Relato: El Pr�ncipe y el Caballero





Relato: El Pr�ncipe y el Caballero


EL PR�NCIPE Y EL CABALLERO



I. LA LLEGADA


La noticia caus� bastante revuelo en el reino de Mar�n. Se
hab�a firmado una tregua con sus enemigos ancestrales, Bosquia, el pueblo elfo
del sur. Lo cierto era que los elfos constitu�an un reino xen�fobo que
ocasionalmente hac�a incursiones contra sus tierras. Las hostilidades se perd�an
en la noche de los tiempos. Por eso, el tratado de paz entre ambos pueblos
constitu�a una novedad. Todos se peguntaban cu�nto durar�a. Seg�n las
tradiciones en ambos pa�ses, para cimentar la paz era aconsejable que la naci�n
que la hab�a propuesto enviase alg�n tipo de diplom�tico como garant�a �rehenes
los llamaban los m�s c�usticos- que a su vez era custodiado �vigilado- por un
alto defensor del reino. Los elfos eligieron como embajador para la ocasi�n al
hijo menor del Rey, el pr�ncipe elfo Miel.


Representantes de la corte aguardaban la llegada de Miel en
el patio del castillo de Mar�n. El d�a era fresco y luminoso, un buen presagio
para los supersticiosos cortesanos. Esperaban la venida de un lujoso s�quito
dado el legendario sibaritismo de los elfos, por eso se sorprendieron al ver
llegar un solitario jinete con una abultada mochila en los hombros. Del caballo
desmont� un joven elfo de extraordinaria belleza quien se dirigi� a los
presentes con una mirada orgullosa y voz suave.


-Mi saludos al reino de Mar�n. Soy el pr�ncipe Miel, del
reino elfo de Bosquia.- Observ� detenidamente a los presentes, intentando
discernir qui�n iba a ser su custodio. Ese honor hab�a sido otorgado al palad�n
m�s valeroso y esforzado del reino, el joven y apuesto caballero Oic�n. �ste era
un valiente guerrero y seg�n se comentaba, un consumado amante, al que mujeres y
hombres por igual eran incapaces de resistirse y ca�an rendidos a sus pies. No
obstante, qued� sin aliento cuando contempl� al elfo. Era demasiado bello, casi
femenino. Su pelo, casta�o claro, ca�a en una graciosa cascada hasta casi llegar
a su cintura. A pesar de sus firmes convicciones morales, Oic�n se hizo una
promesa mental. No importaba lo que costase, aquel presuntuoso principito iba a
ser su esclavo, y acabar�a sodomiz�ndole.


Oic�n dio un paso al frente. -Soy Oic�n y os doy la
bienvenida al reino de Mar�n.- Ambos se besaron ritual y cort�smente en los
labios. Su mirada era enigm�tica. Oic�n no sab�a si el pr�ncipe le aprobaba o
no.


-Dejadme acompa�aros a nuestros aposentos.- Miel carraspe�.
-Si no os importa me gustar�a poseer una habitaci�n privada.- Oic�n comprendi�.
Sin duda el pr�ncipe elfo despreciaba a los humanos. Muchos de su raza los
consideraban monos. Bueno, eso har�a m�s placentero conquistarle. -De acuerdo.
Seguidme, por favor.


Al d�a siguiente, el caballero y el pr�ncipe lograron
quedarse un momento a solas, algo dif�cil en una corte tan burocr�tica.
Consiguieron escabullirse y permanecer en la ladera del sur del castillo. Al
principio la conversaci�n fue tensa, aunque ambos intentaron ser amables y
agradables el uno con el otro. Hablaron de sus respectivos pa�ses y de su
situaci�n aunque intentaron evitar temas conflictivos. Al cabo de un par de
horas ambos estaban tumbados mirando el cielo. Oic�n se gir� hacia el pr�ncipe.


-Miel. Ten�is un nombre muy bonito.


-Significa "Libre" en mi lengua. �Y el vuestro?


-"Fuerza". Mi familia posee una larga tradici�n guerrera.
�Sab�is? Sois muy bello.


