Relato: Apuntes: Otras plumas (12)





Relato: Apuntes: Otras plumas (12)

La dulce crueldad de la inocencia *


por Jos� �ngel Scangarello






"... cuando elijo la siesta para abrir

la boca, y me mojo las manos

y abro las jaulas del vecino

entonces soy libre, mam�... "


Daniel Salzano




Como todas las siestas de los cl�sicos veranos en la casa quinta de t�a
Mercedes, el dormir era ritual. Mis primos lo aceptaban sin protestar, total era
s�lo una hora. Dorm�amos todos en la misma habitaci�n, ellos dos y yo. Mam� en
el cuarto contiguo y mi t�a en el que hab�a pertenecido a abuela, el cual ella
se encargaba de mantener intacto como si abuela a�n viviera. Con sus santos y
cortinados de felpa oscura, la enorme cama estilo Luis XV y el pomposo
mosquitero coron�ndola, la alfombra persa bajo la mesita con los retratos
familiares, �ah! y el olor a lavanda. Yo esperaba que mis primos se durmieran (a
veces cre�a odiarlos por su obcecado sometimiento) y de un salto estaba en la
galer�a que daba al sur. En ella todo era silencio, aunque el zumbido de las
moscas y el brillo del rojo de las baldosas hac�an presentir vida. Recostada en
una columna dormitaba la Juana sentada sobre un banco de paja. Dorm�a con la
boca abierta y con la mano izquierda espantaba las moscas con un gesto mec�nico.
Ella serv�a en la casa desde la �poca en que la abuela se cas�. Ya era una
integrante m�s de la familia. Apoyado en el brocal del aljibe, Eulogio tiraba
sobre sus ojos el sombrero y dorm�a o pensaba, no s�; pero as� permanec�a
inamovible aunque la tierra temblara. Romp�a su posici�n cuando la Juana le
ordenaba prender el fuego para el mate, mientras ella preparaba los bizcochos
antes que acabara la siesta y t�a Mercedes apareciera en la galer�a dispuesta a
continuar con su bordado de los veranos.



Yo regresaba de mis juegos clandestinos a orillas del arroyo sin que nadie lo
notara. S�lo bastaba con sentarme en la escalinata de la galer�a unos instantes
antes de las cuatro. A veces pienso que Juana lo sab�a y se hac�a la zonza
mientras amasaba los bizcochos. Eulogio no ten�a edad. Desde siempre hab�a sido
el casero. Se encargaba de todos los trabajos y respond�a a las �rdenes de t�a
con una sonrisa. Su vida era un misterio, no ten�a mujer ni familia. Viv�a solo
en la casita del bajo. Yo siempre deduje que era un tipo algo raro. �l y mis
primos jugaban por las tardes en el jard�n de la fuente, en las ma�anas les
preparaba los mejores caballos y hasta los acompa�aba en las diarias cabalgatas.
Yo no lo hac�a. Mam� no quer�a pues ten�a miedo a los accidentes. Me dedicaba a
juntar bichos, hurguetear en los gallineros para ver si hab�an olvidado recoger
alg�n huevo, explorar el campo o caminar por la orilla del arroyo. A veces sol�a
pescar, pero enseguida ven�an mis primos y me arruinaban el pique al arrojarse
al agua brincando como canguros. Con Eulogio yo no ten�a trato, salvo aqu�lla
vez. Me dirig� al arroyo y sent� chapoteo de agua y la risa de Eulogio. All�
estaba, jugando con Chino, nuestro perro. �l emerg�a a partir de la cintura y su
torso develaba una fuerte contextura musculosa.


