Relato: LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE MILDRED



Relato: LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE MILDRED

Todo comenz� cuando una adinerada pareja de millonarios decidieron hacer una fiesta de disfraces. El due�o de la mansi�n y de la mayor parte de la fortuna, era un sujeto de unos cuarenta a�os a quien el ocio hab�a engordado considerablemente. Su esposa, una guapa joven de veinte a�os de muy buen ver, era la hija de un ministro y proven�a de una acaudalada familia.
La fiesta se realiz� como se esperaba y los invitados fueron llegando uno a uno, engalanados con sus mejores disfraces. El anfitri�n se hab�a colocado un atuendo de Tarz�n, aunque sus libritas extras le daban un aspecto rid�culo. Parec�a un Tarz�n en p�sima condici�n y m�s asemejaba un cavern�cola que hab�a comido demasiados mamuts. Su esposa, en cambio, ataviada con el traje de Jane, un selv�tico bikini amarillo y moteado como si fuera piel de pantera, se ve�a muy sexy y mostraba generosamente su esbelto cuerpo.
M�s y m�s invitados acud�an a la fiesta, pero el aspecto tan risible del Tarz�n barrig�n comenz� a darle pena al anfitri�n quien opt� por cambiarse. El paquete de disfraces selv�ticos inclu�a un disfraz de gorila que le asentaba m�s �al menos le cubrir�a las lonjitas� as� que dej� de lado el taparrabo y se cubri� de pies a cabeza con el atuendo de primate.
Pas� el tiempo y pronto la mansi�n bull�a de invitados en la mascarada. Claro est�, no todo el que entraba a una fiesta de la alta sociedad lo hac�a con buenas intenciones. Dos muchachos j�venes trabajaban en la cocina de la mansi�n y se enteraron de la fiesta con anticipaci�n suficiente. Fraguaron entonces una forma de salir de all� con las manos llenas y, cuando su patr�n se dirigi� al ba�o privado que ten�a en su lujosa rec�mara, lo interceptaron furtivamente, golpe�ndolo, at�ndolo y amordaz�ndolo.
El infortunado sujeto termin� recluido dentro de un armario, desnudo y bien atado. El plan era sencillo, pues sab�an donde guardaba las tarjetas y todo lo de valor, adem�s lograron extraerle la combinaci�n de la caja fuerte a punta de golpes.
�Ir� a preparar el carro �dijo uno de los c�mplices. Era muy importante que el veh�culo estuviera listo para escapar. Mientras, el otro se qued� vigilando el bot�n.
La inesperada llegada de la anfitriona, que anunci� su camino llamando a su esposo al subir las escaleras pareci� arruinar completamente el plan. El atolondrado ladr�n maldijo y pens� r�pidamente en la �nica salida que ten�a.
��Qu� pasa, mi amor? �pregunt� la mujer entrando a la habitaci�n� los invitados preguntan por ti.
Aquella guapura de mujer no encontr� nada extra�o en ver a un hombre vestido de gorila en medio de su habitaci�n, pero no sab�a que su esposo realmente se encontraba escuch�ndolo todo dentro del closet, incapaz de moverse � emitir sonidos suficientemente altos como para compensar el esc�ndalo de la m�sica.
�Te ves muy guapo con ese traje de simio �dijo la mujer acerc�ndosele y abraz�ndole. El ladr�n se estremeci� al sentir aquel esbelto cuerpo perfecto restreg�ndose contra �l y produjo una erecci�n como el due�o del disfraz no hab�a tenido en mucho tiempo. ��Wow! �Mi amor! �continu� la mujer� �Est�s m�s excitado que nunca! A m� tambi�n me excitan estos disfraces. �Ven ac�! �dijo poni�ndose de rodillas. El fascinado ladr�n se recuper� r�pido de su estupefacci�n y, aprovechando la ocasi�n sin igual, se lanz� con la mujer a la cama y le hizo de todo, mientras su marido se golpeaba la cabeza contra el armario.
��Mi amor! �Est�s hecho un toro! �Nunca me hab�as cogido tan bien! �Que ricura! �dijo ella complacida en la cama, sin preguntarse porqu� su marido nunca se quit� el disfraz. �Qu� importaba? Hay muchos fetichistas.
El tipo se levant� aprovechando que la mujer fumaba su cigarro y con se�as le indic� que esperara. Baj� r�pidamente hasta el estacionamiento donde relat� todo a su c�mplice. Este, ni lerdo ni perezoso, intercambi� puestos coloc�ndose el disfraz y subi� a disfrutar del cuerpo de aquella mujer en todas las maneras posibles.
A la ma�ana siguiente los invitados hab�an partido, las sirvientas limpiaban y barr�an el desorden, y la anfitriona que, hasta entonces hab�a estado sonriente y de buen humor por razones evidentes, descubr�a a su marido atado en el closet, su b�veda saqueada y la verdad sobre lo acontecido la noche anterior.

