Relato: Cleopatra, reina de Egipto (1)





Relato: Cleopatra, reina de Egipto (1)

Capitulo I



Se que la historia me honrara. Se que alg�n d�a, hombres y
mujeres al mencionar mi nombre, se preguntaran quien fui realmente. Se que ser�
un personaje m�stico y misterioso. Se que mi cultura, mi imperio, no durara para
siempre. Y que los Faraones solo ser�n recordados en los extensos pergaminos de
la historia, e incluso muchos de estos nombres, quiz�s se pierdan en los largos
hilos de los mitos y las leyendas.



La historia me rendir� tributo. Pero en este momento no es en
fama en lo que estoy pensando. En estos momentos, poco me interesa ser recordada
como una valiente l�der y reina, que hizo todo lo posible por ayudar a su
pueblo. Ya se escribir�n suficientes historias acerca de mi, que narren mis
grandes proezas, mis triunfos, mis conquistas. Eso se lo dejo al destino. De
eso, me despreocupo. Los dioses har�n que mi memoria sea honrosa.



Pero, lo que me interesa narrar aqu�, es una parte de mi, que
si bien es cierto, es poco conocida, es la parte de mi ser de la que mas
orgullosa me siento. Una parte que la historia casi siempre omite y a la que
pocos parece interesarles. Por que la historia esta escrita por hombres, y a los
hombres solo les importa saber acerca de las guerras y las batallas. Pero a
nosotras las mujeres, siempre mas humanas y sensibles, nos gusta hondar en el
lado humano de la persona. Su lado amoroso. Su vida personal.



Es por eso que en este momento siento la necesidad de
contarles acerca de mi vida intima. Mi vida sexual. La vida que ning�n
historiador registrara, pero de la que todos querr�n saber. Una vida llena de
deseo, excesos y dem�s vicios y fantas�as que como reina pude regalarme. As�
pues, espero que encuentren mi relato interesante y lo disfruten, as� como yo lo
hice.



Firmado:


Cleopatra VII, Reina de Egipto




Capitulo II



Empezare con mi adolescencia. No hablare sobre mi ni�ez por
considerarla aburrida y poco relevante. Era mi cumplea�os numero 17. Para ese
entonces, al ser yo una princesa consentida, mimada y caprichosa, el sexo era
desconocido para mi. Es natural, pues ya sabemos lo machista que suele ser la
sociedad. Hasta el momento, se me estaba prohibido cualquier contacto con los
hombres. No pod�a acercarme a ning�n esclavo o guardia del palacio. Incluso,
muchas veces, sol�a observarlos desde lejos, cuando la enorme puerta que
conduc�a a mis habitaciones quedaba entreabierta, y recuerdo haber sentido una
curiosidad enorme. �Por qu� no pod�a acercarme a aquellas personas? �Qu� los
hacia tan diferentes a nosotras? Pero mi padre, para mantenerme distra�da de
estos pensamientos, me hab�a asignado un grupo de unas diez esclavas, que
estaban todo el d�a a mi entera disposici�n. Pero, como eran las �nicas personas
con las que tenia contacto, mas que mis sirvientas, las consideraba mis amigas.
Todas eran j�venes y ten�an mas o menos mi edad. Ninguna pasaba de los 20 a�os,
ni bajaban de los 14. Generalmente eran muy bulliciosas, llenas de vida y
energ�a. Jam�s las escuche quejarse por nada. Siempre estaban entrando y
saliendo de la habitaci�n, tray�ndome lo mas r�pido que pudiesen cualquier cosa
que se me antojara, o bien yendo de un lado a otro de la habitaci�n, limpiando y
recogiendo. Solo cuando todo estaba en su lugar y a mi no se me ofrec�a nada,
entonces se sentaban a charlar o a jugar conmigo o entre ellas.



