Relato: La partida de trivial





Relato: La partida de trivial

Antes de dedicarme a aprobar unas oposiciones, mi objetivo
laboral prioritario, y estabilizar m�s o menos definitivamente mi vida, disfrut�
de una beca que me permiti� la independencia econ�mica durante la redacci�n de
mi �siempre inacabada- tesis doctoral, beca que inclu�a una estancia de seis
meses en los Estados Unidos. Un par de meses antes de mi partida fui a visitar a
mi hermana Felisa.


Ella ha sido desde su ni�ez hasta nuestros d�as la oveja
negra de nuestra familia. A los veintipocos a�os se li� con un hombre casado que
en lugar de montarle un piso como est� mandado le construy� un precioso caser�o
junto al monasterio de Leyre, a veinticinco minutos de Pamplona. A pesar de
disfrutar de su magn�fica condici�n econ�mica de querida de lujo, mi hermana se
sac� la carrera de psic�loga. Hoy ejerce con gran �xito tanto en el campo
privado como en la Universidad P�blica de Navarra.


Por la �poca de mi visita yo ya pr�cticamente conviv�a con mi
novio, bien en su preciosa casa, bien en mi min�sculo y destartalado apartamento
de la calle Barbastro, que conservaba no solo por apariencias hacia mi madre,
sino por propia decisi�n de independencia. Mi hermana empezaba a hacer sus
pinitos en el Departamento universitario. Fui con el Toyota de mi novio un d�a
de finales de septiembre y Feli me recibi� tan calurosamente como siempre lo
hac�a con todos los miembros de mi familia, y yo era algo especial, la hermana
menor, la peque�ita, la f�sicamente m�s agraciada de una casta femenina de buena
simiente. Las mujeres de mi familia tienen todas un tipo envidiable y Felisa no
era la excepci�n. Yo ten�a entonces 24 a�itos y ella 34 .


Lo pas�bamos muy bien. Ella sal�a temprano hacia Iru�a para
hacer jornada intensiva. Yo me levantaba a las mil. Desayunaba y me quedaba
leyendo o contemplando el paisaje hasta su vuelta en su amplia estancia
abuhardillada, donde ten�a una gran zona de asueto y descanso. Sal�amos a comer
por ah�, o los d�as que ven�a la asistenta nos preparaba una exquisitez propia
de la tierra. Hac�amos una largu�sima sobremesa charrando y charrando. D�bamos
una vuelta o un paseo por el monte y volv�amos a la tertulia. Como suele ocurrir
a menudo, cuando hablas con un arquitecto acabas tratando alg�n asunto de
arquitectura; con un sacerdote de religi�n; con un psic�logo� de tu propia
personalidad. As� que gracias a mi actitud abierta y al clima de confianza, hice
part�cipe a mi hermanita de mis fantas�as er�ticas, sue�os despiertos,
complejos, e inquietudes sexuales. Feli asent�a y escuchaba con atenci�n. Poco a
poco pas� a una actitud dirigista en la conversaci�n, orient�ndola hacia los
rincones cada vez m�s ocultos de mi mente. Era una gran profesional y lo estaba
utilizando sin darme entonces cuenta. Pr�cticamente lo supo todo sobre m�, a
excepci�n del incidente del Chateau con Hilde que era un secreto, y yo siempre
los he guardado.


La antev�spera de mi partida, forzosa ya que me esperaban
inaplazables asuntos en el Departamento vino a comer temprano. La vasca nos
hab�a preparado pimientos rellenos y chuletitas de cordero rebozadas, con un
pozal de patatas fritas con aceite de nuestra tierra, el Bajo Arag�n,
aromatizado con ajo. Nos dimos un atrac�n regado con una botella de Rioja que
chorizamos de la bodega y que reservaba como oro en pa�o el novio ausente. Nos
quedamos traspuestas en el sof� pero tras una breve cabezada, ya despejadas
aunque todav�a un poco piripis, Feli me sugiri�:


- �Jugamos una partida al Trivial?


Yo casi siempre he ganado y me gusta ganar, as� que
inocentemente dije:


- Buena idea.


Subimos a la buhardilla a la mesa de juegos. Decidi� que
jug�ramos en el suelo sobre una mullida alfombra. Encendi� una vela arom�tica.
Extendimos el tablero y las fichas.


- Vamos a jugar a mi estilo, con pruebas o prendas, como
quieras llamarlo. La que acierte una pregunta con quesito (aclaraci�n: una
porci�n de color que rellena la ficha-cilindro y debe completarse con seis de
ellas para tener opci�n a ganar el juego) exige una prenda a la otra. La que
falle da a la otra el derecho de solicitarla igualmente, �vale?


