Relato: El infierno



Relato: El infierno

No se como me encontré de
noche en aquel lugar ni como llegué hasta allí. Nunca había
estado por esa zona de la ciudad pero necesitaba experiencias nuevas y
esperaba conseguirlas.



El caso es que encontré una
luz de neón que indicaba con una flecha una puerta bastante siniestra
con unas escaleras que bajaban hasta un lugar de apariencia tétrica.
Luego supe que estaba próximo al infierno.



Encendí un pitillo, aspiré
profundamente y me aventuré hacia el fondo sin pensármelo
dos veces.



El lugar era oscuro, entre tinieblas
y luces tenues, el ambiente bastante cargado de humo y de olores que no
pude identificar. Y aunque no podía ver apenas nada si pude presentir
la presencia de otras personas. Casi estaba a punto de dar media vuelta
cuando una mujer madura, un poco gorda me dio la bienvenida a su local
con una amplia sonrisa y me invitó a una copa en la barra.



No sé que contenía
aquella copa, solo sé que al terminarla mi mente se separó
de mi cuerpo, como si yo ya no fuera yo misma y viera la escena de lo que
ocurría desde otra perspectiva.



La mujer se acercó y de la
mano me llevó al centro de una especie de pista de baile con un
gran foco de luz iluminando un taburete. Yo la seguía como una autómata.



Una vez en el centro, pude ver un
montón de hombres rodeando la pista en las tinieblas, en completo
silencio y siguiendo sin perderse ni un solo movimiento nuestro.



Si darme cuenta, la mujer hizo que
me inclinara hacia adelante sobre el taburete apoyando mi vientre sobre
él en una postura de lo más indecente. Ni siquiera me resistí.



De pronto unas poderosas manos masculinas
me agarraron las muñecas y las ataron a las patas, abriéndome
a continuación las piernas y atándomelas también.
Yo seguía ausente, dejándoles hacer.



A partir de ese momento todo sucedió
salvajemente rápido. La mujer me desgarró fieramente la blusa,
dejando que mis tetas colgasen por delante del taburete y empezó
a golpearlas para que se moviesen saltando y bailando delante de todas
las miradas. Mis pezones se endurecieron como nunca a la vez que ella los
pellizcaba con las uñas y tiraba fuertemente de ellos hacia abajo
estirándome las tetitass como si quisiera ordeñarlas. El
dolor que me causaban sus manotazos, sus pellizcos y sus tirones empezaba
a gustarme y a excitarme hasta el punto de que empecé a gemir mientras
mi coño se humedecía, y mis blancas ubres iban adquiriendo
un tono rosado a medida que las iba golpeando.



Otras manos me desabrocharon los
pantalones y me los bajaron de un tirón junto con las bragas hasta
los tobillos, dejando todo mi coño mojado y mi blanco culo a la
vista de todo el mundo.



Aunque me sentí humillada,
la sensación de estar expuesta a cualquier vejación que quisieran
hacerme y el interés que despertaban mis partes más intimas
a toda aquella gente me encantó.



Los expertos y gordezuelos dedos
del hombre comenzaron a tirar de los rizados pelillos del coño hasta
que algunos de ellos quedaron entre sus dedos. Luego abrieron mi sexo y
tirando de los labios hacia los laterales como si fueran tan elásticos
como la goma mostraron a todos aquellos hombres mi agujerito más
intimo ya completamente dilatado y chorreando fluidos producidos por la
excitación. Primero introdujo el dedo índice, luego otro
dedo entro en el hasta terminar con cuatro dedos de sus gordas manos metidos
hasta el fondo de mi coño y moviéndose como si quisiera arrancarme
las entrañas girando la muñeca para hacer la cavidad más
y más grande.



Sin poder explicarlo mi cuerpo temblaba
y se convulsionaba involuntariamente. Me sentía cada vez más
excitada al verme así totalmente desprotegida, expuesta como un
animal en una feria. Notando que el hombre intentaba vender un producto
sexual para el goce y disfrute de unos salvajes que a saber lo que podrían
hacerme y sin importarle ni un ápice mi persona. Levanté
la cabeza y vi a todos aquellos hombres con sus pollas en la mano frotándoselas,
endureciéndolas, mirándome así, atada y vulnerable
y sentí placer. Placer por ver aquellas enormes, brillantes y coloradas
vergas dirigidas hacia mi.



