. Sent� entonces como �l
se hab�a sobresaltado un poco, gir� su cabeza. Se movi� un poco. S�, estaba
despierto y seguramente observaba toda la situaci�n en la oscuridad.


Mi brazo ca�a pesado, muerto sobre el costado de su pecho.
Pod�a sentirlo muy bien ahora, pod�a sentir que algo se mov�a pero no demasiado,
como si temiera despertarme o algo as�.


Por fin, el movimiento del coche sigui� con su uniformidad y
sent� que el sacerdote se quedaba quieto. Pero: �Estar�a durmi�ndose nuevamente?


Me qued� a la expectativa. Un movimiento de mi pelvis hizo
corcovear a mi verga que entre los pantalones pujaba por salir afuera. Pero no
me mov� casi. La respiraci�n del cura no era ya pesada como antes. Hasta podr�a
haber afirmado que ten�a miedo de respirar casi. El pecho sub�a y bajaba ahora
muy contenidamente. Pasaron largos minutos. Los dos permanec�amos inm�viles. Su
pecho estaba muy caliente. Pod�a sentirlo en mi mano. Ya empezaba a entrar en un
sopor nuevamente, cuando algo me hizo prestar mucha atenci�n.


Estuve muy alerta. Not� que el hombre se mov�a muy levemente.
Sent� sus brazos cambiar de posici�n, algo estaban haciendo. Entonces, ocurri�
algo que me pareci� incre�ble. El sacerdote, con m�nimos movimientos, ...�empez�
a desabotonarse la camisa!. Pude notar eso desde el principio casi, porque mi
mano percib�a cada movimiento. Comenz� por el cuello, y, muy, muy lentamente,
como para que yo no me diese cuenta apenas, continu� con el segundo bot�n. Luego
con el tercero, el cuarto. As�, sent� pasar por encima de mi brazo los suyos y
desabrochar hasta el �ltimo bot�n de su camisa negra. Mi brazo permanec�a
imp�vido. Lo que sigui� fue tremendamente sensual: Una vez desabrochados todos
los botones, con sus manos tom� ambas partes de la camisa y la fue abriendo. Mi
mano, con peso muerto a�n, sent�a como la tela se deslizaba debajo de ella. El
cura abri� as� toda su camisa, a punto tal que la tela dej� paso a su torso
desnudo. Mi mano qued� apoyada sobre �l. Sent� ese contacto y me estremec� de
placer, incr�dulo a�n.


Era extremadamente velludo. La sensaci�n de tocar esa suave
textura, ese calor ardiente, mezclado con la sensualidad de sus pelos, hizo que
mi verga empezara a gotear grandes cantidades de l�quido transparente.


Entonces fue mi turno. Mi mano, que ya no pod�a permanecer
quieta, empez� a hacer unos m�nimos y peque�os movimientos. Sobre su pez�n
izquierdo, mi mano se mov�a suavemente en c�rculo. Sent� que �l respiraba
entrecortadamente. Ser�an las tres de la ma�ana. Todo el mundo dorm�a a bordo. O
al menos eso cre�amos. Mi mano lentamente cobr� vida y tom� dulcemente el pez�n
del cura. Inmediatamente, �ste suspir� profundamente. Yo segu� acariciando,
explorando esa maravillosa mezcla de pelos, m�sculos y piel. Nos acercamos m�s y
m�s. Mi mano fue descendiendo. Baj� por el medio de sus pechos. Segu� por sus
m�sculos abdominales, me met� en su ombligo y ahora sent�a que el vello se hac�a
m�s frondoso. Baj� un poco m�s y me top� con su cintur�n. Entonces lentamente
tom� la hebilla y con toda la paciencia del mundo fui desabroch�ndola hasta que
qued� suelta. Tom� el primer bot�n. Lo desabroch� tambi�n. Cuando fui por el
segundo, casi bruscamente, muy firme, su mano me detuvo. "Vamos, no ser� este el
momento de pensar en el voto de castidad, �no?", pens� para mis adentros.


Y con infinita ternura acarici� sus dedos, uno por uno. Su
mano se fue ablandando por completo y ya no represent� obst�culo. Hab�a cierta
resistencia, si, pero mi mano insisti�... y gan�. Cuando desaboton� el �ltimo
bot�n, y ayudado por su movimiento, le baj� los pantalones hasta los muslos.
Eran amplios as� que no tuvimos mayores inconvenientes. Tom� el el�stico de sus
calzoncillos, lo levant� bien y met� una mano.