-Por favor, podr�amos tutearnos.


-De acuerdo. Creo que debemos conocernos m�s a fondo. �No
crees?


El matiz sexual estaba muy claro. Miel se envar� pero a la
vez sonri�. Sin duda le gustaba saber que ejerc�a una clara atracci�n sobre su
compa�ero.


-Las relaciones entre nuestros pueblos no han sido las
mejores durante los �ltimos siglos. He perdido muchos buenos compa�eros en el
campo de batalla. Comprended que no desee gozar con vos.


-De acuerdo.-Oic�n estaba algo contrariado, aunque no le
sorprendi� la respuesta. Hab�a escuchado muchos chismes sobre la promiscuidad de
los elfos, pero �ste en particular se le resist�a. De repente se le ocurri� una
idea.


-Sin embargo, os propongo un reto. Una simple prueba. El
perdedor de �sta deber� ser el esclavo durante una noche del ganador. �De
acuerdo?


El elfo sonri�. -Me encantan los juegos. Rara vez pierdo.-
Eso lo veremos, pens� Oic�n mientras ambos volv�an a recostarse. Oic�n exhibi�
una sonrisa mentalmente. Disfrutar�a mucho doblegando a ese elfo tan jactancioso



II. LA COMPETICI�N DE TIRO


Oic�n tens� el arco con destreza, sopes�ndolo. A su lado,
Miel sujetaba el suyo sin estudiarlo siquiera. Tal y como hab�a supuesto, el
pr�ncipe entend�a �nicamente de la buena vida cortesana y seguro que era un
pat�n militarmente hablando. Ser�a facil�simo vencerle en una competici�n con
arco.


-Entonces, �de acuerdo? El ganador obtiene por una vez el
culito del perdedor." Oic�n gui�� un ojo lascivamente. El elfo no se inmut�. -De
acuerdo.


Minutos despu�s, Oic�n hab�a perdido estrepitosamente. Aunque
hab�a acertado siete dianas de los diez disparos, el pr�ncipe Miel no hab�a
fallado ninguna, acertando en el blanco en las diez ocasiones.


-Pero �c�mo...?


El elfo sonri� levemente. -Cuando era peque�o me gustaba
tirar al blanco por deporte. Era considerado el mejor arquero dentro de los
elfos. De hecho fui presionado para servir en el ej�rcito.- La voz de Miel
disminuy� hasta hacerse inaudible.- Todo cambi� cuando mat� a mi primer enemigo.
Entonces dej� de tirar por placer.- Tras unos segundos de ensimismamiento, los
ojos del elfo se iluminaron. -Pero eso ya no importa. He vencido. Debes cumplir
tu palabra. Ser�s m�o esta noche.- Esta vez fue el elfo quien gui�� un ojo.


El caballero y el pr�ncipe entraron en la estancia. Ambos se
desnudaron y Oic�n sonri� al comprobar que la erecci�n de Miel traicionaba su
aparente indiferencia. Ambos se sonrieron y el caballero se apoy� en una especie
de tribuna, mostrando su espalda y nalgas al elfo.


-Antes de empezar, me gustar�a que supieras que no debes
cantar victoria. Incluso ahora podr�a tomaros por la fuerza y estar�as
totalmente indefenso en mis manos.- El caballero parec�a relajado mientras
hablaba.


Miel se adhiri� a su espalda, acariciando los musculosos
brazos del caballero. -A m� me parece lo contrario. Sois vos quien est�
indefenso en mis manos.- Inmovilizando al humano con su propio peso y brazos,
bes� la nuca de Oic�n mientras apret� su erecto mango contra las nalgas del
caballero.


-Las apariencias enga�an.- Dijo el caballero mientras Miel
introdujo un ensalivando dedo en el ano del caballero. Estaba suficientemente
dilatado para penetrarle sin hacerle da�o. El elfo gimi� al enterrar su pene en
el culo de Oic�n y comenzar a moverse lentamente.


-Me gustar�a... mmm.... que me lo demostrases.


