Relato: Marisa (1)



Relato: Marisa (1)

MARISA (1)


DURANTE CASI TODO EL VERANO la hab�a tenido abandonada.
La telefoneaba a escondidas un par de veces por semana por culpa de Sharon,
le dec�a que ir�a, pero no le dec�a cu�ndo. No pod�a dec�rselo porque Sharon
me absorb�a totalmente. No es que no quisiera a Marisa, segu�a am�ndola,
pero temblaba al pensar en lo que Sharon ser�a capaz de hacer si se enteraba
de mis relaciones con ella. Sharon era demasiado temperamental y muy capaz
de no detenerse a pensar en las consecuencias de sus actos. Pero en
septiembre, ante la proximidad del nuevo curso, no me qued� m�s remedio que
largarme a Santiago, m�xime cuando tambi�n mi hermana ten�a que matricularse
en el Instituto de Vigo para cursar primero y segundo de COU. As� era ella,
primero y segundo en un solo curso. Luego dec�an que el inteligente era yo.


El �ltimo d�a de agosto, el anterior a mi marcha, no me
dio ni un momento de reposo. Hicimos el amor tantas veces que me dej�
completamente seco. Quer�a saciarme, seg�n dijo, para que no me liara con
alguna estudiante santiaguesa y me asegur�, que si se enteraba "de que le
pon�a los cuernos" (as� como suena) iba a saber de una vez para siempre
quien era ella. La cre�, la conoc�a, era muy capaz de cometer la mayor
atrocidad sin otro remordimiento que echarse a llorar para que la
perdonaran. Creo que tiene la facultad de llorar cuando le parece.


Sal� a las diez de la ma�ana despu�s de avisar a Marisa
de mi llegada, le compr� varios regalos como desagravio por el abandono en
que la hab�a tenido durante aquellos dos meses. Pas� por casa de Lalo por si
quer�a venirse conmigo a Santiago. No estaba, pero su madre me dijo que
hac�a tres d�as se hab�a marchado con una pandilla de amigos a Oporto y que
pensaba aprovechar las vacaciones hasta �ltima hora, lo cual me pareci� muy
l�gico. Me desped� de la se�ora. Engracia con un par de besos urgentes,
porque erre que erre, quer�a que me quedara a desayunar. Tuve que jurarle
que ya hab�a desayunado, es una se�ora encantadora, amable y servicial, pero
pesadita como el plomo.


Conduciendo hacia Santiago, mi mente rememor� todos los
acontecimientos acaecidos desde que encontr� el escrito de Marisa diciendo
que tambi�n ella me amaba. Lo hab�a puesto en el caj�n encima de mi topa
interior. Esperando al d�a siguiente casi no pude dormir aquella noche y...



� Al d�a siguiente, despu�s de una noche insomne a causa
de mi alegre excitaci�n al saber que me amaba, sal� de la habitaci�n hacia
el comedor al sentirla caminar por el pasillo mucho m�s temprano de lo
habitual. Nos miramos, le ense�� el sobre.


-�Es tu respuesta? - pregunt� en voz baja.


Se puso colorada como un tomate, baj� la cabeza y
respondi� en un susurro:


-- S�.


La atraje hacia m� y la bes� en los labios estrechando su
cuerpo entre mis brazos. Nos besamos apasionadamente, y se mostr�
ligeramente reacia a que mi lengua buscara la suya, hasta que, t�midamente,
fue abriendo los labios y pude disfrutar del tierno encanto de la caricia de
su lengua. Est�bamos sofocados los dos y me pidi� que la soltara. Ten�a
miedo a que pudieran sorprendemos. Me llev� hasta el comedor y nos sentamos
con las manos juntas, quer�a prepararme el desayuno pero la obligu� a
permanecer a mi lado.


Yo le hab�a escrito que la amaba desde que la vi por
primera vez ya ella le hab�a ocurrido lo mismo conmigo. No se hab�a atrevido
a darme el sobre antes por temor a que lo escrito en �l no fuera para ella,
pero no pudo soportar mi despego y mi indiferencia durante toda la semana en
que me enfad� sin causa justificada y se sinti� desfallecer cuando sal� con
su hija a la discoteca, fue entonces cuando decidi� devolverme el sobre. Si
no era para ella lo escrito, tampoco lo de ella ser�a para m�. Nunca hab�a
estado enamorada. La casaron a los catorce a�os con un marido quince mayor
que ella y al a�o siguiente hab�a nacido su hija Mabel. Ella se acongojaba,
no era natural que se enamorara de un hombre que pod�a ser su hijo, pero no
hab�a podido evitarlo. Le ocurri� de repente, nada m�s verme, como a m�, sin
saber c�mo pudo ocurrir.


