Relato: La vecina del 7-A



Relato: La vecina del 7-A

Una gota de sudor cay� blandamente sobre el folio donde hab�a
garabateado una ecuaci�n que se supon�a que deb�a conocer al dedillo, alc� la
vista, comprob� en el libro de ejercicios que me hab�a equivocado en dos puntos
fundamentales y comprend� que as� nunca aprobar�a el examen.


Aquella ma�ana el verano ard�a con un blanco cegador en las
paredes del patio de vecinos. Busqu� desesperado a trav�s la ventana
entreabierta cualquier se�al de un soplo de aire: la ropa balance�ndose en el
tendedero, las flores de la vecina agit�ndose con dulzura o un min�sculo
movimiento de las hojas de apuntes, pero fue en vano, el aire, denso como
aceite, dorm�a h�medo y caliente sobre la ciudad.


Distra�do de lo que estaba haciendo, contempl� en el vidrio
glaseado de la ventana de enfrente el reflejo de mi propia ventana. Me pareci�
que una mancha se mov�a s�bitamente tras el cristal, o quiz� solo fuese la
sombra de un p�jaro, pero, sin que lo tuviese que pensar, mi mano apart� algunas
hojas de papel sobre la mesa y roz� levemente con la yema de los dedos el
delicado encaje de las braguitas de lycra de color negro que hab�a escondido
tras ellos y volv� a perderme fantaseando sobre su due�a.


Llevaba solo casi todo agosto, mis padres se hab�an ido de
viaje, un circuito por Italia, con una buena disposici�n y un j�bilo que me
hab�a parecido poco menos que una humillaci�n, indiferentes, al parecer, ante mi
vuelta a Barcelona. Hasta llegu� a imaginar que les echaba en falta. La soledad
en la ciudad desierta trastorn� mis h�bitos. Por las ma�anas no sal�a de casa,
las dedicaba �nicamente a estudiar avi�nica, como estaba haciendo en aquel
momento, y repasar gram�tica y ortograf�a francesas, que me eran vitales para
poder continuar los estudios con la beca que disfrutaba. Por las tardes, me
tumbaba en la cama y solo me levantaba para ir a comprar al s�per o a correr un
rato. Por las noches, a pesar de que hubiera querido seguir durmiendo, no pod�a;
cuando el sol se pon�a solo pod�a dormir a intervalos ef�meros.


Ma�ana, tarde y noche mi fantas�a recorr�a los mismos
senderos: como se ajustar�an aquellas bragas a su cuerpo, todos los
abultamientos y recovecos que esconder�an, ocupaba mi cerebro. So�aba despierto
con ello, deliraba dormido. Aquella �nica visi�n me persegu�a all� donde fuese,
hiciese lo que hiciese, hablase con quien hablase. Nada pod�a hacer por
distraerme o apartarlo de mi mente.


Sent�a curiosidad por conocer a la due�a de aquella prenda, o
quiz� debiera decir al due�o �Porqu� es siempre tan confuso? Hubiese querido que
aquellas bragas no estuviesen siempre reci�n lavadas, perfumadas con jab�n y
suavizante. Hubiese querido que atesorasen su aroma, que oliesen a ella. Darle
forma, color y olor a mi imaginaci�n. So�aba con el enorme bulto que las bragas
que en aquel momento ten�a en las manos deb�an albergar y, sobre todo, con aquel
agujero oscuro, y que era el centro de mis deseos. En sue�os lo besaba, lo
lam�a, describ�a c�rculos l�quidos y calientes con mi lengua, lo devoraba.


Sin embargo, esta historia comienza muchos meses antes:
despu�s de acabar dos carreras en la Polit�cnica, hab�a conseguido una beca de
un a�o para estudiar avi�nica y sistemas en Francia y solo volv�a a Barcelona en
las �pocas en que se suspend�an las clases.