-Ser� un placer.- Oic�n contrajo sus nalgas, aprisionando el
mango del elfo con sus entra�as. Entonces comenz� un movimiento r�pido en
c�rculo con sus posaderas. Miel comenz� a gemir y no pudo sino aferrarse a los
brazos del caballero. En muy poco tiempo el elfo not� c�mo el placer le inundaba
por espalda y caderas hasta gemir y eyacular. Atontado, apenas fue consciente de
que Oic�n se liberaba de su presa, le tumbaba sobre la alfombra y le sujetaba
las dos manos con una de las suyas, mientras apoyaba su enorme verga contra la
entrada de su ano.


-�No!- Grit� Miel, consciente de la situaci�n. Era la primera
vez que ve�a un pene tan descomunal. Sab�a que le destrozar�a si le penetraba.
Oic�n le bes� en la mejilla.


-Tranquilizaos. Como custodio vuestro y garante de la paz
entre nuestros reinos, vuestro culito no tiene nada que temer.- Miel temblaba,
mientras el mango cosquilleaba su ano, sin entrar. Al poco tiempo, not� c�mo un
l�quido pastoso empapaba su entrepierna. Oic�n mordi� el l�bulo de su oreja
mientras le susurraba:


-�Sabes? Es una verdadera tortura tener a mi alcance tu
culito sin poder penetrarlo. Pero te prometo que dentro de muy poco ser�s mi
esclavo. Ser�s m�o.-


-Sue�as demasiado, mi dotado consorte.- Miel, ya liberado por
el caballero, pos� un dedo inundado del semen de Oic�n en los labios de �ste,
acall�ndole. Ambos se tumbaron sobre la alfombra, desnudos, uno al lado del
otro.- Mi vida s�lo me pertenece a m�. Ning�n hombre me gobierna, ning�n dios.
El escudo de Bosquia contiene un lyoptero, un hermoso p�jaro que si es enjaulado
languidece, se marchita y muere. La libertad es el valor supremo de los elfos.


Oci�n se volvi� hacia el pr�ncipe elfo. -Nadie es enteramente
libre. La libertad es una ilusi�n. Todos somos esclavos. Cuando aprendas cu�l es
tu lugar, sirvi�ndome y complaci�ndome, te librar�s de la ilusi�n que te oprime
y ser�s completamente feliz. Te lo prometo-. Miel se dio la vuelta, mientras
Oic�n le abrazaba.


-Si eso sucede, como el lyoptero, morir�.



III. GUERRA


Transcurrieron varios d�as. Miel, el pr�ncipe elfo, se
acababa de despertar. Como siempre, hab�a dormido desnudo, y al ver entrar a
Oic�n se desperez� l�nguidamente, con la intenci�n de provocarle, mostr�ndole su
trasero.


-Y bien, mi bello custodio, �ven�s a darme los buenos d�as?


El caballero sonri� con malicia. -No, mi bello Miel. Me he
despertado con hambre y vengo a desayunarme a un esclavo.


La socarrona sonrisa se borr� del semblante del elfo. -Esta
broma no tiene gracia.


-No es una broma, mi querido elfo. Nuestras naciones est�n en
guerra. Mar�n ha invadido Bosquia. Como esclavo m�o que ahora sois, tengo
derecho a hacer con vos lo que quiera.- Miel empez� a temblar sin poder
remediarlo ante las palabras del humano.


-�Pero c�mo...?- Oic�n se cans� de la ch�chara. Se tumb�
junto al desnudo elfo y se prepar� para penetrarlo. La voz del elfo temblaba de
miedo.


-N...no por favor...- Oic�n liber� su tremendo pene de sus
ropajes ante un gemido del elfo.


-Y bien, como os promet�, vuestro apetecible culito por fin
es m�o. No sab�is cu�nto he deseado que llegase este momento.


Oic�n apoy� el mango en el ano del elfo y comenz� a
penetrarlo muy lentamente. El orificio era estrecho, pero pronto se fue
dilatando. -Ungg... Por favor...- Las l�grimas resbalaban por la mejilla de
Miel.