Le record� lo de la peluquer�a, los comentarios de sus
hijas y la tarde que la vi en la plaza del Obradoiro cogida del brazo de un
hombre. Me explic� riendo y acarici�ndome las mejillas, que aquel hombre era
su hermano Enrique con el que iba a o�r la �ltima misa de la tarde y a
comulgar tres veces por semana a la Catedral.


- No est�s celoso, mi amor, para mi no hubo ni habr� m�s
amor que el tuyo - me dijo, ruboriz�ndose - aunque sea pecado este amor m�o,
Dios sabr� perdonarme por amarte tanto.


Estuvimos mucho tiempo mir�ndonos, bes�ndonos y atentos
al despertar de las personas de la casa. Ten�a un terror p�nico a que nos
descubrieran y me pidi� que fuera muy discreto. Ahora ya sab�amos que nos
am�bamos y que nunca, nunca m�s, volver�amos a dudar uno del otro.


Durante tres meses no encontramos el momento propicio
para estar solos durante el tiempo necesario de hacemos el amor. Ella
parec�a conformarse con los besos y las caricias robados a escondidas pero
yo ard�a de impaciencia por tenerla desnuda entre mis brazos. No se opon�a a
que le acariciara los senos meti�ndole la mano por el escote. Tenia unos
pechos preciosos, con unos pezones que se ergu�an ante la caricia sin que
ella pudiera evitarlo. Pero se pon�a colorada como una amapola cuando le
met�a la mano bajo la falda acariciando sus muslos y estrujando su sexo
suave como el de una ni�a. Aunque tampoco se opon�a a aquella caricia, yo
sabia que se encontraba violenta y nerviosa, me besaba y procuraba apartar
mi mano con toda la ternura del amor que sent�a por m�. <Espera, ahora no,
por favor, ahora no - susurraba bes�ndome - me pongo nerviosa>. y yo,
complaci�ndola, dejaba de acariciarla entre los muslos sinti�ndome tan santo
como el Ap�stol Santiago.


Ocurri� durante las vacaciones de Navidad. Merche y Mabel
se fueron de vacaciones a casa de sus abuelos de Coristanco, Purita se qued�
para cubrir las apariencias, pero, una vez que sus hijas se marcharon, le
dio vacaciones hasta el d�a despu�s de Reyes, fecha en que comenzaba de
nuevo el segundo curso. Por mi parte, tambi�n anunci� que me iba de
vacaciones hasta despu�s de fiestas, cuando en realidad a mis abuelos les
indiqu� que ir�a a pasar el d�a de Navidad con ellos, pero que el resto de
las Fiestas quer�a pasarlas en Santiago con los Pe�alver y los amigos.


As� que una semana antes de Navidad, por la tarde, nos
encontramos ella y yo solos en casa por primera vez. Yo estaba esperando en
la cafeter�a de la Universidad a que Mabel y Merche cogieran el autob�s de
la cinco de la tarde. Tom� unas copas con dos compa�eros de estudios y al
dar las seis me desped� de ellos, mont� en el Celica y sal� disparado para
la casa.


Estaba recostada en el sof�, mirando la televisi�n. No
esper� ni un minuto. Met� la mano entre sus muslos sosteni�ndola por las
nalgas y con la otra en su espalda la levant� como a una pluma, notando en
mi antebrazo la suave protuberancia de los labios del sexo y los rizos
sedosos de su pelo p�bico bajo las braguitas. Me rode� el cuello con los
brazos escondiendo la cara contra mi pecho, pero me besaba ya
apasionadamente cuando entr� con ella en mi habitaci�n y la deposit�
suavemente en la cama. Hac�a tres meses que esperaba aquel momento. Supon�a
que ella sent�a la misma impaciencia que yo, pero su carita de inquietud me
indujo a contener mis locas ansias de poseerla inmediatamente.


