Relato: Me cogieron mi mujer



Relato: Me cogieron mi mujer

Era normal que mi mujer quisiera lucirse aquella noche. No en
vano a sus 40 a�os ten�a una figura incre�ble. No es muy alta pero s� muy linda
de cara. Tiene unos ojos verdes que encandilan y unos labios gruesos y jugosos
que incitan a mord�rselos. Tras varios a�os de intensas clases de aer�bic puedo
asegurarles que tiene mejor figura ahora que cuando nos casamos.



Por eso no me extra�o que para la fiesta que organiz� nuestro amigo en su casa
se pusiera aquel vestido tan sensual. Era negro, de una sola pieza. La parte
superior ajustada al cuerpo, marcando su plana cintura de avispa y realzando sus
hermosos senos, que, a pesar de lo grandes y abultados que son, est�n tan firmes
y tiesos que hacen palidecer de envidia a cualquier quincea�era. Al dejarle la
espalda al aire nadie puede dudar acerca de la autenticidad de lo que presume
por delante.



La parte inferior era una especie de minifalda que le cubre hasta la mitad de
los muslos m�s o menos. No entiendo mucho de moda pero era muy bonito.



Ella, que sab�a lo mucho que me excitaba verla con esa ropa me cont� cuando
�bamos para la fiesta que se hab�a puesto una tanguita de cordones tan finos que
apenas si le tapan algo por delante y nada por detr�s.



Cuando me bes� en el cuello y me dijo al o�do que esperaba que esa noche "la
fiesta" no concluyera en la casa de nuestro amigo me dieron ganas de dar la
vuelta y regresar a casa...y tiempo tuve m�s adelante para arrepentirme por no
haberlo hecho. No lo hice para no dejarlo plantado al anfitri�n y porque
esperaba realmente divertirme en la fiesta tanto como con ella.



Cuando llegamos estaba de lo m�s animada la reuni�n y nos metimos entre docenas
de desconocidos, saludando aqu� y all� a nuestras viejas amistades. Despu�s de
un par de horas y cansado de bailar con mi esposa, permit� que siguiera sola en
la pista junto con unas amigas, mientras yo me met�a en una acalorada discusi�n
pol�tica con un antiguo conocido.



La ve�a pasear arriba y abajo cada dos por tres, unas veces con una amiga, otras
con otra, a veces sola y a veces con alg�n tipo o alguna pareja, pero siempre la
ve�a con una copa de licor en la mano y supon�a, como s� lo poco que soporta el
alcohol que la copa era la misma...hasta que en una de las ocasiones en que se
par� a hablar conmigo me d� cuenta de lo mareada que estaba. Le pregunt� cu�ntas
copas llevaba y no supo dec�rmelo.



Ten�a la mirada turbia y el descontrol propio de quien est� bebido y me empec� a
preocupar. Decid� llevarla a casa de inmediato pero cuando la fui a recoger me
d� cuenta que su estado era mucho peor de lo que pensaba, pues apenas se ten�a
en pie. Le ped� ayuda al anfitri�n, el que sinti�ndose en parte culpable por lo
sucedido, me aconsej� que la acost�ramos un rato y que, cuando se recuperara lo
suficiente, nos march�ramos. Me apresur� a hacerle caso y, con su ayuda, la
subimos a uno de los dormitorios vac�os.



Despu�s de asegurarme que se encontraba bien volv� a acomodarle la minifalda, ya
que al acostarla se le hab�a subido demasiado. La dej� descansar, dormida en su
sue�o et�lico, mientras bajaba a reunirme con nuestros amigos, tras cerrar la
puerta de la habitaci�n.



Los m�s �ntimos nos pusimos a jugar pool ante las miradas de otros amigos y de
alguna que otra esposa, pues la puerta abierta daba al sal�n donde segu�an
bailando.



Durante una de las partidas escuch� como uno de sus amigos bromeaba con el
anfitri�n acerca del desaprensivo que hab�a obstruido el toilette y �ste le
aconsejaba usar el de la planta alta.

Pasaban las horas volando y recuerdo haber pensado que esperaba que ese cont�nuo
ajetreo de subir y bajar personas no despertase a mi esposa.



La fiesta estaba llegando a su fin y fui hasta la barra a pedirme una �ltima
copa antes de despertar a mi mujer.



Mientras la tomaba, el camarero me coment� en plan confidencial y en voz baja
que ya la fiesta estaba degenerando, pues hab�a o�do a varios tipos comentar
entre s� la juerga que se hab�an corrido con una se�ora en los dormitorios.



Yo ingenuo, le sonre�, mientras le dec�a que en esas fiestas siempre hab�a
alguna se�ora que buscaba otras formas de "divertirse".