-Mmm... No llor�is... Necesit�is ser educado en la sumisi�n.
Adem�s, vuestro culito es delicioso.


-Por favor... Esperad...


Oic�n aceler� el ritmo.


-Ayyy... Os lo suplico... ahh....


El caballero hizo caso omiso de los ruegos del pr�ncipe. Las
acometidas pronto quebraron el delicado ano del elfo, quien pronto not� c�mo sus
entra�as se inundaban del semen del palad�n. -Vamos all� de nuevo.- Sin sacar su
verga, Oic�n comenz� de nuevo el vaiv�n amoroso. Miel apenas pod�a hablar, sus
propios gemidos se lo imped�an.


-Nggg... Ahhh... Esperad...- El mango se hundi� a�n m�s en
sus delgados intestinos. -�Si, mi bello pr�ncipe?


-Basta... ufff... basta... Ser� vuestro esclavo...- Oic�n
sali� del escocido ano del elfo. -Es un principio. Pero deber�is probar vuestra
buena voluntad.- Miel apenas pod�a incorporarse. -Har�... Har� lo que sea...-
Venciendo sus reticencias, el pr�ncipe Miel se arroj� a los pies del caballero y
los bes�.


-Eso est� muy bien. Pero el camino es todav�a muy largo.-
Oic�n le mostr� su ano. Miel casi estalla en l�grimas al contemplarlo.
-�Debo...?- El palad�n pos� con delicadeza la mano en la nuca del elfo y le
atrajo hacia sus nalgas. -Ven...- La lengua de Miel trabaj� duramente, repasando
cada recoveco, cada pliegue del sinuoso orificio y del trasero de Oic�n.- El
sabor era fuerte, pero no desagradable. Gimi� cuando dos dedos del caballero
penetraron por su escocido orificio anal y se movieron arriba y abajo. De pronto
comenz� a temblar sin poder detenerse y agarr�ndose a Oic�n no pudo evitar
eyacular. El elfo mir� con sorpresa al sonriente caballero.


-�C�mo...?


-Muy bien, querido. Os est�is enamorando. Dentro de poco
ser�is verdaderamente feliz siendo mi esclavo.


-�Vos cre�is?


-Estoy totalmente seguro.- Miel se acerc� temblorosamente
hacia el esf�nter de Oic�n pero baj� la cabeza para intentar disimular su
sonrojo ante la humillaci�n a la que era sometido. Oic�n le acarici� la mejilla.
"Lo estabas haciendo muy bien. Prosigue" Lentamente, el elfo continu� lamiendo
el ano del palad�n.



IV. LA EMBAJADA


Las semanas se sucedieron. El pr�ncipe elfo segu�a siendo
tratado con exquisita cortes�a, a pesar de ser un prisionero de guerra de los
humanos. La salida del castillo le estaba vedada, por supuesto, pero nada le
faltaba, aunque nada ped�a. Oic�n le estaba educando. No era un amo severo, sino
concienzudo. Le obligaba a permanecer desnudo en todo momento, y le tomaba cada
noche. Miel lloraba cuando estaba solo. A�oraba Bosquia y le gustar�a estar con
los suyos en esta guerra, pero sobre todo se maldec�a porque amaba a Oic�n.
Hab�a intentado negarlo, pero la realidad estaba clara. Muchas noches se
despertaba sudoroso y excitado debido a que hab�a so�ado que se entregaba a �l
totalmente. Cuando hac�a algo que no le gustaba y Oic�n le castigaba azotando
sus nalgas, no le dol�an los cachetes, sino el haber fallado a su se�or. La
noche anterior le hab�a desvestido, pero se le hab�an ca�do todas sus prendas al
suelo. El caballero le corrigi� con firmeza pero sin enojo. Le cachete� en las
nalgas hasta dejarlas enrojecidas y luego le tom�. Miel se avergonz� ya que �l
se corri� antes que su se�or, pero Oic�n le acarici� la mejilla y le bes�.


-No debes reprimir tus emociones. Quiero que seas feliz.


