Relato: Dominado por mi hermana



Relato: Dominado por mi hermana

Esta es una historia que se inició
hace algún tiempo y en la que me vi felizmente envuelto.



Somos tres en la familia, mi madre,
mi hermana y yo, que en aquellos momentos estaba en el último año
de la Facultad. Todo empezó el día en que me quedé,
con 22 años, a solas con mi hermana, Mónica, de 19. Ella
es una hermosa joven, de 1,65 de estatura, con dos pechos deliciosos, castaña,
carita de ángel, y por lo que les contaré, mano resuelta.



Debo decir que me he masturbado
con las braguitas de mi hermana en multitud de ocasiones, pues el cesto
de la ropa sucia estaba en el baño, aprovechando la ocasión
cuando estaba excitado.



Nuestra madre no volvería
en quince días, ya que había viajado a otra ciudad a visitar
a unos familiares y, la había encomendado, como siempre, las tareas
de la casa y mi atención: ropa, comida, hacer la cama, etc... Ella,
mujer actual, se quejaba de que yo no ayudaba nunca a nada, lo cual crispaba
sus nervios de mala manera, y más aún cuando aparecía
en mi cara un sonrisa burlona.



Aquella mañana en la que
nuestros padres salieron de viaje, me levanté tarde, encontrándome
a Mónica con los quehaceres de la casa. Mientras preparaba el desayuno
cruzamos algunas palabras y me fijé en ella. Realmente estaba hermosa,
con un pijama medio transparente, estábamos en verano, y con solo
unas braguitas debajo se movía felina de un lado para otro, con
lo que se mecían su media melena y sus pechos lascivamente. Vino
hacía mí, y con voz melosa me propuso:



Ramón, ¿por qué
no me ayudas un poco y terminamos antes?. Yo, sorprendido contesté:
mira Mónica, no seas pesada, hazlo tú o déjalo sin
hacer, pero no me fastidies, además, proseguí con sorna,
esto es cosa de mujeres. Más que nada esto último la enrabietó,
insultándome y llamándome de todo y, si no me aparto, me
abofetea la cara.



Yo reconocía que me había
pasado, entre otras cosas por que no creía realmente lo que le había
dicho, pero que fue mi perdición. Así quedó de momento
la cosa, ya que me fui a la calle a encontrarme, como habitualmente hacía,
con los amigos. Volví a la hora de comer y todo estaba en orden
y la comida preparada. "Esta chica vale un potosí" pensé,
aunque no me dirigió la palabra en ningún momento. Comimos
en silencio y al terminar me dirigí a ver la televisión mientras
ella recogía la cocina.



Cuando terminó se fue a la
ducha y después se sentó también, aunque muy seria,
a ver la televisión. Se había cambiado y llevaba puesto una
camiseta ajustada que marcaba sus pezones y un pequeño short que
sólo utilizaba para estar por casa, por lo pequeño y estrecho
que le estaba. Yo dejé de interesarme por el programa de televisión
y no perdía detalle de su cuerpo, sobre todo cuando estiraba y encogía
las piernas, pues dejaba entrever algunos pelillos de su coño. Mi
excitación estaba llegando a tal nivel que mi miembro endurecido
pugnaba por salir de su encierro. Por mi mente pasaban mil imágenes
y fantasías con ella, e intentaba pensar que era mi hermana, pero
tal vez era eso mismo, lo prohibido, lo que en definitiva más me
animaba. En algunos momentos cruzamos las miradas y supuse que Mónica
se había dado cuenta de la situación, pues el bulto de mi
miembro era todo un poema, y creí adivinar en su rostro un cierto
reproche, pero aún así no cambió en ningún
momento su postura.



Decidí terminar con aquella
angustia dirigiéndome al baño a pajearme, donde rebusqué
en el cesto de la ropa las braguitas que esa misma mañana se había
quitado. Las cogí, las olí y empecé una masturbación
antológica con ellas. Estaba a punto de eyacular, derramando toda
mi leche, cuando la puerta, la cual sorpresivamente no había cerrado,
se abrió de par en par apareciendo la figura de mis fantasías
masturbadoras, Mónica. Parecía que sabía lo que iba
a encontrarse, pues con los brazos en jarra me espetó:



Cerdo, estoy harta de que utilices
mis bragas para hacerte pajas, o ¿creías que no me había
dado cuenta?. Al mismo tiempo acompañaba sus palabras con una fortísima
bofetada, pero que no impidió que en esos momentos eyaculara como
un bendito. Eres un pedazo cabrón, pero ya veremos como explicas
esto cuando se lo cuente a mamá.



