Relato: Historia de Nicole (2)





Relato: Historia de Nicole (2)

Cap�tulo 2�



Sin mediar palabra alguna, dos hombres se acercaron a
Cristine y la condujeron hasta el extremo de una gran mesa. La ataron los
tobillos a dos argollas que hab�a en cada pata, separadas �stas 90 cm. entre s�.
Luego la obligaron a inclinarse hacia adelante, hasta que sus pechos reposaron
en la rugosa y sucia madera. Dos de las mujeres, la desataron las manos de la
espalda y se las volvieron a atar en unos grilletes que hab�a sobre el tablero.



V� a Cristine respirar entrecortadamente, debido al terror
que la deb�a poseer en aquel instante. Y de repente, las patas se fueron
alargando, lenta pero contundentemente, al igual que los grilletes que
aprisionaban sus manos, hasta que alcanz� una tensi�n general en todo su cuerpo.



Cristine respiraba algo forzada, pero he de decir que pose�a
un cuerpo tan perfecto, que hasta se la ve�a sublime en aquella postura.



Y en ese instante, me lleg� el turno. Se me aflojaron las
piernas, cuando me hicieron caminar.



Fu� colocada al extremo opuesto de la mesa. Me ataron los
pies y despu�s empujaron mi espalda hasta que mis pechos rozaron la rugosa
madera. Sent� un escalofr�o, pero antes de que me diera cuenta, mis manos hab�an
sido desatadas e instaladas en sendos grilletes.



Y comenc� a notar los efectos de la tensi�n. Me imagin� en
una fracci�n de segundo, lo que deber�a haber sentido Cristine.



Cre�a que se me iban a separar los brazos y las piernas. La
tensi�n era tan brutal y el dolor tan insoportable, que perd� en parte la
respiraci�n.



Cuando las dos estuvimos instaladas, nuestros atormentadores,
conectaron algo bajo la mesa y luego nos llevaron hasta un lugar en el que hab�a
una tarima circular.



Y antes de que pudieramos razonar aquel paseo, empezamos a
girar lentamente. Al parecer era la tarima lo que giraba. Tuve la fuerza de
voluntad de girar mi cabeza hacia un lado y pude descubrirlos apoder�ndose de
toda clase de cueros.



Dimos unas dos vueltas completas mientras ellos formaban un
c�rculo alrededor nuestro. Como no pod�a hacer nada por evitar lo que se me
avecinaba, comenc� a estudiar mi situaci�n con respecto a los que ten�a
enfrente.



Los 5 varones completaban 180� y las 5 mujeres el
complemento. Todos se hab�an desnudado completamente y pude apreciar sus
maravillosos penes ligeramente erguidos.



No s� lo que pensar�a Cristine, que se hallaba separada de m�
una distancia de 2 metros. Pero lo cierto es que su rostros estaba ligeramente
contarido por el miedo.



Y los azotes comenzaron a caer sobre Cristine, cuando sus
nalgas pasaban a la altura del primer hombre. Sin embargo yo, a�n no hab�a
recibido azote alguno.



Los gritos de Cristine, resonaron con fuerza en toda la sala,
lo que me hizo que la piel se me erizara de terror. Y cuando calcul� que mis
nalgas se orientaban al primer hombre, aguard� con verdadero terror el azote.



Y en efecto, acaeci�. Me dej� muda de dolor. Y antes de que
pudiera calmarme, el segundo azote me infiri� de nuevo en las nalgas. Llegu� a
lanzar un corto quejido, que no se lleg� a oir, debido a los alaridos que
profer�a mi compa�era.



Pero a partir del siguiente golpe, lanc� un grito si cabe,
mas ruidoso que los de Cristine. Y ya no paramos de gritar y llorar en momento
alguno.



A cada latigazo, todo mi ser se contra�a del dolor. Casi no
me daba tiempo a poder aceptar un golpe cuando ya, el siguiente, volv�a a
despedazarme de dolor. Ten�a una palpitaci�n constante, que me recorr�a todo el
cuerpo.



Cuando se detuvo el movimiento, sent�a un desmesurado dolor
en las nalgas. Antes de que comenzara todo el calvario, hab�a conseguido
localizar un marcador de vueltas en ambas paredes y cuando los azotes sobre
Cristine comenzaron, los d�gitos se hab�an puesto a cero.



En estos momentos, marcaban 5 vueltas. Lo cual ven�a a
indicar el que nos hab�an asestado 50 latigazos en las nalgas a cada una.



Me desmoron� mucho m�s al calcular la cantidad de azotes que
nos restaban. Mir� Cristine, entre mis l�grimas, y pude ver que ella lloraba
desconsoladamente. Nuestros jadeos parec�an ir al un�sono, as� como nuestras
contracciones de dolor.



Por otro lado, ellos se mostraban sonrientes y en apariencia
satisfechos. No sab�a que es lo que vendr�a ahora, pero he de decir que casi
prefer�a no saberlo. Se me erizaba el vello s�lo con pensarlo.



De repente, las patas de la mesa en donde estaban anclados
nuestros tobillos, comenzaron a moverse hacia el exterior.



Un nuevo terror se apoder� de todo mi ser. Mir� a Cristine y
me d� cuenta de que parec�a estar en la misma situaci�n, ya que intentaba por
todos los medios girar su cabeza por ambos lados, a f�n de captar que era lo que
suced�a.



Yo lo intent� igualmente, pero debido a la tensi�n de los
amarres no lo consegu�a y s�, por el contrario, producirme un verdadero dolor en
el cuello.



Cuando la elevaci�n de las patas se detuvo, calculo que
nuestras piernas estaban en un �ngulo de unos 45 grados.



Al mirar de nuevo por encima de mi brazo izquierdo, comprob�
que varios de ellos se armaban con un vergajo. Sab�a lo que eran, debido a que
los d�as que hab�a estado en la cocina, la cocinera principal hab�a amonestado a
una de mis compa�eras y al no verla actuar adecuadamente, hab�a pedido que la
trajeran un vergajo. Y la hab�a castigado con aquel


objeto sobre la ropa, varias veces. Los efectos deb�an de ser
crueles, pero no deb�an ser tanto como los l�tigos con los que nos hab�an
azotado las nalgas.



La mesa comenz� a girar de nuevo, pill�ndome por sorpresa.
Inmediatamente comprend� que aquello s�lo significaba nuevos tormentos para
nosotras dos. Levant� algo la cabeza para ver que es lo que le hac�an a
Cristine, pero un penetrante dolor en mi muslo derecho me hizo estremecer de
dolor.



Esta vez hab�a sido yo la primera en recibir el castigo,
rabi� de dolor y de impotencia. La pierna me ard�a considerablemente y la sent�a
como dormida. Pero esta sensaci�n dur� tan s�lo un momento, pues en fracciones
de segundo, volv� a sentir una quemaz�n delirante en el otro muslo. Grit�,
chill� y me remov� lo que pude en mis ataduras. Mis l�grimas volvieron a surcar
mis mejillas, pero no as� los azotes que ca�an con toda precisi�n sobre mis
piernas, en su parte mas sensible.