Y as�, a trav�s de un estudiado sistema de castigos y
recompensas, Miel se abandon� a la sumisi�n total. Aceptaba las humillaciones
sin proferir ninguna queja, ni siquiera cuando Oic�n le compart�a con otras
personas. Una noche, Oic�n se acerc� al elfo y le susurr�: "Estoy muy orgulloso
de ti.". Las l�grimas resbalaron por la mejilla de Miel, sin que pudiese saber
si eran de alegr�a o de tristeza.


Una ma�ana Oic�n le condujo hasta el sal�n del Reino. Le dijo
que deber�a seguirle arrodillado y que deb�a obedecerle en todo momento. El
caballero se agach� y le cogi� suavemente por la barbilla para que sus miradas
se encontrasen.


-Es muy importante. Debes obedecerme. Se podr�a decir que es
tu �ltima prueba. Quiero que sepas que te quiero.- Miel asinti� pero no
contest�. Llevaba muchas semanas sin emitir una palabra. Hombre y elfo pasaron
al sal�n del Trono. En �l se hallaba el Rey de Mar�n, Pontus. Miel se encresp�.
En la enorme estancia hab�a otro elfo.


El rey Pontus, todav�a muy vigoroso a sus casi sesenta a�os,
hablaba con voz profunda. -Muy bien, Xanel, embajador de los elfos de Bosquia.
Ahora comprobareis c�mo Miel, vuestro pr�ncipe, se halla sano y salvo y feliz de
hallarse con nosotros. Ha aprendido modales y humildad y sabe c�mo comportarse.
De hecho, vos y vuestro pueblo deber�ais aprender de �l y de su disposici�n
hacia los humanos.- El Rey hizo una se�a a Oic�n.


Miel contempl� al asombrado embajador elfo. Sin duda se
estar�a preguntando horrorizado por qu� el pr�ncipe elfo estaba desnudo,
arrodillado a los pies del palad�n Oic�n y qu� demonios era eso que iba a
mostrarle el Rey, aunque sin duda lo sospechaba. Conoc�a la tradici�n de Mar�n
de humillar a los vencidos oblig�ndoles a lamer sus sexos. Miel no pudo sino
apartar la mirada, avergonzado.


El pr�ncipe esclavo escuch� los susurros del palad�n. "Deb�is
chupar mi miembro. No os avergonc�is. Es bueno para los elfos que sepan que
deben someterse como hab�is hechos vos. Esto detendr� la guerra y librar� de m�s
desgracias a vuestro pueblo." Miel contempl� con la mirada perdida a Oic�n.
"Vamos, Miel. Te quiero."


La severa voz del Rey se escuch� por toda la sala. -Pr�ncipe
Miel, lamed el miembro del palad�n Oic�n en se�al de sumisi�n.- Temblando, Miel
alarg� una mano para sujetar el familiar y amado mango de Oic�n.


Pero en el �ltimo momento, se levant�, quedando a la misma
altura que el rostro de Oic�n y le escupi� al rostro. El caballero no pudo
evitar que un salivazo quedase adherido a su mejilla, mientras lentamente se iba
deslizando por su carrillo. En la mirada del caballero se le�a una infinita
tristeza ya que su amado Miel hab�a fracasado en su sumisi�n. Tem�a sinceramente
por su destino. Puede que no sobreviviese a la ira regia.


Xanel, el embajador elfo, sonri�. -De acuerdo, Majestad.
Nuestro pueblo aprender� de las acciones del pr�ncipe Miel. Ser� todo un
ejemplo.


El Rey Pontus palideci� de ira, mientras contemplaba
furibundo a Oic�n. �ste se encogi� de hombros. El monarca se levant�, entre los
murmullos de la congregaci�n, y se dirigi� al embajador elfo. "Alto. No saldr�is
de aqu� tan f�cilmente. �Guardias! �Prendedlo!" "No os atrever�is. �Soy un
embajador!" "Me da exactamente igual. Vuestro pueblo est� perdido. En breve mi
ej�rcito tomar� vuestra capital. Os exijo anticipadamente como bot�n de guerra."
Dos guardias reales sujetaron al embajador elfo y de sendos tirones le
desnudaron mientras se lo llevaban.