Mi habitaci�n era enorme. Toda un ala del palacio real
dedicada a m�. Era de forma hexagonal, decorada a la usanza de mi pa�s: grandes
columnas y muchos motivos dorados con inscripciones, especialmente en los marcos
de las ventanas, mi �nico contacto con el mundo exterior.



El piso era de un m�rmol gris claro, moteado. Estaba cubierto
casi en su totalidad por cojines p�rpura. Hab�an de muchos tama�os, desde
cojines grandes, donde pod�a acostarme o sentarme y apoyaba casi todo mi cuerpo,
hasta los mas peque�os, en donde apenas pod�a recostar la cabeza. La textura de
estos cojines era de ensue�o. Creo que era lo que mas me gustaba de toda mi
habitaci�n. Recuerdo que sol�a acostarme desnuda sobre ellos, sintiendo el
contacto de la exquisita tela sobre mi suave piel y daba vueltas, sintiendo como
los cojines me acariciaban todo el cuerpo, y eso me excitaba. Aunque para aquel
entonces, no sabia como llamar a aquella maravillosa sensaci�n.



En el fondo, hacia una de las esquinas, se encontraba mi
lugar favorito en todo el mundo: mi tina de ba�o. Estaba hecha del mismo m�rmol
que el suelo, y parec�a una continuaci�n de este. Era de forma hexagonal,
supongo que para no desentonar con el dise�o de la habitaci�n. Era bastante
amplia. Creo que pod�an caber hasta 15 personas dentro de ella. Parec�a mas bien
una fuente. Aunque por dentro era del mismo color, estaba muy gastada, debido a
que me encantaba tomar largos ba�os. Adoraba aquella sensaci�n. El agua tibia
cubri�ndome el cuerpo, las sales limpiando cada poro de mi piel. Adem�s, era muy
vanidosa (bueno, en realidad lo he sido siempre), y aquella era la excusa
perfecta para admirar y acariciar mi hermoso cuerpo durante horas, sin que nadie
se diera cuenta. Y cuando necesitaba un poco de atenci�n extra, ped�a a alguna
de mis sirvientas que me dieran un masaje por todo el cuerpo, con el pretexto de
que es bueno para tonificar la piel, para lo cual me acostaba boca abajo en el
borde de la tina, que media unos cinco palmos. Pero la verdad es que me
encantaba sentir aquellas suaves y delicadas manos acariciando todo mi cuerpo,
cent�metro a cent�metro, untadas de una exquisita loci�n que ol�a a durazno y
que hacia mi cuerpo mas resbaloso y sedoso. Hab�a d�as que simplemente sol�a
hacer esto desde la ma�ana hasta la noche.




Cap�tulo III



Ese d�a me despert� un poco mas temprano de lo habitual. Eran
17 a�os. No pod�a creerlo. Estaba haci�ndome mayor y por primera vez ca� en
cuenta de ello. Nunca me hab�a importado. Siempre cre� que nunca crecer�a. Que
seria hermosa para siempre. Pero ahora... me preocupaba que empezara a
envecejer, y a perder la belleza de mi juventud.



Sacud� esos pensamientos de mi cabeza r�pidamente, finalmente
abr� los ojos, que hab�an permanecido cerrados hasta el momento, debido al
reflejo del sol que se colaba por las ventanas. Pude apreciar como reluc�an las
sabanas de seda con los pocos reflejos del sol, y como la fr�gil y esbelta
silueta de mi cuerpo era resaltada por las finas y delicadas sabanas que cubr�an
todo el colch�n. La cama era de una madera oscura, y estaba sostenida por cuatro
pilares de la misma madera oscura. Los cuatro pilares son tallados, y
representan a una figura mitad humana y mitad �guila, en honor al dios Ra. Cada
pilar sostiene en sus manos (o alas. No se exactamente que son) una larga lanza
que apunta hacia arriba y que tratan de converger en el techo. De las puntas de
las lanzas cuelga un tupido velo que cubre toda la cama. No se de que material
era, pero mis sirvientas se afanaban en cuidarlo como si se tratara de su vida.