Sobra decir que aquella pareja no resisti� mucho tiempo casada. El v�nculo cuasi-empresarial que hab�a generado el matrimonio no tuvo suficiente bagaje sentimental para la supervivencia de aquel escollo y el divorcio fue la conclusi�n necesaria.
Olvid� mencionar anteriormente que la susodicha pareja hab�a engendrado un fruto de su codicia; una ni�a llamada Mildred. Contaba dos a�os cuando aconteci� el incidente del mono y dados los ef�meros �mpetus maternales de su madre, pas� a la custodia de su padre. Aquel adinerado millonario no tardar�a demasiado en encontrar una nueva esposa �bella y joven, como era habitual� quien tambi�n ten�a un hijo de un matrimonio anterior.
La animadversi�n que se promulgaron mutuamente los dos muchachos era feroz. Al llegar a la adolescencia esta se exacerb� y terminaron peleando ante las m�s m�nimas situaciones. Todo el d�a pasaba la ociosa pareja de hermanastros en perenne pie de lucha, sumidos en un odio rec�proco y un conflicto interminable�
En cierta ocasi�n, mientras sus padres no estaban presentes �como era usual� se pelearon por el control remoto.
��Puta!
��Marica!
��Zorra!
��Imb�cil!
��Perra barata!
��Comemierda!
Esos y m�s improperios se gritaban al tiempo que se revolcaban por entre los sillones y la alfombra de la sala� hasta que entre ambos surgi� una sensaci�n candorosa que de pronto, no era c�lera, pero se sent�a similar.
Mildred perdi� la contienda y termin� boca arriba con su hermano encima sosteni�ndole los brazos, y sintiendo entre sus piernas un bulto grueso y tenso. Su hermanastro, por otro lado, al restregar ese bulto sobre aquella virginal entrepierna, sent�a un placer tremendo.
Solt� los brazos de su hermanastra y se sumieron vorazmente en una sesi�n de apasionados besos, abrazos, manoseos, chupetazos y ropa desgarrada. Pronto, sus cuerpos desnudos se entremezclaron de sangre y sudor y se gozaron simult�neamente. Los pechos rebosantes y hasta entonces intocados de Mildred conocieron los labios rijosos de su hermanastro, y su himen se esfum� en medio de un estallido de pulsi�n lasciva.
Conscientes de que deb�an guardar secreto de su idilio, lo mantuvieron como un sepulcral secreto y mantuvieron su habituada hostilidad mutua como una m�scara ante sus padres. Insult�ndose bilateralmente en presencia de ellos mientras viajaban en el veh�culo � se sentaban a la mesa, aunque por dentro estuvieran deseando devorarse como hac�an cada vez que estaban solos, lo que era frecuente.
Sus padres no sospechaban nada. Ni siquiera cuando Mildred le proporcionaba sexo oral a su hermanastro mientras desayunaba. Simplemente pensaban que el muchacho estaba enfermo ya que sudaba y temblaba y ten�a un comportamiento extra�o, y mientras la madre le tocaba la frente para corroborar sus sospechas de fiebre, su padre llamaba a gritos a Mildred quien, seg�n asum�a, estaba todav�a bien dormida en su cuarto, y el joven eyaculaba con un alivio reflejado en su rostro.

Incluso en alguna ocasi�n su padre lleg� sorpresivamente temprano de la oficina. La pareja de hermanastros se encontraba sumida en las pasiones carnales en el cuarto de �l, as� que la joven no tuvo m�s opci�n que fundirse entre las s�banas ocultando su rostro, aunque sus piernas y trasero quedaran al descubierto.
��Uy! �dijo aquel incauto padre de familia abriendo la puerta de la rec�mara de su hijastro� disculpa, no sab�a que ten�as compa��a. �Qui�n es?
�Eh� una muchacha que ligue en el colegio. Est� dormida.
��Bien! �dijo mostr�ndole el pulgar� �te felicito! S�lo quer�a decirte que tu madre y yo estamos preocupados por las constantes peleas de ustedes dos. Creemos que ya es hora de que se lleven bien.
�Descuida �contest� ya estoy empezando a disfrutar de mi hermana� es decir� de la compa��a de mi hermana.
�Excelente. Espero que mejoren sus relaciones.
�Han mejorado mucho �ltimamente. Estamos tratando cosas nuevas.
�Bien, me alegra o�r eso. Te dejo con tu ligue. Por cierto, �que buen culo tiene! �y dicho esto, cerr� la puerta y se fue pensando en aquel atractivo trasero sin saber que era el de su hija.