Una ma�ana mis padres me telefonearon a Toulouse para decirme
que la se�ora Teresa, la anciana que viv�a antes en el piso de enfrente, hab�a
muerto. Solo una semana despu�s el due�o del piso ya se lo hab�a alquilado a una
transexual mulata. Mis padres, furiosos, fueron a protestar ante el due�o,
hablaron con algunos vecinos e incluso acudieron al ayuntamiento para ver que se
pod�a hacer. A m�, la verdad sea dicha, el cambio de vecina me pareci� de lo m�s
interesante. Sin embargo, el tiempo fue pasando y con �l el tema de la nueva
inquilina del piso de al lado fue desapareciendo poco a poco de nuestras
conversaciones telef�nicas. Nunca se present� ning�n problema e incluso a mi
madre, de forma incre�ble, le cay� simp�tica la nueva vecina.


La primera vez que volv� a pasar unos d�as a casa, me qued�
fascinado al observar el escaparate de lencer�a h�meda que un�a mi ventana con
la de la nueva vecina. Un camino multicolor de bragas, medias y sujetadores
danzando en el vac�o del patio de luces, todo prendido por pinzas de madera y
pl�stico de colores chillones, flotando en la altura de nuestro s�ptimo piso. El
sol, que rebotaba en las paredes encaladas, hac�a centellear las prendas
empapadas.


Una tarde que volv�a de tomar unas cervezas con los colegas,
picado por la curiosidad, sis� una de aquellas piezas, un tanga braguita rojo
que estaba a pend�a a menos de un palmo del alf�izar de mi ventana, con la
intenci�n de estudiarlo con m�s detenimiento. Mis amigos me hab�an contado una
leyenda urbana: que aquellas prendas eran especiales, estaban dise�adas
espec�ficamente para ocultar los genitales de los travestidos.


Lo recog� furtivamente del tendedero, pero cuando lo tuve
entre mis manos, y por muchas vueltas que le di, no consegu� verle nada
especial. La �nica forma que se me ocurri� de comprobar si la afirmaci�n de mis
colegas era cierta fue prob�rmelo yo mismo, as� que cerr� la puerta, me desnud�
y me puse las braguitas. �stas eran aproximadamente de mi medida, me situ�
frente al espejo y estuve ensayando diversas posturas para colocar mi pene y mis
test�culos de forma que no fuesen visibles. Un ruido s�bito en el patio de luces
me sobresalt�, apagu� la luz de mi cuarto y me qued� en silencio intentado
descubrir que estaba pasando. Esper� hasta que el ruido ces�, me quit� la
braguita, me volv� a vestir y fui a devolverla al lugar de donde la hab�a
cogido. Pero, al abrir la ventana, descubr� que las cuerdas de tender estaban
vac�as, mi vecina acababa de recoger la ropa tendida.


No pod�a devolverla, me qued� la prenda esperando que se
presentase una nueva oportunidad de volverla a colgar. Sin embargo, aquella
noche, al iniciar la pajilla nocturna diaria, no s� muy bien porqu�, me dio
morbo pensar que pod�a pon�rmela para celebrar la diaria ceremonia de
autosatisfacci�n. Abr� el caj�n en el que la hab�a escondido, me las puse e
inmediatamente mi miembro se despert� con una erecci�n instant�nea. Comenc� a
acariciar mi pene, r�gido como una pilastra de hormig�n, envuelto en la suave
tela de la braguita tanga. Mientras agasajaba mi sufrido pene, sent�a que el
hilo posterior del tanga se hund�a entre mis nalgas rozando mi ano con dulzura,
fantase� con que era la tibia lengua de mi vecina que se dilu�a en mi culo. En
menos de un minuto me corr� con una serenidad mon�stica. Sent� como un r�o de
semen caliente atravesaba la tela, desbordaba las costuras y me calaba la mano.


A la ma�ana siguiente no supe que hacer con aquel trozo de
tela pringosa. Lavarlo era impensable, mi madre lo hubiese descubierto; volverlo
a colgar tal y como estaba tambi�n; solo quedaba la opci�n de hacerlo
desaparecer. Con toda probabilidad, entre el oc�ano de lencer�a que hab�a visto
colgado, el escamoteo de unas bragas concretas pasar�a desapercibido. Me las
met� en el bolsillo, sal� a la calle y las tir� en el primer contenedor de
basura que encontr�.