El Chino saltaba del agua y se
sumerg�a nuevamente. Eulogio lo sujetaba hasta que se resbalaba y lo lanzaba
nuevamente ri�ndose estrepitosamente, mientras mostraba sus blancos dientes. Esa
escena me sorprendi� y sedujo. Parec�a una danza bailada por una rara mezcla de
cuerpos, una especie de lucha sensual entre un hombre y un animal. All� estuve
como paralizado un largo rato contemplando aquello. Eulogio no me ve�a,
escondido detr�s de ese arbusto. Ellos en su juego y alegr�a me fueron
contagiando aquel estado e instintivamente fui dirigi�ndome despacio hacia la
orilla. All� me sent� en una roca y los contemplaba sonriendo. El Chino fue le
primero en verme. Sus patas embarradas se plantaron sobre mi ropa queriendo
continuar conmigo el juego. Alc� la vista y Eulogio me contemplaba muy serio con
las manos en la cintura. Sin hablarle segu� jugando con el Chino, mientras con
el rabillo del ojo ve�a como Eulogio comenzaba a salir del arroyo.


Estaba
desnudo, su cuerpo brillaba bajo el sol de enero. Musculatura de cobre parec�a
su t�rax, desde cuyo centro bajaba una espesa mata de pelos hasta el sexo. Nunca
hab�a visto a nadie desnudo. En el colegio los curas dec�an que era pecado.
Enfrente Eulogio comenz� a vestirse lentamente, en tanto su mirada no dejaba de
escudri�ar la m�a que no pod�a desprenderse de su imagen. Se puso solamente los
pantalones, con la camisa y las alpargatas hizo un bollo y antes de irse lanz�
un silbido. El Chino salt� y sorteando piedras fabric� cataratas en su apuro por
correr a su lado. Eulogio comenz� a caminar, gir� su cabeza para volver a
mirarme y me sonri� extra�amente, gui��ndome un ojo. Luego desapareci� tras los
sauces. Aquella tarde distinta me dej� una rara sensaci�n girando en la cabeza,
que por la noche se acentuaba. Daba vueltas y vueltas en la cama para poder
dormirme. Siempre la imagen era la misma: Eulogio saliendo del arroyo. En los
d�as siguientes, todo continu� igual. Salvo yo, que intentaba encuentros de
miradas con Eulogio, sin lograrlo. Parec�a que todo hab�a sido un sue�o. Ya no
hab�a santo a quien no hubiera rogado que se fueran esas ideas de mi cabeza. T�a
Mercedes y mam� continuaban su ab�lica vida asistidas por la Juana. Eulogio
hac�a sus tareas y jugaba con mis primos. Para m�, aquel verano se convert�a en
tormento.



La noche de mi cumplea�os cenamos en la galer�a. Hac�a calor. La Juana hab�a
hecho pollos asados en el horno de barro. Como cumpl�a doce a�os dejaron que
tomara media copa de vino como premio a mi inminente adolescencia. Eulogio
tocaba la guitarra, sentado en el aljibe. Hubo torta de chocolate y velitas.
Cuando ped� los tres deseos, mir� a todos los que cantaban esperando que
soplara. Me top� con los ojos de Eulogio y su sonrisa y su gui�o. Sopl� para
acabar con aquello. Not� que mis mejillas estaban calientes. Eulogio hab�a
vuelto a tocar la guitarra. Luego mis primos y yo organizamos una funci�n de
teatro, nos disfrazamos y representamos a nuestra manera "Los tres mosqueteros".
Mam� y t�a charlaban por lo bajo, mientras la Juana y Eulogio observaban casi
sin pesta�ear.



Faltaba ya poco para volver a la ciudad. Pap� hab�a escrito avisando que no
vendr�a, pues le hab�a surgido inconvenientes en el negocio. Todo hac�a suponer
normalidad. Yo no buscaba ya la mirada de nadie, salvo la de mam�. Aquello era
un calvario y deseaba volver cuanto antes al colegio. Fastidiado, una tarde
arroj� con fuerza una piedra al arroyo. Mi furia crec�a. D�a a d�a se hab�a ido
acrecentando, se mezclaba con la de la naturaleza que parec�a estallar en aquel
agreste paisaje. Hac�a tanto calor. Me quit� las ropas y desnudo me dormit�
sobre el fresco verde de la costa. El ruido del agua y el sol filtr�ndose entre
las ramas de los sauces me despertaban. Para quitarme aquella laxitud pens� en
meterme al agua y lentamente lo hice hasta que la frescura invadi� mis sentidos
y me lanc� de lleno a la caricia l�quida. Nad� de una a otra orilla varias veces
y luego permanec� flotando un largo rato mientras observaba la belleza que me
rodeaba en la soledad de aquella silenciosa siesta.