Sea por el mareo, o por el ambiente, a pesar de tratarse de
mi hermana aquello me pareci� bastante estimulante. Le toc� empezar el juego.
Fall� a la sexta y me dio el relevo. Fall� y le volvi� la vez. A la cuarta cay�
en un casillero con color. Tom� ficha y le�:


- Literatura.- �Qui�n ha escrito el libro de poemas m�s
verde?


- Sin dudarlo respondi�: Whitmann: Hojas de hierba.


Yo tambi�n lo sab�a, as� que no protest�, ya que la pregunta
era capciosa. Mi hermanita se puso muy contenta y solicit� mi prenda:


- �A ver, a ver? Camiseta fuera.


Me esperaba algo as�. Era l�gico que los tiros fueran por
ah�, pero era mi hermana. No cre� que pasara de una picard�a inocente. Me la
quit� sonriendo: eres una marrana Feli, dije.


Fall� de nuevo a la quinta pregunta. Era mi turno. Acert�
tres seguidas. A la cuarta el dado me hizo caer en quesito. Acert�:


- Chica. A ense�ar las bragas.


Mientras mi hermana se quitaba los vaqueros est�bamos
encanadas de la risa.


- �Con que esas tenemos, eh? Prep�rate.


Segu� tirando y volv� a meter la ficha en un color. Feli ley�
la tarjeta:


- Deportes.- �Qui�n fue el primer hombre en bajar de los 10
segundos en los 100 metros lisos? Lo sab�a: Bob Hayes en Tokio 84.


- �Bieeeen!. Hermanita, quiero ver tu suje. Seguro que es
negro. �A que s�? Felisa se desaboton� y se desprendi� de la opaca camisa
canadiense que llevaba con una sonrisa. Efectivamente era negro. Dos a uno.


Segu� moviendo ficha sin fallar. Estaba en vena. Volv� a caer
en un cuadro bueno.


- Historia.- �Qu� t�tulo dio la Reina de Inglaterra al
General Bernard Montg�mery? Era mi fuerte: Vizconde de El Alamein. Me puse a
saltar levantando los brazos de alegr�a. Feli segu�a sonriendo. Me volv� a
acomodar en el suelo y puse gesto de pensar profundamente. Me lo estaba pasando
muy bien. De repente se�al� con el dedo hacia su pecho de forma teatral. �Fuera
sostenes! Con gesto parsimonioso y sin dejar de poner cara alegre desabroch� el
cierre, tom� con ambas manos los tirantes y los baj� de golpe.


- �Voil�! Dijo. Sus tetas quedaron a la vista entre risas
sonoras. Tir� el suje por detr�s de su hombro.


A partir de ah� mi suerte cambi�. Fall� a la siguiente
tirada. Cambi� el turno. Al rato ella ya ten�a otro color y yo ya estaba en
braguitas. Siguieron cuatro tiradas mas y... cay� en la casilla buena. Le�:


- Historia.- �En qu� batalla se pronunci� la siguiente
arenga: "Soldados, cinco mil a�os de historia os contemplan"? La pronunci�
Napole�n; batalla de las pir�mides �A ver esas teticaaaas?


Me solt� el cierre y me quit� los tirantes uno a uno,
mientras canturreaba: �tarirotariiiiiroooo! Aguantaba el sost�n por los sobacos.
Levant� los brazos de golpe y cay� descubri�ndose mis mamellitas. Felis�n se
puso a aplaudir. Estabamos igualadas. Continu� el juego. Acert� 5 veces m�s. Mi
hermana estaba imparable. Volvi� a caer en quesito.


- Cine, le� �Por qu� pel�cula le dieron el Oscar a Paul
Newman? �Hala, que f�cil! dije contrariada pero contenta porque segu�a
pas�ndomelo muy bien.


- El color del dinero. Mi hermana exigi� mis bragas.


No s� si a todas las mujeres les ocurre lo mismo pero
quedarse desnuda a solas con otra persona me produce una sensaci�n de
inevitabilidad respecto a lo que ocurra a continuaci�n. Es como quedarse
indefensa; a merced de los acontecimientos. No obstante entonces ni se me paso
por la cabeza �si era mi hermana, co�o! As� que me puse en pie y empec� a
contornearme y a deslizar mis braguitas separando los el�sticos con mis
pulgares, mientras repet�a el tarirotariroooo. Me qued� con la figa al aire.
Feli no dejaba de sonre�r. �Qu� pasar�a a continuaci�n? La respuesta en unos
minutos.