Despu�s de aquel d�a, y en la breve semana que a�n permanec�
en Barcelona no cavil� m�s acerca de mi vecina ni sobre su colecci�n de
lencer�a. Retorn� a la universidad, a Toulouse, y no regres� a casa hasta que
acabaron las clases principios de verano. Para entonces ya me hab�a olvidado por
completo de las bragas del travest�; sin embargo, solo tuve que entrar en mi
cuarto y contemplar otra vez, a trav�s de la ventana abierta el surtido de
lencer�a, para sentir un calor familiar en la entrepierna.


Durante un rato me qued� mirando la ventana, tratando de
imaginar que aspecto deber�a tener mi vecina. Con mi familia no habl�bamos de
ella y no tampoco ten�a ganas de sacar el tema con mis viejos. Supuse que tarde
o temprano me acabar�a tropezando con ella. Aquella misma tarde, despu�s de
dejar deshacer las maletas, fui a mi antigua universidad, me sent� delante de
uno de los ordenadores y estuve buscando en Internet im�genes que me inspirasen.
A �ltima hora de la tarde, al salir de all� me dol�an los huevos del recalent�n
que me hab�an provocado todas las im�genes de transexuales mulatos y negros que
hab�a visto.


Pasaron las semanas y pronto aprend� que todos los lunes y
los jueves pod�a admirar el desfile de ropa interior empapada del que, de vez en
cuando, sustra�a alguna prenda para mi uso y disfrute privado. Despu�s de cada
masturbaci�n ten�a m�s ganas de conocer a mi misteriosa vecina de rellano. Ya
sab�a, por lo que hab�a o�do comentar a mi madre, que se llamaba Marcela y era
brasile�a. Pero yo quer�a saber, despu�s de todo lo que hab�a visto en Internet,
cual era el aspecto real.


Anhelaba encontr�rmela en la escalera para darle un vistazo
detenido, pero no hab�a sido posible. Hubiera querido toparme con �l por la
calle, en el portal, en el ascensor, en el rellano de la escalera, donde fuera.
En ocasiones lo hab�a vislumbrado a trav�s del vidrio glaseado de su ventana,
pero nunca hab�a visto m�s que sus brazos morenos colgando la ropa de h�meda de
los cables.


Finalmente, mis padres, como he referido anteriormente,
acabaron marchando a Italia y me dejaron solo en casa, para que pudiese estudiar
sin interrupciones. Cuando ellos partieron, mi fijaci�n por la vecina se
convirti� en obsesi�n. Escuchaba los ruidos en su piso intentando descubrir sus
horarios, tratando de adivinar cuando saldr�a de casa para salir al mismo tiempo
y, si por fortuna no utilizaba el ascensor, poder bajar con ella. Pero todo mi
esfuerzo fue en vano, siempre se me adelantaba, cuando yo llegaba a abrir la
puerta de casa, escuchaba como el odiado ascensor se deten�a en la planta baja.


Aquel atardecer, cuando comenz� este relato, al volver del
s�per, tras sortear una zanja vallada que la compa��a del gas hab�a hecho
aparecer de improviso en la acera, me encontr� con el portal a oscuras. Intent�
encender la luz de la escalera pero no funcionaba. Me resign� a subir los siete
pisos en penumbra cargando con las bolsas. La verdad es que jam�s utilizaba el
ascensor. Sent�a claustrofobia y me agobiaba pensar que aquella caja de metal
pudiese caerse y dejarme encerrado dentro hasta que me viniesen a buscar.


