Relato: El lanchero



Relato: El lanchero

Como ya les relat� en anterior historia ("El Hijo del
jardinero"), el mal momento por el que atraviesa mi matrimonio, hizo que en un
momento de lujuria, me entregara a Armando, el hijo de mi jardinero, quien
adem�s de hacerme sentir el placer que ya cre�a haber perdido, me llev� al
�xtasis y reaviv� mi gusto por los hombres negros (odio el t�rmino: "hombres de
color").


La situaci�n con mi esposo no ha cambiado. A veces llego a pensar que �l tiene
una amante, pero aun no logro confirmarlo. Pero me entristece decirles, que eso
poco ya me importa.


Ante mi situaci�n quise alejarme una corta temporada de mi hogar, buscando con
ello aclarar mis ideas y pensar si realmente justificaba llevar una vida as�.



Quer�a tomar nuevos aires y decidir acerca de mi futuro. Hac�a ya muchos d�as
que no ve�a a Armando, mi amante genial, a quien le debo los m�s espectaculares
orgasmos que haya tenido en mi vida. La creciente sospecha que ya comenzaba a
crear en mi esposo, hab�an hecho que disminuyera mis viajes a la hacienda donde,
cuando viajaba sola, pod�a entregarme en cuerpo y alma a aquel hombre de �bano
que tanta pasi�n despierta en m�.


Con la idea de alejarme un tiempo, decid� viajar a la zona costera de mi pa�s.
Para ello le ped� a una vieja amiga y compa�era de estudios, que me secundara en
mi plan. Quer�a hacer el viaje sola, pero de hab�rselo expuesto as� a mi esposo,
estoy segura que no me hubiera permitido hacerlo o, algo peor, se ofrecer�a a
acompa�arme. Para ello le expliqu� que mi amiga me hab�a invitado, junto a otras
antiguas compa�eras, a una caba�a que su esposo ten�a cerca de un poblado de
pescadores, y que la intenci�n de nuestro viaje era el de recordar nuestras
experiencias escolares y revivir viejos momentos de nuestra adolescencia. Para
mi fortuna, mi esposo accedi� f�cilmente luego de consultar con mi amiga sobre
el viaje.


Como parte del plan, mi amiga pas� a recogerme en su coche el d�a se�alado de mi
viaje. Me llev� al aeropuerto y me indic� como llegar a la caba�a. Me explic�
que era un sitio ideal para mis planes de estar alejada, pues para llegar a �l
se requer�a del desplazamiento en un transporte mar�timo, ya que quedaba
distante 2 horas del puerto m�s pr�ximo habitado. Mis ideas de aislamiento
temporal del mundo circundante tomaron forma desde el momento mismo que despeg�
el avi�n con destino a mi peque�a libertad.


Al arribar al poblado, el calor que hac�a en ese sitio aviv� en m� la ilusi�n de
poder disfrutar de mi soledad. La alegr�a que irradiaban los lugare�os impregn�
mi esp�ritu de nuevos aires y de nuevas ilusiones. El peque�o poblado, habitado
en su mayor�a por personas de raza negra, hizo que extra�ara inmediatamente a mi
Armando.


Dediqu� parte de la ma�ana a comprar elementos de aseo y v�veres, teniendo en
cuenta que mi amiga me advirti� que la caba�a quedaba alejada de cualquier
poblado habitado y me recalc� que deb�a abastecerme ya que en ella no hab�a
nadie que pudiera ayudarme. Mi paso por las calles empedradas de la localidad,
causaba sorpresa entre los hombres del peque�o poblado, pues aunque sin
propon�rmelo, estaba vestida provocativamente. Me explic� tambi�n, que deb�a
dirigirme al puerto y contratar all� una peque�a embarcaci�n que me llevara a mi
destino. Con mucha ilusi�n llegu� a ese sitio y pregunt� a varias personas sobre
quien podr�a llevarme al lugar indicado por mi amiga. Me dijeron que por el
momento no hab�a ning�n personal disponible y que deb�a esperar un poco mientras
regresaba alguno de los lancheros que hab�an partido en la ma�ana a realizar
alg�n viaje con mercader�as a algunas de las poblaciones cercanas.