Quiz�s aquel secreto se abr�a mantenido secreto por siempre guardado en los anales de la lujuria, de no ser por un evento inesperado. Mientras se sum�an en la fornicaci�n m�s desenfrenada en el ba�o ubicado en la rec�mara de sus padres, �stos llegaron de sorpresa y los interrumpieron. La joven pareja, sorprendida, se acall� de inmediato conforme sus padres comenzaban a quitarse la ropa, extra�an de un ba�l bajo la cama una serie de ropajes de l�tex con guantes y m�scaras, algunas cadenas, l�tigos, fustas y un azote, sumergi�ndose en los rincones rec�nditos del sadomasoquismo.
��Cerdo! �Cerdo! �Cerdo! �gritaba la experimentada dominatriz cuando azotaba a su esposo, mientras Mildred y su hermanastro se cubr�an los o�dos.
El gran problema se dio cuando la pareja se tom� un receso y el padre fue a orinar al ba�o. Los dos adolescentes se escondieron tras la cortina, a�n desnudos, mientras el hombre canturreaba feliz. Para complicar m�s la situaci�n, al ba�o entr� la madre deseosa de algo de sexo tradicional y, colocando los brazos sobre la pared, se prepar� para ser penetrada por su excitado marido.
Mildred y su hermanastro, con muecas de incomodidad en los semblantes, intentaban sobrellevar aquella situaci�n apremiante sin hacer ruido. Pero sus esfuerzos fueron vanos cuando, en medio del acto, los padres perdieron el equilibrio y tropezaron con sus propias piernas cayendo de lado, llev�ndose consigo la cortina de ba�o y colapsando desnudos sobre sus hijos, tambi�n desnudos.

Sobra decir que el evento destruy�, por segunda vez, el matrimonio del padre de Mildred y da�� irreparablemente la relaci�n con su padre. Mildred sigui� con su vida y a los 19 a�os se cas� con sujeto diez a�os mayor llamado Manuel, adinerado como era l�gico, y que le pagaba sus estudios de nutrici�n en la universidad. A Mildred no le faltaban pretendientes gracias a su belleza natural heredada de su madre, pero talvez no escogi� bien.
Manuel era un hombre muy mujeriego. Su esposa sol�a irse antes que �l pues entraba temprano a la Universidad, as� que aprovechaba y ten�a sexo con la guapa sirvienta de cuerpo perfecto �que hab�a contratado precisamente por sus atributos perfectos� antes del desayuno. Disfrutaba de su hermosa secretaria en su oficina durante el almuerzo, y luego regresaba a tener sexo con su joven y atractiva esposa para la cena. Naturalmente, gastaba mucho dinero en viagra.
Todos los d�as, con una sonrisa p�cara de auto-complicidad en el espejo, Manuel se afeitaba y se preparaba para la larga faena diaria; sirvienta, secretaria y esposa, e incluso pensaba ya en buscarse una amante para el caf� de la tarde.
Mildred, con todo y su belleza f�sica, nunca resalt� por su brillantez intelectual. Para su escueta capacidad cerebral pasaba inadvertida la patol�gica infidelidad de su marido y viv�a feliz. Pero ni siquiera ella ser�a tan tonta de no sospechar que algo malo suced�a cuando encontr� a su marido en la cama con la sirvienta... y la secretaria.
Impulsada por la ira y deseosa de venganza, Mildred decidi� tomar cartas en el asunto y alert� de los andares sexuales de su marido al extranjero robusto y curtido por el trabajo duro que era el padre de la sirvienta, y al musculoso novio de la secretaria a quienes, adem�s, les suministr� las llaves de la casa.
�Pobre Manuel! Termin� hecho papilla por los dos furiosos neandertales y sus quejidos resonaron por toda la mansi�n, pero Mildred se re�a en el entretanto su esposo ad�ltero recib�a la golpiza de su vida.
El infortunado sujeto termin� todo vendado de pies a cabeza, con un brazo y una pierna enyesados y el rostro desfigurado recubierto por gasa. Parec�a una momia.
Con todo y todo, Mildred lo visitaba al hospital todos los d�as. �l nunca le habl� �aunque era dif�cil porque no ten�a dientes� y ella pens� que estaba enojado. A sabiendas de que ten�a una p�sima relaci�n con sus padres y que perder un dandy que la mantuviera como aquel empresario ser�a fatal para su estilo de vida, decidi� contentarlo y entro furtivamente al centro m�dico, se adentr� al cuarto de su marido que, debido a su buena posici�n econ�mica era s�lo para �l, y cerr� la puerta para impedirle la entrada a alguna inoportuna enfermera.
�Hola, mi amor �dijo desnudando su atractivo cuerpo� he venido a pedirte perd�n por lo que hice. Quiero que sepas que te quiero mucho y voy a darte un regalito para que me recuerdes aqu� en el hospi.
El hombre en la cama la mir� con ojos sorprendidos, aunque luego se quedaron blancos cuando aquella mujer extrajo su pene de entre las vendas y comenz� a chuparlo.
Cuando el m�dico intent� entrar �top�ndose con la puerta cerrada� ya Mildred hab�a terminado. Se limpio los vestigios de semen de los labios y trag� grueso, luego abri� la puerta y salud� al m�dico.
�Hola, do�a Mildred �le dijo� �vino a ver a su esposo?
�S� �respondi� ella contenta y observando al hombre en la cama que sonre�a feliz.
�Disculpe que no le avisara.
��Qu�?
�Trasladamos a su esposo al tercer piso, en espera de la cirug�a pl�stica reconstructiva.
���QUE!?
�S�. �Pasa algo malo?
���Y quien es �l!? �pregunt� se�alando al sujeto cuyo pene reci�n hab�a chupado.
�Un paciente con heridas similares a las de su marido. Esta es el �rea de pacientes con quebraduras �sabe?