Un poco antes de llegar al primer rellano me di de bruces con
los gl�teos orondos de una mujer que hac�a grandes esfuerzos por empujar un
pesado carro de la compra. En las tinieblas del primer piso de la escalera solo
pude adivinar su figura. Vest�a un camis�n playero holgado y calzaba unas
sandalias de pl�stico. De hecho, en la cerraz�n en que nos encontr�bamos, me
pareci� tan morena, que se hubiese dicho que ven�a en aquel mismo momento de
tostarse al sol en la zanja de la acera. Ella, al notar mi presencia a su
espalda, se gir� un momento, sonri� y dijo:


� �Quieres pasar? T� vas m�s r�pido que yo �con un dulce
acento extranjero que, en un primer momento, no supe ubicar.


Intent� adivinar su rostro en la oscuridad y comprend� que
ten�a que v�rmelas con la due�a de la recopilaci�n de ropa de interior que hab�a
estado afanando. El coraz�n se aceler� de mi pecho. Tem� una bronca en la
escalera.


� No, gracias, no te preocupes. Parece que tu carro pesa
mucho y yo no tengo prisa �acert� a decir con un cierto aplomo, mientras sent�a
como la cara comenzaba a arderme de verg�enza.


� S�, pesa una tonelada. He sido tan burra que no se me ha
ocurrido nada mejor que ir a comprar hoy las bebidas. �Vaya d�a han escogido
para cortar la luz!


� Si al menos hubiesen avisado� �repuse vagamente


� �Si lo han avisado! Hace d�as que hay un cartel en el
ascensor y otro junto al portal�n de entrada �contest� con una sonrisa� �Es que
t� no coges nunca el ascensor?


� No, no me gusta, prefiero hacer ejercicio �le respond� para
no tener que dar explicaciones sobre mi aversi�n a los ascensores. Se trata de
un tema que la gente no suele entender.


� Claro, ya veo que est� en forma. �Haces mucho deporte? �me
pregunt�


� S�, antes jugaba a rugby. Ahora estoy fuera estudiando y me
dejan entrenar con un equipo, pero no jugar. Hago lo que puedo para mantenerme
en forma.


Despu�s de o�r mi respuesta, ella continu� su ascensi�n hasta
que, por fin, alcanz� el deseado primer rellano. Se hizo a un lado y me dej�
pasar.


� Pasa hombre, que lo tuyo es deporte y lo m�o penitencia�
�me coment� suspirando.


� �Quieres que te ayude? Vamos al mismo piso �le dije al
pasar junto a ella


� �Eres el hijo de la se�ora Montse� �me pregunt� �el
ingeniero de la beca?


� S�, soy yo. Me llamo Jordi �Y t�?


� Yo me llamo Marcela. No s� si tu madre te habr� hablado de
m�. �Qu� Dios te lo pague�! �me respondi� al tiempo que me entregaba su carro y
se hac�a cargo de mis bolsas


Empuj� el carro hasta el siguiente tramo e intent� subirlo.
La mujer ten�a raz�n, hab�a comprado todas las bebidas aquel d�a, pero todas las
bebidas del mes, aquel carro pesaba m�s de cincuenta quilos. Comenc� la dolorosa
ascensi�n arrastrando el pesado lastre, jadeando, sudando, con la garganta como
de esparto y los muslos entumecidos de subir.


Poco a poco, mis ojos se fueron acostumbrando a la media luz.
Delante de mi vista, los gl�teos de Marcela se bamboleaban r�tmicamente a medida
que ascend�a. Desde el punto de vista del que disfrutaba eran redondos,
esf�ricos, de ellos nac�an dos muslos oscuros, pulidos y poderosos que despu�s
de la rodilla daban paso a unos gemelos perfectos. La planta sonrosada de sus
pies aparec�a y desaparec�a de mi vista en cada escal�n, con un sonoro palmeteo
de sus chanclas de pl�stico. Me concentr� en la contemplaci�n de aquella grupa
so�ada para borrar de mi mente el dolor en mis brazos y piernas, mi respiraci�n
acelerada y, sobre todo, las gruesas gotas de sudor que chorreaban por mi frente
caus�ndome una insufrible comez�n en los ojos.