La mesa segu�a girando y los azotes tambi�n, grit� y supliqu�
el que dejaran de azotarme una y otra vez, hasta que el grito de Cristine, me
hizo enmudecer. Ahora ya est�bamos las dos en el mismo infierno.



Cre� que iba a desmayarme del terrible dolor, que estaba
soportando, pero no sucedi� tal y los azotes siguieron cayendo uno tr�s otro,
inexorablemente.



Me qued� algo af�nica y dej� de gritar, ya que me dol�a la
garganta sin conseguir efecto alguno.



Entre mis l�grimas, consegu� ver el marcador. Marcaba un "9".
Implor� para mi interior en que fuera la �ltima vuelta de aquella sesi�n.



Y en efecto, as� fu�. Pero estaba tan terriblemente dolorida,
que mi cuerpo saltaba, de los temblores y palpitaciones, sobre la rugosa madera
de aquella mesa.



Cuando el movimiento se detuvo, o� los llantos apagados de
Cristine. Sab�a que el castigo iba a proseguir, pero la desaz�n que sent�a en mi
cuerpo era tal, que lo ignor� r�pidamente.



Nos quedamos jadeantes, con la respiraci�n r�pida y
entrecortada. Sent�a un fuerte dolor en mis brazos, debido a los tirones que
hab�a dado, pero intent� relajarme un poco y ceder la tensi�n de mis mu�ecas, en
las que los grilletes estaban haciendo verdaderos estragos.



Parece ser, que ellos tambi�n se dieron cuenta de ese
detalle. Pu�s no habr�an pasado ni 2 minutos, cuando me sent� liberada.



Cuando me hicieron poner en pie, ca� redonda al suelo entre
terribles y amargas sensaciones. R�pidamente, unas manos me izaron y me
mantuvieron en pie.



Pude apreciar entonces, las marcas en los muslos y nalgas de
Cristine. Eran lo suficientemente visibles como para hacer entrar a cualquiera
en un fren�tico delirio de terror.



La mujer que llevaba la voz cantante en todas las acciones,
determin� en voz alta, que el grupo de los hombres se quedara con una de
nosotras y ellas con la otra.



Despu�s de algunos escarceos disimulados, se determin� el que
yo proseguir�a con los varones, mientras que Cristine se quedar�a con ellas.



Por tanto, a partir de semejante decisi�n, me v� obligada a
caminar hacia la puerta. Dos hombres me conduc�an algo fren�ticamente y cada uno
portaba uno de mis brazos. Uno de ellos me lo llevaba retorcido a la espalda, lo
cual me procuraba un peque�o tormento. Un tercero me segu�a, tan de cerca, que
de vez en cuando me zancadilleaba las piernas. Pero cuando yo ca�a, las fuertes
manos de mis opresores me izaban como si de una pluma se tratara.



Y los otros dos hombres iban delante de nosotros abriendo la
marcha.



Descendimos muchos tramos de escaleras y recorrimos varios
pasillos. La verdad, no s� todav�a a que lugar me condujeron y eso que iba con
mis ojos destapados.



Por f�n, llegamos hasta una gran puerta de madera maciza y
artesonada con hierros algo mugrientos.



Cuando la puerta se abri�, me v� asediada por una nueva
sensaci�n de terror.



Aquella habitaci�n era lo mas parecido a las puertas del
infierno, al menos, as� pensaba que ser�a el infierno.



Una densa nube de humo y vapor cubr�a toda la estancia, por
lo que era dif�cil adivinar las dimensiones de aquel antro. Pero lo mas
siniestro, al menos para m�, se hallaba en la gran variedad de aparatos de
tormento que era capaz de ver, con un fondo perversamente rojizo.



Me condujeron impulsivamente hasta uno de ellos. Yo me
resist� lo que pude y me debat� y grit�, pero no me hicieron el mas m�nimo caso.



Seg�n me iban acercando al aparato, me sent�a mas nerviosa y
asustada. Las fuertes manos que me aferraban no me dejaban opci�n alguna a la
fuga. Era casi transportada hacia aquella cosa.



El vapor me envolv�a completamente y el sudor empezaba a
resbalar por mis poros.



El aparato en cuesti�n, lo supe despu�s, era denominado "La
Percha". Y estaba formado con material de fibra de vidrio. Constaba de un poste
vertical y de dos barras de unos 50 cm. que sal�an del mismo. Todo el conjunto
se pod�a ajustar, tanto en altura como angularmente, de tal forma, que cab�an
mil combinaciones posibles.



He de decir que el nombre era el mas adecuado, ya que la
hembra que fuera colocado en semejante aparato, pod�a sufrir tormentos
espantosos.



Los hombres que me portaban de los brazos me acercaron hasta
un metro de aquel extra�o aparato. Y la verdad, entonces, no sab�a que
aplicaci�n podr�a tener. Lo descubr� r�pidamente.



Antes de que me diera cuenta, otro de los varones me enlaz�
con una soga los tobillos y me cogi� de las piernas elev�ndolas de tal modo, que
en un instante mis rodillas estuvieron por encima de mi cabeza.



A continuaci�n me dejaron reposar las corvas sobre la barra
mas alta, a la vez que un cuarto hombre me quitaba la soga de los tobillos y me
hac�a separar los muslos. Y casi al instante estaba sujeta por los tobillos,
mediante grilletes. Sent� como mis nalgas heridas reposaban sobre la barra
saliente.



Los dos hombres que me portaban de los brazos me fueron
descendiendo el cuerpo hasta que qued� suspendida en el vac�o. Ellos mismos se
encargaron de atarme las mu�ecas juntas y tensarlas al poste.



Sent� como mi sangre se agolpaba en mi cabeza y que era la
�nica parte de mi cuerpo que pod�a mover, aunque no ten�a las suficientes
fuerzas para ello.



Con esta postura, les ofrec�a la mayor parte de mi cuerpo.
Las m�s �ntimas zonas y las mas sensibles.



Les v� como se armaban tranquilamente con vergajos, mientras
aquel odioso aparato comenzaba a girar lentamente, por lo que pude ver a los
cinco como se iban posicionando, a f�n de martirizar alguna zona de mi cuerpo.



Mir� en todos los sentidos, pero no apreci� marcador alguno.
Por otra parte, mi sudor se hab�a hecho tan intenso, que me resbalaba por los
brazos. Adem�s, mi respiraci�n era entrecortada y agitada.



Mis gritos, l�grimas y gemidos parec�a animarlos m�s, si
cabe.



Era una postura que no olvidar� mientras viva. Tampoco
olvidar� las perversidades que me hicieron. La que mas me atemoriz� y mortific�,
fu� la del cirio encendido.