En todo caso, Manuel no quiso saber nada de Mildred, m�xime despu�s de seducir a una doctora con la que se cas� luego de divorciarse de Mildred, aunque le dio vuelta con la enfermera, pero en fin...
Casi sin dinero y sin esposo, Mildred se dedic� a la fiesta y al jolgorio. Ruidosos bailes electr�nicos en discotecas de luces iridiscentes, licor, promiscuidad, besos a hombres y a mujeres, y una que otra tableta de �xtasis que la sumerg�an en una dimensi�n psicod�lica.
Vibrando �al menos en su mente� a la velocidad de la luz, perd�a consciencia de si misma y de sus acciones y se entregaba bastamente a bajas pasiones, y las de quien estuviera cerca. Despertaba rodeada de mujeres bonitas � gordas, hombres nacionales � extranjeros �m�s de un japon�s� desnudos � con trajes fetichistas, con dos hombres, dos mujeres, un hombre y una mujer, cuatro, cinco, seis, quien sabe cuantas combinaciones, sabores extra�os en la boca, magulladuras misteriosas en partes del cuerpo donde no deber�a estar dolida y, al menos en una ocasi�n, junto a un hombre y su chimpanc� amaestrado.
Fue as� como conoci� a Javier.
Como usualmente nunca recordaba lo que hac�a en aquellas decadentes noches de droga y sexo, no sab�a en principio quien era �l, aunque era un tipo guapo y atractivo. La org�a del d�a anterior debe haber sido memorable a juzgar por la gran cantidad de hombres y mujeres que la rodeaban. Despert� con una chica oriental a la par, un negro al lado y un enano a los pies, y sobre la alfombra hab�a un gordo y dos chicas m�s, bonitas tambi�n. Preparando su desayuno estaba Javier, fornido, carism�tico, con una sonrisa displicente que engatusaba con facilidad a las mujeres.
La invit� a comer y le dio jugo de naranja. Pronto se hicieron amigos, y luego amantes. Pero Javier era un zorro. Sab�a bien como enga�ar y estafar y viv�a de eso. As� que le comparti� a Mildred su plan m�s ambicioso.

Lo que iban a hacer era un fraude electr�nico. Javier era experto en inform�tica y se hab�a convertido en un hacker precisamente debido a su ambici�n. Todo lo que ten�a que hacer era introducirse al sistema inform�tico del banco y transferir millonadas de dinero a sus cuentas personales en Suiza. �El plan perfecto! El problema era que ten�a que llegar a las computadoras de la central, y para eso, alguien deb�a distraer al encargado.
A toda hora hab�a alg�n ingeniero custodiando los computadores centrales en un eterno monitoreo ya que, cualquier problema en el funcionamiento sistem�tico, podr�a costar sumas incalculables. Usualmente estos ingenieros en inform�tica eran sujetos p�lidos, debiluchos, de gruesos anteojos. El de las horas de madrugada era, adem�s, obscenamente gordo.
Pasaba las noches y los fines de semana enclaustrado entre m�quinas entreteni�ndose con sus juegos on line � leyendo comics y libros de ciencia-ficci�n. Aunque hubiera estado fuera del trabajo, muy probablemente sus actividades no hubieran variado. Por eso se sorprendi� tanto cuando la hermosa mujer llamada Mildred y que, desde hace dos semanas trabajaba como repartidora de correspondencia, entraba a su l�nguida oficina.
Mildred lleg� seductoramente, recost�ndose en el marco de la puerta. Con su minifalda m�s arriba de lo usual y la camisa bien desabotonada. Casi no cruz� palabra con aquel nerd que cre�a que estaba viendo visiones, y pronto se le subi� encima sent�ndose a horcajadas en su silla giratoria. Le bes� la boca, el cuello y la calva cabeza rapada mientras miraba el reloj.
Para el inform�tico esa era su noche de suerte, pero para Mildred era un simple trabajo. Deb�a distraer al sujeto por quince minutos, tiempo suficiente para que Javier entrara furtivamente al sistema e hiciera las transferencias. En cuanto estuviera listo la llamar�a al celular. De no llamarla era porque a�n no lo lograba.
Pero los quince minutos pasaron, se convirtieron en media hora y luego en cuarenta y cinco minutos. Aquel nerd comenzar�a a sospechar si ella segu�a poni�ndole excusas picarescas, as� que tuvo que encogerse de hombros y quitarse la ropa, para sumirse en una noche de sexo.
Pasaron las horas, hasta la madrugada, y finalmente recibi� la llamada tan anhelada de Javier, aunque ya hac�a rato que su afortunado amante estaba dormido y embriago por la carnalidad y ella, desnuda, con el tipo encima roncando y babe�ndole el pecho como si fuera una almohada.
�Disculpa, me retras� porque tuve algunos imprevistos �explic� pero todo fue un �xito. Bueno, casi todo, luego te explico.