En el rellano del segundo piso las piernas ya no me
sosten�an, me detuve para tomarme un respiro y dejarle algo de distancia. Mi
experiencia me dec�a que un cambio de perspectiva har�a que la admiraci�n de los
cuartos traseros de Marcela ganase muchos enteros, y as� fue: la perfecta
anatom�a de aquella grupa poderosa se dibujaba l�bricamente bajo la tela.
Mentalmente la desnud� para tratar de imaginar sus nalgas desnudas movi�ndose
atl�ticamente ascendiendo delante de mi cara.


A medida que sub�amos, crec�a la luz que llegaba a trav�s del
patio de luces. Entre el tercer y el cuarto pisos vislumbr� como la costura de
las bragas; o quiz� fuese del bikini, nunca lo sabr�; se adivinaba bajo la
blanda tela de la camisa playera. Mientras l�grimas de sangre resbalaban por mis
mejillas, intent� adivinar cu�l de todas las prendas adorables que hab�a visto
pendiendo del tendedero era la que besaba en aquel momento el culo mulato.


� Jordi, �quieres que descansemos un rato? Te est�s quedando
atr�s �inquiri� mi vecina sac�ndome de mi encantamiento


� No, todo est� bien, solo me estaba tomando un respiro. Esto
no pesa tanto como parece �ment� entre jadeos, aunque era obvio que estaba
agostando mi energ�a juvenil en aquel in�til esfuerzo.


Al llegar al sexto piso, mi respiraci�n se hab�a convertido
en un estertor de muerte. Los hombros me ard�an; los brazos que parec�an
abarrotados de alfileres; me dol�an con cada movimiento que hac�a; ten�a las
manos en carne viva; mis muslos eran dos bloques de granito congestionado y
sudaba tanto que fui dejando un reguero por toda la escalera.


Cuando ya cre�a que iba a morir, por fin llegamos a nuestro
rellano. Ella me mir� compasivamente y sonri� con facilidad al decir:


� �Quieres pasar? Te invito a un refresco para compensarte
por el esfuerzo


� No gracias, voy a poner los yogures en la nevera �le
respond�, rebuscando las llaves del piso en el bolsillo del pantal�n.


� �Puta mis�ria� a prendre pel cul! �exclam� al darme cuenta
de que me las hab�a dejado dentro del piso.


� �Qu� te pasa? �me pregunt� Marcela que ya estaba a punto de
cerrar la puerta del suyo


� �Que me he dejado las llaves dentro! �le dije


� �A qu� hora vuelve tu familia? �pregunt�


� No volver�n hasta septiembre� Pero puedo ir a buscar una
copia a casa de mi t�a� cuando salga de trabajar �dije al recordar que mi t�a,
que trabajaba en un restaurante ten�a una copia de las llaves de casa.


� Bueno, pues, �a qu� hora acaba de trabajar tu t�a? �me
volvi� a preguntar.


� A las dos de la madrugada �respond� con amargura, pensando
en que la �nica soluci�n era ir al restaurante y esperar a que la mujer acabase
su turno. Parec�a impensable que llevase las llaves de casa de su hermana en el
bolso.


� Anda, pasa �me invit� a pasar a su piso �y si me dejas los
yogures, los pondr� en mi nevera para que no se estropeen �a�adi� tomando las
bolsas y dirigi�ndose a la cocina.


� �Qu� es lo que quieres tomar? �me pregunt� antes de darse
la vuelta


� Si tuvieses un cerveza bien fr�a� es lo que m�s me apetece
en este momento �le respond� con sinceridad.


� �Quieres ducharte? Est�s empapado de sudor �a�adi� desde la
cocina.


� No, gracias �respond�, pensando que despu�s tendr�a que
volverme a poner la camisa sudada.