Acostada en la cama, conmigo sentado a su lado e
inclinado sobre ella, nos besamos una y otra vez. Lentamente desabroch� su
blusa, acariciando con la yema de los dedos la tersa piel de los pechos.
Acab� de desabrocharla dejando ante mis ojos su maravilloso torso desnudo,
un torso de muchacha veinte a�era en el que s�lo el sost�n de encaje velaba
la preciosa forma de sus peque�os senos, duros y firmes como los de una
colegiala. Le quit� el sost�n besando con ternura los globos de rosadas
areolas, acariciando con la yema de los dedos los pezones que se irguieron
casi de inmediato. La mir� y me atrajo hacia ella rode�ndome el cuello con
los brazos para besarme profundamente, con ansia, mientras susurraba
palabras de amor sobre mi boca, mezclando su c�lido aliento con el m�o.


Me inclin� para quitarle la falda y la media combinaci�n,
lamiendo su carne al mismo tiempo que iba descubri�ndola. Su cuerpo qued�
ante m� s�lo con el sost�n y las braguitas de encaje, destac�ndose bajo �sta
el peque�o tri�ngulo amoroso de suaves rizos negros. Su vientre, liso como
el de una muchacha, ten�a tan s�lo un par de peque�as estr�as debido a la
gestaci�n, las bes� hundiendo mi lengua en el diminuto ombligo mientras ella
me acariciaba amorosamente el pelo, ar�ndolo con sus finos dedos de ni�a.
Bes� sus muslos desde la rodilla hasta las ingles. Todo su cuerpo ol�a a
espliego y a flores y sobre el encaje de las braguitas mordisque� los labios
de su vulva. No comprend�a como era posible que el sexo de su hija de
diecisiete a�os desprendiera aquel penetrante y desagradable olor a pescado
podrido cuando en el de ella s�lo se percib�a el suave olor de lavanda, el
mismo de todo su cuerpo.


Le desabroch� el sost�n, le quit� las bragas, bes� su
delta amoroso de rizos sedosos no muy abundantes, cerr� los muslos cuando
intent� separarle los gordezuelos labios de la vulva, y o� su repetida
negaci�n < no, por favor, no> y la mir�. Sus ojos me suplicaban y sus manos
tiraron de m� hacia ella. La bes� prolongadamente y al final me puse de pie
para desnudarme.


-�Oh, Dios m�o! - exclam� al ver mi erecci�n.


Vi que cerraba los ojos y volv�a a abrirlos, alargando la
mano para tirar de m� hacia ella.


Tem� aplastarla con mi peso, me parec�a demasiado fr�gil
y me puse a su lado acariciando su cuerpo de arriba abajo con la yema de los
dedos. Sus nalgas macizas, sus mulos que a�n manten�a cerrados, sus pechos
de colegiala, todo en ella me parec�a ser�fico, angelical. Era la primera
mujer que ve�a desnuda. Mi duro miembro entre su vientre y el m�o me pareci�
demasiado grande para ella. Si vestida me parec�a delicada, ahora, al verla
desnuda a mi lado la vi tan fr�gil como al m�s puro y di�fano cristal de
Murano.


Sin dejar de besarla, mi mano descendi� hasta su sexo
separando los gordezuelos labios de la vulva para acariciarla m�s
�ntimamente.


Tir� de m� con fuerza inusitada y qued� encima de ella
con nuestras bocas unidas en un prolongado beso. Introduje mis muslos entre
los suyos presionando con la dura erecci�n contra su feminidad que se abri�.
Cuando el glande se hundi� en la vagina vi un gesto de dolor en su rostro y
me detuve para preguntarle:


--�Te hago da�o?


-- No te preocupes, mi amor - respondi� con los ojos
entornados - todo en ti es demasiado grande, pero quiero ser tuya, tuya para
siempre.