Me lo introdujeron en la vagina y prendieron la mecha. Y la
cera a medida que se iba derritiendo, ca�a sobre alguna parte de mi desnudo
cuerpo.



Pero claro, hab�a que provocar espasmos, a f�n de que la cera
hirviente se desprendiera del v�stago. Forma de conseguirlo, azot�ndome los
muslos y el vientre.



No os voy a cansar ahora con mis tormentos, tan s�lo a�adir
que fu� tan salvajemente azotada, que a�n sue�o con ello, y eso que pasados unos
d�as sufr� todos los tormentos inimaginables.



Hacia la media noche, ces� todo el tormento. Me desataron y
me condujeron medio arrastras hasta una celda en donde se encontraba mi
compa�era Cristine.



Las dos est�bamos completamente marcadas por la rabia de los
l�tigos. Y adem�s est�bamos tan sofocadas y doloridas que ni siquiera
pronunciamos palabra alguna. Todo lo m�s, nos miramos entre las l�grimas que
surcaban nuestras mejillas, como si de un ballet se tratara.



Me qued� dormida sobre la manta de la cama, casi de
inmediato. No s� que hizo Cristine.



Me despert� algo sobresaltada. Estaba so�ando cosas
excesivamente extra�as e irreales. Cuando conseguir fijar mi vista en el bulto
que se mov�a, pude descubrir como se llevaban a Cristine.



El sue�o volvi� a vencerme y ca� rendida.



El nuevo despertar fu� mas angustioso, ya que sent� como unas
manos taladraban la intimidad de mis sue�os. Y cuando abr� los ojos, me v�
frente a mis 10 verdugos.



Todos estaban pulcramente vestidos, pero en sus caras
adivinaba la lascivia hacia mi cuerpo, a�n desnudo y sobradamente maltratado.



Me hicieron levantar y caminar hasta una sala contigua. Una
vez en ella, alguien anunci� :



- Esta idiota ha sido reclamada por el Amo. Deberemos
tratarla como la cobarde de mierda que �s, hasta que tenga su nuevo destino.
Pero eso no suceder� hasta pasadas 2 horas. �Qu� os parece si la damos un
repaso?.



O� como todos coreaban la propuesta. Y muchas manos se
echaron sobre mi indefensa desnudez. Fu� manoseada, golpeada y de nuevo azotada,
aunque esta vez de una forma algo mas informal y no por ello, menos dolorosa.



Cuando de nuevo ces� el tormento, me dejaron tumbada en una
cama y se fueron, cerrando la puerta de la celda en la que me hab�an
introducido.



Pero antes de que pudiera conciliar el sue�o, dos de las
mujeres me zarandearon, hasta que despert�.



Me indicaron el que caminase entre las dos hasta la sala
contigua, en donde me hab�an azotado minutos antes. Me sent� desesperar de
impotencia.



Pero los azotes no se llegaron a consumar. Fu� colgada de las
mu�ecas y cuando ya me ve�a irremisiblemente azotada, sucedi� que, se prestaron
a aplicarme un spray por todo el cuerpo.



Sent�, en principio, verdadero fr�o, para convertirse a
continuaci�n en un ligero calor, que me hac�a sentir en muchas zonas sensibles
de mi desnudez, verdaderos picores que no pod�a remediar de forma alguna, debido
a mi situaci�n.



Afortunadamente, aquel calvario dur� menos de 10 minutos,
aunque cre� volverme loca de desasosiego.



Cuando me desataron, estaba tan virginal como antes de que
comenzasen los tormentos en aquella maldita mesa. No pod�a creer lo que ve�a.
Donde minutos antes, hab�a severos costurones, ahora hab�a una tersa piel, mi
piel.



Cuando lleg� el momento, fu� vestida con mis ropas y
conducida con los ojos vendados por pasajes que no sabr�a describir.



Llegu� ante una gran b�veda y all� me dejaron mis
acompa�antes, a la vez que aparec�an un par de varones correctamente
uniformados.



Me flanquearon y nos dirigimos hasta donde el Gran Amo se
hallaba.



La verdad era, que en aquella parte del palacio, el lujo era
el denominador com�n.



Fu� situada en una fila de unas 20 jovencitas, a cual mas
dispar en sus atuendos. Al parecer, los atuendos variaban seg�n el lugar en
donde te hubieran instalado.



Al poco rato apareci� otra joven que fu� situada tr�s de m�.



No hab�an transcurrido ni 10 minutos cuando la gran compuerta
de la sala se abri� de par en par.



Creo que todas, nos quedamos ensimismadas al ver entrar a
semejante ser.



Era superlativamente bello y atractivo, pero tengo que decir,
que su mirada reflejaba un odio mortal.



Nos fu� supervisando una a una, de la manera mas miserable y
ruin que jam�s hab�a contemplado.



Cada jovencita era desnudada por el personal a su cargo y el
buen se�or, se limitaba a manosear los pechos y entreabrir los labios vaginales.



Con la jovencita que estaba delante de m�, se extralimit�
algo m�s. Despu�s de retorcerla los pezones y de rasgu�arla el pubis, la hizo
dar media vuelta y la entreabri� el conducto anal.



Fue apartada a un grupo en el que solo hab�a otras 3 j�venes.



Y me lleg� el turno a m�.



Me desnudaron y aguard� las asquerosas caricias de rigor. Me
palp� los pechos, con tanta avidez que cre�a que me los iba a espachurrar. Me
pellizc� los pezones s�dicamente y al ver como me retorc�a y lanzaba una ligera
exclamaci�n, dijo :



- Esta, para mi uso personal.



Y ya no me molest� m�s. Fu� apartada de todas las dem�s y
conducida hasta los aposentos del Amo. Ni que decir tiene, que permanec� desnuda
en todo momento.



Apareci� en menos de 10 minutos y tr�s despedir a todo el
s�quito, se plant� ante m� y me circund� varias veces, contempl�ndome a placer.



Me daba verdadero p�nico su presencia. Se trataba de un ser
descomunal en todos los sentidos. Lo primero que destacaba en �l, era su
estatura y corpulencia. Segu�a , su majestuosidad y elegancia, as� como, su
saber estar. Luego, fij�ndose un poco, se pod�a observar una mirada incisiva e
inquisidora.



A su lado me sent�a rid�cula. Mi desnudez jugaba en mi
contra, as� como mi estatura, que era bastante inferior a la suya.



Realmente, le dej� hacer todo tipo de cosas sin oponerme lo
m�s m�nimo, a pesar de que me hizo sentir verdadera verg�enza en varias
ocasiones.



Cuando termin� de manosearme, me rode� los hombros con su
brazo y suavemente me dijo :



- Nicole. Conf�o en que no est�s tan asustada como aparentas.
La vida junto a m� te puede resultar de lo mas f�cil y c�moda, siempre que te
prestes al tipo de vida que te corresponde. Debes desechar la idea de
conquistarme, para as� librarte de tus obligaciones. He de confesarte, que tengo
25 esposas y por el momento no deseo otra. Pero si puedo ofrecerte algo si te
dignas a ser mi esclava concubina.