� Bien, entonces ve a la sala de estar y si�ntate, en un
momento te saco tu cerveza �a�adi� ella


La disposici�n del piso de Marcela era sim�trica a la del
nuestro, as� que sab�a perfectamente a donde deb�a dirigirme. Al llegar a la
sala de estar las contraventanas estaban cerradas dejando pasar tan solo unos
hilos de luz dorada que iluminaban d�bilmente la estancia. Hac�a mucho calor, al
igual que en mi casa, la pared de la finca hab�a estado calent�ndose al sol todo
el d�a y ahora caldeaba las estancias interiores. Me acerc� una toalla y me
dijo:


� Al menos qu�tate esa camisa y s�cate un poco con esto
mientras te preparo la cerveza �pregunt� al aparecer un momento en la sala de
estar con los brazos cargados de fruta.


Me sequ� lo mejor que pude, y me sent� con timidez en el
borde del sof� cubierto con una s�bana blanca evitando apoyarme con el torso
h�medo. Pensaba en cual iba a ser la mejor manera de salir de all�. Me sent�a
inc�modo pensando que le hab�a estado robando las bragas a aquella mujer tan
amable sin preocuparme nunca de lo que le estar�a costando. Tenia ganas de
escapar de aquel piso cuanto antes. Tom� mi camisa y ya me iba a marchar dando
cualquier excusa idiota que se me ocurriese cuando Marcela apareci� con una
botella y una jarra helada y los dej� frente a m�, en una mesilla baja.


� Debes disculparme, pero quiero a quitarme esta ropa. He
pasado por el s�per mientras ven�a de la playa y quisiera ponerme algo m�s
c�modo �afirm� antes de retirarse nuevamente sin darme tiempo a decir nada.


� Por supuesto �asent�


� Pero� si�ntate, hombre, que no manchar�s nada �me dijo


Me volv� a sentar, me serv� la cerveza y me la tom� en menos
de un minuto. El efecto inmediato fue que volv� a sudar, esta vez a�n m�s
copiosamente que antes.


� �Ya te la has acabado? �Escuch� a Marcela antes de verla
aparecer con otra cerveza y algo de ropa en las manos� Esta era para m�, pero
creo que a ti te hace m�s falta. T�matela, me voy a buscar una m�s �dijo,
dejando la nueva botella en la mesa y llev�ndose la vieja.


� No� no hace falta �intent� protestar sin demasiada
convicci�n


Al cabo de unos segundos volvi� a aparecer por segunda vez y
esta vez me percat� de hab�a cambiado su camisa playera por un seductor
picard�as de encaje el�stico negro con detalles de flores estampadas y unas
sandalias de tac�n, hacia las que se desviaba mi vista sin que yo pudiera
evitarlo. Aquello era una declaraci�n de guerra. Tener una erecci�n en ese
momento result� agradable y molesto a la vez pero no pude evitarlo.


Encendi� la tele y nos sentamos en el sof�, ella se sent� con
un pie descalzo encima del sof� al lado de mi pierna, de manera que pod�a ver el
color de sus braguitas y el bulto que escond�an. Marcela preguntaba acerca de mi
vida mientras mov�a sin cesar los dedos del pie descalzo, casi rozando mi
pierna, y notando como mis ojos no cesaban de moverse.


Observ� su planta sonrosada, sus delicadas formas, su
perfecci�n anat�mica, sus dedos finos y equilibrados. Y ocurri� lo inevitable,
mi empalme ante aquella visi�n fue inmediato. Me qued� como embobado observando
aquellos pies mulatos sin poder apartar la vista hacia ning�n otro punto. No
podr�a decir a ciencia cierta cuanto tiempo estuve disfrutando de aqu�llas
maravillas, pero estuve embelesado hasta que me tropec� con sus ojos, ella con
los m�os y fue entonces cuando descubr� que el transexual era consciente de mi
inter�s por sus pies.