De pronto, alguien puso delante
de mi cara una enorme y rugosa polla de goma. El tamaño era desmesurado
de largo y de grosor, tanto que no podría existir en la realidad
un modelo semejante; dejando aparte aquellas protuberancias que recorrían
todo su tallo. La introdujo en mi boca para que la lamiera. Casi no me
dio tiempo a saborearla cuando como si se tratase de un puñal me
la clavó de un golpe seco en el coño hasta el fondo. Grité
de dolor y casi me desmayé, pero la bruja de las uñas largas
estaba allí pendiente de mi para que no me perdiera ni un minuto
de conciencia y pudiera darme cuenta de todo lo que me estaban haciendo,
así que me apretó los pezones fuertemente como si fueran
espinillas para que sobresaliesen todavía más. Ya los tenia
a punto de reventar, doloridos e irritados, casi en carne viva, entonces
me colocó dos pinzas de tender la colada pero metálicas y
volvió a golpearlos para verlos saltar con las pinzas colgando y
retorciéndolas brutalmente arrancándome gritos, aullidos,
lágrimas y haciendo que por primera vez me rebelase y luchase contra
mis ataduras para poder salir de allí corriendo.



Mientras las pinzas se me clavaban
en la carne, el hombre movía la súper polla de goma dentro
de mi; primero en amplios círculos para que mi chocho se abriera
más aun y dejando que mis fluidos resbalasen por ella a la vez que
me lubricaba; luego sacándola suavemente y volviendo a clavarla
con una fuerza brutal con el peso de su propio cuerpo que hacía
que a cada golpe de polla me balancease peligrosamente sobre el taburete
hacia adelante y estuviese a punto de caerme si no fuese porque la mujer
me empujaba hacia atrás por los hombros para que encontrase de nuevo
el objeto que con el que me estaban apuñalando el chochin.



Las lágrimas de dolor resbalaban
por mis mejillas sin que yo pudiese evitarlo para mayor júbilo de
mis verdugos y del resto de los asistentes. Los oía jadear a mi
alrededor.



Pensé que ya no quedaba mucho
para que me soltasen, pero fui demasiado ingenua, ya que todavía
quedaba otro agujero. Uno que nadie nunca había osado penetrar,
uno que yo no había dejado que nadie explorase jamás. MI
CULO!!! aunque aun mantenía la esperanza de que se olvidasen de
aquel agujero virgen.



Todavía con la polla de goma
clavada hasta lo más hondo de mi chochete, noté una sustancia
fría y resbalosa en el culo. No pude evitar un estremecimiento al
imaginar lo que me esperaba. Las manos que ya me habían poseído
con tanta brutalidad el coño separaron mis nalgas hasta el límite
de su elasticidad con lo que el agujero del culo se abrió ligeramente.
Un dedo caliente penetró en el hasta el nudillo sin ningún
tipo de consideración hacia mi dolor y poco después otro
vino a hacerle compañía para hacer presión uno hacia
un lado y otro hacia el lado contrario para abrirlo más, dejando
ver una profundidad cavernosa, oscura brillante y sugerente sin límites.



Mientras la mujer me separaba las
nalgas hasta casi desgarrarme la raja y dándome fuertes palmadas
en el culo que como mis tetillas también se iba poniendo cada vez
más rojo, el hombre me metía sus gruesos dedos en el agujero
abriéndolo y cerrándolo, escupiendo sobre el e introduciendo
su propia saliva dentro. Al cabo de un rato de esta tortura para mi ojete
introdujo un instrumento metálico que no supe identificar y como
si fuese unas tenazas lo abrió y lo tensó de tal manera que
hizo que se abriese enseñando por fin el ojete en todo su esplendor.



Creía que quería romperme
el culo salvajemente debido a que aquel musculo que separaba el ojo de
mi culo con el agujero de mi coño y que servia de puerta de entrada
se volvía cada vez más elástico, como vencido y dado
de si y sobre todo enrojecido, a punto de desgarrarse y romper definitivamente
la frontera de unión entre los dos agujeros.



Pero esta vez aquel hombre fue más
delicado. Saco aquellas tijeras planas de el y poco a poco entre cachetes
y abriendo y juntando otra vez mis nalgas se fue dilatando, aunque no demasiado
teniendo en cuenta su virginidad.