Me sent� en un peque�o establecimiento que a esa hora estaba abierto al p�blico
y ped� un refresco mientras ojeaba uno de los libros que hab�a llevado para
disfrutar mi soledad.


Al pasar casi una hora, un chico se me acerc� para indicarme que ya hab�a
llegado uno de los lancheros y que estaba esper�ndome en el muelle para zarpar.



Recog� mis maletas y le ped� al peque�o que me ayudara con las otras cosas. Al
llegar, abord� inmediatamente el bote a pesar de no estar el lanchero aun en el
bote, por temor a que otra persona se me adelantara y me tuviera que quedar
esperando otro buen rato.


Siempre he sentido temor al viajar en esta clase de transporte, por eso el
movimiento de las olas que mec�an la embarcaci�n, a�ad�an un elemento m�s de
novedad a este viaje.


Me concentr� a observar la hermosa tarde y el reflejo de los rayos del sol en el
mar. Era una visi�n fant�stica. Me volvi� a la realidad la voz del lanchero que
anunciaba la salida. Sorprendida dirig� mi mirada y encontr� a un hombre negro,
de aproximadamente 30 a�os, que con el torso desnudo y vestido �nicamente con un
viejo pantal�n vaquero, al cual hab�a cortado para convertirlo en un peque�o
short, me saludaba con una amplia sonrisa.


Le indiqu� la ruta de mi viaje. Se sorprendi� que una mujer sola se dirigiera a
un sitio despoblado la mayor parte del tiempo, ocupado solo por sus propietarios
(la familia de mi amiga) en �poca de vacaciones escolares. Le indique que
precisamente quer�a estar sola y que con ese fin mi amiga me hab�a recomendado
ese lugar. Igualmente le manifest� sobre mis temores del viaje y me tranquiliz�
dici�ndome que el mar estaba muy calmado y que no deb�a preocuparme, pues �l
har�a el recorrido de una manera lenta para que las olas no me incomodaran.
Agradec� ese gesto y decid� disfrutar el hermoso panorama que se presentaba ante
mis ojos.


Comenzamos nuestro viaje y sent� como al pasar el tiempo aquel hombre miraba mis
pechos, los que solo ten�a cubiertos por una peque�a blusa un poco descotada por
la advertencia hecha por mi amiga del clima de la regi�n. La verdad es que ese
hombre no me resultaba indiferente. Su cara, sin ser la de un modelo, era muy
agradable, su sonrisa y su amabilidad resultaban seductoras. Su cuerpo, sin ser
el de uno de esos hombres musculosos a fuerza de asistir diariamente en largas
jornadas a un gimnasio, era bastante atractivo. Deb�a medir 1,83 cms y sus
brazos y piernas estaban muy bien definidas, creo yo por el constante
ejercitamiento que hac�a como consecuencia de su trabajo.


Al pasar el tiempo, los rayos del sol comenzaron a calentar m�s de lo esperado y
mi espalda comenz� a broncearse y a sentir la incomodidad que eso representa.
Hab�a olvidado ponerme el bloqueador solar, Eso lo record� muy tarde.



La charla con el lanchero result� amena. Me contaba sobre las costumbres de su
pueblo, de su trabajo y de cosas banales. Segu�a intrigado por mi viaje sola. Me
habl� sobre su familia: era casado y ten�a dos hijas.


Cada vez la conversaci�n se hac�a m�s relajada y se sent�a m�s confianza entre
los dos.


La verdad es que a pesar de ser un hombre apuesto, nada hac�a presagiar lo que
ocurrir�a despu�s.


Saqu� de mi maleta un frasco de bloqueador solar y comenc� a aplicarlos sobre
mis hombros. La c�lida brisa y las gotas de agua que salpicaban mi cuerpo,
comenzaban a hacerme sentir una excitaci�n que propici� que imaginaci�n
comenzara a volar. Por un momento record� a Armando y hubiere dado todo para que
estuviera all� conmigo.