Sin poderlo evitar mi mano se desliz� hasta su pie y comenz�
a acariciarlo. En un r�pido movimiento ella elev� el pie hasta mi boca �vida y
yo lo acept�, me lo met� dentro y chup� dedo a dedo aquel pie. Sabore� la
humedad hedionda de sus pies que eran muy bellos, eso s�, pero quiz� hab�an
sudado demasiado. Lam� de la planta al tal�n. No me reconoc�a a m� mismo. Estaba
absolutamente enajenado ante aquella travest� mulata y sus pies. El coraz�n me
lat�a a un ritmo hasta ese momento desconocido, y cada lamida de su dedo
aumentaba la frecuencia cardiaca.


El transexual me sobaba en�rgicamente la cara con la planta
de su pie. Las yemas de sus dedos machacaban mis p�mulos de forma dominante y
atrevida. Inconscientemente, mi lengua trataba de alcanzar un una parte de su
arco que se desplazaba, estrujando mis mejillas y deleit�ndome de su incre�ble
olor. El sabor salado de su planta me excitaba aun m�s y cuando Marcela decidi�
embutirme el pie en la boca para que mamara sus dedos desde la ra�z yo ya casi
hab�a eyaculado por primera vez. No solo era la primera ver que unos pies me
excitaban de aquella forma, sino tambi�n la primera vez que unos pies eran
capaces de hacerme rebalsar dentro de mis calzoncillos.


La travest� negra no parec�a inmutarse con mi excitaci�n y
continu� hablando sin detenerse, mientras descalzaba el otro pie y me lo pon�a
al alcance. Yo estaba tan excitado que continu� lamiendo �nicamente el primero.
Marcela se recost� m�s de lo que ya estaba y quit� su pie derecho de mi cara, lo
apoyo en mi hombro al lado de mi cara y coloc� el izquierdo entre mis piernas.


� Ahora el otro �me dijo, y mi masaje oral continu� con el
pie diestro mientras ella hablaba y sonre�a, toc�ndome la cara en ocasiones.


� Chupa tambi�n entre los dedos y tr�gate todo mi sudor
�orden�


Mientras, ten�a aquel pie mulato dentro de mi boca, el
transexual mov�a y frotaba los dedos entre s� tratando de que estos emanaran
todo su sabor en el interior de mi boca. A continuaci�n el tema de su pl�tica se
dirigi� a sus gustos sexuales:


� As�, as�, mi rey, lo est�s haciendo muy bien� Pero, lo que
a m� me pone a mil es el beso negro �dijo y yo la mir� directamente a los ojos
para intentar adivinar si me estaba tomando el pelo.


� Y s� por mi profesi�n que a muchos hombres tambi�n os
vuelve locos �continu� Para mi es el preludio a una buena follada por el culo,
es la preparaci�n para que mi ano se dilate al m�ximo en medio de oleadas de
placer y se prepare para que le introduzcan un objeto� y tanto puede ser tu
lengua, como tu dedo, un consolador o una verga� casi cualquier objeto me cabe
dentro cuando tengo el ano dilatado y relajado


Me qued� helado al o�rselo decir con tanta sencillez.
�Cu�ntas veces hab�a so�ado con aquellos pliegues sombr�os! Tumbado en la cama,
junto a unas bragas reci�n robadas, mientras mi mano daba alas a mi imaginaci�n,
lo hab�a besado, me hab�a sumergido en espirales profundas, lo hab�a lamido con
deseo y lujuria. No me pod�a creer que mis sue�os se hiciesen realidad, iba a
responder que me encantar�a probarlo cuando Marcela se levant�, se calz� sus
sandalias, me dej� caer un beso en los labios y se dirigi� de nuevo a la cocina.
Volvi� con dos cervezas m�s y unas bragas arrugadas en la mano


� �Qu� es lo que llevas en la mano? �le pregunt�


� Solo son bragas sucias �me respondi�. Creo que has estado
utilizando las limpias, as� que imagino que sentir�s curiosidad por saber que se
siente con unas usadas �continu�


Cre� que se me iba a caer la cara de verg�enza. Marcela, dej�
las botellas en la mesilla, me pidi� que me levantara y sin previo aviso comenz�
a desnudarme. Me apart� un poco cohibido, pero Marcela me susurr� que aquel no
era el momento de mostrarme t�mido, se aproxim� por detr�s, continu�
desnud�ndome y mientras con una mano apretaba mis pectorales, uno por uno, con
la otra acariciaba mi pene completamente endurecido o apretaba mis test�culos.