Entonces me di cuenta de que no
quería abrirlo en exceso. Una sorpresa esperaba a los espectadores
y si estaba demasiado abierto el placer de meterme sus pollas o lo que
quisieran por el culo sería menor. Así que el muy desgraciado
cogió unos cubitos de hielo bastante grandes y me los metió
a presión por el agujero que ya me había hecho para que la
sensación de frío volviese a cerrarlo y así poder
empezar otra vez la sesión con más brutalidad. Enseguida
mi calor interno deshizo el hielo, provocando que un hilo de líquido
saliera resbalando por mi culo hacia mi coño siguiendo por mis piernas.



Sentí como se presentaba
una cagada urgente y como preámbulo un enorme y silencioso pedo
salió de mi culo. El contraste de mi calor interno con el frío
hielo hizo que una gran mierda líquida con algunos grumos saliese
a borbotones por el ojete. Mi esfinter ya no me obedecía y por más
que intentaba apretar el culo y cerrarlo la mierda seguía cayendo
y resbalando por mis muslos.



La vieja fue la única que
se rió de toda la concurrencia, y por debajo del taburete vi como
se embadurnaba los dedos en el charco de la cagada que yo misma había
creado y acercándose a mi boca hizo que se los limpiase con la lengua,
mientras el hombre con una fusta me seguía castigando el culo.



Me golpeaba las nalgas, el ojete
y el coño con furia, como si estuviese cabalgando una potranca y
dejando marcas rojas a cada golpe.



El dolor no me dejaba pensar, ni
gritar ni tan siquiera intentar liberarme. Mi cuerpo permanecía
fláccido como el de una muñeca. Estaba humillada completamente.



Otra vez la mujer al cuidado del
dolor dejara que permaneciera con mis sentidos alerta me colocó
la tercera pinza. Esta vez en el clítoris. El dolor se hizo casi
insoportable porque esta pinza apretaba más, pero la muy puta sabía
bien hasta donde puede llegar el límite de las fuerzas y del aguante
humano, y la retorció lo justo para sacar de mí un alarido
que excitó todavía más al público asistente
al espectáculo. Otra vez estuve al borde del desmayo, pero de pronto
una suave corriente recorrió mis pezones y mi chocho y pude saber
que las pinzas que tenia enganchadas en mis tetitas y en el coñito
estaban enchufadas a un pequeño generador eléctrico que a
partir de entonces soltaba descargas eléctricas con una intensidad
que dependía de mi grado de conciencia. Cuanto más cerca
del desvanecimiento me encontraba más fuerte era la descarga que
se hacia aun más intensa en cuanto que mi cuerpo estaba empapado
de sudor y fluidos sexuales.



Unas nuevas pinzas en forma de torniquetes
estaban destinadas a mi coño. El hombre pellizcó mis labios
mayores y apretó cada una de las tuercas fuertemente. Tenía
que hacerlo así ya que de ellas pendían unos contrapesos
que hacían que mis labios vaginales se estirasen hacia abajo y quedasen
completamente colgantes. De un brusco empujón la polla se escondió
en mi chochete casi completamente. Un nuevo alarido surgió de mi
reseca garganta. Por el dolor de la embestida y porque aquellos pesos balanceándose
hacían que mis labios vaginales se balanceasen y penduleasen mientras
seguían estirándose cada vez mas.



Ya no quedaban mas que mis labios
menores, completamente empapados y sonrosados. Las ultimas pinzas eran
igual que las otras, solo que terminaban en unas abrazaderas de piel en
forma de argollas. La misma operación se repitió. Volvieron
a apretar las tuercas, esta vez un poco mas fuertes porque estos labios
estaban tan lubricados que resbalaban y con las correas alrededor de mis
muslos tensaron hasta que mi chocho quedo abierto en toda su rojez. Estas
últimas pinzas que me colocaron terminaron de abrirme el chochin
para que la polla pudiese entrar hasta casi perderse dentro. Volvió
a empujarla hacia el interior y esta vez entro hasta el final. Debía
tener unos 30 cm de largo por unos 7 cm de grosor, y solo podía
verse su base como un tapón cerrando mi cueva. Todo mi interior
ardía y se expandía y rodeaba aquella monstruosidad haciendo
una presión descomunal hacia las paredes vaginales.



Entonces de repente pararon de manosearme,
por lo que deduje que se preparaban para otra fase de su show, y claro,
vino lo que tenía que venir. Pretendieron subastar mis agujeros
y mi cuerpo entero, pero a estas alturas los viciosos hombres estaban tan
salidos que la puja iba a ser interminable, por lo que fijaron un precio
para todos y establecieron los turnos en que cada uno gozaría de
lo que quedaba de mi.