- Se�or, he entrado en esta casa a instancias de mis tutores
y para serviros. Pero lo que me ped�s, no lo hab�a contemplado.



- No te preocupes, peque�a Nicole. Si aceptas mi proposici�n,
tus problemas se reducir�n ampliamente.



- Se�or, eso significa que �se v� a acostar conmigo?.



- Nicole. Nada de preguntas. Por ser �sta tu primera vez, te
lo explicar�. Debido a tu situaci�n, tienes dos opciones. La primera, aceptar mi
proposici�n. La segunda, atenerte a las crudezas del mundo exterior.



- Se�or, si acepto la primera, �qu� me puede suceder?.



- Es muy sencillo. Quedas a mis apetitos y necesidades. Y
quiz�, en un futuro pr�ximo te llegue a hacer mi esposa, pero he de decirte que
antes de ese momento habr�s pasado por numerosas pruebas de actitud.



- Se�or, no creo que tenga opci�n. Elijo la primera.



- Muy bien peque�a, a partir de este instante eres mi esclava
y concubina. P�rtate bien y obed�ceme en todo. Recuerda sobre todo esto �ltimo.



Me sent� algo extra�a, como si mi vida fuera a cambiar a
partir de entonces. Le segu� fielmente hasta una habitaci�n conjunta, cuando �l
me lo indic� con un gesto.



Era una estancia excesivamente rara. Hab�a una gran jaula
dorada.



Por explicarlo de alguna manera, parec�a la jaula de un
p�jaro gigante.



Entonces, me cogi� del brazo y me condujo hasta la puerta de
la misma y me dijo :



- Nicole, �sta ser� tu estancia mientras yo liquido asuntos
en mi despacho. Tan s�lo he de pedirte una cosa. S� alguien m�s estuviera en la
estancia conmigo, t� deber�s permanecer en pie, o pasear, pero nunca sentada o
tumbada. Y �sto, es muy importante, de incumplirlo te azotar� personalmente. No
creo que me falles. Ahora entra y acost�mbrate a tu nueva casa.



Entr� como alelada a mi nuevo alojamiento. Tan s�lo hab�a un
poco de paja cerca de las rejas. Parec�a ser mi lecho de dormir. El suelo era de
fina arena y era agradable


al contacto de mis desnudos pies.



La temperatura estaba climatizada en 22 grados permanentes.



Me acost� sin m�s en aquel lecho natural. La verdad es que
estaba lo suficientemente c�moda como para poder dormir un buen n�mero de horas.



Cuando me qued� sola y las luces se apagaron, pude calmarme
un tanto y hasta consegu� conciliar el sue�o.



Me despert� poco a poco. Una suave luz me daba de pleno sobre
la cara. Cuando fu� consciente, observ� que se trataba de la luz solar que
entraba por uno de los inmensos


ventanales.



Me desperec� y comenc� a estudiar aquella estancia. No ten�a
sitio donde ocultarme si aparec�a alguien. Entonces record� las palabras del
Amo. Deb�a permanecer en pie o caminando ante cualquiera que estuviera en
aquella habitaci�n. Esto me quitaba un problema de la cabeza, aunque me diera
p�nico imaginar los pensamientos lascivos que pudieran pasar por las mentes de
los visitantes.



Aquella jaula ten�a todo lo necesario, incluida una peque�a
cabina que estaba disimulada por la estructura y que hac�a las veces de aseo.



El aseo estaba compuesto de una ducha y una taza, todo ello
en un metro cuadrado.



Cuando descubr� aquella maravilla, la utilic� en todos sus
pormenores. Pero, despu�s de ducharme me d� cuenta de que no ten�a toalla para
secarme. Mi cuerpo se deber�a secar a la intemperie de aquella habitaci�n.



Ahora, paso a explicaros el cuarto de aseo. La ducha estaba
situada tanto en el techo como en dos alturas distintas de las paredes.
Realmente, resultaba un verdadero placer el poderse lavar de aquella forma. He
de a�adir, que la taza estaba regada en cada sesi�n, pues los orificios de
salida del agua quedaban justos en su vertical. El suelo de


aquel min�sculo cuarto de aseo, era de rejillas met�licas,
por lo que el agua nunca se acumulaba sobre el suelo.



Cuando estaba casi seca, apareci� el marqu�s. Yo, me qued�
inm�vil y en pie hasta que �l me indicara como deb�a proceder.



Se acerc� hasta los barrotes de la jaula y me mir�
detenidamente. Mis cabellos todav�a estaban mojados y largos hilillos de agua se
deslizaban por mi desnudez.



Parec�a estar entusiasmado por mi estado, tanto, qu� se anim�
y me dijo:



- Nicole. Me alegra el que seas limpia. Adem�s me has dado
una alegr�a y conf�o en que se repita al menos una vez al d�a, siempre que
puedas. No obstante, no s� como est�s de vello. Ac�rcate.



Me acerqu� algo temerosa hacia �l. A medida que su imagen
estaba mas cerca de la m�a, un miedo atroz se iba apoderando de mi ser.



Cuando estuve a su lado, mantuve la mirada baja y me dej�
inspeccionar de nuevo. Enseguida, sent� sus dedos recorrer mi tibia desnudez. Y
llegando las caricias a mis axilas, dijo :



- Nicole. Necesitas ser depilada. Es una norma en mi casa el
que mis esclavas est�n pulcramente presentables. Y t�, no eres una excepci�n.
Como este menester lo vas a tener que mantener con cierta asiduidad, te propongo
lo siguiente : Te env�o a nuestro centro capilar, para que te anulen el vello
superfluo. Tan s�lo, te costar�a 500 azotes. �Qu� decides?.



- Se�or. Si es lo que me conviene, acepto.



- Mi querida Nicole, me has sorprendido agradablemente. Por
lo que el costo de tu depilaci�n definitiva, te lo voy a rebajar a 100 azotes.
�Estar�s contenta, no?



- Se�or, le agradezco tal consideraci�n hacia m�.



- De acuerdo. Los prefieres ahora, o bien, cuando est�
realizada la depilaci�n.



- Se�or. Acatar� lo que Ud. decida.



- Bueno, en ese caso, te tomar� ahora. Hasta las 2 de la
tarde no espero el primer invitado.



Abri� la puerta de mi jaula y me indic� el que pasara a un
cuarto contiguo.



Avanc� desnuda, pero me mantuve erguida, al pasar junto a �l.
Sab�a que lo iba a pasar mal, pero no ten�a otra opci�n. Adem�s, necesitaba que
supiera que todav�a no hab�an conseguido rebajarme a la categor�a mas baja y
ru�n.