La penetr� despacio, sinti�ndola gemir ante el lento
avance de la berroque�a m�ntula que la penetraba. La sostuve por las nalgas
levant�ndola para hundirme definitivamente hasta la ra�z, notando como mi
glande tropezaba en el fondo de su vagina con el cuello del �tero mientras
un nuevo gesto de dolor se reflejaba en su rostro. Neg� con la cabeza cuando
volv� a preguntarle si le hac�a da�o, pero comprend� que negaba para dejarme
disfrutarla a placer. Supuse que encima de ella hacerla disfrutar lo �nico
que conseguir�a cuando el placer me inundara ser�a asfixiarla. Sosteni�ndola
por los hombros y las nalgas me gir� en redondo arrastr�ndola conmigo hasta
dejarla encima. Me mir� sorprendida y me bes� al darse cuenta de por qu� lo
hac�a, pero se qued� inm�vil como una estatua, sus �nicos movimientos eran
los de su boca buscando la m�a, bes�ndome el rostro con besos peque�itos y
r�pidos desde la frente hasta la barbilla. No era ella mujer que tomara
iniciativas, su timidez era tal que incluso llegu� a pensar que el �nico
placer que sent�a era un reflejo del m�o. Me miraba de tal forma que cre�
comprender que su placer consist�a en verme disfrutarla, sentirse abrazada,
acariciada, notar como la estrujaba entre mis brazos, como temblaba yo ante
la enervante caricia que su sexo inm�vil produc�a a trav�s del m�o en todo
mi cuerpo, se sent�a feliz d�ndome placer, pero, aunque yo tampoco entonces
era un experto y me manten�a tan inm�vil como ella, me pareci� que en eso,
precisamente, en darme placer consist�a el suyo. Y la quise m�s, mucho m�s,
de lo que nunca podr� expresar con palabras. Jam�s se podr� hacer sentir la
sensaci�n de amor u odio, placer o dolor, dicha o desdicha, porque el
lenguaje siempre resulta limitado.


Aquella tarde, despu�s de tres meses de esperar por la
mujer que amaba, sent�a un placer desconocido para m�. Excepto en sue�os, yo
no hab�a pose�do nunca a una mujer, y mucho menos a una mujer de la que
estuviera enamorado como lo estaba de Marisa. Sentir encima de mi cuerpo la
maravilla del suyo completamente desnudo me produc�a un placer inenarrable,
sentirme dentro de ella, sentir la caliente y h�meda caricia de su estuche
de amor sobre mi carne congestionada, me hac�a vibrar de placer como vibra
una cuerda de piano al ser golpeada por el martillo.


Cuando por fin me decid� a salir de mi inmovilidad, la
sujete por las caderas levant�ndola en vilo y dej�ndola caer despacio de
nuevo sobre la erguida barra de carne. Entendi� lo que deseaba. Su boca no
se apart� de la m�a, mi lengua jugaba con la suya, la sorb�a, la chupaba y
de pronto levant� suavemente las nalgas sac�ndolo de su interior casi hasta
la mitad para volver a dejarse caer lentamente y sabore� su enervante
caricia a trav�s de todos los poros de mi polla. Le acarici� las prietas y
rotundas nalgas acopl�ndome a su lento vaiv�n durante unos minutos.


La detuve porque, unos segundos m�s y me hubiera corrido
dentro de ella, pero logr� detenerme y la empuj� por los hombros, sent�ndola
sobre la congestionada barra, caliente y r�gida. Cuando se dej� caer supe,
antes de o�r su quejido, que le hab�a hecho da�o.


-- Ay, Dios m�o, qu� dolor - exclam�, recost�ndose de
nuevo con sus maravillosas tetas sobre mi pecho - eres demasiado grande,
vida m�a.


-- Lo siento, cari�o, creo que t� no disfrutas, no te
gusta �verdad? Si quieres lo dejamos.


-�Ser�as capaz de dejarlo por m�? - pregunt�, con sus
ojos de azabache clavados en los m�os.


-- Claro que ser�a capaz. �Lo dejamos? - dije, intentado
levantarme.


-- Oh, no, mi amor, me gusta sentirte dentro de m�.


Deseaba verla gozar, o�rla gemir, sentirla disfrutar y
nada de eso ocurr�a, quiz� porque yo no sab�a tocar la cuerda adecuada.
Comenz� a mover las nalgas de nuevo lentamente y segu� acarici�ndole todo el
cuerpo, besando sus pechos, chupando sus pezones, intentado llevarla al
orgasmo al mismo tiempo que yo, pero no puede aguantar m�s y la inund� a
borbotones espesos y violentos con toda la abundancia y potencia contenida
durante tres meses, aspirando su lengua mientras mis manos oprim�an sus
nalgas contra mi palpitante erecci�n y los espasmos me sacud�an
violentamente uno tras otro.


Hab�a sido tan intenso mi placer que respiraba a
bocanadas mientras ella segu�a bes�ndome, contenta y feliz de haberme
proporcionado tanto placer. Comprend� que no hab�a gozado, que se hab�a
limitado a darme el placer que ella no hab�a podido alcanzar o que yo no
hab�a sabido proporcionarle.