Reaccioné como un chiquillo
lanzándome a sus pies.



Por favor Mónica, no le cuentes
nada. Te prometo que no volverá a ocurrir. Es más, ahora
mismo te lavo las braguitas.



Apareció una sonrisa en sus
labios que no presagiaba nada bueno.



Está bien, como te gustan
tanto mis braguitas te vas a desnudar completamente y te las vas a poner
ahora mismo.



No hizo falta que me repitiera la
orden y con la máxima diligencia la cumplí, esperando que
pasara ese mal trago cuanto antes. Salí al salón, muerto
de vergüenza, donde ella me esperaba. Su sonrisa no había desaparecido
y su lenguaje, mientras giraba a mi alrededor, se volvió feroz.



Estas preciosa cariño, tendré
que arreglarte un poco pero estoy segura de que serás una buena
putita.



Mi miembro, incomprensiblemente,
de nuevo estaba en ristre, cosa que no pasó desapercibido a mi hermana,
la cual pellizcaba mis pezones y acariciaba mis nalgas con verdadera pasión.



¡Vaya, pero si estás
cachondo de nuevo!. A partir de ahora serás muy obediente y sumiso
a mis caprichos, si no quieres que te castigue o lo que es peor, cuente
a todo el mundo lo zorrita que te sientes con las braguitas de tu hermana.
Para empezar, y como has dicho esta mañana que las cuestiones de
la casa es cosa de mujeres, quiero que así como estás, empieces
a ordenar y dejar como los chorros del oro el baño. Hoy, como eres
una putita muy fina y no estás acostumbrada, te explicaré
qué se utiliza y cómo se hace la limpieza. Espero que aprendas
pronto, porque en caso contrario tu culito lo va a sentir.



No debí cumplir con las explicaciones
y expectativas, pues cuando pasó revista a lo encomendado se enfureció
sobremanera: Eres una inútil, mira como has dejado todo. Yo balbuceaba
pidiendo disculpas y prometiendo que lo haría mejor, pero no contaba
con el deseo que tenía mi hermana de disciplinarme cuanto antes.



Ven aquí, y ponte sobre mis
rodillas, que vas a aprender por las buenas o por las malas. Totalmente
humillado y sin fuerzas para rebelarme, me tendí como me ordenaba.
No voy a bajarte las braguitas por que está muy guapa con ellas,
y dicho esto me las introdujo por toda la raja del culo, dejando mis nalgas
al descubierto.



Empezó acariciándome
las nalgas con mucha ternura, mientras me decía:



Ves cariño, no te portas
bien y me obligas a castigarte. Al momento sentí un trallazo tremendo,
zas, zas, zas, por lo menos veinte veces me azotó con su pequeña
pero firme mano. Se me saltaban las lagrimas, hasta que volvió a
acariciarme en mis doloridas nalgas y separando la telilla de las bragas
buscó el agujero de mi culo y dulcemente lo penetró, primero
con un dedo y después con dos. Grité, supliqué que
aquello no, pero mi miembro duro desmentía mis palabras y parecía
pedir más.



Ella, siempre con voz dulce, me
decía: vete acostumbrando hermanito, por que vas a ofrecer tu boca
y tu culo a verdaderas pollas, y te sentirás como una reina.



Después de divertirse con
mi culo, me hizo arrodillar, se le notaba excitada, sus pezones se marcaban
más que nunca y su respiración era agitada. Entonces empezó
a quitarse la camiseta y el short estrecho que llevaba, dejando a mi vista
sus pechos y un precioso coño arreglado que colmó todas mis
expectativas, dando por bueno todas las humillaciones que me había
aplicado.



Con voz grave pero tierna, que dibujaba
su excitación, me ordenó: Lame mi potorro, zorrita mía,
hazlo hasta que me corra. Como un poseso me lancé a comer, lamer,
chupar aquella maravilla que me brindaba, mientras sacaba mi polla por
un lado de las braguitas y me pajeaba. Ella, al darse cuenta de mis maniobras,
tiró de mis cabellos hacia arriba abofeteándome la cara.



Zorra, ¿todavía no
te has enterado de que sólo tendrás placer cuando yo quiera?.
No vuelvas a hacerlo o tendré que castigarte de nuevo. Dedícate
sólo a mi, a mi placer, putita.