-Contemplad, elfo insolente, lo que hab�is provocado.- El
monarca se dirigi� hacia su mayordomo real, se�alando a Miel.


-Quiero que este elfo testarudo sea torturado y violado d�a y
noche, hasta que se doblegue o reviente.


Oic�n dio un paso. -Esperad, se�or. Quiz�s no sea buena
idea... Est� f�sicamente exhausto. No resistir� mucho tiempo...


-�Silencio! Me da igual.


-Os lo ruego, majestad. Yo...


-�He dicho silencio, caballero! Si el elfo quiere evitar su
destino, ya sabe lo que tiene que hacer. Someterse a la voluntad de Mar�n. De lo
contrario morir�.



V. AGON�A


El mayordomo real y el celador condujeron a Miel a
trompicones hasta la mazmorra. Por fin llegaron hasta ella, y al entrar, el
mayordomo le sujet� por los hombros y le oblig� a doblegarse.


-La escenita delante del Rey no ha estado nada bien. Deb�is
aprender modales.- Introdujo dos dedos por el ano del elfo y los removi� bien.
Entre gemidos Miel le espet�:


-Maldito se�is. Unggg... En mi pa�s os har�a empalar...
ufff...


El mayordomo descubri� un mango gigantesco e incre�blemente
grueso. -Seguro, pero mientras, ser� yo quien os empale-. El mango se abri� paso
por las entra�as del elfo, quien no pudo evitar gritar. El mayordomo le enculaba
brutalmente.


-�Si? �Quer�is decirme algo?


-Arggg... S�... �Ya ha... entrado? No la... unggg... No la
siento.


La sonrisa del senescal desapareci� de su faz. -�Soldado!
Ayudadme a castigar a este descarado-. El celador estaba masturb�ndose,
excit�ndose por la visi�n ante �l.


-Ser� un verdadero placer. Mi poya ya ha catado varios anos
de elfos, pero nunca antes hab�a degustado a uno tan distinguido.


Hizo tragar toda su gran verga a Miel, quien tuvo problemas
para poder respirar. Ambos hombres empujaban convulsivamente sus caderas en un
violento movimiento que pronto dio sus frutos. Miel no pudo decir cu�l de sus
violadores eyacul� primero, rugiendo ambos sordamente su placer y literalmente
inund�ndole de su esencia. El pr�ncipe notaba el caliente pur� por todo su
rostro y garganta pero aun as� pudo hablar, jadeante.


-�Eso es todo? Creo... uf... que tendr�is que llamar a m�s
compa�eros, dado que no pod�is satisfacerme.


El semblante del senescal se enrojeci� de rabia. -�Es que
nada te es sagrado, elfo?- Se dirigi� hacia el celador. -Cambiemos de posici�n.
Cast�gale t� ahora el culo.- Los tres continuaron la contienda sexual. El elfo
de nuevo sinti� como si fuera a ahogarse, sumado al hecho de que sent�a ser
literalmente tronchado por detr�s. El mayordomo gimi� ante la inminencia del
orgasmo, y tap� la nariz y sujet� la boca de Miel, oblig�ndole a tragar toda su
leche cuando se corri�. El soldado empap� sus intestinos con su semen caliente.
El pr�ncipe elfo tampoco pudo resistir y sin poder tocarse, pues sujetaban sus
manos, eyacul� sobre el suelo. Los tres apenas pod�an hablar cuando terminaron.


-�A�n... quieres m�s..., elfo?-


Miel reuni� toda su fuerza de voluntad para poder responder.
-�Por qu� lo pregunt�is?... �Es que ya no pod�is m�s...?- El senescal le cruz�
el rostro. -Orgulloso elfo... Veremos cu�nto tiempo resistes nuestras...
"atenciones" antes de expirar... de placer. Soldado, prosigue. Esta vez nos
turnaremos. �ntrale bien por el ano. Quiero que tu potente mango llene todo su
interior. Quiero que des por el culo a este insolente hasta que desfallezca.