Desnudo totalmente y sin saber que decir observ� como ella me
acostaba en el sof�, se desembarazaba de la braguita-tanga. La visi�n de la
tirilla de su tanga qued�ndose prendida entre ambos mofletes mientras se lo
bajaba perezosamente hizo que me relamiese anticipando el manjar que me
esperaba. A continuaci�n se puso encima de m�, enfund� mi pene ya erecto en las
bragas usadas.


� Anda, Jordi, c�meme el culo �me implor�. Me coma meu amor,
me fa�a sua namorada, sua f�mea, sua putinha...


Empez� a masturbarme y a acercar su entrepierna a mi cara, se
irgui� un momento, me mir� a los ojos y se sent� en mi cara, poni�ndome el culo
en la boca, ofreci�ndome su ano, un ano que casi se tapaba con el escroto. Mi
cara se zambull� dentro de sus gl�teos. Con mis dos manos apoyadas en las nalgas
las separ�, aspir� el aroma de su ano, que ol�a a macho y dej� que aplastase mi
cara mientras con mi lengua describ�a peque�os c�rculos alrededor de su ojete.
Ten�a a escasos cent�metros su verga pero no la toqu�, solo me concentr� en su
ano del que emerg�an algunos pelitos. Los embarr� con mi saliva y dentro de su
agujero met� mi lengua, que ansiaba entrar en �l, domarlo, relajarlo, dilatarlo.
Era consciente de que su verga se estaba endureciendo sin que nadie la rozara.


� Que del�cia �repet�a Marcela en las alturas� como voc� mama
bem!


Mi lengua, cuando ella se apartaba un poco, recorr�a todo el
perineo desde la base de sus test�culos hasta su orificio anal. Yo estaba
hambriento de sexo y quer�a devorar aquel delicioso culo. Mientras mi lengua lo
penetraba l�quidamente, Marcela sollozaba de placer, estruj�ndome con los
m�sculos de sus gl�teos �vidos. Percib� como mi ap�ndice se abr�a paso entre sus
pliegues anales mientras el travestido me masturbaba con una mano y apretaba mis
test�culos con la otra.


� Nunca me chuparam assim �dijo�, como voc� chupa gostoso!


Ella se restregaba contra mi rostro y le daba con m�s fuerza,
gimiendo y apretando mi cabeza contra su culete con los pies, enterr�ndome, casi
asfixi�ndome contra sus gl�teos. Me pidi� que la avisara cuando fuera a
correrme, y sigui� apretando su culito contra mi cara mientras mi lengua se
deslizaba dentro. Apretaba mis test�culos de manera que mi semen no llegaba a
subir, aunque lo intentaba, y segu�a masturbando mi pene dentro de las bragas
usadas, de manera que comenc� a notar que reventaba sin poder hacerlo.


No s� cuanto tiempo estuve entre sus piernas mientras ella me
trabajaba, cuando ni sus manos apretando pod�an contener mi explosi�n le avis�,
ella se ech� hacia delante y poniendo los pies a la altura de mi cara me pidi�
que le chupara los dedos gordos. Mi coraz�n lat�a vertiginosamente debido a la
excitaci�n que ten�a. Mi nariz y mi lengua se encargaron de absorber todo lo que
me ofrec�an esos pies que se hab�an trasformado en mis nuevos y en�rgicos amos.
Yo simplemente era un humilde lacayo de ellos. Ella los introdujo a la vez en mi
boca mientras no cesaba de acariciar mi pene con las dos manos, hasta que no
pude m�s y me corr� como una bestia dentro de sus bragas usadas, mientras
Marcela met�a y sacaba los dedos de sus pies en mi boca.


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Relato: La vecina del 7-A
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