- Tengo que irme - me dijo de pronto.


--�Ad�nde? - pregunt� extra�ado.


_ Al ba�o - respondi�, y se desprendi� de m� despu�s de
besarme.


Para mi sorpresa, antes de levantarse se puso la blusa y
la falda, recogi� el sost�n y las braguitas y las escondi� detr�s de su
cuerpo sonri�ndome azorada; era demasiado t�mida y su timidez me ten�a
embrujado. Estaba sofocada, se mord�a los labios, apretando los muslos de
forma extra�a, luego comprend� que lo hac�a para impedir que la abundancia
de semen de mi orgasmo cayera sobre la moqueta. Cuando se dirigi� a la
puerta de la habitaci�n, pregunt� extra�ado:


-- Pero �ad�nde vas?


-- Ya te lo he dicho, amor m�o, voy al ba�o, enseguida
vuelvo.


-�Pero si aqu� hay uno! - exclam� sorprendido.


Me sonri� sin responder y desapareci� cerrando la puerta.
Encend� un cigarrillo y para cuando regres�, al cabo de diez o quince
minutos vest�a la bata de estambre de estar por casa y con ella se acost� a
mi lado. Se sorprendi� al ver que segu�a excitado y me pregunt� si no hab�a
tenido bastante.


-- No, cari�o m�o, nunca tendr� bastante de ti. y,
adem�s, quiero que tengas un orgasmo igual que yo y al mismo tiempo que yo.


-- Las mujeres no tienen eso, s�lo los hombres.


-- Pero �qu� dices? - y me apoy� en un codo levant�ndome
para mirarla.


Su mirada, inocente y c�ndida, me dijo mejor que sus
palabras que mi Marisa, era m�s inexperta que yo con respecto al sexo


- Entonces con tu esposo nunca... - me detuve porque
estaba ruboriz�ndose y no se atrev�a a mirarme


-- Yo cre�a que... yo nunca supe que... - no sab�a como
seguir, la pobre.


--�Pero, vida de mi vida! - exclam� abraz�ndola,
bes�ndola y acun�ndola al comprenderlo todo de repente - �Pobre ni�a m�a...
pobrecita ni�a m�a!


Y aquella tarde, despu�s de quitarle la bata la bes� de
arriba abajo y la lam� de abajo arriba. Su vello p�bico estaba h�medo de
agua y pregunt�:


--�Te has duchado, cari�o?


-- No, es que... aunque me gustar�a mucho, no puedo
quedar en estado... ser�a un desastre para m� y para ti tambi�n �comprendes,
amor m�o?


-- Oh, Dios... �qu� imb�cil soy! - exclam�, d�ndome
cuenta de mi ego�smo e inexperiencia - Pero �t� no tomas la p�ldora? -
pregunt� de nuevo


--No, hasta ahora �para qu�? Adem�s, el m�dico me har�a
preguntas...


-- Comprendo, mi vida, comprendo - respond� conmovido.
Tendr� que comprar una caja de preservativos- pens� - no me gustan, pero no
habr� m�s remedio


Tuve que vencer su resistencia cuando quise besarle el
sexo, porque aquello no le parec�a natural y cre�a que a m� me dar�a asco.
Cuando logr� convencerla que todo en ella me parec�a celestial y que su sexo
era una de las partes de su cuerpo que m�s me agradaban, logr� que separara
los muslos sin violentarla.


A poco tiempo la o� exclamar gimiendo:


--�Oh!, Amor m�o... amor m�o... amor m�o.


Segu� con la caricia al tiempo que frotaba entre los
dedos los peque�os y duros pezones rosados.


Comenz� a gemir su letan�a cada vez m�s r�pida, sus
muslos temblaron apret�ndose contra mis mejillas, se estremec�a su vientre
palpitando de placer. Sus gemidos fueron en aumento y sus dedos se
engarfiaron en mis cabellos. Explot� con un prolongado gemido, arqueando el
cuerpo como una ballesta.


Cuando me puse encima y poco a poco la penetr� de nuevo,
me mir� con los ojos entornados, moviendo la cabeza levemente en sentido
negativo, exhausta y maravillada de lo que le hab�a ocurrido. La bes�,
dejando en su boca el sabor de sus entra�as.