-Como vos orden�is, mi lord. Espero que este elfo no se
doblegue nunca.- El soldado coloc� al elfo boca arriba, le sujet� por las
mu�ecas, y, elevando sus caderas, apoy� su pene en el orificio anal de Miel. Y
de nuevo, su escocido ano cedi� ante el envite del humano. El elfo no pudo
impedir arquearse para permitir mejor la entrada del inmisericorde mango. Miel
atisb� a duras penas c�mo el mayordomo estimulaba analmente al celador,
excit�ndole y d�ndole renovadas fuerzas.


-Mald... Maldito seas... ung.... Ahhh...- Miel no pudo evitar
descargar su semen, humedeciendo los est�magos de ambos. El senescal extrajo los
dedos del ano del soldado y los introdujo en la boca del elfo, haciendo que
saborease el sabor interno del soldado.


-�Y bien, elfo? Espero que todav�a no est�s cansado... porque
esto va a durar toda la noche.- Miel no pudo responder, tan s�lo jadear
exhausto.



VI. UNA VISITA INESPERADA


A la madrugada siguiente, Miel despert� cuando la puerta se
abri�. Apenas pod�a moverse. Se sent�a dolorido y sucio y la luminosidad que
entraba por la puerta le ceg�. Con esfuerzo logr� gemir mientras se acurrucaba
en un rinc�n


-Iros... Dejadme en paz...- Una mano se pos� sobre su hombro
desnudo.


-No tem�is mi se�or. Quiero ayudaros.- El elfo entreabri� los
ojos. Ante �l se inclinaba una chiquilla de apenas quince a�os.


-�Qui�n sois?- El recelo impregnaba cada palabra del pr�ncipe
esclavo.


-Mi nombre es Magda.- Miel logr� despejar su cabeza. La
muchacha era una de las pajes de la reina, a la que hab�a descubierto en m�s de
una ocasi�n espi�ndole, aunque nunca le hab�a dado importancia. Aquello ol�a a
trampa.


-�Por qu� quer�is... cof.. cof... ayudarme?


Magda deposit� un fardo de ropa a los pies del camastro de
Miel. -Es una historia larga. Debemos huir cuanto antes.- Miel sujet� a la
muchacha por el brazo.


-��Por qu�!?


-�Soltadme!- Susurr� Magda- Me hac�is da�o.


Miel la solt� y se incorpor�, intentando ignorar el sordo
dolor en ano y espalda. -No os seguir� si no me dec�s por qu� una humana quiere
ayudar a un elfo enemigo-. Magda mir� angustiada hacia la puerta, pero no se
escuchaba ning�n ruido. Todav�a quedaba algo de tiempo hasta el cambio de
guardia.


-Hace varios a�os, cuando ten�a cinco, unos elfos atacaron mi
poblado. Asesinaron a los soldados que lo guardaban y robaron las pertenencias
de los aldeanos. Recuerdo como mi madre me abrazaba, agazapados en la esquina de
nuestra morada, rezando porque todo pasase. Entonces entr� un elfo. Su mirada
era terrible, parec�a dominarle el ansia de sangre. Nos divis� y alz� su sable
curvo hacia nosotras. Entonces otro elfo que parec�a el jefe detuvo su golpe
mientras le dec�a "No hacemos la guerra a mujeres ni ni�os". El primer guerrero
sali� encolerizado de la casa, seguido del segundo, quien apenas nos ech� un
vistazo. Vos erais el segundo elfo. Y ahora, por el amor de los dioses, vestios
con esas ropas y seguidme si quer�is salvar la piel.


Miel record� aquella incursi�n. Llevaba poco tiempo como
guerrero y quer�a evitar el derramamiento de sangre innecesario. Y sobre todo
recordaba la furia en los ojos de Tael, el otro elfo. Le hab�a susurrado al
o�do: "Si no fueses el hijo del Rey, te matar�a con mis propias manos."