Seg�n me encaminaba a mi nuevo tormento, pens� en el vello
superfluo que conten�an ciertas partes de cuerpo. Y llegu� a la conclusi�n de
que no era para tanto. Quiz�, se sinti� irremisiblemente atraido por mi desnudez
y eso le provoc� a producirme una serie de dolores, que a �l le parecer�an el
paraiso del disfrute.



Llegu� hasta la sala contigua y entr� sin preocuparme en
esperarle. Hab�a toda clase de aparatos. Al llegar junto a unas cadenas que
colgaban desde el techo, me detuve y me volv� para mirarle.



Le v� como sonre�a y su expresi�n cambiaba r�pidamente. Sus
pupilas lo anunciaban claramente. Iba a ser azotada por el jefe supremo de aquel
lugar y desde luego, no cab�a duda, sufrir�a lo indecible.



A un gesto suyo, elev� los brazos a f�n de que pudiera
engarzarme los grilletes en las mu�ecas. Ya hab�a pasado por semejantes
menesteres y aunque nunca eran agradables, siempre cab�a la serenidad de saber
que era lo que iba a suceder.



Y en efecto mis mu�ecas quedaron ancladas.



A continuaci�n tens� las cadenas, por lo que mi cuerpo qued�
ligeramente arqueado y expuesto a cuantas humillaciones y vejaciones quisiera
realizar sobre m�.



El tormento no me asustaba en gran medida. Aunque era
consciente del dolor que iba a tener que soportar, ya que 100 azotes subyugan a
cualquiera y m�s viniendo del propio Amo y Se�or de aquellos lugares.



Comenz� con media docena de peque�os latigazos sobre la
espalda. La verdad es que me sent� casi dichosa.



Pero, antes de que me diera cuenta cayeron otros 6 sobre las
nalgas, que hicieron que mis gritos se desparramaran por toda la estancia.



El dolor que me hab�an producido era tan intenso, que mis
gritos sal�an entrecortados y temblorosos.



A �l, no parec�an afectarle mis jadeos, gritos y
contorsiones. M�s bien, parec�a que le agradaba el ver como se debat�a aquel
cuerpo desnudo, que era mi persona.



Sigui� con nuevas tandas de azotes en cada uno de los lugares
mas sensibles de mi cuerpo.



Consigui� que perdiera el sentido en dos ocasiones, pero en
cuanto me hube recobrado, volvi� a la carga con mayor intensidad si cabe.



Cuando me desat�, estaba hecha un gui�apo. Me qued� encogida
en el suelo. Jadeaba lenta y entrecortadamente. Unas fuertes laceraciones
contorsionaban todo mi cuerpo y mi cara deb�a de ser la representaci�n de la
angustia total.



Me hab�a azotado todas las partes mas sensibles del cuerpo,
en las que incluy� con especial rigor, mis pechos, interior de los muslos y
vagina.



Cuando me fu� serenando, le o� decir :



- Querida Nicole. He de decir que no te has portado mal del
todo. Por esta vez te perdonar� esos gritos tan fuera de lugar. Y te los
perdono, porque en breve estar� de nuevo sobre esa desnudez tuya que me encanta.
Ahora lev�ntate y s�gueme hasta los cuartos de servicios.



Me levant� a duras penas y entre gemidos y l�grimas, me
aproxim� hasta �l. Observ� que su mirada, a�n era dura, por lo que evit� el que
se disgustara y me diera otra serie de azotes, pues todav�a portaba en su mano
derecha el l�tigo con el que me hab�a atormentado.



Me situ� a su lado y caminamos en silencio. Manten�a la
mirada baja y de vez en cuando un ligero gemido se escapaba de mi garganta, a la
vez que alg�n temblor recorr�a diversas partes de mi cuerpo.



Llegamos hasta unas salas enormes en donde se practicaban las
curas y todo tipo de servicios, incluido el de depilaci�n.



En un momento determinado, alarg� su brazo y las tiras de
cuero del l�tigo al rozar mis senos, hicieron el que detuviera la marcha.



Me volv� para mirarle. Y �l, con una indicaci�n de sus ojos
me indic� el que me dirigiera a una peque�a estancia que quedaba a mi derecha.



Camin� pu�s hacia el lugar indicado. Al llegar, no tuve ni
que llamar. Unas rudas manos me cogieron del brazo y me hicieron entrar en
aquella estancia.



Hab�an varias personas, de las cuales 2 eran mujeres y 3
varones, aparte el que medio me trasportaba. La verdad es que sent�a un peque�o
dolor en el brazo por el que me ten�a sujeta.



Me condujo hasta el centro de la sala en donde ca�an dos
cadenas con argollas, separadas entre s� 1,5 m.



Hicieron descender las argollas hasta el suelo y entonces
engarzaron mis tobillos. Luego me hicieron tumbar en el suelo bocarriba. Cuando
estuve en la postura requerida, las cadenas comenzaron a ascender y yo me sent�
arrastrada por el suelo, mientras mis piernas se iban elevando lentamente.



En un instante qued� colgada por los tobillos. Sent�a
bastante temor, aparte la sensaci�n de que toda la sangre se me agolpaba en la
cara. Mientras mis brazos colgaban inertes, observ� como descubr�an del suelo
otras dos argollas. En ellas engarzaron mis mu�ecas y a continuaci�n tensaron
todo el equipo hasta que mi cuerpo qued� plenamente tenso y sujeto.



Enseguida las dos mujeres, procedieron a aplicarme un spray
sobre todas las zonas castigadas por el l�tigo. Pr�cticamente, todo el cuerpo. Y
me dejaron as� por espacio de unos minutos. Sent�a una gran desaz�n, debido a
que aquella aplicaci�n me produc�a grandes escozores y en algunas partes hasta
picores.



Uno de los hombres, que a�n no hab�a actuado, se acerc� a m�
y me explic� :



- Peque�a. No debes asustarte tanto. Tan s�lo, procedemos a
eliminar tus marcas, a f�n de que est�s bonita y deseable. Por otra parte, s�
que te escuecen las heridas y hasta sientes picores desagradables, pero has de
comprender que es por tu bien. Nosotros, por otra parte nos deleitamos vi�ndoos
sufrir. Y para terminar te dir�, que con estas aplicaciones en spray, tu cuerpo
aguantar� mejor la rabia del l�tigo, es decir, aparecer�n menos marcas en tu
cuerpo.



Cuando se retir� de mi lado, levant� un poco la mirada y pude
comprobar, que las marcas comenzaban a extinguirse.



Y antes de que me diera cuenta, pude ver al amo acercarse
hasta m�. Me sonri� y pas� sus manos por mi desnudez.



Le dieron una especie de brocha y un peque�o utensilio. Moj�
la brocha y la sac� de un color amarillento. Y la acerc� a mi bello p�bico,
hunt�ndome aquella especie de pintura en una peque�a zona. Y as� me dejaron
hasta que se sec� completamente.



A continuaci�n me cubrieron la cabeza con un bolsa de un
material extra�o, dej�ndome cubiertos los ojos, orejas y todo mi cabello.