Continué lamiendo su delicioso
coño, y al mismo tiempo aprovechaba para lamer su lindo agujero
del culito. Sus gemidos me enloquecían, hasta que finalmente explotó
en un delicioso orgasmo, que bebí como delicioso néctar.
Cuando se tranquilizó, con una mirada brillante y su ya mencionada
sonrisa, me dijo: Ahora, quítate las bragas y demuéstrame
cómo te pajeas con ellas.



Obedecí de inmediato, envolviendo
sus/mis braguitas en mi polla e iniciando unas frenéticas sacudidas
que me llevaron a obtener el más fuerte y mayor orgasmo de toda
mi vida bajo su atenta mirada.



Ahora mi pequeña cerdita,
limpia lo que has manchado, suelo y bragas, con tu lengua y vete a dar
una ducha, pues esto no ha hecho más que empezar.



Mientras me duchaba, entró
en el baño con espuma y cuchilla de afeitar, ordenándome
que me depilara completamente las piernas, mi sexo y el ano, ya que en
el pecho no tengo pelo. Intenté protestar, pero sólo con
su mirada entendí que lo mejor era obedecer, pasando por mi mente
las imágenes de la tarde, sin explicarme cómo una joven de
su edad, con aquella carita tan dulce, podía ser tan morbosa y perversa.



Cuando terminé de arreglarme
según su voluntad y muerto de vergüenza, tenía preparado
en su habitación unas braguitas, medias y un sujetador, que ella
misma me fue colocando, mientras comentaba: Ves, estás preciosa,
vas a causar sensación en todo el mundo. Sólo falta que compremos
unos zapatos de tacón de tu medida y una bonita peluca, pero no
te preocupes que yo me ocuparé de todo, sonriendo complacida. Pintó
mis labios y me dio colorete en la cara, tras lo cual me besó suavemente
en los labios, al tiempo que me decía: siempre deseé tener
una hermanita, pero ahora voy a tener una putita sumisa que me va a complacer
en todo, ¿estás contenta?. Sin pensármelo dos veces
y con gran asombro, de mi boca salió un sí rotundo, mientras
mi miembro se endurecía baja sus caricias en mis nalgas aún
doloridas.



Me sacó al salón donde
me hizo desfilar, recomendándome cómo debía mover
las caderas, cómo debía sentarse una señorita, en
definitiva cómo comportarme en mi nueva condición.



Me hizo sentar mientras ella hacía
una llamada telefónica: ¿Pedro?, si soy Mónica, quiero
que vengas a mi casa inmediatamente y que traigas tus cositas, tu me entiendes
¿no?.



Pedro era el medio novio de mi hermana,
ya que llevaban saliendo más de un año. Era un chico despierto
pero bastante tímido, con el que había cruzado pocas palabras.
El saber que iba a venir me puso muy nervioso, pero Mónica me tranquilizó.



No te preocupes zorrita, que con
mi perrito vas a disfrutar como nunca.



No entendí nada, pero cuando
sonó el timbre me ordenó ir a mi habitación hasta
que ella me llamara. Oía hablar a lo lejos, pero no distinguía
las palabras, hasta que sentí unos ladridos y las carcajadas de
mi hermana. A los pocos minutos se abrió la puerta de mi habitación
apareciendo majestuosa la figura de mi hermana. Se había cambiado
y llevaba el pelo recogido, una falda cortísima de colegiala, medias
negras y una blusa blanca que marcaba deliciosamente sus pechos, así
como unas sandalias con tacón alto.



Ven putita, ya puedes salir. Espero
que te portes como una verdadera señorita y no me dejes mal, pues
de otro modo te vas a arrepentir.



Las piernas me temblaban y sentía
mi corazón palpitar con inusitada fuerza, conforme nos acercábamos
a la puerta del salón. Cuando la franqueamos obtuve la mayor sorpresa
de mi vida. Pedro, el que yo creía novio de Mónica estaba
desnudo, a cuatro patas, con un collar de perro al cuello y nos recibía
con fuertes ladridos. Mónica, entre risas, contemplaba nuestra caras
de asombro e inició las presentaciones de rigor:



Mira putita, este es mi perrito
faldero. Es con quien me he iniciado en este maravilloso mundo de la dominación.
Cada vez que intentábamos hacer el amor, él sólo estaba
preocupado de mis pies, por lo que decidí, después de leer
algunos relatos de este tema, que asumiese plenamente su condición.
Y aquí le tienes como un buen perrito lamedor, adiestrado para complacerme.
En la intimidad, solo puede estar en mi presencia a cuatro patas y dirigirse
a mí con sus ladridos, nunca con palabras. Después de dicho
esto le llamó: Ven aquí perro y demuestra cuánto quieres
a tu amita. Le vi avanzar con diligencia lanzando sus ladridos hasta llegar
a los pies de Mónica, los que lamió con devoción.
Luego me tocó el turno a mi. Explicó, dirigiéndose
a su perrito: Te había prometido una perrita, pero sólo he
encontrado una putita. Pero no te preocupes por que igualmente la disfrutarás;
mira qué bonito culo tiene, decía tocándome las nalgas,
y sus piernas están muy suaves, estoy segura de que vais a disfrutar
de lo lindo.



Pedro, o mejor dicho, el perrito
de Mónica, mucho más acostumbrado que yo a esa situación,
contestaba con ladridos a esas palabras sin importarle mi presencia.



Bueno, prosiguió, una vez
hechas las presentaciones, y para que seáis buenos amigos, quiero
que os conozcáis mucho mejor.



Me ordenó que me arrodillara,
a lo que obedecí de inmediato ya metido en mi papel, lo que la complació
sobremanera pues me dedicó una sonrisa y una caricia en mi mejilla.
Acercó sus labios a mi oído y me dijo: Ahora me vas a demostrar
lo sumisa y puta que eres dándole una buena mamada en la polla mi
perrito.



Me negué a hacer aquello,
¡qué se había creído!, pero mi hermana se levantó
con ímpetu del sofá y me abofeteó sin compasión,
mientras me decía: zorra, qué te piensas, tu no tienes voluntad,
me pertenece y harás todo lo que te ordene o te muelo a palos. Dicho
esto comenzó a golpearme en el culo con fuerza hasta que mi culo
enrojecido y mi llanto la enterneció. Yo, aprendida la lección,
bajé sumisamente mi cabeza e introduje aquel miembro en mi boca,
ensalivándolo, lamiendo y chupando como una experta puta. Al mismo
tiempo que crecía ese pollón en mi boca, Mónica, apartando
mis braguitas, me penetró con un dedo en el culo, luego introdujo
dos, acariciando también mis nalgas y diciéndome: Ves putita,
no es tan difícil, solo hay que poner un poco de buena voluntad
y obediencia, además, por como se te ha puesto la polla, veo que
te está gustando; estoy segura de que serás una magnífica
mamadora.



Mónica se desnudó
y apareció ante nosotros como una adorable diosa. Pedro, su perrito
faldero, como ella lo había llamado, comenzó a ladrar, y
a mi mismo, viéndola de reojo, se me endureció más,
si cabe, el miembro. Una vez sentada de nuevo en el sofá y con las
piernas abiertas me impidió seguir mamando aquella polla, obligándome
a amorrarme a su precioso coño completamente humedecido. También
se dirigió a su perrito, que se había quedado con la polla
dura y a dos velas: no te preocupes, que hoy tendrás tu ración,
pero no te correrás en su boca, pues quiero hacer de mi putita una
verdadera mujer. Baja sus bragas hasta las rodillas y lame bien su ojete.



Mientras yo lamía aquel maravilloso
coño, sintiendo sus espasmos y agitación, mis braguitas resbalaron
hasta mis rodillas y la lengua humedecida del perrito penetraba en mi ano
arrancándome sensaciones placenteras del todo inimaginables. A una
señal de Mónica, el perrito apuntó su fuerte miembro
en mi ano y me penetró completamente. El dolor inicial, poco a poco
fue dejando paso a un gran placer, que se acentuó cuando, al mismo
tiempo que me follaba, tocaba mi polla endurecida.



En pocos minutos y en medio de gemidos
y ladridos, los tres nos corrimos deliciosamente, sintiendo como mi culo
se encharcaba con la leche del perrito faldero y mi boca se inundaba de
jugos celestiales.



Pedro, se desenganchó de
mí y rápidamente comenzó a lamer los pies de su dueña.
Yo apoyé mi cabeza en sus piernas en muestra de agradecimiento.
Mónica, con su sonrisa impertérrita en los labios nos dijo:
debo pensar un nombre adecuado para cada uno de vosotros, pues vuestra
nueva vida en sumisión no ha hecho nada más que comenzar.



Me encantaría que las mujeres
hiciesen comentarios. Y si os ha gustado puedo seguir...



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