Miel sali� de su ensimismamiento y observ� la ropa. Eran las
humildes vestimentas de una sirvienta. No importaba. Si quer�a salvar el pellejo
deber�a tragarse su orgullo. Magda extrajo de su indumentaria un cuchillo muy
afilado. Miel se sobresalt�. -Oh, no os preocup�is. Es para vuestro cabello. Es
demasiado vistoso. Deb�is cort�roslo un poco por debajo de la altura de las
orejas, como si fueseis un paje. As� esconder�is vuestras orejas puntiagudas.-
Miel le arrebat� el cuchillo, se sujet� el pelo como si fuese una coleta y lo
cort�. Las l�grimas resbalaron por sus mejillas. Para los elfos el pelo era algo
sagrado y un gran motivo de orgullo, enarbolado casi como un escudo familiar. Se
sinti� abatido, como si hubiese traicionado a su familia y raza.


-Vamos, se�or, debemos huir.


-Esperad. No os he dado las gracias.


-Aguardad a estar a salvo. Adem�s no hago sino saldar una
vieja deuda.


El elfo sorbi� sus l�grimas. -Os debo la vida. Tened por
seguro que nunca lo olvidar�.



VII. LA HUIDA


El patio estaba casi totalmente vac�o. Los vigilantes no
pusieron especial atenci�n a dos mujeres que conduc�an un burro con alforjas
para recoger la cosecha del exterior. Hab�an abandonado el rastrillo y Miel tuvo
que apoyarse en el jamelgo para poder dar los �ltimos pasos que le separaban de
la libertad. Se incrust� todav�a m�s la capucha sobre su cabeza. Fue entonces
cuando divis� a escasos metros a Oic�n, el caballero, que regresaba a la
fortaleza junto a tres de sus escuderos. Miel no pudo evitar pensar en que el
humano estaba imponente en su brillante armadura. El caballero franque� el paso
a Magda y Miel, mientras hacia se�as a sus disc�pulos para que continuasen su
camino y le esperasen dentro del castillo.


-Pronto nos hemos levantado hoy. �Qui�n es la preciosidad que
va con vos? No la conozco.


Magda intent� infructuosamente que su voz no temblase. -Se
llama Mar�a. Ha entrado recientemente en el servicio del castillo. La acompa�o
hasta los cultivos para recoger la cosecha.


-Vuestra amiga tiembla como un pajarillo.- Miel tiritaba
mientras Oic�n desmontaba y retiraba la capucha de la cabeza del elfo.- S�, un
pajarillo enjaulado que intenta emprender el vuelo.


El elfo iz� la mirada. Sus labios estaban amoratados por los
golpes que hab�a sufrido durante la noche, al igual que su ojo izquierdo. La
mano de Oic�n acarici� la empu�adura de su espada. Las piernas del elfo fallaron
y de no haber estado sujeto a la mula, hubiera ca�do cu�n largo era. No
obstante, en su mirada se le�a desaf�o.


La voz del caballero era suave, casi hipn�tica. -No tuvo por
qu� haber sido as�. Si hubieseis... Puedo convencer al Rey para que os perdone.


La boca del elfo estaba totalmente seca y apenas pudo
articular las palabras. -No suplicar�... Jam�s volver� a hacerlo...


El palad�n torci� el labio y se qued� pensativo durante
bastante tiempo. -Es una verdadera l�stima. En fin...- Se gir� hacia la
aterrorizada paje. -Magda. Debo hablar con vos. Volvamos al castillo. Seguro que
vuestra "amiga" encontrar� sola los cultivos.


Oic�n y Magda se internaban con rapidez en el castillo,
mientras Miel les contemplaba sin saber qu� decir. La voz del elfo se quebr� al
hablar.


-Espera... �Por qu�?


El caballero Oic�n se encogi� de hombros antes de desaparecer
definitivamente por la puerta.


-Supongo que hay pajarillos que tienen un esp�ritu demasiado
libre para ser doblegados. Y es una pena enjaularles.


FIN


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Relato: El Pr�ncipe y el Caballero
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