Aquel �luego te explico� eran malas noticias para Mildred. Las c�maras de seguridad hab�an pillado las im�genes de ella entrando a tener sexo con el ingeniero y de Javier en su subrepticio ingreso a hackear los ordenadores. Ahora deb�an ir donde el jefe de seguridad y ofrecerle una buena tajada a cambio de su silencio y la destrucci�n de los videos.
�Quiero el 50% y una noche de sexo con la chica �dijo cruzado de brazos en el asiento de su oficina.
�15% y la puede ver desnuda �negoci� Javier.
�45% y una noche de sexo.
�20% y la puede tocar.
�25% y una noche de sexo.
�30% y sexo oral.
�35% y una noche de sexo y no bajar� m�s.
�Trato hecho.
Estrecharon las manos y Mildred tuvo que cumplir su parte del pacto en la casa del jefe de seguridad. Cuando terminaron, y dentro de la ba�era, el tipo le dijo:
�Ah, por cierto, lo olvid�, el video de tu novio Javier s�lo lo vi yo, puedo destruirlo sin problemas, pero el tuyo lo repartimos entre todos los guardias de seguridad. Te sugiero que, si no quieres terminar en prisi�n, los convenzas a ellos de su silencio tambi�n.
��Ah, maldita sea! �rabi� Mildred.
No ten�a dinero �ya que las cuentas suizas estaban a nombre de Javier� por lo que su �nica esperanza era convencerlos mediante su anatom�a. Los guardias, entusiastas como no pod�a ser de otra forma, aceptaron frot�ndose las manos jurando y perjurando que no dir�an nada a nadie a cambio de sexo, y Mildred tuvo que abrirse de piernas y ponerse de rodillas dentro de la bodega, atendiendo uno por uno al turno de la noche mientras los dichosos sujetos hac�an fila.
Cuando lleg� la ma�ana, cansada y sudorosa, pens� ��por fin!�
�Tambi�n le pasamos el video al turno del d�a �le dijo el supervisor d�ndole una palmaditas en la nalga como dici�ndole: �A�n no termina�.

De todas maneras no vali� nada. El video hab�a sido subido a youtube y la gerencia general junto a la polic�a lo vio. Incluso fue presentado en las salas de juicio para humillaci�n de Mildred como argumento de la fiscal�a para pedir prisi�n preventiva. Los jueces �limpi�ndose el sudor de la frente por aquellas im�genes er�ticas� aceptaron y la sentenciaron a seis meses.
Javier la convenci� de no decir nada, pues no ten�an evidencias suficientes para condenarla, y que tras los seis meses podr�a vivir como una reina. Esto se lo dec�a mientras ten�a sexo con ella en las visitas conyugales, ya que Javier era el novio formal de Mildred �bueno, aunque dentro de la c�rcel ten�a otra novia formal a la que apodaban la Cortadedos, porque gustaba de amputarle los dedos con todo y anillo a los que asaltaba.
�Pero Javier, �y el dinero?
�No puedo usarlo, mi amor, porque ser�a sospechoso si me ven gastando plata a lo loco. Ten paciencia. Ahora c�llate porque no me puedo concentrar.
��Seguro que no puedes gastar ni un centavo?
�Nada, nada, amor. En absoluto. Estoy viviendo como un indigente. Te lo juro.
��Y como voy a pagarle a mi abogado?
Algunos d�as despu�s sostendr�a Mildred la misma conversaci�n, pero estaba vez tendr�a a su abogado encima en lugar de tener a Javier.
��Est� seguro que el caso es d�bil?
�Por supuesto �dec�a el leguleyo con el rostro enrojecido mientras copulaba con su clienta� estoy seguro que saldr�s libre tras los seis meses. Ahora c�llate, que no me puedo concentrar.

Las profec�as del abogado no resultaron ciertas y la fiscal�a logr� recetarle otros seis meses de prisi�n preventiva. Hablaba con su novio Javier por tel�fono porque ya casi nunca la visitaba y en ocasiones escuchaba m�sica y voces femeninas, pero �l le aseguraba que era la televisi�n.
�Te amo, Javier y te extra�o mucho �le dec�a con voz quebradiza.
�Si, s�, chao, debo irme, adi�s� �dijo pero antes de colgar el tel�fono a Mildred le pareci� escuchar donde dec�a�: �Te dije que te la sacar�s de la boca? �No, verdad? sigue�
En realidad no hab�a mucho que descifrar. Cuando Mildred sali� libre porque, en efecto, las pruebas en su contra eran insuficientes, descubri� mediante aquel calentur�n abogado que su querido Javier hab�a estado muy ocupado comprando yates, viajando en jet privado y dilapidando una fortuna. Mientras ella recib�a ex�menes ginecol�gicos improvisados en su celda, �l se acostaba con supermodelos. Mientras �l compraba limusinas y barcos, ella se peleaba por el �ltimo resto de jab�n. Mientras �l dorm�a en hoteles de lujo con dos mujeres esculturales, ella compart�a un colch�n manchado con una marimacha.