Enseguida o� unos extra�os sonidos y sent� unas raras
sensaciones en todo mi cuerpo. Era como si me estuvieran deshaciendo sin dolor.



Pasados unos minutos de intensa angustia, me quitaron la
bolsa que me cubr�a la cabeza y comenz� el descenso de las cadenas mientras me
desataban las mu�ecas.



En un instante, estuve en pie, aunque algo mareada. Pero se
me pas� en un par de minutos.



Cuando me vieron restablecida me echaron a los brazos del
amo, que me recibi� con firmeza y me hizo caminar fuera de aquella sala.



Seg�n caminaba, mir� mi vello p�bico. Me qued� sorprendida al
poder observar que tan s�lo me hab�an dejado una min�scula mata de pelo de forma
oval.



La verdad es, que quedaba de lo mas sugerente. Pens�
enseguida las malas consecuencias que �llo me pod�a acarrear, pero no estaba en
mi poder el evitarlo.



Segu� caminando hasta las estancias del amo. Una vez dentro,
me indic� el que me dirigiera a mi estancia y que me aseara convenientemente, ya
que esperaba visita dentro de media hora.



Cuando entr� en la jaula, el cerr� desde afuera y se alej�
hasta su gran mesa del despacho, desde donde pod�a ver todo lo que hac�a. He de
decir, que la puerta no ten�a cerradura y por tanto, podr�a haber intentado
escapar en alguna ocasi�n.



Por mi parte me dirig� a la peque�a cabina. Ten�a necesidad
de orinar y adem�s deb�a apresurarme en asearme, ya que no deseaba el que los
invitados me pillaran dentro de la cabina.




Despu�s de orinar y nada m�s incorporarme, el agua surgi�
desde todos los �ngulos, ba��ndome con agua tibia enjabonada. Me qued� algo
perpleja, ya que anteriormente no hab�a sucedido de aquella manera. Enseguida,
el jab�n desapareci� y comenz� a salir agua pulverizada con bastante presi�n,
adem�s estaba bastante fr�a, lo que hizo que me estremeciera varias veces. Y de
repente ces� el agua y comenz� a salir aire templado y difuso a presi�n.



Qued� completamente seca en cuesti�n de 2 minutos, con la
excepci�n de mis cabellos que quedaron ligeramente h�medos.



Me acerqu� hasta la puerta de la jaula y pude verle. Parec�a
estar leyendo algo muy profundo.



De repente, escuch� un ligero chasquido y un gemido ahogado.



Mir� a mi izquierda y pude ver a 3 hombres, que se dirig�an
hacia donde estaba el amo. Les acompa�aban 3 j�venes tan desnudas como yo. Sus
amos las llevaban con correas que se sujetaban a un collar que llevaban en el
cuello.



Pude localizar a la mujer que hab�a gemido, ya que presentaba
una marca rojiza en su sonrosado cuerpo. Era muy bonita, al igual que sus otras
dos compa�eras. Adem�s era algo rolliza y ten�a una cara angelical, con sus
rubios cabellos cubri�ndola parte de la cara.



El amo que la portaba, colg� el l�tigo en una de las anillas
del collar, mientras se aproximaban hasta el gran despacho que ten�a mi amo.



Mir� hacia �l y le v� levantarse y aproximarse al grupo. Se
abrazaron efusivamente y luego se dedic� a pasar revista algo despreocupadamente
a aquellas jovencitas. Entonces, a uno de ellos le o� preguntar :



- Querido Armand. �D�de se encuentra esa preciosidad que has
adquirido?.



Observ� como mi amo, dirig�a su mirada hacia m� y dec�a :



- Nicole. Ven aqu�, estos se�ores desean contemplarte.



No lo dud� un solo instante. Abr� la puerta y me apresur� a
acercarme a mi amo. Entonces, otro de los presentes, hizo la siguiente
puntualizaci�n :



- Observo, querido Armand, que tu pupila no va provista de
amarres. Y ya sabes, que a nosotros nos gustan las facilidades y no el tener que
estar pendientes de una maldita cuerda. Por tanto, creo necesario el que la
adornes adecuadamente.



- Estoy totalmente de acuerdo. La verdad es, que estaba
esperando que me aconsej�rais vosotros.



- Creo, que lo mejor ser� que le pongas algo parecido a lo
que llevan las nuestras, de ese modo ser�n compatibles las 4, adem�s es curioso
que sean dos rubias y dos morenas.



- De acuerdo, vayamos a la biblioteca y hablemos. All� la
buscar� algo que os agrade.




Comenzaron a caminar y yo permanec� tr�s mi amo y al lado de
la rubia. Me fij� en que su mata de vello p�bico ten�a forma de coraz�n y que
era casi del mismo tama�o que la m�a. Me fij� en las otras dos y comprob� que
cada una ten�a un adorno distinto, pero que sus mechones eran de escasas
dimensiones.



Llegamos hasta la biblioteca. Entonces cada uno de ellos,
engarz� las mu�ecas de sus pupilas por las pulseras, a la espalda y las
abandonaron en un rinc�n de la biblioteca. Todas ten�an colgando de su cuello y
entre sus pechos un l�tigo.



Mi amo me hizo un gesto para que le siguiera. Me aprest�
r�pidamente y camin� tr�s �l, mientras los 3 hombres me segu�an a escasa
distancia. Me sent� terriblemente nerviosa, pero procur� el que no se me notara.



Armand, se par� ante un gran armario y abri� las dos puertas.
Casi me caigo de espanto, al contemplar la cantidad de atalajes e instrumentos
de tortura que all� hab�a. No pude por menos, que soltar una ligera exclamaci�n,
cosa que no pas� desapercibida por aquellos seres, que se carcajearon a mi
costa.



Me concentr� en mirar a mi amo y en esta actitud me
descubri�, mientras algunos manotazos ca�an sobre diversas partes de mi cuerpo,
mientras segu�an ri�ndose.



Se fueron apaciguando poco a poco y entonces Armand, se
acerc� a uno de ellos y le dijo :



- Toma Pierre. Tu eres el mas antiguo, debes pon�rselo si te
place.



- Encantado Armand.



Se situ� a mi lado y me rode� el collar por el cuello. Luego
lo cerr� entorno a mi garganta y comprob� el que no me apretara, ni quedara
flojo. Y asegur� el cierre. Procedi� de la misma manera con las dos pulseras.
Luego cogi� una correa del armario. Era muy fina, pero antes del anclaje, ten�a
unos 30 cm. de un material muy espinoso. Y, a f�n de que pudiera notar el
efecto, me la restreg� suavemente por los pechos.



A pesar de mi esfuerzo, no pude menos que contorsionarme ante
aquellas malditas sensaciones. Entonces Pierre, se acerc� de nuevo al armario y
tr�s titubear un poco, cogi� un l�tigo de unos 60 cm. de largo, quedando
dividido en tres partes; 15 cm. de mango, 15 cm. de cuero trenzado y 30 cm. con
3 tiras fin�simas y del mismo material que la correa.