Suspiro, me desperezo un poco, aparto las sabanas de mi
cuerpo, quedando este totalmente al descubierto y me dispongo a hacer una
especie de ritual personal que vengo llevando a cabo desde hace unos pocos
meses, para comprobar si todo esta como debe de estar.



Estiro el brazo izquierdo hacia el frente lo mas que pueda,
de modo que quede frente a mi cara, vi�ndome el reverso de la palma. Con la mano
derecha y con la vista, recorro a plenitud toda la extensi�n de mi brazo, desde
los dedos hasta el hombro, sintiendo el contacto de mis dedos con mi tersa piel,
para luego pasar a hacer lo mismo con el otro brazo.



Recorro la parte central de mi pecho con un dedo hasta llegar
al ombligo, donde dejo reposar un poco la mano entera y recorro mi vientre con
suaves movimientos circulares, mientras, con la otra mano recorro suavemente mis
senos, aun sin tocar los pezones y noto lo firmes que est�n. A pesar de ser un
poco mas grandes de lo normal, siempre me han parecido hermosos, debido a su
forma perfecta, su firmeza natural, y a su sedosa textura, por lo que de vez en
cuando, me encanta acariciarlos y sentir como mis dedos los recorren en toda su
extensi�n. Los pezones, que siempre me han proporcionado una extra�a sensaci�n
cuando los acaricio, entre cosquillas y placer, resaltan notoriamente casi
siempre por debajo de mi ropa, debido a su firme forma redonda.



Levanto la pierna derecha despacio, hasta que queda 90� con
respecto a mi cuerpo. Flexiono un poco la rodilla hasta que mi mano alcanza la
punta de mi pie y lo acaricio a plenitud. Me encantan mis pies. Me parecen
hermosos. Tienen el tama�o adecuado, adem�s de mis dedos ser proporcionados y
delicados. Casi siempre trato de estar descalza para poder apreciarlos y sentir
el fri� del m�rmol o la suave textura de los cojines a trav�s de ellos.



A medida que mis manos van bajando por mi pierna, vuelvo a
estirarla hasta que queda completamente recta. Mis piernas son largas y firmes,
y como dijo una de mis sirvientas "parece que estuviesen hechas de seda". Me
encanta como se sienten al tacto. Tanto su color, sutilmente moreno, como su
textura, las hacen hermosas.



Sigo bajando con mis manos y acaricio la parte interna de mi
muslo. Cada vez que acaricio esta zona, me siento como si tuviese todo el poder
el mundo. La suave textura, aunado con la sensibilidad de esa zona, pone toda mi
piel de gallina, lo cual hace que aprecie de una manera infinita mi belleza y mi
posici�n.



Una vez terminada con una pierna, hago lo mismo con la otra,
para luego, volver a una posici�n horizontal y con las dos manos y lentamente,
empezar a acariciar mis rodillas, subiendo por la parte interna de mis muslos,
mientras aparto suavemente las piernas hasta llegar a mis partes intimas, que
para el momento yo no sabia como se llamaba y me daba verg�enza preguntarle a
cualquiera de mis sirvientas. Empec� a acariciarme muy despacio, sintiendo como
con cada roce peque�os gemidos escapan de mi boca sin que yo pudiera hacer nada
por ello. Simplemente me conformaba con acariciar mi delicada y suave vagina, y
a disfrutar de la sensaci�n que eso me proporcionaba. Por lo general, mis
sirvientas sol�an mantenerla totalmente lisita y sin pelitos, por ordenes m�as.
Me parec�a que as� se ve�a muy bonita. Y todav�a mantengo esta costumbre.