Est�bamos a unos 2 kil�metros de la costa, pues el recorrido se hac�a
borde�ndola. Al ver la dificultad en la aplicaci�n del bronceador, Gonzalo (as�
se llamaba) detuvo el motor de la lancha, para facilitarme la labor. A pesar de
ese gesto, no era f�cil su aplicaci�n en toda la extensi�n de la espalda.
Gonzalo se ofreci� a ayudarme. Se lo agradec�. R�pidamente se me acerc� y pude
percibir ese olor a sudor de macho que tanto me excita. Ese olor que solo he
sentido en los negros. Me baj� un poco la blusa para que facilitarle el trabajo.
Al pasar sus fuertes manos por mi espalda, pude sentir un corrientazo que lleg�
hasta lo m�s �ntimo de mi ser.


Cada paso de sus manos por cada espacio de mi cuerpo reavivaban mi esencia de
mujer. No pod�a, aunque trataba, disimular lo que estaba sintiendo. Le ped� a
Gonzalo que me aplicara el bloqueador en toda la espalda, para ello el debi�
pasar frente a m�, y yo recogiendo mi cabellera, dej� que �l realizara la labor
solicitada. Esa petici�n ten�a adem�s otra intenci�n, y era la de poder oler y
sentir m�s cerca su parte �ntima. Cuando el apoyaba sus manos en mi espalda,
hac�a que su cuerpo se acercara m�s a m�, oblig�ndolo a poner al frente de mi
cara ese bulto que se le apreciaba sobre el ra�do pantal�n. Al verlo m�s cerca,
pude adem�s confirmar que pose�a unas piernas muy fuertes. Al mover su cuerpo,
se marcaba cada vez m�s el paquete que se le formaba en el pantal�n. Al parecer
no era yo la �nica que se hab�a excitado con esa situaci�n. Por la parte baja
del short se alcanzaba a divisar la cabeza negra de un gran pene que pugnaba por
salir de su encierro. Comenz� a sentir mis jadeos y sus manos comenzaron a
deslizarse t�midamente hacia mis tetas. Lo dej� llegar hasta all� sin oponer
resistencia, pues no ten�a fuerzas ni deseos de hacerlo. Al pasar su mano por mi
pez�n, di un peque�o brinco que hizo que se asustara un poco, pero para animarlo
a seguir, agarr� su verga sobre el pantal�n y comenc� a frotarla fuertemente. El
baj� su cabeza y comenz� a besarme la espalda y el pelo de una manera muy dulce.
Como pude, baj� la cremallera y comprob� que no llevaba calzoncillos. Tom� esa
gruesa verga negra y mientras la apretaba con una mano, lam� un poco su
cabezota. Gonzalo comenz� a jadear tambi�n.


No hubo palabras, solo deseos. El vaiv�n de la lancha sobre las olas, hac�a que
la situaci�n fuera m�s placentera. Como pudo, mi negro tir� aun lado las maletas
y las bolsas que conten�an los v�veres que hab�a comprado en el pueblo, y se
arrodill� frente a m�. De un zarpazo me despoj� de la falda que llevaba puesta y
me arranc� las pantaletas, mientras yo apoyaba su cabeza en mi regazo y la
acariciaba cari�osamente. Uno de sus largos dedos toc� mi concha, que a esa
altura estaba derriti�ndose de placer.


Comenz� a enterrarlo suavemente, haciendo aumentar mi placer. Le hab�a bajado el
short y su verga negra parec�a un misil que estaba pr�ximo a despegar. Pos� sus
grandes labios en mi concha y comenz� a beberse mis jugos, a pasar su lengua por
toda su extensi�n, haciendo �nfasis en mi pepita. La situaci�n era del todo
placentera y morbosa. No estaba en mis planes una experiencia como esa, pero
decid� aprovecharla al m�ximo. Abr� mis piernas y las coloqu� sobre su hombro
para facilitarle la labor. Parec�a que fuera la primera vez que se com�a una
concha por la pasi�n que le imprim�a. Que delicia, que gozo, me estaba llevando
a l�mites insospechados. Me tumb� un poco hacia atr�s para poder disfrutar mejor
la comida de mi chochita.