De pronto vi un arbusto
moverse y a Eulogio acercarse a la orilla opuesta. Ech� un vistazo general pero
no me vio. Comenz� a desprenderse la camisa mirando el cielo. Yo hab�a quedado
inm�vil. Baj� lentamente los ojos, y como atra�dos por los m�os los detuvo en
ellos, como si desde antes hubiera sabido que estaba all�. Sigui� desvisti�ndose
sin dejar de observarme. Cuando estuvo desnudo comenz� a entrar al arroyo y
dirigi�ndose hacia donde yo estaba empez� a sonre�r con aquella sonrisa que
tanto hab�a a�orado. Ya a mi lado me dijo: -hola, mocoso-, apoy� su mano en mi
hombro diciendo: -no tembl�s, bonito, si vamos a ser amigos-, comenz� a bajar su
mano por mi pecho hasta llegar a mi vientre y tom�ndome de la cintura me apret�
contra s� hasta casi no dejarme respirar. Lo que vino despu�s jam�s imagin� que
iba a suceder.


Cuando despert�, estaba tirado en la playa de arena todo sucio de
barro; mi cuerpo dolorido apenas me permiti� sentarme. Observ� mis piernas
manchadas de sangre. Poco a poco me levant� y not� que estaba solo, me lav� en
el arroyo, me vest� y despacio me encamin� hacia la casa. Al llegar, la Juana
presinti� algo. Cuando estuve junto a ella, sus ojos me estudiaron de arriba a
abajo, pregunt�ndome que me hab�a pasado. Iba a contestarle cuando todo a mi
alrededor se comenz� a mover y me desplom� a sus pies desmayado.



Reaccion� rodeado de olor a lavanda y toda la familia revoloteando a mi
alrededor. Mam� lloraba y daba gracias a Dios por recuperarme a la vez que me
rega�aba por comer tanta jalea de membrillo. La Juana me acerc� un t� y me
acarici� la cabeza. Mis primos se rieron como tontos y corrieron hacia la
galer�a casi volteando a t�a Mercedes que se paseaba nerviosa por ella. Me
acomod� en la cama y la Juana me dijo que no pensara en levantarme hasta la
ma�ana. Me sent�a bien. Una rara sensaci�n de paz me invad�a. Le pregunt� por
Eulogio. Se fue de compras al pueblo, me contest�.



Los d�as que siguieron fueron distintos. Eulogio me hablaba ya, jugaba tambi�n
conmigo tal como lo hac�a con mis primos y siempre me gui�aba un ojo sonri�ndome
de la manera que a m� me gustaba. Era feliz. Me apenaba el cercano fin del
verano, pens� en el pr�ximo. Ahora �bamos con mis primos a ba�arnos al arroyo.
Eulogio sol�a ir de vez en cuando. A veces pensaba que evitaba estar a solas
conmigo. Eso me gustaba y me halagaba. �ramos c�mplices de algo t�cito que �l
rubricaba sonri�ndome y gui��ndome picaronamente el ojo.