Tres tiradas despu�s volvi� a acertar. Se me qued� mirando
fijamente con semblante algo mas serio. Yo ya estaba desnuda; bueno, con
calcetines, pero Felisa seguro que no estaba pensando en quit�rmelos. De
repente, mientras mi hermana me med�a, mas que miraba, me entr� un sentimiento
de p�nico. Fue moment�neo pero qued� un poso de inquietud, y, �porqu� no
decirlo? de excitaci�n. Estaba segura de que lo que viniera tendr�a que ver con
el sexo. Volvi� a sonre�r y me dijo con voz suave:


- Ya no te quedan ropas, In�s, as� que tendr� que pedirte
otras cosas. �Qu� tal si hacemos una prueba acerca de secretos irrealizados o
escondidos? Ver�s, �recuerdas tus man�as con los sobacos peludos? �con aquella
visi�n que tanto te impresion�? �Qu� te parece si te depilo los tuyos?


Se refer�a al incidente con la chacha cuando ten�a 5 a�os que
ya conocen mis lectores/as (El Santoral). Aunque cuando ocurri� ya lo cont�
inocentemente a mis hermanas, que se cachondearon de m� todo lo que quisieron,
esta historia se la repet� a Feli en mis largas e �ntimas conversaciones de los
�ltimos d�as como una de mis obsesiones m�s tempranas. Creo que debido a ello
desde que me creci� vello en mis sobacos jamas me los hab�a rasurado.


Afeitarme no me hac�a ninguna gracia, pero me encontraba
sumergida en una situaci�n que, no solo no controlaba, sino que me empezaba a
producir el v�rtigo de lo oculto, de lo oscuro, de lo sexualmente perverso. Algo
me dec�a que entraba en un tenebroso y atrayente t�nel, y la cosa no hab�a hecho
mas que empezar Me acord� del episodio con Hilde �Acabar�a como ella? Me dej�
llevar.


- Me parece lo que te parezca a ti. Har� lo que me digas.


- Lo haremos con cinta de envolver, �Te parece? Te doler�,
pero es necesario. Levanta los brazos.


Los alc� sin rechistar. Felisa me aplic� dos pasadas de cinta
por cada axila, desde medio brazo hasta el pecho. Cuando termin� y yo me apart�
me dijo:


-Espera. No he terminado. Ponte de pie y �brete de piernas.


Lo sab�a. Ya estaba dentro. Iba a sufrir, y sin embargo lo
quer�a. Mi hermana peg� una sola tira desde la rabadilla hasta el ombligo. Mi no
demasiado abundante melena p�bica apenas sobresal�a un poco por ambos lados.


- Est� bien as�. Ac�rcate y vuelve a levantar los brazos. Se
aproxim� a mi axila derecha y tir� despacio de las dos cintas despeg�ndolas lo
suficiente para agarrarlas bien y dar un tir�n seco hacia abajo. Di un grito de
dolor y las l�grimas me saltaron.


- Ahora la izquierda. Repiti� la tortura y volv� a gritar.
Termin� quitando la cinta de mi bajovientre en dos tiempos. El primero, dando el
tir�n desde mi barriga, me arranc� de cuajo el vello de mi monte de Venus y de
mi vulva, dejando dos min�sculos penachos peludos a ambos lados. El segundo,
desde la rabadilla me extirp� los escasos pelillos anales y de las ingles. Todos
los bajos se me ti�eron de rosa. Venga, si�ntate. A�n queda mucha partida.


Hipando de dolor volv� a sentarme a lo bonzo. Sent�a la
turbaci�n de la lascivia rec�ndita y tenebrosa. Por nada del mundo hubiera
abandonado, a sabiendas que faltaba lo peor. Mi hermana volvi� a tirar el dado.
A la tercera err� la respuesta. Me tocaba. A la primera me met� en una casilla
de punto. Ella tom� una tarjeta.


- Geograf�a.- �Qu� r�o pasa por Berl�n? El Elba, contest� sin
alegr�a. �Fallaste corasss�n! El Spree.


Me daba igual. Estaba deseando saber que prueba me esperaba.
Una gran excitaci�n oprim�a mi pecho.