Los fuertes leng�etazos lograron su cometido: Me vine en un orgasmo sin fin. Las
piernas me temblaban y casi no logro volver a mi posici�n inicial. Quise
retribuir el gesto de mi negro y lo inst� para que se pusiera de pie. Se agarr�
del tim�n mientras yo me dispuse a disfrutar de ese manjar que me ofrec�a: era
una verga negra, que aunque un poco m�s peque�a que la de Armando, era mucho m�s
gruesa y con unas venas muy prominentes. Pude comprobar una vez m�s lo bien
dotado que Dios cre� a estos hombres. La introduje en la boca aunque no
completamente para evitar que me dieran arcadas y comenc� a succionar mi rico
bomb�n de chocolate. Gonzalo se agarraba fuertemente con cada envestida m�a. Y
sus jadeos se convirtieron en gritos de placer como nunca los hab�a sentido.
Gracias a Dios est�bamos mar afuera y nadie pod�a escucharlos. Eso hizo que se
acrecentara m�s el morbo de la escena. Me pidi� que me dejara penetrar, que no
quer�a desperdiciar ese polvo sin echarlo en mi gruta. La verdad es que el
peque�o espacio de la lancha y el movimiento de las olas no permit�an una buena
estabilidad, por eso �l decidi� sentarse, despojado ya de su pantal�n y me pidi�
que me le sentara sobre ese m�stil. D�ndole la espalda para que observara mis
nalgas y bes�ndolas dulcemente antes de bajarme sobre �l, me sent� literalmente
sobre su gran pene. Poco a poco me lo fue enterrando, el dolor se confund�a con
placer. Al sentir que ya estaba todo adentro, me agarr� de la cintura y comenz�
a bajar y a subirme sobre el eje de su tronco negro. Parec�a un dardo en mis
entra�as. Yo bajaba la cabeza para apreciar como ese trozo de carne negra se
perd�a en mi gruta blanca para luego volver a aparecer. Mientras tanto Gonzalo
me lam�a la espalda chupando las gotas de sudor que corr�an por ella. Esta
escena hizo que me viniera a chorros. Y esper� hasta que mi negro acabara dentro
de m�, sintiendo como su espesa leche se estrellaba contra las paredes internas
de mi vagina para luego salir chorreando por su pene. Como pude di la vuelta y
estamp� un apasionado beso en la boca de mi nuevo amante. A pesar de lo
placentero, me sent� un poco mal por mi desaforada reacci�n, al hacer el amor
con un hombre que acababa de conocer. El sinti� mi malestar y me calm� con un
abrazo, dici�ndome en el o�do las cosas que yo quer�a oir en ese momento. Fue
muy dulce.


Al rato continuamos con el viaje. Los dos est�bamos desnudos recibiendo los
rayos del sol sobre nuestros cuerpos, protegidos por el hecho de que nadie pod�a
observar nuestras acciones.


Llegamos a nuestro destino al caer la tarde. El sol comenzaba a esconderse en el
horizonte, haciendo muy rom�ntico ese momento.


Descendimos de la lancha y Gonzalo baj� mi equipaje y las provisiones que tra�a.
Efectivamente la caba�a se encontraba cerrada y no hab�a se�ales de ninguna
persona a su alrededor y por el estado en que estaban las cosas, se pod�a
colegir que hab�a estado abandonada desde hac�a varios meses. En la cocina lo
bes� tiernamente y le agradec� por esa experiencia tan grata. Me le colgu� del
cuello y baj� su boca hasta la m�a, y el me respondi� con un abrazo de macho,
sent� su fuerza atrapando mi fr�gil cuerpo.