Sub� las escaleras para ver si mi esposa se hab�a recobrado y al llegar a la
habitaci�n donde la hab�a dejado el vaso estuvo a punto de caerse de mis manos
al ver que la �nica puerta entreabierta era la de la habitaci�n donde la
hab�amos dejado y de la que sal�an unos sonidos que eran tan elocuentes como
inconfundibles. Temblorosamente me acerqu� y v� lo que ya tem�a...a un tipo con
los pantalones bajos penetrando a mi mujer.



Lo que me dej� quieto y helado no fue la violencia de sus empujones sino el ver
como ella ten�a enroscados sus talones tras las rodillas de �l, pues era la
postura que sol�a adoptar cuando hac�amos fogosamente el amor y ella quer�a que
la penetrara m�s a fondo.



No reaccion�, me qued� all� quieto, parado como una estatua, mientras el
afortunado desconocido alcanzaba su orgasmo, eyaculando en su interior con unos
golpes tan rudos y salvajes que arrancaron tambi�n un nuevo orgasmo a mi esposa,
mientras se aferraba a sus pechos desnudos, estruj�ndoselos como si se los
quisiera arrancar.



Luego el tipo se baj� de la cama con toda parsimonia y pas� a mi lado con una
sonrisa de oreja a oreja mientras se abrochaba los pantalones, gui��ndome un ojo
c�mplice, en la creencia de que yo era el siguiente en disfrutar de mi esposa
desmayada.



Nada m�s que marcharse y cerr� la puerta con cerrojo y tras dejar caer el vaso
sobre una mesita ratona me acerqu� hasta la cama, todav�a sin poderme creer lo
que hab�a presenciado.



Lo que ve�an mis ojos no dejaba lugar a dudas acerca de lo que hab�a sucedido.
Ni el completo desorden que reinaba en la cama, con las s�banas revueltas y
sudadas. Ni el vestido de mi mujer enroscado de cualquier forma en su cintura
para dejar sus grandes tetas desnudas al alcance de cualquiera que las quisiera
disfrutar. Ni la evidente ausencia de la tanguita que no apareci� por ning�n
lado (se ve que alguno se la llev� de recuerdo). Ni, sobre todo, el gran charco
de semen que hab�a entre sus piernas tan descaradamente separadas, el cual no
hab�a tenido tiempo de secarse por completo, pues continuaba manando semen por
sus dos orificios m�s sagrados.



No me cost� mucho deducir lo que hab�a pasado en esa habitaci�n. Supongo que
alguno de los invitados entrar�a despistado buscando el ba�o y al verla dormida,
quiz�s con su tanguita negra a la vista si hab�a movido sus piernas en sue�os,
fue tentado por el espect�culo y se abus� de ella.



No creo que haya sido demasiado esfuerzo bajarle los tirantes del vestido para
dejar a la vista sus magn�ficos pechos desnudos e indefensos, ni que la diminuta
tanguita ofreciese demasiada resistencia si el tipo quer�a quit�rsela o
arranc�rsela.



El resto era por dem�s evidente. Hab�a tant�simas marcas y moretones en sus
senos que tard� un par de semanas en volver a recuperar su aspecto habitual.
Sobre todo sus grandes pezones, tan enrojecidos y tiesos que le dolieron durante
varios d�as.



De su boca entreabierta sal�a un olor tan amargo como elocuente y el no ver
restos de semen solo pod�a significar que mi mujer se hab�a tragado todo lo que
hab�an derramado dentro. Lo cual me dio mucha rabia pues a m� rara vez aceptaba
mam�rmela y cuando lo hac�a jam�s me dejaba eyacular dentro.



Pero m�s rabia tuve en ese momento ver con qu� facilidad permit�a que le diera
vuelta en la cama, levantando su culito como si diera por hecho que yo tambi�n
iba a encularla como el resto de los ocasionales amantes.



Me recuerdo que me dieron ganas de azotar sus p�lidas nalgas como supongo que
deben haber hecho m�s de uno en visto a lo rojizas que estaban, pues a mi me
hab�a permitido tan solo que la poseyera por tan estrecho orificio un par de
veces y luego de muchos ruegos y s�plicas.

No pod�a denunciar a la polic�a lo sucedido, pues no sab�a cu�ntos tipos la
hab�an pose�do ni cuantas veces la hab�an violado. Ni siquiera estaba seguro de
poder afirmar lo de la violaci�n, en vista de la aparente disposici�n de mi
esposa desvanecida.



No quer�a llamar al anfitri�n para no poner m�s al tanto a nuestros amigos de lo
sucedido con ella. Pensaba y trataba de convencerme que ninguno de ellos hab�a
estado all�. Supon�a que hab�a sido obra de algunos de los tantos desconocidos
que hab�a en la fiesta.



Esper� que se fueran casi todos y nos marchamos a casa.



Los primeros tiempos fueron muy duros para ambos pero ya lo estamos superando,
de ah� que me decid� a contarles lo sucedido esa fat�dica noche en la fiesta de
nuestro amigo.




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