Como última fase del juego
me enseñaron una especie de cadena de bolas de diferentes tamaños
que iban de menor a mayor desde el tamaño de una bola de golf a
una bola de billar o de tenis. Al oído me susurraron que me las
iban a meter todas por el culo hasta la garganta. Ni siquiera pude gritar,
y como habían prometido comenzaron a cumplir la amenaza.



Mientras la mujer me daba latigazos
con una fusta sobre mis nalgas el hombre las separo ligeramente y apoyo
contra mi esfinter la primera bola y presionó fuertemente para que
entrase a mi caverna. Las tres primeras bolas, las mas pequeñas,
apenas las note, pero luego fueron haciéndose más y más
grandes y la presión que tenían que hacer para que cada una
de ellas entrase a través de mi pequeño agujero era mayor,
y el espacio que quedaba dentro de mi culo era menor, con lo que me sentía
completamente llena, teniendo en cuenta también que la polla del
coño presionaba la delgada pared que lo separaba del ano. Pensé
que iba a reventar por algún sitio, que me iban a destrozar los
intestinos o el útero, a rasgarme el musculo del ojete o a arrancarme
literalmente los labios de mi coño.



Creo que llegué a contar
ocho bolas en total metidas dentro de mi culo y la última de ellas
introducida de un golpe seco juntando las dos manos sobre ellas y empujando
con todo su peso, pues ya mi ano no daba para más elasticidad y
tuvieron que forzarlo. Después fue hábilmente empujada hacia
las profundidades por el mango de la fusta que me estaba latigando, de
manera que aun dejaba espacio suficiente para que cualquiera de los observadores
pudiera todavía meter su polla hasta chocar con las bolas e incrustármelas
aun más.



Así ofrecida a la concurrencia;
con las tetas bailando y los electrodos enganchados, los pezones enormes
a punto de estallar, la polla clavada hasta el fondo visible por su base
únicamente por la brutal separación de los labios y un sugerente
agujero oscuro con un trocito de cadena visible que enganchaban las bolas
en su interior para prepararlo para el mayor deleite de los clientes uno
a uno los mirones se fueron acercando a mi. Unos metieron su polla bestialmente
en mi culo, chocando con las bolas que se iban hundiendo cada vez mas adentro
mientras sentía que algo en mi interior se me desgarraba y aullaba
de dolor.



Otros me la metieron en la boca,
que aun estaba manchada con la mierda reseca y empujaron hasta la garganta
con una fuerza inimaginable que casi me hace vomitar allí mismo;
otros se limitaron a mover la polla que tenía clavada en el coño,
llegando incluso a tirar de ella hacia arriba para hacer más hueco
y meterme otra polla, esta vez de verdad en el mismo agujero en el que
pensé que no cabria ni un alfiler. Notaba como los huevos golpeaban
contra mi pobre coño haciendo un ruido de chapoteo.



Entre el público había
incluso algunas mujeres, que no se diferenciaban con los hombres por ser
mas delicadas, sino que su brutalidad no solo se equiparaba a la de ellos.
Ellas podían ser todavía mas bestias ya que querían
introducir su mano completa en mi culo; creo que alguna o alguno lo consiguió,
porque notaba el agujero rasgado, completamente lleno con un puño
que movían en círculos dentro de mis entrañas que
se convulsionaban intentando cerrarse sin éxito, lo que les producía
mayor excitación al notar el calor y la humedad que les rodeaban
el puño.



Algunos metieron la mano abierta
y se dedicaron a explorar mi interior con sus dedos, pero todos, tanto
ellos como ellas golpeaban mis tetas con sus manazas cuando acababa su
turno y tiraban de las pinzas con saña como si quisieran arrancarme
los pezones y dejarlos colgando del extremo de las pinzas mientras se colocaban
delante de mi cara terminando de masturbarse fieramente mientras me gritaban
lindezas como "puta, zorra de mierda, sucia perra, guarra" y
lindezas semejantes.



No sé cuanto tiempo pasé
así humillada, ultrajada y utilizada ni cuantos hombres gozaron
de mi cuerpo violado, y sodomizado, aunque debieron ser muchos y en realidad
yo nunca llegue a negarme a lo que me hacían. Yo ya no era yo.