Lo dej� caer a lo largo de mi cuerpo. Y de nuevo tuve aquella
extra�a sensaci�n. Pero esta vez, pude contenerme. Luego, sin m�s, me entreg� a
Armand.



V� como �ste sonre�a y cogiendo la correa, la cimbre�
golpe�ndome en los pechos, a f�n de que caminara. Me condujo junto a las otras
tres y tr�s atarme las manos atr�s por las pulseras, se reuni� con sus amigos.



Mis compa�eras me miraban con curiosidad. Hab�a una profunda
tristeza en sus miradas. La rubia, ten�a como perdida la mirada.



Pens� para mi interior, las salvajadas que habr�an ya
padecido para que estuvieran tan innermes.



En un instante y entre risas y peque�as gesticulaciones se
fueron acercando a nosotras. No sab�a que nos deparar�an las siguientes horas.
Pero desde luego, nada bueno deb�a de ser, al ver las caras de mis 3 compa�eras.
Se hab�an puesto algo mas r�gidas que hac�a unos momentos.



Cada uno de los hombres se ocup� de su pupila. Armand, cogi�
la correa y la cimbre� hasta que un par de golpes me acertaron en los pechos,
luego tir� de la correa, oblig�ndome a caminar.



Descendimos hasta la planta baja, en donde se encontraba un
enorme sal�n. He de decir, que las cuatro segu�amos con las manos ancladas a la
espalda.



Armand, se acerc� a m� y desenganchando de mi collar el
l�tigo, lo cogi� y lo hizo restallar en el aire a pocos cm. de mis pechos.



Entramos en el gran sal�n, sin preocuparnos de las doncellas
que por all� pululaban. Hab�a unas 12. Todas ellas rubias y de cara angelical.
Vest�an un corto y fin�simo traje de seda de color rosa. Llevaban diversos
adornos en brazos y mu�ecas. Y por �ltimo, iban descalzas. La verdad, es que se
agradec�a andar as� por aquel parquet tan pulido y brillante.



No nos prestaron la mas m�nima atenci�n, Era como si fu�ramos
vestidas y acompa��ramos a aquellos varones.



La mesa era octogonal, de forma que cada persona ocupaba un
lado, incluidas nosotras que nos sentar�amos a la derecha de nuestro amo.



Las sillas de ellos eran majestuosas y confortables. A
nosotras nos ten�an preparadas unas banquetas de madera sin respaldo. Adem�s las
banquetas hab�an sido sujetadas al suelo, a f�n de que no estuvi�ramos cerca de
la mesa y adem�s el mantel hac�a unas ondulaciones hacia el tablero en cada uno
de nuestros puestos, con lo cual est�bamos desnudas y a merced de las miradas y
dem�s actos a los que nos quisieran someter.



Armand, fu� el primero de los cuatro, que ancl� el l�tigo en
la anilla trasera de mi collar. Los dem�s se aprestaron a imitarle.



Me enterar�a con el paso del tiempo, que aquello era una
especie de tradici�n entre todos los comensales. Se trataba de, que si alguien
deseaba dar unos azotes a una hembra, no tuviera que perder el tiempo buscando
un l�tigo entre los asistentes. Lo desenganchaba de la pupila y pod�a asestarla
hasta 10 latigazos consecutivos, mientras la hembra permanec�a sentada, o bien,
la indicaba que le siguiera a cualquier lugar a la vista de todos y de esa
forma, pod�a engancharla a una columna y azotarla hasta 25 veces consecutivas en
cualquier lugar del cuerpo.



Me sent�a extra�a y algo molesta al tener que soportar, aquel
cuero espinoso en mi espalda, que a cada movimiento me hac�a desesperar de
desasosiego.



Armand, se levant� de la mesa y sali� al exterior. Tard� un
par de minutos en volver. Al pasar junto a la joven rubia, se detuvo y
desenganchando el l�tigo de su collar, la di� 10 fuertes latigazos en la espalda
y ambos costados, entre los jadeos y reprimidos gemidos de la joven.



Luego, volvi� a enganchar el l�tigo en el collar y se sent� a
mi lado, mir�ndola descaradamente.



Observ� los esfuerzos que hac�a la pobre para no gritar de
dolor. Su respiraci�n era entrecortada y varias l�grimas surcaban sus mejillas.



Me sent�a extra�amente nerviosa, ya que a partir de aquel
instante, cualquiera de los varones podr�a levantarse y apoderarse de alguna de
nosotras y azotarnos con total impunidad.



El var�n que ten�a a mi derecha era algo mas nervioso que el
resto del grupo y por tanto me sent�a en tensi�n constante, pues ya en un par de
ocasiones me hab�a manoseado ligeramente, aunque sin excederse. Pero a su pupila
no la dejaba casi tomar aliento. Era una hembra de tez morena, pelo corto y
formas de lo mas sugerentes. Deb�a medir cerca de 1,80 m., pero esa altura era
ideal para su amo, ya que �ste era el mas alto del grupo, con 2,15 m. y una
amplia musculatura.



Por mi parte, me ve�a rid�cula a su lado, ya que mi estatura
era inferior en medio metro a la suya. Realmente era la mas baja de todo el
grupo, aunque la otra rubia tan s�lo me sacaba 5 cm. aproximadamente. Y la otra
morena, estaba a caballo de sus dos antiguas camaradas.



Cuando nos hab�an colocado en nuestros asientos, Armand me
hab�a susurrado, el que no despegara mis manos de la mesa, salvo que alguien lo
hiciera.



De esta manera, cuando la mano del var�n que ten�a a mi
derecha se aproximaba a m�, me manten�a erguida y me dejaba hacer, ya que de
intentar evitarlo, ser�a cruelmente castigada.



Por tanto, nos trataban de las formas mas viles y
humillantes, mientras nosotras permanec�amos impasibles.



El var�n que ten�a a mi derecha, se levant� y se situ� a mi
espalda.



No me atrev� a mirar hacia atr�s, pero un sudor fr�o se
apoder� de m�, a la vez que sent�a los m�sculos agarrotados. Parec�a inminente
el que fuera azotada.



Pero los segundos transcurrieron limpiamente y de nuevo,
observ� como aquel ser gigantesco se sentaba a mi lado.



No pod�a dar cr�dito a cuanto hab�a sucedido. Y a pesar de
haber transcurrido todo a mi favor, el temblor persist�a en todo mi cuerpo.



Mir� a Armand de reojo y observ� el que parec�a disfrutar de
lo lindo con mi estado de nervios.



El var�n que ten�a a mi derecha, segu�a trasteando con mi
cuerpo. He de decir que me ten�a martirizado el costado y el seno derecho, ya
que de alguna manera, me atizaba un pellizco o me pinchaba ligeramente con algo
punzante. Pero hac�a lo mismo con su pupila.