Reci�n salida de prisi�n, Mildred se encontr� desheredada por su familia y sin nadie a quien recurrir. Termin� trabajando en un chinchorro de mala muerte frecuentado por maleantes y donde las saloneras vest�an escotados trajes y exiguas minifaldas. Un r�tulo, supuestamente de broma, colgado en la pared dec�a �Nada dice mejor GRACIAS a nuestras meseras que una nalgada�. Broma � no, casi todos se lo tomaban en serio. Adem�s, la escotada blusa conten�a una leyenda que dec�a: �Dejar propinas aqu� que, de nuevo, a Mildred no le hac�a ninguna gracia.
A pesar de todo esto, Mildred logr� ganarse el aprecio del due�o del bar, un enano que atend�a la barra, y tambi�n obtuvo buenas amistades entre los clientes de mala cala�a. Tan es as�, que comenz� a participar de los torneos de p�quer. Claro, aquello era cosa seria.
Generalmente, los �ltimos jugadores eran; Brutus, como apodaban a un rudo y tosco pandillero biker de pelo largo, barba y muchos tatuajes; Gonzalo, un mafioso y narcotraficante mucho m�s refinado y elegante pero mortal como un perro rabioso; Jean Paul, un negro de dos metros y l�der de la mafia dominicana; y el Chuma, un simple asaltante y robacarros.
Sobre la mesa de p�quer, adem�s de las cartas, hab�a tragos de licor servidos por el anfitri�n enano, algo de coca�na, unas cuchillas, un rev�lver y el dinero apostado. Los cinco jugadores �los criminales antes descritos y Mildred� continuaban sus apuestas ante la vista expectante de sus compinches y putas. S�lo Mildred estaba sola, ataviada con la ropa tan provocativa que vest�a y cada vez que se agachaba a recoger las cartas mostraba mucho con su pronunciado escote.
Pronto, el dinero se le acab�, as� que no quer�an dejarla apostar m�s.
��Qu� les parece esto? Si gano, me llevo todo. Y si pierdo, el que gane podr� jugar con mi cuerpo toda la noche.
A todos les pareci� buena idea, y comenzaron las apuestas.
Tras los usuales procesos preliminares, lleg� el momento clave en que cada jugador mostraba las cartas. El humilde robacarros Chuma maldijo en su lengua vern�cula tirando las cartas a la mesa y retir�ndose, pues ten�a una mano p�sima. Don Gonzalo ten�a p�quer, pero le gan� r�pidamente Jean Paul con un rep�quer como se lo hizo ver. Complacido con su mano intent� recoger las fichas y billetes y ya saboreaba a la mujer, cuando Brutus le detuvo el brazo.
�No tan r�pido �dijo mostrando sus cartas� escalera de color.
��Maldita sea! �bram� el dominicano, y Brutus sonri�.
�Alto �adujo Mildred que estaba muy calladita hace rato� tengo flor imperial.
Todos los comensales tiraron sus cartas sobre la mesa. Aquella mujer los hab�a trasquilado, y complacida arrastr� su fortuna hacia si misma.
��Un momento! �dijo el dominicano que era muy observador, y le tom� el antebrazo para apartarla de la mesa, luego le meti� la mano por el escote y de �l extrajo un fajo de cartas. ��Con que s�! �Ah jueputa m�s ma�osa!
��Trampas! �dijo furioso Brutus levant�ndose. �Ahora si, perra hija de puta, me las vas a pagar�
�Tranquilo, tranquilo, Brutus �calm� Gonzalo� mejor cobr�mosle lo que apost�, ya que es obvio que gan� por trampas.
Mildred palideci� al escuchar esto, pero al resto le parec�a buena idea. Sin embargo, nadie quer�a ser el segund�n, as� que decidieron apostar y el que ganar� la tendr�a para si solo. Hubo una nueva mano en que apostaron el cuerpo de Mildred, dos continuaron con su mala suerte, el dominicano tuvo full, pero fue vencido por el p�quer de Gonzalo y, nuevamente, por la flor de color de Brutus. El biker ten�a suerte esa noche.
Sin mayor tr�mite meti� a Mildred en el cuarto de atr�s, donde viv�a el due�o y ten�a una cama muy c�moda y una habitaci�n espaciosa, y la lanz� sobre la cama preparado para violarla. Por suerte para ella, mientras aquel biker estaba encima suyo quit�ndole la ropa, recibi� un semerendo golpazo en la cabeza con un taco de la mesa de pool.
El inconsciente tipo fue empujado por Mildred hacia un lado y tirado sobre el suelo como un costal. Su salvador hab�a sido el enano, de nombre Francisco, que estaba enamorado de ella desde hace tiempo y no quer�a que la violaran.
Mildred sonri� y le agradeci� de la mejor manera que sab�a. Huelga decir que a partir de ese d�a, se hicieron amantes.