�Oh, Dios!, �el sacerdote ten�a un miembro descomunal ah�
adentro! Mi mano choc� contra un palo erguido y duro, lleno de l�quido caliente
y resbaloso. Ante el contacto con mi mano, el cura no pudo menos que lanzar un
breve gemido, cuidando de no hacer ruido. Le baj� los calzoncillos y tom� entre
mis dos manos ese aparato largo y grueso. Era un crimen someter eso a una
est�pida castidad de por vida. �l mismo termin� de bajarse los pantalones y los
calzoncillos hasta los tobillos. Despu�s se volvi� hacia m� y me tom� entre sus
brazos. Se lanz� encima m�o y me bes�. Su lengua enseguida se introdujo en mi
boca �vida de tragar su boca maravillosa.


Con una mano busc� mi entrepierna y torpemente empez� a
abrirme la bragueta. Mi bulto chocaba contra su mano y eso excitaba m�s y m�s mi
pija. Cuando por fin baj� mis pantalones, abriendo mi boxer, sent� su caliente
mano abrazar toda mi pija, que salt� hasta �l y se frot� contra su cuerpo.
Despu�s se incorpor� un poco y me empez� a abrir la camisa. Estaba agitado y
ansioso, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la �ltima vez. Mi camisa
qued� abierta y �l se lanz� a chupar todo mi pecho. Me lami� cada parte,
peinando mis pelos con su lengua, mordisqueando mis tetas y amas�ndome con esas
manos enormes. Yo lo tomaba por la cabeza, acariciando ese abundante pelo casi
blanco. Volvimos a besarnos. Las lenguas se salieron de las bocas y siguieron
devorando nuestras caras. Chup� y lam� sus ojos, su nariz, su frente. Esto lo
enloqueci� y tomando mi camisa la desliz� hasta quit�rmela por completo. Yo me
quit� el resto de la ropa, por lo que qued� completamente desnudo.


Nadie pod�a vernos. Todo en semioscuridad. El sacerdote se
quit� tambi�n la camisa y nuestros pechos se frotaron entre s� con vibrante
intensidad. Gem�amos en silencio, susurr�bamos quejidos, aullidos y peque�os
rugidos. �l se puso sobre mi y nuestras vergas se juntaron en una. As� empezamos
a movernos hasta casi perder la noci�n de donde est�bamos realmente.


En eso est�bamos cuando yo, al advertir que alguien se
aproximaba, casi lanc� un grito del susto. Una figura a contraluz se acercaba
r�pidamente por el pasillo.


-�Cuidado!-alcanc� a decir entre susurros.


Los dos, manoteamos r�pidamente las chaquetas de cada uno y
apenas nos pudimos cubrir cuando el hombre ya estaba a dos metros de nosotros.
Era alguien que ven�a al toilette que estaba frente a nuestros asientos,
obviamente. En ese momento, inoportunamente, una luz entr� por la ventanilla y
pude ver que se trataba de uno de los dos conductores que tripulaban el bus. Era
un tipo de bigotes, de unos cuarenta a�os, alto y de contextura ancha. Llevaba
un uniforme gris y vest�a corbata azul.


El cura y yo volvimos a quedarnos quietos, intentando
disimular todo lo posible. En tal caso era dif�cil. A duras penas est�bamos
cubiertos. S�lo la oscuridad reinante pod�a ser nuestro c�mplice. Yo ya me
imaginaba un esc�ndalo: Detenido por tener sexo en un transporte p�blico �Y
encima con un religioso! Nos quedamos petrificados y aterrorizados. Aunque la
situaci�n no dejaba de ser excitante. De hecho est�bamos los dos completamente
al palo.


El tipo pas� a nuestro lado y se meti� en el ba�o. Yo
ignoraba si se hab�a dado cuanta de algo, pues intent� aparentar que dorm�a. Los
dos hac�amos lo mismo. No atin�bamos ni a vestirnos.


El hombre permaneci� adentro del ba�o unos minutos. Mir� al
sacerdote. Solo ten�a encima su saco negro. Las peludas piernas quedaban al
aire. Hubiera sido imposible empezar a rescatar los pantalones. Yo, estaba en la
misma situaci�n.


Con los ojos cerrados, sent� que la puerta del retrete se
abr�a de repente. Pero curiosamente, no escuchaba que el tipo saliera y se
fuera. Entreabr� apenas los ojos y pude ver la sombra del conductor de pi�
dentro del ba�o, tambi�n a oscuras, y pod�a advertir que se estaba arreglando la
corbata. Mientras lo hac�a, era evidente que el tipo estaba mir�ndonos,
observando cada detalle. El cura tambi�n se hab�a dado cuenta, porque permaneci�
inm�vil.


Todo el pasaje dorm�a pesadamente.


Esper� lo peor. El conductor ya se habr�a dado cuenta de lo
que suced�a. En ese momento, tembl� al pensar que ser�amos presa f�cil de un
conductor hom�fobo.