Empiezo a sentir una extra�a sensaci�n de calor que recorre
todo mi cuerpo. Hab�a sentido algo similar antes, pero nada parecido a esto. No
se por que, pero algo me dec�a que ese d�a seria muy especial, y esta agradable
sensaci�n era la prueba de ello. De repente, noto mi entre pierna un poco
h�meda. A veces, eso me hab�a pasado. Pero nunca sola ni en tal cantidad.
Usualmente, solo suelo humedecerme cuando mis sirvientas me dan masajes, y en
contadas ocasiones en mis rutinas diarias por la ma�ana. Pero esta vez,
realmente estoy mojada. El aroma me inunda. Me embriaga. Me posee. Me hace
sentir como si fuese una peque�a fierecilla fuera de control. Mientras, mis
dedos siguen acariciando lentamente mi hermosa vagina. No puedo detenerme. Es en
lo �nico que puedo pensar. No. No estoy pensando. Hace rato deje de pensar. Todo
esto lo estoy haciendo por instinto. Es como si fuese innato en mi. Casi no
siento mi cuerpo. Solo la agradable y c�lida sensaci�n en mi h�meda y resbalosa
entrepierna.



Casi sin darme cuenta, cambio de mano. Ahora es mi mano
izquierda quien me proporciona esta sensaci�n de placer indescriptible. Los
dedos de mi mano derecha ahora est�n mojados, resbalosos y algo caliente. Sin
poder evitarlo, y como guiada por una fuerza divina, me llevo dos dedos a la
boca. ES INCRE�BLE. Ni siquiera las frutas mas dulces y jugosas o la mas selecta
miel, pueden compararse con este sabor, con este n�ctar, con esta bebida de los
dioses que emana de mi cuerpo. Ahora siento mi coraz�n latiendo mas fuerte que
nunca. Mis gemidos apenas si son apagados mientras succiono y trato de lamer al
mismo tiempo cada gota de la delicia que se encuentra entre mis dedos. Siento
todo el Nilo fluyendo a trav�s de mi vagina, y mi mano no para de acariciarme,
ahora de una manera salvaje e ind�mita. La corriente se hace incontrolable, y
ahora, no solo mi entrepierna esta mojada, sino tambi�n mi culito, que ha sido
alcanzado por el dulce n�ctar que ha llegado hasta ah�.



Mi cuerpo me pide que me frote cada vez mas r�pido, por lo
que lo complazco sin tener opci�n. Ya no estoy gimiendo, estoy gritando, aun sin
importarme que alguien pueda escucharme o no. Siento un intenso flujo de mis
arom�ticos jugos cuando mi vagina empieza a latir casi al ritmo de mi coraz�n, y
casi inmediatamente, largos y placenteros espasmos se adue�aban de todo mi
cuerpo, haciendo que me contrajera de pies a cabeza, mientras apretaba
fuertemente las sedosas sabanas con ambas manos.



La sensaci�n va disminuyendo poco a poco, devolvi�ndome a mi
estado normal. No puedo pensar con claridad. No despu�s de lo que he sentido.
Pero me siento mejor que nunca. Ni cien masajes pueden proporcionarme esta
sensaci�n de relajaci�n total y bienestar. Todo al mismo tiempo. �Por qu� no
habr� descubierto esto antes? Era mi principal pensamiento. Pero mientras tanto,
mi �nico prop�sito era no dejar que se desperdiciara ni una gota de la miel que
aun hacia que mi vagina se viese brillante, a pesar de lo encendida que estaba,
por lo que lentamente pasaba dos dedos por ella para luego llevarlos a la boca y
lamer todo aquel maravilloso liquido que hab�a recogido en mis dedos, los cuales
hab�a descubierto, eran todo lo que necesitaba para darme todo el placer que yo
quisiera. Claro que, despu�s de esta solitaria experiencia, serian muchas las
posibilidades que me quedaban por explorar, pero eso yo aun no lo sabia. Y con
estos pensamientos en mi mente, y tras la agotadora sesi�n de autocomplacencia,
me quede dormida otra vez.




Continuara...



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