- Sigamos con los secretos inconfesables, �te parece? Asent�
con la cabeza �Laurita por ejemplo? �Recuerdas su cara de placer mientras casi
la abrasabas? �Vamos a repetirlo? Cerr� los ojos. Dios, cuantas veces he pensado
en eso. Cuantas ganas de gozar como Laurita. Cuanto miedo estoy pasando.


- Ti�ndete larga. As�, con las piernas abiertas. Empezaremos
por las tetitas, como... �Santa Irene? Tom� la vela encendida y la puso sobre
mis senos. La inclin� y la cera fundida cay�. Dirigi� el goteo abrasador en
sentido circular recubriendo ambas tetas, como si fueran pasteles, dejando el
pez�n intacto a modo de guinda. Me hice sangre de tanto morder los labios del
dolor. La llama de la vela produc�a mas y m�s l�quido ardiente. Feli hizo un
reguero hasta mi ombligo llen�ndolo hasta derramarse por los bordes. Cubri� por
�ltimo mi reci�n afeitado y enrojecido pubis. Mi cara no era precisamente de
satisfacci�n. Gem�a de aflicci�n a causa del sufrimiento.


- �Venga, incorp�rate! Me toca a m�. Cuatro jugadas mas tarde
volvi� a acertar con el dado. Si contestaba correctamente completar�a su juego y
solo faltar�a meterla en el centro. Ser�a casi el final. Dese� con todas mis
fuerzas que no fallara. Me sent�a pasiva ante los acontecimientos pero, mis
carnes anhelaban nuevas desdichas. �Era eso ser una sumisa? Todav�a sollozaba
mientras le�a la fichita:


- Ciencia.- �Cu�l es en nombre completo del ADN? Acido
Desoxirribonucleico. S�, es ese, dije esperando la nueva prueba.


Feli sin mediar palabra se levant�. En la mesa de juegos
hab�a una cajita plateada. La tom� y se sent� frente a m�. Me mir� con cara de
pena. Yo ten�a la cabeza gacha. Puso sus manos sobre mis muslos acarici�ndolos.
Cada vez sus dedos llegaban mas cerca de mis ingles. Cuando las alcanzaron sus
pulgares oprimieron la capa de cera solidificada de mi monte de Venus
rompi�ndola.


- Bien In�s. Sigamos recordando �qu� me dices de tus placeres
solitarios a cuenta de ver azotadas a tus hermanicas? �Te parece eso edificante?
A ver si recuerdo tus preferencias: el culito de Luc�a? la barriguita de Trini?
o mis propias tetitas �No crees que has sido muy mala y que eso merece un
castigo? �Venga, arrod�llate�


No pude menos que recordar lo que me cost� el confesar a
Felisa ese retazo de mis fantas�as. Resucitar esas experiencias le divirti� en
grado sumo. Ahora se lo estaba cobrando. La sola palabra castigo me produjo una
extra�a sensaci�n de alivio. Mi antiguo sentimiento de culpa renaci� con fuerza.
� Que extra�a es la mente! Por fin iba a pagar mi pecado, mi �nica acci�n de la
que estaba realmente arrepentida sin saberlo.


Abri� la caja. Estaba repleta de peque�as pinzas met�licas
con dientes de sierra. Dej� unas cuantas en su mano izquierda. Estaba muy cerca
de m�. Tom� una con la derecha abri�ndola.



- Estas dos por Felisa. Y me pinz� las dos guindas, es decir
mis pezones, mis hipersensibles pezones. Jade� del lacerante dolor mientras mis
ojos se inundaban de l�grimas.


- Estas por Lucy, y me hinc� una en cada gl�teo. Y estas por
Trini. Y me coloc� dos mas pellizcando en una zona de mi vientre libre de cera.
Ahora t�mbate de espaldas; sube las rodillas y abre bien las piernas. Hizo lo
que supon�a: con un pulgar abri� mi co�o y con su mano libre coloc� otras dos
tenacillas agarr�ndolas a mis labios internos.


- Y estas por todas juntas.


Llor� y llor� amargamente. Era demasiado para m�. No, no era
justo. Mi propia hermana era mi implacable verdugo.


- �C�llate zorra!. Si tienes la almeja chorreando. �Venga, a
terminar la partida!


Era cierto. Notaba el licor vaginal fluir en mi interior. Sin
embargo no gozaba ni mucho menos. Me ergu� trabajosamente apoyando mis nalgas en
mis piernas. Ch volvi� a tirar el dado. Tras tres tentativas con respuestas
acertadas lleg� a la casilla central. Si acertaba fin de la partida. Mi
martirizado cuerpo ya lo deseaba �Cu�l ser�a la prueba final? Hice la pregunta
entre gimoteos:


- Deportes.- �Qu� jugador de f�tbol marc� un gol con el pu�o
en M�xico 86?