En un momento la oscuridad fue absoluta. Y lo pr�ximo que vi,
fue al conductor de bigotes, entre la penumbra, arrodillarse frente al cura.
Abr� bien los ojos y mi mirada se encontr� con la del sacerdote, que estaba tan
asombrado como yo.


El tipo, frente a nosotros, tom� la chaqueta del cura y la
apart�. Con la otra mano empez� a tocar la pierna desnuda del sacerdote. La pija
erecta se irgui� hacia arriba y el conductor la tom� entre sus labios. Estir�
una mano hacia m� y empez� a masturbarme.


No pod�amos creer lo que pasaba. Se acerc� m�s sobre nosotros
y no dej� de chupar la verga de mi compa�ero. Con un movimiento salt�
directamente a la m�a. Se la trag� entera, hasta el fondo, en medio de mis
gemidos reprimidos. Yo sent�a rozar sus bigotes sobre mi pubis, mis bolas, mi
glande y a cada contacto de esos me estremec�a inconteniblemente. El cura se
acomod� cerca de m� y las dos pijas entraron entonces en la boca de ese hombre.
No dejaba de lamer, de chupar y de tragarse nuestro precum. �l, se desanud� la
corbata, se desabroch� la camisa y el cura lo ayud� a abrirse el pantal�n. Mis
manos alcanzaron a tocarlo entonces. Me met� por su pecho, sin pelos, liso y
suave y carnoso. Sus pezones se endurecieron y crecieron con mis caricias. El
sacerdote, mientras, le bajaba los pantalones. Pronto, junto a los calzoncillos,
quedaron a la altura de sus tobillos. El tipo se incorpor� y su pija, m�s ancha
que larga, sali� disparada apuntando al techo. El prepucio a�n cubr�a su cabeza
lustrosa y suave. El cura la descapull� con un movimiento r�pido y se la meti�
en la boca. Yo acud� en su ayuda y empec� a lamerle las bolas. Mi lengua se
encontraba por momentos con la del cura, lo cual me produc�a a�n mayor
excitaci�n.


La situaci�n, por peligrosa, era tremendamente irresistible,
ninguno de los tres pod�a parar de hacer lo que hac�a. Entre los dos, le
terminamos de quitar la camisa al conductor, que qued� tan desnudo como
nosotros. No ten�a vello en su cuerpo, pero su verga estaba rodeada de una selva
espesa de pelos largos y enmara�ados. Ten�a un sublime olor a macho, mezcla de
transpiraci�n con jugo preseminal.


Mientras ve�a apenas en la penumbra como mi compa�ero se
tragaba esa gruesa pija, yo me apoder� del culo del conductor. Le abr� las
nalgas con ambas manos y empec� a penetrar ese agujero peludo con mi lengua. Con
sus manos grandes nos tom� las cabezas y empez� a moverse entre nosotros.
Deslic� una mano hasta su tetilla izquierda y empec� a frotar y frotar. Su sudor
llen� mi palma. Respirando aceleradamente, el tipo sac� su verga de la boca del
cura y me ofreci� entonces su tronco. Lam� y chup� esa pija en toda su
extensi�n, sin dejar de mojar las colgantes y enormes bolas con mi saliva.


Entonces sent� que el chofer iba a explotar. Se dio vuelta y
casi sin poder controlar sus movimientos, sentimos el golpeteo de sus chorros de
semen que daban contra el asiento de adelante. Por suerte no estaba reclinado,
si no la leche hubiera ido a parar sobre la cabeza del pasajero de adelante.
Agitado, busc� nuestras bocas y nos despidi� con un beso suave.


Nos sonri� y nos dijo en voz muy baja:


-Tengo que regresar. Mi compa�ero me espera para que lo
releve. Fue un verdadero placer.


Busc� su ropa entre las nuestras y se visti� r�pidamente,
desapareciendo en la oscuridad hacia la cabina delantera.


Ni bien pasaron unos minutos, el micro se detuvo en una
estaci�n de servicio. Seguramente, el conductor, estar�a relevando a su
compa�ero.


Al cabo de un breve tiempo, el veh�culo prosigui� su camino.
Toda la gente dorm�a en la oscuridad del coche. Nos miramos. Est�bamos m�s
excitados que nunca. Nos tomamos mutuamente los miembros y comprobamos que
estaban como rocas. Empezamos a masturbarnos muy lentamente. Cada subida, cada
bajada de nuestras manos, nos arrancaba gemidos y suspiros entrecortados. El
sacerdote se puso de costado, d�ndome la espalda. Yo lo tom� desde atr�s,
agarr�ndolo por los pezones. Met� mis manos entre la espesura de los pelos de su
pecho. Qu� suave que era al tacto... Sent�a que se estremec�a a cada caricia
m�a.