En un momento determinado, asi� mi mano derecha y me la ancl�
al collar, en la nuca, por lo qued� desprotegida totalmente de sus accesos.



Comenc� a sentirme mas inquieta de lo normal. Mi respiraci�n
se hizo algo mas densa y profunda. Sab�a que todas las miradas estaban puestas
en m� y �sto me hac�a estremecer de miedo y angustia.



Sent� como todo mi cuerpo parec�a querer impulsarse hacia
afuera de la mesa. Me dominaba como pod�a, pero como el var�n que ten�a a mi
derecha, hab�a aprovechado la ocasi�n para sobetearme con mayor descaro, al
tener anclada mi mu�eca en el collar�n, no pude por menos que mover la otra mano
en auxilio de mi costado derecho.



Cuando me d� cuenta de mi torpeza, era demasiado tarde.
Armand, se hab�a levantado y vociferando fuertemente, me abofete� repetidas
veces. En breves segundos me cogi� de los cabellos y me levant� de la silla
medio en volandas.



Le segu� como pude, dando traspi�s, mientras �l segu�a
gritando y peg�ndome. Me llev� hasta el centro de la sala y me engarz� la mu�eca
izquierda en el collar�n. Luego desenganch� el l�tigo y situ�ndose ante m�, me
lo descarg� repetidas veces en el vientre y los muslos.



Como ya nada ten�a que perder, me permit� el lujo de poder
gritar del dolor que me causaban los azotes.



A cada azote mi cuerpo se contorsionaba al tiempo en que un
alarido se escapaba de mi garganta.



Cuando termin� de azotarme, me cogi� de nuevo de los cabellos
y me condujo de regreso a mi asiento, colgando el l�tigo en una de las anillas
del collar.



Observ� como todas las miradas estaban puestas en m�,
mientras mis l�grimas resbalaban por mis mejillas.



El var�n que ten�a a mi derecha, no se apiad� lo mas m�nimo
de mi estado de �nimo y me zarande� los dos senos s�dicamente.



Ahora ya no pod�a eludirle, pero por otra parte me sent�a
algo menos violenta, ya que al no poder utilizar mis manos, deb�a dejarme hacer.



La cena prosigui� entre risas, guasas y bromas, por parte de
ellos hacia nosotras y principalmente hacia m�.



He de decir, que tan s�lo cen� lo que mi amo quiso ponerme en
la boca y lo que aquel miserable que ten�a a mi derecha, me estampanaba en la
cara.



Estaba toda sucia y churretosa, pero �so a ellos parec�a
divertirles en gran medida.



Gustav, que as� se llamaba aquel ser gigantesco, me puso
varias veces la copa de vino en los labios, pero la volcaba de golpe y el
l�quido se desparramaba por toda mi cara, chorreando por todo el cuerpo. No
obstante, consegu�a beber algo, que me aliviaba de aquella maldita tensi�n e
incertidumbre.



Sab�a, que en breves momentos se meter�an mas a fondo
conmigo, pues a cada minuto que pasaba, se hac�an mas violentos los actos contra
mi ser.



Cuando la cena termin�, Armand se levant� y anunci� :



- Creo que es llegada la hora de pasar a la biblioteca. All�
podremos saborear alg�n licor y divertirnos con estas zorras. Adem�s, he
convertido una parte de la misma y podremos adecentar a esta puerca, lo
suficiente como para podernos acercar a ella sin ponernos perdidos de restos de
comida.



Todos se levantaron y tiraron de cada una de sus pupilas.
Armand se encarg� de m� con malos modos, que me aterrorizaron mas de lo que ya
estaba.



Llegamos hasta biblioteca y al entrar, pude contemplar el
lujo que reinaba en aquella estancia. Hab�a una gran puerta dorada de hierro
labrado, que me impresion� por su belleza.



Mientras las jovencitas, eran atadas en diversas columnas, yo
era conducida hasta aquella enorme puerta. Parec�a muy pesada, pero Armand la
empuj� y la puerta se abri� suavemente.



Cuando v� lo que all� hab�a me entr� una flojera en las
piernas, que dejaron de aguantarme y ca� de rodillas al suelo. Las manos de
Gustav, se encargaron de ponerme de nuevo en pie, mientras Pierre, me asestaba
varios azotes con una fusta en las nalgas.



El dolor fue tan imprevisto, que me hizo reaccionar y me
mantuve en pie, aunque igual de asustada que hac�a unos instantes.



Se trataba de un aparato formado por una enorme rueda
giratoria. La mitad de la misma estaba sumergida en una gran piscina, en la que
se ve�an unos rudos cepillos en el fondo y que rozaban contra la rueda. En el
arco superior y dentro de la rueda hab�a otros rudos cepillos, que tambi�n
rozaban el arco de la misma.



La rueda estaba formada por dos c�rculos separados 40 cm.
entre s� y varios pares de anclajes.



No hab�a conseguido pensar en que consistir�a el suplicio,
cuando las manos de Pierre y Gustav se apoderaron de m� y tr�s desenganchar mis
manos del collar�n, me condujeron hasta la piscina en donde me hicieron entrar.



El agua me cubri� hasta la altura de los pechos, estaba
bastante caliente, pero se pod�a soportar.



Enseguida, engarzaron cada una de mis mu�ecas en un anclaje
de cada aro de la rueda. Luego la rueda comenz� a moverse lentamente hasta que
los cepillos interiores sujetaron mi espalda, casi en la horizontal.



Cuando estuve en esta posici�n procedieron a colocarme unos
grilletes en cada uno de los tobillos, tensando a continuaci�n ligeramente los
mismos.



Por �ltimo, volv� a descender hasta la posici�n inicial y el
otro hombre que se llamaba Ren�, me coloc� un casco de un metal muy ligero y con
una ventanilla de cristal por la que pod�a ver lo que pasaba.



Y comenz� el espect�culo. La rueda comenz� a girar
lentamente, mientras yo me iba elevando y mi cuerpo sal�a del agua. Al pasar por
la horizontal, sent� las fuertes p�as del cepillo rasgu�ar rudamente desde mi
cuello y recorriendo toda mi espalda hasta los pies.



Era una sensaci�n desesperante, aunque no muy dolorosa, pues
carec�a de marcas de l�tigo. Cuando el rodillo dej� de rozarme pude ver por la
ventanilla de mi escafandra la proximidad del agua.



Tuve el tiempo justo para coger aire y mantener la
respiraci�n, ya que comenc� a sumergirme de cabeza en el agua.



Cuando estaba llegando al fondo, levant� ligeramente la
cabeza y pude ver los cepillos que aguardaban mis partes mas tiernas.



Las p�as chocaron contra la escafandra y se desplazaron por mis pechos,
vientre y muslos, provoc�ndome terribles sensaciones, que me hicieron expulsar
el aire y tragar algo de agua. Con lo que tos� desesperadamente.


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Relato: Historia de Nicole (2)
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