--Mi ni�o, yo no sab�a... cre� que me mor�a... mi amor,
cu�nto te amo, Dios m�o - musit�, y mientras me recitaba entrecortadamente
todav�a las delicias del ignorado orgasmo, y de lo mucho que me amaba, la
bombeada despacio hasta que sent� llegar tambi�n mi orgasmo y se lo saqu�
para dejar entre nuestros vientres la abundante emisi�n de mi eyaculaci�n.


--�Por qu� los has hecho? Me hubiera lavado otra vez,
tonto - musit� sonriendo- Ahora nos tenemos que lavar los dos.


-- Con ese lavado que haces no hay mucha seguridad, y no
quiero que tengamos un disgusto sin estar casados.


--�Qu� dices? �Casados? T� est�s loco, mi amor. Tu abuelo
nos matar�a a los dos.


-- Mi abuelo no puede hacer nada, querida m�a. Soy mayor
de edad.


-- Bueno, dejemos eso porque no puede ser, ya es bastante
con saber que me amas y que yo te pertenezco. Ahora tenemos que lavamos y t�
limpiarte la boca, amor m�o.


-- Nos ba�aremos juntos, querida m�a, pero de lavarme la
boca ni hablar, quiero conservar tu sabor todo el tiempo que pueda.


- Est�s un poco loco, ni�o m�o.


-- S�, ni�a m�a. Estoy m�s que loco... pero por ti. Y
despu�s de ba�amos nos iremos de viaje los dos juntos como marido y mujer.
�Me ha entendido la se�ora?


-- No, si cuando yo digo...


No la dej� continuar, me levant� y le pas� un brazo entre
los muslos sosteni�ndola por las nalgas y los hombros y me la llev� al
cuarto de ba�o. Nos ba�amos juntos, volv� a penetrarla dici�ndole que ten�a
que aprender a gozar as�, y ella me miraba y asent�a a todo lo que yo dec�a
como un corderillo. S�lo se opuso a lo del viaje, porque pod�a tener malas
consecuencias y ella temblaba con s�lo pensar que llegaran a ser del dominio
p�blico sus relaciones conmigo, porque, entonces, ya pod�a marcharse de
Santiago para toda la vida.


-- Tenemos dos semanas para nosotros y cuando regresemos
de Canarias...


--�A Canarias?- cort� espantada - Pero �es que de verdad
te has vuelto loco, mi amor?


-- No, no me he vuelto loco, ahora mismo voy a reservar
los billetes del avi�n. Dejar� el coche en un parking de Vigo y lo
recogeremos al volver. Quiero llevarte a Tenerife, quiero ba�arme contigo en
la playa y quiero dormir contigo y vivir contigo como marido y mujer aunque
s�lo sean quince d�as, quiero que...


--�Jes�s, Jes�s! �Que chiquillo este! - ri� regocijada -
pero, si como marido y mujer, podemos vivir aqu� esos seis d�as �para qu�
gastar tanto dinero en ese viaje? Ni hablar no lo voy a permitir, pero
criatura, si soy la mujer m�s feliz del mundo en cualquier parte, si t�
est�s conmigo. Que no, que no, vida m�a, hazme caso, por favor.


-- Est� bien, pero por lo menos v�monos una semana a
Lisboa. Son las ocho, podemos dormir en Oporto y ma�ana nos damos un paseo
por la capital. �Conoces Lisboa?


-- No, mi vida, poco m�s que Santiago y La Coru�a,
conozco �Pero para qu�? �Es que no eres feliz aqu� conmigo?


- Soy feliz contigo, en cualquier parte, Mar querida,
pero...


-- No ser� como el mar �verdad? - cort� sonriendo.


_ Me parece que si, eres insondable como el mar, hermosa
como el mar, pero no desv�es la conversaci�n. Yo quiero hacerte feliz,
quiero que me dejes hacerte feliz �es que no puedes complacerme?


-- Lo que t� digas, amor m�o- concedi� por fin suspirando
- Dios m�o, �estar� loca? Ll�vame a Lisboa, si tanto te apetece. �Mira que
si nos ve alguien! �Te das cuenta? �Estar�a perdida! Pero en fin... todo sea
por complacerte, amor m�o.


- Bueno, est� bien, dejemos lo de Lisboa tambi�n - dije,
bes�ndola mientras la bombeaba suavemente - �Podemos ir a cenar al Parador
de Bayona �sta noche?