Era probable que, a juzgar por las ex parejas de Mildred, aquel enano era por mucho el m�s noble, leal y el que m�s la quer�a. Pero era relativamente pobre, pues aunque ten�a su propio negocio, no le sobraba la plata. La ambici�n de Mildred pudo m�s y, cuando se enter� que un viejo t�o abuelo suyo multimillonario, estaba al borde de la muerte, corri� a toda prisa a su mansi�n.
Como buitres olfateando aquello se apersonaron muchos de sus familiares, algunos de los cuales no hab�a visto en muchos a�os, como su madre. Aquella mujer era ahora de edad madura pero segu�a siendo muy guapa. Tambi�n se reencontr� con algunos primos y t�os odiosos, todos irritantes individuos de alta sociedad, petulantes e intrigosos. Su madre la trat� con el mismo desprecio de siempre, casi impoluto desde que ella se desentendi� de su crianza, y mostr� mucho m�s afecto �fingido, por supuesto� al ver bajar al anciano t�o Efra�n en silla de ruedas empujado por una guap�sima enfermera.
El t�o Efra�n era un viejo verde. Acept� los acercamientos hip�critas de su sobrina con ardor de anciano, y sus manos lejos de abrazarla pos�ndose en su espalda, se ubicaban muy convenientemente en sus gl�teos. En todo caso, la sobrina se lo permit�a. Lo mismo le sucedi� a Mildred, su sobrina nieta, y a todas las mujeres bonitas que se aproximaron a saludar al viejo. En cambio, la t�a Berta, gorda como un hipop�tamo, no tuvo ese problema.
Durante la l�nguida cena, el viejo hablaba por entre el respirador que le llevaba ox�geno a sus pulmones, aunque esto no evitaba su frecuente y desagradable tos flem�tica, tan inoportuna a la hora de comer. El anciano sab�a que aquellos carro�eros estaban all� s�lo esperando su muerte y asirse de la herencia, pero �qu� m�s se pod�a esperar?
Y as� soport� Mildred aquellas interminables horas de tertulia con sus serpentinos familiares. La mano de su t�o abuelo en el muslo durante la cena y las muecas despectivas que le hac�a su madre a cada rato.
Incapaz de seguir esperando que la Parca se llevara a aquel viejo degenerado, camin� durante la madrugada por entre los l�bregos pasillos y abri� la puerta donde dorm�a su t�o, acerc�ndosele en las sombras.
�Ahora s�, t�o �le dijo destap�ndolo de las cobijas y sac�ndole el pene por entre la ropa� me asegurar� que esa herencia sea m�a. Recu�rdelo, mi nombre es Mildred. MILDRED �reiter�. El anciano boque� como extasiado y pronto sus pupilas se perdieron entre los p�rpados.
El anciano fue encontrado muerto a la ma�ana siguiente, pero con una gran sonrisa en su rostro que el paso del tiempo y los estilistas de la morgue no lograron disimular, y de hecho fue velado y enterrado con ella. Antes de morir fue capaz de garabatear su firma en un papel legando todo a su sobrina nieta Mildred, provocando la ira de su madre, el que sus decepcionados familiares comenzaran, ergo, a tratarla como una reina, y el que la enfermera se desmayara.

Pero los infortunios de Mildred distaban de terminar.
La polic�a hab�a encontrado rastros de una sustancia t�xica en el cuerpo del anciano magnate, que hab�a sido suministrada por a la sangre. Las sospechas recayeron naturalmente en ella, especialmente por su pasado penitenciario, y pronto tuvo a la polic�a tras de ella.
El tiempo que pas� en prisi�n compartiendo colchones con pedreras lujuriosas le hab�a indispuesto demasiado para regresar all� y prefiri� escapar y cruzar la frontera. Pero, con su herencia congelada y sin un centavo, no ten�a muchos recursos. Lleg� donde Chuma quien ten�a una guarida que ella conoc�a bien, y donde resguardaba los veh�culos robados que desarmaba para vender � rearmar. Adem�s, era un taller clandestino donde reparaban carros.
Por m�s que le suplic� y le suplic� que le fiara un carro y que se lo pagar�a en cuanto pudiera, Chuma no acept�, y Mildred (como bien sab�a que iba a suceder) se quit� la ropa y se acost� en el asiento trasero. Chuma acept� el trato y le regal� un vejestorio de carcacha que no val�a ni medio centavo, pero que al menos le servir�a para escapar.
O eso pens�.
El destartalado veh�culo feneci� en medio de la carretera bajo el ardiente sol de la frontera, y con la polic�a pis�ndole los talones. Mildred maldijo y pate� el auto como si con ello pateara al maldito robacarros que la estaf�, y se dirigi� a pie a la m�s cercana gasolinera.
Empapada en sudor �lo que la hac�a ver sexy� lleg� hasta la estaci�n de servicio donde un viejo sal�a del ba�o. Al observar una patrulla policial cercana agarr� al anciano de la solapas y le estamp� un beso, luego lo meti� al ba�o �que hed�a asquerosamente� pero era mejor eso que ir a prisi�n.
De todas maneras hab�a sido una falsa alarma. Los patrulleros pasaron a surtirse de donas y emprendieron de regreso su camino. De todas maneras Mildred no lo sab�a y sali� del ba�o dejando dentro a un anciano sonriente y complacido, que no pod�a creer su suerte.
Mildred lleg� hasta el aparador del minis�per contiguo a la gasolinera donde un sujeto de barba y cabello largo y graso revisaba aburrido una revista y atend�a al p�blico que llegaba a abastecerse de chucher�as. Su intenci�n era seducir a aquel tipo con su apariencia y conmoverle el coraz�n con alg�n cuento tr�gico para que le diera dinero, pero luego observ� un autom�vil negro del poder judicial parqueando al frente del local, as� que, con mirada desorbitada, le pidi� al tipo que la ayudara a ocultarse. El sujeto la dej� pasarse al otro lado del aparador.
Al lugar entr� una pareja de detectives, elegantemente vestidos, preguntando por ella y mostr�ndole la foto al dependiente. Este fingi� no haberla visto, pero los investigadores no se fueron, sino que se internaron en el lugar a conseguir algunos abarrotes.
��Te est� buscando la polic�a? �susurr� aquel hombre con Mildred entre sus piernas, ella asinti�. El tipo comprendi� que ella no pod�a hacer ruido pues, de descubrirla, la arrestar�an as� que se abri� la jareta del pantal�n y se sac� el miembro. Mildred comprend�a bien sus intenciones �as� como la misma paradoja� y decidi� complacerlo.
Pero, para su desgracia, los dos investigadores no se iban. Permanec�an all� conversando insistentemente con aquel tipo a�n cuando ella deseaba que se fueran. Finalmente, el sujeto eyacul� y ella escuch� una voz de polic�a que le dijo:
��Sabes que hay un espejo detr�s del mostrador, verdad?