Le ped� que sac�ramos provecho de ese hermoso atardecer y fu�ramos juntos al
mar. El me tom� de la mano y corriendo llegamos a las tibias aguas, aun desnudos
con la tranquilidad de no sentirnos observados. No ces�bamos de besarnos, de
tocarnos de acariciarnos. Parec�amos unos adolescentes que por primera vez hacen
el amor. La estampa viril de ese negro me excitaba cada vez m�s. Sent�a su
renovada verga contra mi cuerpo y la agarraba cada vez que lo quer�a hacer. El
por su parte se saciaba acariciando mis nalgas y dici�ndome lo hermosas que
eran, chupaba mis tetas y cada succi�n era como sentir el pinchazo de mil agujas
en mi pez�n, que delicia todo lo que me hac�a sentir. Me pidi� autorizaci�n para
quedarse esa noche conmigo, le dije que me preocupaba la reacci�n de su esposa y
familia, me tranquiliz� dici�ndome que muchas veces no regresaba al puerto por
tormentas tropicales o por da�os en el motor de la lancha, y que su esposa
estaba acostumbrada a ello.


Que eso no era problema. Le dir�a que hubo un
problema con la lancha y asunto arreglado. Mi respuesta fue un beso, pues no
quer�a que me dejara en ese momento. Salimos a la playa a contemplar la puesta
del sol y encendimos una peque�a fogata. Sobre la arena, me coloqu� en su regazo
y me dej� mimar de mi negro como si fuera un gatita en celo. Besos y mas besos,
abrazos, toqueteos, eran nuestra delicia. Le ped� que me hiciera el amor
salvajemente en la playa. Esa hab�a sido mi fantas�a desde mi adolescencia, me
recost� sobre la arena y sin mediar palabras me clav� su estaca de una forma que
inicialmente me doli�, pero que posteriormente produjo en m� le placer m�s
grande. Nos revolcamos en la arena y nuestro cuerpos eran ba�ados c�clicamente
por las olas, que llegaban hasta nuestras nalgas y luego se devolv�an. Estando
penetrada por Gonzalo, eso hac�a aumentar m�s mi excitaci�n, �l, como �nico
apoyo, utilizaba sus manos y sus pies sobre la arena y su grueso miembro viril
taladraba mis entra�as. Eso hizo que tuviera un fenomenal orgasmo que me hizo
gritar como una posesa. Mi excitaci�n hizo aumentar las embestidas de Gonzalo
que a pesar de intentar controlar su venida, explot� dentro de m� como un
volc�n. Sent� su lava quemar mi interior. Permanecimos en la arena un largo rato
despu�s de nuestra jornada amatoria, nos dormimos cogidos de las manos, viendo
como despuntaban las estrellas y exponiendo nuestros sexos a la suave brisa
marina.


Esa noche volvimos a hacer el amor en la caba�a, en la cama nupcial de mi amiga.
En la madrugada acompa�� a mi hombre hasta la lancha, no sin antes hacerle
prometer que vendr�a todos los d�as en que yo estuviera en ese sitio, que
inventara cualquier disculpa para hacerlo. Me jur� que lo har�a y lo cumpli�.
Fueron 8 d�as de rom�ntica lujuria, en donde siempre esperaba a mi negro con los
brazos abiertos para gozar de su cuerpo y de su calidez. La noche anterior de mi
regreso a la ciudad, la pasamos juntos, y sabiendo que ser�a la �ltima, la
aprovechamos al m�ximo. Esa noche me confirm� toda la fuerza y pasi�n que tienen
los negros en el cuerpo. No me dej� dormir un solo minuto.



Al arribar a la capital, me esperaba mi amiga como lo hab�amos convenido. Al
verme me dijo que por la sonrisa que tra�a, deb�a haber sacado un buen provecho
de mi viaje. Nunca le cont� lo sucedido, pero creo que ella lo sospecha. Lo m�s
ins�lito es que no sent�a haberle sido infiel a mi esposo sino a mi Armando, el
hijo del jardinero, al quien por primera vez me hizo desear a los negros.



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Relato: El lanchero
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