A qued� un rato mirando mi cara llorosa haciendo pucheros.


- Maradona.


- �Qu� me vas a hacer ahora? Fue mi respuesta afirmativa.


- Voy a seguir hurgando en tu interior y convirtiendo tus
fantasmas en realidad. A fin de cuentas todo esto lo deseabas de una forma u
otra. Voy a atarte en ese pilar.


Nos levantamos ambas. Tom� unas cuerdas que aparecieron por
all� sin yo darme cuenta.


- �Ven! La segu� sumisamente. Llegamos al pilar de madera
situado en el centro de la estancia. Pas� mis brazos por detr�s y at� mis
mu�ecas. Apenas pod�a sostenerme en pie. Se plant� frente a m�, levant�ndome la
barbilla, y mir�ndome a los ojos me dijo con voz muy suave:


- Volvamos a Laurita; tu primera experiencia �Qued� algo por
hacer, no? Algo que te estremeci� y que te provoc� muchas fantas�as y muchas
braguitas pringadas �Te acuerdas? Me lo dijiste y confesaste que mientras lo
estabas contando las estabas mojando de nuevo �Haz memoria!


Las l�grimas por lo que iba a padecer me imped�an decirlo. Me
acordaba. Claro que me acordaba.


- �No te acuerdas? Por supuesto que s�. Ahora mismo est�s
atada como �l. �l estaba en un �rbol. T� en un poste de madera. A el, a San
Sebasti�n lo asaetearon con flechas. A In�s la ensartar�n unos dardos. Sales
ganando, no te matar�n.


Feli se dio la vuelta para buscar el juego de dianas. Cerr�
los ojos y agach� la cabeza. Mi llanto era inconsolable. Mis piernas flojearon
�Dios m�o, por que locura estoy pasando! Mi hermana se puso a tres metros frente
a m�: Si no levantas la cabeza puedo fallar y darte en la cara. La levant� todo
lo que pude y mir� hacia el techo. Sent� un dolor punzante en mi muslo derecho.
Pasaron unos segundos. Me alcanz� otro dardo en mi vientre. Otro en uno de mis
senos. Otra vez el lacerante dolor en mi abdomen. En mi pubis. Me desmay�.


Despert� en mi cuarto, desnuda en la cama, dolorida y con los
ojos escocidos y llorosos. Varias tiritas se pegaban a mi cuerpo. Hab�a claras
huellas de betadine en mis pezones. Estaba amaneciendo. Me levant� y me duch�
largamente, como si quisiera sacar de mi piel una p�tina infame. Hice el
equipaje. Al bajar vi una nota en el espejo del vest�bulo. Era de Felisa:


"Tuve que salir anoche a una urgencia. Tienes caf� en el
termo. No creo que volvamos a vernos en un tiempo. Alg�n d�a me agradecer�s lo
ocurrido


Te quiere, tu hermana Feli"


Sal� de inmediato rompiendo la nota en mil pedazos. Durante
las seis largas horas que me restaban hasta Valencia, mientras conduc�a de
vuelta a casa reflexion� una y mil veces sobre lo ocurrido. Odiaba a mi hermana
por lo que hab�a hecho, pero todav�a me odiaba mas a mi misma por mi pasividad.
Me comport� como una sumisa, como una esclava. Pas� por todo sin rechistar y con
ganas. Padec� lo inimaginable, y lo peor es que, inundada de deseo, no
experiment� placer alguno.


Tard� mucho en volver a ver a Felisa. Fue con ocasi�n de una
fiesta familiar. Nos dimos dos besos lo menos protocolarios de que fui capaz. No
quer�a que nadie notara mi enojo con ella. Ya hab�a bastantes problemas en mi
familia para a�adir alguno m�s. Hoy pienso de ella de forma distinta. No tengo
absolutamente nada que reprocharle. Me utiliz�, s� �Para ser su conejo de indias
o para su propio placer, como ocurri� con Balma? No lo s�. El caso es que yo lo
consent�, como con Balma, sin coacci�n alguna. Fui a la humillaci�n y a la
tortura voluntariamente, como con Balma �Disfrut� con ello? �Llegar�a a hacerlo
otra vez? �Consentir�a de nuevo en pasar por eso? �Val�a la pena esa b�squeda
del placer que experimentaban Laurita e Hilde?


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Relato: La partida de trivial
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