Aquel final de febrero fue muy caluroso. Tanto que por las noches t�a Mercedes
nos dejaba sacar nuestras camas a la galer�a. Recuerdo todav�a el sonido de una
carcajada de mujer retenida por un chistido entre el croar de las ranas y el
canto de los grillos en la madrugada. Cre� que ser�a un zorro merodeando, cuando
un resplandor bajo la puerta de t�a Mercedes me sorprendi�. Me levant� despacio,
sorteando los bultos que respiraban pesadamente en el sue�o nocturno. Llegu� a
la puerta y apoy� mi oreja contra ella. Alguien hablaba, era la voz de mi t�a
hecha murmullo. Me llam� la atenci�n la voz varonil, t�o Alberto hab�a muerto
hac�a tiempo. Adem�s la radio no funcionaba tan tarde. �No estar�a t�a en alg�n
apuro? Despu�s de todo ya con mis doce a�os era el hombre mayor de la casa.


Trep� a un sill�n de mimbre para poder observar por la banderola superior de la
puerta que estaba abierta, pero lamentablemente no llegaba. Baj� y puse sobre el
sill�n una silla. Sobre esa endeble monta�a pude llegar al hueco luminoso. All�
estaba en primer plano el antiguo ventilador, apuntando a la cama estilo Luis XV
con el mosquitero recogido. T�a estaba sentada y cubierta la mitad de su cuerpo
por la s�bana de seda dejando ver sus blancos hombros y el inicio de sus senos.
A su lado totalmente desnudo estaba Eulogio, con su mata de pelos y su belleza
de hombre de cobre. La silla trastabill� por el temblor de mis piernas. T�a no
escuch�, pero Eulogio s�. Irgui� su cabeza en la almohada, y como si desde antes
hubiera sabido que estaba, mir� hacia la banderola donde mis ojos se enfrentaron
con los suyos. No pude dejar de mirarlo. �l, dej� ver sus blancos dientes
sonriendo como a m� me gustaba y picaronamente me gui�� un ojo.




***


* publicado en la revista argentina "Puro Cuento" nro. 31,
nov-dic �91, p�g. 46



Jos� Angel
Scangarello
(1948-3 de agosto, 2004. C�rdoba, Argentina). Obra: "La
dulce crueldad de la inocencia y otros cuentos".
El periodista, escritor y
gestor cultural Jos� Scangarello fue un activo protagonista del campo cultural
de C�rdoba. Tras terminar sus estudios de artes pl�sticas y publicidad en la
Escuela Lino E. Spilimbergo, form� parte del Centro de estudios literarios
Alfonsina Storni, y luego integr� el grupo �Lectura y creaci�n�.

Sus trabajos literarios integraron diversas antolog�as realizadas por la Sade
C�rdoba. En 1987, junto a los escritores Enrique Aurora y Patricia Bertoa,
public� el libro "Cuentos para tres voces y una peque�a orquesta". Ese
mismo a�o fund� el taller �Palabra Libre�, desde donde coordin� antolog�as con
trabajos de sus alumnos.



En 1990 cre� el taller �Alvear 419�, y entre 1992 y 1993 estuvo a cargo del
taller de narrativa del Centro Cultural General Paz.



Jos� Scangarello obtuvo varios premios en cert�menes provinciales y nacionales
de literatura, y fue jurado del Primer Concurso Provincial de Cuentos organizado
por la Provincia de C�rdoba.



Sus relatos aparecieron en revistas como Puro Cuento, dirigida por
Mempo Giardinelli, y Papeles de C�rdoba, adem�s de en diarios locales y
nacionales. En 1994 public� "Debajo de una luna..." (Editorial Lerner),
una antolog�a de sus cuentos que incluye un estudio cr�tico de Mar�a Luisa
Cresta de Leguizam�n.



Inquieto y apasionado por la cultura, Scangarello coordin� las actividades
paralelas de la Feria del Libro de C�rdoba entre 1991 y 1994.



El periodismo fue otra de sus pasiones. Colabor� en el suplemento Cultura de
La Voz del Interior,
y luego en el diario
P�gina 12 C�rdoba
.
(fuente: La Voz del Interior, C�rdoba, edici�n
del 4 de agosto de 2004)


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