As� fue como arrestaron a Mildred, pero s�bitamente se suscit� una emergencia que distrajo la atenci�n de los investigadores judiciales. Les notificaron por radio que requer�an su presencia de inmediato para evitar un asalto violento, as� que llevaron a Mildred al ba�o y la esposaron a las rejas de la ventana, saliendo del lugar apresuradamente.
Mildred estaba all�, sentada y aburrida sobre el excusado, pensando en su mala suerte, cuando la puerta del ba�o se abri� y entr� el dependiente con rostro lujurioso.
��Qu� me va a hacer? �pregunt� temerosa� �No se le ocurra tocarme! Los polic�as volver�n pronto�
�Ya s�. Por eso vine. Me dejaron la llave �dijo mostr�ndole una peque�a llavecita en su mano derecha� puedo liberarla para que se escape, si quiere.
�S�, por favor�
�Pero�
Mildred mir� hacia el techo.
��Uy! �Est� bien! �dijo volvi�ndole la espalda y baj�ndose los pantalones. El tipo se frot� las manos contento e hizo lo suyo.
��Me va dar las llaves ya? �pregunt� despu�s del tercer � cuarto polvo� los polic�as regresar�n en cualquier momento.
��Llaves? �se dijo aquel sujeto� �Cu�les llaves? �Ah, s�! No, amor �adujo alej�ndose de su alcance, por previsi�n� estas llaves son de la bodega. �En verdad pensaste que esos tipos le dejar�an las llaves de las esposas a un civil? �Que tonta sos!
��Uysh! �Hijueputa! �Te voy a matar! �exclam� ella tratando de agarrarlo con su mano libre, pero el tipo esquiv� y se alej�, cerrando la puerta tras de s�.

De todas maneras, con � sin llaves, de nada hubiera servido. Cuando la polic�a regres� le informaron a Mildred que las evidencias hab�an demostrado la culpabilidad de la enfermera quien le hab�a suministrado el veneno por mucho tiempo. Seg�n dijo en la sala de interrogatorios �Me acost� con ese viejo verde por a�os, y una puta advenediza me rob� el mandado�.
Mildred era libre y ahora s� podr�a reclamar su herencia. �Qu� deb�a hacer? �A quien deb�a de buscar? La opci�n m�s l�gica era aquel simp�tico enano llamado Francisco, �nico hombre que nunca la hab�a traicionado ni se hab�a aprovechado de ella.
�Lo hizo?
Pues no. Aunque pareciera mentira, Mildred regres� con Javier, que tambi�n disfrutaba de una c�moda vida gracias a aquel desfalco que hizo y del que nunca se enter� la polic�a. La fortuna de ambos les permit�a vivir como reyes, pero Mildred segu�a visitando a Francisco en su bar, e incluso le dio raudas cantidades de dinero para que lo remodelara, llegando a convertirse en uno de los m�s solicitados y elegantes locales del jet-set nacional. Esto permiti� a Francisco tener una posici�n econ�mica nada desde�able y pertenecer, con ciertas limitantes, al c�rculo social de Mildred y Javier. Es por esto que, cuando Mildred tuvo su primer hijo tras dos a�os de casada y fue llevada a una cl�nica privada costos�sima, nadie se sorprendi� cuando el m�dico se aproxim� a Javier y le dijo:
�Lamento informarle, se�or, que su beb� tiene un padecimiento. Sufre de�enanismo.
No cab�a duda, entonces, quien era el verdadero padre de la criatura. Javier sencillamente rechin� los dientes y grit�:
��Hijueputa enano!



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Relato: LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE MILDRED
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