De pronto fue como si una ducha
de líquido caliente y viscoso me inundase el cuerpo ya de por si
empapado en sudor, y supe que la lluvia de leche de todos aquellos tipos
estaba cayendo sobre mi. La cantidad de crema era tal que goteaba por las
patas del taburete hacia el suelo, y de mis tetas parecía salir
autentica leche que hacia que mis pezones heridos escocieran como cuando
a una herida abierta le echas sal.



Alguien me agarro fuertemente del
pelo y me levantó la cabeza, mientras me obligaban a abrir la boca,
y otro chorro de leche tibia, amarga y grumosa entró en mi boca
atragantándome.



Se que cuando todos y cada uno de
ellos se hubieron corrido sobre mi espalda alguien me retiró las
pinzas que martirizaban mi cuerpo entero y tiró de la polla que
aun seguía incrustada en mi y de la cadena hasta que la última
bolita salió bestialmente del culo terminando de desgarrar la abertura.
Una oleada de frescor me inundo por dentro, haciendo que tuviera el mayor
orgasmo de mi vida, y por fin soltó un gemido de autentico placer.



Entonces me encontré sola,
bañada en leche, destrozada con todo el culo roto, impresionantemente
abierto como la boca de un túnel imposible de cerrar por mucha fuerza
que hiciera. El coño enormemente dilatado, dolorido y colgante,
como el de una becerra que acabase de parir un buey y los labios vaginales
completamente estirados, unos irritados pezones que habían triplicado
su tamaño y su grosor y miraban hacia arriba de unas tetas enrojecidas,
fláccidas y más colgantes que nunca, completamente deformes;
planas y aplastadas contra mi vientre como las de una vieja de 70 años.
Aquellas tetitas que antes eran tan firmes y redondeadas. Los pezones antes
erectos y enhiestos ahora yacían al final de aquella masa informe
de musculo y tenían el tamaño de una canica, pero estaba
por fin desatada en medio de una pista de baile vacía y oscura.



No se como llegue de nuevo a casa,
pero una vez allí y dispuesta a ducharme me di un vistazo en el
espejo y al ver a aquella mujer reflejada, unas lagrimas calientes resbalaron
por mi rostro. No podía dar crédito a que aquello fuera mi
cuerpo.



Me duché, y aunque antes
me gustaba acariciarme en la ducha esta vez fue una autentica tortura notar
la monstruosa deformidad de mi cuerpo. El culo seguía sin cerrarse
y el coño me colgaba asquerosamente, luciendo las calvas que me
había hecho aquel animal al arrancarme varios mechones de pelos.



Cuando me vestí fue peor.
Me puse primero las bragas, observando con horror como los labios vaginales
sobresalían por los laterales, de modo que entre sollozos tuve que
cogerlos con las manos y juntarlos uno encima del otro para poder cerrar
el agujero y que entrasen en la estrecha base de las bragas. El culo antes
prieto ahora temblaba como un flan y las nalgas antes juntas ahora estaban
separadas dejando todavía ver toda la raja con aquel negro agujero
todavía ensanchado.



Intenté ponerme el sujetador,
pero parecía que había encogido varias tallas, así
que también uní mis tetas y como pude las introduje dentro
de aquella minúscula pieza, pero rebosaban por todas partes sobresaliendo
por encima de la tela. Los pezones no quedaban a la misma altura uno del
otro, por lo que tuve que colocarlos también lo mejor que pude viendo
como su enorme tamaño estiraba la tela y me era imposible disimularlos
ya que la tela cedía a pesar de que ya no estaban tan duros como
antes.



El simple roce con aquellas apretadas
prendas intimas hacia que todo el cuerpo volviera a escocerme, mas cuando
ahora ya no me servían y estaban a punto de estallar por aquella
masa de carne que a la fuerza tenia que sujetar.



Paso el tiempo y mi cuerpo no se
recupero totalmente, aun quedan secuelas de aquella noche y aunque no podría
repetir esa experiencia jamás, y a pesar de que sigo pensando que
mi cuerpo nunca volverá a ser el mismo de antes tampoco podría
decir que no disfruté de ella, y hoy todas mis fantasías
se reducen a recordar aquella noche en la que descendí por una escalera
hasta la antesala del infierno. En mi vida sexual ya nada volvió
a ser como antes de esta experiencia y nada volvió a satisfacerme
plenamente. Ahora todo me parece demasiado suave. Tal vez tenga que volver
a salir al encuentro de nuevas experiencias, pero..... Quedará realmente
alguna NUEVA experiencia para mi?



Vivian




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Relato: El infierno
Leida: 20205veces
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