Se ri� a carcajadas, pero dijo que si, que por cenar
conmigo no se iba a juntar el cielo con la tierra aunque la viera alguien.
De pronto vi que se pon�a r�gida, mir�ndome con los ojos entrecerrados,
aument� el ritmo del vaiv�n, mientras chupaba uno de sus preciosos pezones
erecto como la aguja de un campanario. Se abraz� a m�, bes�ndome el cabello
y la frente, la sent� jadear y adelantar las caderas para que la penetraci�n
se hiciera m�s profunda. Le susurr� al o�do si le venia el orgasmo, y
asinti�. Su jadeo se hizo m�s intenso, m�s profundo. De pronto ech� la
cabeza hacia atr�s, abri� la boca y gimi� prolongadamente, estremeci�ndose
como una hoja al viento. Sobre mi falo congestionado cay� repetidas veces
una lluvia deliciosa y tibia envolvi�ndolo completamente con la m�s
enervante de las sensaciones. Estuve a punto de eyacular, pero me contuve
observando como su cuerpo se estremec�a con un nuevo orgasmo, profundo y
prolongado. Las contracciones de sus m�sculos vaginales se repet�an una y
otra vez con la misma cadencia de la mujer que disfruta de un orgasmo
m�ltiple.


Poco a poco cay� sobre mi pecho respirando sofocadamente
en los estertores del prolongado cl�max. Se mantuvo en silencio mientras
recuperaba el aliento, apretada contra m�, bes�ndome suavemente el hombro y
el cuello. Pero luego, ya repuesta, coment�:


- Oh, Dios m�o, nunca hubiera imaginado... es
maravilloso... soy feliz, feliz y te amo tanto mi amor... �por qu� tenemos
que ir por el mundo si aqu� somos felices? Yo cocinar� para ti. Te har� los
manjares que m�s te apetezcan. Ya soy tu mujer, ya no ser� nunca de nadie
m�s. T� has sido mi primer y �nico amor... �Oh Dios m�o, como te amo! te amo
con locura, cari�o m�o.


Se apart� para mirarme parpadeando casi angustiada. No
comprend� que le pasaba, yo no hab�a eyaculado, pero no entend�a la
preocupaci�n de su mirada.


-- Quiz� creas que soy una cualquiera. Yo nunca me he
comportado as� y...


No la dej� continuar y le tap� la boca con un beso antes
de responder casi enfadado:


-- No vuelvas a decirme eso nunca m�s en tu vida �me
oyes?


Suspir� agradecida separando su mirada de la m�a con
aquella languidez que me enloquec�a y la bes� de nuevo tan apasionadamente
que tuve que sac�rsela para no eyacular. La levant� del ba�o en vilo,
envolvi�ndola en la toalla y en los brazos la llev� a la cama, maldici�ndome
por mi aversi�n a los preservativos, deb� haber comprado una tonelada, tal
eran mis ansias de su hermoso cuerpo. Aquella noche nos disfrutamos cinco
veces m�s. Nos dormidos completamente exhaustos, sin acordamos de cenar.


Fue al d�a siguiente al mediod�a que nos hartamos de
marisco en la Selva Verde de Ancora, cuarenta kil�metros m�s abajo de la
frontera portuguesa. Me la llev� a Lisboa y viv�a con ella en el Gran Hotel
de Estoril durante cinco d�as como marido y mujer. En Lisboa le compr� un
vestido largo de noche y una capa de renard plateado, bolso, zapatos, ropa
interior, en fin, un ajuar completo para asistir por las noches a los bailes
del Grand Hotel. Estaba tan hermosa y hac�amos tan buena pareja que las
miradas nos segu�an insistentemente cuando sal�amos a la pista.


Cada noche nos disfrut�bamos cinco o seis veces y
conseguimos por fin acoplamos de tal forma que nuestros orgasmos, desde
entonces, coincid�an con la precisi�n de un reloj suizo. En verdad que fui
muy feliz durante aquellos d�as en Lisboa. Ella era preciosa, encantadora y
delicada como una figurita de Sevres.



Inmerso en mis pensamientos no me di cuenta de que hab�a
pasado Padr�n, Esclavitude y Ramallosa. Volv� de mi ensimismamiento al ver
las c�pulas de la Catedral a lo lejos. Eran las once y diez cuando met�a el
coche en el garaje y comenc� a subir las escaleras hacia el piso para
encontrarme con mi Marisa.




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Relato: Marisa (1)
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