Mi verga se pos� sobre su culo. Pero �l no se inquiet� y se
acerc� m�s hacia m�. Entonces yo segu� frot�ndome cada vez m�s apretado a su
cuerpo y met� mi pija entre sus dos gl�teos. Ahora la punta de mi dura pija
estaba lista para entrar. Con un leve empuj�n entr� en �l. Y despu�s de eso,
s�lo tuvimos que movernos.


No s� cuando fue que mi pija se desliz� hasta al fondo de su
culo, pero sin darme cuenta, estaba ya con mis bolas golpe�ndole las nalgas. En
esa posici�n, estir� su boca y nos besamos, sin dejar de movernos. Sent�a todo
su caliente interior raspar y acariciar todo mi tronco, que cada vez se
inflamaba m�s y m�s. Estuvimos as� una eternidad. Hasta que me dieron ganas de
sentirlo adentro m�o. Cambiamos de posici�n y su verga siempre dura me penetr�
haci�ndome sentir toda su longitud.


Pero todav�a faltaba el �ltimo cap�tulo...


Mientras el sacerdote me estaba dando una cogida magistral,
sent� que una mano me acariciaba el muslo derecho. Me sobresalt�. Era imposible,
pues el cura me estaba sosteniendo con ambas manos por los hombros. �Qu�
suced�a, entonces?


Paralizados por la situaci�n, volvimos a la realidad e
intentamos distinguir qui�n estaba all�.


-Tranquilos... No se asusten.


�Era el compa�ero de nuestro conductor! Nos quedamos
mir�ndolo, at�nitos. Era un hombre de unos cincuenta a�os, con barba bien negra
y algo calvo. Tambi�n estaba uniformado. Llevaba el mismo uniforme que nuestro
anterior visitante.


Enseguida algo nos llam� la atenci�n: se hab�a bajado el
cierre de la bragueta y de ella asomaba su verga en semi erecci�n. Era larga y
de cabeza grande.


-Todav�a faltan varias horas para llegar a destino. Mi
compa�ero me dijo que la pasar�amos muy bien los tres juntos. �Les molesta
si...?


Y nuestra respuesta fue invitarlo a sentarse entre nosotros.
Era un hombre masculino y tosco, tremendamente atractivo. �l abri� su camisa y
de ella emergieron unos grandes pectorales. Era un tipo musculoso y de
proporciones m�s bien grandes. Pas� sus brazos por sobre nuestras cabezas y nos
acerc� hacia �l tom�ndonos firmemente por los hombros.


Nuestra bocas cayeron sobre sus tetas. Estaban rodeadas de
pelos duros y largos, por lo que era un poco dif�cil besar esos pezones erectos.
Entre los dos, le desabrochamos el cintur�n y el pantal�n descendi� hasta el
piso. Corcoveando y agrand�ndose, la pija qued� frente a nosotros. A horcajadas
entre nosotros, sus piernas se abr�an sobre las nuestras. La verga le quedaba
pendulando y apuntando hacia arriba. Se la toqu� despacio, mientras el cura le
amasaba los huevos. Nuestras bocas se juntaron y de a tres, empezamos a sorber
nuestras propias salivas, lamiendo todo lo que quedaba al alcance de las
lenguas. Ten�a una pija que erecta tomaba una forma perfectamente recta. La
cabeza era enorme y remataba de manera desproporcionada el tronco de una
longitud considerable. Con el sacerdote quisimos probar ese nuevo manjar. Y
nuestras bocas se volvieron a juntar sobre ese palo duro.


El tipo deber�a estar muy caliente, porque casi enseguida,
esa enorme verga, tembl� entre nuestros labios y larg� una espesa cantidad de
caliente semen, que moj� nuestras mejillas y cuello. El conductor tom� entonces
nuestras vergas y empez� a bombear de una manera fren�tica pero deliciosa. Cada
mano actuaba febrilmente sobre nuestras pijas, a cada lado de �l. Nos agarramos
de sus tetas inmensas y empezamos a frotarlo y sobarlo, mientras nuestras bocas
se un�an nuevamente.


Casi al mismo tiempo, el cura y yo nos derramamos sobre el
pecho del conductor. Fue una acabada larga e intensa. Era incre�ble la cantidad
de semen que vertimos sobre ese ancho pecho.


Fue un viaje muy placentero, por cierto.


Y en las horas que siguieron, volvimos a recomenzar nuestros
juegos y los conductores nos visitaron por turnos varias veces, antes de llegar
a Mendoza.


Cuando llegamos a destino, nos reunimos los cuatro en la
estaci�n terminal


Y los dos conductores quedaron asombrados de que nuestro
amigo fuera sacerdote.


Claro, eso no impidi� que el cura nos diera el tel�fono del
hotel en el que se hospedar�a, ni tampoco fue un obst�culo para encontrarnos en
su habitaci�n al d�a siguiente y gozar del sexo entre cuatro hombres.



Franco.



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